JERUSALÉN, 1946
El atentado del Hotel Rey David

EL 22 de julio de 1946, sobre las once y media de la mañana, unos hombres entraron en el Hotel Rey David de Jerusalén. Disfrazados de lecheros y de camareros del hotel, descargaron varios bidones de leche y los entraron en el establecimiento por la puerta de servicio.

La misión de este grupo no era otra que volar el edificio; los recipientes no contenían leche, sino 350 kilos de explosivos. Mientras, un grupo de apoyo, cuyos miembros iban disfrazados de árabes, permanecía fuera del hotel. Los falsos lecheros actuaron con rapidez. Bajaron los bidones al sótano y los colocaron junto a las columnas de mayor soporte estructural.

Parte de los hombres que participaban en la acción no se conocían con anterioridad. Para evitar fugas de información, o confesiones en caso de ser capturados, los participantes habían acudido en dos grupos a las siete de la mañana a un lugar preestablecido, en donde se reconocieron con la contraseña Malonchik, una clave que sería la que denominaría la operación. Allí fueron informados del objetivo por los cerebros de la misión, pues hasta el mismo día del atentado no conocieron el blanco.

El ala sur del Hotel Rey David había sido ocupada por los británicos para albergar las instituciones centrales del régimen de administración del Mandato Británico de Palestina, incluyendo el cuartel general del Ejército y el gobierno civil. Además, servía de sede para una oficina de la ONU. Para proteger las instalaciones, se construyeron nidos de ametralladoras alrededor del hotel. En toda la zona, soldados, policías y detectives vigilaban constantemente. Pero, aun así, no lograron detectar a los hombres que habían entrado para dejar los explosivos.

Potente explosivo

Una vez que el artefacto fue colocado en el lugar previsto, los activistas salieron del hotel. Eran las doce del mediodía cuando uno de los miembros del grupo de apoyo arrojó en la calle un petardo inofensivo pero muy ruidoso, que provocó una gran detonación, y gritó a la multitud: «¡Aléjense, el hotel está a punto de volar por los aires!». Sin embargo, el estruendo atrajo a los curiosos, no sólo a los que pasaban por la calle, sino a los que se encontraban en las otras alas del hotel, por lo que el efecto de esta advertencia sería precisamente el contrario del buscado.

Unos minutos después, esa misma persona llegó donde esperaba una telefonista de 16 años, Adina Hay (alias Tehia), quien llamó al Hotel Rey David para informar —en hebreo y en inglés— que se acababan de colocar unos explosivos en el edificio y que éstos no tardarían en estallar. El mensaje conminaba a que el hotel fuera evacuado de inmediato para evitar víctimas civiles, pero el aviso fue ignorado.

Inmediatamente después, la misma persona telefoneó a la redacción del The Palestine Post para avisar de lo que iba a ocurrir. La tercera y última advertencia se hizo al consulado francés, próximo al hotel, aconsejando que abrieran las ventanas y corriesen las cortinas para disminuir los efectos de la onda expansiva y evitar la rotura de los cristales. Los funcionarios de la sede consular francesa hicieron caso de la advertencia y abrieron las ventanas. Pero las autoridades británicas ignoraron el aviso.

Cuando pasaban exactamente 37 minutos de las doce del mediodía, se disparó el temporizador que había dentro de los recipientes cargados de explosivo. Repentinamente, toda Jerusalén se estremeció, como si de un terremoto se tratase. El artefacto había hecho explosión de acuerdo al plan fijado, pero la fuerza del estallido había superado todos los cálculos. La explosión destruyó los siete pisos del ala sur del hotel, desde el subsuelo hasta el techo.

Tras los primeros minutos de terror y desconcierto, comenzaron a llegar los equipos de emergencia. Los gritos de los heridos surgían de entre los escombros y por todas partes podían verse cadáveres. El momento elegido para cometer el atentado era el de mayor afluencia de las oficinas de la administración británica. Cientos de funcionarios y oficiales estaban en ese momento en el interior del edificio, y muchos de ellos se encontraban ahora muertos o heridos entre los cascotes del hotel derrumbado.

«En el brutal atentado contra el Hotel Rey David morirían 91 personas».

Al lugar acudieron los Royal Engenieers del Ejército británico, provistos de material pesado para localizar a las víctimas. Sólo serían rescatadas con vida seis personas; el último sería encontrado veinticuatro horas después de derrumbe, aunque fallecería días después a consecuencia de las heridas. Las operaciones de rescate se prolongarían dos días más, en los que dos mil camiones salieron cargados de escombros, pero nadie más sería hallado con vida.

Luz verde al plan

La acción había sido cometida por el Irgun, cuyo líder era el futuro primer ministro y Premio Nobel de la Paz en 1978, Menahem Beguin (1913-1992). Este grupo clandestino, partidario de la lucha armada, había presentado a las autoridades judías el plan para destruir el edificio, pero el plan no fue aceptado, al considerarse que no era el momento adecuado. Sin embargo, la propuesta no fue descartada ni prohibida, por lo que el Irgun siguió adelante con el plan.

Pero en junio de 1946, los británicos ocuparon las oficinas de la Agencia Judía[15], llevándose importantes documentos secretos, que quedarían custodiados en el Hotel Rey David. Las autoridades judías consideraron prioritario que esa información fuera destruida, puesto que, al parecer, revelaba la conexión de los grupos clandestinos con la Agencia Judía, por lo que ésta dio luz verde a la acción propuesta por el Irgun.

En el brutal atentado contra el Hotel Rey David morirían 91 personas. De ellas, sólo 28 eran británicas. Los más afectados fueron los árabes, con 41 muertos, y después hubo cinco muertos más de diferentes nacionalidades. Paradójicamente, y como consecuencia de la acción indiscriminada, 17 judíos perdieron también la vida en el atentado. Algunas de las víctimas eran viandantes que en ese momento pasaban por delante del edificio.

Como consecuencia de este suceso, la Haganá detuvo temporalmente su cooperación con el Irgun. A esta organización se le recriminó el gran número de víctimas civiles; si el objetivo era volar el ala del Hotel destinada a oficinas sin causar derramamiento de sangre, la opción más razonable hubiera sido regular el temporizador para que la explosión se hubiera producido por la noche, cuando las oficinas estaban vacías.

La Agencia judía condenó públicamente el atentado, expresando su «sentimiento de horror por ese acto sin precedentes cometido por una banda de criminales». Si esta posición era sincera, al no contar con que se produjese tal cantidad de bajas civiles, o si, por el contrario, se correspondía a un cínico cálculo político es algo que queda a consideración de cada cual. El diario judío Hatsofeh abundó en esta descalificación de los autores del atentado, al catalogarlos de «fascistas».

Sin embargo, desde el punto de vista del objetivo de los terroristas y, en último término, de la Agencia Judía, el ataque sería un completo éxito, al conseguir que se extendiera el terror entre los administradores británicos. Éstos sabían que, a partir de ese momento, no podían sentirse seguros en ningún lugar. El atentado contra el Hotel Rey David sería determinante para forzar a los británicos a abandonar el Mandato, acelerándose así la evacuación del personal británico destinado en Palestina.

La controversia sigue abierta

Las circunstancias en las que se produjo el atentado abrieron una polémica que aún hoy continúa viva. Después de aquella acción, los británicos afirmaron que nadie les había avisado que iba a estallar la bomba, mientras los israelíes aseguraron que sí, pero que, según testigos presenciales, los británicos no permitieron que el edificio fuera desalojado alegando: «No aceptamos órdenes de los judíos».

Una posible explicación es que la llamada de advertencia se efectuó a la centralita del hotel, situada en la recepción, que era diferente de la que correspondía a las oficinas de la administración británica. Supuestamente, el personal del hotel no dio cuenta del aviso al ala del edificio destinado a las oficinas. Una investigación del gobierno británico, efectuada cinco meses después del atentado, concluyó de manera un tanto ambigua que «ningún aviso llegó a nadie del Secretariado en una posición oficial que le permitiera tomar la decisión de evacuar el edificio».

Recogiendo la indignación británica por la presunta inadvertencia, el entonces primer ministro, Clement Attlee, dijo ante la Cámara de los Comunes que el atentado contra el Hotel Rey David había sido «uno de los más devastadores y cobardes crímenes que se habían reportado en la historia». Incluso Winston Churchill, defensor de las posiciones sionistas, criticó el ataque.

La controversia también alcanza a la propia calificación del ataque. Los teóricos del terrorismo lo presentan como un ejemplo de acto terrorista saldado con éxito, puesto que los autores consiguieron sus objetivos. Sin embargo, en Israel no está considerado como un acto terrorista, ya que se trató de un ataque contra un objetivo militar; además, se distingue de ese tipo de acciones en que existió un intento de aviso para que la zona fuera evacuada. Menahem Beguin escribió, años más tarde, que la acción había sido «una explosión dentro de unos cuarteles fortificados de un régimen militar».

En julio de 2006, las autoridades israelíes y exmiembros del Irgun asistieron a la celebración del 60 aniversario de aquel suceso. El embajador británico en Israel y el Cónsul General en Jerusalén presentaron protestas por la conmemoración de ese atentado que costó la vida a cerca de un centenar de personas.

El escenario

El Hotel Rey David, de cinco estrellas, está ubicado en el corazón mismo de Jerusalén. Fue erigido en 1931 por el británico Frank Goldsmith (1878-1967), propietario de una cadena de hoteles de lujo, pero la mayor parte de la inversión correspondió a un banquero egipcio judío, Albert Mosseri, director del Banco Nacional de Egipto. El proyecto de construcción fue encargado al arquitecto suizo Emile Vogt. El estilo aglutinaba motivos asirios, hititas y fenicios, para proporcionarle un carácter «bíblico». El encargado de diseñar al interior de las habitaciones manifestó que el objetivo era «evocar las reminiscencias el antiguo estilo semítico y el ambiente del período glorioso del Rey David».

Tras el atentado y la guerra árabe-israelí de 1948, el establecimiento se convirtió en una fortaleza militar, que quedaría situada en tierra de nadie, en la línea de armisticio que dividió Jerusalén entre Israel y Jordania. En 1958, el edificio recuperó su función original y desde entonces suele servir de alojamiento para reyes, jefes de Estado, gente del espectáculo, magnates y miembros de la jet set internacional. Sus cuidados jardines, su piscina al aire libre y la terraza desde la que se puede admirar la ciudad vieja amurallada de Jerusalén, hacen que el visitante difícilmente pueda pensar que un día aquél fue el escenario de una masacre.

En el lugar en donde se levantaba el ala sur, objeto del atentado, se colocó en el 2006 una placa conmemorativa en la que se sostiene que aquellas 91 personas murieron porque los británicos hicieron caso omiso de las llamadas de alerta: «Por razones conocidas sólo por los británicos, el hotel no fue evacuado». En la misma placa se puede leer: «Advertencias a través de llamadas telefónicas se hicieron al hotel, al The Palestine Post y al Consulado francés, instando a los ocupantes del hotel a salir de inmediato. El hotel no fue evacuado y 25 minutos después las bombas explotaron. Para el pesar del Irgun, 91 personas murieron».