Capítulo 6
Jessica no podía dormir. Estaba demasiado emocionada. Los grandes almacenes Neimann Marcus...
Smith llamó a Sandi Myers en cuanto llegaron a casa.
-Quiere que le envíes diapositivas de tus bolsos -le había dicho Smith después-. ¿Tienes diapositivas?
-No -contestó ella, angustiada-. Deberíamos haberlas hecho, pero no se me ocurrió. ¿Qué puedo hacer?
Smith llamó al fotógrafo de su empresa y, al día siguiente tenían unas preciosas diapositivas de sus bolsos, que enviaron a Sandi por mensajero urgente.
Después de tres días de morderse las uñas, Jessica recibió una llamada: a Sandi le habían gustado mucho y quería ver los bolsos personalmente. Ella aceptó, por supuesto. Aunque tuviese que ir a Dallas andando. Pero no lo dijo en voz alta. Se había comportado de una forma muy profesional y solo gritó después de colgar el teléfono.
Tenía una cita con la relaciones públicas y encargada en compras de Neimann Marcus el lunes.
Ni en sus más locos sueños habría imaginado que aquello podría pasar. Sus bolsos en los mejores escaparates del país... era demasiado.
No sabía si podría aguantar el suspense cinco días más. ¿Debía llamar a Shirley para darle la noticia? Pero, ¿y si a Sandi Myers no le gustaban los bolsos al verlos de cerca? ¿Y sí estaba soñando despierta? ¿Y si estaba haciéndose demasiadas ilusiones?
Jessica daba vueltas y vueltas en la cama sin poder dormir y, por fin, decidió levantarse. Quizá un vaso de leche la ayudaría. Y una galleta. O dos. O tres.
Rosa había hecho galletas de chocolate, sus favoritas.
Pensó en ponerse la bata, pero decidió no hacerlo. Eran las tres de la mañana, de modo que todo el mundo estaría durmiendo. Entraría en la cocina, se serviría un vaso de leche y un plato de galletas, y volvería a la habitación.
Pero volver con la bandeja era un problema a causa de la escayola, así que se sirvió el vaso de leche y guardó las galletas en una toalla de papel a modo de bolsa para poder llevarla entre los dientes.
Apagó la luz de la cocina con el codo y volvió a recorrer el pasillo, intentando no hacer ruido.
Pero, de repente, se encontró con un obstáculo. Sobresaltada, dejó escapar un grito y las galletas y el vaso de leche cayeron con estrépito al suelo.
-Pero, ¿qué...?
Smith encendió la luz. Solo llevaba unos vaqueros medio desabrochados.
El vaso se había roto en mil pedazos y había leche por todo el suelo. Las galletas estaban nadando en medio de la blanca piscina.
Jessica se sentía como una idiota... o más bien como una niña a la que hubiesen pillado haciendo una travesura.
Y la mirada de Smith la hizo sentir aún peor.
Su torso desnudo estaba empapado de leche y, sin pensar, tocó la blanca catarata con la punta del dedo... pero cuando rozó su ombligo se dio cuenta de lo que estaba haciendo y apartó la mano, mortificada.
Durante varios segundos se quedaron en completo silencio. Ninguno de los dos se atrevía a respirar. Parecía haber una extraña tensión en el aire.
-Lo siento -dijo ella por fin, riendo nerviosamente-. No suelo tener problemas para sujetar la comida siempre que tú andas por ahí. No te preocupes, yo lo limpiaré...
-¡No! No te muevas. Vas descalza y podrías cortarte con los cristales. Te llevaré en brazos.
-Pero tú también vas descalzo...
-Espera un momento.
Smith dio la vuelta y entró en su habitación.
Jessica, sintiéndose como una boba, intentó salir de aquella trampa de cristales rotos, pero lo pensó mejor. Y entonces vio que tenía el camisón empapado y la tela se pegaba a su pecho como si fuera papel de seda. Era lógico que Smith se hubiese puesto pálido.
Nerviosa, tiró de la parte más mojada para intentar secarlo pero, por supuesto, era inútil.
Smith volvió enseguida. Se había puesto unos mocasines y, sin decir una palabra, la tomó en brazos para llevarla al cuarto de baño.
-Estás empapada.
-Dime algo que no sepa. Oye, siento mucho lo del vaso.
-Olvídate del vaso. ¿Te has cortado? ¿Te has hecho daño en la mano?
-No, estoy bien. Y la escayola también. Pero quiero lavarme un poco.
Esperaba que él se fuera. Pero no fue así. En lugar de hacerlo, abrió el grifo y tomó una toalla.
-¿Qué haces?
-Voy a limpiarte un poco el camisón. No puedes hacerlo sola. ¿Lo ves? Kathy debería haberse quedado unos días más.
-No necesito una enfermera -replicó Jessica-. Es un gasto absurdo. Además, puedo lavarme sola -dijo entonces, cubriéndose con la toalla.
Smith sonrió.
-Es demasiado tarde.
-¿Para qué es demasiado tarde?
-Para la toalla.
Jessica cerró los ojos, deseando que se la tragase la tierra.
-No seas cabezota. Deja que te ayude.
-No. Y esta vez no pienso negociar.
Por fin, sacudiendo la cabeza, él salió del baño.
Tardó media hora en ducharse y cambiarse de camisón... y cuando terminó, estaba agotada. Seguramente después de aquello podría dormir, se dijo.
Cuando entró en su habitación, vio un vaso de leche y un plato de galletas sobre la mesilla.
Y sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Es un cielo -murmuró.
Si antes estaba inquieto, en aquel momento era como un tigre enjaulado.
La imagen de Jessica con aquel camisón mojado le quemaba en el cerebro. Por Dios bendito, deseaba a la viuda de su hermano. No estaba bien. Se sentía como un cerdo.
Y más ardiente que el demonio.
Había pensado mucho en Jessica durante los últimos días... y no debía pensar. Hasta recordaba su olor, su risa, cada rasgo de su rostro...
Deseaba tocar sus pechos, acariciarle las caderas, abrir sus piernas. No podía recordar cuándo una mujer lo había obsesionado tanto como ella.
Estar con Jessica lo dejaba agotado, y verla con aquel camisón solo había añadido combustible al fuego que lo quemaba por dentro.
«Cálmate», se dijo a sí mismo. «Ella no está a tu alcance».
Smith fue a la piscina y se tiró de cabeza.
Pero, por mucho que nadase, no podía dejar de pensar en ella. Tenerla cerca estaba creando un serio problema, pero no podía echarla porque necesitaba su ayuda. Se lo debía al hermano al que nunca conoció.
Conseguiría guardarse las manos para sí mismo y sus pensamientos también, se dijo.
Como fuera.
Cuando llegó el lunes, Jessica estaba de los nervios.
Rosa la ayudó a ponerse su mejor traje de chaqueta, un traje de diseño de la temporada anterior que compró en Tulsa. Pero la manga no entraba por culpa de la escayola.
Estaba a punto de ponerse a llorar cuando Smith la convenció para que, simplemente, se pusiera la chaqueta por encima de los hombros.
Salían de casa cuando gritó: «¡Espera!» y salió corriendo a su habitación. A toda prisa tomó uno de los frasquitos de perfume, y volvió de nuevo a la puerta.
-¿Quieres abrirme esto?
Smith abrió el frasquito y esperó mientras ella se ponía un poco de perfume en el escote.
-Huele bien.
-Es mi favorito. Lo guardaba para una ocasión especial.
-¿Por qué no compras un frasco grande?
-Porque cuesta un dineral. Esto es una muestra gratuita.
-Ah, ya veo. Estás muy guapa con ese traje.
-Es de la temporada anterior. Si compras un traje de diseño cuando sale al mercado, te cuesta un ojo de la cara.
-Pues estás muy bien.
-Gracias -sonrió Jessica-. ¿Crees que Sandi notará que mi reloj es una imitación?
-Lo dudo. Es una imitación buenísima.
Smith abrió el maletero del coche y guardó una maleta con ruedas en la que Jessica llevaba una muestra de cada bolso.
Hicieron el viaje en un avión privado, seguramente de la empresa Smith, S.A., aunque Jessica no preguntó. Llegaron al aeropuerto de Love Field, en Dallas, con tiempo suficiente para que el chofer los llevase al edificio de Neimann Marcus.
«Así se puede viajar», pensaba Jessica, mirando por la ventanilla del Mercedes negro. «Pero no te acostumbres a estos lujos», se advirtió a sí misma. Pronto tendría que volver a su caravana.
Smith quiso acompañarla hasta la oficina de Sandi, pero cuando iban a entrar en el ascensor, ella lo detuvo.
-Agradezco mucho tu ayuda, de verdad. Pero tengo que hacerlo sola.
Esperaba que discutiese, pero se limitó a sonreír.
-Entiendo. Iré de compras entonces. Nos encontraremos aquí en... una hora. ¿Te parece?
Asintiendo, Jessica entró en el ascensor y pulsó el botón de la novena planta.
Muchas cosas dependían de aquella reunión.
Una hora más tarde, Jessica bajaba en el mismo ascensor.
Smith la estaba esperando con una bolsa en la mano.
-¿Qué tal ha ido?
-Vámonos de aquí. Ahora te lo cuento.
Una vez de vuelta en el Mercedes, ella dejó escapar un grito de alegría.
-¡Yupi!
-Veo que ha ido todo bien -rió Smith.
-¡Le han encantado mis bolsos! -exclamó Jessica, plantándole un beso-. Dice que son divinos. Y ha pedido cien para empezar. ¡Cien! Para empezar. ¿No es increíble? Y me ha hablado de las navidades, de catálogos, de posibilidades en Internet... Shirley no va a creérselo. Por favor, ni yo misma me lo creo. Tengo que llamarla ahora mismo -dijo entonces, abriendo el maletín para sacar el móvil.
-¿Qué tal si comemos juntos para celebrarlo?
-Por supuesto.
Smith la llevó a un lujoso restaurante en Turtle Creek y comieron algo divino, aunque Jessica apenas se enteró. Estaba flotando.
-¿Cuándo tienes que enviar el pedido?
-Le he prometido los primeros cincuenta bolsos inmediatamente. La segunda mitad dentro de un mes.
-¿Tienes cincuenta ya hechos?
-¡Ay, Dios mío, no lo sé! Sí... no. No me acuerdo... ¿Y si no los tengo? No estoy segura -exclamó, mirando su escayola con expresión de pánico-. ¿Qué voy a hacer? No puedo trabajar con esto.
Él apretó su mano, riendo.
-No te preocupes, cariño. Haz lo que hace el presidente de una empresa... delegar.
Jessica sonrió.
-¿Sabes coser?
Smith soltó una carcajada.
-No, en serio.
-¿En quién voy a delegar? Y la señora López... ¿terminará el encargo a tiempo?
-Seguro que sí. Y encontrar costureras que hagan los bolsos no te resultará difícil. ¿Quieres un postre?
-Desde luego. Algo muy pecaminoso, con muchísimo chocolate -sonrió ella, pasándose la lengua por los labios.
Lo había dicho en broma, pero la sugerente mirada de Smith hizo que le temblasen las manos.
¿Estaba tonteando con ella? Quizá no debería haberlo besado en el coche. No había querido hacerlo. Fue algo completamente espontáneo, parte de la emoción del momento. Y debía dejarlo bien claro. Una relación entre ellos estaba fuera de la cuestión.
¿O no?
Smith Rutledge era un hombre muy sexy. Y era absurdo negar la verdad. ¿No había pasado horas fantaseando sobre su ombligo? Y sus músculos. Y sus manos. Y su boca.
Curioso, cuando lo miraba ya no veía a Tom. Solo veía a... Smith, un hombre único y extraordinario. Aunque se parecían mucho, eran dos personas diferentes. Completamente diferentes.
Quizá...
En fin, podría dejar sus opciones abiertas.
Mientras volvían al aeropuerto después de comer, Jessica iba admirando las zonas residenciales por las que pasaban: las arboledas, las avenidas flanqueadas por castaños y robles.
-Esta parte de Dallas es preciosa.
-Yo crecí cerca de aquí.
-¿Ah, sí? ¿Tus padres viven en esta zona?
-Sí. Vamos a hablar de los empleados que necesitas...
-¿No quieres que paremos para hacerles una visita ya que estamos aquí? A mí no me importa.
-Dudo que estén en casa.
-Podríamos llamar por teléfono.
-En otro momento -dijo Smith que, evidentemente, no quería seguir hablando del tema.
-¿Cuándo fuiste a visitarlos por última vez?
-Hace tiempo. Yo creo que hay varias fórmulas para contratar personal. Podrías hacer los bolsos en México y eso reduciría costes, pero que hicieran el trabajo al otro lado de la frontera requiere que vivas allí durante un tiempo o que vayas cada día hasta que hayas entrenado a un supervisor. Además, está el problema del idioma. Y el problema del tiempo.
-No quiero vivir en México. No hablo el idioma, e ir cada día sería un horror. Además, ¿cuánto tiempo sería «algún tiempo»?
-Tres años como mínimo. Otra opción sería instalarte en Harlingen y contratar gente de allí. Seguro que Rosa podría ayudarnos. Creo que su hermana es modista.
-Eso me gusta más... ¿No me digas que no has visto a tus padres en tres años? -exclamó Jessica entonces. -No.
Iba a decir algo, pero la expresión de Smith era tan seria, que dejó el tema y siguieron hablando del trabajo y del personal que debía contratar hasta que llegaron al aeropuerto.
¿Era su imaginación o él estaba encantado de ayudarla con su negocio? Eso sería absurdo. Después de todo, Smith era el presidente de una empresa gigantesca, por no hablar de la plantación de cítricos. ¿Por qué iba a importarle una empresa tan pequeña como la suya?
Quizá por Tom. Porque, como su viuda, la creía una responsabilidad familiar. O quizá le parecía un nuevo reto. Fuese cual fuese la razón, se sentía enormemente agradecida.
-No te he dado las gracias por ayudarme -dijo cuando subieron al avión-. Lo que ha pasado hoy va más allá de mis expectativas. Y nada de esto habría sido posible sin ti. Gracias, Smith.
-De nada -sonrió él, guiñándole un ojo.
Cuando estaban en el aire, Jessica volvió a fijarse en la bolsa de Neimann Marcus.
-¿Qué has comprado?
-Un regalo -contestó Smith.
-¿Para quién?
-Para ti.
-¿Por qué me has comprado un regalo?
-Para darte la enhorabuena.
-¿Y si no hubiera vendido los bolsos?
-Entonces podríamos considerarlo un premio de consolación.
Jessica no recordaba la última vez que alguien le hizo un regalo y el detalle la emocionó.
-¿No piensas abrirlo?
-Sí, claro.
Sonriendo, rasgó el papel. Era un frasco de su perfume favorito. Un frasco enorme.
Y entonces, sin poder evitarlo, abrazó a Smith de nuevo.