XXV
Las notas se amontonaban sobre el escritorio de Milo.
Tres nuevos y poco entusiastas artículos sobre los crímenes de la marisma, dos subjefes de policía que solicitaban confirmación de que Milo había recibido el mensaje sobre el aplazamiento de la rueda de prensa sobre Travis Huck.
Milo practicó su puntería con la papelera y siguió leyendo el resto de mensajes.
—Hombre, éstos mejor los guardo. Una llamada del señor Alston «Buddy» Weir y otra de Marc, el hermano de Selena, desde su casa de Oakland.
—Querrá que le pongamos al día.
—Encuentra un teléfono en la sala principal y averígualo.
En cuanto Reed salió del despachó, Milo marcó el número de Weir y conectó el altavoz para «compartir nuestras pequeñas miserias».
Contestó el ayudante de turno, pero esta vez pasó la llamada a su jefe en el acto:
—Gracias por llamar, teniente.
Su voz sonaba más aguda, más tensa.
—¿Qué hay de nuevo, señor Weir?
—Estoy empezando a preocuparme. Simon no responde al teléfono ni al correo electrónico. Ayer llamé al Península de Hong Kong y me dijeron que se marchó del hotel la semana pasada. Inmediatamente me puse en contacto con Ron Balter, de Global Investment, pero tampoco tenía ni idea de su paradero. Balter revisó sus últimas compras y me elijo que Simon cogió un vuelo de vuelta a Estados Unidos pero no ha usado la tarjeta de crédito desde que volvió.
—¿El vuelo aterrizó en Los Ángeles?
—En San Francisco.
—¿En San Francisco? ¿Es normal?
—No es tan raro. A Simon y Nadine la ciudad les encanta y a veces van a visitar ferias de arte y cosas así. Normalmente se hospedan en el Ritz, pero he llamado y en el registro no consta ningún Vander.
—¿Suele pasar tan desapercibido?
—Simon es un hombre discreto, de eso no cabe duda, pero nunca me ha costado tanto localizarlo al teléfono. Además, siempre paga con tarjeta de crédito, no lleva encima mucho efectivo. Y hay algo más, teniente. He tratado de localizar a Nadine en Taiwán, y su familia me ha dicho que se marchó con Kelvin el mismo día que Simon cogió su vuelo de vuelta desde Hong Kong.
—¿Le dijeron por qué motivo?
—No —repuso Weir—. La barrera idiomática a veces es insalvable.
—Entonces, podría tratarse simplemente de una cita en San Francisco para continuar sus vacaciones en alguna parte.
—Por supuesto. Pero la inactividad de su cuenta de crédito me escama, teniente. Simon y Nadine lo pagan todo con tarjeta. He llamado a Simone para averiguar si sabía algo de ellos. No sabe nada y se ha puesto nerviosísima… Luego me ha contado lo ele Travis Huck.
—¿Piensa que puede haberle hecho algo a su familia?
—Ya no sabe qué pensar.
—¿Hay modo de que Huck se haya enterado de su paradero en San Francisco?
—No sabría decirle. Después de hablar con Simone, he pensado que había que hacer algo y me he acercado a su casa para echar un vistazo. Parece que Huck ha liado los bártulos, porque su habitación está vacía. Se lo ha llevado todo. Supongo que podría interpretarse como un indicio ele culpabilidad, pero no estoy seguro.
Milo articuló un «mierda» en silencio y se frotó la cara.
—¿La ha registrado a conciencia?
—Sólo he echado Lina ojeada y he abierto algún cajón. Se ha largado, eso está claro.
—¿Ha ido usted solo?
—No. con Simone. Me pareció que, en su condición de familiar próxima y dadas las circunstancias, tenía derecho a entrar en la propiedad. No sé cómo no se me ocurrió antes, cuando me preguntaron cómo hacer para entrar. En fin, ¿qué opina de la huida ele Huck?
—Buena pregunta.
—Es posible que se asustara cuando le interrogaron —dijo Weir—, pero si no tiene nada que temer ¿por qué habría de huir? No sé, también puede ser que se haya largado así, porque sí, de la noche a la mañana.
—Me extrañaría.
—Son cosas que pasan en California, teniente. Es por el clima.
—¿Cuándo podemos registrar el piso? —inquirió Milo.
—Cuando quiera. Mandaré a alguien para que se encuentre allí con ustedes.
—¿En una hora le parece bien?
—¿Una hora? No pensaba que fuera tan… Es que estaremos reunidos todo el día. A ver… hasta mañana al mediodía no tenemos ni un hueco. ¿Qué le parece mañana a las once? Les mandaré a Sandra, mi mejor ayudante.
—¿Ha ido a la casa de la playa?
—Simone y yo fuimos a echarle una ojeada rápida y nos pareció que llevaba vacía una buena temporada. Me ocuparé de que Sandra les lleve los dos juegos de llaves.
—Muy amable.
—Estoy seguro ele que la familia está perfectamente —agrego Weir—. No hay razón para preocuparse.
Milo llamo al departamento de Seguridad Nacional para averiguar los horarios ele los vuelos de Simon, Nadine y Kelvin Vander. Los tres habían vuelto en primera clase con Singapore Airlines, pero el vuelo de Simon había aterrizado en San Francisco un día antes que el de su mujer y su hijo.
Llamó a continuación al banco de inversión de Seattle y logró camelarse a un reticente gestor financiero de nombre Ronald W. Balter para confirmar que, aparte del billete de avión, no había ningún otro cargo reciente a la tarjeta de crédito de Vander.
—¿Tienen alguna propiedad al norte de California? —le preguntó.
—¿Una casa de propiedad? No.
—¿Y de alquiler?
—Tampoco —repuso Balter.
—¿Se le ocurre dónde podrían estar?
—Por supuesto que no.
—¿Cómo que por supuesto?
—Yo administro su capital, en su vida privada no me meto.
—Pues el señor Weir parece muy alterado.
—No me extraña.
—¿Y eso?
—Weir sí que se mete en su vida privada.
Moe Reed volvió al despacho con los pulgares en alto.
—Marc Green no llamaba para preguntar cómo nos iba. Quería contarnos algo que le dijo Selena.
—¿Y ahora se acuerda? —dijo Milo.
—Me da que no quería contárnoslo delante de su madre. Al parecer, Selena comenzó a salir con un tipo pocos meses antes de morir. Marc no recuerda cuándo se lo dijo exactamente, pero cree que fue hace tres o cuatro meses. Era un hombre mayor.
—¿Mucho mayor?
—Eso no se lo dijo. Pero a ella le daba un poco de vergüenza, con lo que la diferencia de edad debía de ser considerable. Y ahí no se acaba la cosa: para no perder la costumbre de confesarlo todo, su hermana le dijo que a su amante le iba el sacio. Y a ella también. Los dos encajaban como un tornillo con su tuerca. Me ha dicho Marc que ésa fue la expresión que empleó.
—Pues es muy masculina. Se la tomaría prestada al tipo.
—Eso mismo he pensado yo. En fin, ahora ya tenemos un punto en común con Sheralyn y DeMaura. En sus gustos sexuales Selena no dista tanto de las otras víctimas. ¿Qué opinas, Alex?
—Pues sí, la cosa toma otro cariz —convine.
—Un tipo mayor al que le va el sado —recapituló Milo—. ¿Le contó algo más?
—Nada más —repuso Reed—. Seguramente lo conoció en una de esas orgías…
—Por la edad, Simon Vander daría el perfil de sobra —caviló Milo—. O Huck, que tiene treinta y siete y le sacaba once años. Parece que el círculo se va cerrando. Y cada vez tiene peor pinta.
Milo le resumió a Reed las noticias sobre el regreso y posterior desaparición de los Vander.
—Simon tiene más números de ser la víctima que el verdugo —opinó Reed—. A menos que se haya ensuciado las manos y quiera pasar desapercibido… Para mí Huck sigue siendo el principal sospechoso. Hay que encontrarle como sea, Milo.
Era la primera vez que se dirigía al jefe por su nombre.
Señal inequívoca de adaptación al puesto.