CAPÍTULO 2
Jeremy fue uno de los últimos en aparcar su Kia gris en el estacionamiento, situado junto a los edificios de Educación de la Universidad de Rhode Island.
Después de bajar de su coche y activar la alarma, caminó con pausa y rostro ojeroso por los largos senderos empedrados, envuelto en su grueso abrigo, con la mochila colgada de uno de los hombros y sin dejar de mirar el suelo. No había dormido nada la noche anterior; ni siquiera había podido terminar el trabajo. La conversación con Claire lo había dejado trastornado.
—¿Trajiste el ensayo de Psicología del Deporte?
Se sobresaltó al escuchar junto a él la voz de Abel Parker, un chico alto, negro y de cabellos ensortijados.
—Sí, aunque no está completo —expuso Jeremy, al recordar el escueto trabajo que llevaba en su pendrive.
—Uf, te la vas a cargar con Don Corleone —comentó con burla su amigo, haciendo referencia a su profesor, de ascendencia italiana, de Psicología del Deporte, cuyo rostro, siempre enfadado y de bigote poblado, les recordaba al despiadado personaje de la película El Padrino—. Te dio una semana adicional para mejorarlo, no para que le dieras nuevas excusas.
—Me he esforzado mucho, ¿vale? —mintió, arrepentido de no haber aprovechado la oportunidad que le habían dado.
Formaba parte del equipo de natación de la universidad, el cual se entrenaba duramente para participar en las competiciones nacionales de primavera. La universidad tenía una expectativa muy alta sobre su desempeño en esos juegos, e incluso habían conseguido que los financiaran algunos patrocinadores. Esa era una coartada perfecta para que los profesores le concedieran más tiempo en la entrega de los deberes, pero él casi siempre la desperdiciaba.
—Se te complicarán las cosas, tío. Ahora vas a tener que sorprenderlo gratamente en el examen de la semana que viene si no quieres meterte en graves problemas con esa asignatura —le vaticinó Abel.
Jeremy contrajo el rostro en una mueca de disgusto. Aquello pondría en peligro su participación en los juegos. No podía tirar por la borda el trabajo de todo el equipo, pero tampoco podía ignorar el problema de su hermana.
Desvió la mirada para serenar las emociones y organizar sus ideas…; todas sus preocupaciones desaparecieron al verla.
—Hablamos más tarde —dijo despidiéndose de Abel y encaminándose hacia la chica.
—¿A dónde vas? ¿No entrarás a clase? —preguntó su amigo contrariado.
—¡Tengo que resolver primero un asunto! —le gritó mientras atravesaba a toda prisa la marea de alumnos que se dirigían a sus respectivas clases para llegar hasta ella. La joven avanzaba en dirección a la biblioteca.
—Muchos países industrializados, incluyendo el nuestro, poseen programas y políticas especiales para la inclusión educativa —expuso Maddie, quien caminaba encogida dentro de su abrigo. Esa mañana había amanecido húmeda y fría.
—Pero sigue existiendo discriminación en las escuelas. Los docentes no cuentan con una formación sólida que los ayude a superar las diferencias entre sus alumnos —debatió Freddy Morgan, un joven alto, robusto y de cabellos negros que compartía con ellas algunas materias.
—Creo que el punto débil está en el programa educativo —argumentó Katherine, con rostro pensativo y las manos metidas dentro de los bolsillos de su abrigo—. El programa de educación especial está diseñado según el perfil clínico del niño, es decir, atiende su condición, pero no lo ayuda a integrarse en la sociedad. Y el sistema tradicional no considera los distintos ritmos de aprendizaje, ni siquiera de los alumnos que no poseen una discapacidad. Por eso nunca ha habido un avance de grupo; todo se centra en la competencia, en quién saca mejores notas o hace mejor las cosas.
—Entonces, ¿piensas que lo que debería cambiar es el programa educativo? —inquirió Freddy con el ceño fruncido.
—Pienso que no se consigue nada con diseñar un proyecto que enseñe a los docentes estrategias para manejar diferentes tipos de discapacidad si siguen implantando en su aula el método competitivo —se defendió Kate—. No solo los discapacitados quedarán relegados del grupo; entre el resto de los niños también existen diferencias. La discriminación en el aula es un mal de toda la vida, no de ahora.
—¡Qué exigente te has vuelto! —le recriminó Maddie. Llevaban varios días discutiendo el tema en el que se centraría la tesis que realizaría el trío, pero Kate no se mostraba conforme con ninguna propuesta.
—¡Katherine!
Ella se quedó petrificada al oír la voz de Jeremy a su espalda. Se giró sobre sus talones y lo observó con asombro. Él respiraba con agitación por haber corrido para alcanzarla, y mantenía esa sonrisa chispeante que tanto la había hecho suspirar, aunque, lamentablemente, esa vez estaba vestido.
Tuvo que contenerse para no llevar su mirada a su entrepierna.
—¡Vaya, vaya!, ¡pero si es el señor polo de hielo! —se mofó Maddie, que recibió una mirada mortal por parte del susodicho.
—¿Logré cambiar tus preferencias sexuales, querida pastelito? —la fustigó Jeremy, pero la chica lo que hizo fue aumentar la sonrisa.
—¡Qué iluso! Para eso necesitarías tener el cuerpo de Jason Statham, la personalidad arrolladora de Hugh Jackman, la cuenta bancaria de Bill Gates, el carisma de… —Se calló, al pensar mejor lo que decía—. Olvídalo, es demasiado para ti.
Jeremy la ignoró y regresó su atención a Kate.
—Necesito hablar contigo.
—¿Vienes a devolverle la ropa? —lo fastidió Maddie, pero cerró la boca enseguida al recibir una mirada reprobatoria de su amiga.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Freddy lleno de curiosidad. Maddie lo tomó por el brazo y lo animó a que continuaran su camino hacia la biblioteca.
—Acompáñame. Te contaré una historia perturbadora, ocurrida una gélida noche de invierno… —relató la joven con voz teatral mientras ambos avanzaban por el camino empedrado.
—¿Cómo la soportas? —preguntó Jeremy cuando estuvieron solos, y posó una mano en la parte baja de la espalda de Kate para dirigirla al pequeño muro de piedra que separaba el sendero de los jardines, donde podían sentarse a conversar.
El contacto la sobresaltó, pero intentó disimularlo.
—¿Qué sucede?
—Necesito hacerte una pregunta —le dijo clavando la mirada en los ojos azules de la chica, escondidos tras las gafas de pasta. Ese día se había puesto un gorro de lana color mostaza, algo grande para el tamaño de su cabeza, pero que a él le parecía adorable.
—¿Sobre qué?
—Verás, yo no debería preguntarte esto, pero créeme, realmente necesito conocer la respuesta —expresó él con cierta inseguridad. El corazón de Kate comenzó a bombear con fuerza, hechizada por su atractivo masculino—. ¿Tú eres… virgen?
La chica dejó de respirar y arqueó las cejas.
—Lo siento —se disculpó Jeremy con una sonrisa—, te juro que es importante para mí saber si es así.
Kate permaneció inmóvil. Jamás imaginó que el chico por el que suspiraba en secreto fuera a hacerle alguna vez una pregunta como esa.
—¿Lo eres? —exigió él. La chica asintió con timidez, con el rostro sonrojado por la vergüenza—. ¡Perfecto! —exclamó, y se palmeó una rodilla; la sonrisa no le cabía en el rostro.
Kate aún estaba perpleja.
—Necesito tu ayuda —continuó Jeremy, se acercó a ella y le tomó una de las manos sin previo aviso. El contacto le agitó a la mujer un cúmulo de sensaciones en el vientre. Los ojos le chispearon llenos de expectativa—. ¿Recuerdas a mi hermana?
Ella volvió a asentir; no podía hacer nada más. Comprendía perfectamente por qué las mujeres se peleaban las atenciones de ese hombre: el timbre de su voz, su aroma, el brillo de su mirada y la forma de sus labios estaban hechos para seducir.
—Las amigas de Claire la están acosando para que pierda la virginidad —confesó él, que seguía sin notar el aturdimiento de la joven—. Necesito que me ayudes a convencerla de que no lo haga y buscar una manera para que no se burlen de ella.
Los ojos de Kate se ampliaron. Sabía muy bien lo crueles que podían ser las burlas de los chicos en la escuela, porque había sufrido personalmente ese tipo de acosos. Vivió sus peores años en el instituto, donde la tildaron de «rara» y «estúpida» por ser una chica aplicada, tranquila y poco atractiva. Nunca pudo resolver esa situación, todo terminó cuando entró a la universidad.
—Creo que no soy la persona indicada —se excusó. Además, el sexo nunca había sido su especialidad.
—¿Qué dices? ¡Eres perfecta! —gritó él. Las mejillas de la joven se inundaron de rubor—. No habría nadie mejor para ese trabajo.
—Tienes a otras amigas.
—¿Amigas? —Jeremy emitió un bufido—. En realidad, no tengo amigas, solo amigos, y si te refieres a las mujeres que suelen perseguirme, no permitiría que ninguna de ellas se acercara a mi hermanita, y mucho menos para hablarle de sexo.
—Pero yo…
Jeremy no podía permitir que la joven se negara. Claire era muy importante para él, la ayuda de Kate sería significativa.
—Ya te lo dije, eres una mujer perfecta, Katherine. —Ella se estremeció al escuchar su nombre salir de aquellos labios—. Eres el mejor ejemplo para mi hermana.
Millones de mariposas revolotearon en el vientre de Kate y la conmovieron hasta la médula. No podía ignorar una petición de Jeremy Collins.
—Lo… intentaré —dijo al fin sin mucho convencimiento. El joven, invadido por una gran emoción, la estrechó entre sus brazos en un firme abrazo que avivó aún más la llama en ella.
—Gracias. —La tomó por los hombros y la miró a los ojos—. Durante el almuerzo planearemos nuestra estrategia, ¿de acuerdo? —Él se levantó con renovados ánimos, dispuesto a hacer frente al profesor de Psicología del Deporte, tanto por entregar un ensayo incompleto como por presentarse unos minutos tarde a su clase—. Te estaré eternamente agradecido, de veras. —Y se marchó.
Kate se quedó allí, inmóvil y desconcertada. No podía creer que hubiese recibido un abrazo de Jeremy Collins…, aunque, pensándolo bien, sus muestras de agradecimiento no la ayudarían a resolver el tremendo embrollo en el que se había metido.
La conversación con Jeremy había cambiado por completo su lunes. Le fue imposible mantener la atención en clase en toda la mañana. Se sentía tan ansiosa que, apenas llegó la hora del almuerzo, fue la primera en salir del aula para dirigirse a la cafetería y tratar de aplacar su nerviosismo con una bebida antes de reunirse con el joven.
—El proyecto para incentivar la lectura y la creación literaria con representaciones teatrales me parece genial, porque podemos abarcar distintas áreas: lenguaje, artes, historia, geografía y hasta biología. Pero el ecológico me resulta increíble —declaró Maddie, mientras ambas salían de la cola de la cafetería con sus vasos llenos con un espumoso capuchino—. Imagínate. Lograr un cambio social a través del consumo responsable, que no solo se base en educar sobre la sostenibilidad medioambiental, sino que enseñe a los niños normas de alimentación saludable. Ese sería un cambio importante.
Kate se sentó en una mesa cercana al ventanal y observó con inquietud hacia el exterior.
—El tema que propuso Freddy también es interesante. Ese de la gymkana de colores, donde cada color representa una actividad deportiva diferente o un juego recreativo, que motive a los niños a realizar deporte, compartir, trabajar en equipo y relacionarse entre ellos; eso permite que los chicos se integren —continuó fustigando la joven, sin notar que su amiga no le prestaba atención—. Él se ha especializado en el tema de la integración escolar, creo que no tendremos problemas con la teoría si elegimos ese proyecto.
Maddie alzó el rostro hacia Kate y al verla con la mirada perdida en los jardines de la universidad, removiendo su café sin haberle agregado aún el azúcar, puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
—Si elegimos el proyecto deportivo, podemos pedirle ayuda a Jeremy Collins. —Amplió la sonrisa cuando Kate giró rápidamente el rostro hacia ella. Ahora sí contaba con toda su atención.
—¿Jeremy? —inquirió esta con desconcierto.
—Sí, Jeremy. Estudia Educación Física, es experto en juegos… —expuso la chica con tono sarcástico, haciendo referencia al tema sexual y no al educativo. Kate achinó los ojos para traspasarla con una mirada severa.
—El hecho de hacer una tesis entre tres personas nos compromete a realizar un trabajo excepcional; si incluimos a Jeremy, nos exigirán mucho más.
—Yo no digo que lo incluyamos en la tesis, hablo de pedirle asesoramiento —expuso Maddie con una teatral inocencia, al tiempo que abría los sobres de azúcar para agregarlos a su café—. Podrías pedirle que vaya esta noche a nuestra habitación para explicarle el proyecto —continuó, y dirigió una mirada llena de picardía hacia su amiga—. Hoy me quedaré con mi novia en su departamento, la ayudaré a redactar unas cartas para solicitar un préstamo al banco, aprovecha que estarás sola e invítalo —propuso.
—¿¡Qué!? ¿Qué voy a hacer con Jeremy en mi cuarto?
Maddie arqueó las cejas.
—¿Necesitas ideas? No te preocupes por eso, Jeremy es experto en distracciones.
Kate procuró ocultar su nerviosismo.
—Olvídalo. Eso jamás sucederá —expresó la joven con un deje de decepción en la voz. Sabía que ella no era el tipo de mujer que Jeremy buscaba; nunca lograría que él la mirase con ojos llenos de deseo.
—Idiota. Si no te lanzas a la aventura, jamás sabrás si es divertida o no.
—Ya lo he hecho, y sé que no es divertida.
—No generalices, Katherine. Porque una vez tuviste una decepción, no quiere decir que todas las demás serán igual. Eres demasiado inteligente para creer eso.
La joven suspiró con cansancio y se levantó de la mesa.
—¿A dónde vas? —preguntó Maddie desconcertada.
—A la biblioteca. Tengo que hacer unas fotocopias —mintió mientras tomaba su mochila y el café.
—¿No vamos a almorzar?
—No tengo hambre. Hablamos en clase —informó, y se encaminó hacia la puerta de la cafetería.
—Kate —la llamó Maddie. Ella se giró para observarla con resignación—. Manda a la mierda todo lo que te moleste. La vida es muy corta para desperdiciarla con desilusiones.
La chica bajó la vista mientras asimilaba aquellas palabras, luego se despidió de su amiga con una mano y se giró para marcharse en dirección a la biblioteca. Al llegar, se sentó en un banco de piedra junto a los jardines laterales, donde pudo tomar su café sin dejar de pensar en la sentencia de Maddie.
Minutos después, y al ver que Jeremy no aparecía, comenzó a sentirse una estúpida. ¿Qué demonios hacía? ¿Por qué le daba tanta importancia a un sujeto que durante toda su vida había pasado de ella y solo la veía como la vecina buena?
Era una pérdida de tiempo estar allí; debía ocuparse de sus estudios. Todo iría bien mientras se dedicara a su futuro como maestra. Cada vez que pretendía encauzar su vida hacia áreas más banales, algo salía mal y trastocaba su existencia.
En medio de un suspiro, tomó su mochila y se la colgó al hombro, dispuesta a regresar a los edificios de aulas. Aún le quedaba media hora antes de entrar a la próxima clase, podía leer un poco. La lectura la ayudaría a cultivar el intelecto y controlar las hormonas.
Echó a andar por el sendero empedrado, pero se detuvo al ver a Jeremy correr hacia ella. Se quedó paralizada, sin saber qué hacer: si se hacía la desentendida o lo recibía con una sonrisa. No quería que él notara su ansiedad.
No obstante, la sonrisa arrebatadora de él le eliminó todo rastro de inteligencia. Se mantuvo como una estatua en el mismo sitio, con el corazón martilleándole en los oídos.
—Sabía que estarías aquí. Discúlpame por llegar tarde —se excusó el joven, al tiempo que intentaba recuperar el resuello.
—No te preocupes, llegaste a tiempo —se esforzó por responder. Desde que tenía cinco años, la presencia de Jeremy Collins la afectaba.
—¿Podemos sentarnos? —preguntó, y señaló el banco de piedra donde ella lo había esperado. Kate asintió y se sentó en una esquina, abrazando la mochila contra su pecho.
Su ansiedad creció cuando él se sentó muy cerca, con una pierna rozando la de ella. Su calor y su fragancia la abrumaron.
—Verás —comenzó Jeremy—, las amigas de mi hermana dicen haber tenido sexo y la incitan a hacer lo mismo. Claire es una niña, hace poco cumplió los doce años, no debería estar pensando en esas cosas, pero todos los días se burlan de ella en la escuela, y lo peor es que pronto harán una fiesta en la que pretenden obligarla a perder su virginidad.
—¿Y cómo quieres que intervenga?
—Habla con ella. Convéncela de que no lo haga y se aleje de esas niñas —pidió él.
Kate suspiró, sabía por experiencia que eso no sería un trabajo fácil.
—Y en vez de negociar con Claire, ¿no crees que sería mejor hablar con sus amigas?
—Si le dirijo la palabra a esas tontas será para exigirles que se alejen de mi hermana —expresó con dureza—, pero Claire no quiere que lo haga; son las mejores amigas que tiene. —Se quedó pensativo unos segundos—. En realidad, son las únicas que le conozco. No las quiere perder.
—Si todas sus amigas han tenido sexo, será inevitable que ella también lo tenga, ¿no te parece?
—¡Es una niña! —afirmó Jeremy con la mandíbula apretada y el ceño fruncido.
—Pero es un problema del grupo, no solo de Claire.
—No me importa lo que hagan las otras, solo lo que hace mi hermana. —Él se acercó a Kate y la obligó a que alejara una de las manos de la mochila para poder envolverla entre las suyas—. Claire no está preparada para eso, ¿y si queda embarazada? ¿O termina con alguna enfermedad venérea? ¿O con un trauma psicológico? Su vida se destruirá, y la de mi padre…, y la mía.
El corazón de la joven se arrugó al ver el rostro suplicante del joven.
—Ya te he dicho que no soy la indicada para ayudarla. No sé nada de sexo.
—Claro que eres la indicada. ¡Eres virgen! —expresó Jeremy, como si aquello resolviera el problema. Kate miró hacia los lados con nerviosismo, para asegurarse de que nadie había escuchado sus palabras—. Podrías explicarle cómo has hecho para llegar virgen a los veintiuno.
Ella bajó los hombros en señal de derrota y desvió el rostro para esconder su frustración. Su exitosa proeza la había logrado porque las únicas personas que se le acercaban en la escuela eran niñas tímidas, silenciosas y obsesionadas con los estudios, como ella; las alegres y populares la evitaban como la peste. Tal vez, si hubiera logrado congeniar con ese tipo de chicas, la historia habría sido otra.
—Mi experiencia no le servirá —concluyó.
Jeremy tomó el mentón de Kate con una mano y le levantó la cabeza para poder mirarla a los ojos. Ella, al ver que estaba a escasos centímetros de él, dejó en libertad un torrente de adrenalina que le agitó por completo el organismo.
—Ayúdame, te lo ruego. No sé qué hacer —le suplicó.
Sin embargo, al tenerla tan cerca, él pudo apreciar con mayor detalle el rostro de la chica. La piel que sus dedos tocaban era tan suave como el terciopelo, y los ojos se le estiraban un poco hacia el exterior, concediéndole una forma seductora, similar a una almendra, con los iris tan azules que parecían un mar limpio y profundo, de un turquesa intenso. Cada vez que ella parpadeaba, las pestañas, largas y de color castaño, se abrían y cerraban como las alas de una mariposa; y los labios, aunque no se había puesto ningún tipo de maquillaje, tenían tanto color y brillo que le hacían agua la boca.
Le resultaba imposible dejar de admirarla. El rostro celestial de Katherine Gibson era tan hermoso y perfecto que se sintió perturbado.
Kate se atemorizó al notar que Jeremy observaba enfebrecido sus labios. La sangre se le congeló por los nervios. Jamás había tenido tan cerca a un chico, mucho menos a uno como él, con una mirada tan abrasadora y peligrosa.
Se aclaró la garganta y se incorporó en el banco para evitar su contacto.
—Yo tampoco sé qué hacer —reveló.
Él la observó con desconcierto. Conocía a Kate desde la infancia; vivía a pocas casas de la suya. En varias ocasiones se había sentado a su lado en la escuela para copiarse en un examen, o le había insistido para que trabajaran juntos en alguna tarea, y garantizar así que le aprobaran una materia. Sin embargo, jamás había detallado sus facciones.
Era hermosa, eso siempre lo supo, pero para él su belleza no poseía un atractivo que despertara la virilidad en un hombre; era más bien el tipo de hermosura que cautivaba, digna de admirar, de esas que conmovían y que deseabas proteger. Similar al de una niña. No obstante, ahora se daba cuenta de que Kate hacía tiempo que había dejado atrás la niñez. La realidad le golpeaba la cabeza con la fuerza de un yunque. No entendía cómo no se había percatado de ese pequeño detalle, aunque nunca era tarde para rectificar los errores.
Se relamió los labios sin dejar de evaluarla. Quería quitarle las gafas y contemplarla durante más tiempo, hasta lograr descubrir en ella algún defecto que la hiciera real. Todo lo que veía era perfección.
—Te necesito —le dijo, sin estar muy seguro de a qué tipo de necesidad se refería, si era para cubrir su apetito carnal o para ayudar a su hermana.
Kate se mordió los labios y lo miró con la cabeza ladeada. Reconoció que era imposible negarle algo a él, sobre todo, cuando la miraba con tanta intensidad.
—Está bien, lo haré —le aseguró, y Jeremy sonrió.
Sí, la necesitaba para ayudar a su hermana, pero también anhelaba con furia probar esos labios. Kate representaba para él un reto, un fruto prohibido y aún oculto que de alguna manera debía tomar.
Hasta ahora, a Jeremy Collins no se le había escapado ninguna mujer, y Katherine Gibson no iba a ser la primera.