1 Un titular

Por una vez, el agotamiento es más fuerte que la culpa. Unos minutos después de despertarse de la pesadilla, Antonia cae de nuevo abducida por el cansancio.

Un sueño pesado, pegajoso y denso como la brea, del que le arranca el tono de llamada del teléfono. Afuera, el sol brilla implacable.

—Pon la televisión —exige Mentor.

—¿Qué canal?

—No importa.

Es cierto. Del 1 al 5, sólo cambian las caras alrededor de las mesas. Las cadenas han interrumpido su programación habitual para ofrecer un Especial Informativo. Antonia no tiene ni que esperar a escuchar cuál es el tema. El hashtag sobreimpreso en la pantalla le aclara lo que ya imaginaba.

—¿Cuándo ha pasado? —dice, mirando al reloj. Es más de la una de la tarde.

—Hace hora y media, un periodista vasco lo ha publicado en la página web de su periódico.

—¿Y me llamas ahora?

—He tenido una reunión con la gente de arriba. Estás fuera, Scott. Se ha terminado.

Antonia no se puede creer lo que está escuchando.

—No puedes estar hablando en serio.

—Es una orden de arriba, Scott.

—Pero ahora tenemos un nombre. Sabemos quién es, y podríamos…

—Ahora es demasiado peligroso —interrumpe Mentor—. Hay algo más, Scott. Ese periodista…

Antonia se lo encuentra en uno de los canales, sentado a la mesa entre otros tertulianos tan ignorantes y bocazas y gritones como él. Un sesentón semirretirado, con el pelo canoso y sucio peinado en una coleta. Antonia lo reconoce al instante.

Es el hombre que saludó a Jon ayer en la calle Serrano. Con esa sonrisa.

Glas wen.

En galés, sonrisa azul. Una mueca malévola ante el sufrimiento de nuestro peor enemigo.

—… al parecer el periodista vio al inspector Gutiérrez en la televisión después de vuestra carrera por la M-50. Era uno de los que había denunciado su asunto con el proxeneta al que quiso inculpar.

—Le siguió hasta aquí —susurra Antonia.

—Intuyó que había gato encerrado. Supongo que habló con Parra para conseguir la exclusiva. Estas cosas pasan.

—Tú le metiste en esto —dice Antonia.

—Ya te he dicho que fue Gutiérrez quien…

—Tú metiste en esto a Jon. Tú, que necesitas siempre a tus marionetas con una pata rota. Tú, Mentor. Has sido tú el que ha hecho esto.

—Puedes culparme tanto como quieras. Mientras no hagas nada.

—Quedan diecisiete horas.

—Ahora es problema de la policía, Scott. Es una orden. Mantente al margen.

—¿Y Carla Ortiz?

—Habrá otras batallas, Scott. Si te estás quieta.

Mentor cuelga.

La lógica aplastante, matemática, de Mentor. Sacrificas un alfil para seguir en el juego. Porque lo único que importa es seguir jugando. Una vida hoy puede valer cien mañana. Como en la vieja fábula del ajedrez. Un grano en la primera casilla, dos en la segunda, cuatro en la tercera. Incontables en la última.

Cuéntaselo a Carla Ortiz, cuéntaselo a su hijo.

Llaman a la puerta.

El golpeo es inconfundible.

Antonia tarda en contestar. En realidad no quiere hacerlo, porque la furia que bulle en su interior está buscando por dónde salir.

Y aquí está el sacacorchos, llamando a la puerta. Antonia se acerca pero, en lugar de abrir, echa el pestillo.

—No quiero hablar contigo —dice Antonia.

Puede notarlo al otro lado, apoyado en la puerta.

—Quería contártelo —dice Jon, y por las arrugas de su voz se filtra la desolación—. Pero no encontré el momento.

—Estuvimos en esa cafetería de Cedaceros durante tres horas y once minutos. En completo silencio. A mí eso me parece un momento.

—Tenía miedo. Y vergüenza.

Entonces, Antonia estalla. De forma cruel, de forma injusta.

—Tu miedo y tu vergüenza han matado a Carla Ortiz.

Quiere hacerle daño. Quiere trasvasarle todo el dolor de su alma.

Lo consigue.

El dolor, por supuesto, no desaparece de la suya, sólo se amplifica y multiplica.

Nota, a través de la puerta, cómo el peso del cuerpo de Jon deja de apoyarse en la madera.

Hay un silencio. Largo.

Un movimiento a sus pies llama su atención. Algo se ha deslizado entre la puerta y el suelo, con un susurro de metal sobre el terrazo.

Es la cajita que contiene sus cápsulas.

Antonia se deja caer hasta el suelo. Coge la cajita y la aprieta con fuerza en el puño. Intenta llorar.

No lo consigue.

Reina Roja
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