Capítulo 14

 

-¿Nervioso? -le preguntó Jessica mientras conducían por la avenida Highland. El domingo por la tarde era un día tranquilo en aquella zona de Dallas.

-Como diría mi abuelo Pete, estoy más nervioso que un pavo en Navidad. No sé cómo van a reaccionar mis padres. Solo les he dicho que venía a ir a verlos con una persona.

-Todo va a salir bien. Ya lo verás.

-Eso espero.

Cuando llegaron frente a la mansión de ladrillo visto, se le hizo un nudo en la garganta.

-¿Creciste aquí? -preguntó Jessica.

-Es muy diferente de la casa en la que vivió Tom, ¿no?

-Es una casa preciosa, Smith. No tienes por qué sentirte culpable. Deberías estar orgulloso.

-Y lo estoy. He sido muy feliz aquí. Kyle y yo construimos una casa encima de un árbol, como todos los demás niños. Y mi madre siempre estaba preocupada de que nos rompiéramos el cuello.

-Como todas las madres.

Suspirando profundamente, Smith salió del coche. Unos segundos después, su madre abría la puerta con una sonrisa en los labios.

-¡Smith! -exclamó, abrazándolo.

-Hola, mamá.

-Hijo -lo saludó su padre.

Cuando Smith iba a darle la mano, el hombre lo abrazó, dándole palmadas en la espalda.

-Hola, papá.

-Me alegro mucho de tenerte en casa.

-Ay, perdona -dijo su madre entonces, mirando a Jessica-. Estamos tan contentos de ver a Smith, que se nos han olvidado las buenas maneras.

-Mamá, papá -dijo él entonces, poniendo un brazo sobre sus hombros-. Os presento a Jessica, una persona muy especial para mí.

-Señora Rutledge... doctor Rutledge -los saludó ella.

-Estamos encantados de conocerte, Jessica. Pero llámanos Sarah y TJ. En esta casa somos poco dados a las formalidades, especialmente desde que mi marido se retiró. Qué pena que Kyle y Irish no estén aquí... Pero el niño solo tiene diez días y no paran los pobres. Tenéis que ir a verlos, Joshua es una monada.

Jessica sonrió.

-Parece que les gusta ser abuelos.

.Nos encanta -rió T.J.-. Vamos a mimarlo todo lo que podamos.

-Eso está muy bien.

-Por cierto, tu madre ha hecho café y pastel de chocolate, hijo.

-¿El de nueces, mamá?

-El de nueces. Vamos a cortarlo.

-Espera un momento. Antes quiero enseñaros algo.

Sus padres se miraron sin decir nada. Fueron al salón y Smith sacó del maletín la fotografía de Tom y Jessica. Después sacó otros papeles que colocó sobre una mesa de caoba.

Sarah tomó la fotografía.

-Aquí pareces más joven. No sabía que os conocierais...

-No soy yo, mamá. Es Tom Smith, el difunto marido de Jessica. Murió hace dos años.

Sarah tomó la mano de su marido, que la ayudó a sentarse en un sillón.

-¿Qué significa esto, hijo?

-Es la hora de la verdad, papá -dijo Smith, señalando los documentos-. Esta es la partida de nacimiento de Tom y esta es la mía... Estas son copias de informes médicos de la familia. Este es mi grupo sanguíneo... lo he estudiado todo a fondo. La semana pasada recibí los resultados de las pruebas de ADN que definitivamente me emparentan con una mujer llamada Lula Smith. Está en una residencia de Oklahoma. Era la abuela de Tom... y la mía también, creo. Está claro que soy adoptado. Tom Smith era mi hermano mellizo, ¿no?

Sarah se puso a llorar y T.J. intentó consolarla.

-¿Esto era necesario? Mira el disgusto que le estás dando a tu madre.

-Es necesario, papá. Os quiero muchísimo, pero necesito saber la verdad.

Su madre levantó la cabeza.

-Había jurado sobre una Biblia no decírtelo nunca, hijo. Ella no quería que lo hiciera. Y tú eras tan pequeñito... Si no te hubiera dejado con nosotros, habrías muerto. Así que lo juramos.

-¿A quién?

-Deja que te cuente la historia -dijo su padre en ese momento, aclarándose la garganta-. Yo estaba en Saint Louis entonces. Kyle tenía dos años y tu madre estaba embarazada, pero perdió al niño en el parto y se quedó destrozada. En la habitación de al lado había una mujer que acababa de tener mellizos.

-¿Es esta? -preguntó Smith, mostrándole una fotografía de Ruth.

-Sí. Esta es. No estaba casada y vivía de la beneficencia... en fin, uno de los niños estaba sano y el otro, tú, tenía un problema de corazón. Yo sabía que necesitarías muchos cuidados, una operación... en fin, mucho dinero para el tratamiento. Sabiendo que nosotros podríamos cuidar de ti, esa mujer aceptó que te adoptásemos.

-Para ella fue muy duro abandonarte -dijo Sarah entonces-. Pero sabía que no podría cuidar de los dos niños. Se le partió el corazón, por eso nos hizo jurar sobre la Biblia que nunca te diríamos nada. Y nos hizo prometer que te llamaríamos Smith. Yo quise romper ese juramento muchas veces, pero... que Dios me perdone por romperlo hoy.

-¿Por qué no adoptasteis también a Tom?

-Queríamos hacerlo, pero ella no lo permitió. No podía separarse de los dos niños. Al día siguiente del parto se marchó del hospital sin dejar una dirección, y nunca más volvimos a saber nada de ella.

-¿No os contó quién era mi padre?

-No nos contó nada. Ni siquiera de dónde era.

Smith dejó escapar un largo suspiro. Sentía como si le hubieran quitado un enorme peso de encima.

-Entonces, ¿esa es toda la verdad?

-Toda la verdad -dijo su padre.

-Mamá, te quiero mucho. Y quiero que lo sepas. No podría haber tenido una madre mejor.

Sarah empezó a llorar de nuevo.

-Yo te quiero muchísimo, Smith. Y no verte en tres años sin saber por qué...

-Prometo que, a partir de ahora, me veréis más -sonrió él, abrazándola-. ¿Dónde está ese pastel de chocolate?

-Voy por él ahora mismo.

-La acompaño -dijo Jessica-. Por cierto, me encanta el color de las paredes. Nosotros teníamos...

Cuando salieron del salón, su padre y él se miraron.

-¿Corrió localizaste a Jessica?

-No la localicé. El destino la puso en mi camino y le doy las gracias por ello. Es una persona maravillosa y estoy muy enamorado. Os contaremos nuestro extraño encuentro mientras tomamos el pastel... Por cierto, papá, me alegro mucho de estar en casa.

-Y yo, hijo. ¿Vais a casaros?

-Aún no se lo he pedido, pero pienso hacerlo. Es por ella por quien he vuelto a casa. Yo estaba siendo muy testarudo y Jessica me convenció.

-Entonces, ya la quiero -rió su padre, pasándole un brazo por los hombros-. No puedo decirte cuánto te hemos echado de menos.

Pasaron toda la tarde con sus padres y después fueron a ver a Kyle y a su familia. A Jessica le cayeron bien inmediatamente. Los dos hermanos desaparecieron en una habitación y volvieron poco después. Kyle tenía una sonrisa en los labios.

Sabía que Smith le había contado que era adoptado porque veía una gran paz reflejada en su rostro.

Estuvieron allí una hora y prometieron volver lo antes posible.

-Estoy agotado -dijo Smith cuando volvían al hotel.

-Pero contento.

-Pero contento, sí -sonrió él-. Gracias.

-¿Por qué?

-Por hacerme volver a casa. Y por devolverme a mi familia.

-Lo has hecho tú, no yo.

Smith la besó en los labios.

-No sabes lo especial que eres para mí.

A la mañana siguiente fueron a visitar al abuelo Pete.

Jessica soltó una carcajada al ver las dos tiendas indias al lado de la casa.

-¿Qué son, habitaciones para invitados?

-Aunque no te lo creas, lo son. A veces mi abuelo duerme aquí -sonrió Smith-. ¡Abuelo! ¿Dónde te has metido?

-No hace falta que grites, hijo. Estoy aquí.

Un hombre de pelo blanco asomó entonces en el porche. Llevaba dos trenzas y un viejo peto vaquero. Abuelo y nieto se fundieron en un fuerte abrazo.

-¿Quién es esta chica tan guapa?

-Jessica O'Connor Smith, abuelo. La luz de mi vida.

Ella sonrió.

-Encantada de conocerlo. He oído hablar mucho de usted.

-A mí no me llames de usted. Llámame Cherokee Pete, como todo el mundo. Me gustas, Jessica. Y a mi hija también, por lo visto. A ver, te ofrezco un trato: si te casas con mi nieto, te doy diez millones de dólares el día de la boda.

Jessica soltó una carcajada.

-¿Tantas ganas tienes de casarlo?

-Desde luego.

-Lo dice en serio -dijo Smith entonces-. ¿Qué te parece? Diez millones son diez millones.

-Pero...

-Ya te lo explicaré más tarde. Abuelo, ¿por qué no le enseñas tu serpiente de cascabel?

-Ahora mismo. Pero esta es nueva... la otra se me murió. ¿Quieres que te enseñe mi colección de flechas?

Jessica adoraba a Cherokee Pete. Incluso le gustaron los chiles picantes que les sirvió para almorzar. No le apetecía marcharse, pero habían quedado con Shirley y Mack en el aeropuerto de Dallas a las seis, de modo que tuvieron que despedirse.

-Es todo un personaje, ¿eh?

-No hay nadie como él -rio Smith-. Siempre ha sido muy especial para mí.

Llegaron al aeropuerto a las seis menos cinco y, después de recoger a Shirley y Mack, fueron al hotel para cambiarse de ropa. Smith los invitó a cenar en un restaurante de cinco tenedores y brindaron con champán por el éxito de la empresa de bolsos Jessica Miles.

-Hemos llegado mucho más lejos de lo que imaginábamos. No puedo creer que mañana vayamos a firmar un contrato con Neimann Marcus.

-Yo tampoco -rió Shirley-. Y, como contable de la empresa, debo decir que somos un éxito. Todo gracias a ti, Jessica.

-Más bien a los contactos de Smith.

-Yo creo que el campo estaba abonado -rió él-. Los bolsos son una maravilla. Incluso he pensado comprar uno para mí...

-Tonto.

-Brindemos por el éxito.

Jessica sacó entonces dos cajas envueltas en papel dorado con una cinta azul.

-Por ser tan buenos amigos. Siempre habéis estado a mi lado en los momentos difíciles y os quiero mucho.

-Pero esto... -empezó a decir Shirley-. Si mi cumpleaños no es hasta octubre.

Ambos se miraron, atónitos, al comprobar que eran dos relojes de oro. Rolex, ni más ni menos.

-¡Jessica! Esto es demasiado...

-No son verdaderos. Son una imitación que Smith compró para mí en Matamoros. Mirad, yo tengo otro. ¿A que parecen auténticos?

-Gracias -dijo Mack, incrédulo-. ¿Estáis seguros de que...?

-Son una copia, de verdad. Diles que son falsos, Smith.

Él les guiñó un ojo.

-Son falsos.

-¿Por qué has guiñado el ojo? Smith Rutledge, ¿estos relojes son auténticos?

-No pienso decirlo.