TESALÓNICA, 390
Sangre en el circo
LAS relaciones entre Iglesia y Estado siempre han estado sujetas a tensiones de diversa índole. En el curso de esta relación no siempre fluida, destacan algunas fechas importantes, que han ido marcando este tortuoso camino. Una de ellas fue el año 313, cuando, a través del Edicto de Milán, el emperador romano Constantino I (272-337) decretó la libertad de culto para los cristianos y el fin del paganismo como religión oficial del Imperio. Los cristianos pasaron, de ser perseguidos, a obtener ciertos privilegios y a permitírseles la construcción de grandes templos.
Con el Edicto de Milán se iniciaba una nueva época para la Iglesia; a partir de ese momento, su influencia en las esferas del poder aumentaría. Sin embargo, existía, al menos en teoría, libertad de culto.
El Edicto de Tesalónica
Pero en el año 380, con la promulgación del Edicto de Tesalónica, se iría un paso más allá, bajo el impulso del emperador Teodosio (347-395). El cristianismo pasaría a ser la religión oficial y única del Imperio, quedando estipulado en estos inequívocos términos:
«Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos (…). Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa, que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial».
Mediante este edicto, la libertad de culto era suprimida y cualquier otra práctica religiosa era susceptible de ser perseguida. A partir de entonces, una religión monoteísta, acompañada de unas determinadas normas morales, sustituía a un secular conglomerado religioso formado por dioses, deidades y lares domésticos, muchos de ellos de origen prerromano.
Pese a la oficialización del culto cristiano, las tensiones entre el poder político y el religioso aumentaron. Como máxima autoridad del Imperio, Teodosio incluyó al sacerdocio en el funcionariado del mismo, lo que en la práctica lo situaba bajo su autoridad, una autoridad que no era reconocida por los propios sacerdotes. A la vez, Teodosio jugaba con dos barajas, ya que hacía lo posible por proteger a los ahora semiclandestinos paganos de la persecución y el acoso de los cristianos, que exigían del emperador que pusiese fin a sus prácticas religiosas.
Esa resistencia de Teodosio a doblegarse ante la Iglesia venía dada por la débil penetración del culto cristiano entre las clases populares y los estamentos militares. Por esa época, contrariamente a lo que se suele creer, el cristianismo gozaba de una implantación mucho mayor entre las clases dominantes. Teodosio no quería granjearse la enemistad del pueblo llano, que continuaba celebrando ritos paganos, por lo que se esforzó en guardar un equilibrio que siempre resultaría precario.
Pero esa tensión entre el emperador y la Iglesia debía aflorar tarde o temprano. Lo haría con ocasión de una masacre sucedida precisamente en la ciudad que había alumbrado el edicto que oficializaba el culto cristiano: Tesalónica.
Un auriga muy popular
El gobernador de la ciudad griega de Tesalónica metió en la cárcel a un auriga del circo, muy querido de la multitud. Las circunstancias de la detención no son bien conocidas. Según la versión más extendida, se cree que el magister militum (un rango equivalente al de Capitán General) de la prefectura, un tal Boterico, había recibido atenciones no deseadas por parte del famoso auriga. La respuesta de Boterico fue proceder a su arresto, aplicando la ley contra los actos homosexuales que Teodosio había promulgado ese mismo año. Existen otras versiones en las que el objeto de amistad del auriga era un sirviente de Boterico, aunque también circula otra explicación, para algunos menos incómoda, en la que el objeto de atención era una sirvienta.
Sea como fuere, el auriga dio con sus huesos en la cárcel, pero el pueblo no estaba dispuesto a renunciar a las exhibiciones que ofrecía cada vez que se celebraban carreras en el circo. Así pues, los fanáticos seguidores del auriga se amotinaron, asaltando los edificios públicos. En la algarada, el gobernador fue asesinado por las turbas enardecidas, así como el propio Boterico y algunos magistrados. El auriga fue liberado, es de suponer que abrumado por el aprecio mostrado por sus seguidores más radicales.
Teodosio, que se encontraba en Milán, tuvo noticia de lo que estaba ocurriendo en Tesalónica. El emperador se dejó arrebatar por la ira: «Ya que toda la población es cómplice del crimen, que toda ella sufra el castigo». Para Teodosio, la totalidad de la población era culpable de asesinato y, por tanto, era merecedora de ser condenada a muerte. El emperador sugirió que, para facilitar la aplicación de esta justicia expeditiva, los pretorianos atacasen a la multitud cuando estuviera concentrada en el circo.
Aunque Teodosio revocaría posteriormente la orden, el aviso llegaría demasiado tarde a la guarnición de la ciudad. Cuando los tesalonicenses se hallaban en el circo para asistir a la reaparición del auriga, los pretorianos cerraron todas las salidas del recinto. Comenzó entonces una degollina brutal, en la que los soldados asesinaron metódicamente a todos los espectadores.
El obispo de Tesalónica, Teodoreto, describió así la hecatombe: «Como en la cosecha de las espigas, fueron todos segados a la vez». La carnicería se prolongó a lo largo de cuatro horas, sin ninguna distinción de edad, sexo o grado de implicación en la revuelta.
La arena del circo quedó regada con la sangre de entre 7000 y 15 000 inocentes. Aunque es probable que las crónicas exagerasen el número de víctimas, el alcance de la masacre fue, en cualquier caso, muy elevado.
El arrepentimiento del emperador
La noticia de la matanza no tardó en llegar a Milán. Ambrosio, el obispo de esa ciudad, quedó escandalizado por lo ocurrido en Tesalónica. El obispo exigió el arrepentimiento del emperador y le excomulgó hasta que lo hiciera.
Teodosio no calibró de forma adecuada la amenaza del obispo, por lo que se presentó a las puertas de la basílica de Milán como si nada hubiera sucedido. Pero Ambrosio le cortó el paso, diciéndole con severidad: «Deteneos, emperador. ¿Cómo osaríais pisar este santuario? ¿Cómo podríais tocar con vuestras manos el cuerpo de Cristo? ¿Cómo podríais acercar a vuestros labios su sangre, cuando por una palabra proferida en un momento de ira habéis hecho perder la vida a tantos inocentes?».
El emperador, mostrándose arrepentido, argumentó: «Conozco mi culpa y mucho espero de la misericordia divina. David esperó mucho por ella —añadió—, pues aunque fue adúltero y homicida, jamás padeció la confusión de haber esperado en vano».
El obispo respondió: «Lo imitaste en el pecado; imítalo también en la penitencia». Puesto que su crimen había sido público, su penitencia debía también ser pública. De lo contrario, se vería privado de los sacramentos y no podría volver a entrar nunca más en una iglesia.
Teodosio se resistió a realizar ese acto público de contrición. Esperaba que Ambrosio fuera benevolente, pero el obispo se mostró inflexible. Finalmente, ocho meses después de la matanza de Tesalónica, Teodosio aceptó humillarse ante el poder religioso; el día de Navidad del año 390, el emperador se presentó a Ambrosio, sin las insignias del poder, como un pecador público. Lloró y pidió la absolución de su delito, antes de poder ocupar un lugar entre los fieles. Sus palabras fueron: «Vengo a solicitar el remedio que puede curar mi alma». El obispo le pidió únicamente que allí mismo firmase un decreto por el que se disponía que ninguna pena de muerte pudiese ejecutarse hasta treinta días después de promulgada, a lo que el emperador accedió.
Aunque la autoridad imperial no quedó en entredicho con este episodio, la realidad es que el ascendiente político de la Iglesia quedó fuera ya de toda duda. Ambrosio selló la nueva situación con esta sentencia: «El emperador está en la Iglesia, no por encima de la Iglesia».
«El emperador Teodosio se presentó al obispo Ambrosio, sin las insignias del poder, como un pecador público».
Como penitencia y compensación, Teodosio decretó dos años después la prohibición de los sacrificios paganos. Al amparo de esta nueva prohibición se inició una fuerte represión contra la población pagana, que alcanzó su culminación en la segunda destrucción de la biblioteca de Alejandría y del gran templo de Serapis. El cristianismo se convertía así, como inesperada consecuencia de una masacre, en la única religión que podía ejercerse en las fronteras del Imperio romano.
El escenario
Tesalónica es la actual Salónica, la segunda ciudad de Grecia, con una población de unos 800 000 habitantes. Aunque Salónica es un importante centro industrial, su riqueza artística y arqueológica fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988.
Al este del palacio de Galerius se extendía el lugar en donde tuvo lugar la masacre del año 360: el circo. Éste tenía una longitud aproximada de 500 metros. Aunque su emplazamiento ha sido localizado por los arqueólogos, sólo una pequeña parte ha podido ser excavada, ya que sobre el terreno se levantan varios edificios modernos que impiden su afloramiento.