La anciana se había quedado traspuesta mientras recordaba. Absorta en el pasado, su rostro reflejaba una sonrisa de labios crispados, como si por un lado le causase placer visitar el lejano país de la retentiva pero, por otro, supiese que aquel viaje estaba lleno de malos recuerdos, de senderos recubiertos de alambres de espino. Seguía conduciendo por una carretera nevada interminable, y parecía que fuera a estrellarse en cualquier momento, la mirada perdida en ninguna parte.
—¡Abuela Kubatkina! ¡Abuela Kubatkina!
El pequeño Anatoli se acercó a la mujer y puso las manos en sus hombros, zarandeándola con suavidad, tratando de hacerla regresar al mundo real.
—Catarina… ¡Catarina! ¡Abuela Kubatkina!
La mujer, por fin, pareció regresar de su ensimismamiento. Contempló el rostro de su nieto con sorpresa, como si no lo hubiese visto jamás en su vida. Pero entonces cobró conciencia de dónde se hallaba y por qué: había ido de visita con Anatoli a la mansión familiar. Le quedaba poco tiempo de vida y quería enseñar a su nieto sus raíces, para que entendiera quiénes eran los suyos, para que supiera quién fue su abuela y cuál su lucha.
—¿Sí? Dime, pequeño.
El niño se rascó la cabeza, tratando de poner sus ideas en orden.
—¿Entonces es verdad que luchaste contra zombies durante la Segunda Guerra Mundial? Siempre pensé que lo decías en broma. Porque los muertos vivientes no existen, aunque sean geniales.
A Anatoli le encantaban las novelas de zombies, las películas y las series de televisión. También los juegos de ordenador y de consola. Era, como muchos jóvenes adolescentes, un devorador de un género en auge en el mundo entero.
—Como ya te dicho, entonces no les llamábamos zombies. Básicamente porque la palabra zombie por entonces significaba exclusivamente esclavo de un brujo y estaba relacionado con las prácticas del vudú. Se comenzó a llamar a los caníbales zombies, con e final, a partir de las películas de George Romero, en los años 80 —Catarina Kubatkina sonrió al ver la sorpresa en el rostro de su nieto, que pensaba seguramente que ella no tendría ni la menor idea de cine de terror o de las modas de final del siglo XX y el XXI.
»Entonces, en 1942, les conocíamos como Comedores de Personas o Comedores de Cadáveres, según si eran asesinos o solo carroñeros. Creo que antes te adelanté un poco de este asunto. Pero bueno, los detalles te los iré dando según avance mi narración. Porque quieres que siga, ¿no?
—Sí, sí, por supuesto —aplaudió el pequeño Anatoli.
Catarina Kubatkina detuvo entonces su vehículo. Acababan de llegar a Nikolaipol, el hogar ancestral de su familia. Un largo viaje desde Rusia hasta Ucrania. Era un buen momento y un buen lugar para proseguir con su historia. Porque para que Anatoli entendiera a su abuela y sus recuerdos, primero tendría que entender qué era aquel lugar y quiénes fueron los Menonitas rusos.
Pero antes, por supuesto, tendría que hablarle de los zombies.
—¿Dónde estábamos? Ah, sí. La explosión que destruyó el blindado y casi nos mata a todos, ¿verdad?
Y entonces Catarina Kubatkina prosiguió con su historia.