Río Niágara, New York
MERCER, CALI y el equipo del NEST encontraron el barco de apoyo de Brian Crenna en un muelle en Grand Island. Una fría niebla se aferraba al rápido río y ocultaba el bosque que había en el lado canadiense. En mitad del canal estaba la barcaza de Crenna, la grúa se alzaba en la niebla como un dedo larguirucho. Las gomas que colgaban del lado de la barcaza parecían portillas demasiado grandes y se podían ver hombres en la cubierta.
El barco de apoyo era un viejo buque de guerra que había vivido días mejores. Los ojos de buey que alguna vez habían sido cristalinos habían amarilleado con el paso del tiempo y la tira roja que marcaba la línea del agua ahora era del color de los ladrillos viejos. Crenna trajo el barco rápidamente, haciendo un círculo cerrado en el último momento para que quedara junto al muelle, casi chocando con los guardabarros de goma. Los tres pescadores que había preparando su gran barco Bertram más allá en el muelle levantaron la vista cuando la estela del barco hizo que su nave se balanceara, pero no dijeron nada de la infracción de la etiqueta marítima.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Cali justo después de que hubieran atado la embarcación al muelle de madera y Crenna hubiera parado el motor.
—Ningún problema. Hemos anclado la grúa justo río encima del Wetherby —señaló la pila de baúles negros que había en el muelle—. ¿Qué hay en los baúles?
—Sólo algunos instrumentos científicos —dijo Cali—, y un par de trajes de neopreno. El agua está helada.
Por su tono evasivo, Mercer se percató de que el capitán Crenna no había sido informado con exactitud de lo que había en las cajas que esperaban recuperar. Pensó que no importaba. Como le había dicho a Ira, el plutonio no es especialmente peligroso a menos que se inhale o se ingiera. Mientras las cajas se mantuvieran íntegras Crenna y su tripulación no corrían ningún peligro.
—Oh —dijo Cali como si acabara de recordarlo— y unas cuantas mascarillas de gas.
Crenna frunció el ceño más todavía.
—¿Mascarillas de gas? ¿Y para qué demonios las necesitan?
—Por el amianto del Wetherby. Dado los años que tiene, va a estar lleno de amianto. Cuando saquemos las cajas, usted y su tripulación deberán llevarlas. Lo siento pero son normas de la EPA.
Crenna sacudió la cabeza.
—Dichosas normas del Gobierno. Está bien, carguemos y vayámonos.
—Bien hecho —susurró Mercer a Cali mientras empezaban a ayudar a Jesse y a Stan a trasladar los baúles negros al buque de guerra. Se aseguró de que nadie tocaba la bolsa de mano que no se había separado de él desde que dejara Washington.
Mientras el buque salía del muelle, Mercer saludó con la mano a los tres pescadores que todavía estaban entretenidos mirando el barco. Dos le devolvieron el saludo y el tercero, un hombre negro y grande que llevaba una gorra de pescador griego, le respondió con un saludo irónico.
La barcaza no era tan nueva como la grúa que se erguía en la popa. Se veían franjas de óxido en las verjas y la pintura estaba desgastada. Había papeleras de equipamiento llenas de cuerdas enrolladas, cadenas y herramientas varias. También había un compresor nuevo para rellenar los tanques de respiración que parecía como si Crenna lo acabara de comprar o alquilar para el trabajo.
—La grúa pertenecía a un camión —explicó Crenna—. La puse en esta barcaza hace un par de años cuando me contrataron para recuperar un pesquero que se hundió en la otra parte de Grand Island. Al dueño le costó el doble de lo que valía el barco, pero yo no iba a quejarme. ¿Quién va a bucear?
—Mercer y yo —replicó Cali.
Jesse Williams levantó la vista de uno de los baúles.
—Creí que yo lo iba a hacer.
—Lo harás cuando localicemos la carga. Mercer quería comprobar el Wetherby él mismo.
La ex estrella del fútbol americano universitario miró a Mercer.
—¿Sabes lo que haces?
Después de años de aplazamiento, Mercer había obtenido, finalmente, hacía unos meses, su certificado que lo acreditaba como buceador, a pesar de haber buceado en incontables ocasiones. Aunque él sólo se había sumergido con traje de baño o de neopreno, cuando le había pedido a Cali la oportunidad de ver el Wetherby, ella le había dicho que esos trajes eran más pesados y difíciles de manejar.
—Estaré bien.
Estuvieron listos una hora después. Como Cali tenía más experiencia, ella llevaría el ordenador sujeto con una correa a su muñeca así como un detector de rayos a prueba de agua.
El traje de Sistemas Nautilius OS que llevaba Mercer le estaba un poco ajustado en la entrepierna, ya que él era más alto que Jesse Williams, pero, por lo demás, era cómodo. Jesse lo ayudó con las botellas de oxígeno, el compensador de flotabilidad y el cinturón de peso, mientras Stan ayudaba a Cali con sus cosas. Comprobó los procedimientos para llenar y ventilar el traje durante el descenso y se aseguró de que el cuchillo de Mercer y la palanca de acero estuvieran seguros.
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer? —preguntó Williams antes de colocarle el casco.
—Claro que sí.
Mercer cerró la boca para igualar la presión cuando el casco estuviera cerrado.
—¿Qué tal me oyes? —preguntó Cali a través del sistema integrado de comunicación.
—Alto y claro.
Juntos se dirigieron a la parte trasera de la barca, donde se había abierto una puerta. Cali saltó primero. Mercer esperó a que su cabeza saliera del agua antes de saltar él.
Incluso con la protección del traje y de la ropa interior térmica, podía sentir la cercana presencia de las frías aguas, pero lo que más notó fue la corriente. Sería de unos tres nudos, y era lo suficientemente fuerte como para arrastrarle río abajo si no tenía cuidado. La visibilidad no sería de más de seis metros y se reduciría cuando alcanzaran el barco.
El capitán Crenna había bajado un ancla donde se encontraba el Wetherby, su línea se perdía en la tenebrosa oscuridad. Cali puso una mano en una cuerda y vertió aire de su traje, pudiendo así sumergirse hacia las profundidades. Mercer la siguió, ajustándose el traje mientras la presión del agua hacía que un pliegue del tejido de nailon se le clavara bajo el brazo. La niebla matutina se había disipado, pero había muchos sedimentos en el agua que cortaban dramáticamente la visibilidad. Mercer encendió la linterna cuando vio que Cali descendía más lentamente.
Justo como Ruth Bishop había dicho, el Wetherby se había asentado en una depresión en el fondo del río donde estaba resguardado de las peores corrientes. Se apoyaba sobre su lado de babor, con la clásica popa de cristal apuntando río arriba. El agua del río limpiaba continuamente su casco a pesar de que había miles de tipos de pescado en sus barandillas y su superestructura. Sin duda, el barco era el hogar de muchos salmones y peces, y los pescadores locales pagaban el precio de intentar pescar donde se encontraba el barco enganchándose en él. La superestructura había sido maltratada durante los años, primero cuando se la llevó la corriente y se hundió, y luego a causa de los desechos que flotaban hacia las Cataratas del Niágara. En algún momento, el árbol que Ruth había mencionado se había desenganchado dejando un agujero.
Cali y Mercer ajustaron las cuerdas de seguridad. Uno de los compartimentos estaba abierto mientras que otro se veía cerrado. Al descansar sobre el lado de babor, no había evidencias de la explosión que la había hecho naufragar.
—¿Qué piensas? —preguntó Cali mientras se aferraban a las cuerdas justo enfrente del compartimento abierto, en tanto la corriente los empujaba como si de un fuerte viento se tratase.
Mercer apuntó con la luz al compartimento, pero su brillo apenas podía atravesar la oscuridad.
—Vamos a entrar a echar un vistazo.
Soltaron un poco de cuerda para tener margen de movimiento, eso sí, comprobando que el resistente nailon no se rasgaría con ninguna superficie afilada. Ambos se daban cuenta de que cualquier error aquí podría llevarles a morir cayendo en picado por las cataratas que había río abajo. El suelo, que de hecho era el lado de babor del Wetherby, estaba lleno de barriles y cajas que se amontonaban de manera desordenada. Mercer tuvo que ajustarse de nuevo el traje ya que la presión lo apretaba contra su cuerpo. Comprobó la profundidad y vio que estaban a 17 metros. El agua se notaba considerablemente más fría incluso a través de la ropa protectora.
Aquí sí podían ver evidencias de la mortal explosión. Placas del casco habían explosionado y estaban sobre el fondo del río. El tío de Ruth tenía razón. Parecía como si el Wetherby hubiese sido torpedeado.
Cali examinó un par de cajas.
—¿Crees que alguna de éstas son las que estamos buscando?
—No —respondió Mercer con seguridad—. Las cajas de Bowie fueron cargadas meses antes de que el Wetherby llegase a Buffalo. Probablemente el capitán las guardase aparte, ya que no las iba a necesitar hasta que llegasen a Chicago. Parece que lo que hay aquí fuera carga a la que hubieran tenido que acceder rápidamente.
Nadó hacia la popa y encontró una escotilla que llevaba al siguiente contenedor. La explosión había deformado la puerta, pero cuando intentó abrirla se dio cuenta de que estaba congelada. Se aflojó la palanca de la pistolera y la colocó en las juntas. Colocó los pies contra la pared e hizo presión sobre el endurecido acero, presionando lentamente hasta que sintió que la espina dorsal iba a desgarrársele a través de los músculos de la espalda. Sin embargo, la puerta no cedió. Mercer puso la palanca más cerca de la bisagra más dañada y presionó de nuevo con la barra de metal.
Un caleidoscopio de colores explotó tras sus ojos cerrados mientras hacía presión contra la puerta. Estaba a punto de abandonar, cuando notó que el metal cedía a la presión. De repente, la bisagra se rompió y la palanca entró. Mercer se deslizó por la cubierta, ya que fue capturado por la corriente que había en el contendor. Cali gritó cuando lo vio y durante un instante Mercer se vio embargado por el pánico, ya que estaba seguro de que la corriente lo arrastraría fuera del barco.
Consiguió salir hasta donde estaban las cuerdas de seguridad.
—¿Estás bien? —le preguntó Cali cuando se metió de nuevo dentro del contenedor.
—Me he herido un poquito el ego.
La puerta colgaba de una de las bisagras y, al presionar la espalda contra la mampara y los pies contra la puerta, se apañó para mantenerla abierta, con la chirriante protesta del metal silenciada por el agua. El contenedor que había tras la puerta estaba todavía más oscuro que el anterior, el vacío parecía tragarse el brillo de la linterna.
—Quédate aquí y asegúrate de que mi cuerda no falle —le dijo a Cali antes de nadar hacia la oscuridad.
El contenedor era del mismo tamaño que el primero y una gran cantidad de carga se había soltado y se apilaba contra el lado de babor del casco. Vio sacos podridos de lo que pensó sería algodón, cajas aplastadas que contenían restos de platos y vasos y cajas de botellas de vino, a pesar de que las etiquetas se habían borrado. También vio que había cientos de trozos de madera y cuando tocó uno su corazón se aceleró. A pesar de los más de 70 años que el barco había estado sumergido, la tabla seguía tan dura como el acero y no parecía estar podrida. Estaba seguro de que era madera, pero debía de ser alguna de África. Y si el cargamento del compartimento se había cargado en África, había una buena razón para que las cajas de Bowie estuvieran allí también.
—Creo que hemos encontrado algo.
Cali esperó junto a la escotilla, su linterna parecía un faro apagado.
—¿Las has encontrado?
—Todavía no, pero aquí dentro hay una gran cantidad de madera de África. Estoy seguro de que las cajas de Bowie también están aquí. Afloja un poco las cuerdas de seguridad y échame una mano.
Antes de contestar, Cali comprobó su ordenador y el aire que les quedaba y le preguntó a Mercer la presión de su botella de oxígeno Luzfor.
—Tenemos otros veinte minutos, algo menos si hacemos algún esfuerzo —dijo cuando se unió a él en el compartimento.
—De acuerdo.
Trabajar en el espacio restringido de la luz que les proporcionaban sus linternas era una tarea difícil, buscar cuatro cajas en concreto en medio de la destartalada masa de escombros era complicado, pero al apartar los deshechos se dieron cuenta de que las vigas eran la mayor parte de la carga que había allí y que tan sólo tenían que comprobar unas 40 cajas. Cali sacó el detector de rayos y lentamente fue moviéndolo por la tranquila agua, sin apartar la mirada del dispositivo.
—Es difícil saber qué cajas emiten los rayos gamma. El agua está absorbiendo las partículas.
Cali empezó a pasar el detector de manera individual por las cajas. Cuando estaba segura de que la caja no era la que buscaban, Mercer la colocaba a un lado para poder ver otras de las cajas apiladas, asegurándose de que no se desmontara la pila. Era como ese juego de niños en el que se tienen que ir quitando piezas sin que se caiga lo de arriba, sólo que en este caso un pequeño error, y quedarían enterrados bajo toneladas de escombros.
Mercer oyó el pitido del detector antes de que Cali le dijera que había encontrado una. La caja estaba hecha de la misma madera que transportaba el Wetherby. Probablemente, Bowie había comprado unas cuantas vigas de madera y algún carpintero de Brazzaville le habría hecho las cajas.
—¿Crees que vamos bien? —preguntó él.
—Vamos bien. Sospecho que Bowie recubrió el interior con metal.
Al saber lo que buscaban, encontrar las otras tres fue mucho más sencillo. Juntos arrastraron las pesadas cajas hacia la escotilla que llevaba al siguiente compartimento.
—Hemos traído lonas alquitranadas protectoras por si las cajas estaban podridas —dijo Cali—, pero no vamos a necesitarlas hasta que lleguemos a la superficie. Cuando vuelva a bajar con Jesse, las engancharemos directamente a la grúa y las sacaremos. Y ahora volvamos.
Nadaron hacia el otro compartimento desatando sus cuerdas de los lugares en las que las habían amarrado y regresaron al río. La corriente era como un huracán, y su velocidad se había duplicado en los veinte minutos que ellos habían estado dentro del barco hundido. Tuvieron que escalar todo el camino de vuelta contra la fuerza de la corriente, primero todo el Wetherby hasta llegar a donde habían asegurado las cuerdas y luego hasta ascender a la barca. Les costó más de lo que habían pensado y los tanques de Mercer ya estaban en la reserva para cuando su cabeza salió del agua.
Jesse y Stan estaban allí para ayudarlos a salir y quitarles todos los artefactos.
—¿Y bien? —preguntó Stan Slaughbaugh cuando Mercer se quitó el casco.
—Las hemos encontrado a la primera —le ofreció su mano a Cali y la ayudó a salir del río.
—Maldita sea. Qué ganas de mandar las muestras al laboratorio. Voy a hacer carrera sólo de analizarlo.
—Bien hecho, jefa —le dijo Jesse Williams a Cali.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Brian Crenna desde la cubierta de la barcaza de la grúa.
—Hemos encontrado las cuatro cajas —dijo Cali, alzando su voz sobre el viento—. Cuando haya entrado en calor y hayamos rellenado los tanques, Jesse y yo bajaremos con el cable de la grúa. Tendremos que sacarlas desde el primer compartimento, así que necesitaré poner un equipo de aparejamiento para que pueda subirlas bien.
—¿En qué compartimento están?
—En el segundo. Pero podemos acceder a él desde el primero.
—La grúa puede llegar hasta unos 50 metros. Eso llegaría a la parte más lejana del compartimento y podría sacarlas sin necesidad de usar el equipo de aparejamiento.
—Eso suena bien.
—Llamadme cuando estéis listos. Crenna dio media vuelta y se dispuso a seguir trabajando en las tareas de mantenimiento con el resto de sus hombres.
Cali comió un poco y descansó un rato en su camarote, mientras Jesse y Mercer rellenaban los tanques con un compresor del barco. Mercer vio que el barco pesquero que había visto por la mañana seguía en el muelle. Dos de los hombres estaban allí, sujetando sendas cuerdas de pescar, pero el hombre negro de la gorra estaba en la cabina, a unos pocos pasos de la cubierta trasera.
Según el reloj de Mercer, eran las once y media cuando estuvieron listos de nuevo para sumergirse. Habían dejado un hueco en la cubierta de la barcaza y habían extendido unas grandes bolsas de goma para meter las cajas. Stan le había dicho a Mercer que las bolsas de fibra de carbón habían sido diseñadas por la NASA y que eran casi indestructibles. Podían contener el disparo de una bala y desviar el de un cuchillo.
Cali le dio a Crenna un walkie-talkie con la frecuencia de la radio que ella llevaba para que pudiera coordinar el levantamiento. El viento se había calmado de nuevo y el sol intentaba salir de detrás de las nubes. Un pesquero enorme pasó junto a la barcaza, los cuatro hombres que había a bordo estudiaban la embarcación mientras se dirigían a la siguiente zona de pesca.
—La cena corre por mi cuenta esta noche —le dijo Mercer a Cali mientras la ayudaba a ponerse el equipo. Habló lo suficientemente bajo como para que sólo ella lo oyera.
Ella le sonrió.
—Entiendo que esta oferta no incluye a Stan y Jesse.
—Les compraré unas alitas de pollo antes de que nos vayamos.
—Es una cita.
De hecho, Mercer le había pedido una cita. Estaba agradecido de que ella se hubiera puesto el casco en ese momento ya que así no le oyó exhalar un suspiro nervioso.
—De nuevo en la brecha —se dijo, no muy seguro de lo que estaba haciendo, pero contento de haberlo hecho.
Jesse y Cali se metieron en el agua mientras Crenna preparaba la grúa. Extendió el aguilón telescópico hasta que alcanzó la profundidad del barco hundido.
Mercer vio las burbujas de Cali y Jesse durante un instante antes de que se las llevara la corriente. Puesto que Crenna no les dejaba subir a la barcaza mientras no se hubieran cargado las cajas y él tenía la única radio para mantener la comunicación con los que se habían sumergido, lo único que él y Slaughbaugh podían hacer era esperar. Stan era licenciado en física nuclear, así que los dos hablaron de la teoría de Mercer sobre el origen del plutonio.
A los diez minutos, Crenna empezó a bajar el enganche al agua. Cali y Jesse ya debían de haber encontrado el compartimento. Un minuto después, la grúa rotaba unos cuantos grados y unos seis metros, o más, de cable desaparecieron en el río.
—Deben de estar enganchando las cajas —dijo Mercer.
—Ya no tardarán mucho.
Como para afirmar esa frase uno de los tripulantes se asomó por la barcaza y miró al otro barco diciendo:
—Estamos a punto de subirlas. Su jefa dijo que ahora debíamos ponernos las mascarillas de gas.
—Cierto. Stan buscó en uno de sus baúles y salió cargado con mascarillas de gas de la NBC (Nuclear Biológico Químico). Las repartió a los demás y sacó dos más, una para él y otra para Mercer.
—¿Qué pasará cuando las saquemos a la superficie?
—Las empaquetaremos y las llevaremos al muelle. Allí tenemos un furgón.
—¿Es que no piensas advertir a los habitantes de esta ciudad de que vas a transportar toneladas de plutonio por sus calles? —bromeó Mercer.
—Por favor, cualquier día normal hay unas cuantas toneladas de material radioactivo por las calles. La única razón por la que no ha habido ningún accidente es porque no lo anunciamos y así no invitamos a todos los colgados a participar.
Mercer escuchó el bramido del gran motor diésel de la grúa y vio cómo empezaba a moverse lentamente.
—Las tienen.
Podía imaginarse a Cali y a Jesse en el oscuro compartimento asegurándose de que las cajas no se engancharan o no chocaran contra nada mientras la grúa las sacaba de allí. Durante los cinco minutos siguientes, la grúa enrollaba el cable de manera delicada balanceándose con el viento y la corriente. De repente todo se quedó quieto. Mercer no podía entenderlo. Miraba alrededor y podía ver a Crenna en la cabina de la grúa. Vio cómo se repantigaba en la silla y cruzaba los brazos.
—Deben de haber sacado las cajas del compartimento —dijo Mercer, comprendiendo finalmente—, debe de estar esperando a que salgan también Cali y Jesse para evitar problemas cuando los suba.
Momentos después Cali y Jesse salían a la superficie por la parte trasera del buque de guerra. Rápidamente, Stan y Mercer los ayudaron a subir a bordo. Cuando Crenna vio que los buzos estaban a salvo fuera del agua, empezó a tirar del cable y a retirar el aguilón telescópico para reducir la tensión en los sistemas hidráulicos de la grúa. Al momento, la grúa emergía del río y se mantenía suspendida sobre la cubierta de la barcaza.
El motor diésel de la grúa rugió de nuevo, más profundamente todavía, hasta que estuvo en su lugar. El potente barco pesquero que había pasado por allí antes lanzó un chorro de agua al aire al acercarse a la barcaza a una velocidad extrema. Mercer había estado ocupado ayudando a Cali a quitarse el equipo y sólo percibió a la veloz nave cuando entró en su perímetro de visión. Vio que los cuatro hombres de la barca estaban centrados en la barcaza y que tres de ellos llevaban armas automáticas.
—¡Al suelo! —gritó mientras empujaba a Cali contra la cubierta.
Mientras se daba la vuelta vio cómo el pesquero Bertram que había estado amarrado en el muelle de repente estaba en movimiento.
Mercer había tenido su bolsa cerca todo el día. Abrió la cremallera y, después de hurgar con torpeza durante un desesperado segundo, sacó un MP-40 Schmeisser. El arma era una pistola alemana estándar de la Segunda Guerra Mundial. Mercer se la había comprado a Tiny, que a su vez la había ganado en una apuesta. Puso un cargador de 32 balas en la pistola y se metió seis cargadores más en los bolsillos de los vaqueros Pese a no ser el arma más precisa, su alta tasa de disparos la hacía devastadora a corto alcance.
La veloz barca todavía estaba a 20 metros de la barcaza cuando tres pistoleros abrieron fuego con sus kalashnikovs. La tripulación de Crenna se dejó caer sobre la cubierta y el propio Crenna saltó de la grúa. Se escondió tras el gran compresor de aire mientras las balas rebotaban en el metal de la barcaza. Se quitó la máscara y se sentó allí resoplando.
Agachado tras la borda del buque, Mercer le pasó la bolsa a Cali.
—Hay una Beretta ahí.
—¿Cómo lo sabías?
—No lo sabía. Sólo quería estar preparado.
Se dirigió a Stan Slaughbaugh y Jesse Williams. Ambos estaban allí acurrucados y no parecía que ninguno de los dos hubiera estado alguna vez en el lado malo de una emboscada.
—Id hacia la cabina. Encended los motores y quedaos abajo. Los dos científicos del NEST asintieron sin decir nada.
El pesquero rugía río arriba, y el tiroteo salía de manera automática por encima de la borda del barco. A Mercer le dio la impresión de que lo que querían era saltar a la parte más lejana de la barcaza. Miró por encima de su hombro. El pesquero Bertram había cruzado la mitad del río y se movía a gran velocidad. El capitán estaba en el puente de mandos mientras que los otros dos estaban a ambos lados de la cubierta de popa. Los dos llevaban armas (una Heckler y una Koch-416s, la última carabina de asalto de los fabricantes alemanes). Las compactas armas disparaban munición NATO 5,56 mm, la cual últimamente se estaba convirtiendo en la elección más popular del mundo armamentístico.
Cali vio lo que Mercer observaba y dio un grito ahogado. Estaban atrapados. Incluso si se separaban de la barcaza, el pesquero Bertram los alcanzaría rápidamente. Apuntó al pescador con su pistola cuando la nave estuvo a unos 50 metros. Mercer se había girado para ver cómo la otra barca desacelerada al acercarse a la barcaza. Los hombres seguían disparando, a pesar de que Mercer no podía ver ni a Crenna ni a ninguno de sus tripulantes. Se oyó un chasquido cuando uno de los pistoleros le dio a los controles hidráulicos que anclaban la barcaza al fondo del río. El fluido hidráulico empezó a salir de las reservas como si fuese sangre. Volvió a mirar atrás y estuvo a punto de decirle algo a Cali cuando vio que estaba a punto de disparar al Bertram.
—¡No! —gritó y empujó su brazo hacia arriba.
El pesquero Bertram estaba a 30 metros, lo suficientemente cerca como para que Mercer viera la mirada de concentración que Broker Sykes tenía en la cara mientras conducía por el río. Mercer no conocía a los dos operadores de las fuerzas especiales que iban con él. No habían formado parte del equipo Delta Force de Sykes cuando escoltó a Mercer al monasterio tibetano del que una vez se había hecho cargo el padre de Tisa Nguyan. Al haber llamado a Sykes para que le proporcionara seguridad, los recuerdos de su muerte le habían venido a la mente, pero Mercer no pensaba dejar que el dolor dificultara la presente investigación.
—Están conmigo —dijo—. Son del comando Delta Force. El comandante se llama Sykes. Cúbreme.
Mercer se dirigió a la cubierta de la barcaza. Sabía que el sistema hidráulico había fallado y que la barcaza respondía al viento y a las olas, pero no estaba seguro de si estaba atrapada en la corriente del río Niágara.
El pesquero estaba tan bajo en el agua que no podía ver la parte lejana de la barcaza. Se puso a cubierto tras un armario y esperó a que los pistoleros se expusieran de nuevo. Sykes acercó al Bertram a la barcaza y estuvo a punto de combatir desde el lado canadiense cuando otro barco apareció por la parte norte de Grand Island. Mercer contó que en ésta también había cuatro hombres, lo cual hacía que el número total de atacantes fuesen ocho. Cuando volvió a mirar a la primera barca vio que uno de los hombres estaba subiendo a la barcaza.
Su plan inicial si eran atacados era esperar a que él y Sykes pudieran tomar por sorpresa a los mercenarios y tenderles una emboscada, pero las cifras hacían esa opción imposible. Otro pistolero se levantó por encima del borde del barco. Los rasgos comunes de Oriente Medio le dijeron a Mercer dos cosas. Una era que el hombre probablemente había recibido adiestramiento en algún campo terrorista en Irak, Siria o Arabia Saudí. La segunda cosa que supo fue que estaban aquí para luchar hasta morir.
El árabe estuvo expuesto tan sólo una fracción de segundo, pero fue tiempo suficiente para que Mercer sacara su Schmeisser. La vieja pistola se sacudió en su mano como si estuviera viva mientras disparó cinco balas. Cuatro de las balas no dieron en el blanco, pero la quinta hizo volar al mercenario en medio de un chorro de sangre.
Los disparos que venían de los otros tres terroristas eran veloces y sostenidos. El sonido de las balas al chocar contra el armario era horrible. A Mercer le parecía que el ruido haría que le explotase la cabeza. Pero incluso por encima del tiroteo, pudo escuchar a Sykes y a su equipo sumarse al tiroteo mientras recorrían el ancho del río.
Mercer esperó a que el tiroteo parara para disparar a ciegas unas cuantas balas por encima del armario y corretear para cubrir la caja más cercana. Casi tropezó con la figura de Brian Crenna que estaba tumbada en el suelo. Estaba medio acurrucado tras la caja.
—¿Qué demonios está pasando? —gritó Crenna por encima del rugido de las armas automáticas.
Mercer no respondió a una pregunta absurda.
—¿Dónde están tus otros dos hombres?
—Billy saltó por la borda —señaló al agua. Mercer pudo ver a un hombre nadando hacia Grand Island—. Es un buen nadador. Lo logrará. De Tom no sé nada.
La segunda barca pesquera seguía persiguiendo a la barcaza, el gran Bertram de Sykes intentaba mantenerse a la altura de la barca más rápida y ágil. Mientras uno de los hombres disparaba al Bertram, dos más lo hacían contra el buque. Varios tiros fueron muy desviados y se chocaron contra la grúa, forzando a los tres hombres a encogerse más, como si tratasen de hacer una madriguera en la cubierta de acero.
—Escuche —dijo Mercer cuando el tiroteo decayó un poco—. Voy a cubrirle. Vaya al buque de guerra y salga de aquí.
Cambió el casi agotado cargador por uno nuevo, esperó un momento a que Crenna y su ayudante estuviesen listos, se puso a cubierto y empezó a disparar con su Schmeisser. Hizo un barrido por la parte más lejana de la barcaza de proa a popa. Los pistoleros no estaban a la vista así que asintió a Crenna. Los dos hombres echaron a correr, atravesando los nueve metros que había hasta el lado de la barcaza en segundos. Ambos saltaron sobre el pasamanos hasta la cubierta del buque de guerra.
Mientras se concentraba en descubrir un objetivo, Mercer se dio cuenta de que la parte más lejana de la orilla del río se movía ligeramente. Cuando disparó la última bala, se agachó de nuevo tras la caja y al tiempo que cambiaba el cargador volvió a mirar la orilla del río. De pronto, el entendimiento se sobrepuso a la adrenalina que corría por sus venas e intuyó que la tierra no se movía en absoluto. Las anclas hidráulicas habían fallado por completo y la barcaza estaba a merced del río Niágara. En los pocos segundos que le costó cargar la Schmeisser vio que la barcaza se estaba acelerando. El viento se había levantado de nuevo y se dio cuenta de que iban a seis nudos.
Mercer estaba seguro de que el buque de guerra no tenía la fuerza suficiente para remolcar la barcaza contra la corriente. Necesitaba llegar al remolcador de la parte más lejana de la embarcación si iba a intentar evitar que cayeran por las cataratas. Además tenía que meter las cajas de plutonio en las bolsas especiales para que no se abriesen cuando la barcaza se desplomase.
—¡Cali! —gritó—, vamos a la deriva. Abandonad y marchad de aquí.
—¿Qué hay de ti? —gritó ella sin mostrarse a sí misma.
—Sykes puede recogerme.
Aunque, en ese momento, Mercer no sabía dónde estaba su amigo. El Bertram y el segundo barco pesquero habían ido río arriba. Tendría que confiar en que Booker Sykes acabaría con el segundo grupo de terroristas y regresaría antes de que fuera demasiado tarde.
Cali y Crenna hablaron un segundo y ella lo cubrió mientras él se dirigía hacia los mandos de control del buque de guerra. Cali pretendía que Crenna utilizara el buque para empujar la barcaza hasta la orilla, así que quería que abriera los aceleradores y poner el motor a toda máquina. Las cuerdas que unían el buque a la barcaza se tensaron mientras el cansado motor rugía. Para sorpresa y alegría de Mercer parecía que su plan funcionaba. La barcaza de 900 toneladas empezó a rotar suavemente y pareció dirigirse a la parte canadiense del río. Los pistoleros no habían esperado una resistencia tan feroz, así que les llevó unos pocos segundos reagruparse, pero cuando oyeron al buque comenzaron a disparar de nuevo. El parabrisas y las ventanas laterales explotaron, cubriendo a Crenna con una lluvia de cristales, mientras pedazos del buque eran arrancados a causa de los disparos. Fue una suerte que golpease el taco que sujetaba la proa del buque a la barcaza. La barca se alejó de la parte metálica de la barcaza antes de que Crenna pudiese desacelerar el motor. La tensión en el taco trasero fue demasiada y cedió, rompiendo gran parte del travesaño en el proceso.
Los mercenarios continuaron disparando mientras las dos barcas se separaban. La cubierta trasera se vio arrasada por el aluvión, obligando a Cali a meterse en la cabina. De los motores empezó a salir un humo grisáceo y empezaron a chasquear. Tan pronto como Crenna se alejó del alcance de las balas, Cali subió los cuatro escalones que había hasta la cabina.
—Tenemos que volver.
—Olvídelo señorita. No me están pagando lo suficiente por esto. Voy a recoger a Billy y a llamar a la Guardia Costera.
—Mercer estará muerto para cuando lleguen.
—Ése es su problema.
Cali se maldijo a sí misma por haber vaciado el cargador de su Beretta. No le habría disparado a Crenna, pero seguro que lo hubiese amenazado para hacerle cambiar de opinión.
—De acuerdo, lo dejaré en el muelle, pero yo voy a volver.
—En mi barco ni lo sueñe. Ya es bastante malo pensar que voy a perder la grúa y el remolcador.
La ira se apoderó de Cali.
—Esas cajas que subimos están llenas de plutonio —gritó—. Si caen en manos de una banda de terroristas me aseguraré de que le apliquen los cargos de traición y le den un tiro.
Él la miró. Los ojos de Cali ardían de rabia y respiraba con dificultad. Justo cuando estaba a punto de decirle que sí, una ola de calor pasó por encima de ellos. Se giraron al unísono. La parte trasera de la barca estaba en llamas. Una bala había dado en el combustible y se había incendiado.
—¡Dios! —gritó Crenna—. Todos fuera de la barca. ¡Ahora!
Stan, Jesse y el tercer compañero de Crenna salieron de la cabina. Al estar más familiarizado con la nave, el chico supo instantáneamente que la nave iba a arder y se tiró por la borda. Stan y Jesse vieron que Cali y el capitán estaban gateando hacia fuera por el parabrisas que había quedado hecho añicos y saltaron al veloz río.
Cali cogió un par de salvavidas que colgaban bajo el limpiaparabrisas y saltó al agua con Crenna justo tras ella. La orilla de Grand Island estaba a sólo unos 100 metros y una vez que todos estuvieron juntos y sujetos a los flotadores se dirigieron hacia allí. La barca se fue a la deriva. El fuego se había expandido por la cabina y estalló en llamas. Lágrimas de frustración recorrieron los ojos de Cali. Para cuando llegase a la costa y encontrase otro barco, sería demasiado tarde.
Mercer tenía que recorrer seis metros de la cubierta para alcanzar la pequeña barca remolque. Los mercenarios estaban bien resguardados y le disparaban desde la protección de su barco. Sólo estaban expuestos por el lado del agua y, puesto que Sykes y su equipo estaban todavía río arriba luchando contra la otra barca, podían ser pacientes. Mercer estaba acorralado. Todavía tenía que averiguar su plan y localizar al último miembro de la tripulación de Crenna, y el tiempo corría en su contra. La corriente ya había arrastrado a la barcaza un kilómetro y medio de donde había estado anclada sobre el Wetherby y velozmente se estaba aproximando a una serie de rápidos.
Ya no podía esperar más a Sykes. Tenía que terminar y llegar al remolque. Comprobó su munición. El cargador de la Schmeisser era nuevo y tenía dos más en los bolsillos. Disparó un poco para mantener las cabezas de los terroristas agachadas y corrió hacia la barca remolque de 12 metros. Mientras corría, observaba por si había algo de movimiento y tan pronto vio que uno de los terroristas miraba a su parte de la barcaza disparó tres balas más. Las balas se desviaron, pero al menos perdió de vista al terrorista.
A Mercer sólo le quedaban unos pocos pasos para llegar cuando la barcaza se golpeó contra una roca mientras el río empezaba a llenarse de bancos de arena. Cayó cuan largo era. Las cajas del mineral seguían suspendidas sobre la cubierta en el borde de la grúa y se balanceaban peligrosamente aunque no se cayeron.
Mercer gateó con torpeza mientras los tres terroristas se recuperaban y volvían a disparar con sus kalashnikovs. Cayó desde la barcaza a la cubierta de la pequeña barca remolcadora mientras las balas explotaban a su alrededor. Por un momento permaneció tumbado y miró a los pistoleros cuando el tiroteo paró. Uno de ellos permanecía erguido, con un gran tubo descansando en su hombro. Era una RPG-7, una venerable arma para matar rusa. El cohete salió del lanzacohetes un segundo después, su motor se puso en marcha y atravesó como un rayo la barcaza. Mercer se llevó las manos a la cabeza justo cuando el cohete propulsor de la granada se estrelló contra la cabina de la nave. La explosión destrozó el limpiaparabrisas, la ola de presión era un peso demasiado grande que parecía absorber el aire de los pulmones de Mercer y que dejaba un odioso pitido en sus oídos. Ya no oía el rugido de las Cataratas del Niágara a dos o tres kilómetros río abajo.
Mercer se incorporó lentamente. No le había dado ningún escombro, pero la cabina del piloto estaba destrozada. No había manera de evitar que la barcaza cayera por las Cataratas del Niágara y tan sólo tenía unos minutos para meter las cajas en las bolsas protectoras. Miró río abajo. Había una estructura de algo parecido a un saliente en el agua del lado canadiense. Era la entrada del agua para una central hidroeléctrica. La barcaza se había desviado demasiado hacia el lado americano como para que pudiera acercarse a la entrada. En cambio, se dirigía a los rápidos que precedían la mayor catarata de Norteamérica.
Los ojos de Mercer captaron un movimiento. No podía creer lo que estaba viendo. Un hombre con un mono negro acababa de aterrizar en el centro de la barcaza, su paracaídas ondeó hasta que lo cortó. Un instante después aterrizó un segundo hombre. Por encima de ellos, un segundo helicóptero empezó a descender hacia la barcaza. Los mercenarios debieron de haber pensado que Mercer había muerto en la explosión de la barca remolcadora, pues los vitorearon y corrieron a abrazar a uno de sus camaradas. El segundo paracaidista, que era más bien del Cáucaso que árabe, fue directo a por las cajas.
Mercer colocó su arma en el borde de la barcaza y con mucho cuidado, disparó. Las balas se dirigieron hacia donde estaba el grupo. Uno de los paracaidistas fue herido en las caderas y se derrumbó entre gritos de agonía mientras la sangre brotaba de su arteria femoral. Dos de los pistoleros recibieron el disparo en su pecho, pues no importaba cuánto luchara Mercer con su Schmeisser, que no podía evitar que las balas fueran hacia arriba. El último pistolero y el segundo paracaidista se tiraron a por la barca pesquera. Mercer no les dio tiempo a recuperarse. Se dirigió hacia la cubierta gritando de manera incoherente. Estaba a mitad camino, cuando la barcaza se topó con otra roca y se detuvo de golpe. Se tambaleó, pero no se cayó. Alcanzó el borde de la barcaza y estuvo a punto de disparar a la barca pesquera cuando se dio cuenta de que no tenía sentido. Estaba atrapada entre la barcaza y las rocas y completamente aplastada. Solamente había sobrevivido al impacto la gran fueraborda y, a ojos de Mercer, parecía un poquito más estrecha de lo normal.
El río mantenía la barcaza presionada firmemente contra la roca, y mientras Mercer estuvo sobre la arruinada barca pesquera, parecía estar firmemente atascada. Unos 100 metros más allá, vio una nube de niebla en el lugar en el que el río se caía hacia el desfiladero. Comprobó el estado de los pistoleros. Estaban todos muertos menos el hombre al que la bala le había dado en la cadera, pero mientras se desangraba había entrado en coma. Mercer no perdió más el tiempo con ellos.
El helicóptero desde el cual los dos hombres se habían lanzado en paracaídas se acercó a la barcaza y Mercer empezó a disparar. No llegó a darle, pero el gran helicóptero hizo una pirueta en el aire y desapareció por el lado canadiense de la frontera.
Mercer se dirigió hacia los controles de la grúa de Crenna y no tuvo problemas en descifrar cómo funcionaban. Retiró el aguilón y con cuidado hizo descender las cajas hasta que estuvieron a poca distancia de la cubierta. Saltó de la cabina y, con cuidado, colocó las bolsas para poder envolver con ellas las cajas. Estaba a punto de hacer descender las cajas lo poco que les quedaba, cuando notó que la barcaza se movía de nuevo. La corriente había encontrado un pequeño ángulo y había empezado a balancear la barca. La cubierta empezó a moverse hasta que se liberó del todo de las rocas y se vio arrastrada hacia las cataratas.
Mercer se apresuró a bajar las cajas y se dirigió de nuevo a la cubierta. Buscó al helicóptero mientras colocaba la primera caja en su sitio y empezaba a cerrar la bolsa. Había cuatro envoltorios diferentes. Primero había una cinta adhesiva bastante ancha, luego velero y una cremallera. Le llevó unos segundos. Lo que le llevó un poco más de tiempo fue atar la bolsa con un alambre.
La barcaza seguía golpeándose contra las rocas. Se mantendría quieta sólo durante un minuto o dos y luego iría río abajo. Tres rápidos disparos hicieron que se dejara caer y cogiera su Schmeisser. Miró a su alrededor. No había nadie. Entonces miró río arriba y vio a Booker Sykes en la popa del Bertram, su arma de asalto descansaba en su cadera ladeada. El Bertram estaba en ruinas. Parte de la proa se encontraba aplastada y el casco estaba lleno de agujeros de bala. Mercer podía imaginarse qué era lo que había quedado de la otra barca pesquera.
Sykes había lanzado tres disparos al aire para atraer la atención de Mercer.
Mercer lo saludó con la mano y después se encogió de hombros como diciéndole al miembro del equipo Delta que no podía hacer mucho para ayudarle y volvió al trabajo. Tenía la segunda bolsa asegurada cuando empezó a sentir el agua de las cataratas como una suave lluvia que rápidamente se convirtió en un torrencial aguacero según la barca se iba acercando.
El sonido del casco chocando contra el fondo le dio asco y el agua empezó a entrar en la cubierta mientras sucumbía a la gravedad. Cuando ya tuvo la tercera bolsa sellada, Mercer echó un vistazo. Booker seguía en la estación observando la escena a través de unos prismáticos. Detrás de Mercer, el desfiladero de Niágara se abría ante él.
Podía ver la ciudad de Niágara y el puente del Arco Iris detrás de la aterradora niebla. Tenía dos minutos o quizás menos y no había pensado todavía la manera de salir de aquel aprieto. No había grandes rocas entre la barcaza y el borde de las cataratas y si saltase e intentase nadar hacia alguna de ellas probablemente sería absorbido por el precipicio. El sonido del agua que caía resonaba en su cabeza y hacía que fuera difícil concentrarse. Ya tenía los tres primeros sellos puestos y acababa de empezar a atar la bolsa cuando Booker disparó de nuevo. Mercer miró hacia arriba justo cuando algo le golpeó desde detrás y lo dejó tambaleándose. Reconoció el chándal negro de uno de los paracaidistas cuando lo golpearon en la barbilla. De algún modo, había sobrevivido cuando la barca pesquera se había estrellado y le había costado todo este tiempo liberarse.
La cabeza de Mercer se echó hacia atrás y se desplomó contra la cubierta. Luchó contra la ola de oscuridad que recorría su mente y logró recobrarse justo cuando el hombre intentó golpearle la nariz con el talón. El casco vacío de la barcaza resonó con el impacto. Mercer le cogió la rodilla con ambas manos y se la dobló salvajemente. El hombre se cayó y Mercer aprovechó la caída para sentarse. Le clavó el codo en la ingle tan fuerte como pudo y se puso de pie. La barcaza se había parado justo al borde de las cataratas, donde el agua sólo tenía alrededor de un metro de profundidad. Las cataratas parecían un vacío que se estiraban sin final.
Se giró mientras el asesino se ponía de pie. Mercer lo reconoció. No era Poli, pero era uno de los hombres que había estado con él cuando los atacaron en el Hotel Deco Palace. La Schmeisser de Mercer estaba encima de las cajas, demasiado lejos, así que simplemente se lanzó contra él. Los dos chocaron y cayeron al agua. Había poca profundidad, pero la corriente era implacable. Mercer perdió la tracción de los cruces del casco y tuvo que recorrer 20 metros hacia la proa antes de poder ponerse de pie. La parte delantera de la barcaza estaba suspendida sobre el aire y el casco seguía encallado.
Entonces vio lo que podía ser su única manera de salvarse. El paracaidista también se había puesto de pie, pero el viento lo había hecho caer de nuevo. Mercer se abalanzó hacia las cajas y cogió su arma. El mercenario blanco trató de coger la pistola que tenía colgada al hombro pero no fue lo suficientemente rápido. Mercer disparó con una sola mano, la pesada arma se mantuvo en su mano mientras un par de balas de nueve milímetros golpeaban al hombre en el pecho. Cayó e instantáneamente lo arrastró la corriente. Mercer dejó caer la Schmeisser y se dirigió a coger el cuerpo, agarró el cabello del hombre justo antes de que pasase por encima de la borda. Sacó el cuerpo de la corriente y se apañó para desatarle el paracaídas de reserva.
No había hecho el suficiente paracaidismo como para saber si se lo había puesto correctamente, pero ya no había nada que pudiera hacer. La popa de la barcaza empezó a elevarse con la corriente conforme se acercaba al punto de caída.
El mayor problema de Mercer no era estar tan alto sobre el desfiladero. El problema era que no estaba lo suficientemente alto. A pesar de que estaba a gran altura, no era suficiente para que el paracaídas se desplegara. Sería lo mismo que saltar sin él. Mercer corrió de nuevo hacia la grúa, ganó otros 30 metros de altura.
Mercer empezó a escalar por el aguilón de acero, Las tres últimas secciones no tenían agarraderas así que tuvo que valerse de la fuerza de sus manos para trepar por él como un mono.
Alcanzó la cima justo cuando empezaba a volcar. La barcaza iba a caer. Las cajas se deslizaron por la cubierta y desaparecieron por las cataratas. Mercer agarró el mecanismo del paracaídas y lo sujetó con su mano derecha mientras la barcaza seguía saliendo. Esperó durante un instante a que la grúa alcanzase la posición vertical. El desfiladero del Niágara era un corte estrecho en los bosques y tierras de cultivo mientras que el lago Ontario parecía un cristal pulido.
Justo en el último momento antes de que la barcaza volcara, Mercer saltó desde la grúa sujetando el mecanismo del paracaídas sobre su cabeza. Él, la barcaza y el agua cayeron casi a la misma velocidad, pero la presión que Mercer sentía en el estómago le dijo que él se estaba acelerando. No había nada más que hacer excepto rezar mientras se desplomaba por las Cataratas del Niágara con el cuerpo empapado por el agua. No podía ver la superficie del río ni las rocas que había debajo a causa de la niebla, y quizás así fuera mejor.
Pero el destino no iba a ser tan condescendiente con él. Mientras caía, la niebla se aclaró un poco. Podía ver la burbujeante superficie del río, las toneladas de roca que se habían erosionado por las cataratas e incluso la barca que paseaba a los turistas llamada Maid of the Mist. Mercer sintió cómo el paracaídas empezaba a tirar de la mochila, la resistencia del aire lo estaba sacando. No había suficiente espacio.
Mercer cerró los ojos.
Y los abrió de golpe cuando el paracaídas se desplegó, clavándole las correas hasta tal punto en las ingles que estaba seguro de que le habían reventado los testículos. El viento de las cataratas empujó al paracaídas justo por encima de los montículos de unos dentados pedruscos, mientras la barcaza se chocaba contra ellos. La grúa se partió bruscamente y casi lo golpeó mientras avanzaba unos cuantos metros más antes de sumergirse en el río. Se hundió profundamente y sintió cómo la corriente arrastraba el paracaídas empujándolo todavía más hacia el fondo.
Mercer luchó por salir a la superficie, sus pulmones casi reventaron cuando alcanzó la superficie y aspiró grandes cantidades de aire. Se las apañó para encontrar la manera de quitarse el paracaídas y entonces pudo mantenerse a flote. El Maid of the Mist tomó un atajo por el estrecho, los pasajeros, ataviados con chubasqueros azules, vitorearon a Mercer cuando vieron que había sobrevivido. Un par de minutos más tarde unas manos le ayudaron a subir a la cubierta de abajo.
—¿Acaso desea usted morir o qué? —preguntó uno de ellos.
Al no tener ninguna respuesta a mano, Mercer se dio la vuelta y empezó a vomitar.