Capítulo 4
Smith no había visto a nadie de su familia en más de tres años. Y las cosas seguirían igual si Kyle no hubiese aparecido en su oficina unos meses antes, pillándolo desprevenido.
-Señor Rutledge... su hermano ha venido a verlo.
Smith apretó el auricular.
-¿Mi hermano?
-Dice que es su hermano, Kyle Rutledge. Alto, rubio, guapo, con una sonrisa de cine. ¿Le digo que pase?
Smith vaciló. Mirna era demasiado bocazas. Si no fuera tan buena secretaria, la habría despedido mucho tiempo atrás. Y como Kyle sabía que estaba en el despacho, no tenía más remedio que verlo.
-Dile que pase -suspiró por fin, sacando un montón de papeles del cajón para parecer muy ocupado.
Había perdido interés en la empresa; de modo que, unos meses antes, contrató un nuevo director general y se ascendió a presidente. Desde entonces no tenía mucho trabajo.
Kyle entró sonriendo de oreja a oreja.
-Hola, Smith.
-¿Qué demonios haces aquí?
-Como no me devuelves los mensajes, he venido para comprobar si seguías vivo. Me alegro de verte -sonrió su hermano. Cuando iba a darle la mano, Kyle le dio un abrazo de oso-. Ha pasado mucho tiempo.
Smith intentaba mantenerse reservado, pero se alegraba de ver al hombre con el que había crecido.
-¿Cómo trata la vida al famoso cirujano plástico?
-Muy bien. Irish y yo no podemos quejarnos. La clínica de Dallas no podría ir mejor y vamos a tener un hijo.
-¿Un hijo? Eso es fantástico. Siéntate y cuéntamelo todo. Siento haberme perdido tu boda... Tenía que ir a China y no podía librarme del viaje. Ya sabes cómo son los negocios.
Kyle se sentó frente al escritorio haciendo una mueca.
-Pensé que estabas en el hospital. Un accidente de moto, ¿no era eso?
-Sí, bueno, es verdad... Lo del viaje a China fue en la boda del primo Matt. ¿Quieres un café?
Su hermano negó con la cabeza.
-No, gracias. He tomado dos en el avión.
-¿Un zumo de naranja?
-Nada, gracias. Nada, excepto algunas respuestas.
-¿Sobre qué? -preguntó Smith, intentando disimular. Pero tenía un nudo en el estómago.
-Sobre qué pasa contigo. Durante los últimos tres años nadie te ha visto el pelo. No llamas, no escribes, no apareces en ninguna de las fiestas familiares... Envías postales y flores, pero es como si no quisieras saber nada de nosotros. El abuelo Pete está preocupado y aunque papá te excusa por todo, te aseguro que también lo está. Y cada vez que alguien menciona tu nombre, a mamá se le llenan los ojos de lágrimas. ¿Qué pasa, Smith?
-Nada -contestó él-. Es que tengo mucho trabajo, ya lo sabes. Hay que trabajar mucho para dirigir una de las empresas de informática más importantes del país... por no hablar de las plantaciones de cítricos. ¿Sabes que es la empresa que ha creado más empleos en esta zona de Texas?
Kyle sonrió.
-A mí no tienes que venderme tu empresa, Smith. Compré acciones cuando salieron al mercado.
-¿Ah, sí?
-Sí. Y pensaba que tendrías más tiempo libre desde que decidiste contratar a un nuevo director general.
-Tengo menos trabajo, pero sigo muy ocupado.
-Papá y mamá agradecerían una llamada de vez en cuando. Y el abuelo también. ¿Qué ha pasado, Smith? Tú y yo nos llevábamos muy bien.
-La vida, Kyle. Así es la vida. Las cosas no son tan sencillas como cuando éramos pequeños.
-Lo sé -suspiró él-. ¿Tienes tiempo para comer con tu hermano? Vuelvo a Dallas en el avión de las cinco.
Smith miró su reloj.
-Sí, claro. Voy a llamar a Rosa para que prepare algo. Así te enseñaré la plantación.
Aquella tarde, durante un par de horas, volvieron a ser hermanos de nuevo. Riendo, contándose cosas, compensando el tiempo perdido.
Cuando terminaron de comer, Kyle se apoyó en la barandilla de la terraza.
-Veo que estás muy enganchado con este valle.
Smith se encogió de hombros.
-Me gusta mucho, sí.
-Tienes una casa muy bonita. Me recuerda a la que Jackson compró en Austin.
Jackson y Matt Crow eran sus primos, con los que se habían criado en Dallas.
-¿Jackson vive en Austin?
-Sí. Está en la Comisión de Transportes.
-¿Jackson trabajando en la administración?
Kyle sonrió.
-Es que se ha enamorado. Y ya sabes que el amor nos obliga a hacer cosas raras. Creo que va a casarse dentro de poco, en cuanto convenza a Olivia. Parece que todos los nietos de Cherokee Pete están cayendo en la trampa... excepto tú. ¿O me equivoco? ¿Por eso no hemos vuelto a verte?
Smith negó con la cabeza.
-No tengo tiempo para novias -murmuró, mirando su reloj-. Si tienes que tomar un avión, será mejor que te lleve al aeropuerto.
En el aparcamiento, Kyle dudó un momento antes de bajar del coche.
-No sé mucho más que antes de venir... excepto que pareces estar muy sano. Sé que te pasa algo, pero no puedo ayudarte a menos que me lo cuentes, Smith. Puedes llamarme cuando quieras. Te quiero mucho, hermanito. Siempre te querré. Y, por favor, llama a mamá de vez en cuando.
Smith asintió con la cabeza. No se atrevía a decir nada. Cuando Kyle salió del coche, sintió como si tuviera un agujero en el pecho. Estaba triste, más que nunca.
Había estado a punto de contarle la verdad, pero no quería complicar las cosas.
Habría sido tan sencillo... Solo tenía que preguntarle qué grupo sanguíneo era, aunque ya lo sabía. Kyle era AB negativo, como su padre. Un grupo sanguíneo muy raro. Smith era O positivo, un grupo común que pensaba debía compartir con su madre.
Pero tres años antes comprobó que su madre era A negativo.
Kyle y él no eran hermanos. Y tampoco era hijo natural de sus padres. Imposible.
Había consultado con una docena de expertos en el campo de la genética. Era imposible estar emparentado con su supuesta familia.
Smith volvió a la oficina sintiéndose peor que nunca. Pensaba que casi lo había olvidado, pero la visita de Kyle hizo que lo recordase todo otra vez... aunque nunca pudo olvidarlo.
Mirna levantó la mirada del teclado al verlo entrar.
-Buenas tardes, señor Rutledge. Espero que lo haya pasado bien. Es difícil creer que el doctor Rutledge sea su hermano... No se parecen en nada. Él es rubio, usted tiene el pelo castaño. Él tiene los ojos azules, usted verdes...
-Kyle se parece a su padre -la interrumpió Smith.
-Entonces, usted debe parecerse a su madre.
-¿Quién sabe? -murmuró él, cerrando su despacho de un portazo.
No había vuelto a saber nada de Kyle ni de su familia desde entonces.
No sabía quiénes eran sus padres naturales y no podía preguntar. Tres años antes, cuando tuvo pruebas de que no podía ser un Rutledge, interrogó a su familia. Su madre empezó a llorar y su padre amenazó con echarlo de casa por darle ese disgusto.
Smith intentó hablar con el abuelo Pete y su tía Anna Crow, la madre de Jackson y Matt. Los dos negaban saber nada del asunto. Se habían unido a la conspiración de silencio.
De hecho, Anna le dijo que eso de ser adoptado era una idea ridícula.
-Sara es tu madre natural, Smith. Yo la visité en Saint Louis cuando estaba embarazada de seis meses y sigo teniendo el anuncio de tu nacimiento tres meses más tarde. Está en un álbum.
A pesar de lo que dijo su tía, Smith sabía que la historia de su nacimiento era una elaborada mentira. Tenía los documentos que lo probaban. Los hechos eran indiscutibles.
Durante treinta y cuatro años había vivido una mentira. No podía soportarlo y por eso decidió no volver a casa. Ni en Navidad, ni a la boda de Kyle, ni a la de Matt...
Enviaba regalos extravagantes junto con una nota de disculpa, pero no había vuelto a hablar con nadie. Ni siquiera con Cherokee Pete, aquel viejo al que adoraba, después de que se hubiera negado a contarle la verdad.
Su sitio en aquella casa había cambiado de forma irrevocable. No era su familia. No sabía quién era.
Y la única persona que lo sabía no quería decírselo.
Smith miró de nuevo la fotografía de Jessica y Tom en la pantalla del ordenador.
No, Kyle Rutledge no era su hermano. Pero ni siquiera Mirna podría negar que Tom Smith sí lo era.
El parecido era tan increíble, que no podía ser accidental. Y era una fotografía auténtica, no un montaje. Tom y él estaban emparentados. Tenían que estarlo.
«Mi familia. Él era mi familia», pensó.
Y había llegado demasiado tarde.
Apagando el ordenador de un zarpazo, Smith se levantó y se dirigió a los establos.
Jessica O'Connor Smith tenía la llave de su pasado. Estaba completamente seguro.
Y quería respuestas. No pensaba abandonar hasta que, de una vez por todas, supiera todo lo que quería saber.
No podía atarse los cordones de las zapatillas. Frustrada, Jessica tiró una de ellas al otro lado de la habitación, justo cuando Kathy abría la puerta.
-¡Uy! -exclamó cuando la zapatilla pasó por encima de su cabeza-. Estamos teniendo una pataleta, ¿eh?
Jessica soltó una carcajada.
-¿Has intentando alguna vez atarte los cordones de la zapatilla con una sola mano?
-Es un rollo, lo sé. Iré a comprarte unas sandalias o unos zuecos. Así estarás más cómoda. Pero Rosa o yo podemos ayudarte, no tienes que hacerlo sola.
-No me gusta depender de nadie. Y no necesito una enfermera... aunque agradezco mucho tu ayuda, Kathy. Pero ya estoy bien.
-Yo tampoco creo que me necesites, pero el señor Rutledge insiste en que me quede unos días. Y con lo que me paga, espero que me aguantes un poquito más -sonrió la mujer-. Con ese dinero casi puedo pagar la universidad de mis hijas.
-Ah, en ese caso... -dijo Jessica con una sonrisa.
-Siéntate, voy a arreglarte el pelo. Parece que no has dormido bien, ¿eh?
Ella negó con la cabeza. Había dormido fatal. La imagen de Smith Rutledge aparecía en sus sueños constantemente. Tenía tantas de las cualidades que había admirado en Tom... y ninguno de sus defectos.
Era lo que Tom podría haber sido si no se hubiese equivocado de camino. Además, Smith era un hombre muy atractivo... y ella llevaba sola mucho, mucho tiempo.
-Cuéntame qué sabes de Smith.
-¿Además de que es muy rico?
-Sí, además de eso.
-No sé nada sobre su vida privada, solo lo que he leído en los periódicos. Dona millones a hospitales y causas benéficas... pero supongo que eso ya lo sabes.
-No. La verdad es que no sé nada de él.
Kathy estaba a punto de decir algo cuando llamaron a la puerta.
-¿Sí?
Smith asomó la cabeza en la habitación. De nuevo, como cada vez que lo veía, Jessica se sorprendió ante el increíble parecido con su marido.
-¿Lista para desayunar?
-Lista -contestó Kathy por ella-. Ya está.
Jessica se levantó, estirándose la camiseta.
-No tengo mucha hambre, pero me gustaría tomar una taza de café. ¿Quieres tomar uno, Kathy?
-No, gracias. Ya he desayunado y tengo que ir a comprar unas cosas.
Smith rozó su espalda mientras la acompañaba al patio; el roce la hizo sentir un escalofrío. Una reacción extraña... aunque debía admitir que, además de guapo, tenía algo que la atraía poderosamente.
Siempre le habían gustado los rasgos de Tom, pero a su marido le faltaba la seguridad de Smith, aquella confianza en sí mismo que lo hacía aún más atractivo.
Tom siempre tuvo un aire abatido, no cobarde, más bien resignado a su suerte y furioso por ello.
Smith la llevó hasta una mesa al lado de la piscina. Allí la esperaba un bol lleno de fresas y un enorme vaso de zumo de naranja.
-¿Y el café?
-Lo tomaremos más tarde. Los expertos en nutrición dicen que la cafeína interfiere con la absorción de hierro. Jessica levantó una ceja.
-Es posible, pero me anima mucho. No puedo hacer nada si no tomo un par de tazas de café.
-Tomaremos café después de desayunar.
-Qué mandón eres.
-Eso es verdad -rió Smith-. Cómete las fresas. Y luego puedes tomar cereales con pasas y nueces, o una tortilla de jamón y queso.
-Prefiero un croissant y una taza de café.
-Lo siento, pero no es posible.
-Pues entonces, cereales. Por cierto, he usado el teléfono. Espero que no te importe. Me había quedado sin batería en el móvil y tenía que hablar con Shirley.
-¿Tu socia?
Ella asintió.
-Te pagaré la llamada.
-No hace falta.
Jessica iba a discutir, pero decidió no hacerlo. Después de desayunar, cuando se había comido todos los cereales, las pasas y las nueces, Smith le sirvió una taza de café.
-Ah, gracias. Por fin.
Mientras tomaban el café, lo observó detenidamente. Smith era más musculoso que Tom, pero tenía el mismo mentón cuadrado, el mismo hoyito, el mismo color de piel, los mismos ojos. Llevaba el pelo mejor cortado, pero era del mismo tono castaño rojizo del que tanto se quejaba su marido.
Y su voz... si cerraba los ojos podría creer que era Tom. Eran tan parecidos y, sin embargo, entre ellos había enormes diferencias.
Smith le sirvió una segunda taza de café.
-Háblame de él.
-¿De quién?
-Tom. Sé que estabas pensando en él, comparándonos.
-¿Qué quieres saber?
-Quiero saber quiénes eran sus padres, cómo creció, esas cosas...
Jessica observó el sol jugando con el agua de la piscina.
-No conoció a su padre y su madre no quería hablar de él. Cuando ella murió, Tom tenía siete años y se fue a vivir con su abuela en Bartlesville. Cuando le preguntaba por su padre, ella solo le decía: «era uno de esos hippies con los que se fue a vivir. A saber quién de ellos era tu padre».
Smith hizo una mueca.
-¿Le decía eso a un niño?
-La abuela Lula era una mujer amargada. La verdad, a Tom le habría ido mejor si se hubiera criado en un orfanato, como yo.
-¿Tú creciste en un orfanato?
-Desde los cinco años. Supongo que eso fue lo que nos unió... los dos tuvimos una madre alcohólica. Afortunadamente, mis padres adoptivos me ayudaron a sobrellevarlo. La abuela de Tom, todo lo contrario.
-¿Su madre era alcohólica?
-Y drogadicta, creo. A Tom no le gustaba hablar de eso pero, por lo que sé, vivían casi de la caridad y cambiaban de ciudad continuamente. Incluso pasaron hambre.
Smith se pasó una mano por el pelo, nervioso.
-Qué horror.
-Al menos su abuela le dio de comer y lo llevó al colegio. Tom era muy inteligente.
-¿Fue a la universidad?
-Consiguió una diplomatura en informática mientras trabajaba en cien mil oficios. Yo quería que terminase los dos años que le quedaban para la licenciatura, pero ya tenía su negocio de reparación de ordenadores y no le apetecía. Además, estábamos prometidos.
-¿Cuánto tiempo estuvisteis casados?
-Siete años. Salíamos juntos desde el instituto, y nos casamos en la capilla de la facultad el día que yo me gradué en la universidad de Bellas Artes. Shirley y su marido fueron nuestros testigos. No fue una gran boda, pero éramos felices... entonces. Tengo una fotografía en mi monedero.
-La he visto. ¿Cuántos años tenía cuando os casasteis?
-Pues... yo tenía veintidós, así que él debía tener veintiocho.
-¿Cuántos tenía cuando murió?
Jessica apartó la mirada. No quería hablar de Tom, no quería recordar aquellos años de nuevo, pero entendía su interés.
-Treinta y cinco.
-¿Cuándo murió?
-Hace dos años, en Navidad.
-Entonces ahora tendría... treinta y siete -dijo él, mirándola de una forma muy rara-. ¿Qué día era su cumpleaños?
-El dieciséis de junio.
Smith, pálido, dejó caer la taza sobre el plato.