CAPÍTULO 20

Con el cuerpo estremecido por el cansancio, Kate se sentó en una de las sillas de aluminio que poblaban la sala de espera del Miriam Hospital. Apoyó los codos en las rodillas y ancló la cabeza entre sus manos. Nunca se había sentido tan agotada.

—Toma, hija.

Martin se sentó a su lado y le ofreció café. Ella se incorporó para cogerlo, esperando que la bebida caliente le subiera el ánimo.

—Trevor dice que las heridas no son muy serias. En un par de semanas estará como siempre —comentó el hombre con la mirada perdida en el enorme pasillo por el que circulaban familiares y pacientes.

—Falta poco para que comiencen los juegos de primavera. Se había preparado tanto para participar… —La voz se le ahogó al pensar que, por culpa de los golpes recibidos, Jeremy no podría formar parte del equipo de la universidad en los próximos juegos universitarios.

—Es un chico fuerte. Se repondrá rápido y estará listo para las competiciones, ya lo verás.

—Pero no tendrá el mismo nivel que antes —se quejó ella con las lágrimas agolpadas en los ojos—. Es tan injusto…

—Cariño, estoy completamente seguro de que, si Jeremy tuviera que elegir de nuevo entre competir en los juegos o defender a su hermana, volvería a hacer la misma elección —agregó Martin—. Ha demostrado una lealtad inquebrantable hacia su familia.

Kate fijó su mirada atribulada en su padre.

—Pensé que tenías un mal concepto de él.

El hombre suspiró con cansancio.

—Debo confesar que, en los veinte años que hace que conozco a los Collins, nunca me había detenido a observar el comportamiento del chico —reveló—. Bastó con que pretendiera integrarse en mi familia para dirigirle una mirada más crítica y darme cuenta de su verdadera personalidad.

Martin arqueó las cejas al ver la expresión enternecida de su hija.

—Pero eso no lo exime de culpa —agregó con severidad—. Lo que le ha sucedido no es más que el pago por los errores cometidos. Si hubiera sido un joven más respetuoso…

—Papá, todos cometemos errores.

—Y todos tenemos la capacidad de darnos cuenta de nuestras faltas antes de cometerlas —recalcó el hombre—. Jeremy no es un tonto; él sabía en el lío en el que se metía al verse con una mujer casada con un boxeador.

Kate suspiró con agobio y cerró los ojos. Llevaba horas en aquel lugar, pendiente de la recuperación de Jeremy, y no pensaba moverse de allí hasta que les dijeran que se encontraba fuera de peligro.

Gracias a Abel, quien se había mantenido en contacto constante con Trevor a través de mensajes de texto para informarle de cada paso que daban en la búsqueda de Claire, la Policía llegó a tiempo al lugar donde se producía la pelea.

Una docena de patrullas entraron al camino de tierra por los dos flancos y lograron arrestar a casi todos los que estaban allí, entre ellos a Ryan Graham y a Tyler Winter, que resultó ser uno de los proveedores de droga del grupo. Solo los que habían acudido al lugar en moto consiguieron escapar, internándose por los patios de las viviendas aledañas. Aun así, la Policía consiguió atrapar a algunos de ellos después de una larga persecución, y ahora estaban detenidos en la comisaría del sector mientras iniciaban las investigaciones del caso.

Para cuando la Policía apareció en el lugar, Tyler llevaba poco menos de diez minutos golpeando a Jeremy. Las heridas que le causó no eran graves, ni le rompió ningún hueso, pero sí se podían divisar varias magulladuras en el rostro y en las costillas, así como alguna brecha en la cabeza, de la que brotó gran cantidad de sangre. El joven llegó semiinconsciente al hospital, pero recibió rápidamente atención médica.

Trevor Collins se dividía entre la atención de Jeremy y la constante comunicación con su hija, que ahora se encontraba en la casa de Kate al cuidado de Rose y de Sarah, mientras su hermana viajaba con su esposo y su hijo desde Connecticut para ayudarlo con la niña durante la recuperación de Jeremy.

Martin se levantó de la silla al escuchar el pitido del móvil anunciando la entrada de un mensaje de texto.

—Salgo un momento. Aaron acaba de llegar —notificó a su hija, y se encaminó hacia la salida para recibir a su socio, que había ido al hospital para interesarse por el estado del chico.

Kate se quedó sola, con la mirada fija en el café que humeaba dentro del vaso de cartón. Se esforzaba por aceptar que, a pesar de la situación, las cosas no habían podido terminar mejor de lo que lo habían hecho. Los problemas se habían resuelto de forma casi milagrosa, sin que ocurriera ninguna tragedia más seria.

—¿Se recuperará?

Alzó el rostro acongojado y se topó con Kristy Smith, que estaba de pie junto a ella, con las manos metidas dentro de su abrigo y la mirada ensombrecida.

La sorpresa y el recelo colisionaron dentro de su pecho invadido por la angustia. Se limitó a asentir mientras las emociones se le sosegaban.

—Bien. Me alegro —afirmó la joven con indiferencia y, después de un momento de duda, se giró sobre sus talones y se encaminó hacia la salida del hospital.

—¡Espera! —la detuvo Kate, levantándose de la silla. Kristy quedó petrificada en medio del pasillo, sin encararla—. Gracias —fue lo único que pudo añadir. Cientos de frases se le agolparon en la garganta para agradecer el gesto de la mujer, pero ninguna salió de su boca.

Sin su ayuda, no hubieran podido llegar a tiempo para rescatar a las niñas. Cuando aparcaron frente a la casa de madera, Ryan las estaba negociando con sus socios.

—No tienes nada que agradecerme —dijo con frialdad antes de marcharse definitivamente.

Kate se sintió mal por ella; sin embargo, no creía tener la fuerza ni el derecho a intervenir para ayudarla. Kristy, a su manera, superaba sus heridas, al igual que lo hacía ella. Quizás era muy tarde, o aún no era el momento para entablar una amistad y prestarse ayuda la una a la otra, pero al menos podía estar segura de que no se enfrentarían más entre ellas. Cada una había marcado su límite. Lo más sano era respetar ese acuerdo tácito que había surgido a raíz de los últimos acontecimientos.

Se sentó de nuevo en la silla y le dio un trago a su bebida. Pensaba solo en Jeremy, y rogaba en silencio que se recuperara sin que le quedaran secuelas graves. Como decía su padre, él era un hombre fuerte, y además, terco, tenaz y un poco cabeza dura; estaba segura de que saldría bien parado de esa situación.

Cerró los ojos y dibujó una sonrisa satisfecha en los labios, con la imagen del rostro sonriente del joven que más amaba en la vida impresa en su memoria.

—¡Si no os dais prisa, entro sin vosotras! —amenazó Freddy mientras avanzaba con paso acelerado hacia el edificio de la biblioteca.

—Claro, se pone exigente porque una zancada suya es como tres de las nuestras —se quejó Maddie, que echó a correr junto a Kate para alcanzarlo.

Llevaban casi una hora persiguiendo por toda la universidad a uno de los profesores de Medicina; tenían que entregarle un informe con los adelantos de la tesis de grado. La profesora Olivia Adams se lo había recomendado para que los asesorara sobre las implicaciones médicas que debían atenderse en caso de acoso escolar. Pero el sujeto era demasiado escurridizo, y esa tarde de viernes de finales de primavera debía viajar a otra ciudad por un compromiso familiar. Si no lo alcanzaban antes de que se marchara de la universidad, no sabrían nada de él hasta dentro de una semana.

—Es injusto que siempre nos hagan correr a los estudiantes —masculló Maddie mientras subían a toda prisa los interminables escalones que daban entrada al edificio de la biblioteca—. Nos deberían dar un reconocimiento deportivo cuando nos entreguen el título universitario.

—Nunca nos dijeron que sería fácil, solo que valdría la pena —reflexionó Kate.

—¿Quién dijo eso? —preguntó Maddie cuando atravesaban el vestíbulo.

—No sé, solo se me ocurrió.

—Creo que lo he escuchado en otra parte. Investigaré por Internet.

Kate sonrió. Le encantaba estar con sus amigos. Debía reconocer que gracias a ellos había aprendido a superar sus traumas y limitaciones, así como a disfrutar de la vida, aunque de una manera particular.

Minutos después, salieron del edificio de la biblioteca ya más calmados. Habían cumplido su misión. Conversaban entre ellos sobre las investigaciones que les faltaban por realizar para la tesis cuando escucharon el claxon de un coche.

Kate se giró hacia la calle con la emoción desbordándosele por los poros y corrió en dirección al Kia de Jeremy. Él aparcó frente al edificio y se bajó para recibirla con un fuerte abrazo y un beso intenso.

—No sabes cuánto te he echado de menos —dijo él mientras le quitaba las gafas, tan grandes y con la montura tan oscura como las anteriores.

A Kate le fascinaban. Ese modelo era el único que la hacía sentirse segura y se identificaba con su estilo, y Jeremy tenía que confesar que a él también le gustaba. Después de verla con distintos modelos, decidió que aquel era el que resaltaba su mirada y hacía brillar aún más sus ojos turquesa.

Así la conoció y así se enamoró de ella. No tenía que cambiarla por el simple hecho de que ahora estuviese con él.

Además, si era sincero consigo mismo, adoraba quitárselas. Ese juego era como retirarle el envoltorio a una chocolatina para luego disfrutar a gusto de su sabor.

—Yo también te he echado de menos. Hoy ha sido un día muy agitado —informó ella.

—¿Y te apetece que lo siga siendo? —preguntó él con una mirada pícara.

Kate arqueó las cejas y aumentó la sonrisa.

—Por supuesto —le susurró sobre sus labios, para luego hundirse de nuevo en su boca.

—¡Eh, que estáis en un sitio público! —los interrumpió Maddie—. Compórtese, señora Collins —expresó en son de burla para fastidiar a Kate, pero esta se limitó a sonreír por el calificativo y apoyó la cabeza en el cálido pecho de Jeremy.

—Ella siempre ha tenido un comportamiento intachable —la defendió Jeremy envolviéndola con más firmeza entre sus brazos y depositando un tierno beso en su cabeza.

—Dios los cría y ellos se juntan —ironizó la mujer.

—Mira quién lo dice —la fustigó Jeremy—. ¿Hoy no tienes baile en línea en el Mishnock Barn, querida pastelito? —preguntó.

—Claro, tengo que descargar tensiones para afrontar una dura semana académica —indicó, pues justamente la semana próxima la tenían repleta de exámenes—. ¿Vosotros no vais a ir?

—Kate y yo tenemos otros planes —expuso, y le dio un ardiente beso a su chica.

—Oh, por Dios —expresó Freddy, que se giró para no ser testigo de aquel derroche de amor.

—¿Vendrás conmigo? —preguntó Maddie a Freddy.

—¡Ni lo sueñes! Te dije que con una vez tuve suficiente por todo el año. Hoy tengo cita con un libro de William Faulkner —y dicho esto, se despidió rápidamente de sus amigos y puso rumbo a su residencia.

—¡Qué aburridos! —se quejó la mujer, y se fue detrás de su compañero; debía prepararse para el encuentro con su novia Ángela.

—¿Tenemos planes? —le preguntó Kate a Jeremy cuando se quedaron solos, con los brazos aún alrededor de su cuello.

—Claro, preciosa. Recuerda que los viernes te toca ayudarme con mi terapia.

—¿Terapia? ¡Pero si estás perfecto! —reveló la mujer.

Saltaba a la vista que aquello era una treta de Jeremy para retenerla a su lado toda la noche…, aunque tampoco era necesario que lo hiciera, puesto que ella no ansiaba estar en otro lugar del planeta que no fuera junto a él.

—Hoy me ha vuelto el dolor de la pierna —mintió él, y simuló caminar con dificultad mientras la acompañaba al asiento del copiloto. Kate reía divertida, dispuesta a dejarse llevar por su juego y consentirlo lo más que pudiera.

Jeremy se había recuperado en un tiempo récord de la paliza que Tyler Winter le propinó, pero para poder estar listo para las competiciones de natación había tenido que someterse a una dura terapia para recuperar el cien por cien de la movilidad y darlo todo en las que serían sus últimas competencias profesionales.

Con perseverancia, disciplina y el acompañamiento y apoyo constante de sus seres queridos, sobre todo de Kate, logró ponerse al nivel del resto del equipo y dar lo mejor de sí en los juegos. Lamentablemente, no ganaron el campeonato, pero obtuvieron un merecido segundo lugar, lo que le permitió a Jeremy cerrar con broche de oro su carrera deportiva.

Ahora su atención estaba fijada en graduarse con honores en la universidad y, por supuesto, fortalecer día a día la relación con Kate. A pesar de que le llovían las ofertas de trabajo, su interés estaba puesto en los proyectos deportivos que llevaba la fundación para discapacitados del señor Sullivan y que, para su agrado, no solo funcionarían en Kingston, sino también en Providence. Al terminar los estudios, anhelaba mudarse de nuevo a su ciudad para estar cerca de su familia.

Kate, por su parte, comenzaba a considerar seriamente especializarse en Orientación Educativa. El problema de Claire y sus amigas, así como las reflexiones que tuvo que realizar de su situación en la escuela, la hicieron comprender la importancia de la puesta en marcha y el seguimiento permanente de actividades que potencien el desarrollo tanto académico como humano de los alumnos.

La ayuda que como docente ella podría brindarles a los estudiantes sería de gran valor a la hora de prevenir dificultades, así como para ajustar el currículo académico del centro educativo donde trabajara, considerando las necesidades y características del alumnado, y hasta para fortalecer el trabajo personal, académico y vocacional de cada chico.

Jeremy y Kate tuvieron que traspasar la prueba de fuego de la adversidad para redefinir sus vidas y encauzarlas hacia caminos que realmente les harían crecer como personas. Ahora tenían un horizonte despejado, unas prioridades más organizadas y un ánimo renovado. Ese momento para ellos era un punto de partida, el comienzo de una existencia liberada y fortalecida gracias a la aceptación de sí mismos y al amor que el ser amado les prodigaba.

El domingo en la tarde, Jeremy esperaba ansioso a Kate en el salón de los Gibson. Ese día sería la última representación de Hansel y Gretel que haría el ballet juvenil de Providence, y todos estaban invitados. El traje de chaqueta y pantalón de lino azul marino que llevaba puesto, aunque tenía un corte juvenil, le daba un aire elegante; pero la corbata le apretaba, por lo que no podía dejar de estirarse el cuello de la camisa y moverse el nudo, buscando algo de oxígeno adicional para sus pulmones.

—Deja el drama, Collins. Será solo por una noche —lo reprendió Martin mientras se acercaba a él ajustándose los puños de su impecable camisa blanca, y se colocaba la chaqueta del traje gris plomo que había elegido para la gala.

—Es la tercera vez que Claire me hace vestirme así en menos de un mes —se quejó el chico estirándose la chaqueta para procurar reponer su apariencia—. Debería darme un respiro.

—Yo que tú me iría acostumbrando. Pronto tendrás que asistir a las galas que organice la fundación para la que trabajarás cuando termines la universidad. Las fiestas de recaudación de fondos con las que llevan a cabo sus proyectos suelen ser formales —expresó con un deje de burla en la voz.

Jeremy decidió fastidiarle la paciencia, como en ocasiones hacía.

—Y para mi boda con Kate, claro. Estoy seguro de que ella querrá una celebración por todo lo alto.

Martin lo fulminó con la mirada unos segundos, antes de encaminarse hacia la salida.

—¿No deberíais aprender a gatear antes de afrontar una carrera de fondo de ese tipo? —resopló Martin sin encararlo.

Jeremy sonrió.

—He sido varias veces campeón de natación hasta de doscientos metros, Martin. Estoy preparado para asumir cualquier reto —lo importunó.

Aunque nunca había tocado el tema del matrimonio con Kate, él no descartaba esa posibilidad. Cada vez se convencía más de que ella era la mujer de su vida. Sin embargo, aún era muy pronto para hablar de ello. Ambos tenían muchos sueños que cumplir, metas que alcanzar y una juventud que disfrutar, tiempo que les serviría para conocerse a fondo y fortalecer la relación, hasta volverla indestructible.

Martin se detuvo en el umbral y se giró hacia el joven para mirarlo con severidad.

—Pero la vida en pareja no es como una piscina fabricada con dimensiones establecidas, con calles bien separadas, agua templada y un árbitro siempre dispuesto a hacer cumplir las reglas —sentenció—. Es como un océano infinito, dominado por los caprichos de la naturaleza, con terrenos disparejos y peligros diferentes en cada metro cuadrado. Si nunca has entrenado en un escenario como ese, de nada te servirán los cientos de medallas y los trofeos que tengas en casa —expresó, y dio un paso al exterior—. Mucho menos, cuando lleguen los hijos.

Jeremy lo observó marcharse, experimentando un fuerte sentimiento de admiración por el hombre. A pesar de los constantes enfrentamientos que ambos mantenían, y que seguirían teniendo, respetaba a Martin Gibson.

Quizás el tipo se equivocaba en algunas cosas, ¿quién no lo hacía? Pero debía reconocer que los golpes de la vida lo habían transformado en un hombre sabio y con un alto sentido de la responsabilidad, que, a su manera, amaba con intensidad a su familia y era capaz de dar hasta la vida por ella.

En ese momento decidió que se esforzaría por lograr alcanzar, al menos, la mitad de la sabiduría que poseía su futuro suegro. Lo haría por Kate, que se merecía lo mejor, y por ese nuevo destino que pretendía trazar junto a ella.

—Estoy lista.

Jeremy se giró en cuanto escuchó la voz de su chica, quedando petrificado en el sitio.

—¡Guau! —fue lo único que pudo decir. Por instinto, se llevó una mano al estómago mientras sus ojos se deleitaban con la magnífica belleza de la mujer que estaba parada frente a él.

Kate llevaba un precioso vestido de organza color celeste, de una sola manga, que dejaba al descubierto uno de sus preciosos y apetecibles hombros y se ajustaba a su estilizada figura por un cinturón de pedrería. La falda le caía en un doble volado a la altura de las rodillas, lo que le permitía mostrar una parte de sus largas piernas, hasta culminar en unas sandalias plateadas de tacón alto. Los cabellos rubios los llevaba sueltos, alisados con elegancia.

—¿Y? ¿Qué te parece? —le preguntó mientras se giraba con los brazos abiertos para que él la admirara por completo.

—Demasiado hermosa —confesó.

Se acercó a la chica tomándola por la cintura y se hundió en su boca, devorando cada uno de sus gemidos.

—¡Jeremy! —lo reprendió ella cuando logró detener el beso.

—¿Qué?

—Me vas a estropear el maquillaje.

—¿Para qué te has maquillado? —rebatió él con el ceño fruncido.

—¿Cómo que para qué? Para que me veas guapa.

El hombre dejó escapar un bufido de indignación.

—Me encantas más sin ropa y sin maquillaje.

Kate le golpeó el hombro para exigirle que se comportara dentro de su casa, sin esconder una sonrisa divertida, tras lo cual se ocupó en enderezarle el nudo de la corbata.

—Tú también estás increíble —afirmó ella.

—¿Con ropa o sin ropa?

—¿Vas a seguir?

Jeremy estalló en risas y la envolvió entre sus brazos.

Subieron al Kia y se dirigieron al oeste de la ciudad, pasando el río Providence. Llegaron al teatro cuando faltaba algo más de media hora para que comenzara la obra. Llamaron a Trevor al móvil y después pasaron a la zona donde se preparaban los bailarines para saludar a Claire.

Apenas los vio, la niña dejó a su padre y corrió hacia su hermano envolviéndolo en un fuerte abrazo por la cintura. Parecía una muñequita con ese maillot blanco decorado con pedrería, tul azul y medias blancas, al igual que las zapatillas. Se había hecho un firme moño y parte de él estaba maquillado con un gel con brillantina, así como el rostro, que en el escenario, y con ayuda del juego de luces, daría la impresión de que las caras de las niñas brillaban como las estrellas.

—¡Qué bien que hayáis llegado temprano! Dicen que hoy asistirán más personas a la función —comentó la chica.

—¿Y quién no querría ver el cierre de la temporada? —inquirió Jeremy, y le dio un beso a su hermana en la cabeza.

—Phillips me dijo que ya estaba afuera con sus hijos —expuso Trevor mientras revisaba su móvil.

—Nosotros no hemos pasado por la entrada principal del teatro, pero Martin venía detrás de nosotros y ya debe de estar en la platea. Seguro que lo ha encontrado —informó Jeremy, y tomando de la mano a Kate, añadió—: Será mejor que nosotros nos vayamos también, o no hallaremos asientos.

Kate pellizcó con dulzura una mejilla de Claire haciéndola sonreír.

—Suerte en el baile.

La niña se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Después de unas rápidas despedidas, Claire se reunió con el grupo de bailarines para los retoques finales del maquillaje antes de colocarse en sus posiciones.

Jeremy se dirigió con Kate hacia la parte principal del teatro para reunirse con los padres de ella. En el camino se tropezaron con Keny Robertson, que esperaba el inicio de la obra en el vestíbulo acompañado por Eric Graham.

—Eh, chicos —los saludó Jeremy—, si no entráis, os vais a perder la obra. Ya está a punto de comenzar.

Los jóvenes iban vestidos de manera elegante, con trajes sin corbata. Desde que Ryan había perdido su libertad condicional y había vuelto a la cárcel, Eric había reiniciado su amistad con sus amigos de siempre.

Su hermano había ejercido una influencia negativa sobre él. Quería arrastrarlo a la vida ilícita y le obligaba a que le consiguiera en el instituto nuevos compradores de droga, o chicas que él pudiera negociar con sus socios. Pero ahora que Ryan estaba de nuevo tras las rejas, el chico podía retomar sus costumbres y continuar su entrenamiento deportivo, con miras a la obtención de una beca universitaria. Meta que tanto él como su amigo Keny tenían casi cumplida.

—Estamos esperando a dos amigos que no han llegado todavía —informó Eric con una sonrisa.

La pareja se despidió de ellos y se dirigió al interior del teatro.

—¿Eric y Mary continúan con su romance? —preguntó Kate con curiosidad.

—Claire me dijo que hablan mucho, pero que él nunca quiso nada serio con ella. La relación entre ellos surgió por la presión de Ryan —explicó Jeremy mientras atravesaban el vestíbulo, abarrotado por los familiares y amigos de los bailarines—. Pero Mary está enamorada de él y seguirá intentando conquistarlo.

Kate suspiró. Los romances adolescentes se quedaban marcados en la memoria, fueran correspondidos o no; ella lo sabía muy bien. En su caso, su amor platónico acabó fijándose en ella años después, algo por lo que se sentía totalmente agradecida. No sabría si a Mary le ocurriría lo mismo que a ella, pero esperaba que la chica no sufriera mucho durante el proceso.

—Ya se le pasará cuando Eric salga del instituto y vaya a la universidad —comentó.

—Abel ha tenido más contacto con él y, según me ha confesado, Eric aprecia a Mary, pero ahora la ve muy niña. —Sortearon la marea de invitados y se sumergieron en los anchos pasillos del teatro, en busca de la tercera fila, donde sabían que Martin Gibson había guardado unos asientos para ellos—. Ninguno de los dos está preparado para asumir un noviazgo ni nada parecido. A lo mejor dentro de unos años las cosas cambian para ellos. Como nos sucedió a nosotros, ¿no crees? —preguntó, y le guiñó un ojo.

Ella le sonrió y apretó su mano. Recordaba bien lo frustrada que se había sentido en el pasado, cuando suspiraba en secreto por Jeremy, sin obtener de él ni siquiera una cálida mirada. Ahora comprendía que en esa época no estaba realmente preparada para asumir un compromiso como el que en ese momento tenían, y aunque la espera hubiese sido amarga, no podría haber soñado con un final mejor.

Ambos habían tenido que hacer frente a diversas circunstancias para madurar su personalidad; si hubieran forzado el destino, la relación habría fracasado desde un principio, dejándoles solo traumas y malos recuerdos.

La espera, aunque desespera, resultaba ser la más sabia de las decisiones. La naturaleza establecía para cada tipo de fruta un tiempo de maduración; acelerar el proceso podía robarle sus atributos naturales, mientras que esperar el tiempo indicado garantizaba un sabor intenso e inigualable, pudiéndose disfrutar a plenitud.

Se sentaron en sus butacas sin soltarse las manos. Jeremy entrelazó los dedos con los suyos, y así estuvo toda la noche, unido a la mujer que amaba. Segundos antes de que apagaran las luces para el inicio de la función, ambos compartieron una profunda mirada, en la que se confesaron todo lo que sentían dentro de sus almas.

Mientras la penumbra los arropaba, él se acercó a ella y le dio un pequeño beso en los labios.

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —le susurró, y enseguida comenzaron a sonar los acordes que daban inicio a la obra.

Katherine dirigió sus ojos turquesa, llenos de lágrimas de emoción, hacia el escenario. La dicha no le cabía en el pecho. El amor le rebosaba el corazón.