Capítulo 5

 

Era como si se le hubiese caído la casa encima. ¿Cómo podía ser?

-¿Qué ocurre? -preguntó Jessica.

-El dieciséis de junio es mi cumpleaños. Y tengo treinta y siete.

-Pero, entonces, Tom y tú seríais...

-Mellizos -dijo Smith, con los labios apretados-. Dame la fecha exacta del accidente y de la muerte de Tom.

Sabía que Jessica tendría preguntas que hacer, pero no estaba preparado para hablar. Antes tenía que digerir todo aquello. Y comprobar los datos. Smith Rutledge no era ningún tonto.

Sin embargo, mientras se dirigía al ordenador, sabía... sabía. Había sabido siempre que parte de su vida estaba perdida.

No tardó mucho en verificar que Thomas Edward Smith murió en Oklahoma. Después de un par de llamadas, recibió un correo electrónico con la esquela que apareció en el periódico de Bartlesville, en el que nombraban a su viuda, Jessica O'Connor Smith, y a su abuela Lula Jane Smith. Un tal Mack Miles había sido el portador del féretro.

Un artículo publicado sobre el accidente mostraba una motocicleta destrozada y mencionaba que Thomas Smith volvía de una fiesta en casa de sus amigos. Y el muy imprudente no llevaba casco.

Smith, con la cabeza entre las manos, lanzó una maldición. Él también tuvo un accidente de moto... cuando Kyle se casó. Un conductor borracho lo echó de la carretera, pero él llevaba casco. A él no le pasó nada, pero Tom se había roto el cuello y lo llevaron a un hospital de Tulsa en estado muy grave.

Durante varios minutos, Smith se quedó mirando por la ventana, observando cómo el viento movía las ramas de los árboles. Pensaba, le daba vueltas a la información, intentando encontrarle sentido.

Si Tom y él eran hermanos, ¿por qué los separaron?

Maldijo a sus padres por no decirle la verdad. Si lo hubiera sabido diez años antes... si se lo hubieran dicho unos días antes del accidente, Tom podría estar vivo. Y su vida habría sido diferente.

Por fin volvió a la pantalla del ordenador y buscó otro artículo en el periódico de Bartlesville: el anuncio de la boda de Tom y Jessica. En él mencionaban que ella había ganado el premio de profesora del año.

El último artículo fue publicado dos años antes: los profesores del instituto habían organizado una tómbola con objeto de recaudar dinero para pagar los gastos médicos de Tom.

¿Una tómbola? Por Dios bendito. Cuando él podría haber pagado todas las facturas... Smith se levantó y salió del estudio.

Si Jessica estaba sorprendida, podía imaginar lo que sentía Smith.

Hubiera deseado consolarlo, hablar con él, pero si se parecía a Tom, no agradecería ese gesto. Quizá era un rasgo típicamente masculino, pero su marido nunca hablaba de las cosas que lo preocupaban. La dejaba fuera. Salía de la casa y bebía para olvidar. Bebía mucho. Por eso lo dejó.

Si Smith hubiera sido un hombre dado a la bebida se habría emborrachado. En lugar de eso, ensilló a Río y cabalgó durante toda la mañana. Después subió al gimnasio que había instalado encima del garaje y estuvo levantando pesas hasta que no pudo más.

Con la cabeza a punto de explotar, bajó a la piscina y, después de desnudarse, se tiró al agua de cabeza.

Jessica, detrás de la cortina, lo observaba nadar. Llevaba veinte largos y no parecía tener ganas de dejarlo.

Había estado a punto de salir a tomar el sol cuando lo vio quitarse los pantalones y lanzarse al agua. Como profesora de dibujo, licenciada en arte y mujer casada, el cuerpo desnudo de un hombre no le resultaba nada extraño, pero Smith no era cualquier hombre. Tenía el cuerpo de un atleta griego.

Duro, musculoso, magnífico.

Debería haberse dado la vuelta, pero no lo hizo. Hipnotizada por el cuerpo bronceado, se quedó mirando mientras se desnudaba y se tiraba al agua. El no la había visto, de modo que dio un paso atrás y quedó medio escondida por la cortina.

Aunque tenían un cuerpo parecido, había una gran diferencia entre el cuerpo de Smith y el de Tom. Jessica no recordaba sentirse tan... excitada por el cuerpo de su marido, ni siquiera durante los primeros meses del matrimonio. Verlo desnudo le producía una quemazón en el vientre... Ese pensamiento hizo que se pusiera colorada. Se estaba excitando solo con mirarlo.

Sintiéndose como una mirona, salió de la habitación. Las cosas eran demasiado complicadas y, cuanto antes se fuera de aquella casa, mejor.

Tenía cosas urgentes que hacer en Matamoros.

Jessica no volvió a ver a Smith hasta el día siguiente, en la piscina. Aunque fue amable con ella, apenas dijo una palabra mientras desayunaban.

Cada vez que lo miraba, recordaba su cuerpo desnudo; de modo que intentaba no mirarlo.

Pero eso no la ayudó nada. ¿No había estado toda la noche obsesionada con él?

Aquello era ridículo. Solo debía anunciarle que tenía trabajo y marcharse de allí.

Pero no podía hacerlo. En lugar de eso, comía su tortilla francesa sin decir nada.

Cuando terminaron de desayunar, Smith sirvió café para los dos.

-He verificado...

-Me marcho -dijo Jessica al mismo tiempo.

-Perdona. Sigue.

¿Por qué estaba tan nerviosa? Ella nunca había tenido ningún problema para expresarse.

-Iba a decir que, aunque agradezco todo lo que has hecho por mí, tengo mucho trabajo y debo irme hoy mismo. Tengo que...

-No -la interrumpió Smith.

-Tengo que irme. Tengo que ir a Matamoros inmediatamente. Es muy importante que me entreviste con una mujer que vive allí.

-No puedes conducir.

-Puedo contratar a un conductor. Ayer hice un par de llamadas y...

-¿Por qué es tan importante que hables con esa mujer?

-Es la señora López, una mujer que solía trabajar en la tapicería de Mack. Ella es la que borda las lentejuelas en los bolsos y hace un trabajo delicadísimo. Necesito encargarle varios más. El problema es que se ha cambiado de casa y no he podido ponerme en contacto con ella ni por teléfono ni por correo electrónico. Estoy segura de que alguno de sus vecinos en Matamoros podrá decirme dónde está.

-Si tienes que ir, yo te llevaré. Matamoros es una ciudad grande y nada segura para una mujer sola.

-Pero supongo que tendrás cosas más importantes que hacer que llevarme allí.

-No tengo nada que hacer. ¿Cuándo nos vamos?

Jessica miró su reloj.

-¡Maldita sea!

-¿Algún problema?

-Se me ha parado el reloj.

-¿Necesitas una pila nueva?

-Probablemente, pero una pila costaría lo mismo que un reloj nuevo. Tendré que comprar otro.

-Puedes hacerlo en la frontera con México. ¿Estarás lista en una hora? Suspirando, ella aceptó. -Puedo estar lista en quince minutos.

Hablaron sobre Tom durante el viaje hasta la frontera. Smith quería conocer todos los detalles de su vida.

-¿Tus padres no te dijeron que tenías un hermano mellizo? Me pregunto por qué no os adoptaron a los dos.

Jessica vio que Smith apretaba el volante con fuerza.

-No me dijeron nada. Ni siquiera sabía que había sido adoptado hasta hace tres años. Y mi familia sigue sin admitir que Sarah Rutledge no es mi madre.

-¡Por Dios bendito! Qué horror. ¿Cómo averiguaste que ella no era tu madre natural?

Smith le contó la historia.

-Pero ni siquiera, teniendo pruebas irrefutables, quisieron decirme la verdad.

-¿Tus padres te maltrataron?

-No, por Dios. Fueron unos padres maravillosos. Nunca he dudado de que me querían tanto como a Kyle, y nos criaron sin hacer diferencia alguna. Tuve una infancia maravillosa... todo lo que un niño hubiera podido desear.

-Pues entonces dale gracias a tus padres, Smith. Te lo aseguro, es terrible para un niño criarse en una casa en la que no recibe amor. Tom y yo te habríamos cambiado el sitio sin dudarlo. Por la razón que sea, tus padres quieren mantener en secreto que eres adoptado, pero eso ya es historia. Olvídalo. Como mi padre adoptivo me dijo una vez: «mirar atrás demasiado solo te dará dolor de cuello».

-Suena como mi abuelo Pete... siempre tiene un dicho para cada ocasión.

Jessica iba a replicar, pero se lo pensó mejor. Smith tenía una herida en el corazón, estaba claro. Y tardaría tiempo en curar.

Viajaron en silencio durante varios kilómetros. Evidentemente, estaba resentido con sus padres, pero no podía decir nada que lo hiciera sentir mejor. ¿Por qué los hombres eran tan testarudos?

Pronto llegaron a Brownsville y cruzaron el puente sobre Río Grande para llegar a México. Aunque Brownsville y Matamoros estaban pegadas la una a la otra, evidentemente habían llegado a otro país. Además de que los carteles estaban en español, la ciudad tenía un aire completamente diferente.

Y como no sabía dónde iba, Jessica se alegró de que Smith la hubiese acompañado.

Según dejaban las calles principales, las casas se hacían más viejas hasta convertirse en casuchas con techo de uralita.

-La gente viene aquí desde el interior de México, donde las condiciones de vida son todavía más precarias y construyen una casa con los materiales que encuentran. Si viven aquí durante cinco años, la parcela pasa a ser propiedad suya.

Smith paró delante de una tienda donde había varios hombres congregados y preguntó cómo llegar a la dirección que Jessica llevaba anotada en un papel.

-Está en la siguiente manzana.

-Ah, qué suerte hemos tenido -sonrió ella.

Pero la señora López ya no vivía allí. Su hijo se había mudado a otra ciudad y ella estaba viviendo con su hija en otra zona de Matamoros. Cuando por fin la localizaron, la mujer se alegró muchísimo de que Jessica quisiera contratarla. Por las condiciones de su casa, era evidente que apenas ganaba lo suficiente para vivir. Con Smith como intérprete, llegaron a un acuerdo económico por los bordados. Jessica le dejó las cajas de material y también un adelanto por el trabajo, quedando de acuerdo en cómo y cuándo le haría saber que el producto estaba terminado.

Cuando se alejaban de la casa, ella dejó escapar un suspiro.

-Recuérdame que no vuelva a quejarme por lo que gano. ¿Cómo sobrevive esta gente?

-Lo pasan mal -dijo Smith-. El dinero que la señora López gane con los bordados servirá para toda la familia.

Jessica se mordió los labios.

-El precio que hemos acordado me parece barato. Quizá debería haberle ofrecido más.

-No, le has hecho una buena oferta. En realidad, casi el triple de lo que ganan aquí como salario mínimo.

-Increíble.

Siguieron conduciendo hasta una zona de aspecto próspero y, poco después, Smith aparcó frente a una joyería.

-Podemos comprar aquí el reloj. Cuando entraron, el propietario se mostró encantado de atenderlos. Pero después de mirar unos cuantos relojes, Jessica le dijo al oído:

-Me parece que esto es muy caro para mí. Son relojes de marca.

-También tienen buenas imitaciones. No te darás cuenta hasta que se te ponga la muñeca verde -rió Smith.

Después habló con el propietario de la joyería y el hombre entró en la trastienda.

-¿Qué le has dicho?

-Que querías ver algunas imitaciones bien hechas.

El hombre volvió poco después con una bandeja de exquisitos relojes femeninos. Eran tan bonitos, que parecía imposible que fueran falsos.

-Son divinos.

-Puedes elegir el que quieras por veinte dólares.

Con ayuda de Smith, Jessica se probó una docena.

-No sé si comprar el Rolex o el Piaget. ¿Tú qué crees?

-¿Por qué no compras los dos?

-Porque esa es una extravagancia que no puedo permitirme. Me llevo el de la correa de metal. Así podré ponérmelo encima de la escayola.

Smith intentó regalarle el reloj, pero ella insistió en pagar con su tarjeta de crédito. Mientras Smith y el propietario concluían el trato en español, Jessica miró unos preciosos pendientes de diamantes. Ya no tenía joyas... en fin, nunca había tenido gran cosa. Pero ya ni siquiera tenía la alianza o el anillo de compromiso porque tuvo que venderlos.

Comieron en un bonito restaurante y después pasearon un rato por el mercado antes de volver al coche.

-Gracias por venir conmigo. Si hubiera venido sola, me habría perdido.

-Me alegro de haber ayudado.

Jessica levantó la mano para admirar su nuevo reloj.

-La verdad es que engañaría a cualquiera.

-Deberías haber comprado también el otro.

-¿Qué dices? Tú no sabes nada de presupuestos apretados, pero yo sí. No puedo comprar dos relojes... aunque valgan veinte dólares. Por eso tengo que volver a trabajar.

-Tienes que descansar hasta que tu muñeca esté curada del todo. Y hasta que hayas controlado la anemia.

-¿Es que no entiendes que no puedo dejar de trabajar? -le espetó ella entonces, irritada-. Estoy hasta el cuello de...

No terminó la frase. Sus deudas eran cosa suya.

-¿Hasta el cuello de qué?

-De nada.

-¿De deudas?

-Mira, no estoy quejándome. Simplemente tengo obligaciones.

-¿Qué clase de obligaciones?

Jessica no quería hablarle sobre las facturas de Tom; pero él insistió tanto, que al final se lo soltó.

-Mi seguro médico cubría parte de los gastos, pero no todos. Esa es una de las razones por las que decidí abrir un negocio. Creo en mi producto y sé que, si trabajo mucho y mantengo un presupuesto apretado, puedo ganar lo suficiente como para pagar todas esas facturas en dos años.

-¿Dos años?

-Con mi sueldo de profesora no habría terminado nunca. Me he dado un año de plazo para poner en el mercado los bolsos de bandolera, así que, como ves, es muy importante que me atenga a una agenda. Y la feria de Dallas es fundamental para eso.

-Deja que te ayude -dijo él entonces.

-No estoy buscando caridad, muchas gracias.

Smith detuvo el coche en el arcén y se volvió hacia ella.

-Mira, sé que Tom era mi hermano y, para mí, es terrible no haberlo conocido. Tengo más dinero del que podría gastarme nunca... por favor, deja que te ayude a pagar esas facturas. Significa mucho para mí.

Jessica estudió su expresión. No había duda de su sinceridad. Era muy importante para él, y dejar que le quitase aquella terrible carga económica de encima sería la solución para todos sus problemas.

Pero ella siempre había sido una persona que se daba a los demás, no estaba acostumbrada a recibir. Independiente, autosuficiente. Mel, su padre adoptivo, le había dicho miles de veces que debía aprender a no ser tan orgullosa y a dejar que los demás hicieran cosas por ella cuando le hiciese falta.

Casi podía oír la voz de Mel susurrándole al oído: «dale una oportunidad a alguien que necesita dar».

-Muy bien -dijo por fin-. Gracias.

-Estupendo. Y ahora que eso está solucionado, puedes descansar tranquilamente.

-No del todo. Acepto que pagues las facturas médicas de Tom, pero sigo teniendo que dirigir un negocio. Y sigo teniendo problemas económicos. Necesito las ventas de Corpus Christi y Houston para financiar las muestras de Dallas. Y seguramente tendré que contratar...

Smith levantó los ojos al cielo.

-¡Por favor, mira que eres cabezota!

-¿Yo soy cabezota?

-Como una mula. ¿Aceptas que yo sé un par de cosas sobre negocios?

-Sí, claro.

-Un principio importante en los negocios es establecer contactos y usarlos para salir adelante.

-Lo sé. Por eso visito las boutiques que me interesan y acudo a las ferias.

-Y no me cabe duda que lo haces muy bien, pero seguramente yo soy el mejor contacto que puedas tener. Deja que te ayude.

-¿Cómo?

-¿Cuántos bolsos pensabas vender en Corpus Christi? -preguntó Smith.

-Setenta y cinco, con un poco de suerte.

-Yo compraré cien y así no tendrás que ir.

-¿Y qué vas a hacer con cien bolsos?

-Regalarlos en Navidad a mis empleadas.

-Pero si estamos en febrero...

-Me gusta comprar pronto para evitar las aglomeraciones.

Ella lo miró, atónita.

-No lo dirás en serio, ¿verdad? Además, esa feria no es la única razón por la que quiero ir a Corpus Christi. Tengo que ir a las boutiques para mostrar mi nueva línea de bolsos de fiesta.

-¿Qué tal si hago una llamada y te presento a Sandi?

-¿Quién es Sandi?

-La mujer de Brandon Myers, uno de mis compañeros de universidad -sonrió Smith-. Es la relaciones públicas y encargada de compras en Neimann Marcus.

-¿Neimann Marcus, los grandes almacenes más importantes del país? -exclamó Jessica.

-Los mismos.