CAPÍTULO 8
—¿Claire? ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? —preguntó, al tiempo que bajaba a paso apresurado las escaleras para salir de la biblioteca.
Esa tarde llovía, así que decidió buscar refugio en la parada de bus, que en ese momento estaba desierta.
—Kate, no quiero volver al instituto. Nunca —expuso la niña con voz trémula.
—¿Por qué? ¿Qué te han hecho? —No oyó nada al otro lado de la línea, salvo un suave y lastimero llanto—. Confía en mí, te juro que no se lo diré a nadie. ¿Te hicieron daño? ¿Te pegaron?
En realidad, quería preguntarle si algún chico se había propasado con ella; si sus amigas la habían empujado finalmente a tener sexo o algo por el estilo, pero le daba miedo escuchar esas respuestas.
—No…, es que… se burlan de mí, y ya no lo soporto.
—¿Quién se burla de ti? —inquirió Kate con el corazón encogido en el pecho. Todo el miedo, la soledad y la angustia que vivió en la escuela parecían resurgir de las cenizas.
—Mary… y las otras chicas —reveló Claire en medio de su pena—. No me permiten acercarme a ellas, me rechazan; y los demás también. Me siento sola, Kate, muy sola.
La joven, que entre tanto había llegado a la parada de bus, se sentó con cansancio en el banco de hierro y se pasó una mano por su cabeza húmeda para quitarse el gorro. Tenía los ojos rebosantes de lágrimas. Anhelaba cubrir de alguna manera los cientos de kilómetros que la separaban de Providence para llegar a la casa de la niña y darle un abrazo, asegurarle que la comprendía mejor que nadie y prometerle que no la dejaría sola.
—¿Te tratan así por el tema de la virginidad?
—No —gimió Claire—. Le conté a Mary mi idea de remodelar mi cuarto. Quería que me ayudara; así seríamos amigas de nuevo.
—¿Y qué te contestó? —preguntó Kate cuando solo hubo silencio; hasta el llanto se había detenido.
—Se burló de mí delante de toda la clase. Les dijo que dormía con muñecas y que la había invitado a mi casa porque mi hermano quería acostarse con ella. —Kate apoyó un codo sobre su muslo para sostener su cabeza atormentada—. Está todo el rato hablando de mi padre. Dice que lo vio una vez desnudo y que su pene era pequeño.
Katherine cerró los ojos, furiosa por lo que escuchaba. El llanto de Claire se renovaba.
—Le pegué —confesó la chica de manera repentina. Kate abrió los ojos sorprendida y se quedó inmóvil, expectante, hasta que la joven comenzó a narrar los hechos—. No podía dejar que hablara así de mi padre. Pero ella se enfureció, me gritó y me pidió que no le dirigiera nunca más la palabra. La he perdido, Kate. ¡He perdido a mi mejor amiga!
El llanto desesperado de la pequeña atenazó las fuerzas de Kate. La hizo sentir como si de nuevo tuviera doce años y se encontrara en medio de un salón frío, rodeada de chicos que se burlaban de sus gafas, o de su cara de tonta.
—Claire, es muy cruel lo que Mary hace contigo. Una verdadera amiga no cuenta tus intimidades en público, ni se burla de ti de esa manera.
—Pero fue por mi culpa. No debí decirle nada…
—No digas eso —la interrumpió con enfado—. Fue ella la que rompió los lazos de amistad.
—Ahora voy a estar sola, Kate. Nadie me querrá en su grupo —exclamó la joven con la voz quebrada por el llanto.
—Tranquilízate, Claire. Dime una cosa, ¿Mary se burla de otros niños en la escuela?
—Sí…, pero no es tan dura. Conmigo es muy mala y yo no le he hecho nada. A los demás no los humilla en medio de toda la clase, ni se mete con sus padres. Eso solo lo ha hecho conmigo.
Katherine respiró hondo. El dolor y la rabia le impedían pensar con claridad.
—¿Dónde estás?
—En casa.
—¿Tu papá está contigo?
—No. Aún no ha llegado del Centro Comunitario.
—De acuerdo. Quiero que hagas esto: date un baño y toma un chocolate caliente. Trata de no pensar en lo sucedido y ponte a ver algo en la tele, o haz los deberes, ¿vale?
—No puedo dejar de pensar en ello, Kate…
—Inténtalo, Claire. Cuando tu padre llegue y te vea llorando, no te dejará en paz hasta que le cuentes lo que te pasa. ¿Quieres eso?
—No —respondió la chica con voz baja.
—Bien. Si sigues llorando, se te hincharán los ojos y él lo notará. Relájate y concéntrate en algo que no tenga nada que ver con lo ocurrido —le explicó. Ella sabía muy bien cómo disimular una pena—. Dame tiempo para que encuentre una solución, pero no puedes dejar de ir a la escuela; si no, tu padre sospechará.
—No quiero tener otro día como este…
—Claire, se repetirá si demuestras debilidad. Ignórala, da a entender que no te importa lo que diga o haga. Cuando ella vea que sus acciones no te afectan, te dejará en paz.
—¡Pero me afectan!, ¡Mary es mi mejor amiga! ¿Crees que algún día me perdonará?
Kate suspiró con agobio. Mary no tenía nada que perdonar a Claire, pero el dolor que sentía la niña era tan grande que no podía comprenderlo.
—Lo hará. Créeme que lo hará —le dijo para tranquilizarla.
Después de una larga despedida, donde se ocupó en dejar a la niña lo más calmada posible, recogió sus cosas y subió en el siguiente autobús para acercarse al complejo deportivo. Había una sola persona en todo Kingston que podía ayudarla, y aquella era la excusa perfecta para desechar sus tontos prejuicios y dar rienda suelta a lo que anhelaba su corazón.
En pocos minutos llegó al complejo. El corto trayecto le sirvió para sosegar las emociones y pensar con claridad. Según le habían contado Jeremy y la propia Claire, Mary y la niña eran amigas desde siempre, entonces, ¿por qué había cambiado su actitud de forma tan repentina?
Una sola respuesta le venía a la mente: envidia. Pero ¿de qué?
Corrió hasta el edificio de ladrillos rojos en cuyo interior se albergaban las piscinas climatizadas donde practicaba el equipo de natación. Era el final de la tarde y la lluvia comenzaba a remitir; quizás el entrenamiento ya había terminado.
Llegó a las gradas y repasó con la mirada las tres piscinas. La del centro era la más profunda y donde se realizaban los saltos de trampolín; la de la derecha era la más grande, una olímpica de cincuenta metros, con ocho calles bien definidas, pero Jeremy tampoco se encontraba allí, sino en los alrededores de la tercera piscina, donde las chicas del equipo femenino realizaban los últimos ejercicios.
El corazón se le encogió al verlo agachado en el borde, conversando con una joven que estaba dentro del agua. Tenía el torso desnudo, al igual que los pies, y llevaba un pantalón deportivo holgado. Sus cabellos aún estaban húmedos y la perenne sonrisa torcida demostraba su calma. Disfrutaba de la charla, al igual que la chica, enfundada en un ajustado bañador y con un gorro elástico cubriéndole el pelo.
Reían mientras hablaban; eso era habitual en él. Era un chico alegre, despreocupado y libre, que vivía con gozo cada segundo de su existencia. Quizás trataba de ligar con la joven, o tal vez esa labor ya estaba hecha y ahora simplemente acordaban alguna salida. Una punzada de pena y decepción se instaló en el pecho de Kate. Quería ser así, descomplicada y entretenida; deseaba que él disfrutara estando con ella, como lo hacía con todas las mujeres que lo rodeaban. Ansiaba que la encontrara interesante, que la mirara siempre con deseo y le sonriera de la misma manera en que lo hacía con aquella chica.
Se abrazó el cuerpo con los ojos brillantes. Pensó en marcharse, no quería interrumpir la conversación; pero entonces él alzó la mirada y, por algún motivo, la dirigió hacia las gradas. Al verla, se le desvaneció la sonrisa del rostro. Aquel gesto la debilitó.
Kate retrocedió. Jeremy, en cambio, se levantó y se despidió rápidamente de la joven de la piscina para acercarse a ella.
A medida que avanzaba, la traspasaba con una mirada severa que le hacía añicos el alma. Subió de un salto el entarimado donde estaban construidas las gradas y se aproximó hasta quedar frente a la chica.
—Vaya, señorita Gibson, se dignó a dar señales de vida —reclamó con una voz serena, pero con una mirada dura.
Ella volvió a retroceder, con las mejillas encendidas por la vergüenza.
—Hola. Yo… lo siento —fue lo único que pudo responder, y bajó la vista, en un intento de mantener los ojos lejos del torso desnudo del hombre.
—Tranquila, puse en práctica el consejo que me diste una vez: el de ayudar sin imponer. Solo te daba tiempo para pensar.
Kate alzó la mirada. ¿A qué tipo de ayuda se refería Jeremy? Si era ella quien estaba ahí para ayudarlo a él.
—Lamento mi descortesía, pero he tenido exámenes y se acerca la tesis…
—Yo también estoy liado con los estudios —se quejó el joven—. Mañana tengo competiciones, debo inscribir la tesis dentro de unas semanas y ni siquiera he elegido el tema todavía. —La observó fijamente, ansioso por recortar la distancia, tomarla por la nuca y desconectarse del mundo deleitándose con el sabor de su boca. Había pasado todos esos malditos días pensando en ella, en sus ojos azules y profundos, y en la forma de sus labios. Nunca le había ocurrido una cosa igual con otra mujer, y eso lo desquiciaba. Cada vez que el deseo lo atormentaba, con facilidad obtenía lo que quería, pero con Katherine Gibson era diferente—. Lo único que quería era compartir un poco de tiempo contigo.
La chica se estremeció. Ella quería lo mismo, pero no se atrevía a soñarlo siquiera. Respiró hondo y se ajustó las gafas al puente de la nariz.
—Jeremy, disculpa, yo… vine porque acabo de recibir una llamada de Claire —soltó de repente, para desviarse de aquel tema perturbador y recobrar la cordura.
Las facciones del rostro del joven cambiaron; se endurecieron aún más, así como su mirada.
—¿Qué ha ocurrido?
—Me contó algunas situaciones que ha vivido estos días en la escuela.
—¿Y? —insistió, al ver que ella se callaba.
—Creo que es Mary quien tiene un problema grave.
—¿Mary? No me importa lo que le pase a esa chica; quiero resolver el problema de mi hermana —rugió con enfado.
—Tiene que importarte lo que le suceda a Mary, porque ella y Claire son muy amigas. Lo que le ocurra a esa niña afecta directamente a tu hermana.
Jeremy se cruzó de brazos y desvió su atención a la piscina. Kate miró por unos segundos su rostro ceñudo, sintiéndose culpable por ser la causante de su malestar. Momentos antes estaba muy feliz conversando con otra chica, y desde que la había visto a ella, la alegría se había esfumado.
—Creo que es un asunto de celos —agregó, ignorando sus propios sentimientos.
—¿Celos?, ¿de qué?
—No lo sé. Quizás por los estudios, o por algo que Claire ha conseguido y que Mary ambicionaba. ¿Ellas siguen asistiendo juntas a ballet?
—Sí —respondió él con más calma, y volvió su atención a ella—. Pero hace unas semanas Claire me contó que Mary había obtenido el papel protagonista en el baile que realizarán para la primavera, y hasta donde yo sé, las dos son buenas estudiantes. No creo que sean celos lo que motive a esa niña a obligar a mi hermana a perder la virginidad.
—Jeremy, es una posibilidad que no podemos descartar —aseguró ella. Le había prometido a Claire no contarle a nadie lo que le había ocurrido esa semana en la escuela, y donde quedaba demostrado que el problema iba más allá del tema del sexo. En ocasiones, Mary se mostraba abierta con Claire, pero en otras, se volvía agresiva. Eso parecía evidenciar que tenía una fijación con su amiga por otro problema que, era evidente, no sabía canalizar—. Si averiguamos lo que le ocurre y la ayudamos a resolverlo, ella dejará de molestar a Claire.
—Ni lo sueñes. La única forma de resolver el problema de esa niña sería pedirle a mi padre que hable con los padres de ella, y no pienso involucrarlo en este asunto —rebatió él con irritación.
Su reacción molestó a Kate. Si él no estaba dispuesto a solucionar aquel conflicto, ella no podía hacer más. Quería ayudar a Claire, pero la actitud de Jeremy le dolía.
—Bien, entonces, dejémoslo así —sentenció, y se dio media vuelta para marcharse, aunque no pudo llegar muy lejos. Jeremy la retuvo por un brazo y la giró hacia él, quedando a irrisorios centímetros de su pecho musculoso y de su rostro relajado y varonil.
—Kate, no te vayas. —La súplica hizo vibrar todo el organismo a la chica—. Perdóname, yo… —Él subió una mano y la posó en la mejilla de la joven. El contacto le agitó las emociones—. Estoy un poco tenso. —La miró con intensidad. Ansiaba romper todas sus barreras y llegar a ella—. Me molesta no saber cómo superar los obstáculos.
Sobre todo, los que esa chica le imponía.
La mano de Jeremy acarició la piel de la joven hasta llegar a la mandíbula. Luego, con un dedo, repasó todo el labio inferior mientras sus ojos reflejaban la creciente necesidad que lo agobiaba.
—¿Por qué eres tan difícil? —susurró, y acercó el rostro al de ella.
Kate no podía creer lo que escuchaba. El corazón se le aceleró al ver lo dispuesto que él estaba a besarla, pero la potente voz del entrenador del equipo de natación destruyó el romance.
—¡Los quiero en los vestuarios en menos de un minuto! —vociferó el hombre, quien para acentuar su llamada hizo sonar su silbato.
Jeremy apretó la mandíbula al alejarse un paso de ella. El destino se burlaba de él y nuevamente le robaba su oportunidad. Comenzaba a hartarse de esa situación.
—Cena conmigo.
—¿Qué? —preguntó Kate con las piernas y la voz temblorosa.
—Esta noche. Cena conmigo y hablaremos de la estrategia que llevaremos a cabo para resolver el problema de Mary —aseguró. Por estar de nuevo con ella, accedería a lo que fuera.
—Yo… —Kate se mostraba nerviosa.
Al verla negar con la cabeza, Jeremy la interrumpió.
—Por favor, no rechaces mi invitación —le pidió—. Quizás esta sea la última oportunidad que tenemos para evitar que mi hermana cometa un error —dijo para manipularla. Aunque realmente haría cualquier cosa por ayudar a Claire, no podía perder otra ocasión de probar los labios de esa mujer.
—Está bien… —respondió la chica con inseguridad. Los ojos le brillaban como un par de zafiros.
—Pasaré a buscarte por la residencia a las ocho, ¿te parece?
Ella asintió rápidamente.
—¡Collins! —lo llamó el entrenador. Era el único del equipo que faltaba por asistir a la reunión.
—¡Voy! —gritó él, y se inclinó para darle un beso de despedida en la mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios. Luego se marchó y la dejó allí, estremecida e impactada.
Al quedar sola, echó una ojeada confusa hacia las piscinas, y vio a la chica que antes conversaba con Jeremy: hablaba de manera confidencial con otras dos dentro del agua, mientras la observaban con cierta incredulidad y algo de desaprobación. Aquello la fastidió. Odiaba esas miradas que parecían juzgarla y burlarse de sus tontas pretensiones.
Retrocedió y se fue de allí con una creciente inquietud agitándose en su pecho. No quería revivir el trato que le habían dado en la escuela, pero no estaba dispuesta a seguir escondiéndose tras sus miedos e inseguridades. Era el momento de tomar el control de su vida.
—¿Vas a misa?
Katherine bajó los hombros en un gesto de derrota al escuchar las palabras de Maddie. Se había pasado horas buscando el atuendo indicado para la cita con Jeremy, pero, por la inquietante pregunta de su amiga, era evidente que había fallado en su elección.
—¿Podrías ser menos inquisitiva y más solidaria? —le preguntó con enfado.
Su amiga soltó una carcajada y se sentó en el borde de la cama para comer el sándwich de atún que se había preparado para cenar.
—¿Y qué quieres proyectar exactamente: candidez, elegancia o sensualidad?
—Quiero no morirme de frío —señaló Kate mirándose con decepción al espejo de cuerpo entero que tenían atornillado a la pared. Aunque había dejado de llover, las temperaturas se mantenían bajas—. Y verme guapa —completó.
—¿Guapa? —la fustigó Maddie levantando una ceja mientras le daba un mordisco a su comida.
—Bueno, quiero…
—¿Que Jeremy quede con la boca abierta cuando te vea?, ¿o que solo dibuje una sonrisa de satisfacción?
—Una sonrisa de satisfacción —respondió la joven con las mejillas sonrojadas. No se creía capaz de despertar el asombro en él.
Maddie negó con la cabeza y apuró el bocado para dejar el sándwich en el plato que había sobre la mesita de noche.
—Tomas malas decisiones, Kate. Es lo primero que debes evitar —aseguró, levantándose de la cama—. Anda, quítate ese disfraz de monja —le ordenó, e ignoró la mirada severa de su amiga para dirigirse al armario.
Con rostro ceñudo, Katherine se quitó el largo y grueso jersey de punto y cuello alto de color blanco, quedándose solo con una sudadera.
—¿Y llevas puesta más ropa? —preguntó Maddie con sorpresa y los ojos abiertos como platos—. Quítate eso también, pero déjate el pantalón. Al menos, acertaste con él.
Kate abrió la boca para negarse, pero su amiga le lanzó una firme advertencia con la mirada. Se sacó la sudadera por la cabeza, quedándose solo con el sujetador y el pantalón negro de corte recto que se había puesto. La chica le entregó una camisa vaquera, cuyas mangas se doblaban hasta quedar por encima de la muñeca, y una chaqueta de punto grueso color hueso, de solapa abierta y sin botones, que haría juego con una bufanda del mismo material, pero en un tono un poco más oscuro.
—Sácate las zapatillas, por favor —le pidió con sequedad antes de extraer del fondo del armario unas botas negras.
—Esta ropa es muy bonita —expresó Kate mientras se vestía.
—¿Bonita? Es chic y bohemia. Nada de bonita.
—La cuidaré.
—Sí, por favor. Quítatela si os vais a la cama, ¿eh?, no quiero que se manche con fluidos.
—¡Maddie! —reclamó la joven con voz inflexible.
—¿Qué? ¿Dónde piensas terminar la cena?, ¿en la biblioteca?
Kate puso los ojos en blanco y se sentó en el colchón para calzarse las botas.
—Solo iremos a cenar, nada más. Lo estoy ayudando con un asunto de su hermana.
—Como tú digas —la calmó Maddie mientras se sentaba en su cama y tomaba de nuevo su sándwich—. Déjate el pelo suelto —dictaminó, al ver que su amiga buscaba sobre la cómoda la goma con la que solía atarse los cabellos en una cola floja, a la altura de la nuca.
Kate bufó y tomó el cepillo para alisarse los mechones rubios.
—Y quítate las gafas.
—De eso nada.
—¿Por qué?
—No voy a ver bien.
—¡Deja de mentir! Son para la lectura, puedes ver bien sin ellas.
Cierto, pero se sentiría insegura. Tenerlas presionando el puente de su nariz le daba la sensación de que todo estaba en su lugar, que las cosas marchaban como debían hacerlo.
Al terminar de peinarse y maquillarse con sobriedad, su teléfono sonó. Jeremy la avisaba de que se encontraba afuera. Un nudo se cerró en la garganta de Kate.
—Llegó tu carruaje, princesa —la animó su amiga.
La chica suspiró y se echó una última ojeada en el espejo.
—Estás fabulosa, Katherine. —La joven se giró hacia Maddie. En sus ojos se reflejaba inseguridad—. La única que no lo nota eres tú. Acéptate para que puedas ser aceptada por otros.
Ella asintió y se esforzó por controlar sus emociones.
—Gracias. Estaré en deuda contigo —afirmó mientras tomaba su bolso apoyado sobre la cómoda.
—Si te vas a la cama con Jeremy, la deuda será eterna.
Kate achinó los ojos hacia su amiga, pero decidió ignorar sus provocaciones y darle un fuerte abrazo antes de marcharse.
—Nos vemos —se despidió al llegar a la puerta.
—Espero que sea mañana —completó Maddie con una sonrisa pícara.
Al salir al pasillo de la residencia, Kate respiró hondo, apretó las manos en la bandolera de su bolso y bajó al vestíbulo para salir al exterior. Al abrir la puerta, una ráfaga de aire frío le alborotó los cabellos. Descendió con premura las escalinatas para acercarse al estacionamiento, al lugar donde estaba aparcado el Kia de Jeremy.
Lo vio con la espalda apoyada en la puerta del copiloto, las piernas cruzadas en los tobillos y las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón gris. Llevaba puesto un abrigo azul oscuro sobre una camisa de lino celeste. Al verla, él le obsequió esa sonrisa torcida que ella tanto anhelaba. Kate sintió que algo le estallaba en el pecho, pero se contuvo como buenamente pudo hasta llegar a su lado.
—Estás preciosa.
Sus palabras le provocaron un escalofrío. Él caminó hacia ella y le tomó la mano con ternura, acariciándole el dorso con su dedo pulgar, pero al ver que se inclinaba hacia su rostro, ella quedó petrificada. ¿La besaría en los labios?
Pero Jeremy se limitó a darle un casto beso en la mejilla. Un oleaje de alivio mezclado con decepción la recorrió. Anhelaba sus besos, aunque no sabía cómo reaccionar ante sus atenciones. Agradecía que le diera un poco más de tiempo.
—¿Vamos? —Ella asintió y enseguida él le abrió la puerta del coche para invitarla a subir.
Con el pecho henchido de satisfacción, Jeremy rodeó el Kia para ocupar su puesto frente al volante. Aquella cena, a pesar de ser un paso minúsculo en comparación con los que él solía dar en las primeras citas con otras chicas, suponía un gran avance tratándose de Katherine Gibson. Una oportunidad que sabría aprovechar.
La llevó al Retail Shopping, ubicado en las afueras del campus, donde se hallaba un local pequeño especializado en comida internacional. Su favorito.
—Estás preciosa —volvió a decir cuando el camarero se marchó con la comanda y los dejó solos en una mesa situada junto al ventanal.
—Ya me lo has dicho.
—¿Y te molesta que lo repita?
Kate no supo qué responder. Nada de lo que él hacía le molestaba, por supuesto, pero su actitud galante la ponía nerviosa.
Había decidido abordar la conversación sobre Claire para entrar lo antes posible en materia y poner en orden sus emociones cuando del baño salieron dos chicas emitiendo risas sonoras que llamaron la atención de ambos.
Kate reconoció a Kristy Smith, una rubia con cuerpo de sirena que había sido compañera de estudios de ambos en el instituto y que solía atormentarla por su personalidad retraída. Ahora Kristy estudiaba Filología en la universidad.
—¿¡Jeremy!? —exclamó Kristy con sorpresa al encontrar al chico en el restaurante, y se acercó a él con gesto sensual, ignorando a Kate—. ¿Qué haces aquí? —preguntó al tiempo que se inclinaba para darle un beso en los labios.
Él se irguió, evidentemente incómodo. Kate suspiró hondo para sepultar la rabia y la decepción que se le avivaron dentro del pecho.
—He invitado a cenar a Kate —dijo señalando hacia ella. La recién llegada giró un poco la cabeza, para lanzarle una mirada de indiferencia.
—Hola, Kate —saludó moviendo una mano por encima de su hombro, como si le indicara que se marchara, y volvió su atención a Jeremy. Katherine la miró con los ojos muy abiertos, pero se quedó en su sitio; aun así, estaba dispuesta a largarse si veía que Jeremy aceptaba el juego seductor de Kristy delante de ella—. Nos han reservado el gimnasio para mañana en la noche. Haremos una fiesta genial y recaudaremos fondos para las competiciones de primavera —explicó, al tiempo que dirigía su mano al pecho de él para acariciarlo.
Jeremy la apartó con delicadeza. Poco le faltaba a Kristy para sentarse sobre su regazo.
—Me alegro, pero… ¿podrías dejarnos solos? —pidió con una voz suave, clavando una mirada inflexible en la joven—. Kate y yo necesitamos conversar sobre temas importantes.
Kristy endureció el rostro y miró a Jeremy desconcertada. Katherine se mordió los labios, esperando una reacción furiosa por parte de la rubia por el desplante; sin embargo, lo que hizo fue alzar el mentón y observar al hombre con altanería.
—Claro, mi vida, tengo muchas cosas que organizar para la fiesta. ¿Nos vemos esta noche? —preguntó con tono insinuante.
Kate puso los ojos en blanco y desvió la mirada hacia el ventanal.
—Nos vemos en la fiesta —aclaró él.
La mujer le dedicó una mirada desdeñosa antes de marcharse. Al quedar solos, el silencio fluyó entre ellos durante casi un minuto. Kate se sentía incómoda. Estaba ansiosa por levantarse y regresar a la residencia.
—La próxima vez nos vamos a Newport; allá nadie me conoce —dijo Jeremy con enfado.
—¿La próxima vez? —preguntó ella con ironía, dominada por los celos.
—Sí, la próxima vez. No creas que esta será la última —advirtió él, dedicándole una mirada severa.
Ella pensaba rebatirle, pero la llegada de la comida extinguió su arranque de soberbia.
Sobre la mesa colocaron dos platos que contenían unas crujientes bolas de falafel, acompañadas con hummus y ensalada de tomate. Jeremy sonrió de oreja a oreja y enseguida atacó a su cena con los cubiertos; era un auténtico fan de la comida árabe.
Kate no pudo más que sonreír al verlo tan animado y olvidar la rabia que la había invadido por la interrupción de Kristy.
—¿Alguna vez te quitas las gafas? —preguntó él después de haber dado cuenta de parte de su cena.
—Sí —respondió ella con poco interés, y se llevó a la boca un trozo de falafel, untado con la pasta de garbanzos.
—¿Cuándo?
Kate apuró el bocado antes de responderle:
—Para… bañarme y… dormir.
Él sonrió con picardía.
—Debes verte hermosa en la cama y en la ducha. —Ella se sonrojó—. Quítatelas —le ordenó.
—¿Qué?
—Anda, quítatelas. No puedo verte en la cama o en la ducha… aún —aseguró, y le guiñó un ojo que la dejó más perturbada todavía—, pero, al menos, así podré hacerme una idea.
Kate dudó. Las gafas solo la ayudaban a leer, pero sin ellas se sentía desnuda, y era consciente de que experimentar una emoción como esa delante de Jeremy no era recomendable.
—Mejor no… —comenzó a objetar ella.
Jeremy, en medio de un suspiro, dejó los cubiertos sobre el plato y acercó las manos hacia el rostro de la chica para quitárselas él mismo, sin pedirle siquiera permiso. Fue tan rápido que no le dio tiempo a la joven de reaccionar.
Así pudo apreciar, maravillado, los grandes y claros ojos de ella, abiertos de par en par, sin el obstáculo de aquellos gruesos cristales.
—¡Guau! —exclamó—. Parecen aún más azules sin estas horribles gafas.
Ella contrajo los músculos del rostro mientras un hervidero de emociones se debatía en su interior; entre ellas, vergüenza, por sentirse desnuda frente a él, rabia, por la facilidad con la que él la incordiaba, y alegría, al notar la satisfacción en la cara del chico.
Consideraba sus ojos hermosos, y eso la alentaba.
—Espero que no me pidas ahora que me quite la ropa —escupió ella con amargura. Odiaba perder el control sobre sus emociones frente a él, pero enseguida se dio cuenta de su error al divisar el brillo pícaro en la mirada de Jeremy y su sonrisa traviesa, e intentó explicar su arrebato—. Lo digo por… lo del baño y…
Jeremy estalló en risas.
—No tienes que justificarte siempre —indicó mientras retomaba su cena.
—¡Claro que sí! Es la única manera de que no malinterpretes mis palabras.
—¿Y qué si lo hago? —Ella lo observó fijamente. Le importaba, y mucho—. No puedes andar por el mundo pendiente del qué dirán.
—Debo hacerlo, o alguien podría emitir un juicio erróneo sobre mí.
—¿Y eso te afecta? —Kate se quedó en silencio, concentrada en cortar la última bola de falafel que tenía en el plato—. Katherine, si tú no tienes confianza en ti misma, nadie la tendrá, por mucho que trates de cuidar tus acciones y palabras. La gente habla igual, hagas lo que hagas. Es un mal de la humanidad —comentó, y dio un trago a la cerveza que había pedido—. Además, no tienes que preocuparte por mi opinión. Yo nunca pensaría mal de ti.
—No soy una santa —rebatió ella, masticando sin ganas un trozo de su croqueta.
—Claro que no eres una santa. Eres un ángel —aseguró Jeremy sin mirarla, ocupado en terminar lo que quedaba en su plato.
Ella lo observó unos segundos, con el corazón hinchado de dicha. Era conmovedor que él la viera de esa manera, que pensara que era una chica buena, sin malicia, aunque su pasado le recordara eternamente que no lo era.
Mientras él se encargaba de dejar vacío su plato, ella se percató de que sus gafas habían quedado sobre la mesa, en un costado. Estiró un brazo para cogerlas, pero él fue más veloz: las agarró y las guardó en el bolsillo de su camisa.
—¿Qué haces? —le preguntó indignada.
—Quiero verte toda la noche sin ellas.
Aquello desató un tumulto de emociones en el vientre de Kate.
—Pero…
—¿Por qué las usas? —la interrumpió.
—Me sirven para leer —respondió la chica con enfado.
—Ahora no estás leyendo.
—Es…, me hacen sentir segura —agregó—; me ayudan a pensar.
—¿O a mantener a raya tus pensamientos y deseos? —inquirió él con una mirada escrutadora.
Ella abrió los ojos, sintiéndose de pronto cohibida.
—No. Con ellas tengo una perspectiva más clara de las cosas.
—Pero limitada. —Finalmente logró que los labios de la chica quedaran sellados—. Tienes que atreverte a ver más allá. A ser ambiciosa, emprendedora.
—El mundo en ocasiones puede ser cruel, Jeremy; es mejor mantener los pies en la tierra.
—Cierto —asintió él—, pero quizás a un paso de distancia pudiera estar el mayor logro de tu vida, y tú no te atreves a darlo.
Kate suspiró, con la mirada fija en los ojos oscuros y profundos del joven. En ese momento, Jeremy se encontraba exactamente a un paso de distancia, aunque una mesa llena de restos de comida se interpusiera entre ellos.
—¿Pedimos un postre? —consultó él, sacándola con brusquedad de sus pensamientos.
—¿Postre?
—Aquí preparan un baklava riquísimo —aseguró, y al ver que la chica arqueaba las cejas, continuó—: Es un pastel de hojaldre fino relleno con una pasta de nueces, pistacho y almendras. Te encantará —explicó con una sonrisa amplia.
—No creo poder comer nada más.
—Entonces compartiremos uno —resolvió Jeremy, y se apresuró a llamar al camarero para pedir el pastel.
Ella volvió a suspirar mientras él se encargaba de realizar el pedido y retiraban los platos vacíos de la mesa. Comenzaba a sentirse a gusto en aquella cita. Aunque en ocasiones la atormentaba con sus palabras y gestos, Jeremy la hacía sentirse especial, y eso le gustaba.
—Tengo una idea para que nos informemos sobre la situación de Mary.
Por un momento, Kate se quedó descolocada. Luego, cuando al fin logró recordar quién era Mary y por qué él la nombraba, se sintió avergonzada. Se había olvidado por completo de por qué había salido esa noche con Jeremy. La pobre Claire se encontraba a cientos de kilómetros de distancia, ahogada en su angustia, esperando una respuesta de su parte, mientras ella se hallaba allí, coqueteando con su hermano y ocupando su tiempo en emociones egoístas.
Se incorporó en la silla, endureciendo las facciones del rostro. Se llevó una mano al puente de la nariz para ajustar sus gafas, pero al notar que no las tenía, el temor se le desató en el pecho.
—He ayudado varias veces a mi padre en el Centro Comunitario de Providence, entrenando a los chicos del equipo de baloncesto —explicó Jeremy sin percatarse del estado de la chica—. Allí asisten varios jóvenes que estudian en el mismo instituto de Claire; incluso la hermana de uno de ellos va con ella al ballet. Puedo contactar con ellos y pedirles que me cuenten algo sobre Mary, cómo se comporta, si han notado una actitud extraña últimamente…, cosas así. ¿Qué te parece?
—Es una buena idea —expuso la joven con un nudo fuertemente atado en su garganta.
—¿No soy genial? —inquirió él con una sonrisa radiante dibujada en el rostro. Kate lo observó unos segundos antes de asentir con la cabeza—. ¿Por qué no lo dices?
—No necesitas que alimente tu ego.
—¡Claro que lo necesito! —declaró con seriedad—. Para mí, tu opinión es importante. —Ella arqueó las cejas—. Si la idea hubiera sido obra de Freddy, habrías aplaudido de pie —se quejó con el ceño fruncido.
Kate quedó de piedra. No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Freddy? ¿Hablas de Freddy Morgan?, ¿mi amigo? —consultó para confirmar que se referían a la misma persona. Le resultaba difícil asimilar que Jeremy se sintiera superado por aquel robusto, tímido y poco sociable chico.
—Sí, tu amigo Freddy. ¿Qué debo hacer para que me aceptes en tu vida como lo has hecho con él?
Kate permanecía con la boca abierta, pero ningún tipo de palabra podía salir de ella. Jeremy Collins era un hombre popular, atractivo, divertido y seguro de sí mismo; nunca imaginó que necesitaría de la aprobación de alguien, y mucho menos la de ella. Esa actitud la conmovió aún más. Lo hacía humano, cercano y accesible. Poco a poco dejaba de ser el hombre perfecto e inalcanzable que añoró desde la infancia.
—Siempre has estado dentro de mi vida —enunció. Jeremy no podía apartar su mirada de ella—. Solo que… te has mantenido a una distancia prudencial.
Él alzó las comisuras de los labios, feliz por escuchar esas palabras. Aquello representaba un avance importantísimo, un paso de gigante para alcanzar su meta: traspasar la dura coraza que protegía a esa hermosa mujer.
—Distancia que pronto eliminaré —garantizó, y mantuvo sus ojos de halcón puestos en ella mientras el camarero dejaba sobre la mesa el postre—. ¿Nunca habías probado el baklava? —le preguntó tomando la cucharilla para cortar un pequeño trozo de pastel. Se lo llevó a la boca y lo degustó con delicia, ante la mirada impaciente de ella—. Está increíble —valoró. Tomó otra porción y acercó la cuchara hacia la chica—. Abre la boca.
Kate obedeció, ¿cómo no hacerlo? Lo primero que sintió fue el dulce del almíbar, una mezcla de azúcar, limón y azahar que estalló en su lengua; luego disfrutó de la masa crujiente, aderezada con la pasta mitad dulce, mitad salada de los frutos secos y una pizca de canela. Sin embargo, esa explosión de sabores en su boca no lograba superar al millar de sensaciones que la mirada de ese hombre provocaba en su organismo. Jeremy no la veía: se deleitaba con ella; con cada gesto que su cara hacía al probar el postre.
El momento se volvió tan íntimo que Kate se sintió aliviada y en confianza. Como si en vez de hallarse en un restaurante público donde cualquiera pudiera acercarse e interrumpirles la velada, estuvieran en algún salón privado, compartiendo confidencias.
Después de hacerla probar tres veces el postre, él tomó una porción para llevársela a la boca, pero la chica lo detuvo y, con delicadeza, le quitó la cucharilla de la mano. Ahora era ella quien tenía el control, y eso la hacía sentirse poderosa.
Llevó el trozo de pastel hacia él y le dio de comer sin apartar la mirada de sus ojos negros. La respiración de Jeremy se aceleró y el vello de los brazos se le erizó por la ansiedad. Hubiera preferido que, en vez del cubierto, ella usara sus manos; así podría chupar sus dedos con sensualidad…, pero ya habría oportunidad para eso.
«Poco a poco», se repetía mentalmente. Por primera vez en toda su vida, debía trabajar duro para ganarse la aceptación de una mujer, y aunque aquello lo consumía de desesperación, no podía negarlo, el juego le gustaba. Y mucho.
Sin prisa, compartieron el pastel, entre miradas seductoras y lo que pretendían ser inocentes caricias, que se daban cada vez que alguno exigía el cubierto para dar de comer al otro.
Más rápido de lo que ambos querían, terminaron la cena, y en medio de conversaciones triviales sobre los estudios o las competencias de natación, regresaron a la residencia.
—Gracias por el paseo —expresó Kate mientras Jeremy bajaba del coche y la acompañaba hasta las escalinatas que daban entrada al edificio de piedra gris donde ella vivía.
—Gracias a ti por aceptar. Eres un hueso duro de roer.
Ella se mordió los labios sin saber qué responder a dicha aseveración. Se había comportado como una verdadera idiota ignorando sus llamadas y mensajes durante toda la semana. Por su asfixiante testarudez, había perdido la oportunidad de disfrutar de un momento divertido y excitante junto al único ser en la faz de la tierra capaz de acelerarle el corazón a velocidades vertiginosas. Momento que, estaba segura, jamás se repetiría, al menos, no con el grado de intimidad que habían alcanzado en esa salida.
—¿Me devuelves mis gafas, por favor? —exigió ella.
En medio de un suspiro, Jeremy sacó las gafas del bolsillo de su camisa y se las entregó.
—Cuando salgamos de nuevo, las guardas dentro del bolso. —Ella arqueó las cejas. ¿De verdad se estaba refiriendo a una próxima cita?—. Si no, te las quitaré y me quedaré con ellas una semana entera, como castigo por tu desobediencia.
Kate se detuvo antes de pisar el primer peldaño y lo encaró para rebatir su amenaza, pero la puerta de entrada de la residencia se abrió de forma repentina, y una mujer alta, morena y de cuerpo estilizado salió enfundada en un grueso y largo abrigo de piel sintética de leopardo mientras hablaba por su teléfono móvil.
—¡Te dije que estoy en camino!, ¡en diez minutos llego!
Ambos se giraron hacia la recién llegada que bajaba las escaleras a toda prisa. La chica, al ver a Jeremy, quedó petrificada, tanto como él y Kate habían quedado al reconocerla.
—¡Jeremy, mi amor! ¿Vienes a buscar tu ropa? —consultó con emoción Sofia Reagan, la estudiante de Psicología fanática del sadomasoquismo, y sin previo aviso se abalanzó sobre él, llevándose por delante a Kate, que tuvo que retroceder para no caer al suelo. Sofia le envolvió el cuello en un firme abrazo y buscó ansiosamente su boca, pero él fue más ágil y pudo esquivarla—. Lo de la otra noche fue divino. Deberíamos repetir.
Kate, con la cólera consumiendo cada molécula de su cuerpo, se colocó las gafas de la misma manera en que un superhéroe desechaba su capa, harto de luchar en favor de la justicia.
—Disculpad. Os dejaré solos —se despidió sin poder evitar que su voz reflejara su amargura, y dándose la vuelta, subió a la carrera los escalones.
Escuchó las voces a su espalda: una hilarante y eternamente sensual proveniente de la mujer, y otra más ronca y quizás enfadada que podría ser de Jeremy. Sin embargo, la rabia y la decepción le taponaron los oídos con un pitido sordo que bloqueaba cualquier otro producido en el ambiente.
Abrió la reja y se adentró en el vestíbulo como un toro enfurecido. Antes de poder alcanzar las escaleras que la conducirían a la primera planta, donde estaba su habitación, alguien la agarró con fuerza por un brazo y la hizo girar sobre sus talones.
—No vuelvas a hacerlo —le advirtió Jeremy con irritación, con su rostro a escasos centímetros del de ella.
—¿Qué? ¿Interrumpir tus román…?
Él la calló con un beso. Aquel contacto fue tan repentino y firme que en segundos puso fuera de servicio su inteligencia y toda su rabia.
Se quitó las gafas e intentó alejarse, pero él se apoderó de su nuca y la inmovilizó. Kate se rindió ante la avasallante caricia de sus labios y la ansiosa invasión de su cálida lengua. Nunca había vivido una experiencia como esa; jamás la habían besado con intención de arrancarle el alma del cuerpo.
Con timidez, lo dejó actuar, pero le era imposible mantenerse al margen de la situación. Ella también quería saborearlo, memorizar el gusto de su boca y la suavidad de la piel de su lengua, así que decidió imitar sus movimientos.
Al percatarse de su rendición, él bajó la intensidad del beso, mas no la profundidad. Con delicadeza la instruía, le enseñaba cómo responder a sus atenciones, para que ella también disfrutara.
La encerró entre sus brazos y la apretó contra su cuerpo sin dejar de besarla, sin concederle una mínima oportunidad de alejarse.
Sin embargo, el oxígeno se les acababa y los gemidos comenzaban a sonar cada vez más fuertes. Con fastidio, él se detuvo, pero dejó su frente apoyada en la de ella mientras recuperaba el ritmo de su respiración y el control sobre su cuerpo.
La colisión de emociones que se había producido en el interior de Kate la dejaron embriagada. Había perdido por completo la noción del tiempo y el espacio.
Jeremy despegó un poco el rostro de ella para mirarla a los ojos. Estaba emocionado por la excitante experiencia, aunque confundido en la misma proporción. Durante toda su vida había besado cientos de bocas, pero nunca antes le había quedado esa asfixiante sensación de ansiedad e incertidumbre anclada en el pecho.
¿Habría ella sentido lo mismo?
—Prométeme que mañana irás a verme al complejo —le pidió. Kate solo pudo asentir con la cabeza; aún se encontraba sin fuerzas—. Dímelo. Necesito oírlo de tus labios. No quiero que vuelvas a ignorarme.
El corazón de la chica estuvo a punto de fragmentarse en cientos de pedazos.
—Lo haré —garantizó, recibiendo otro profundo beso como agradecimiento.
Haciendo un gran esfuerzo, Jeremy se separó, y la dejó allí, pasmada en medio del vestíbulo.
—Te espero mañana —concluyó antes de darse media vuelta y marcharse.
A Kate le costó algunos segundos recuperar la movilidad; la mirada sanguinaria de Sofia Reagan desde la puerta fue una gran motivación.
Se colocó las gafas con manos temblorosas, giró sobre sus talones y corrió a su habitación, con la frente perlada de sudor y un fuego devastador recorriéndole las venas.
Esa noche no lograría dormir ni un instante. El recuerdo de las nuevas emociones que acababa de conocer lo repasaría infinidad de veces en la cama.