MY LAI,
1968
Masacre en una aldea vietnamita
UNO de los factores principales que llevó a Estados Unidos a perder la guerra de Vietnam fue la pérdida del apoyo de la población norteamericana. A esta desafección del frente interno contribuyó poderosamente la revelación de algunas acciones criminales llevadas a cabo por las tropas en suelo vietnamita. Las matanzas indiscriminadas contra la población civil restaron cualquier legitimidad que se pudiera poseer en esa confrontación contra las fuerzas comunistas que pretendían apoderarse de todo el país. El ejemplo que tendría más repercusión en la opinión pública estadounidense sería el de la masacre de My Lai.
Búsqueda y destrucción
La mañana del 16 de marzo de 1968, tres compañías de la 11.ª Brigada de Infantería iniciaron una operación de «búsqueda y destrucción» (Search and Destroy) en el área de Son My. Este tipo de acciones consistía en el envío, habitualmente en helicóptero, de un contingente reducido a un sector de la jungla en el que se sospechaba que existía una concentración de guerrilleros del Vietcong, para localizarles y golpearles con contundencia.
El objetivo de la Compañía C en esa operación de «búsqueda y destrucción» era el 48.º Batallón del Vietcong que, según los Servicios de Inteligencia, tenía su base en una aldea, la de Tu Cung, que figuraba en los mapas militares estadounidenses con el nombre de My Lai-4, aunque era conocida de manera informal como Pinkville (aldea rosa).
Los norteamericanos comenzaron lanzando un asalto con helicópteros. No encontraron resistencia en la zona de aterrizaje y, en cuanto tomaron tierra, el capitán Ernest L. Medina envió a las Secciones 1.ª y 2.ª al poblado.
Asesinatos y violaciones
Al ver la llegada de los norteamericanos, algunos aldeanos comenzaron a correr y fueron abatidos a tiros. La 2.ª Sección arrasó la mitad norte de My Lai-4, arrojando granadas dentro de las chozas y matando a todo el que salía de ellas. Los soldados violaron y asesinaron a las jóvenes del poblado, rodearon a los civiles y los mataron.
Al cabo de media hora, Medina envió a la 2.ª Sección al poblado de Binh Tay, donde los soldados violaron a más muchachas antes de capturar una veintena de mujeres y niños para asesinarlos.
Mientras tanto, la 1.ª Sección, bajo las órdenes del teniente William Calley, arrasó la zona sur de My Lai-4, disparando a todo el que intentaba escapar, asesinando a otros con las bayonetas, violando mujeres, matando al ganado y destruyendo los cultivos y casas. Los supervivientes fueron reunidos y apiñados dentro de una acequia de desagüe. En ese momento, el teniente Calley abrió fuego contra los indefensos aldeanos y ordenó a sus hombres que hicieran lo mismo. Descargaron una lluvia de balas sobre aquella montaña de carne humana hasta que todos los cuerpos quedaron completamente inmóviles. Un niño de dos años consiguió salir gateando de entre los cuerpos; Calley lo empujó y disparó contra él, matándolo.
Media hora más tarde, la 3.ª Sección entró en acción para terminar de liquidar al «enemigo». Mataron a los aldeanos heridos para evitarles el sufrimiento, quemaron las casas, dispararon sobre el ganado que aún quedaba vivo y sobre cualquiera que intentara escapar. Luego reunieron a un grupo de mujeres y niños y los acribillaron con sus fusiles de asalto M16.
El periodista Neil Sheehan describiría así la terrible carnicería:
«Los soldados estadounidenses y los oficiales jóvenes disparaban a ancianos, mujeres, niños, niñas y bebés. Un soldado disparó dos veces con una pistola del 45 a un bebé que yacía en el suelo, sin llegar a matarlo. Miró al bebé y le disparó una tercera vez. Los soldados pegaban a las mujeres con las culatas, violaban a algunas y maltrataban a otras antes de dispararles. Mataron a búfalos, cerdos y gallinas. Arrojaron a los animales muertos en los pozos para envenenar las aguas. Muchos de los habitantes volaron en los refugios en los que habían puesto bombas. Los que se asomaban para escapar de los explosivos eran asesinados. Prendieron fuego a todas las casas».
Civiles desarmados
En total, murieron entre 172 y 347 personas, todos ellos ancianos, mujeres y niños desarmados. El capitán Medina informó que habían contado 90 cuerpos de elementos del Vietcong no civiles. El oficial de prensa de la División anunció que «se había dado muerte a 128 enemigos, detenido a 13 sospechosos y capturado tres armas» (!).
Pese a que, según el oficial de prensa, los aldeanos contaban con tres armas, en realidad no se disparó un solo tiro a los soldados estadounidenses como respuesta, y la única herida de la que quedó constancia fue la de un soldado que se disparó en el pie a propósito para evitar tener que participar en aquella carnicería.
El mando militar pudo, durante un tiempo, omitir la información de la masacre, y el periódico del Ejército, Stars and Stripes, e incluso el New York Times, apoyaron el éxito de la misión.
El problema fue que dos reporteros, el fotógrafo Ronald Haeberle y el periodista del Ejército Jay Roberts, que habían sido asignados a la Sección de Calley, habían sido testigos de la masacre.
Según revelarían los dos periodistas posteriormente, una mujer recibió tantas ráfagas que sus huesos saltaron en astillas. Otra mujer fue muerta a tiros y su bebé destrozado a culatazos de M16, mientras otro bebé era atravesado con una bayoneta. Un soldado que acababa de violar a una joven, le introdujo la boca del cañón de su M16 en la vagina y apretó el gatillo. Un anciano fue arrojado a un pozo con una granada. Un niño que escapaba de la masacre fue derribado de un disparo. También recogieron el testimonio del piloto de un helicóptero de observación, que comenzó a lanzar granadas de humo para que pudiera localizarse a los civiles heridos y evacuarlos, pero que se quedó atónito y horrorizado cuando vio que sus compañeros en tierra se guiaban por el humo para llegar hasta los heridos y rematarlos.
«… murieron entre 172 y 347 personas, todos ellos ancianos, mujeres y niños desarmados».
Gradualmente, las descripciones de los dos periodistas fueron divulgándose dentro del Ejército, pese a lo cual los hombres de la Compañía C pregonaban orgullosos su victoria en My Lai. Los vietcong distribuyeron panfletos denunciando aquella atrocidad y el Ejército investigó con indiferencia los rumores de la masacre que se habían difundido a través de toda la cadena de mando, pero se decidió que no había indicios suficientes para una investigación.
El empeño de Ridenhour
Un soldado, Ronald Ridenhour, oyó también los rumores de la masacre y se interesó por el caso. Mostrando un denodado empeño por conocer la verdad, reunió a algunos miembros de la Compañía C, entre los que se encontraba el objetor más destacado de aquella atrocidad, Michael Bernhardt.
A medida que llegaban los informes, la euforia inicial de la gran victoria se iba diluyendo y muchos de quienes tomaron parte en ella comenzaron a preguntarse cómo podrían vivir, cuando volvieran a casa, con aquello que habían hecho. Sabían que no podían explicar lo ocurrido sin provocar que se les acusara de asesinato, pero necesitaban hablar con Ridenhour.
Ridenhour reunió las declaraciones, aunque estaba seguro de que si las presentaba al Ejército se volvería a realizar una investigación superficial y otra vez todo quedaría encubierto. No obstante, cuando volvió a casa después de su período de servicio, se dio cuenta de que le era imposible olvidar todo lo que había oído. Así que escribió una carta describiendo los testimonios que había reunido y envió 30 copias a los políticos más importantes. El congresista Morris Udall, de Arizona, presionó al Ejército para que enviara un equipo de investigación a entrevistarse con Ridenhour.
Juicio a Calley
Seis meses más tarde de la denuncia pública efectuada por Ridenhour, y unos 18 meses después de la matanza, el teniente Calley fue acusado formalmente del asesinato de 109 «seres humanos orientales». La noticia de la acusación apareció en algunos periódicos, pero sin especificar el número de muertos ni las terribles circunstancias en que se produjeron, por lo que pasó prácticamente inadvertida.
El asunto hubiera podido mantenerse alejado de la opinión pública, de no ser porque un periodista tenaz, Seymour Hersh, alertado por un abogado, captó las posibilidades de la historia y comenzó a investigar. En noviembre de 1969 publicó el relato completo de los hechos en 36 periódicos, incluyendo las principales cabeceras. El New York Times sacó a la luz su propia versión y la revista Life publicó las fotografías tomadas por Ronald Haeberle durante la matanza. La masacre apareció en la portada de la revista Newsweek, bajo el llamativo titular «Tragedia americana». El asunto de la masacre de My Lai pasó a convertirse en un escándalo mayúsculo.
El juicio a Calley dividió al país en dos. Los que estaban a favor de la guerra decían que sólo había cumplido con su deber. Los que estaban en contra afirmaban que Calley no era más que el chivo expiatorio, puesto que masacres como la de My Lai habían ocurrido en muchas más ocasiones; para ellos, quienes debían sentarse en el banquillo eran los altos dirigentes militares, incluido el que era presidente en el momento de los hechos, Lyndon B. Johnson.
Gracias al juicio, la opinión pública tuvo conocimiento en detalle de cómo se estaba llevando a cabo la lucha en Vietnam. En muchas zonas, los soldados norteamericanos combatían contra una población hostil, en la que era imposible distinguir entre civiles y guerrilleros. Las minas y trampas explosivas causaban constantes muertes, sin que fuera posible capturar a los que las habían colocado. En estas circunstancias, nada resultaba más tentador que vengarse en las aldeas, cuyos habitantes seguramente simpatizaban con el Vietcong o eran incluso combatientes esporádicos.
El juicio dio la oportunidad al teniente Calley de explicar, a modo de atenuante, sus circunstancias personales. Relató que en el mes anterior al ataque a My Lai, su Compañía, integrada por unos 100 hombres, había sufrido 42 bajas a causa de los francotiradores y las trampas explosivas, sin que lograran ver a ningún enemigo. Sólo dos días antes, cuatro de sus hombres habían volado en pedazos al caer en una trampa explosiva. Durante ese tiempo, Calley había visto también todo tipo de atrocidades cometidas por los guerrilleros. Una noche, los vietcong capturaron a uno de sus hombres y estuvieron oyendo sus gritos durante toda la noche. Como pudieron comprobar a la mañana siguiente, le habían despellejado vivo, dejándole sólo la piel de la cara, para sumergirle después en agua con sal y arrancarle los genitales.
Pero los propios vietnamitas también eran víctimas de los excesos del Vietcong cuando se mostraban remisos a colaborar con los guerrilleros. Calley había visto al jefe de una aldea al borde de la locura después de encontrar en la puerta de su casa una tinaja de barro dejada por los guerrilleros, llena de un líquido que parecía salsa de tomate. Dentro había fragmentos de huesos, pelo y trozos de carne humana flotando; era su hijo.
Su descripción del horror de la lucha en Vietnam, además de sus fervientes demostraciones de patriotismo y anticomunismo, acabó convirtiendo a Calley en víctima en lugar de verdugo. Cuando la vista del juicio llegaba a su final, las encuestas revelaban que ocho de cada diez norteamericanos estaban a favor de su absolución.
A lo largo del proceso, Calley se había mostrado como un muchacho normal. Nacido en Miami, trabajaba como tasador de seguros en San Francisco cuando recibió la orden de alistamiento. Su paso por tres centros de instrucción no fue suficiente para adquirir las habilidades mínimas que se le debían exigir a un oficial; de hecho, se graduó sin saber siquiera interpretar correctamente un mapa. Una vez en Vietnam, Calley se encontró con que no era capaz de controlar a sus propios hombres ni de resistir la creciente presión de sus superiores para incrementar los recuentos de víctimas. Su testimonio dejó claro que los mecanismos del Ejército para escoger y formar a los oficiales que debían estar al frente de las tropas habían fracasado estrepitosamente.
El juicio a Calley concluyó el 16 de marzo de 1971, exactamente tres años después de la masacre. Después de deliberar durante quince días, el jurado lo declaró culpable de asesinato. Calley fue condenado a cadena perpetua y trabajos forzados. Sin embargo, poco después la pena se redujo a veinte y luego a diez años. Finalmente, el 19 de noviembre de 1974 Calley fue liberado, después de cumplir solamente tres años y medio de arresto domiciliario.
En cuanto al resto de los hombres que participaron en la matanza, de la docena de oficiales y soldados que fueron inicialmente imputados sólo cinco fueron llevados a juicio. Ninguno sería condenado.
También fueron imputados lo oficiales que habían encubierto la masacre, incluyendo a todo un general de división, Samuel Koster, pero todos ellos resultarían también absueltos.
Nadie acabó pagando por aquel crimen. Pero, a buen seguro, los que participaron en él se arrepintieron mil veces de haber actuado así. Lawrence C. La Croix, uno de los soldados que dispararon ese día contra los civiles vietnamitas, afirmaría años después: «Resultó fácil. Es sencillo matar cuando se enseña a odiar al enemigo. Pero desde entonces, sólo oigo los gritos de angustia».
El escenario
La aldea de My Lai, o Tu Cung para los locales, pertenece a la población de Son My. La infame matanza se recuerda en el Parque en Memoria de los Caídos, emplazada en la aldea en la que tuvo lugar ese sangriento episodio de la Guerra de Vietnam. En ese parque hay decenas de tumbas, muchas de ellas de miembros de la misma familia.
Al pasear por ese espacio tranquilo y digno, rodeado de arrozales, al visitante le invade la sensación de la presencia de los difuntos que le rodean. En el jardín pueden advertirse las cicatrices que dejaron las atrocidades cometidas en el lugar: marcas de bala en los árboles, restos de casas incendiadas con un epitafio de piedra en memoria de las familias que las habitaban, así como algunos de los refugios que no sirvieron a los habitantes de My Lai para protegerse de los soldados norteamericanos.
Después de pasar tres estatuas de cuerpos agonizantes, el camino central del jardín conduce hasta una estatua grande de estilo soviético de una mujer acunando un bebé entre los caídos, con el puño derecho levantado en señal de desafío.
Al oeste de este camino se levanta un pequeño edificio. En él se exhibe una truculenta galería de fotografías que muestra los terribles acontecimientos de aquel día a través de instantáneas tomadas desde los helicópteros norteamericanos. También se muestran objetos que fueron testigos de la matanza, como una tetera y una taza hechos añicos por el impacto de las balas mientras sus propietarios estaban desayunando.
En la aldea pueden verse aún las zanjas en las que decenas de civiles vietnamitas fueron alineados y asesinados por los soldados estadounidenses.