Capítulo 12
El aroma a café recién hecho despertó a Jessica. Alargó la mano para buscar a Smith, pero él no estaba en la cama.
-Buenos días, dormilona -la saludó él cuando entró en la cocina-. Es hora de volver a la civilización. ¿Cómo te gustan los huevos?, ¿revueltos?
Aún medio dormida, ella enredó los brazos alrededor de su cintura y apoyó la cara en su espalda.
-No quiero huevos. Necesito un café. ¿Tenemos que volver a Harlingen?
-Me temo que sí, Cenicienta. Tienes que llevar un negocio y yo también. Y esta tarde tienes sesión de fisioterapia.
-Yo creo que ya no necesito fisioterapia. Ahora uso mucho mejor la mano, ¿ves? -rió Jessica, metiendo la mano en su bragueta.
-¡Por favor, Jess! Si empezamos así... se me quemaran las tortillas y llegaré tarde a la reunión.
-¿Qué reunión?
-¿Por qué no te duchas rápidamente? Cuando vuelvas, tendrás el desayuno preparado.
Un poco sorprendida por su actitud, Jessica tomó una taza de café y volvió a la habitación. ¿Desde cuándo le importaba más si se quemaban unas tortillas que hacer el amor con ella? Pero había mencionado una reunión... quizá era importante.
Smith estaba sirviendo los huevos revueltos en el plato cuando entró de nuevo en la cocina.
-Esto tiene buena pinta. ¿Sabes cocinar? -rió ella, abrazándolo.
-Cuidado, vas a quemarte. Y no sé cocinar, solo sé hacer huevos revueltos o fritos. También sé abrir latas, claro. Siéntate, anda. ¿Quieres mermelada?
-No, gracias.
Desayunaron mirando el mar y Jessica deseó estar de nuevo en el barco, en lugar de tener que volver a Harlingen.
-¿Cómo puedes marcharte de aquí? Yo viviría en esta playa toda la vida.
-A veces me resulta difícil, pero me recuerdo a mí mismo que hasta el paraíso resulta aburrido si te quedas mucho tiempo. Así lo disfruto más.
-Quizá podríamos volver el próximo fin de semana.
-Tienes que irte a Dallas, ¿recuerdas? Para la feria.
-Ah, sí, es verdad. Y tengo un millón de cosas que hacer. ¿Vendrás a Dallas conmigo?
-Lo siento, pero no puedo. Tengo una reunión del consejo de administración y he de preparar muchos papeles.
-Ah, claro -murmuró ella, sintiéndose culpable. Estaba dejando el trabajo a un lado por su culpa.
Desde que llegó a Harlingen, el pobre apenas pisaba la oficina. Y una empresa como la suya no se dirigía sola.
-¿Has hecho la maleta?
-Sí, ya está todo listo.
-Estupendo -sonrió Smith-. Puedes dejar los platos en el fregadero. La criada llegará dentro de media hora.
Si Jessica había visto cómo Smith se animaba en la isla, vio que ocurría justo lo contrarío al volver a Harlingen. Cuanto más se acercaban, más serio se ponía.
Apenas había podido sacarle dos palabras. Era muy amable, como siempre. Smith siempre era amable. Pero empezaba a estar... distante.
Y los pararon por exceso de velocidad. Afortunadamente, conocía al policía y solo recibió una mirada de reprimenda.
Parecía tener una prisa enorme por llegar a casa. Cuando Jessica lo mencionó, su única respuesta fue:
-Cuando tengo cosas en la cabeza, suelo pisar el acelerador sin darme cuenta. Perdona.
-¿Puedo hacer algo?
-No.
Cuando llegaron a casa, recibió una tremenda sorpresa: él dejó la maleta en la puerta de su dormitorio. Jessica pensaba que iban a dormir juntos, pero... no era así.
Y eso le dolió. Iba a decírselo, pero no se sentía tan desinhibida como el día anterior. Había una barrera entre ellos.
-Tengo que irme a la oficina -dijo Smith, mirando su reloj-. Seguramente estaré liado todo el día. Ric te llevará a la sesión de fisioterapia.
-No necesito que me lleve nadie. Puedo ir yo sola si no te importa prestarme uno de tus coches. O puedo alquilarlo.
-No hace falta que lo alquiles, Jessica. Tengo un garaje lleno de coches, así que puedes elegir el que quieras. Yo creo que el BMW es el más fácil de maniobrar. ¿Necesitas algo más?
Sorprendida por el cambio de actitud, ella lo miró, atónita.
-No -dijo por fin-. No necesito nada. Smith Rutledge desapareció como alma que lleva el diablo.
-Hablando de Jekyll y Hyde...
Quizá se parecía más a Tom de lo que había creído. Tom siempre fue un poco distante, pero ella sabía cuándo estaba de mal humor y lo dejaba en paz. Enfrentarse con él era lo peor que podía hacer. Quizá Smith era de la misma forma.
Eso la preocupó.
No, no podía creer que fuese como Tom. Algo lo preocupaba. El negocio, seguramente.
Unos minutos después, fue al taller donde Juanita y otras dos mujeres estaban trabajando.
A la hora de comer ellas se fueron y Jessica se quedó diseñando nuevos modelos.
Pero no hizo mucho. No podía dejar de mirar por la ventana, recordando la isla, el barco, el viento en la cara y las manos de Smith sobre su cuerpo.
-¿Señorita Jessica?
Rosa estaba frente a ella con la bandeja del almuerzo en la mano.
-Ah, gracias.
-Tiene que comer algo.
-Creo que comeré al lado de la piscina.
Iba a tomar la bandeja, pero el ama de llaves insistió en llevarla.
-Ya no me duele la muñeca. Puedo hacerlo yo.
-El señor Rutledge me ha dicho que cuide de usted y pienso hacerlo.
-Muy bien. De acuerdo.
Comer sola al lado de la piscina no fue nada divertido. Jessica tomó un poco de ensalada y después fue a cambiarse para la sesión de fisioterapia.
La casa estaba en silencio cuando volvió. En la cocina, Rosa limpiaba judías para la cena. Intentó ayudarla, pero el ama de llaves se negó en redondo.
Intento trabajar, pero estaba inquieta. Y era demasiado temprano para llamar a Shirley, que seguiría en el instituto.
Mel. No había hablado con él en siglos. Animada por la idea de hablar con su padre adoptivo, llamó a Florida.
Pero Mel estaba jugando al dominó con sus amigos y no volvería hasta la noche, le contó su nuera.
Sintiéndose sola, paseó por la plantación y después fue a los establos. Río apenas le prestó atención, pero Dulce, la yegua, relinchó al verla.
-Hola, guapa. Siento no haberte traído nada. Solo he venido a charlar. ¿Te apetece?
Dulce levantó la cabeza como si entendiera. Riendo, Jessica acarició su nariz. Después empezó a cepillarla, charlando sobre unas cosas y otras, sobre todo de Smith y de lo raro que estaba.
-Los hombres son muy raros, ¿verdad?
Dulce movió la cola, mirándola con unos ojos en los que casi podía leer: «Ya te digo».
Media hora después soltó el cepillo.
-Gracias, Dulce. Ahora me siento mucho mejor. Y espero que podamos charlar en otro momento.
Era casi la hora de la cena cuando volvió a casa.
-Ha llamado el señor Rutledge -le dijo el ama de llaves con expresión compungida-. No puede venir a cenar, así que Ricardo le servirá cuando usted diga.
-Gracias, Rosa. Voy a lavarme un poco.
Aunque llevaba años comiendo sola, Jessica se dio cuenta de que se había acostumbrado a tener compañía. La compañía de Smith. Y la comida le supo a cartón.
No solo no fue a cenar, sino que no había llegado a casa cuando se puso el pijama. Ni a medianoche.
Por la mañana, Rosa le dijo que se había marchado muy temprano. Y aquella noche tampoco fue a cenar.
-Es que tiene mucho trabajo. Problemas con la empresa y reuniones, ya sabe.
Al menos podría llamarla, pensó Jessica. O entrar en su habitación para darle un beso.
Pero quizá esa era su forma de decirle adiós. Quizá lo que habían compartido el fin de semana fue más importante para ella que para él. No estaba acostumbrada a aquel tipo de aventura. No conocía las reglas. Tom era el único hombre con el que se había acostado y su vida sexual era... bastante rutinaria.
Smith estaba a años de luz de ella en cuanto a experiencia. ¿Las cosas que le dijo al oído serían solo frases hechas? ¿Los días que pasaron en la isla Padre habrían sido solo un revolcón para él? Estaba muy confusa. Y dolida.
Quería pensar que estaba preocupado por su negocio, quería concederle el beneficio de la duda. Pero no pensaba mantener otra relación con un hombre que la volviese loca ni que la hiciera cuestionarse su propio valor.
Al día siguiente hablaría con Smith sobre sus sentimientos. Y si él no le contaba qué estaba pasando, se marcharía. Montaría en su caravana y se iría de allí.
Aquella noche durmió abrazada a la almohada. Pero despertó al ver una figura oscura al lado de la cama.
-¿Smith?
-Perdona que te haya despertado. Duérmete, Jess.
Antes de que ella pudiera responder, se había ido.
Jessica miró el despertador. Las dos de la mañana. ¿Qué demonios estaba pasando?
-¡Ya está bien de tonterías! -exclamó, apartando el edredón.
Llamó a la puerta de su dormitorio y entró sin esperar respuesta. Smith no estaba allí, pero oyó el grifo de la ducha.
Cargando en esa dirección, iba murmurando para sí misma lo que pensaba decirle. Lo acla-rararían todo inmediatamente, aquella misma noche. En el cuarto de baño si era necesario.
Desnudo, empapado y atónito, Smith se quedó mirándola sin decir nada. Su miembro estaba erguido y, al verlo, se despertó en ella un deseo inmediato. Tanto, que olvidó la urgencia de su misión.
«¿Por qué voy a desperdiciar este momento?», se dijo a sí misma.
-No entres en la ducha, Jessica.
-¿Por qué no?
-Porque... vas a quedarte helada -suspiró Smith, cerrando el grifo.
-Tenemos que hablar.
-Es tarde. ¿Por qué no hablamos por la mañana?
-Mañana tendrás otra reunión y quiero hablar ahora. Bueno... quizá dentro de unos minutos. ¿Por quién estás tan caliente? -murmuró Jessica, envolviéndolo seductoramente en una toalla.
-Jess, por favor... No hagas eso, cariño.
Pero volvió a hacerlo, restregándose contra él.
-Dime por quién estás tan caliente.
Smith la besó entonces con un ansia que le dejó las rodillas temblorosas.
-Por ti, tonta. Es por ti por quien estoy caliente. Me estás matando, Jess. Que Dios me ayude, no puedo borrarte de mi cabeza.
Después la tomó en brazos y se dirigió a la cama.
Y, entonces, los dos se volvieron locos.
Jessica se despertó a las siete de la mañana en la cama de Smith. Sola.
Otra vez sola. Y no habían hablado mucho. Desde luego, no hablaron de lo que tenían que hablar. Y era evidente que Smith intentaba evitarlo.
Suspirando, se levantó de la cama y fue a su habitación. Pero estaba decidida: antes de que terminase el día iba a hablar con él. Evidentemente, el problema no era que se hubiese cansado. La noche anterior no parecía cansado en absoluto. Pero pasaba algo. Algo muy raro. No se creía la historia de las reuniones.
Intentando olvidarse del asunto, trabajó con las costureras toda la mañana. Eligió los bolsos que llevaría a la feria y, cuando todos estaban guardados en cajas, fue a la cocina para tomar un vaso de agua.
Pero Rosa tenía otro mensaje para ella:
-El señor Rutledge no vendrá a cenar.
El anuncio fue como un jarro de agua fría. Pero ya estaba harta de aquel juego.
-Muy bien. Entonces tampoco me quedo yo a cenar.
Después de la sesión de fisioterapia, fue a la peluquería para cortarse las puntas y hacerse la manicura.
Más tarde se fue de compras, cenó en un restaurante chino y fue al cine a ver la última película de Mel Gibson. Eran casi las doce cuando llegó a casa.
Smith estaba esperando en la puerta.
-¿Dónde demonios has estado?
Jessica parpadeó, atónita.
-¿Perdona?
-¿Dónde has estado? -repitió él. Casi le salía humo de las orejas.
-Por ahí.
-¿Dónde?
-Tenía reuniones -contestó Jessica, intentando entrar. Pero él le bloqueaba el paso.
-¿Qué demonios significa eso? ¿Qué has estado haciendo?
-¡Maldita sea, Tom, yo no tengo que darte explicaciones!
Smith se puso pálido.
-No soy Tom. El está muerto. Soy Smith. ¡Soy Smith!
-Lo sé...
-Acabas de llamarme Tom. ¡Y yo no soy Tom! Nunca seré Tom. Llevo dos horas esperándote, temiendo que hubieras sufrido un accidente o... yo qué sé, algo peor.
Después de eso, salió de la casa dando un portazo.
Jessica apretó los labios, pálida. ¿Por qué le había llamado Tom? Quizá se le escapó al oírlo gritar. Incluso antes del accidente, su marido era paranoico sobre lo que hacía o dejaba de hacer.
Después fue mucho peor. Tener que darle explicaciones de cada uno de sus movimientos, la volvía loca. Y no volvería a pasar por eso. De ninguna manera.
«Se acabó. Me marcho».