BOLONIA, 1980
Muerte en la estación
A las diez y veinticinco minutos del sábado 2 de agosto de 1980, en la sala de espera de la estación de trenes de la ciudad italiana de Bolonia estalló un artefacto colocado en una maleta abandonada. La detonación se oyó en un radio de varios kilómetros y pulverizó todo el ala izquierda de la estación. La onda expansiva alcanzó también al tren que cubría el trayecto Ancona-Chiasso, que estaba estacionado en el primer andén.
Aquel día la estación estaba llena de turistas y de personas que iniciaban sus vacaciones o volvían de ellas. Bolonia es el nudo ferroviario que une el norte con los centros turísticos del sur y del Adriático. También era vía de paso obligada para el turismo centroeuropeo que visitaba el país transalpino; prueba de ello es que muchas de las víctimas procedían de Alemania o Austria. La explosión afectó a las salas de espera de primera y segunda clase, así como al restaurante de la estación, lo que explicaría el elevado número de víctimas.
«Un primer recuento arrojaba la cifra de 76 muertos, además de más de 200 heridos».
El médico que se encontraba de guardia en la enfermería de la estación relataría así lo sucedido:
«Después del estallido apareció una nube negra casi impenetrable. Salí de la enfermería y me hallé ante un pobre hombre, de unos 50 o 60 años, muerto, con el tórax hundido y un pulmón que le salía al exterior. Todavía no me había recuperado de esta dramática visión cuando comenzaron a llegar, o más exactamente a arrastrarse tras de mí, una multitud de heridos. ¡Dios mío, fue una cosa horrible! Recuerdo que entró un muchacho que tenía un ojo fuera de la órbita y el cuerpo cubierto de sangre. Tendría unos veinte años y murmuraba continuamente “Elena, Elena, ¿dónde estás?”, y también “mamá, ayúdame, ayúdame”. Supe después que Elena era su novia».
La ciudad reaccionó con rapidez, pese a no estar preparada para este tipo de sucesos. Al no ser suficientes las ambulancias para transportar a los heridos a los hospitales de la ciudad, se emplearon también autobuses, y los conductores de taxis ofrecieron sus vehículos. Se estuvieron rescatando supervivientes hasta las siete de la tarde, aunque las labores de desescombro para recuperar los cadáveres se alargarían durante toda la noche.
Indignación en toda Italia
Inmediatamente después del atentado, el Gobierno presidido entonces por Francesco Cossiga y las fuerzas de policía atribuyeron la explosión a causas fortuitas. En un primer momento se pensó que la tragedia había sido causada por el estallido de una de las calderas situadas en el subterráneo de la estación. También se formuló la hipótesis de un escape en las conducciones de gas.
No obstante, tras una primera inspección se descartó que la explosión hubiera tenido lugar en el subterráneo, ya que éste no había sido afectado por el estallido. Por tanto, todo indicaba que se trataba de la explosión de una bomba, aunque aún se debía dilucidar si se trataba realmente de un atentado o del estallido accidental de un artefacto en poder de un terrorista que se disponía desplazarse en tren al lugar previsto para el atentado.
A Bolonia acudió ese mismo día el entonces presidente de la República, Sandro Pertini, y varios ministros del gobierno. Un primer recuento de la que se denominaría Matanza de Bolonia (en italiano, Strage di Bologna) arrojaba la cifra de 76 muertos, aunque en los días siguientes se elevaría a 80, además de más de 200 heridos, en lo que era el atentado más grave en la historia de Italia.
En la madrugada del domingo se logró localizar el epicentro de la explosión, en uno de los ángulos de la sala de espera de segunda clase. En aquel lugar apareció un pequeño cráter de treinta centímetros de profundidad, señal inequívoca de que allí se había producido el estallido. Los peritos recogieron muestras del pavimento y de los cascotes para establecer la naturaleza química del explosivo; luego se dictaminó que era una mezcla de TNT y T4. Se calculó que la maleta dejada por los terroristas tuvo que contener unos cuarenta kilos de ese explosivo.
Tras la confirmación de que la explosión había sido provocada por un atentado terrorista, una ola de indignación recorrió toda Italia. Aunque las autoridades insistían en la necesidad de identificar y de detener a los autores, la reacción mayoritaria era la de exigir un castigo ejemplar para los responsables, llegando a reclamar el restablecimiento de la pena de muerte.
El lunes 4 de agosto se convocaron manifestaciones en Roma y Bolonia, y se registró un paro nacional de dos horas. En señal de luto, la radio y la televisión suspendieron parte de su programación. El funeral por las víctimas se celebró el miércoles 6 de agosto en la Piazza Maggiore, con la presencia del arzobispo de Bolonia y el alcalde comunista de la ciudad, así como el presidente de la República. Al acto acudió una multitud de más de doscientas mil personas, que coreó continuamente la consigna «¡Justicia, justicia!».
La nota amarga del funeral la pusieron los familiares que se negaron a participar en el funeral, afirmando: «No queremos políticos detrás de nuestros difuntos». Ente los que rechazaron acudir al acto y los que ya habían hecho trasladar los restos mortales a los lugares de origen, tan sólo ocho féretros estuvieron presentes en la ceremonia religiosa.
Como un recordatorio de que la violencia en Italia no estaba dispuesta a tomarse un respiro, a pesar de estar tan reciente la tragedia de Bolonia, el mismo día del funeral un magistrado sería asesinado a balazos por la mafia en Palermo.
En busca del culpable
El mismo día de la explosión se recibieron cuatro llamadas en redacciones de periódicos, dos de ellas reclamando la autoría del atentado para la organización de extrema derecha Núcleos Armados Revolucionarios (NAR). Una tercera se la atribuía la organización de extrema izquierda Brigadas Rojas y una cuarta, también en nombre de esta última, desmentía cualquier tipo de participación en el atentado.
Pese al desmarque de la organización izquierdista, el gobierno de Cossiga atribuyó igualmente el atentado a las Brigadas Rojas, pero tres días después el primer ministro declaró ante el Senado que las sospechas se centraban en los grupos de extrema derecha.
Según la delirante lógica de los neofascistas, el objetivo era crear ente los ciudadanos un clima de inseguridad y desconfianza hacia las instituciones democráticas que posibilitase la transformación de éstas en sentido autoritario. Para crear esta inseguridad y desconfianza en el ciudadano común, el arma a utilizar era el atentado indiscriminado que provoca un gran número de muertes, tal como había sucedido en la abarrotada estación de Bolonia. Además, se daba la circunstancia de que Bolonia era la ciudad «roja» por excelencia, ya que más de la mitad de su población era votante del Partido Comunista Italiano (PCI).
Posteriormente, la organización terrorista de extrema derecha Ordine Nuovo sería acusada del atentado, y dos agentes del servicio secreto italiano (SISMI) y el presidente de la logia masónica P2, Licio Gelli, serían imputados por dificultar la investigación.
En años sucesivos, las investigaciones para conocer los verdaderos autores del atentado tropezaron con muchas dificultades, lo que causó numerosas polémicas y favoreció la aparición de teorías conspiratorias.
Lentamente, y gracias al impulso de las asociaciones de familiares de las víctimas, se llegó a una sentencia definitiva de casación en una fecha tan tardía como el 23 de noviembre de 1995. Fueron condenados a cadena perpetua, como ejecutores del atentado, los terroristas neofascistas Valerio Fioravanti y Francesca Mambro, quienes siempre se declararon inocentes. Otras muchas personas fueron condenadas a diversos años de cárcel debido a las pistas falsas que proporcionaron.
La organización Gladio
Los autores intelectuales de la masacre nunca se han descubierto. Testificando más tarde en los juicios, el neofascista Vincenzo Vinciguerra, quien cumplía cadena perpetua por otro atentado, declaró que una «estructura oculta, dentro del Estado mismo, y vinculada con la OTAN», había proporcionado una «dirección estratégica» al atentado de Bolonia y otras acciones terroristas, como el ataque con bomba contra el Banco de la Agricultura de Milán en diciembre de 1969, que produjo 16 muertos, o el tren Florencia-Bolonia de agosto de 1976, que se saldó con 11 muertos.
Vinciguerra se refería a Gladio, la organización terrorista secreta anticomunista ideada tras la Segunda Guerra Mundial por los servicios secretos norteamericanos y británicos con el objetivo de prepararse para una eventual invasión soviética de Europa Occidental. Para ello, la red contaba con fuerzas armadas paramilitares secretas de élite dispuestas en estos países, reclutadas incluso entre antiguos nazis. Estos contingentes secretos escapaban al control de los gobiernos correspondientes, aunque es de suponer que contaban con su consentimiento.
Pero, además de prepararse ante una posible invasión, estas fuerzas de retaguardia fueron utilizadas por la CIA para influir en la política de algunos de estos países. Italia era un frente al que se le prestaba una especial atención, ya que se temía la llegada al poder del partido comunista, muy potente entonces en el país transalpino. Si el atentado de Bolonia fue obra de Gladio con el fin de que las tensiones provocadas por la masacre incidiesen negativamente en las aspiraciones comunistas de alcanzar el poder es algo que difícilmente se podrá saber algún día[17].
El escenario
Para que las huellas de la masacre no quedasen borradas, la reconstrucción de la estación respetó el boquete en el muro causado por la explosión en la sala de espera; la abertura sigue hoy día presente, así como parte del suelo original. Además, se preservó intacto uno de los relojes que dan a la plaza situada frente a la estación, que se paró a las 10.25, hora del atentado.
El 2 de agosto está considerado en Italia como la jornada en memoria de todas las matanzas. Ese día, la ciudad de Bolonia organiza cada año un concurso internacional de composición musical y un concierto en la Piazza Maggiore en recuerdo de las víctimas.