Capítulo 11

 

Atónita por las palabras de Smith, Jessica se quedó inmóvil.

-¿Por qué has dicho eso?

-Lo siento, de verdad. Soy un idiota. Sé que cada vez que me miras ves a Tom... vivo otra vez.

-Te equivocas. Conozco la diferencia, te lo aseguro. Tom ya no está. Lo sé perfectamente. He dejado atrás el pasado hace tiempo, Smith. Y tú eres único. Y era a ti a quien deseaba, solo a ti. Ha sido contigo con quien he hecho el amor -murmuró ella, apoyando la cabeza sobre su pecho-. Ningún hombre me ha hecho sentir esto, te lo aseguro. Ningún hombre.

-Me gustaría creerlo.

-Puedes creerlo, Smith. Hasta que te conocí, siempre me había considerado más bien... se-xualmente tímida. Pero ahora solo pienso en acostarme contigo.

Él soltó una carcajada.

-A mí me pasa lo mismo. No he dormido bien desde que te vi en la cafetería.

-¿Serán las famosas feromonas?

-Será que tienes unos ojos preciosos. O tu boca, o esa sonrisa matadora. Ó este hoyito en la barbilla... O quizá este precioso trasero que me vuelve loco -rió Smith, acariciando sus nalgas-. Cariño, he soñado con esto.

No hubo un solo centímetro de su piel que no besase o acariciase. Y Jessica gozaba con cada caricia como nunca antes le había ocurrido. Nunca le habían hecho el amor de esa forma, como si fuera una diosa a la que había que adorar.

Se sentía como la mujer más deseable del mundo, libre de inhibiciones. Yeso le dio poder para explorar nuevos placeres, prohibidos hasta entonces.

Smith parecía amarlo todo en ella. Y cuando llegaron al clímax juntos, sus ojos se llenaron de lágrimas.

Su cuerpo se convulsionó con un segundo orgasmo, tan potente como el primero. Embriagada de emociones, empezó a llorar.

-Jess, cariño, ¿estás llorando?

-Yo... creo que te quiero.

Smith la apretó contra su corazón, sonriendo.

-Eso espero, cielo. Eso espero.

Hicieron el amor durante toda la tarde. Después, se ducharon juntos y volvieron a hacer el amor.

Smith insistió en secar su pelo con el secador. Disfrutaba de cada segundo con ella. No lo había pasado tan bien en muchos años.

-¿Seguro que sabes lo que haces? Mi pelo es muy rizado y no resulta fácil de manejar.

-Confía en mí, cariño. Cuando era un crío yo también tenía el pelo rizado. Tenía una melena que era el terror de mi madre y tuve que aprender a peinarme para no parecer un erizo. Además, mi pelo era muy duro, pero el tuyo me encanta... el color, la textura. Es tan suave como el satén.

Jessica sonrió.

-Cuántos halagos. Debe de ser el irlandés que hay en ti.

-¿Irlandés?

-Tienes aspecto irlandés. Siempre pensé que tu padre...

-Podría ser. Una pena que nunca pueda enterarme -suspiró él. Unos segundos después apagó el secador y volvió a Jessica, de cara al espejo-. ¿Qué te parece?

-Está... muy rizado -rió ella-. Parezco una mezcla de Diana Ross y Dolly Parton.

-A mí me parece que estás muy sexy.

-¿De verdad?

-De verdad. Me gusta ver tu pelo extendido sobre la almohada. No sé por qué siempre llevas coleta... aunque estás preciosa de todas formas, claro.

Jessica le dio un beso en la mejilla.

-Tengo hambre. ¿Te apetece un bocadillo?

-¿Qué tal un cóctel de mariscos y una copa de champán? Ponte el vestido nuevo y te llevaré a bailar.

-¿A bailar? ¿Tú sabes bailar?

-¿El Papa es católico? Cariño, me encanta bailar. Mi madre y su hermana eran unas expertas y nos enseñaron a bailar a todos.

-¿En serio?

-Nos enseñaron a disfrutar de las cosas buenas de la vida. Sé bailar el vals, el fox-trot, el cha cha cha... incluso el tango.

-A mí me encanta bailar, pero hace siglos que no lo hago. No sé si me acordaré.

-¿Tom no te llevaba a bailar?

-No le gustaba mucho.

-En eso no nos parecemos -sonrió Smith-. No te preocupes, ya te acordarás. Píntate las uñas de los pies y ponte las sandalias de tacón. Esta noche nos vamos de fiesta -dijo entonces, mordisqueando su hombro-. Bueno, dentro de un ratito...

Riendo, Jessica se apartó.

-De eso nada. Antes tenemos que comer... y bailar. Vístete. Estaré lista en quince minutos.

Mientras la veía marchar, Smith sonreía como el gato que se comió al canario. Se sentía de maravilla. Como si alguien hubiera encendido una luz dentro de él. Estaba loco por ella, completamente loco. Si no fuera por...

No, no iba a pensar en eso. Pensaba disfrutar de aquel fin de semana. Durante un par de días, pensaría que Tom nunca había existido. O, al menos, lo intentaría.

Jessica encontró laca de uñas en uno de los cajones del baño. Intentando no preguntarse de quién sería, se pintó las uñas de los pies mientras canturreaba una canción.

El vestido azul que Smith le había regalado le quedaba perfecto. Llegaba hasta los tobillos y tenía una abertura en la pierna casi hasta el muslo.

Aunque tenía la nariz todavía un poco colorada, podía disimularlo con maquillaje. No necesitaba colorete, solo un poco de brillo de labios y máscara en las pestañas.

No estaba mal... para quien le gustase la imagen de «recién levantada de la cama». Se echó el pelo hacia atrás, sujetándolo con un clip, y dejó un par de mechones sueltos alrededor de la cara.

Unos aretes de plata y un toque de perfume... Entonces miró sus pies desnudos. Zapatos, necesitaba zapatos.

Las sandalias blancas que Smith insistió en comprar eran perfectas.

Y estaba lista. En veinte minutos.

Cuando abrió la puerta del dormitorio, él estaba esperando, guapísimo con una camisa verde y pantalones de color caqui. Y la luz que brilló en sus ojos al verla la calentó por dentro.

-Estás guapísima, cariño.

Jessica levantó un pie para mostrarle sus uñitas pintadas de rosa.

-¿Te gusta?

-Estás perfecta.

-Seguro que eso se lo dices a todas tus amigas -dijo ella, haciendo una mueca.

-No tengo amigas. Hace tiempo que no las tengo.

Eso le gustó. Aunque intentó disimularlo.

Jessica dejó escapar un suspiro mientras apoyaba la cabeza en el pecho de Smith. Estaban bailando una canción romántica en la pista de baile.

El cóctel de mariscos había sido delicioso, el pastel de pescado fantástico y Smith era un bailarín de fábula.

-No bailaba así desde los dieciséis años. Había olvidado cuánto me gustaba.

-Una pena. Se te da muy bien.

Y era cierto. Había empezado a recordar todos los movimientos entre sus brazos. Smith estaba guapísimo aquella noche... y a Jessica no le habían pasado desapercibidas las miradas de otras mujeres.

Curiosamente, sintió el absurdo deseo de decirles que dejasen de mirar o ponerle un cartel en la espalda que dijera: «¡Es mío!»

Tenían la pista de baile casi para ellos solos. Había gente en la barra del bar y en las mesas, pero se fueron marchando a medida que pasaban las horas, dejándolos solos con el disc jockey y el camarero. Smith les había dado una buena propina y parecían dispuestos a quedarse hasta el amanecer.

-¿Estás cansada?

-Un poco. Pero no quiero que termine la noche. Lo estoy pasando muy bien. Además, aún no hemos bailado el cha cha cha.

Smith sonrió.

-No creo que el disc jockey tenga ese tipo de música. Voy a preguntarle... ¿quieres una copa?

-Otra tónica, por favor.

Jessica se sentó mientras él iba a hablar con el disc jockey.

-No hemos tenido suerte con el cha cha cha, pero cree que tiene algún ritmo latino. Va a comprobarlo mientras tomamos algo.

Al final, lo único que tenía eran ritmos caribeños, salsa, lambada... de modo que decidieron marcharse.

-Creo que tengo algún tango en casa -le dijo al oído-. Podemos desnudarnos y bailar en la cocina.

-¡Smith! -rió ella, corriendo hacia el coche.

Bailar desnuda en la cocina era una experiencia completamente nueva para ella. Pero lo hicieron... y le encantó.

Hizo muchas cosas aquella noche que no había hecho antes. Y las disfrutó todas.

Era maravilloso poder decir y hacer lo que quisiera y se sentía embriagada de libertad.

A la mañana siguiente, volvieron a tomar el barco. Jessica estaba empezando a ser una experta... en el timón.

Smith le puso crema por todo el cuerpo y la aplicación había dado lugar a otras cosas. De hecho, algunos de los sitios donde él insistía en poner crema nunca verían la luz del sol.

La temperatura era maravillosa y no había nadie en muchas millas marinas a la redonda, de modo que navegaron durante una hora desnudos por completo. Era sensacional.

-Esto me encanta -murmuró Jessica, al timón, con Smith acariciándola por detrás-. No puedo creer que esté haciéndolo.

-Yo tampoco.

-¿No lo habías hecho antes?

-No se me había ocurrido hasta que te conocí. Me inspiras, cariño -suspiró Smith, metiendo una mano entre sus piernas.

-Si sigues haciendo eso vamos a terminar en el agua.

-Yo te salvaré. No te preocupes.

Y lo hizo.

Y después cambiaron de sitio.

Se sentía completamente desinhibida. Era maravilloso.

-Seguro que los del helicóptero lo están pasando bomba -dijo Smith entonces.

-¿Qué helicóptero? -exclamó Jessica.

Él soltó una carcajada.

Solo había nubes y un par de pájaros en el cielo.

-Era una broma.

-¡Serás tonto! Qué susto me has dado.

-Lo siento, cielo. Pero es que contigo me siento como un niño travieso.

-Lo sé, a mí me pasa igual. Entrar en esa cafetería de Harlingen es lo mejor que he hecho en toda mi vida. Te quiero mucho, Smith.

Aquella noche, Smith tenía el corazón en un puño. Jessica dormía en sus brazos y las olas golpeaban rítmicamente la playa. Sexualmente saciado... sexualmente exhausto, debería haberse quedado dormido.

Pero no lo estaba. Estaba absolutamente despierto.

Pensando en Tom.

Y en Jessica. Su mujer.

Smith lo había tenido todo: educación, dinero, una familia, montones de oportunidades... Su abuelo le había regalado un millón de dólares cuando se graduó en la universidad y, como él había doblado esa cantidad en poco tiempo, Cherokee Pete le dio diez millones más, el trato que había hecho con todos sus nietos.

Todo lo que tocaba se convertía en oro, su negocio prosperaba, tenía las casas de sus sueños y podía acostarse casi con cualquier mujer. La vida había sido estupenda hasta que se enteró de que sus padres no lo eran de verdad.

Aquello fue un golpe terrible, pero nada comparado con lo que Tom tuvo que sufrir.

Su otra mitad había tenido una existencia terrible, sin padre conocido y con una madre dro-gadicta. No pudo terminar la carrera y tuvo que ponerse a trabajar cuando era muy joven. Lo único que lo hizo feliz en la vida fue su trabajo, su granja... y su mujer.

Pero el destino le jugó otra mala pasada cuando quedó paralizado por un accidente. No podía caminar por su huerto, ni montar a caballo... tuvo que vender su granja para pagar las deudas y su negocio se arruinó porque no podía trabajar.

Y Jessica, su mujer.

Seguramente fue lo mejor de su vida. Tom murió y también la perdió a ella. La perdió, dejándola con un montón de deudas.

Y en aquel momento, en lugar de honrar la memoria de su hermano, Smith se había llevado a su viuda a la cama.

No era culpa de Jessica. Estaba seguro de que conscientemente o no, ella seguía pensando en Tom.

Hasta esto le había robado Smith a su hermano.

Intentaba racionalizar sus sentimientos, pero se sentía terriblemente culpable.