BROMBERG, 1939
La primera matanza de la Segunda Guerra Mundial

LA ciudad polaca de Bydgoszcz se encuentra al norte del país, cerca de los ríos Brda y Vístula. Esta tranquila ciudad, cuyos orígenes se remontan al siglo XIII, sería el escenario de una cruel matanza en 1939, nada más comenzar la Segunda Guerra Mundial.

En Bydgoszcz, conocida por los alemanes con el nombre de Bromberg, residía un buen número de polacos descendientes de alemanes. De hecho, la ciudad ya había sido ocupada por los Caballeros Teutones entre 1331 y 1337, y desde entonces había sido habitual el establecimiento de alemanes en Bromberg. La convivencia entre ambas comunidades se había desarrollado por los cauces normales de una relación de buena vecindad.

Sin embargo, el ascenso de los nazis al poder en Alemania y los deseos de Hitler de expandir el Reich germano a costa de los países limítrofes, llevó a que los alemanes de Bromberg comenzasen a ser vistos con prevención por sus vecinos polacos. Para éstos, en el caso de que Alemania lanzase una invasión contra Polonia, estaba claro por quién iban a tomar partido sus vecinos de origen germano.

Polonia, invadida

El 1 de septiembre, los temores de los polacos se convirtieron en una trágica realidad. Los veloces panzer atravesaron las fronteras y penetraron rápidamente en territorio polaco, sin que las tropas locales lograsen detenerlos.

La situación geográfica de Bromberg, próxima al Vístula, la convertía en un objetivo primordial para la Wehrmacht. En efecto, el IV Ejército alemán, mandado por el general Von Kluge, avanzaba en dirección a la ciudad formando dos cuñas. Su objetivo era alcanzar el río para cortar en él la retirada de las unidades polacas.

La rabia y la impotencia de los polacos ante el avance incontenible de las fuerzas germanas tendría su dramática expresión en los acontecimientos que tendrían lugar el domingo 3 de septiembre en Bromberg. Ese día amaneció radiante de sol; la jornada se prometía, desde las primeras horas, como una apacible jornada de descanso dominical, salvo por el hecho de que las tropas germanas se estaban acercando a la ciudad. Con toda probabilidad, antes de veinticuatro horas Bromberg estaría en poder de los alemanes.

Desde las primeras horas de la mañana, grupos de paisanos polacos armados comenzaron a recorrer las calles de la población. La proximidad de la Wehrmacht hizo crecer de repente el odio contra los alemanes que tenían más cerca; sus propios vecinos. La propaganda polaca se había encargado de atizar la hoguera, logrando convencer a sus ciudadanos que los alemanes sacrificarían a las mujeres y a los niños polacos como si fueran reses. A la vista de los acontecimientos posteriores, la profecía de las autoridades polacas no estaba en absoluto descaminada, pero en ese momento lo único que conseguiría sería acelerar la incipiente espiral de odio, con terribles consecuencias.

¡Muerte a los alemanes!

Para los polacos, sus vecinos de origen alemán eran los «Hitlers», como se les llamaba despectivamente. Contra ellos se desató aquel día una implacable batida. La consigna fue: «¡Muerte a los alemanes!». La ciudad se convirtió en tribunal, y cualquiera se atribuyó jurisdicción para actuar de acusador, juez y verdugo.

Una joven alemana de 19 años, Vera Gannot, informaría más adelante al tribunal militar alemán constituido para la ocasión sobre los pormenores de la jornada sangrienta:

«El domingo, hacia las dos de la tarde, se acercaron a nuestra casa, distante cuatro kilómetros de la ciudad, varios soldados y paisanos polacos. Los paisanos dijeron que allí vivían alemanes. Automáticamente, los soldados comenzaron a disparar. Nos refugiamos en un cobertizo. El primero en abandonar el refugio, a instancias de nuestros atacantes, fue mi padre. Los polacos le preguntaron dónde tenía la ametralladora. Yo salí del cobertizo, porque podía expresarme en polaco. Entonces pregunté a los intrusos qué les habíamos hecho, e intercedí por mi padre. Los polacos gritaron enfurecidos: “Abajo los cerdos alemanes”, y entonces le dieron varios culatazos en la cara y en todo el cuerpo. Mi padre cayó al suelo y le dispararon seis tiros. Una vez que comprobaron que había muerto, la horda se marchó».

Poco después apareció en la casa otro grupo de paisanos. Uno de ellos violó a la muchacha mientras los demás la sujetaban.

La búsqueda de armas respondía al convencimiento de los polacos de que sus vecinos alemanes formaban parte de una quinta columna encargada de preparar el avance de las tropas alemanas. Creían que sus vecinos disponían de armas preparadas para ser utilizadas cuando el ejército germano se hallase cerca de la ciudad y colaborar así en su captura.

Casi al mismo tiempo que el padre de Vera Gannot era asesinado, otro grupo de civiles y soldados penetraba en la casa parroquial del barrio de Jägerhoh, en la que un grupo de alemanes se había refugiado, con la esperanza de que las tropas germanas llegaran a tiempo para librarles de una muerte cierta. La casa parroquial fue registrada por los polacos en busca de armas, sin que se hallase ninguna. El jefe del grupo, un suboficial, se mostró indeciso sobre lo que debía hacer. Entonces, un paisano polaco propuso llevarse a los hombres, incluido el párroco, Richard Kutzer. Así lo hicieron. Días más tarde, los cuerpos de aquellos hombres, entre los que había un muchacho de catorce años, fueron encontrados sin vida. Al párroco le habían partido la mandíbula y después le habían disparado en la espalda. Los otros hombres también habían muerto por disparos de bala.

En otra casa, la del matrimonio Schmiede, se habían refugiado los miembros de otra familia, los Ristau. A las tres y media los polacos irrumpieron en la casa; un soldado les preguntó si tenían armas. Erwin Schmiede le contestó que no; aun así, el soldado abrió fuego sobre él, matándolo. Los otros alemanes escaparon hacia la bodega de la casa y trataron de hacerse fuertes allí. Los polacos prendieron fuego a la casa. Cuando los alemanes trataron de escapar por las ventanas, fueron ametrallados desde el exterior.

Ese domingo, cientos de alemanes tuvieron el mismo final desgraciado que los Gannot, los Schmiede, los Ristau o el párroco Kutzer. Fueron apaleados, fusilados o acuchillados indistintamente, sin consideración alguna hacia edad o el sexo, la profesión, la posición social o la religión. No importó si era granjero o profesor, sacerdote, doctor, comerciante, trabajador o dueño de una fábrica; el ser de origen alemán era motivo suficiente para ser condenado y ejecutado al instante. Donde las armas automáticas proporcionadas por los soldados no fueron suficientes, los polacos utilizaron cuchillos, hachas, sierras, martillos, palas o barras de hierro.

«La consigna fue: “¡Muerte a los alemanes!”».

La matanza continuaría, aunque con menor intensidad, durante la mañana del día siguiente, pero los alemanes ya estaban a las puertas de la ciudad y los polacos estaban más preocupados en escapar y ponerse a salvo que en poner el broche de horror a la aniquilación emprendida el día anterior.

Cadáveres en las calles

Cuando los alemanes entraron en Bromberg a última hora de ese lunes 4 de septiembre, la imagen que se ofrecía ante sus ojos era espantosa. Se podían ver decenas de cadáveres por las calles, pero lo peor llegaría a primera hora del día siguiente, cuando se comenzaron a abrir las fosas comunes en las que habían sido enterrados a toda prisa los cadáveres.

Según afirmaría un testigo, «en la fosa abierta en la Bülowplatz hallamos varios cadáveres tan mutilados que apenas eran reconocibles. Se les había cortado la cabeza, se les habían sacado los ojos y roto las piernas y brazos. Incluso les faltaban dedos. Ancianos, mujeres y niños…».

Unos doscientos cuerpos recuperados fueron alineados ante el edificio del ayuntamiento de Bromberg. Había hombres, niños y mujeres; entre éstas, una embarazada que había sido atravesada por una bayoneta. En los días sucesivos se fue localizando el paradero de los cuerpos. Los grupos de la Wehrmacht y la policía contaron en total 1100 cadáveres.

Juicio a los culpables

Si aquella masacre hubiera ocurrido dos o tres años más tarde, lo más probable es que, en venganza, las tropas alemanas hubieran arrasado la ciudad y provocado una matanza aún mayor. Pero eran los inicios de la contienda, y en esos momentos aún existía la intención de respetar las leyes de la guerra. Así pues, los alemanes decidieron responder a ese asesinato masivo aplicando la justicia, al menos de un modo formal, puesto que la justicia nazi constituía un oxímoron.

Se seleccionó en Berlín un equipo de juristas de las tres armas de la Wehrmacht y se les trasladó a la ciudad. Abogados, jueces militares de la Marina, de la Aviación y del Ejército se instalaron en Bromberg para llevar a cabo su cometido. Con frialdad profesional, los magistrados iniciaron el interrogatorio de los testigos.

Apenas transcurrido un mes, comparecían los primeros polacos ante los tribunales especiales de los alemanes. El 11 de octubre se sentaron en el banquillo de los acusados tres polacos para responder de los cargos de asesinato, incitación al asesinato y grave quebranto de la paz nacional. Los tres fueron condenados a muerte y ejecutados.

De todos modos, los tribunales especiales encargados de juzgar a los presuntos autores de la masacre no participaron de la habitual dinámica de la justicia nazi, que en la mayoría de ocasiones no era más que una farsa. Tanto los jueces como los abogados se comprometieron con el esclarecimiento de los hechos y se esforzaron en observar al máximo lo establecido en el derecho vigente. Así pues, los inculpados de los que no se pudo demostrar su participación en los asesinatos no fueron condenados a muerte. Esta observancia de las más elementales normas del derecho provocaría las quejas de Hitler, partidario de ejecutar una venganza implacable y brutal.

La matanza de Bromberg no sería una excepción. El avance de las tropas alemanas por la geografía polaca provocaba la huida precipitada del poder militar y civil. Esa circunstancia sería aprovechada por algunos polacos para saldar viejas cuentas con sus vecinos de origen alemán. Se calcula que unos 7000 alemanes fueron asesinados en toda Polonia durante esa ola de violencia.

Los hechos de Bromberg serían convenientemente utilizados por la propaganda alemana para justificar la invasión de Polonia; si ése era el destino que le había aguardado a los polacos de origen alemán, era difícil de imaginar lo que habría podido ocurrir en el caso de que los ejércitos polacos hubieran invadido territorio alemán. En 1940 se publicó un libro titulado Dokumente Polnischer Grausamkeiten (Documentos sobre Crueldad Polaca) para mantener fresco el recuerdo de la masacre.

Sin embargo, lo que no trascendió a la población alemana fueron los detalles de las brutales acciones de represalia emprendidas por el Ejército alemán contra los civiles polacos, en especial contra la comunidad judía, cuyo grado de crueldad superaría con creces lo sucedido el 3 de septiembre en Bromberg.

El escenario

La ciudad de Bydgoszcz, la antigua Bromberg, cuenta con unos 700 000 habitantes. Conserva buena parte de su patrimonio histórico, como el área de la plaza del mercado, rodeada de edificios medievales, y las iglesias de la Asunción, de San Vicente Paúl y San Pablo, de estilo gótico renacentista.

Sin embargo, no hay nada en Bydgoszcz que recuerde la matanza de 1939.