Capítulo 3

 

Jessica abrió los ojos de golpe. Estaba absolutamente despierta. El problema era que no reconocía la habitación.

Nada le parecía familiar, pero en cuanto apartó el edredón, el dolor en la muñeca le recordó dónde estaba. Igual que la bata de hospital.

Entonces lo recordó todo. Smith Rutledge. El hombre que se parecía tanto a Tom. Y que se llamaba Smith de nombre, en lugar de apellido. Todo muy raro.

Encendió la luz y miró el despertador. Las ocho. ¿De la mañana o de la tarde?

Jessica miró alrededor. Los muebles eran de estilo español, las paredes estaban pintadas en color crema y el suelo era de baldosas color terracota.

El cabecero de la cama, de color amarillo pálido igual que las mesillas, era de madera muy clara, con un diseño de flores pintado en tonos verdes. Era el trabajo de un buen artesano. Un trabajo magnífico.

En ese momento se abrió la puerta de la habitación y entró una enfermera.

-Ah, ya está despierta. Iba a despertarla ahora mismo. El señor Rutledge no quería que se perdiese otra comida.

-¿Otra comida?

-Son casi las ocho y el señor Rutledge ha pensado que le gustaría cenar en la terraza. ¿Le apetece?

-Supongo que sí -murmuró Jessica-. Debo haber dormido tanto por los calmantes. Yo nunca tomo más una aspirina... Lo siento, no recuerdo su nombre.

La enfermera sonrió.

-Soy Kathy McCauley. ¿Quiere lavarse un poco?

-Sí, gracias.

Le temblaban un poco las piernas, pero consiguió apoyarse en el lavabo. Allí había un cepillo de dientes nuevo y un montón de cremas y productos de baño. Jessica se fijó en que también su neceser estaba allí.

-Rosa ha traído sus cosas de la caravana -le explicó la enfermera.

-¿Quién es Rosa?

-El ama de llaves. ¿Quiere que la ayude a cepillarse el pelo?

-Sí, por favor. Hacer cosas con la escayola me va a resultar difícil -suspiró ella, dejándose caer sobre un taburete forrado de raso.

-No se preocupe, enseguida se acostumbrará -sonrió Kathy.

-Me molesta no poder hacer las cosas por mí misma.

-Es normal, pero necesita unos días de descanso... Ya está. ¿Qué le parece?

Jessica se miró al espejo.

-Muy bien. Debería hacerse peluquera.

-Lo soy. Tengo tres hijas -rió la enfermera-. Espere, voy a traerle un albornoz. Por cierto, mientras estaba dormida he ido a comprar un par de vestidos de manga ancha para que no tenga problemas con la escayola. También he comprado zapatillas y un par de cosas más.

Cuando volvió, llevaba en la mano un camisón azul con bata a juego.

-Kathy, yo no puedo pagar eso. Pero si debe haber costado una fortuna... Prefiero ponerme una camiseta y un pantalón de deporte.

-No tiene que pagármelo. Lo he cargado a la cuenta del señor Rutledge. Tiene mucha suerte de que esté loco por usted. Además de guapísimo es el hombre más rico del valle. Y le aseguro que estas compras no han hecho mella en su cuenta corriente.

-¿Loco por mí? ¿De qué está hablando?

-Vamos, vamos... el pobre ha estado pegado a su cama hasta que volví de compras. Venga, póngaselo.

El camisón azul era como un sueño. Y la bata, con mangas de kimono y cuello cerrado, la hacía sentir elegante incluso con aquella estúpida escayola. Kathy insistió en que se pusiera un poco de colorete y brillo en los labios.

-¿Lo ve? Con un poquito de color está fabulosa. ¿Dispuesta a cenar?

-Más que dispuesta, hambrienta. ¿Usted va a cenar con nosotros?

-De eso nada -sonrió la enfermera-. Pienso dejarlos solos.

Smith Rutledge tenía los pies apoyados en la barandilla de la terraza. Al verlo, Jessica se sorprendió de nuevo. Era increíble. A Tom también le gustaba hacer eso. Solía regañarlo porque se estropeaba las botas... pero las botas de su marido no eran tan caras como las que llevaba Smith. Al oír sus pasos, él se levantó.

-Estás muy guapa.

Jessica tocó su trenza y se volvió hacia Kathy... pero Kathy había desaparecido.

-Gracias. No sé cuándo podré pagarte todo esto. Puede que tarde un poco. Mi negocio...

-¿Tienes problemas económicos?

-Me temo que sí. Acabamos de empezar.

-¿Acabamos?

-Mi socia y yo. Shirley Miles.

-Ah, de ahí el nombre de Bolsos Jessica Miles. Has combinado tu nombre y el apellido de tu socia.

-¿Cómo sabes lo de Jessica Miles?

-Pues... encontré una tarjeta cuando sacaba tus cosas de la caravana.

-Pensé que había sido Rosa.

-Las saqué yo. Rosa las llevó a tu habitación -explicó Smith, apartando una silla.

Que él hubiera estado mirando entre sus cosas la hizo sentir incómoda. Pero intentó disimular tomando un sorbo de zumo de naranja.

-Está muy rico.

-Gracias. Es de mi plantación de naranjos valencianos.

-¿No son naranjas autóctonas?

-Las autóctonas maduran antes, las valencianas en febrero y duran hasta abril o mayo. Es una pena que no puedas tomar pomelo. Los que quedan ahora en los árboles son muy dulces.

-Ya te conté lo de la alergia...

-Sí, lo sé. Pero se supone que el zumo de naranja hace que se asimile mejor el hierro de los alimentos... y cuanto más fresco, mejor. Así que tómatelo todo -sonrió Smith, sirviéndole una enorme porción de ensalada de espinacas-. Las espinacas contienen mucho hierro.

-Si me como todo esto, podrás levantarme con un imán.

-¿Me he pasado?

-Un poquito.

-Come lo que puedas y deja el resto. Ric llegará enseguida con el segundo plato.

Comer con la mano derecha le resultaba difícil. Y hacerlo con él mirándola, imposible.

-Es que me resulta incómodo... soy zurda.

-No te preocupes. Háblame de tu negocio. ¿Coma empezaste?

-Shirley y yo habíamos hablado de ello muchas veces. Eramos profesoras en el mismo instituto y queríamos ganar más dinero del que se gana en la enseñanza, así que decidimos abrir un negocio. Como yo solía diseñar mis propios bolsos, nos pareció que merecía la pena intentarlo.

-¿Eres profesora?

-Sí, de dibujo.

-¿Y has dejado el instituto?

-He pedido excedencia durante un año. Shirley tiene dos niños, así que decidimos que ella llevaría las cosas desde casa y yo me tiraría a la carretera.

-¿Para qué?

-Para buscar mercados. He visitado cientos de boutiques. Nuestro modelo ergonómico es el más solicitado...

-¿Modelo ergonómico?

Jessica sonrió.

-Es una idea que se me ocurrió cuando Shirley se hizo daño en la espalda. Hay otros en el mercado, pero yo creo que el mío es un buen diseño... además, cuesta más barato.

-¿Y los hacen en una fábrica?

-El marido de Shirley tiene una tapicería y su equipo es el que hace el trabajo. El bolso ergonómico está diseñado para que puedas meter de todo sin que pese demasiado. Así no te duelen ni los hombros ni la espalda.

-Qué interesante. Tendrás que explicarme cómo funciona.

-A tu novia le gustaría tener uno. Incluso puedo bordar su nombre o sus iniciales si quieres. ¿Prefieres tela vaquera o cuero?

-No tengo novia.

-¿Un hombre tan guapo como tú? -sonrió Jessica-. No me lo creo.

-Pues es verdad.

-¿Y qué tal tu secretaria o las chicas de tu oficina? Esos bolsos son un buen regalo de Navidad...

Smith levantó las manos en señal de rendición.

-De acuerdo. Quiero una docena.

-Ojalá todas las ventas fueran tan fáciles -rió ella.

-¿El negocio no va bien?

-No va mal, pero es difícil hacerse con una cartera de clientes. Sobre todo, para los bolsos de fiesta. Esos son los que dan más dinero. Son creaciones únicas que quiero vender en boutiques exclusivas y... -Jessica se mordió los labios-. Tenemos contratado un stand en la feria de Dallas para mediados de abril y debo terminar el inventario, pero no sé cómo voy a hacerlo con esta escayola.

-No te preocupes, todo se arreglará.

-Pero es que tenemos otro stand en Corpus Christi el fin de semana que viene y en Houston después de eso. Y, además, tengo que localizar a una mujer en Matamoros -dijo ella entonces, con expresión angustiada.

Un joven apareció en ese momento con una bandeja.

-Gracias, Ric. ¿Has terminado tu ensalada, Jessica?

Ella asintió, sorprendida al ver que casi se la había comido toda.

Ric sirvió el segundo plato y desapareció.

Era un filete de hígado encebollado.

-Mucho hierro, ¿eh?

-Según el médico, esto es lo que debes comer.

Ella odiaba el hígado, pero no quería insultar a su anfitrión. De modo que atacó el filete, tomando la mayor cantidad posible de puré de patatas para pasar el trago.

-Te agradezco mucho lo que estás haciendo por mí. Pero no te preocupes, me marcharé mañana.

-El médico ha dicho que no deberías conducir. Y no creo que puedas llevar la caravana con una mano escayolada.

-Podría quedarme en casa de Shirley...

-O podrías quedarte aquí.

-¿Durante seis semanas? No puedo hacer eso. Ni siquiera nos conocemos y...

-El vino también es bueno para la anemia. ¿Quieres una copa?

-No bebo, gracias.

-Yo tampoco suelo beber -suspiró Smith-. Háblame de Tom.

Jessica dejó el tenedor sobre el plato.

-El sí bebía.

-¿Tenía un problema con el alcohol?

-La noche del accidente había estado viendo un partido con sus amigos y... bebió demasiado. Por eso chocó contra un muro cuando volvía a casa.

-¿Murió?

Ella negó con la cabeza.

-Se lesionó la espina dorsal. Murió de neumonía un año después.

-Lo siento.

-Gracias -murmuró Jessica, intentando tomar otro bocado. Pero le resultaba imposible-. No puedo comer más.

-¿Ni siquiera el postre?

-Aunque fuera de chocolate.

-Creo que es un pastel de albaricoque. Ya sabes que los albaricoques son muy...

-Ricos en hierro -terminó ella la frase.

-Cuéntame más cosas de Tom. ¿A qué se dedicaba?

-¿Antes del accidente?

-Sí, claro.

-Tenía un taller de reparación de ordenadores en Bartlesville... allí es donde vivíamos. Era un genio de los ordenadores. Y también teníamos una granja con jardín y un pequeño huerto. Tom podía plantar cualquier cosa y crecía enseguida... incluso rosas. Teníamos un rosal precioso. Y le encantaba montar a caballo. No poder hacerlo fue para él... -Jessica no terminó la frase, ahogada por los dolorosos recuerdos-. Lo siento, pero estoy muy cansada. ¿Te importa si voy a mi habitación?

Smith se levantó.

-Perdona. Debería haberme dado cuenta de que todavía estás convaleciente. Pero, como puedes imaginar, estoy muy interesado en ese hombre que tanto se parece a mí. Deja que te acompañe.

Jessica no discutió. Estaba cansada, y hablar de Tom era lo último que deseaba hacer. Ya había sufrido demasiado.

-Espero que puedas perdonarme si te hago un par de preguntas más sobre tu marido. ¿Tenía familia?

-Su madre, murió hace varios años y su abuela tiene Alzheimer. Está en una residencia y ya ni siquiera me reconoce. A veces me llama Ruth... así se llamaba la madre de Tom.

-Ya veo. Espera, voy a llamar a Kathy.

-No hace falta, gracias.

-¿Segura?

-Segura.

Con desgana, Smith salió de la habitación. Ella sabía que deseaba hacer más preguntas sobre Tom, y era lógico. Pero estaba demasiado cansada y no quería recordar el pasado. Ya era suficientemente extraño mirar a Smith y ver a su difunto marido. Casi podrían haber sido hermanos gemelos.

Pero eran personas muy diferentes. Su forma de moverse, su comportamiento... era difícil describir las diferencias. Y pensar en ello hacía que le doliese la cabeza.

Smith se quedó mirando la fotografía en la pantalla del ordenador. La fotografía de Tom y Jessica. La había escaneado... de hecho, había escaneado toda la información que encontró sobre Jessica O'Connor Smith, incluso el carné de la biblioteca.

Usando el ratón, encontró la guía de teléfonos de Bartlesville y buscó a Shirley Miles y Tapizados Miles. Ambos existían. De modo que, si estaba intentando estafarlo, tenía montada una buena intriga.

Pero cuanto más la conocía, menos podía creer que fuese una timadora. Parecía una persona seria y decente.

De nuevo volvió a sacar la fotografía.

-¿Eres mi primo? -murmuró-. ¿Podrías ser... mi hermano? Te llamas Smith. Yo me llamo Smith. ¿Cuál es la conexión?

Su madre le había dicho que le puso ese nombre por una película en la que el guapísimo protagonista se llamaba así. Pero, ¿sería cierto? Smith se quedó pensativo. ¿Su hermano? Se suponía que su hermano era Kyle Rutledge. Pero no lo era.