18 Un andén
Desde las escaleras en las que está agazapada, Antonia escucha a Sandra correr de vuelta por donde ha venido. Su plan, que consistía en atraerla primero con el teléfono y emboscarla cuando descendiera por el otro lado, se ha ido al garete. Sandra se adelanta a ella, y regresa al andén, porque ha intuido la trampa.
Antonia se pone en pie, e intenta seguirla, desciende por las escaleras, pero su mente se empeña en jugar en el equipo contrario. Cuando el andén pobremente iluminado se abre ante su vista, los elementos se acumulan en su cabeza, ofreciéndoles su triste y macabra historia en décimas de segundo.
La mesa en la que murió Jaime Vidal, el adolescente secuestrado por error en lugar de Álvaro Trueba.
La lámpara de gas, que pestañea, intermitente, avisando de que se acaba.
Los restos de ropa, cartones de comida envasada, la asombrosa y mundana realidad cotidiana de los causantes del horror.
Las grietas en la pared, antiguas y amenazadoras.
El polvo en los rincones, una cucaracha que corre tan pronto ella pisa cerca.
El jergón, los elementosdetorturaabandonadosenelsuelo…
Antonia no puede respirar. La sobrecarga de información es demasiado para su cerebro, que le reclama una manera de filtrar, de controlar todos aquellos impulsos que le cuentan lo que ha sucedido aquí durante días y días con tanta viveza y exactitud como si estuviera viendo un vídeo en alta definición, superpuesto a las imágenes del mundo real.
Tengo que seguir. Tengo que seguir.
Sigue adelante, caminando por el andén, a trompicones. Levanta la pistola, porque al fondo Sandra está apuntando hacia delante, hacia el pasillo, y sea quien sea a quien vaya a disparar, Antonia sabe que debe impedirlo. Se restriega los ojos, intenta apuntar. Su cerebro envía a sus dedos la orden de apretar el gatillo, pero éste parece tardar una eternidad en transmitirla, en remontar la corriente de datos.
Sandra dispara dos veces.
Antonia dispara una.
El disparo de Antonia pasa junto a Sandra, y todo lo que consigue es alertarla de la presencia de Antonia a su espalda. Sandra se agazapa detrás de una de las cajas fuertes. Antonia parpadeando varias veces, intentando calmarse, se parapeta tras la otra.
En la oficina al fondo del pasillo, Jorge sale corriendo, pasa junto a Jon, caído en el suelo mientras Nicolás le estrangula, y corre hacia el andén.
Directo a las manos de Sandra, que le atrapa cuando llega a su altura.
Le sostiene en el aire, cogiéndole de la cintura, a pesar de que el niño patalea y se revuelve, y le pone la pistola en la cabeza.
—Muévete y te mato, mocoso de mierda —le susurra al oído.
Sandra se pone en pie.
—Tengo a tu hijo —dice—. No se te ocurra acercarte.
—¡Jorge! —grita Antonia.
El niño reconoce a su madre, grita, vuelve a patalear. Quiere ir con ella, pero no es rival para la fuerza de Sandra, que, usándole como escudo, salta con él al andén y se interna en la oscuridad del túnel.