CAPÍTULO 17
Kate entró apresurada al complejo acuático y buscó con la mirada a Jeremy. Ese día había poco movimiento en las piscinas, solo algunos jóvenes practicaban brazadas dentro del agua, o conversaban en los alrededores. Al no divisarlo, estuvo a punto de regresar para dirigirse a los edificios de la fraternidad, donde él tenía su residencia, pero se topó con Tony, el joven que la noche anterior la había molestado para que lo ayudara a conquistar a Maddie.
—¡Kate! —la saludó sorprendido—. Me alegro de verte. Necesitaba hablar contigo.
Ella suspiró. Seguro que volvería a incordiarla con el tema de su amiga.
—Ahora no puedo, Tony, tengo que encontrar a Jeremy urgentemente —respondió, y se giró sobre sus talones para salir de la instalación.
—¡Está en el despacho del entrenador! —le notificó, logrando que ella se detuviera y lo mirara a los ojos—. Llevan algo más de una hora reunidos… por lo que sucedió anoche.
Ella abrió los ojos y sintió que el corazón se le detenía en el pecho.
—¿Qué sucedió anoche?
Él alzó los hombros con indiferencia.
—La pelea que ocurrió después de la fiesta con los chicos de primer año.
Kate por poco cae desmayada al suelo. Aquello, sin duda, mancharía la carrera deportiva de Jeremy. Al ver su cara de preocupación, Tony se obligó a agregar:
—Por eso necesito conversar contigo. Quiero pedirte disculpas por lo que te dije anoche, y por no haberte defendido cuando Sofia te ofendió.
Ella procuró recuperar el ritmo de su respiración.
—No te preocupes —le dijo agitando una mano frente a él con indiferencia—. ¿Puedo esperar a Jeremy en el complejo?
—Claro. Quédate en el pasillo de las oficinas si quieres, ahí hay unos bancos donde puedes sentarte a esperarlo. Ya deben de estar a punto de salir —notificó él. Ella se encaminó hacia allí, pero el joven la detuvo—. Kate, le prometí a Jeremy que te pediría disculpas. Si te reúnes con él, ¿le dirás que cumplí con mi parte?
—¿Tu parte?
—Ayer discutí con él por lo que sucedió. Yo estaba bastante borracho, no coordinaba ni mis acciones ni mis palabras. Fue culpa mía que entraras molesta al cuarto baño, donde Kristy te amenazó.
Kate se llevó las manos a la cabeza, realmente preocupada. ¿Hasta qué punto habían llegado los rumores?
—Tony, ¿qué sucedió ayer? Necesito que me lo cuentes con pelos y señales.
Él volvió a alzar los hombros con indiferencia.
—Jeremy regresó colérico después de ir a buscarte. Enseguida comenzó a averiguar lo que había ocurrido, y muchos estudiantes no dudaron en darle detalles —reveló—. A mí y a varias de las chicas nos exigió explicaciones. Luego tuvo una fuerte discusión con Kristy en el aparcamiento, y la dejó llorando y suplicándole perdón. Después fue a por Sofia, pero ella se había rodeado de los chicos de primer año para que la defendieran, ya que sabía que iría a por ella. —Hizo una pequeña pausa para tomar aire antes de proseguir—. Cuando Jeremy se acercó a Sofia, el joven que dice ser su novio se lanzó encima de él para golpearlo. Estaba ebrio y Jeremy se defendió sin problemas, pero enseguida se sumaron otros, y muchos de nosotros nos metimos en la pelea para apoyarlo. Se armó una buena —concluyó Tony con una sonrisa traviesa en los labios.
Kate se frotó el rostro con agobio.
—¿Y dices que la reunión con el entrenador se debe a esa pelea?
—Sí, es para reprenderlos por lo ocurrido. Como los de la prensa ya se habían ido, la cosa no trascendió de la universidad; de lo contrario, se habría perdido todo lo que se recaudó durante la fiesta.
—Oh, Dios mío —masculló Kate con el corazón palpitándole en la boca. Por su culpa, ahora Jeremy podría recibir un serio castigo—. Gracias por aclararme las cosas, Tony, pero ahora necesito localizar a Jeremy.
—Kate, ¿le dirás…?
—Le diré que me pediste disculpas de rodillas y con lágrimas en los ojos.
El hombre sonrió satisfecho.
—¡Gracias! —le gritó mientras ella corría hacia el pasillo de las oficinas.
—¿Estás seguro de esa información? —le preguntó Jeremy a Abel con el rostro endurecido por la preocupación.
Hacía unos minutos que habían salido de la reunión con el entrenador, y conversaban en el pasillo sobre los chicos del equipo de fútbol del instituto donde estudiaba Claire.
—Me lo han confirmado tres personas distintas —le aseguró. Abel se inclinó hacia él para hablarle en tono confidencial—. Con ese tipo hay que andarse con mucho ojo. Es muy vengativo y violento, y se puede enfadar por lo que está haciendo tu padre.
Jeremy apretó la mandíbula y observó a su amigo con la cólera reflejada en la mirada.
—Creo que tendré que viajar a Providence.
—Me voy contigo.
—¿Estás loco? Esta semana tenemos un parcial con Don Corleone —explicó, haciendo referencia al profesor de Psicología del Deporte—, y debemos presentar las propuestas de la tesis.
—Tú vas a faltar.
—Es diferente, Abel; esto es asunto mío.
—Y yo soy tu amigo, además —completó el moreno—. Ryan me debe unas cuantas, es hora de cobrarme mi deuda.
Jeremy suspiró.
—Tendríamos que reunirnos hoy mismo con los profesores para justificar las faltas de asistencia, y presentar mañana las propuestas de la tesis antes de marcharnos.
—Hablemos con el entrenador. Él siempre nos ha echado una mano.
—No, ya le hemos ocasionado muchos problemas con lo de anoche… —rebatió Jeremy con pesimismo, pero no pudo agregar nada más, porque su amigo lo interrumpió.
—¡Kate! —saludó Abel.
Jeremy enseguida se giró hacia la joven, y al tropezar con su dulce y turbada mirada, sintió que todo su organismo se revolucionaba.
—Kate —murmuró con anhelo al verla. Ella se acercó con timidez.
—Hola —lo saludó primero a él, y luego, con sus ojos aún clavados en su chico, se dirigió a su amigo—. ¿Cómo estás, Abel?
—Muy bien —respondió este algo incómodo, la pareja compartía una mirada ansiosa y parecían haberse olvidado de su presencia—. Bueno, iré a… cazar mariposas —dijo buscando confirmar sus sospechas: Kate y Jeremy estaban tan embebidos en sus asuntos que eran incapaces de atender a los sonidos que se producían a su alrededor. Se alejó sin despedirse, y con una sonrisa divertida en el rostro.
—¿Cómo…? —Jeremy quería saber cómo se encontraba ella, pero las palabras no le salían. Se sentía demasiado ansioso como para perder el tiempo con preguntas triviales. Lo que deseaba era abrazarla y besarla, rogarle que lo escuchara. Que le diera otra oportunidad.
—Perdóname —expresó Kate con la voz ahogada. Él sintió que el mundo se le derrumbaba, más aún al ver sus profundos ojos turquesa nublarse de lágrimas.
Enseguida acortó la distancia que había entre ellos y la abrazó con fuerza. Se hundió en su cuello aspirando el aroma de su chica. La había extrañado más de lo que nunca había extrañado a nadie; incluso sintió miedo. Temía que ella no quisiera volver a verlo.
Kate se aferró a la cintura de él y se embriagó con su olor y su calor. Se esforzó por no llorar. Tenía el corazón hecho pedazos.
—Perdóname tú a mí por ser tan idiota —le rogó Jeremy sobre su piel, sin relajar el abrazo.
—No, fui yo la…
Él detuvo su lamento al separarse un poco de ella para tomarle el rostro entre las manos y obligarla a mirarlo. Jeremy tenía el rostro enrojecido y tenso, tanto por la pena como por la rabia, y los ojos le brillaban con intensidad.
—No te atrevas a echarte la culpa, Kate. Fuiste solo una víctima, y yo un imbécil por no darme cuenta de lo que estaba ocurriendo y actuar con rapidez.
—Jeremy…
Ella no pudo expresar su punto de vista porque el joven le cerró los labios con sus pulgares. Como siempre, la chica quería cargar con toda la responsabilidad para que él no se sintiera culpable.
—Te juro, por mi familia, que nunca volveré a permitir que te humillen.
Dos lágrimas escaparon de los ojos de la chica, que él se apresuró a secar con sus besos. Pero al sentir movimientos en el pasillo, se tensó.
—Vámonos de aquí. Necesito estar a solas contigo —le dijo, y le pasó el brazo por encima de los hombros para salir del recinto.
Poco después llegaban a un hotel, un lugar discreto situado a pocos minutos de la universidad. No era tan elegante como el que solían visitar, pero era igual de limpio y confortable. Jeremy estaba demasiado ávido como para hacer un viaje más largo, no quería perder ni un solo segundo para estar en los brazos de su chica.
La amó con tanta suavidad e intensidad que en ciertos momentos Kate creyó estar a punto de desfallecer. Sus expertas manos exploraron cada rincón de su cuerpo, recorrido seguido muy de cerca por sus labios, que no se cansaban de besar aquella piel aterciopelada, sobre todo, la zona donde tenía el tatuaje de las gaviotas.
Su lengua inquieta se sumergía a gusto en cada una de las cavidades de la mujer; la saboreaba a placer, logrando producirle millones de sensaciones indescriptibles.
La poseyó con anhelo, disfrutando de los sonidos que provocaban los cuerpos al rozarse y de los gemidos ahogados que ella emitía. Sumergió los dedos en los cabellos de Kate, hasta llegar al cuero cabelludo, y se aferró con firmeza a ellos mientras su cuerpo convulsionaba junto al de ella, en un poderoso orgasmo.
Se mantuvieron unidos por un tiempo indefinido, en espera de que los espasmos pasaran y la respiración se relajara. Jeremy permaneció sereno mientras la sangre le regresaba a la cabeza, para pensar con claridad, pese a que el deseo parecía decidido a no permitírselo: acababa de culminar y ya sentía unas ganas irremediables por devorarla de nuevo.
Se apartó con cuidado de ella y salió de la cama hacia el pequeño baño con intención de asearse y quitarse el preservativo. Finalmente regresó junto a la chica y se recostó a su lado.
—Kate, ¿puedo pedirte un favor muy grande? —susurró junto a su oreja.
Un escalofrío recorrió a la chica de los pies a la cabeza; ese hombre la volvía cada vez más sensible.
—Dime.
—No vuelvas a poner, nunca más, un obstáculo entre nosotros.
Ella abrió los ojos y acarició la mano que él tenía sobre su vientre. Pensaba que se refería al hecho de pedirle tiempo cada vez que discutían.
—¿Hablas de…?
—De la maldita reja de tu residencia —contestó él con cierto tono de irritación—. Juro que si vuelves a dejarme afuera, la voy a tirar abajo sin importarme las consecuencias.
Ella dibujó una sonrisa en su rostro, pero evitó mostrar su diversión, ya que el joven parecía realmente enojado.
—Perdona. Es que sé lo insistente que puedes llegar a ser, y yo en ese momento no me sentía muy bien.
Jeremy se incorporó en la cama para mirarla a los ojos.
—Eso lo entiendo, pero no puedes huir cada vez que tengamos una pelea. No me gusta dejar para otro momento los temas importantes, y tú, ahora, eres lo más importante en mi vida.
La chica se enterneció ante esas palabras, alzó una mano y le acarició una mejilla.
—Tú también eres lo más importante para mí, por eso te prometo que cambiaré. Me esforzaré por ser más valiente.
—Amor, comprendo por todo lo que has pasado, y sé que esa es una reacción que has debido adquirir para defenderte. Solo quiero que entiendas que ahora no estás sola. Yo estoy contigo. Quiero protegerte, ayudarte y acompañarte siempre.
Los ojos de Kate se humedecieron por la emoción. Quería decir tantas cosas…, pero tenía la alegría anudada en la garganta. Jeremy inclinó el rostro y la besó con intensidad, bebiéndose cada una de sus emociones y suspiros. Al detenerse, dejó la frente apoyada en la de ella mientras recuperaba la respiración.
—Confía en mí, Kate, y no vuelvas a dejarme afuera —expresó, esta vez, refiriéndose a su vida. Sabía que seguirían presentándose obstáculos en el camino, porque ambos poseían caracteres diferentes y provenían de mundos muy distintos, pero nunca lograrían superarlos si no se abrían el uno al otro.
Ella lo tomó por la nuca y lo acercó a su boca para darle un beso firme.
—Lo haré, te lo prometo —le garantizó, por lo que él la abrazó con satisfacción.
Después de regalarle más besos y tiernas caricias, Jeremy se tumbó de costado sobre el colchón, frente a ella. Kate se giró para poder mirarlo a los ojos.
—Esta semana viajaré a Providence —notificó él, sin dejar de acariciarle los cabellos.
—¿Cuándo?
—No sé. Si fuera por mí, me iría hoy mismo, pero tengo algunos compromisos que solventar en la universidad. Como muy tarde, el miércoles después de comer.
—¿Y las prácticas de natación?
—Nos dieron esta semana libre para terminar las evaluaciones. La próxima, en cambio, tendremos un calendario copado, que incluye hasta los fines de semana.
—Pero…, en la reunión de hoy, ¿no os riñeron por lo que sucedió ayer?
Jeremy torció el rostro en una mueca de disgusto.
—Bueno, el entrenador nos ha llamado la atención por la pelea, pero no ha cambiado la programación. Solo quería echarnos una charla sobre el comportamiento ideal de un deportista.
Por un momento se quedaron en silencio, mientras él repasaba con la punta de un dedo el perfil de los labios femeninos.
—¿Y por qué vas a ir a Providence? —preguntó finalmente ella.
—Le conté a mi padre todas mis averiguaciones sobre el problema de los chicos del equipo de fútbol del instituto. Él y varios profesores han decidido celebrar una jornada recreativa y deportiva para intentar solventar el conflicto entre ellos y tocar de alguna manera indirecta el tema de la apuesta. Son chicos jóvenes, que necesitan de guía y asesoría para que puedan comprender lo que hacen mal y tomen mejores decisiones —narró él con seriedad—. El problema es que me han dicho que quien los anima a realizar aquel reto es Ryan, el hermano de Eric Graham; un chico bastante conflictivo que hace poco salió en libertad condicional y pretende, además, aprovecharse de esa apuesta.
—¿Cómo? —preguntó Kate con preocupación.
—Al parecer, el objetivo del juego es captar chicas para la red de prostitución de Ryan. Algunas de esas niñas tienen un carácter débil, están ansiosas de popularidad, y a los muchachos no les resulta difícil convencerlas para que participen y tengan relaciones sexuales con ellos. Luego Ryan se encargará de chantajearlas y obligarlas a que sigan haciendo lo mismo, pero esta vez con tipos dispuestos a pagar por ello. Conoce muy bien ese negocio y dicen que tiene muchos clientes interesados —reveló Jeremy—. En la fiesta de Laura piensan contactar con las chicas de primer año a las que considera más fáciles de manipular.
—¡Pero eso es horrible! —expresó Kate con angustia.
—Papá no sabe nada de eso —continuó Jeremy con seriedad—, pero Ryan sí sabe que mi padre está interviniendo para que los chicos desistan de esa apuesta. Temo que quiera hacerle daño para impedir que actúe; es un tipo peligroso.
Kate se mordió los labios y abrió desmesuradamente los ojos.
—El asunto es más serio de lo que imaginaba.
Jeremy se acostó de espaldas al colchón y miró al techo con abatimiento.
—Ojalá solo sean especulaciones mías, pero aun así, quiero estar alerta. Por eso viajaré a Providence —recalcó, y dirigió sus ojos de nuevo a Kate—. Ayudaré a papá con la actividad y me mantendré vigilante. Además, quiero estar allí para cuando hagan esa fiesta. No puedo impedirle a Claire que se reúna con sus amigas, pero no permitiré que nadie la lastime.
Ella respiró hondo y pasó un dedo por la mandíbula del hombre.
—Yo también debo viajar a Providence, y tengo pensado hacerlo el miércoles.
—¿Y eso? —consultó Jeremy con el ceño fruncido.
—Claire me llamó ayer. Al parecer, ha conseguido resolver sus diferencias con Mary. —Él la observó aún más desconcertado—. Yo le conté lo que había averiguado sobre la situación de Darryl Sanders, y mis sospechas de que esa podía ser la causa de la envidia que Mary sentía hacia ella. Claire abordó a su amiga durante la semana, y se ofreció a ayudarla a ponerse en contacto con su padre, y Mary aceptó de buena gana. —Jeremy relajó las facciones y observó a su chica con orgullo—. Eso era lo que la niña necesitaba, alguien que la comprendiera y la consolara, pero, sobre todo, que la auxiliara en su problema.
—Eres una genia —expresó él. Kate sonrió con poco ánimo.
—No tanto. Mary y Claire han vuelto a ser grandes amigas, pero Mary no está bien.
—¿A qué te refieres? —preguntó con extrañeza.
—Mary convenció a Claire de hacer juntas un viaje a Boston para localizar a Darryl.
—¡Mierda! —masculló Jeremy, regresando la mirada al techo.
—Pretenden escaparse el jueves del colegio, aprovechando que hay una actividad deportiva y Trevor estará muy ocupado. Claire me llamó para informarme, y también para pedirme que las acompañara. Ella en realidad tiene miedo de realizar ese tipo de aventuras, pero, con tal de mantener la amistad con Mary, sería capaz de cualquier cosa…
—… Incluso, de entregar su virginidad a algún oportunista si esa estúpida se lo pide —completó Jeremy. Kate prefirió no realizar ningún comentario; sabía que él tenía mucha razón—. ¡Maldita sea! Mary está enamorada de Eric y Eric, presionado por su hermano, puede pedirle a ella que acceda a las exigencias de Ryan para quitárselo de encima, y Mary arrastrará a Claire —dedujo. Se frotó con cansancio el rostro.
—Pienso evitar de alguna manera que hagan ese viaje, pero aún no sé cómo abordar el tema de la fiesta —comentó Kate—. Claire está muy ilusionada porque ha recuperado a su amiga y por nada del mundo quiere perderla de nuevo.
Ella, al ver el rostro rígido y desesperado de él, le acarició el pecho con una mano, anhelando hallar una solución factible para eliminar de su vida lo que le angustiaba.
—Te juro que haré todo lo posible para evitar que le hagan daño.
Jeremy se giró hacia Kate y le plantó un beso profundo en los labios.
—Gracias —le dijo—. Sin ti, estaría perdido.
—No me agradezcas nada. Hace unas semanas me comprometí contigo para ayudarte con tu hermana —señaló, y alzó el dedo meñique, para recordarle la forma en que él le había exigido que firmaran el pacto. Jeremy sonrió y entrelazó su meñique con el de ella.
—Lo recuerdo —le dijo, y estiró el resto de los dedos para entrelazar toda la mano, como lo había hecho en aquella ocasión—. Recuerdo cada instante que hemos compartido juntos. Este tiempo ha sido el mejor de toda mi vida, gracias a ti.
Con una gran sonrisa de satisfacción grabada en sus rostros, ambos se enredaron nuevamente entre las sábanas, para amarse el mayor tiempo posible antes de tener que salir de aquel lugar mágico para enfrentar la realidad.
Esa noche, después de haber pasado horas reunida con Freddy y Maddie diseñando la nueva propuesta de tesis que les sugirió la profesora Adams, Kate bajó a la lavandería de la residencia para hacer la colada.
Mientras el aparato cumplía su ciclo, ella se sentó en un banco y tomó su teléfono móvil para llamar a casa.
Se sentía inquieta. La última conversación que mantuvo con su padre no había sido nada agradable. La relación con él se tensó desde que ella comenzó a relacionarse con Jeremy, aunque sabía que en algún momento eso debía suceder. Su padre la trataba como si fuera una niña pequeña que necesitaba que la controlaran. Si aspiraba a tener algo de autonomía, debía hacerle entender que era una mujer capaz e independiente, poseedora de un gran carácter gracias a sus enseñanzas.
—¿Hola?
Fue Martin Gibson quien respondió directamente la llamada. Kate sintió que el corazón le saltaba en el pecho al escuchar la voz vibrante de su padre.
—Hola, papá —respondió con firmeza. No debía mostrarse intranquila.
—Katherine, ¿va todo bien?
—Sí, papá. Llamaba porque necesito que me hagas un favor. ¿Estás ocupado? Es que es un poco largo de contar.
El hombre guardó unos segundos de silencio, inquietando más a la chica.
—¿Qué ocurre?
Kate respiró hondo antes de narrarle con lujo de detalles la situación de Claire Collins y Mary Sanders. Le habló de lo que le había confesado su madre, la asesoría que recibió de la profesora Olivia Adams, e incluso, de las últimas conversaciones que había tenido con la hermana de Jeremy. Por último, mencionó el conflicto que había entre los chicos del equipo de fútbol y la fatídica apuesta que habían hecho, así como la intención de Trevor Collins de resolver esa situación con la jornada recreativa y deportiva que se realizaría el próximo jueves. Lo único que obvió fue la parte sobre Ryan, el hermano de Eric, pues Jeremy aún tenía que confirmarla.
—¿Y en qué habías pensado? —inquirió Martin después de haber escuchado con atención toda la historia.
—Podrían realizarse sesiones sobre el bullying escolar en cada aula. Yo puedo enviarte por e-mail artículos con los casos más conocidos de acoso ocurridos en el país y en otras partes del mundo, para que los chicos debatan sobre ellos y desarrollen propuestas para evitar esos hechos. Con esas conclusiones podrían elaborar murales que se expongan en las aulas —explicó Kate—. El jueves yo iría con Freddy y Maddie para organizar una jornada de elaboración de carteles con eslóganes antibullying, para ponerlos también por todo el centro, y podríamos realizar un debate final en el comedor con todos los estudiantes.
—Eso suena muy bien —alabó con sinceridad Martin.
Como docente, comprendía que lo que le confesaba su hija era una situación delicada que podría empeorar rápidamente si no se tomaban, cuanto antes, las medidas necesarias. El instituto podría transformarse de la noche a la mañana en un hervidero de acosos entre estudiantes, situaciones que, él sabía, casi siempre terminaban en horribles y desgarradoras tragedias.
—El asunto es que no solo debemos tratar con los niños. Necesitamos llegar a los padres, para que comprendan lo que sucede y también tomen sus medidas. No hacemos nada con evitar el bullying en las escuelas si en la calle los chicos siguen teniendo el mismo comportamiento. Los padres deben estar alerta y apoyarnos en la campaña.
—Se podría organizar una asamblea extraordinaria para padres el viernes, donde ellos reciban una charla sobre el tema, con material informativo —propuso Martin—. En el instituto contamos con un excelente psicólogo que puede encargarse de eso, y en Providence existen organizaciones que se ocupan de ese tema. La actividad finalizaría con la exposición de los trabajos realizados por los chicos durante la semana.
—Sería bueno invitar también a la prensa.
—¿La prensa? ¿Pretendes montar un espectáculo? —preguntó él con cierta molestia.
—Papá, este tema debe llegar a la mayor cantidad de personas posible. Si otras instituciones ven lo que hacemos, nos seguirán, y así podremos concienciar a toda la ciudad. Imagina la cantidad de desgracias que evitaríamos.
Martin suspiró, sintiendo crecer la admiración en su pecho. Estaba orgulloso por las reflexiones a las que llegaba su hija.
—En la iglesia también podrías organizar algo, para llegar por partida doble a Deborah, la madre de Mary —agregó Kate.
—No descarto esa posibilidad. Justamente esta mañana, después de misa, el reverendo me comentó que quería visitar a Deborah para conversar con ella. Han llegado rumores a la iglesia de que la mujer se ha encargado de desprestigiar a Darryl y a su secretaria en cada sitio al que va, y eso ha empeorado el proceso de separación, ya que la familia de la secretaria parece hacer lo mismo en su contra —comentó Martin—. Llamaré a Patrick hoy mismo para explicarle este problema; así, cuando él se reúna en persona con ella, le hará entender lo mucho que su actitud está afectando a su hija.
—Eso sería genial.
—Y esta misma noche hablaré con Norah, la directora del instituto, y la pondré al tanto de lo que ocurre. Seguro que mañana, a primera hora, estaremos trabajando en la organización de los debates en las aulas —expuso Martin.
Kate sonrió satisfecha.
—Gracias, papá.
El hombre se mantuvo en silencio por algunos segundos antes de responder a su hija:
—Gracias a ti, hija, por confiar en mí y hacerme llegar tus ideas.
Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas. A pesar de la difícil relación que ambos llevaban, ella sabía que no existía en el mundo nadie mejor para llevar a cabo aquella tarea. Confiaba en su padre, aunque él desconfiara de ella algunas veces.
—El miércoles nos vemos. Dile a mamá que prepare un par de colchonetas para que Freddy y Maddie se queden en casa.
—Dalo por hecho. Mañana por la noche te llamo para contarte los avances que hayamos hecho.
—De acuerdo. Gracias, papá…, te quiero —expresó ella con un nudo en la garganta. No recordaba cuándo fue la última vez que le había dicho eso a su padre.
—Y yo a ti, cariño. Cuídate —respondió Martin, esforzándose por no demostrar lo deshecho que tenía el corazón.
Al cortar la llamada, él se quedó en su despacho, sentado en su sillón con las manos entrelazadas sobre el escritorio y la mirada perdida en la madera.
Su hija había crecido. Y mucho. Ahora era una gran mujer, inteligente y de buen corazón. Debía reconocer que había realizado con ella un excelente trabajo, aunque le costaba aceptar que ya había culminado, que era hora de dejarla que echara a volar.
Kate, por su lado, esperó unos minutos para recuperar la compostura antes de llamar a Jeremy para comentarle lo que había logrado con su padre. Después se reunió con sus amigos para organizar la labor que realizarían en Providence. Lo que ocurriera esa semana sería crucial para todos y, sobre todo, para los jóvenes involucrados en aquella difícil situación.