* Parra
—¿Quién es? —dice Parra, antes de darse cuenta—. Ah, ya. Eres el llavero ese que Gutiérrez lleva colgado a todas partes. La Interpol, mis cojones. Si tuviera tiempo me dedicaría a averiguar qué es lo que os traéis entre manos tu amiga y tú.
—Capitán, sé que no nos tiene en una gran consideración, pero esto es mucho más importante que nosotros y que usted.
—Que no les tengo… —El capitán suelta una carcajada seca, más un ladrido que un signo de humor—. Actuando por su cuenta estuvieron a punto de cargarse esta investigación.
—Quizás deberíamos haberle llamado antes de ir al Centro Hípico, pero a cambio…
—Quizás. Quizás. Quizás —se burla Parra, con su mejor voz de Sara Montiel—. No me diga que a cambio ha descubierto algo fundamental para la investigación.
—Lo cierto es que sí. Tenemos indicios muy fuertes para sospechar que Ezequiel es un…
De nuevo un ladrido. Pero éste sí que tiene alegría. Malsana.
—¿Un policía? Va usted muy retrasada, Interpol. El nombre de Ezequiel es Nicolás Fajardo. Un policía de la Unidad de Subsuelo. Se le dio por muerto hace un par de años. Pero ha cometido un error. Hemos recuperado su huella del volante de un taxi que habían robado la semana pasada. Lo había rociado de lejía y limpiado a fondo antes de quemarlo, pero esa huella se le escapó… Y al mover el coche hemos encontrado debajo del maletero un zapato que pertenece a Carla Ortiz. Tiene sus huellas y también las de Ezequiel.
Hay un silencio al otro lado. Suena a frustración.
—Recuérdeme quién le dijo que tenía que buscar un taxi, capitán.
¿Cómo sabe ésta lo del CNI? Una alarma suena al fondo de la cabeza de Parra, pero está demasiado ocupado con lo que tiene entre manos como para hacerle demasiado caso.
—No sé de qué me habla. Lo que sé es que estamos a punto de entrar en casa de Fajardo. Que a pesar de estar muerto, lleva dos años pagando la luz, el agua y el gas. Y vive en un semisótano. Le dejo. Dele recuerdos al inspector de mi parte.
Parra cuelga. Justo después de colgar, se le ocurre que podría haber añadido algo como «Dígale que se vaya pronto a la cama, que mañana le espera un día duro», para rematar. Hay que joderse, las mejores réplicas se te ocurren siempre después. En las escaleras cuando te estás yendo de un sitio. O peor: estás durmiendo, te levantas a mear medio zombi y mientras estás frente a la taza sosteniéndote el pene con las manos, llega la contestación perfecta, la que tendrías que haberle dado a algún idiota, y entonces te despiertas del todo y aunque vuelvas a la cama ya no puedes dormir, sólo darle vueltas a eso que no has dicho.
En fin.
La furgoneta —blanca, sin distintivos— está aparcada a la vuelta de la esquina. La Unidad de Secuestros y Extorsiones al completo está dentro. Parra se ha traído a todos.
Está Cleo, la más bruta del equipo, porque es la única mujer y siempre intenta demostrar que se puede ser madre y una tía dura.
Está Ocaña, el más listo de todos, con una labia que para sí la quisiera Parra. Su mejor negociador.
Está Giráldez, el abuelo, que va para los cincuenta y, sin embargo, tiene más marcha que todos ellos juntos. Un Miguel Ríos con pistola.
Está Pozuelo, el niñato, recién salido de la academia, verde como una aceituna pero con los huevos de titanio.
Está Cervera, el más macarra, tocándose la nariz y frotándose las encías. Se ha metido un tiro antes de entrar, y eso a Parra le parece mal, muy mal. Ser policía es una cosa seria. Duda de si hablar con él y decirle que se quede fuera, pero sería malo para la moral de los demás. Luego le echará una buena bronca. Las cosas hay que hacerlas bien.
Y por supuesto está el cabo Sanjuán, su segundo, su mano derecha. Siempre pisando su sombra. Su lameculos.
Insultan, ríen, mastican chicle, dan patadas en el suelo. Vuelven a insultarse. Es su idioma secreto. Código que enmascara el amor que se tienen unos a otros.
Los quiere a rabiar. A todos. Son sus chicos, joder. Su familia. Carne de su carne, sangre de su sangre. Daría la vida por ellos, y ellos por él.
Todos le miran, expectantes. Esperando a que dé la orden.
Es pronto aún. Quiere asegurarse de que no hay nada de qué preocuparse. Tiene a Sixto, el octavo en discordia, dando un paseo alrededor de la manzana. Se ha traído al perro de casa y todo. Sólo un hombre normal, dando un paseo a su labrador al final de la jornada. Vestido normal. Pantalón corto, tenis. Camiseta. Lo que corresponde a un barrio obrero como Lucero.
Sixto tardará unos diez o quince minutos en dar la vuelta a la manzana, San Fulgencio arriba, doblar dos esquinas, San Canuto abajo, y otra vez en la furgo. En cuanto les confirme que todo está bien, lanzarán el operativo.
Intenta pensar en una frase gloriosa, inspiradora, que decirles antes de bajar de la furgoneta.
No se le ocurre ninguna.
Ya verás tú cómo me viene a la cabeza esta noche, piensa, resignado. Lo que yo te diga. Las mejores frases…