CAPÍTULO 11
Cuando faltaba poco menos de la mitad del camino, Jeremy decidió parar en un establecimiento de comida rápida, al margen de la vía. Después de haber pedido un par de sándwiches y refrescos, se sentaron a comer, uno junto al otro, en una de las mesas de formica del lugar.
—Ayer hablé por teléfono con uno de los chicos que participa en el equipo de baloncesto del centro comunitario de Providence —informó Jeremy mientras aderezaba su sándwich con mostaza.
—¿Sobre el tema de Mary? —consultó Kate antes de darle un sorbo a su bebida.
—Sí —aseguró el joven, mordiendo con gusto su comida.
—¿Por qué no me lo dijiste anoche en el club?
—No era el momento —alegó, y apuró el bocado. En su mente despertaron los recuerdos de los apasionados besos y las caricias que se había prodigado con la chica la noche anterior. Nunca se le hubiera ocurrido detener aquel placer para conversar sobre algún otro asunto—. El chico me contó que Mary lleva semanas actuando de forma extraña, con cierta violencia y rencor, pero antes de eso estuvo una temporada retraída, casi melancólica. El segundo cambio se produjo al recibir el puesto protagonista en la obra del ballet.
—Eso no es nada raro. Cuando a alguien le otorgan una posición preferencial en un grupo, siente la necesidad de comportarse como líder, aunque en muchas ocasiones confunde el concepto —explicó Kate—. Deberíamos averiguar cuál fue la razón del retraimiento inicial.
—¿A dónde nos llevará eso?
—Bueno, nos podría ayudar a comprender por qué insiste en que Claire pierda la virginidad. Ese retraimiento pudo haber sido originado por una mala experiencia sexual, o por algún rechazo posterior, y cuando la nombraron protagonista en la obra, se sintió con fuerzas para reaccionar diferente y no mostrarse afectada. Ahí debe de estar la clave, lo que nos permitirá evitar que siga atormentando a tu hermana —sentenció, y le dio un mordisco a su emparedado.
Él la observó con detenimiento, admirado por su inteligencia. Llevó una de sus manos hacia el rostro de ella y le acarició la mejilla.
Sorprendida, Kate alzó la mirada hacia él, conmovida por sus atenciones.
—Eres increíble —la halagó Jeremy.
—No digas tonterías —expresó ella, intentando no dar importancia a sus palabras y continuar con su comida. Lo que no podía ignorar, sin embargo, eran las intensas emociones que se producían en su estómago.
—Lo eres, y eso me encanta.
Kate se sonrojó y mantuvo la mirada baja, concentrada en su plato.
—Entonces, ¿crees que esa chica pudo haber iniciado hace poco su actividad sexual? —inquirió él segundos después, mientras se metía el último trozo en la boca y se sacudía las migas de las manos.
—Puede ser. No lo sabremos con certeza hasta informarnos bien —garantizó ella, al tiempo que envolvía los restos de su bocadillo.
—El sexo no siempre resulta malo —argumentó, notando que la chica se tensaba ante sus palabras—. ¿Por qué nunca lo has hecho?
—Yo… no he hallado al hombre ideal —indicó Kate, y se llevó una mano a la nariz para calmar la imaginaria comezón. Jeremy no pudo evitar sonreír.
—¿Te mantienes pura para el matrimonio? Eso es admirable.
—Nunca he pensado en el matrimonio —reveló. Al decir aquello, Kate se percató de repente de que jamás se había imaginado formando un hogar. Su horizonte estaba puesto en su carrera profesional, no en su vida personal.
—¿No quieres casarte?
—No es mi prioridad.
—Eso significa que nunca tendrás sexo —señaló Jeremy con cierta decepción.
—Haces conclusiones apresuradas —respondió Kate con nerviosismo.
—Entonces, sí piensas tener sexo —concluyó él con una gran sonrisa.
—¡Jeremy! —lo reprendió la mujer entre dientes, oteando los alrededores para asegurarse de que nadie lo había escuchado. El chico ensanchó aún más la sonrisa.
—¿Por qué te asusta el sexo?
—No me asusta. Me… incomoda hablar de eso —arguyó ella sin mirarlo a los ojos.
—El deseo carnal es una necesidad fisiológica, muy habitual en el cuerpo humano. ¿Nunca la has sentido? —La mujer se inquietó, y procuró mantener su atención en el grupo de personas que salían del establecimiento para ignorar la conversación. Jeremy la tomó por la barbilla y le giró el rostro hacia él—. Ese tema no debe perturbarte. Para que pierdas el miedo, lo mejor es hablarlo con alguien.
—No tengo miedo, es que… no soy una experta —expuso, con intención de pedirle que continuaran su camino, pero él se acercó a su rostro y la besó con suavidad, sin prisa, dejando juguetear a su lengua insaciable dentro de la boca de la chica.
El organismo de Kate perdió su autonomía. No solo estaba complacida con las atenciones que recibía, sino que se había olvidado por completo de la humanidad que la rodeaba. Junto a Jeremy, actuaba como una mujer distinta, sin complejos ni limitaciones. Y eso, en ocasiones, la asustaba.
—¿Qué esperas de un hombre? —exigió él al detenerse y aún con el rostro a pocos centímetros del de ella, mientras se esforzaba por recuperar la cadencia de su respiración.
—Nada —sentenció Kate con voz débil y rostro enfebrecido.
—¿Nada? ¿Ni siquiera un nivel intelectual alto?, ¿un comportamiento decente?, ¿que tenga éxito?…
—No pienso en casarme aún, Jeremy —rebatió ella—, así que no tengo por qué buscar esas características en un hombre.
«No piensa en casarse aún, pero sí algún día», caviló él. Si para ella esas características no era necesario buscarlas ahora, quería decir que, dentro de algunos años, tal vez sí. Aquella idea se le clavó en el pecho, y la furia que le produjo lo confundió más aún. Si él tampoco pensaba en el matrimonio, ya que huía de los compromisos, ¿por qué demonios le importaba lo que ella quisiera?
Lo cierto era que anhelaba conocerla. Quería llegar a ese lugar oculto y apartado que se reflejaba en su mirada turquesa y que tanta curiosidad le producía. Procuró recordar algún detalle de su pasado que le concediera la oportunidad de insistir en el tema y escarbar en sus secretos. Enseguida rememoró un hecho que le abrió el entendimiento, una ocasión en el instituto, cuando tuvo que salir en defensa de la chica antes de que otros la humillaran.
—Lo intentaste —afirmó achinando los ojos, logrando que el rostro de Kate perdiera su coloración—. Fue en la fiesta de graduación, lo recuerdo. Tuve que partirles la cara a Michael Truman y a otros idiotas porque se burlaron de ti cuando saliste corriendo de la parte trasera de las gradas del gimnasio.
Ella se inquietó y comenzó a recoger sus pertenencias de la mesa para regresar al coche y huir de él, pero Jeremy se lo impidió tomándola por las muñecas.
—Kate, ¿qué ocurrió ese día?
—¡Suéltame! —exigió ella con la vergüenza arremolinada en el rostro.
—Eso sucedió hace mucho, no te pongas así. Confía en mí —le rogó, y con un dedo le alzó la barbilla para que lo mirara a los ojos—. ¿Te hicieron daño?
Ella negó rápidamente con la cabeza y esquivó su mano para bajar la vista.
La furia comenzaba a hervirle en las venas a Jeremy. Había oído rumores de que ese día ella había tenido un encuentro fallido con uno de sus compañeros: Michael Truman; sin embargo, la aparición repentina de Martin Gibson impidió que algo sucediera. El hecho estuvo a punto de convertirse en la comidilla de la fiesta, pero él supo detener los comentarios a tiempo. Luego, otros sucesos más bochornosos hicieron que los alumnos testigos olvidaran lo ocurrido o que, al menos, no le concedieran tanta importancia. A pesar de ello, desde ese día Katherine se volvió mucho más retraída y lejana que de costumbre.
Remover el pasado siempre resultaba doloroso, y a esas alturas de su vida, sería innecesario. De lo que debía asegurarse Jeremy era de que aquello no afectara su presente…, ni su futuro.
—Kate, yo no soy como él. —La pena contrajo el rostro de la muchacha, aunque se esforzó por relajar las facciones—. Primero me lastimaría a mí mismo antes que hacerte algo a ti.
Él le acunó el rostro en una de sus manos y le acarició la sien con el pulgar. El resto de sus dedos se enredaron en los mechones rubios de la joven, produciéndole a ella una sensación doblemente reconfortante.
—Te ayudaré a olvidarlo.
Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas, conmovidos no solo por las palabras dulces de él, sino por el despiadado ataque de asfixiantes recuerdos.
Lo sucedido aquel día, tras las gradas del gimnasio del instituto, ya lo había superado. Lo que aún permanecía lacerando su alma y la hundía en la culpa fue lo que ocurrió minutos después, en el exterior del complejo, y entre las paredes de su habitación.
—¿Te gusta Foo Fighters? —preguntó él de forma repentina, desconcertándola.
—¿Qué?
—Foo Fighters, la banda de rock. Tengo una colección de sus mejores temas. ¿Te gustaría que nos acompañaran hasta Providence?
Ella sonrió con esfuerzo.
—Sí, he escuchado algunas de sus canciones.
—Ven. Durante el viaje nos recargaremos de energías —le prometió, y la tomó de la mano para salir del establecimiento y reanudar el viaje.
Aunque llevaba la pena tallada en el corazón, el entusiasmo de Jeremy la animaba. ¿Para qué pensar en el pasado si el presente se le llenaba de esplendor? ¿O mejor aún, de la sonrisa pícara y resplandeciente del hombre que le aceleraba las palpitaciones?
Tomaron nuevamente la interestatal mientras la enérgica «Best of You» de Foo Fighters sonaba en el estéreo.
Al llegar al barrio Mount Hope de Providence, aparcaron frente a la casa de Jeremy.
—¿Seguro que no quieres ir primero a tu casa? —inquirió él a la vez que apagaba el motor del vehículo.
—No te preocupes, pasaré luego —garantizó ella sin mirarlo a los ojos.
—Él no sabe que ibas a venir a Providence, ¿verdad? —señaló Jeremy, haciendo referencia al padre de la chica.
—Eh…, sí, pero no le dije a qué hora llegaría —mintió, y frotó su nariz con irritación—. ¿Puedes devolverme las gafas, por favor? Necesito concentrarme.
Con un suspiro, él se las devolvió, y ambos bajaron del coche encaminándose hacia el porche.
—Cuando terminemos con el asunto de Claire, te acompañaré a tu casa —expuso mientras abría la puerta de la entrada.
Los ojos de Kate se dilataron por el espanto al escuchar aquella decisión. Por nada del mundo debía permitir que Jeremy fuera con ella a su casa; eso complicaría los problemas con su padre. Pero antes de que pudiera objetar nada, la puerta se abrió y apareció la figura de Trevor Collins, que se acercaba a ellos con su eterno caminar pausado, seguido de Phillips Robertson, el vecino con grandes dotes para la fabricación de muebles de madera, a quien Trevor había encargado el estante aéreo para la habitación de su hija.
Los hombres los recibieron con pequeñas sonrisas. En sus rostros se podía apreciar que estaban algo tensos.
—Hijo.
—Hola, papá —expresó Jeremy, que le dio un efusivo abrazo—. ¿Cómo estás, Phillips? —saludó al sujeto de piel negra, alto y robusto, que se encontraba junto a su padre, estrechando su mano.
Trevor se aproximó a Kate para recibirla con un beso en la mejilla.
—Phillips, ¿te acuerdas de Katherine Gibson?
—Claro, la hija de Martin —respondió el hombre, y estrechó con fuerza la mano de la joven.
—Fue ella quien tuvo la idea del estante aéreo, y ayudará a Claire con la remodelación —informó Trevor.
—Espero que le des el visto bueno al trabajo que hice —añadió Phillips.
Kate se ruborizó. No pensaba que, además de colaborar en la idea, le concedieran el derecho a opinar.
—¿Ya está listo el estante? —consultó Jeremy.
—Tenía un modelo terminado en casa; solo tuve que hacerle unos pequeños arreglos para que se adaptara a lo que Trevor me había solicitado. Hoy vine a traerlo.
—Lo instalaremos después de cambiar el empapelado a la habitación —explicó Trevor.
Jeremy asintió.
—¿Claire está?
—Sí, en su cuarto —notificó su padre con cierto rastro de preocupación en la voz. El rostro de Phillips se volvió sombrío. Jeremy estudió a ambos hombres mientras tomaba la mano de Kate.
—Subiremos a conversar con ella. Luego bajo —le informó a su padre, y se despidió de Phillips con una palmada en el hombro.
Al llegar a la primera planta y dirigirse al pasillo de las habitaciones, Kate llamó la atención de Jeremy apretando su mano.
—¿Crees que Claire le contó algo a tu padre? —inquirió. Ella también había notado el cambio de Trevor cuando le preguntaron por su hija.
—No sé. Hablaré con papá mientras tú estás con Claire —dispuso. Al llegar frente a la puerta del dormitorio de su hermana se giró hacia la chica, quedando a poca distancia de ella—. Avísame cuando os vayáis a elegir el empapelado.
—Lo haré.
Él la tomó por la barbilla y se aproximó a su boca para besarla, con suavidad y profundidad, desatando una tormenta de emociones en el pecho de la joven. Cuando se detuvo, la abrazó, envolviéndola entre sus brazos con firmeza y hundiendo el rostro entre sus cabellos. Así permanecieron por un instante, sintiendo que aquella unión potenciaba la determinación en ambos.
—Gracias —le susurró, y la besó con ternura en la cabeza antes de dirigirse a las escaleras sin volver la mirada atrás.
Ella se mantuvo inmóvil en ese lugar hasta que recuperó la coordinación. Jeremy poseía una increíble facilidad para aturdirla. Finalmente, se acomodó el abrigo, se ajustó las gafas al puente de la nariz y respiró hondo. Dio un paso hacia la lámina de madera y tocó con suavidad. Claire le abrió casi enseguida. Al verla, su rostro melancólico reflejó alivio.
—¡Kate! —expresó con emoción, y se abrazó a la cintura de la joven.
—¿Todo bien? —preguntó ella al recobrarse de la sorpresa. El emotivo recibimiento que le dedicó la niña la conmovió.
Claire se apartó un paso de ella para mirarla a los ojos. Sus pupilas castañas estaban ahogadas en lágrimas.
—No puedo continuar. Es muy humillante —reveló con la voz quebrada.
El corazón de Kate casi se parte en mil pedazos, pero se esforzó por mantener la serenidad y la invitó a entrar en el cuarto para conversar.
Claire aceptó en silencio y pasó delante de ella, con la cabeza gacha y una lágrima deslizándose por su mejilla.
Trevor Collins alzó la vista de los documentos que revisaba en su despacho al escuchar que tocaban a la puerta.
—Adelante.
Jeremy entró con el ceño fruncido, se acercó hasta el escritorio y apoyó las manos en la madera para inclinarse un poco hacia su padre.
—¿Qué ocurre? —escudriñó sin preámbulos. Ambos se conocían demasiado bien como para saber que algo fuera de lo normal había ocurrido.
Trevor bajó la tapa del portátil y lanzó con desgana los documentos que leía sobre el escritorio. Se incorporó en la butaca en medio de un suspiro para iniciar la conversación con su hijo.
—Kate está aquí por Claire, ¿no es así? —preguntó con seriedad.
Jeremy relajó las facciones y tomó asiento frente a su padre.
—¿Claire te dijo algo?
—No necesito que mi hija hable conmigo para saber que algo va mal. ¿Qué sucede?
Jeremy no quería romper la promesa que le había hecho a su hermana de guardar silencio, pero tampoco quería mentirle a su padre. Se frotó las manos en los muslos con inquietud.
—Tiene problemas con sus amigas. Por eso he traído a Kate.
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Son cosas de mujeres, papá. Claire está creciendo y necesita una opinión femenina.
Trevor bajó la mirada denotando preocupación. Entrelazó las manos sobre su regazo y se mantuvo pensativo unos instantes antes de responder:
—Hace unos días hablé con Irina —confesó el hombre, haciendo referencia a su hermana pequeña, que vivía con su esposo y su hijo de seis años en Connecticut— sobre Claire y su futuro.
—¿Su futuro? —agregó Jeremy confundido.
—Claire se está haciendo una mujer. Vivir con dos hombres que casi no la acompañan durante el día no es lo mejor para ella. —El rostro de Jeremy se endureció—. Ella necesita compañía, una guía femenina; ya comienzan a presentarse inconvenientes que nosotros no le podremos resolver. Es una adolescente, no debemos dejarla tanto tiempo sola.
—¿Qué tratas de decir? —quiso saber Jeremy con enfado.
—Lo mejor es que Claire viva con Irina unos años. Su tía podría…
—¡No! —negó Jeremy, levantándose de la silla—. ¿Vas a deshacerte de ella?
—¡Claro que no! Es mi hija, jamás perderemos el contacto.
—¡Pero esta es su casa!
—¡Y lo será siempre, no estoy echándola de mi lado! —Trevor se puso de pie también, pero con mucha calma. Jeremy lo observaba con los puños cerrados—. Hijo, Claire necesita una guía; no podemos hacer que Kate venga hasta aquí cada vez que ella lo necesite.
—Sí que podemos.
—Kate tiene su vida…
—A Kate no le molesta ayudar a Claire las veces que haga falta —declaró con la mandíbula tensa. Su padre relajó las facciones para calmar la irritación de su hijo. Por ese camino no lograrían llegar a ningún acuerdo—. ¿Le has preguntado a ella si quiere mudarse a otra ciudad? —le consultó, intentando serenarse él también.
—No.
—¿Y te parece que lo querría? —aguijoneó Jeremy con enfado.
—Solo quiero lo mejor para mi hija —expresó Trevor con cierto tono de derrota en la voz.
—Lo mejor para Claire no es alejarse de su padre ni de su vida. Aquí está todo lo que ella conoce y ama. Perdió a mamá antes de poder disfrutarla. No hagas que pierda también a su padre cuando más lo necesita.
Trevor se sentó abatido en la butaca y apoyó los codos en el escritorio para encajar su cabeza entre las manos.
—Me preocupa su estabilidad —confesó con pena.
Jeremy se acercó de nuevo al escritorio y apoyó las manos sobre la madera.
—No la envíes a Connecticut, papá. Dame tiempo para ayudarla a resolver el problema que tiene con sus amigas.
Trevor alzó la cabeza.
—Sabes lo que ocurre, ¿verdad? —Jeremy desvió la mirada—. ¿Tiene que ver con el problema del hijo de Phillips?
—¿El hijo de Phillips? —inquirió el joven, centrando su atención en su padre.
El rostro de Trevor se inundó de preocupación.
—Siéntate, hijo. Esta conversación será un poco larga.
Jeremy obedeció y tomó asiento en la silla. No le había gustado nada lo que había visto en la cara de su padre y en la de su vecino al llegar a casa. Sabía que algo serio venía en camino.
Kate y Claire salieron de la casa envueltas en gruesos abrigos, con bufandas, guantes y gorros de lana en la cabeza. A medida que la tarde se extinguía, lo hacía también la temperatura. La noche parecía presagiar una nevada.
A través de un mensaje de texto al móvil, Kate avisó a Jeremy de que se marchaban. Él aún se hallaba en el despacho con su padre, y Claire le había confesado que cuando ellos se encerraban en esa habitación era porque discutían sobre alguna situación delicada. Se imaginó que estarían hablando sobre el problema de la niña, así que decidió irse con la pequeña sin molestarlos.
Las dos caminaron en dirección a la calle Hope, y luego anduvieron por el parque Lippitt Memorial, hasta llegar al local de menaje del hogar de Franny Vargas, el establecimiento donde elegirían el nuevo empapelado para su habitación. Después de seleccionar el que más le gustó a Claire y dejarlo encargado para que el señor Collins luego lo comprara, pasaron por la tienda de víveres y adquirieron algunas golosinas que podían disfrutar en el camino de regreso.
—¿Por qué no le has contado a tu padre lo que en verdad sientes sobre el ballet? —le preguntó Kate mientras abría una barra de granola que tanto le gustaba.
—No quiero defraudarlo —respondió la chica con la cabeza gacha, al tiempo de que masticaba un Snickers.
Claire le había confesado, entre otras cosas, que ella no era muy amante del ballet. Le gustaba el baile, pero formar parte del ballet juvenil de Providence resultaba una presión enorme.
—Lo haces ocultándole tus sentimientos.
—Él quiere que sea una gran bailarina, como lo fue mamá, y tan exitosa como lo es Jeremy en el deporte.
—Él quiere lo mejor para ti. Que tengas grandes logros que te llenen la vida de hermosos recuerdos. Cuando eras una niña pequeña, él tomaba las decisiones por ti, pero ya estás en edad de decirle qué es lo que te gusta. Si no lo haces, en vez de bellos recuerdos tendrás amargas experiencias que, a la larga, podrían alejarte de tu padre —reveló la joven con seguridad. Ella mejor que nadie sabía cuánto podía afectar el hecho de no expresar los sentimientos.
—Quiero que se sienta orgulloso de mí, como lo hace con mi hermano.
—Puedes hacerlo con algo que verdaderamente te guste; así la felicidad sería doble.
Claire se mantuvo en silencio durante un rato, tiempo que le permitió a Kate recordar lo duro que había sido para ella esa transición. Su padre siempre anheló que fuera una gran música, o al menos, que se dedicara a la música. Pasó toda su infancia participando en coros y asistiendo a clases de piano y canto con resignación, hasta que tuvo la valentía de confesar que iba a hacer la carrera de Educación Secundaria en la universidad. La discusión con su padre fue desgarradora. Para él, los maestros no ganaban suficiente dinero que les asegurara un futuro provechoso. Él era uno de ellos; por eso quería algo más para su hija. Se opuso a que se matriculara en esa carrera, y cuando ella lo hizo, él intentó revocar su decisión, pero la universidad no lo permitió sin el consentimiento del estudiante.
Aunque ella logró lo que realmente quería, su padre se lo tomó como un gesto de rebeldía.
—¿Y dices que Mary utiliza ese secreto para molestarte? —prosiguió la conversación dejando de lado sus inquietudes.
—Sí, me ha atormentado toda la semana. Les ha dicho a mis compañeros que mi padre me obliga a bailar, y eso no es cierto, me gusta, solo que los escenarios me ponen nerviosa.
—¿Y el comentario ha llegado a oídos de tus profesores de ballet?
—Sí. Mary se lo contó para convencerlos de mi falta de destreza. Ella critica mis pasos, dice que mis nervios dañarán la obra el día de la presentación. Quiere que me pasen al grupo secundario, que solo aparece unos minutos, pero si no estoy entre las principales, mi padre se decepcionará. He tenido que rogarle a la profesora que me deje bailar, prometiéndole que practicaré el doble —explicó la chica con la pena anclada en el rostro.
—Claire, tu padre te quiere y celebra tus triunfos. No importa que solo salgas unos segundos sobre el escenario; para él, tú eres la mejor bailarina —garantizó Kate, tratando de aplacar la angustia de la niña.
Recordaba la manera tan distendida y cariñosa en que la familia se había tratado el día en que cenó con ellos en casa de los Collins. Pondría su mano en el fuego por Trevor. Estaba segura de que, a pesar de aspirar a lo mejor para Jeremy y para Claire, aquel hombre no era de los padres que obligaban a sus hijos a tomar algún camino. Él proponía y los invitaba a probar varias experiencias, para que ellos pudieran decidir qué era lo que más les gustaba.
—No quiero decepcionarlo, Kate, y eso Mary lo sabe. Quiero aparecer entre los bailarines principales de la obra. Estoy luchando hasta con mis propios miedos para darle esa alegría a mi padre y ella se está encargando de destruirlo todo. ¡¿Por qué lo hace?! —inquirió la chica casi al borde de las lágrimas. Lanzó a una papelera el resto de la barra de chocolate que no se había comido, y continuó andando con la cabeza gacha y los brazos cruzados en su pecho.
Kate se llenó los pulmones de aire gélido y guardó en el bolsillo de su abrigo el dulce que comía. Comenzaba a darse cuenta de que la fijación de Mary era con Trevor Collins, no con su amiga. La niña se esforzaba por avergonzar a Claire en público, demostrando que su padre era déspota y poca cosa, y pretendía que la chica le fallara delante de todos por alguna razón.
—¿Sabes si Mary ha tenido problemas personales últimamente? —preguntó. Claire la miró con extrañeza—. Me refiero a conflictos con sus padres, o con otros chicos.
La niña negó con la cabeza, sin decir una sola palabra.
—¿Alguna vez la has notado retraída? —insistió Kate. Debía hallar el eslabón que iniciaba aquella cadena de inconvenientes.
—Bueno… Cuando su padre se mudó a Boston, ella estuvo triste.
—¿A Boston? ¿Cuándo? ¿Por qué?
Katherine recordó a Darryl Sanders, el padre de Mary: un corredor de seguros que en ocasiones solía colaborar con la iglesia a la que pertenecían sus padres. Nunca supo que el hombre hubiese abandonado Providence.
—Hace unas semanas le ofrecieron un trabajo mejor allí y tuvo que irse —expuso la niña sin mirarla a los ojos.
—¿Y dejó a Deborah y a Mary solas aquí? —consultó, refiriéndose a la madre de la niña.
—Viene los fines de semana. Ellas no han podido mudarse por el trabajo de su madre y su participación en el ballet —respondió Claire mientras seguía andando cabizbaja.
—¿Mary sigue confesándote intimidades? —inquirió Kate con el ceño fruncido. Comenzaba a perderse en aquel conflicto. No comprendía la actitud de Mary, pero tampoco las formas en que Claire se agazapaba en su pena y no le permitía ayudarla. Podía intuir que la niña sabía algo más y que, por alguna razón, se lo callaba.
—Mary se pasa el día en el instituto fastidiándome, pero algunas veces, cuando salimos de clase o cuando estoy sola en los camerinos del ballet, se me acerca. En esas ocasiones es la misma de siempre.
Kate, desconcertada, buscó la mirada de la niña.
—¿Te trata como si nada? ¿Sin ofenderte?
—Sí. Ayer en clase tuvimos una discusión por un insulto que dijo de mi padre, pero luego, por la tarde, me llamó por teléfono y me insistió en que fuéramos juntas a comprar el regalo de cumpleaños para Laura. Le dije que no compraría nada, ya que no iría a la fiesta, pero ella casi se me pone a llorar, rogándome que no dejara de asistir.
Katherine guardó las manos en los bolsillos de su abrigo, con las neuronas trabajándole a mil por hora para enlazar los hechos y dar con el motivo para cada acción. La bipolaridad de Mary era desconcertante.
—¿Y piensas ir a la fiesta?
Claire suspiró con pesar.
—Quiero recuperar a mi amiga. No sé qué le ocurre ahora a Mary, pero estoy segura de que en algún momento cambiará y volverá a ser como antes.
Se hallaban a poca distancia de la casa de los Collins. Kate abrió la boca para agregar algo más antes de llegar, pero al dirigir la mirada hacia el porche, lo que vio le congeló la sangre.
—Oh, no, esa mujer otra vez —masculló con rabia Claire.
El corazón de Kate dejó de funcionar por unos segundos. ¿Era habitual aquella situación?
Jeremy se encontraba recostado en la pared mientras Nadir Tanner, la morena exuberante que vivía junto a los Collins y estaba casada con un antiguo boxeador aficionado, introducía sus estilizadas manos dentro del abrigo de él, buscando con ansiedad su piel. Los gruesos y sensuales labios de la mujer susurraban palabras a escasos milímetros de la boca del joven, la cual se veía que ya estaba marcada de carmín.
Aunque parecía tenso y pretendía alejarla empujándola por los hombros, si ella había logrado arrinconarlo allí era porque él, de una forma u otra, se lo había permitido. La furia recorrió en segundos las venas a Kate. Se sintió tan decepcionada que le era imposible respirar.
—Claire, mejor me voy a mi casa —informó a la niña, y retrocedió un paso para no acercarse más.
—No te vayas, quédate un rato —le pidió la chica, pero ella ya había dado media vuelta—. ¡¿Vendrás mañana a ayudarme a desocupar mi cuarto para la remodelación?!
Ante el grito de su hermana, Jeremy apartó a Nadir y lanzó una mirada desesperada hacia la calle. Al ver a Kate huyendo casi a la carrera hacia su casa, se apresuró a alcanzarla.
—¡Jeremy! —Claire intentó llamar la atención de su hermano al verlo salir a toda prisa. Estaba furiosa con él. Por su culpa, Katherine se había marchado. Al no ser atendida, entró en la casa como un toro embravecido, tropezando con Nadir.
—¡Niña! —la reprendió la mujer.
Claire se giró hacia ella con los ojos a punto de estallarle por la pena, y levantó una mano con solo el dedo corazón alzado.
—Grosera —se quejó Nadir.
—Zorra —murmuró la chica, que se dirigió rápidamente a su cuarto.