Sospechosos señalados posteriormente por distintos escritores
Alberto Víctor, duque de Clarence y Avondale
También la nobleza se vio afectada por esta serie de crímenes. Uno de los principales sospechosos fue el duque de Clarence, el príncipe Alberto Víctor, hijo del rey Eduardo VII y nieto de la reina Victoria. Tenía 28 años en el momento de los asesinatos, y poco después de que fueran consumados, murió en una clínica privada por enfermedad. Según parece, el joven príncipe era un apasionado de la caza con todo su ritual y crueldad, aunque nunca se fue considerado un hombre violento; además, era un asiduo visitante de prostíbulos.
El doctor Thomas Stowell publicó un artículo en 1970 en el que acusó al príncipe Alberto de ser Jack el Destripador. Basó su teoría en algunos documentos de su médico personal, William Gull, quien le habría tratado su enfermedad.
El futuro duque de Clarence y Avondale nació en 1864, siendo primogénito del príncipe de Gales, también llamado Alberto. De adolescente recorrió el mundo en barco en compañía de su hermano George, y se sugirió que durante aquel periplo fue seducido y contrajo la sífilis que acarrearía su deceso en el año 1892.
Conforme sostuvo Thomas Stowell, Alberto Víctor, a mediados de los años ochenta del siglo xix, tras retornar de otra de sus travesías marítimas, se habría visto empujado por su enfermedad hasta la definitiva pérdida de la razón, convirtiéndose, a partir de entonces, en el demencial asesino de prostitutas del East End londinense. Según Stowell, el joven aristócrata habría desarrollado una obsesión por la sangre durante sus cacerías en Escocia. Allí habría adquirido los conocimientos para descuartizar a los animales que cazaba, algo que habría trasladado después a sus víctimas humanas. O sea, que de despellejar animales habría pasado a destripar prostitutas.
Tras el asesinato de Catherine Eddowes, la policía secreta lo habría detenido, poniéndolo bajo custodia. No obstante, el preso habría logrado escapar a su vigilancia, y en la madrugada del 9 de noviembre de ese año habría cometido el más horripilante de sus crímenes contra Mary Jane Kelly. Atrapado de nuevo, habría sido confinado bajo estrictas medidas de seguridad en un hospital psiquiátrico de la localidad de Ascot.
El cuidado sanitario de Alberto Víctor le fue encomendado al médico imperial sir William Gull. Tan exitoso fue el tratamiento que se produjo un repunte sanitario, el cual permitió al paciente emprender un nuevo viaje en crucero y tomar parte en acontecimientos públicos durante el año 1890. En 1892 falleció, justo cuando una virulenta epidemia de gripe azotó Gran Bretaña, lo que permitiría a la corona tener una excusa sobre su muerte y ocultar la sífilis, su verdadera causa.
Doctor William Gull
La postulación de que el doctor William Withey Gull fuera el asesino de Whitechapel está estrechamente ligada a la denominada «teoría de la conspiración monárquico-masónica».
En su libro de 1976 Jack the Ripper: The Final Solution, Stephen Knight adujo que los crímenes cometidos en el este de Londres fueron obra de un grupo de asesinos, del cual el doctor Gull habría sido el principal ejecutor. El móvil de los homicidios, y la excesiva crueldad de los mismos, habría radicado en el desorden cerebral que afectaba al facultativo, que en 1887 sufrió un ataque cardíaco que le produjo afasia, lo que le habría generado estados de alucinación. Ese trastorno fue para Knight clave para señalarlo como el cerebro tras la figura de Jack el Destripador.
James Kelly
Según un estudio realizado para el documental de Discovery Channel Jack el Destripador en América, Jack el Destripador habría sido James Kelly, un asesino psicótico que escapó del Asilo Psiquiátrico de Broadmoor en Inglaterra y que habría viajado, luego del cese de los asesinatos en ese país, hacia Estados Unidos.
Los indicios que en este caso atraen las sospechas son que un tiempo antes se produjo el asesinato de una prostituta en Estados Unidos según las mismas características que los de Londres, además de una carta aparecida en un diario estadounidense en la que se avisaba de que se realizaría un asesinato en nombre de Jack el Destripador.
James Kelly habría regresado al hospital psiquiátrico ya envejecido, y habría contado haber viajado hacia Estados Unidos y luchado «contra el mal».
James Kelly nació el 20 de abril de 1860 en Preston, Lancashire. Fue hijo natural de Sarah Kelly, que lo dejó al cuidado de su abuela. La madre se desentendió del niño pero al menos le legó una pequeña fortuna estimada en 20.000 libras a ser administrada por una reserva fiduciaria, de la cual el beneficiario podría disponer al cumplir los 25 años.
A sus 18 años de edad, en 1878, comenzó su actividad como tapicero, empleándose al servicio de sucesivos patronos. A los 20 conoció a Sarah Brider, de 19, moza recatada, de familia católica y muy trabajadora. Se convirtió en novio de la chica y fue bien recibido por los padres de ella. La nueva pareja residió en el número 21 de la calle Lane, en el hogar de sus futuros suegros.
James perdió su empleo de tapicero a raíz de sus rarezas y sus explosiones temperamentales. Días después, el 4 de junio de 1883, contrajo enlace con su novia en una ceremonia religiosa celebrada en la parroquia de San Lucas.
Kelly se había casado con la mujer que aparentemente amaba pero estaba destinado a no ser feliz con ella. Celoso obsesivo, veía infidelidades donde no las había, y la acusó de haberle transmitido una enfermedad venérea. Esta obsesión lo llevó a que a los dieciséis días de la boda, en una de las frecuentes discusiones, Kelly atacase a su mujer con una navaja y le produjese heridas en el cuello, fruto de las cuales ella murió días después, el 24 de junio de 1883.
Kelly fue condenado a la horca, sentencia que se dictó para el 20 de agosto de 1883. La condena le fue conmutada por su internamiento en el asilo de Broadmoor, al ser declarado como perturbado por los informes médicos.
Durante cinco años James Kelly se mostró como un interno modelo. Se ganó la confianza de los vigilantes, lo que le permitió fabricarse una llave con la que logró escapar el 23 de enero de 1888. Cuarenta años después de haber escapado y sin que la policía lo localizase, volvió voluntariamente a Broadmoor, rogando que lo admitieran pues, según sus palabras recogidas por un periódico: «Estoy muy cansado y quiero morir junto a mis amigos». Esta fue su última reclusión, y sólo vivió dos años más. En 1929 expiró a causa de neumonía lobular doble, como consta en su certificado de defunción.
De acuerdo con el investigador policial Ed Norris, y según se recoge en el documental Jack el Destripador en América, Kelly escribió unas memorias de las que se extrae su odio enfermizo hacia las prostitutas; sin embargo, no confiesa en ellas abiertamente haber sido Jack el Destripador. Por otro lado, en este diario personal Kelly reconoce que estaba escondido en Londres entre los meses de agosto y noviembre de 1888. Más allá de eso, nunca se encontraron pruebas contra él.
James Maybrick
En 1992 surgió una nueva teoría que causó sensación. Michael Barrett, un distribuidor de chatarra de Liverpool, presentó un diario escrito por un hombre llamado James Maybrick en 1889 en el que confesaba ser el mismo Jack el Destripador.
James Maybrick era un comerciante de algodón que comenzó su negocio en Londres, viajó a los Estados Unidos para abrir una oficina en Virginia y regresó varios años más tarde. Había contraído la malaria en Estados Unidos y tomaba una combinación de arsénico y estricnina. La medicación era adictiva y él siguió tomando arsénico hasta que falleció, en 1889.
Nunca se sospechó de él hasta la aparición del diario, en el que Maybrick se autodenominaba «Jack», y daba a entender que era el asesino de las prostitutas con hechos concretos: contando con detalle cada uno de los crímenes, hablando del placer que le producía el haberlos cometido, e incluso se burlaba de los esfuerzos vanos de la policía por encontrarlo. Es más, en el diario cuenta que era fácil buscar un nombre de asesino, así que utilizó las dos primeras letras de su nombre y las últimas dos letras de su apellido.
Walter Sickert
Al igual que ocurriera con el príncipe Alberto Víctor y con el doctor William Gull, el nombre del pintor impresionista británico Walter Sickert empezó a destacarse en este caso criminal a partir de la teoría de la conspiración monárquico masónica.
Sickert vivió obsesionado con la historia de Jack el Destripador. Pintó lienzos dedicados al criminal, a los que título Jack en tierra y El dormitorio de Jack el Destripador. Otras obras, que hoy día se exponen en la Tate Gallery, se consideran reflejo de los asesinatos de Jack el Destripador. Otra de sus series de cuadros se inspiró en el asesinato de una prostituta en Camden Town el 12 de septiembre de 1907.
Una de las investigaciones más rigurosas sobre Sickert como sospechoso es la de la escritora estadounidense Patricia Cornwell. En su libro Portrait of a Killer: Jack the Ripper, Case Closed, analizó con una tenacidad propia de la policía científica los asesinatos del Destripador. Para ello examinó las evidencias físicas disponibles; documentos policiales de la época, informes, cartas manuscritas por el asesino, huellas dactilares, fotografías de las escenas de los crímenes e incluso análisis de adn, si bien estos no sirvieron, ya que se efectuaron con vestimentas guardadas que previamente habían sido lavadas y almidonadas, lo que degradó los rastros de adn hasta el punto de no poder tener resultados.
Tras su extensa investigación, Cornwell llegó a la conclusión de que tras el nombre de Jack el Destripador se ocultaba Walter Sickert, un pintor fascinado por los bajos fondos londinenses. No obstante, Cornwell no poseía pruebas concluyentes. En su investigación señaló a un sospechoso de la época marcado por la opinión pública, sin argumentos sólidos.
Aparte de la investigación de Patricia Cornwell, a lo largo de la historia se han llevado a cabo muchas otras, y alguna de ellas ha tomado como método el análisis de las cartas de Jack el Destripador.
Hay que destacar que una constante en las investigaciones es que siempre se han basado en los sospechosos de 1888, es decir, no se han abierto nuevas líneas con un análisis riguroso de la época y sus peculiaridades, para obtener así el perfil de un asesino en serie con el que buscar posibles sospechosos con los que trabajar hasta dar con un sujeto que encaje. No solo eso, sino que en tales investigaciones tampoco se ha aportado una sola prueba que corrobore las hipótesis de forma rigurosa.
Ninguno de los señalados en las investigaciones llegó a ser imputado por los asesinatos, lo que demuestra que la policía de la época trabajó sin un perfil de sospechoso claro que le permitiera descubrir la identidad del asesino.
Hasta aquí los datos de las investigaciones policiales y privadas. Sin duda, la pregunta que nos tenemos que hacer es por qué un asesino tan despiadado apareció y desapareció dejando un halo de misterio y de repercusión mediática tan importante; un asesino tan seguro de sí mismo y de sus capacidades como para no ser detenido por la policía, lo que le llevó a enviar cartas a los medios de comunicación con las que acrecentaba su fama y le permitía sentirse un ser superior. Sin duda debió de ser una persona que arrastraba un pasado tortuoso, lo que con los años le habría permitido revelar su yo más oscuro con el que, como todos los asesinos, intentar controlar aquello de lo que no fue capaz en otros tiempos.
Sin duda fue una puesta en escena calculada de alguien que solo quería tener experiencias reales que le ayudasen a seguir con su vida diaria, tal vez falta de sensaciones o por puro egoísmo personal, para demostrarse su gran valía. El día 25 de septiembre de 1888 puso en escena su repercusión mediática, remitiendo a la Agencia Estatal de Noticias una nota escrita en tinta roja, firmada por el propio Jack el Destripador y dirigida al jefe de la policía, en la que decía:
«Querido jefe, desde hace días oigo que la policía me ha cogido, pero en realidad todavía no me han pescado. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo a chillar.
»Me gusta mi trabajo y estoy ansioso por empezar de nuevo, pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito…
»Jack el Destripador, desde el infierno.»
A esta primera carta le siguieron otras, firmadas con el nombre que la prensa le acuñó, siempre dirigidas al jefe de la policía londinense, en las que se reía del cuerpo y ensalzaba sus habilidades para no ser descubierto. La policía londinense de 1888, desbordada más por la repercusión mediática de Jack el Destripador que por los asesinatos, que eran frecuentes en los barrios marginales de esa época, buscó nuevas líneas de investigación entre los expertos más renombrados de la época. Uno de ellos fue el escritor sir Arthur Conan Doyle, que gozaba de una gran fama por sus novelas del famoso detective Sherlock Holmes y era un reputado criminólogo. Conan Doyle disponía de unos amplios conocimientos sobre los crímenes cometidos en Inglaterra y otros países gracias a su biblioteca especializada en criminología, considerada como una de las mejores de su época.
Conan Doyle, como señala Peter Costello en Conan Doyle, detective, no solo se dedicaba a escribir, sino que también participaba en investigaciones como detective privado. De hecho fue miembro del Club de los Crímenes que investigó los asesinatos del Destripador oficialmente en 1905. Pero no solo eso. Recién producidos, Conan Doyle ya los siguió con sus propias pesquisas, lo que incluyó la invocación de espíritus. Esta actividad la desarrolló con la Sociedad Psíquica de Hampshire, fundada en 1889, y de la que fue socio.