CAPÍTULO 10

El Mishnock Barn era un salón de baile acondicionado dentro de un granero, en el pueblo de West Greenwich, ubicado a pocos minutos de Kingston. Tom, el dueño y futuro socio de la novia de Maddie, ofrecía tres días a la semana clases de baile country a los clientes, actividad que había popularizado el lugar y atraía a visitantes, inclusive, de otros estados del país.

Kate y sus amigos se encontraban esa noche en ese establecimiento, disfrutando de las desternillantes ocurrencias de Ángela, la novia de Maddie; una mujer alta, fornida y de gestos varoniles, que poseía una risa tan escandalosa que podía escucharse hasta en el exterior y resultaba contagiosa.

—Estoy agotada —expresó Kate al finalizar la sesión de baile en línea que Maddie la había obligado a seguir. Apoyó los codos sobre la barra para anclar su cabeza entre las manos mientras intentaba recobrar el resuello. El ejercicio y las cervezas la dejaban extenuada.

—¿Nos podemos ir? —inquirió Freddy, sentándose en un taburete y quitándose las botas, sin preocuparse de si alguien en el bar lo miraba. Le dolían los pies una barbaridad.

—¡No seas aguafiestas! —se quejó Maddie, que se acercó a ellos aún bailando. Las energías parecían renovársele cada vez que se movía—. ¿Cuándo fue la última vez que llegaste de madrugada a la universidad?

—Tengo hambre.

—¡Tom, tráele algo de comer a este tío para que se anime! —gritó la chica al dueño, que se encontraba tras la barra ayudando a los empleados a servir la cerveza.

—Creo que hoy he cubierto mi cupo de acompañar a mis amigas por un año. No me pidáis que salga más con vosotras hasta que nos graduemos.

Maddie bufó, pero Kate se incorporó en la silla con rostro conmovido. El alcohol comenzaba a embotarle las neuronas.

—Es cierto, Freddy, hoy te has portado como un verdadero amigo. Agradeceré eternamente lo que has hecho por mí. Sin vosotros yo no hubiese…

—¡Aaaah, yaaaaa! —la interrumpió Maddie—. Sabemos que estás agradecida, pero no te pongas sentimental. —Kate la observó con un gracioso puchero en los labios. La chica sonrió—. Creo que debemos limitarle la cerveza a Kate si no queremos que su alter ego salte al ruedo.

—¿Y cuál es su alter ego, pastelito? —preguntó Ángela con su voz gruesa, que regresaba de la pista y se detenía tras su chica para envolverla en un abrazo por la cintura.

—El de Lady Diana: bella, tímida y muy emotiva.

Ángela estalló en una carcajada estrepitosa.

—Soy una chica buena —se quejó Kate.

—Sí, cuando Jeremy Collins no está en la periferia.

—¡Cállate! —le ordenó con el ceño fruncido antes de darle un nuevo trago a su cerveza.

—Desde que lo vio en pelotas, él no se separa de ella ni a sol ni a sombra.

—¡Freddy! —le recriminó Kate a su amigo, con las mejillas ardiéndole por la vergüenza al recordar el portentoso cuerpo de Jeremy cuando entró en la lavandería de la residencia escapando de Sofia Reagan.

—¡¿Viste desnudo a Jeremy Collins?! —inquirió Ángela riendo a carcajadas.

—Y hasta tiene fotos —la acusó Maddie, logrando que su novia aumentara el volumen de su risa.

—¡Tú las tomaste! —señaló la aludida.

—¡Y tú me amenazaste para que las pasara a tu móvil!

Kate abrió la boca dispuesta a rebatir la réplica de su amiga, pero al ver que todos casi se doblaban en el suelo de la risa, decidió callarse para evitar que siguieran divirtiéndose a costa de ella. Se incorporó en la barra para darles la espalda e ignorarlos. No le gustaba perder el tiempo en discusiones.

—Y hablando del rey de Roma…

El comentario de Maddie le detuvo el flujo de la sangre. Por instinto, se giró hacia la puerta, topándose con unos ojos oscuros que eran capaces de sumergirse en las profundidades de su alma.

Él ya la había divisado y se acercaba sin apartar de ella su mirada depredadora, seguido por dos de sus amigos.

Kate no podía dejar de observarlo, ni hacerse la desentendida para disimular la emoción que sentía. Jeremy se detuvo a escasos centímetros; en su rostro se reflejaba algo que nunca había estado allí: una mezcla de rabia y determinación que la hizo estremecer.

—Jeremy…, ¿qué haces aquí?

—¿Te molesta que haya venido?

—¡No! —contestó Kate casi enseguida—. Es que… pensé que estarías en la fiesta de la universidad.

—Estuve allí un rato, pero decidí salir a dar una vuelta con mis amigos —explicó él con cierto tono de irritación. Estaba furioso por el nuevo rechazo que había recibido de ella. Esa mujer parecía jugar con él a su antojo, y no estaba dispuesto a que aquello fuera más lejos.

Los jóvenes que lo acompañaban se colocaron junto a ellos, tomaron posiciones en la barra y pidieron cerveza, al tiempo que oteaban los alrededores en busca de ligues para esa noche.

—¿Lo has pasado bien? —indagó Jeremy.

—Sí…, yo… —Kate se giró con nerviosismo hacia sus amigos, en busca de apoyo. Anhelaba tanto haber estado esa noche con él que ahora que lo tenía frente a ella se sentía desconcertada.

Sin embargo, Maddie y Ángela se hacían las distraídas bailando y acariciándose entre ellas, y Freddy estaba demasiado ocupado atacando la bandeja de sándwiches de pollo y vegetales que habían colocado sobre el mostrador como para atender su llamada de auxilio.

Jeremy no pudo evitar admirar el cuerpo curvilíneo e inexplorado de la chica. Aunque afuera nevaba, dentro, el local tenía la calefacción alta, por lo que ella solo llevaba puesto el jersey de generoso escote que le había visto en los vestuarios y unos pantalones de mezclilla que se amoldaban a sus largas y estilizadas piernas. El grueso abrigo y las bufandas habían desaparecido.

—¿Puedo quedarme contigo? —preguntó él.

—¡Claro! ¡Me encantaría! —respondió la chica, esforzándose por mantener bajo control tanto las emociones como las hormonas.

Jeremy se quitó el abrigo y pidió una cerveza.

—¿Terminó la fiesta en la universidad? —preguntó Kate, radiografiando la anatomía definida de él, que se adivinaba a través de su camisa color salmón con mangas hasta los codos y el pantalón negro.

—No, pero ya no era divertida —señaló.

No le diría que su falta de interés se debía a que ella no estaba a su lado. Aquello no se lo confesaría a nadie; ni siquiera él aceptaba ese motivo por completo. Le adjudicaba su indiferencia a la bebida, que parecía comenzar a afectarle el cerebro, al frío, a las mujeres que lo rodeaban y a las que estaba harto de tocar, a la música alta, e incluso a sus amigos; pero nunca nunca a la mirada dulce y escurridiza de Katherine Gibson.

Al ver que él recibía su bebida, ella tomó la suya y la levantó con intención de hacer un brindis.

—Por tu triunfo —enunció con una sonrisa.

Las facciones endurecidas del rostro de Jeremy se relajaron. La belleza y transparencia de esa mujer eran capaces de transformar en un segundo su estado de ánimo.

—Por nosotros —formuló, e hizo tintinear las botellas con un suave golpe antes de dar un sorbo a su cerveza.

—Me ha sorprendido que vinieras —expresó ella.

—Siempre es bueno cambiar de ambiente —formuló el joven, al tiempo que dejaba la botella sobre la barra y se acercaba más a la chica—. Además, te fuiste muy rápido y sin darme oportunidad a nada.

La cercanía de Jeremy alteró los nervios de Kate. Su aroma la rodeaba, así como su calor.

—Y… ¿qué necesitabas de mí? —preguntó con inquietud.

—Mucho, Katherine —confesó él con la mirada fija en ella—. De ti necesito más de lo que puedo asimilar.

Ella tragó saliva. No sabía si era la cerveza, el cansancio o la ansiedad lo que la hacían escuchar palabras de anhelo de su boca.

¿Jeremy realmente quería algo íntimo con ella? ¿La deseaba, o era la percepción distorsionada de su cerebro lo que la llevaba a creer eso?

Él, al ver el mutismo de la chica, decidió actuar. Esa vez no dejaría que le arrebataran la oportunidad, ni por ella ni por nadie. Alzó las manos para quitarle las gafas y se las guardó en un bolsillo de su pantalón. Luego se acercó aún más a la joven y le acarició los labios con sutileza.

—¿Me has echado de menos? Porque yo te extrañé muchísimo. —Kate solo pudo asentir—. No sé cómo lo haces, pero te estás metiendo con fuerza en mi cabeza.

Aunque su intención de fondo era conmoverla, aquello lo dijo con sinceridad. Ella estaba ocupando más espacio en su mente del que solía dedicarle a cualquier otra mujer, y eso lo incordiaba. No quería más compromisos en su vida, solo buscaba pasarlo bien, divertirse, para que su vida alegre lo ayudara a soportar la gran responsabilidad que tenía con su familia y consigo mismo.

La chica arqueó las cejas, pero no pudo emitir ningún sonido. Los acelerados latidos de su corazón y el oleaje de emociones que le barrían el pecho la habían dejado muda.

—¿Bailas conmigo?

Ella aceptó. El agotamiento que minutos antes sentía se esfumó de golpe. Jeremy la tomó de la mano para levantarla del taburete y caminar con ella hasta la pista de baile. Lo que Kate no había notado, por estar sumergida en la profunda mirada del joven, era que la música había cambiado. Ya no sonaban ritmos bailables, sino los suaves acordes del tema «Invisible», de Taylor Swift.

Se ubicaron entre el grupo de parejas. Él la tomó por la cintura y la acercó a su cuerpo, ella entrelazó las manos en su nuca, con los dedos hundidos en sus cabellos.

Jeremy dejó descansar su frente en la de la chica y cerró los ojos mientras aspiraba su aroma. Comenzaron a moverse con suavidad, al ritmo de la música. Estar allí, tan juntos, a ambos les encantaba.

Los brazos de Jeremy se aferraron a la cintura de ella, y los de Kate al cuello de él. Pronto no quedó un solo milímetro de separación entre ellos, se hallaban unidos como en un mismo cuerpo, ocupando un mismo espacio y respirando el mismo aire.

Al llegar el clímax de la canción los labios se fundieron, en besos suaves, como tiernas caricias. Las manos de Jeremy comenzaron a moverse por la espalda de la chica, apretándola más a él, sintiéndola. No quería que ella se apartara nunca. La anhelaba con una fuerza arrolladora. Con tanta intensidad que estaba seguro de que en cualquier momento lo haría enloquecer.

La bruma de sensaciones que invadían a Kate la hacían sentirse en las nubes. Toda su vida había ansiado la atención de ese chico; siempre deseó ser objeto, aunque solo fuera por algunos minutos, de sus caricias y sus besos. Le parecía increíble que su sueño se hubiera hecho realidad. Trataba de disfrutarlo al máximo, de memorizar su sabor, su olor y su tacto, tatuándose esas sensaciones en la memoria para no olvidarlas nunca y que la acompañaran hasta el día de su muerte.

Lo amaba. Siempre lo amó. Pero lo que ahora sentía era mucho más intenso. Ya no quería a un sueño, a una imagen que su mente limitada había creado; ahora había besos, caricias y sentimientos que a cada instante se hacían más reales. Había un hombre, uno que parecía tener cierto interés en ella, y eso no podría borrarlo de su cabeza de ninguna manera.

El resto de la noche se deslizó sin contratiempos, entre conversaciones diversas, besos, caricias y miradas cálidas. El mundo parecía haberse transformado solo para ellos, sin restricciones, responsabilidades o preocupaciones de ningún tipo. A Jeremy le era imposible apartar las manos del cuerpo de la joven, ni los labios de su boca, algo que a Kate en ningún momento le incomodó. Cada vez que él debía alejarse de ella, ya fuese para buscar bebidas, algo de comida, o para ir al baño, no podía evitar sentirse desamparada.

Pero los amigos de él comenzaban a pasarse de tragos, Freddy estaba quedándose dormido sobre la barra y Maddie, a punto de perder la cordura en la pista de baile. Era hora de regresar a la universidad.

Salieron al aparcamiento, donde se hallaban el coche de Ángela y el Kia de Jeremy. Antes de llegar a los vehículos, él la tomó de la mano y la giró para que lo mirase a los ojos.

—Kate, vente conmigo —le pidió con ansiedad.

—¿A dónde?

—A cualquier sitio. Quiero estar un poco más contigo, solos tú y yo.

Ella dudó. Sabía muy bien cuáles eran los deseos de él…, ¿estaba preparada para eso?

—No sé, Jeremy…, es muy tarde, y mañana debes ir al complejo…

—Mañana solo será la entrega de medallas. Podemos ir juntos.

Los ojos masculinos reflejaban un creciente anhelo. Kate no necesitaba ser una mujer experimentada para reconocer esas señales. El problema era que ella no deseaba ser una simple distracción para él. Quería mucho más, pero sabía que ese sueño nunca lo obtendría.

—No me parece prudente. Yo…

—¿Qué? —inquirió él con enfado—. Hemos pasado una noche increíble, nos comprendemos, compartimos intereses, ¿es imprudente entregarnos un poco más?

—Jeremy…

—¿Qué pasa, Kate? ¿Qué esperas de mí?

Al alzar la voz, el hombre llamó la atención de Maddie y Ángela, las únicas que aún mantenían sus mentes activas a pesar del cansancio y el alcohol que habían consumido. A Kate no le gustaba que hubiera testigos en sus discusiones, así que lo tomó por la mano y se apartó con él para conversar en privado.

—Jeremy, discúlpame si te confundo, pero no fui yo la que te buscó. Tú llegaste a mí, primero por el tema de tu hermana, y ahora…

Él retrocedió con el rostro torcido en una mueca de disgusto.

—Lo entiendo.

—Jeremy…

—¿Crees que estoy aquí solo para acostarme contigo? —Ella se mordió los labios sin saber qué responder—. Somos adultos, Katherine. Es cierto, te deseo, pero no voy a aprovecharme de ti.

—Esa no es la cuestión.

—¡Entonces, ¿cuál es?! —enunció él con la mandíbula tensa.

Kate respiró hondo y enderezó los hombros.

—Queremos cosas diferentes. —Jeremy bufó y le dio la espalda, pero la chica se apresuró a encararlo de nuevo. Necesitaba dejarle las cosas claras para evitar conflictos. Él solo quería una noche de placer; ella, en cambio, deseaba algo más de tiempo—. Jeremy, estás acostumbrado a ir por el mundo y simplemente vivir el momento. Lo que te gusta lo tomas y, si algo te inquieta, lo dejas y ya.

—¿Y no se trata de eso la vida? Somos efímeros, Kate, hoy estamos, pero mañana podemos desaparecer. ¿Para qué voy a vivir con limitaciones?

—Soy consciente de que somos mortales, pero también somos personas emotivas que necesitamos estar atados a algo para sentirnos seguros; al menos, yo lo necesito. Así, el día en que muera, lo haré con una sonrisa de satisfacción.

La mirada de Jeremy se ensombreció.

—Lo siento. No puedo darte más de lo que te ofrezco —concluyó, y se dirigió a su coche, dejándola allí, debatiéndose entre la ira y la decepción.

Él había visto a la muerte de cerca. Lo hizo con su madre, a quien la vida se le escurrió con rapidez, sin dejarle tiempo para disfrutar por lo que tanto había luchado: su matrimonio y sus hijos. No creía en la estabilidad, de modo que no podía ofrecérsela a nadie, porque no sabía cuándo le tocaría el turno. Además, el compromiso que había adquirido con su padre y su hermana lo absorbía, temía fallar si ocupaba su mente en otras cosas.

Ella alzó el rostro al cielo, la brisa gélida se lo acarició. Se aferró a su abrigo y caminó en silencio hacia el vehículo de Ángela, odiándose a sí misma por su falta de valor, por no saber cómo dejar de lado sus principios para, simplemente, vivir el momento. Como lo hacían Jeremy y el resto de sus compañeros.

Entró en la parte trasera del coche de Ángela con las lágrimas empañándole la visión. Ser una chica buena ya no le deparaba beneficios, solo desengaños.

—¿Qué te sucede? ¿Pasaste mala noche? —le preguntó Abel a Jeremy al día siguiente, mientras ambos esperaban sentados en las sillas dispuestas para los del equipo de natación, situadas delante de las piscinas, a que culminara el evento de entrega de medallas y reconocimientos por la competición amistosa de natación.

—Nada, es solo… que el acto se ha alargado un poco —respondió el interpelado, y frotó sus manos con nerviosismo sobre su regazo.

Ocasionalmente lanzaba miradas hacia las gradas, dándose cuenta una vez más de que ella no había asistido. Seguro que estaba enfadada. Había sido un idiota al tratarla de aquella manera después de haber pasado una velada estupenda. Todo por culpa de la bebida y el deseo mal controlado. Necesitaba verla y disculparse; más aún, anhelaba probar de nuevo sus labios.

Esa boca suave y sonrosada empezaba a convertirse en una deliciosa adicción. Pero si quería volver a saborearla, debía ceder. Kate era diferente a las otras chicas. Ella no le daría una oportunidad sin obtener nada a cambio, y esa realidad lo ponía muy nervioso.

Lo que Jeremy no sabía era que Kate sí se encontraba en el complejo, en un extremo de las gradas, semioculta entre los presentes y con la tristeza tallada en el rostro.

Presenció en silencio el momento en que él fue llamado al podio para recibir sus medallas; lo aplaudió orgullosa, con una sonrisa que se esforzaba por reflejar alegría.

—No sabía que tenías espíritu deportivo —escuchó una voz femenina que le hablaba a su lado.

Al girarse, se topó con Kristy Smith. La chica mantenía la mirada fija en Jeremy, aplaudía y sonreía de una forma extraña, con más rencor que emoción.

—¿Disculpa?

Kristy volvió la cabeza hacia ella y la observó con seriedad.

—¿Qué buscas? —Kate solo pudo arquear las cejas con incredulidad—. Nunca antes habías venido al complejo para verlo competir.

—Siempre he venido, pero antes no me dejaba ver.

—¿Y por qué no te quedas ahí, en las sombras? Te gusta pasar desapercibida, ¿cierto? —inquirió la rubia con evidente enfado, reacción que molestó a Kate.

—Es bueno probar cosas nuevas de vez en cuando.

—¿Y tus gafas? Deberías usarlas siempre; así no pierdes el camino —la fustigó.

Kate respiró hondo para no perder la paciencia. Sus gafas estaban en manos de Jeremy desde la noche anterior. Debería notificárselo a Kristy para restregárselo en las narices, pero no se creía tan atrevida como para jugar con ella en ese terreno. En vez de eso, le respondió:

—¿Sabes qué? No tengo por qué darte razones de mi vida.

Kristy apretó la mandíbula y se irguió.

—No eres la primera con quien lo comparto, ¿sabes?, así que no pienses que te dejaré la vía libre —le advirtió—. Cada vez que pongas tus manos sobre él, recuerda que ese mismo cuerpo lo he tocado yo y lo he besado infinidad de veces, y nunca dejaré de hacerlo.

Después de aquel arrebato, la mujer dio media vuelta y se marchó. Kate sintió que el estómago se le revolvía. Las palabras de Kristy habían sido tan asquerosas y llenas de ira que le parecieron repulsivas.

Ella siempre la atormentó en la secundaria. Fue una de sus principales acosadoras: disfrutaba humillándola o avergonzándola delante de sus amigos solo para reafirmar su reinado. En la universidad, sin embargo, no había tenido inconveniente con ella; daba la impresión de que ambas habían madurado y que cada cual se encargaba de sus asuntos. Hasta que Kate se atrevió a cruzarse en el camino de la chica y esta elevó, de nuevo, sus defensas.

Se mordió los labios para soportar la rabia y dirigió su atención hacia Jeremy. Él mantenía la vista sobre el director del departamento del campus recreativo, quien cerraba la actividad con un emotivo discurso.

Se sintió perdida. ¿Qué esperaba dándole alas a esa relación?

La noche anterior él le había dejado claro que solo quería diversión sin compromisos, y ahora Kristy le otorgaba una visión de lo que le esperaba si decidía convertirse en su amante. No tendría exclusividad, no sería especial, solo una más, que disfrutaría de Jeremy sin pedir nada a cambio y dispuesta a compartir el premio sin poner objeciones.

Se llenó los pulmones de aire mientras los aplausos por el final del acto se hacían escuchar con estruendo, la banda de la universidad comenzaba a entonar sus pegajosos ritmos y los asistentes se movilizaban hacia el exterior del complejo, donde habían organizado diversas actividades recreativas y culturales.

Kate esperó a que el área se despejara un poco antes de acercarse a Jeremy. Lo encontró junto a varios de sus compañeros de equipo, haciendo alarde de sus medallas, pero con rostro serio. La satisfacción no se le reflejaba en la mirada.

—Hola —lo saludó cuando estuvo tras él.

Jeremy se giró enseguida y la observó con sorpresa.

—Pensé que no habías venido.

—Llegué tarde —mintió.

Él asintió y relajó la postura. Llevaba puesto el uniforme deportivo de la universidad, una chaqueta ancha de tela sintética e impermeable y unos pantalones holgados del mismo material, en colores azul, celeste y blanco, y con sus tres grandes medallas colgándole del cuello.

—¿Vienes a por tus gafas? —inquirió él con desilusión.

—Vengo a disculparme. —Él clavó su mirada en ella—. Lamento haberte dicho cosas tan duras anoche. Espero no haber dañado nuestra… amistad.

Jeremy se irguió y oteó los alrededores para dominar el ramalazo de decepción que le azotó el pecho.

—Claro que no. No gasto el tiempo en rencores.

Ella sintió que el corazón se le estrujaba en el pecho. Ansiaba besarlo y abrazarlo para sentirse segura.

—Felicidades…

Jeremy la interrumpió para tomarla por la solapa del abrigo y acercarla a él. Necesitaba darle un profundo beso. Si hubiese esperado más para probar esa boca, habría muerto de inanición.

—Iremos a Providence, ¿verdad? —le preguntó al lograr detenerse, aún a irrisorios centímetros de sus labios. Todo el enfado que había acumulado durante la noche se le extinguió al mirar sus ojos turquesa. Kate lo afectaba más de lo que él podía permitirle, pero le era imposible evitarlo.

—Sí —gimió la chica, sumergida en un vaporoso frenesí.

—Ven conmigo —le pidió, y la tomó de la mano para atravesar juntos el complejo hasta llegar al área de las oficinas.

Frente al despacho de su entrenador había algunos hombres vestidos de manera elegante, con traje y corbata, que conversaban entre ellos con interés.

—Señor Sullivan —saludó Jeremy al detenerse junto a un hombre alto, trigueño, de cuerpo atlético y cabellos muy cortos.

—Collins. —El sujeto se giró enseguida y estrechó con firmeza su mano, dibujando una gran sonrisa en su rostro.

—Le presento a mi futura novia —expresó con orgullo, y aproximó a Kate para que le saludara. Ella estaba a punto de entrar en pánico.

—Muy buena elección, Collins —lo felicitó Sullivan mientras estrechaba la mano de la contrariada mujer.

—En unos minutos debo irme a Providence por un asunto familiar de importancia, ¿es posible que realicemos la reunión durante la semana?

—Desde luego. Me quedaré algunos días en Kingston y luego me marcharé a Boston. Llámame en cuanto regreses —solicitó el hombre, y sacó una tarjeta personal de la solapa interior de su chaqueta para extendérsela a Jeremy.

—Gracias por su comprensión. El lunes a primera hora me comunico con usted.

—Estamos muy interesados en que participes en el proyecto. No dejes de llamarme, y nuevamente felicidades por los triunfos obtenidos… y por la hermosa futura novia que tienes —alabó Sullivan, y lanzó una mirada hacia Kate, quien sonrió con las mejillas ardiéndole por la vergüenza.

Después de unas afectuosas despedidas, Jeremy se aferró aún más a la mano de la chica y salieron con rapidez del complejo. Acordaron encontrarse en pocos minutos frente a las escalinatas de la residencia donde ella vivía para emprender el viaje a Providence. Él tenía que cambiarse de ropa, y coger su coche y sus pertenencias.

Ya de camino, el sol comenzaba a asomarse con timidez entre las nubes. Las calles estaban cubiertas por rastros de nieve, que poco a poco se derretían, y la brisa soplaba gélida. Sin embargo, dentro del vehículo ellos se encontraban inmersos en un agradable calor que no era solo producido por la calefacción.

—¿Qué te sucede? —preguntó él mientras tomaba la ruta hacia la interestatal. Kate mantenía la mirada en la carretera, con aire melancólico.

—¿Quién es Sullivan?

—El director de una fundación que promueve proyectos para ayudar a niños con discapacidad. Quiere crear en Kingston un centro acuático que atienda a chicos con dificultades motoras y trastornos neurológicos —explicó—. Desean que participe como entrenador, pero para eso tendría que especializarme en el área de Fisioterapia.

—¿Y no quieres hacerlo?

—Es interesante, y quizás podría servirme como tema para la tesis, aunque ya había diseñado un par de proyectos —argumentó—. Pero quiero regresar a Providence cuando termine la carrera, para estar más cerca de mi padre y mi hermana. Por eso debo pensar muy bien esa propuesta.

Ella desvió de nuevo la mirada hacia el frente. Siempre pensó que Jeremy era una de esas personas a las que no le importaba pensar en su futuro, sino que se limitaban a vivir el presente, disfrutando con intensidad cada segundo, y a quien únicamente le preocupaba obtener lo mejor para ellos mismos.

No era la primera vez que se percataba del error que había cometido al juzgarlo, basándose solo en la imagen de chico alegre e independiente que proyectaba. Bajo esa capa de indiferencia con la vida parecía esconderse un hombre prudente, que sabía lo que quería.

—¿Es Sullivan el que te tiene así? —indagó él, aludiendo a su mutismo. Por unos segundos, ambos compartieron una intensa mirada, pero Jeremy necesitaba mantener su atención en la vía.

—Me presentaste como tu «futura novia».

Él se enderezó en el asiento y respiró hondo antes de responderle. Su cabeza se ahogaba en la confusión. Quería a esa chica, pero sabía que para tenerla debía darle algo a cambio, aunque le temiera al compromiso. Además, la joven tenía sus propios prejuicios y fantasmas que superar. Si le decía de plano que era «su novia», podría asustarla, ya que se estaría imponiendo sobre sus decisiones, y eso no era lo que buscaba. Deseaba que la misma Kate se atreviera a dar el paso, se liberara de sus miedos y saliera por voluntad propia del cascarón en el que se había metido. No podía obligarla, solo lanzarle la propuesta.

—Compartimos más que una simple amistad, y no creo que te guste el calificativo de «amigos con derecho a roce». Por eso pensé que esa era la mejor manera de describir lo que hay entre nosotros: una posibilidad.

—No soy una mojigata, Jeremy.

—Nunca he creído eso.

—Pero el noviazgo implica un compromiso, y creo que tú no estás preparado para asumirlo.

Él contrajo el rostro en una mueca de disgusto.

—Que no me gusten los compromisos no quiere decir que no esté listo para enfrentarlos. Puedo con eso y más.

—Yo no quiero obligarte a asumir algo que no deseas.

—Nadie me obliga, Kate. Si lo hago es porque quiero.

Ella observó su perfil. Parecía tenso e incómodo, y no deseaba ponerle en esa situación.

—¿Por qué?

Jeremy giró el rostro por un instante hacia ella.

—Ya te lo dije: porque quiero.

—No tienes que hacer esto por mí, y no lo necesitas para que ayude a tu hermana, lo haré igualmente. Estamos bien así, como simples amigos —expresó ella con cierto rastro de pesar en la voz.

—No lo hago por mi hermana, lo hago por mí. Porque me gustas. Porque deseo acercarme a ti, conocerte, conquistarte, tener más de ti. Y si para eso debo comportarme como un chico bueno, lo haré —señaló él con seguridad.

A Kate el pecho se le hinchó por la alegría, pero se obligó a no ilusionarse mucho con aquella idea. Él solo necesitaba algo puntual de ella, mientras que ella necesitaba todo de él.

—¿Y después? —preguntó con timidez.

—¿Después de qué?

—De que ayude a Claire y nosotros logremos…

—¡Maldita sea, Kate! No busco aprovecharme de ti mientras resolvemos la situación de mi hermana —indicó con enfado.

—Solo trato de entenderlo, Jeremy. No te molestes conmigo por sentirme confundida —rebatió ella con las palabras impregnadas de pena—. Nunca antes te habías acercado a mí, y ahora, de repente…

—Es cierto —la interrumpió con rostro irritado—, nunca me detuve en mi carrera por la vida para mirar hacia los lados. Necesité que mi hermana me golpeara con fuerza en la cabeza y me lanzara al suelo para hacerme reaccionar. Fue así como te vi, y desde el primer instante me hiciste sentir como si hubiera estado perdiendo todo mi tiempo en trivialidades.

Ambos se quedaron en silencio, con las miradas fijas en la carretera.

—Estoy confundido, Kate. Solo… dame una oportunidad.

Ella suspiró. Tenía un ramillete de emociones estallando en su pecho. Alegría, temor, inseguridades…, todas ellas giraban como un torbellino en su interior y le producían vértigo.

—No quiero que esto termine mal, Jeremy. Te… te aprecio —le dijo, aunque en realidad deseaba confesarle que lo amaba.

—Yo también —correspondió él, consciente de que lo que sentía por ella era más que una simple estima.

Soltó por unos segundos la palanca de cambios para tomar la mano de la chica y apretarla con firmeza. Su gesto tierno calmó las ansiedades de Kate y la llenó de esperanzas. Quería intentarlo. Sabía que perdería mucho si no salía bien, pero si no se arriesgaba, podía perder mucho más.

Aun así, había sombras que empañaban su felicidad. En casa no la esperarían con una sonrisa. El día que su padre se enterara de aquel romance, pondría más que un grito en el cielo; además, cuando decidiera regresar a la universidad, no la recibirían viejas amigas para darle una palmada en el hombro por su nueva relación sentimental; al contrario, ya pesaba sobre sus hombros una amenaza. Kristy se lo había advertido en el complejo acuático: ella no estaba dispuesta a dejar a Jeremy por nadie.

Kate comprendía que, al aceptar aquella propuesta, no solo debía luchar en contra de sus prejuicios y de los temores de él, sino, además, contra infinidad de obstáculos externos. Aquel podría ser el paso más difícil que tendría que dar en la vida.