Capítulo 8
Smith ni siquiera quería hablar de la atracción que había entre ellos. Era como una mula. Cambiaba de tema cada vez que Jessica intentaba hablar del asunto.
La única vez que hablaron de ello fue durante un desayuno, cuando ella, frustrada, le preguntó si tenía alguna enfermedad venérea o era impotente.
Smith, que casi se había atragantado con los cereales, la miró como si tuviera dos cabezas. -¡Claro que no!
No quería hablar sobre sus sentimientos, pero su obsesión por Tom y Ruth Smith era cada día mayor. La interrogaba incesantemente sobre ellos y su abuela Lula.
-Si el médico dice que puedes viajar, me gustaría que fuéramos a verla a Oklahoma.
-No entendería quién eres.
-Quizá no, pero es algo que debo hacer. ¿Vendrías conmigo? Juanita puede encargarse de todo mientras estamos allí, ¿no?
-Sí, claro. Es de toda confianza. Smith también quería examinar los papeles de Tom y las cosas de su familia que Jessica guardaba en casa de Shirley.
De modo que el martes siguiente, cuando el análisis de sangre confirmó que todo iba bien y le habían quitado la escayola, hicieron planes para ir a Oklahoma.
El miércoles tomaron el avión privado con destino a Bartlesville. Él estaba tenso; muy amable en apariencia, pero serio.
Jessica había decidido sencillamente esperar.
Tarde o temprano Smith estallaría y entonces... ah, entonces, «cuidado, chico».
Cuando llegaron a Oklahoma el cielo estaba cubierto de nubes y, a pesar de que llevaba chaqueta y pantalones, Jessica estaba temblando al entrar en el coche.
-Creo que he empezado a acostumbrarme al clima de Texas. Estoy helada.
Smith encendió la calefacción y colocó la chaqueta sobre sus piernas.
-¿Mejor?
-Gracias.
-De nada.
Tanta amabilidad... Jessica tenía ganas de gritar.
-Ahora tú tendrás frío.
-No, yo soy de sangre caliente.
-Pues a mí no me lo parece.
-Por favor, Jessica, déjalo. No puedo más.
Ella sonrió, seductora.
-¿Seguro que no?
-¡Ya está bien! Solo soy humano.
-No, yo soy humana. Y estoy empezando a pensar que tú eres un robot.
-¿Un robot? ¿Cómo los de Star Trek? -intentó bromear Smith.
Ella dejó escapar un suspiro. Era absurdo sacar el tema. Pero, al menos, había reconocido que sentía algo. Su instinto masculino empezaba a protestar. Mejor. También ella lo estaba pasando mal.
La anciana estaba limpia y bien vestida cuando entraron a verla. Pero vivía en su propio mundo, ajena a la realidad. Llamaba a Jessica indistintamente Ruth y Edwina, su hermana mayor, muerta veinte años antes. No pareció reconocer a Smith, ni siquiera para confundirlo con Tom.
Sabía que estaba desilusionado, pero fue muy amable con Lula. Incluso le había llevado un regalo. La anciana sonrió al ver lo que era.
-Bombones de fresa. Mis favoritos -exclamó, en un breve momento de lucidez.
Smith habló con el director de la residencia y con el médico de Lula. Estaba dispuesto a llevarla a un hospital especializado en enfermos de Alzheimer, pero ambos insistieron en que allí estaba recibiendo muy buenos cuidados y que un cambio podría resultar fatal a su edad.
-Siento que no hayas podido hablar con ella -dijo Jessica cuando volvían al hotel-. Sé que estás desilusionado.
-Lo estoy. Pero me habías advertido, así que no esperaba mucho.
-¿Cómo sabías que los bombones de fresa eran sus favoritos? A mí se me había olvidado.
-No lo sabía -sonrió Smith-. Pero los bombones de fresa eran los favoritos de mi abuela Beamon.
Cuando llegaron al hotel, Jessica comprobó que cada uno tenía una suite... y que estaban muy separadas. Nada de puertas conectando una habitación con otra, por supuesto.
-Tengo que llamar por teléfono -dijo él cuando subían en el ascensor-. ¿A qué hora has quedado para cenar con Shirley?
-A las siete. No tardaremos nada en llegar, pero podríamos ir antes si quieres echarle un vistazo a las cajas. Supongo que ya habrá vuelto del instituto.
-Estupendo -dijo Smith, entrando en su habitación.
O, más bien, «escapando» a su habitación.
¿Qué pensaba, que iba a meterle mano delante del botones?
Jessica soltó una risita. Eso no estaría mal. En lugar de enfadarse por aquel juego, estaba empezando a disfrutarlo. Le gustaban los retos. Había aprendido a ser fuerte desde niña. ¿Era testaruda? Desde luego. Admitir la derrota era algo que no estaba en su vocabulario. Por eso se quedó con Tom durante tanto tiempo.
Cuando llegaban a casa de los Miles, empezó a llover a cántaros.
Smith, siempre tan previsor, había comprado un paraguas en la tienda del hotel y, al salir del coche, tuvieron que correr para no empaparse.
Shirley, una chica morena de sonrisa contagiosa, los recibió con un par de toallas. Abrazó a Jessica y se volvió hacia Smith...
Su sonrisa desapareció entonces.
-Dios mío -murmuró, perpleja-. Entrad, por favor. Llueve muchísimo, ¿verdad? -dijo, intentando disimular su reacción-. Mack llegará enseguida.
Jessica le había explicado la relación entre Smith y Tom por teléfono, pero entendía su sorpresa al ver a un hombre que había muerto dos años antes.
-Shirley, te presento a Smith Rutledge. Es increíble cómo se parece a Tom, ¿verdad?
-Más que increíble.
Smith sonrió.
-Al menos no te has desmayado como hizo tu amiga. Me alegro de conocerte, Shirley. Jessica habla de ti y de Mack todo el tiempo. Y de los niños.
-¿Dónde andan, por cierto? Hemos traído regalos para ellos.
-Arriba, haciendo los deberes. Bajarán enseguida. ¿Queréis tomar algo?
-Un café -dijo él.
-Yo también.
Siguieron a Shirley hasta la cocina y charlaron sobre el negocio, mientras ella metía una bandeja en el horno.
Mack llegó quince minutos más tarde y, después de la sorpresa inicial al ver a Smith, se unió a la conversación.
Antes de cenar, Jessica sugirió que fuesen al garaje para mirar en las cajas donde guardaba las cosas de Tom. Pero hacía demasiado frío como para ponerse a investigar.
-Podemos venir mañana por ellas. Será mejor que las revise en casa, con tranquilidad.
-Muy bien. Creo que se me ha helado la nariz. ¿Sigue en su sitio?
-Vámonos, anda. Estás temblando.
Ricky y Megan, de siete y nueve años, estaban encantados con los juegos de ordenador que Smith les había llevado de regalo. Cenaron con los adultos, pero enseguida pidieron permiso para subir a su habitación.
Mack no sabía si debía hablar de Tom pero él lo animó. Después de todo, había sido su mejor amigo.
Jessica y Shirley limpiaron la mesa mientras le contaba anécdotas sobre una excursión de pesca que habían hecho cuando eran crios.
En la cocina, Shirley dejó de limpiar los platos y se volvió, mirándola con expresión preocupada.
-Jess, ten cuidado.
-¿Con qué?
-Con Smith. Él no es Tom.
-Lo sé. Se parecen muchísimo y tienen cosas en común, pero son completamente diferentes. Al principio me costaba trabajo, pero después de unos días empecé a verlo de otra forma. Es Smith, no un doble de Tom. Y es una persona maravillosa. Cálido, generoso y muy simpático. Además, no bebe.
-Al contrario que Tom.
-Así es -suspiró Jessica-. Smith no está luchando contra sus demonios, como él. No es un hombre inseguro ni amargado, y no le hace la vida imposible a nadie con su mal carácter.
-En otras palabras, es como si Tom hubiera vuelto... convertido en un hombre perfecto, ¿no?
Ese comentario golpeó a Jessica como una bofetada.
-¿Qué quieres decir?
-Solo te pido que tengas cuidado. No quiero que te haga daño. Recuerdo cuánto amabas a Tom y la agonía que pasaste para dejarlo. Y también recuerdo lo horrible que fue aquel último año para ti. Mira, Jessica, tú mereces ser feliz y...
-De verdad, esto no tiene nada que ver con Tom.
Shirley dejó escapar un suspiro.
-Perdona si me meto donde no me llaman. Pero es que me preocupo por ti, ya lo sabes.
-Y a mí me gusta que te preocupes, pero no tienes por qué hacerlo. Sé lo que hago, de verdad.
-¿Hasta dónde habéis llegado?
-¿A qué te refieres?
-No te hagas la inocente. Ese hombre está loco por ti. Podría verlo hasta un ciego.
-¿Tú crees?
-Lo sé.
-No nos hemos acostado juntos, si te refieres a eso -sonrió Jessica-. Pero estoy en ello.
Shirley decidió dejar el tema y se dedicaron a celebrar los beneficios que estaban consiguiendo con las ventas a Neimann Marcus. Después hablaron sobre otros materiales, otros diseños que Jessica tenía en mente...
No volvió a pensar en aquella conversación hasta que Smith y ella volvían al hotel.
«¿El viejo Tom convertido en un Tom perfecto?».
¿Explicaría eso su atracción por él? Smith no era perfecto, eso desde luego. Él también tenía problemas, pero la preocupación por encontrar a su verdadera familia no era nada comparado con la amargura de su marido. Y era testarudo. Eso era algo que los dos hermanos tenían en común. No hablaban de sus problemas, se los guardaban dentro.
Pero quizá eso formaba parte del carácter masculino. Durante años le había pedido a Tom que fuese a un psicólogo para hablar de sus cosas, pero se negaba. En lugar de eso, fue ella quien acudió a la consulta.
El psicólogo le dijo que las mujeres no tenían problemas para buscar ayuda cuando la necesitaban, pero los hombres eran otro asunto. De ahí muchos problemas de alcohol, drogas...
-Me gustan tus amigos -dijo Smith, interrumpiendo sus pensamientos.
-Gracias. Son buena gente. Siento que no hayamos podido abrir las cajas esta noche.
-No pasa nada. Iré mañana temprano y Mack me ayudará a meterlas en el coche.
Jessica pensó en una docena de cosas que podría decir o hacer para ponerlo nervioso. Pero no hizo nada.
-Hasta mañana -se despidió, moviendo seductoramente las caderas mientras entraba en su habitación.
Entonces echó un vistazo por la mirilla. Smith seguía clavado en el sitio.