4 Una negativa
La fuerza del impacto hace trizas la ventanilla trasera izquierda, cubriendo a Antonia de cristales. Deforma el habitáculo del Rolls Royce y la arroja contra su padre, que aún no se había puesto el cinturón. Los airbags saltan en el asiento del conductor y del pasajero pero, por alguna razón, este coche de medio millón de euros decide que los pasajeros de atrás no los necesitan.
La frente de sir Peter ha golpeado contra la ventanilla de su lado, y ha dejado una telaraña en cuyo centro hay una araña carmesí. Su pelo blanco —Antonia está convencida de que se lo tiñe— está ahora empapado en sangre.
Antonia está sobre él, en una postura íntima, su cabeza sobre el pecho, que no se producía desde hacía ¿veintisiete?, ¿veintiocho años? Pero ella no busca el contacto —a pesar de que puede oír con nitidez el corazón de su padre, latiendo a menos de veinte centímetros de su oreja derecha—. Lo que busca es la manija de la puerta, con ambos brazos extendidos hacia delante por culpa de la brida que le une las muñecas.
—No… —susurra su padre, aturdido aún por el golpe.
Ella logra abrir la puerta e incorporarse, pasa por encima de su padre —es consciente de haberle dado un rodillazo en los riñones que no lamenta mucho—, pero cuando ya tiene medio cuerpo fuera, sir Peter le agarra de la pierna y tira hacia atrás.
—Sólo vas a empeorar las cosas —dice sir Peter.
Su hija patea, cocea con fuerza las piernas y el pecho y los brazos de su padre, hasta que logra librarse.
Las cosas no pueden estar peor.
Los dos SAS están empezando a deshacerse del amoroso abrazo del airbag. Al otro lado del coche, Jon Gutiérrez está en las mismas. Sólo que él tiene algo más de experiencia. Ha logrado incluso volver a encender el coche y le hace gestos con la mano para que suba.
Antonia le mira, niega con la cabeza.
Echa a correr en dirección contraria, alejándose de Jon, alejándose de su padre.
Corre, Antonia.