TEUTOBURGO, 9 d. C.
Las legiones romanas, aniquiladas

LA legión romana era la fuerza militar más poderosa de la Antigüedad. Nada ni nadie podía hacerles frente. Los legionarios, bien entrenados, conocían de memoria todos los movimientos a realizar, que ejecutaban en cualquier momento de la batalla tras una señal convenida. El soldado romano era además extraordinariamente resistente; cargado con todo el equipo, un legionario era capaz de caminar cerca de cuarenta kilómetros en cinco horas. La disciplina, basada en crueles castigos —se podía llegar a diezmar una legión en caso de cobardía—, convertía a la legión en una máquina de guerra invencible.

En los primeros años de nuestra era, a los romanos no se les pasaba por la cabeza que sus legiones pudieran ser derrotadas alguna vez. Y lo que no podían imaginar, ni en sus peores pesadillas, era que pudieran ser aniquiladas en un remoto bosque, a manos de una tribu de bárbaros. Pero eso es exactamente lo que ocurriría.

Arminio, caudillo germano

Alrededor del año 10 a. C., los pueblos germánicos ocupaban las zonas fronterizas del Imperio romano, al este del Rin y al norte del Danubio, y se veían obligados a pagar un tributo al emperador Augusto (63 a. C-14 d. C.). Estos pagos en forma de oro y plata comenzaron a originar un cierto malestar entre los germanos, por lo que Augusto decidió enviar a uno de sus generales, Publio Quintilio Varo, para que mantuviera la paz en la región. Así, Varo fue nombrado jefe del ejército romano en Germania, al mando de cinco legiones.

Varo había sido gobernador de Siria y estaba casado con una sobrina-nieta de Augusto. Los lazos familiares y el hecho de que en Siria no se hubiera producido ningún levantamiento contra Roma llevaron a Augusto a depositar en él toda su confianza.

Pero un combativo germano llamado Arminio, líder de la tribu de los queruscos, se encargaría de demostrar que la belicosa Germania no era como la acomodaticia Siria, y aceptó el desafío de Roma. Arminio conocía perfectamente a sus adversarios, ya que él mismo tenía la ciudadanía romana. De hecho, su propio hermano se había integrado de tal forma en la sociedad romana que, renegando de sus orígenes, había adoptado el nombre de Flavio y combatía por las armas al pueblo germano.

El futuro cabecilla teutón, indignado por la insaciable codicia romana, se propuso derrotar a las tropas de Varo, creando un movimiento de resistencia secreto hasta formar un auténtico ejército, integrado en buena parte por guerreros germanos que habían formado, en uno u otro momento, parte de las legiones romanas, por lo que, además de conocer perfectamente al enemigo, contaban con una excelente formación militar.

Emboscada mortal

En el otoño del año 9 d. C., Arminio ya estaba preparado para retar al Imperio. Él era consciente de que un enfrentamiento a campo abierto, en el que las legiones romanas pudieran desplegar sus tácticas acostumbradas, de implacable eficacia, era un auténtico suicidio. La única oportunidad[2] era conseguir que el choque se librase en un terreno propicio para las armas germanas. Para ello, mediante estudiadas añagazas, Arminio logró atraer a tres de las cinco legiones hacia un lugar que él conocía muy bien, el bosque de Teutoburgo.

Las fuerzas comandadas por Varo, que sumaban unos 20 000 hombres sin contar los familiares de los soldados, se adentraron en el bosque en busca de los rebeldes germanos. La suerte se alió con Arminio, al producirse un fuerte aguacero que dejó el camino impracticable. El fango dejó inmovilizados a los legionarios romanos, lo que fue aprovechado por los guerreros de Arminio para atacar.

Una lluvia de dardos de hierro cayó de repente sobre los romanos. Las legiones intentaron adoptar la formación de testudo —tortuga— para entablar combate, pero los germanos se retiraron de inmediato. Los legionarios iniciaron un nuevo avance, pero al poco rato volvían a ser atacados. Para ellos, los guerreros germanos eran como inaprensibles fantasmas que desaparecían con la misma rapidez con la que aparecían.

«Los germanos atacaron entonces a la columna romana desde todos los ángulos».

Los germanos empleaban todo tipo de estratagemas para acrecentar la sensación de inseguridad en el ánimo de los romanos. Por ejemplo, en los días previos habían cortado los troncos de los árboles a los lados del camino al que los germanos habían atraído a los romanos, aunque de tal manera que aún se sostenían en pie. Cuando la columna estaba pasando por el camino, los troncos eran empujados y caían sobre los asustados legionarios, provocando el consiguiente desorden en sus filas.

Al caer la oscuridad, los romanos se atrincheraron en el interior del bosque y allí pasaron la noche. A la mañana siguiente reemprendieron el camino, pero tuvieron que abandonar los carros con los víveres, al quedar atascados en el barro. Los hombres de Arminio arrojaron lanzas contra los romanos sin que éstos, desconcertados, pudieran responder. Volvieron a atrincherarse, pero los germanos atacaban cada vez que intentaban reemprender la marcha.

El equipamiento pesado de las legiones era muy apropiado para los enfrentamientos en terrenos despejados, pero en el intricado bosque de Teutoburgo era más un impedimento que una ventaja. En cambio, los germanos, ligeramente armados, tenían una movilidad mayor que les permitía ejecutar esa táctica de guerrilla, la más apropiada para ese terreno.

La lluvia y el barro siguieron aliándose contra las legiones de Varo. Al ser imposible el avance, éste ordenó regresar por el mismo camino. Iniciada la contramarcha, el acoso de los hombres de Arminio no se detuvo. El cansancio y la desmoralización llevaron a algunos pequeños grupos de legionarios a desgajarse de la columna principal y tratar de ponerse a salvo por su cuenta. El jefe de la caballería romana, Numonio, también fue de los que perdió la calma y huyó a la cabeza de su regimiento con la esperanza de alcanzar el Rin y dejar atrás aquel infierno verde, pero tanto él como su destacamento fueron alcanzados y masacrados.

Arminio vio llegado el momento de propinar el golpe de gracia a los hombres de Varo. Los germanos atacaron entonces a la columna romana desde todos los ángulos, sin que los legionarios lograsen coordinar una respuesta. Algunos lograron formar pequeñas islas de resistencia que mantendrían a raya a los germanos durante dos días, pero también acabaron siendo aplastadas.

Varo resultó herido por una lanza y prefirió suicidarse antes que caer en manos de Arminio. Algunos miembros de su Estado Mayor seguirían su ejemplo. Según explica la tradición, Varo ordenó a su esclavo: «¡Mátame ahora mismo!». Los germanos quemaron el cadáver de Varo, le cortaron la cabeza y se la enviaron a Augusto en Roma, donde sería enterrada con honores en el panteón familiar.

Muchos romanos murieron ahogados en las ciénagas que rodeaban el bosque. Pero se puede afirmar que los que murieron fueron los más afortunados. Los romanos que fueron capturados con vida sufrieron un final horrible, siendo cruelmente sacrificados o quemados vivos. Los grupos dispersos por la región fueron literalmente cazados y exterminados a lo largo de las jornadas siguientes.

El joven oficial Casio Querea, que pasaría a la posteridad por matar al emperador Calígula, dirigió la huida de un grupo de legionarios, quienes escaparon de la trampa mortal en la que Arminio había convertido el bosque de Teutoburgo, amparados en la oscuridad de la noche. Aparte de ellos, algunos legionarios más, abandonando sus armas y escudos para correr más deprisa, consiguieron salir con vida del bosque. Gracias a los escasos supervivientes, serían conocidos en Roma los pormenores del desastre.

Una derrota traumática

Es difícil establecer el número de vidas romanas que perecieron a manos de los guerreros de Arminio. Si tenemos en cuenta que las legiones estaban compuestas por unos cinco mil o seis mil hombres, y que éstas iban acompañadas de un número variable, pero enorme, de tropas auxiliares y civiles (esclavos personales, las familias de los oficiales, comerciantes de todo tipo y hasta prostitutas), se calcula que los muertos pudieron ascender a más de treinta mil. La masacre de Teutoburgo fue, por lo tanto, una de las derrotas militares más rotundas de toda la Historia.

Las legiones habían dejado de ser invencibles. La voz se expandió por todo el Imperio y a todos sus rincones llegó la noticia de que los guerreros germanos habían aniquilado a las tres legiones de Varo.

El emperador Augusto cayó en una profunda depresión al conocer la derrota de sus tropas en Germania. Durante varios meses no acudió a ningún acto público y se dejó crecer el cabello y la barba. Augusto padecía arrebatos de desesperación en los que repetía una y otra vez, dándose golpes en la cabeza, la frase que iría ligada para siempre con la masacre del bosque de Teutoburgo: «Quintilio Varo, ¡devuélveme mis legiones!».

Pese a que la batalla fue realmente importante, pues marcó al Imperio romano su límite en Germania, en realidad esa derrota no tuvo mayores consecuencias. Los romanos quedaron en posesión de una estrecha franja de terreno, como cabeza de puente, en la orilla oriental del Rin, lo que les permitiría, de vez en cuando, llevar a cabo incursiones en terreno germano.

El prestigio militar de Roma y sus legiones no se vio mermado, pero la masacre sí supuso un doloroso trauma, hasta tal punto que los números de las legiones derrotadas (XVII, XVIII y XIX) jamás fueron vueltos a utilizar en toda la historia militar del Imperio romano.

El escenario

El lugar exacto en el que se libró la batalla de Teutoburgo permaneció desconocido durante mucho tiempo. En 1875 se construyó en la parte sur del bosque de Teutoburgo —el escenario que se creía más probable— una impresionante estatua de 17 metros de altura, sobre un pedestal de 30 metros, representando a Arminio. Este monumento es conocido popularmente como el Hermannsdenkmal (Hermann es la versión alemana de Arminio).

Pero en 1987, un arqueólogo aficionado británico halló en el borde norte del bosque de Teutoburgo 162 denarios romanos y tres bolas de plomo del tipo usado en las hondas del ejército romano, lo que parecía indicar que allí había tenido lugar la batalla. La posterior investigación a cargo de los arqueólogos profesionales confirmó que aquél había sido el escenario del choque, un paraje situado al norte de la colina Kalkriese, entre los pueblos de Engter y Venne.

En el lugar de la emboscada se construyó un museo que alberga buena parte de los descubrimientos hechos en las excavaciones, así como representaciones de la batalla y dioramas que dan al visitante una idea fidedigna de cómo discurrió la batalla.