CAPÍTULO 5
Tocó con suavidad a la puerta y lamentó que se abriera inmediatamente. Necesitaba tiempo para recuperar la paz mental antes de entrar en el santuario privado del chico que más había anhelado en la vida.
—¿Listo? —preguntó Jeremy. En su rostro se podía leer la ansiedad.
—Creo que sí… —respondió Kate, pero antes de que pudiera agregar algo más, él la tomó de la mano y la introdujo en su habitación, cerrando la puerta tras ella.
Quedó paralizada en medio del cuarto. El corazón dejó de funcionarle varios segundos. Por instinto, repasó con la mirada la estancia. Aquel lugar no era ni la sombra de lo que había imaginado.
Pensó que sería un dormitorio desordenado, lleno de ropa sucia, utensilios deportivos, accesorios olvidados por las mujeres que él llevaba a su cama y, quizás, algunos libros; imaginó las paredes cubiertas por pósteres de modelos desnudas inclinadas de manera provocativa sobre coches de carrera. En resumen, la típica habitación de un playboy universitario.
En cambio, la alcoba era completamente diferente: ordenada y con dos de las paredes tapizadas con estantes que contenían libros, trofeos, pequeños coches de colección, así como recuerdos de diversos estados del país que tal vez adquirió al viajar con el equipo de natación. En un rincón se encontraba un pedestal que terminaba en una barra horizontal, colmada de medallas, y en la pared, sobre la cama, se hallaban colgados algunos accesorios de pesca.
En el escritorio de estudio podía divisarse el portátil, junto a una amplia colección de cedés. En ese momento sonaba el tema «Mirrors» de Justin Timberlake.
—¿Cómo fue? —La voz de Jeremy repiqueteó muy cerca de su oído, con una suavidad tan marcada que a Kate le erizó cada uno de los vellos de la piel.
—Yo… hice todo lo que pude —respondió con inseguridad.
Respiró hondo, para llenarse los pulmones con el aroma masculino, que allí se hacía más intenso. Cada cosa olía a él.
Jeremy le quitó de las manos el abrigo y lo lanzó sobre la cama; luego la condujo hacia un sillón caoba de dos plazas que había contra la pared, bajo la ventana. Él se sentó muy cerca de ella y posó una de sus cálidas manos sobre la rodilla de la chica.
—Dime qué te dijo. ¿Qué piensa hacer para evitar que sus amigas la acosen?
Ella se recostó en el respaldo con las manos entrelazadas sobre su vientre. Procuraba olvidarse del contacto que le calcinaba la piel de la rodilla para darle razón sobre el asunto de Claire.
—La dejé evaluando sus posibilidades.
—¿Eso es todo? —consultó él con el ceño fruncido.
—Es una decisión de Claire. Si la obligas a algo, la empujarás a hacer lo contrario —explicó—. Lo mejor es presentarle todos los escenarios posibles, para que ella elija el camino que quiere seguir.
—No es suficiente. Claire es una niña, no sabe lo que es mejor para ella.
—No es un bebé que depende completamente de los demás. Es una muchacha con identidad que pronto será adulta. Si no la enseñas a tomar decisiones ahora, después será imposible.
Jeremy la observó con detenimiento y el rostro endurecido. Kate suspiró con cansancio.
—Tienes que confiar en tu hermana. No podrás vigilar cada paso que dé, y créeme, este no será el único inconveniente que se le presentará en la escuela, ni el peor —declaró ella con seriedad—. Las amigas de tu hermana lo único que quieren es que Claire viva la misma experiencia, aunque no son capaces de medir las consecuencias que eso pueda acarrear. —Jeremy apretó los puños—. Quizás cuando ellas lo intentaron fue lindo y piensan que a tu hermana puede ocurrirle igual. O tal vez vivieron un trauma desalentador y odian a Claire por no experimentar lo mismo.
—Eso suena bastante egoísta. Esas niñas han sido amigas de mi hermana desde siempre —masculló él.
—No puedes descartar ninguna posibilidad —declaró Kate—. No sabemos qué motiva a esas chicas a insistir con el tema; no las podemos juzgar, pero tampoco puedes alejarlas de Claire. Lo mejor es enseñarle a tu hermana a relacionarse con todo tipo de personas, y aprender a tomar de cada una lo mejor.
El joven endureció la mandíbula y se pasó una mano por los cabellos, en un gesto de desesperación.
—¿Qué puedo hacer?
—Nada. Solo esperar y confiar en ella.
—No me gusta esa idea —expuso con irritación, y se levantó para detenerse en medio de la habitación con las manos apoyadas en las caderas.
Kate se acercó a él, con ganas de abrazarlo y asegurarle que todo iría bien. Su pena la afectaba, pero ni ella misma podía garantizar que aquella situación tuviera un final feliz. Eso dependía de Claire.
—Jeremy, eres su mejor amigo, y debes recordar que los amigos aconsejan sin imponer. Dale su espacio para pensar.
El joven se giró para encararla y dirigirle una mirada profunda, que reflejaba inquietud.
—No quiero que Claire sufra. No estoy dispuesto a sentarme a ver cómo la humillan y la obligan a ir en contra de sus propios principios.
—Recuerda que la idea de guardar silencio sobre el tema fue tuya. En estos casos, lo ideal sería hablar con tu padre para que él se reúna con los padres y maestros de esos niños y, con un asesor cualificado, puedan solventar el conflicto —indicó. Jeremy guardó silencio; aunque le doliera, ella tenía toda la razón—. Confiaste en mí para ayudar a tu hermana; ahora te pido que mantengas esa confianza. La fiesta es dentro de tres semanas, aún queda tiempo.
Ambos se mantuvieron algunos segundos allí, frente a frente, mirándose con intensidad.
—Está bien —aseguró él—. No haré nada, pero no me dejarás solo en esto. ¿De acuerdo? —pidió, y levantó su mano derecha con el dedo meñique en alto.
Ella arqueó las cejas. Aquel era el gesto que había visto hacer al grupo de Jeremy desde el instituto cuando querían cerrar un trato. Pero su cometido ya había terminado, ¿qué más esperaba ese chico de ella?
Aunque decenas de dudas surgieron en su cabeza, no pudo ignorar la súplica silenciosa que veía en aquellos ojos oscuros. Alzó la mano derecha y entrelazó el meñique con el de él.
—De acuerdo —le dijo.
Entonces Jeremy separó los dedos con rapidez y tomó su mano, obligándola a entrelazar todos los dedos. Dio un paso hacia ella y bajó el rostro para aproximarlo al de la chica.
La temperatura del ambiente que envolvía a Kate aumentó diez grados de pronto. Lo que ahora percibía en esos ojos negros eran lenguas de fuego que calcinaban todo su valor. Se sentía pequeña frente a él, rodeada por su presencia.
—Cómo quisiera volver atrás en el tiempo y evitar que sufrieras aquellos acosos —confesó Jeremy refiriéndose a la época del instituto, cuando ella era solo la chica inteligente que se sentaba junto al escritorio de los maestros y solía ser el blanco de las burlas de la clase.
Kate se conmovió por sus palabras. Sintió el corazón hincharse en su pecho.
—Evitaste algunas de esas situaciones.
—Si hubiera sabido lo mucho que te afectaban, te juro que habría hecho más para impedirlo. Ahora que mi hermana es acosada y sufro con ella, puedo entenderte.
La confesión le robó un suave gemido a la chica.
—Dejemos atrás el pasado —expresó con voz temblorosa—. Ahora lo que importa es Claire.
—Y tú —aclaró él, y se acercó más a los labios de la mujer—. También importas tú.
Ella cerró los ojos al notar a Jeremy a escasos centímetros de su rostro, pero la voz potente de Trevor Collins la sobresaltó.
—¡La cena está lista! —vociferó el hombre desde las escaleras.
Kate se alejó con nerviosismo, y escuchó a Jeremy mascullar una maldición.
—Lo siento —dijo ella, aunque no sabía por qué debía disculparse. Se apresuró a caminar hacia la cama, tomar su abrigo y dirigirse a la puerta, con intención de abrirla y salir de allí pitando, pero antes de que pudiera poner un pie en el pasillo, Jeremy la detuvo aferrándola por un brazo.
—Espera —le pidió. Kate estuvo a punto de negarse, pero la aparición repentina de Claire le cerró la boca.
—¡Kate, aún estás aquí! —expresó la niña con una tímida sonrisa—. ¿Te quedarás a cenar con nosotros?
Ella comenzó a mover la cabeza de un lado a otro para negarse al ofrecimiento; tenía la vergüenza arremolinada en las mejillas.
—Claro que lo hará —garantizó Jeremy—. Papá ha estado preparando la cena para todos, ¿no pensarás rechazarlo ahora? —la aguijoneó.
Kate se mordió los labios. Sería de mala educación irse y no aceptar la comida que Trevor Collins había cocinado para ella.
—De acuerdo. Me quedaré —claudicó con resignación.
Jeremy y Claire ensancharon la sonrisa. Él apoyó una mano en la parte baja de la espalda de Kate para dirigirla al comedor; aquel contacto le provocó a ella un escalofrío.
Mientras bajaba las escaleras, flanqueada por los hermanos Collins, procuraba sosegar sus emociones. Estar en esa casa, tan cerca de Jeremy, la excitaba más de lo normal y la hacía comportarse de forma extraña. Se sentía diferente y eso la asustaba.
Cruzaron la sala y el cuarto de estar hasta llegar a la cocina. La estancia estaba rodeada de ventanales. A la izquierda se hallaba la cocina en sí, toda fabricada en granito y acero, y a la derecha, el comedor, con una gran mesa rectangular de madera de roble para seis comensales.
—Como no sabía que vendríais, no he podido hacer una cena más elaborada —se excusó Trevor mientras colocaba vasos de cristal en los sitios de los jóvenes.
—Allí tienes un baño, por si quieres lavarte las manos —le dijo Jeremy, señalándole el cuarto junto a la puerta de la cocina.
Ella agradeció de buena gana el gesto. Necesitaba soledad no solo para asearse, sino para calmar a su organismo.
Minutos después, cuando todos estuvieron preparados para la cena, Jeremy la colocó en la silla pegada a la suya. Su padre se sentó en la cabecera y Claire, frente a él. Sobre la mesa había dispuestas varias bandejas ovaladas: la primera, con tiras de pollo asado; otra, con carne y menestra de verduras; en la tercera se divisaba una ensalada de tomates, cebolla y aguacate; y en la última, una ensalada de zanahoria y col cortadas en tiras y aderezadas con un toque de perejil y mayonesa. También descubrió una fuente repleta con delgadas tortitas de harina y algunos envases pequeños con diferentes salsas para untar.
—Espero que te gusten las cenas sencillas, Kate. Esto es una especie de taco mexicano, pero preparado a mi estilo —formuló Trevor mientras se ocupaba de rellenar su crepe.
—Se ve delicioso, señor Collins.
—¿Señor Collins? —pronunciaron Jeremy y su padre al mismo tiempo, ambos con una sonrisa divertida en los labios.
—Toda una vida conociéndonos, ¿y aún me tratas con tanta formalidad?
—Lo siento, es la… costumbre —justificó.
—Desacostúmbrate —le pidió Jeremy, y colocó sobre su plato una tortita vacía—. Prepárala a tu gusto —le dijo señalándole las diferentes opciones.
Kate los observó con disimulo unos segundos, sintiendo una agradable sensación en el pecho. Le fascinaba la familiaridad con que ellos actuaban: en aquella mesa abundaban las risas y las posturas relajadas. Cada quien comía lo que le apetecía y aderezaba su cena con el tipo de salsa que prefería.
—¿Cómo le ha ido a tu padre con la venta de los instrumentos musicales? —le preguntó Trevor a Kate, dando un mordisco a su burrito rebosante de pollo y ensalada de aguacate.
—Muy bien —confesó ella, al tiempo que untaba ketchup en su tortita—. Posiblemente montará una tienda, junto con Aaron Randall.
Trevor enarcó las cejas con sorpresa y asintió con la cabeza.
—Randall tiene buen olfato para los negocios; estoy seguro de que les irá muy bien.
—Él se está volcando mucho en esa asociación —reveló Kate—. ¿Y a usted cómo le va con su blog deportivo? —preguntó, para desviar la conversación de su familia.
—Excelente —expresó con una sonrisa de satisfacción—. Las visitas aumentaron cuando incluí las asesorías gratuitas y la venta de artículos deportivos y manuales.
—Se pasa todo el día frente al ordenador —se quejó Claire, y se llevó a la boca una tira de pollo que cogió con la mano.
—Si respondo con rapidez a los clientes, los mantendré satisfechos, y eso se traduce en dinero —refirió el hombre dando un trago al zumo de fresas que había preparado.
—Pero tienes que marcarte unos horarios. Recuerda que no debes pasar mucho tiempo sentado —le recordó Jeremy.
Trevor torció el gesto en una mueca, fastidiado por la reprimenda. Ella los miró con los ojos muy abiertos; jamás se le ocurriría decirle a su padre lo que tendría que hacer delante de otros. Todavía le costaba incluso decírselo en la intimidad.
—Papá, Kate me dio una idea para decorar mi habitación —expuso Claire de forma repentina. Katherine casi se atraganta con el trozo de tortita que tenía en la boca. Trevor y su hijo mostraron sorpresa.
—¿Decorar? —preguntó Trevor con incredulidad.
—Sí —confirmó la niña—, para darle un aire más adulto.
Jeremy y su padre dirigieron su atención a Kate, quien no pudo evitar sonrojarse.
—No quise decir que ahora esté mal —aclaró ella—. Es solo… —No supo qué agregar; de pronto se sintió una intrusa, y le entraron unas ganas terribles de salir corriendo de esa casa y ocultarse bajo tierra.
—Es un cuarto para niñas —se quejó la chica.
—¿Y qué eres? —rebatió Jeremy.
—Tengo doce años —lo desafió Claire con la mirada fija en su hermano.
—Aaah, entonces deberíamos buscarte un trabajo para que ayudes a pagar las cuentas —la reprendió él, y achinó los ojos al igual que la joven, respondiendo a su desafío.
Kate sintió el corazón palpitarle en la garganta mientras miraba a uno y a otra, petrificada en su asiento.
—Claire tiene razón —argumentó Trevor con mucha calma—. Es hora de darle un aire diferente a su habitación.
La niña sonrió victoriosa mientras Jeremy la ignoraba dando un gran mordisco a su crepe y negando con la cabeza.
—¿Y en qué habíais pensado exactamente? —preguntó el padre con los ojos clavados en Kate.
Ella casi se encoge en la silla. En ningún momento había dicho que participaría en aquella remodelación.
—Un estante aéreo con puertas de vidrio para guardar mis muñecas, y al mismo tiempo exhibirlas —respondió Claire con seguridad.
—Es una buena idea. Puedo hablar con Philips para que nos haga un diseño —propuso Trevor, refiriéndose a uno de sus vecinos, quien tenía un gran talento para construir muebles de madera.
—¿Puedo también empapelar la habitación? —inquirió Claire.
—Claro —aseguró su padre—. Tendrás que ir un día a elegir el modelo a la tienda de Franny y luego me avisas para comprarlo.
—¿Puedes acompañarme el próximo fin de semana? —Claire se dirigió a Kate.
La joven aún no salía de su sorpresa al verse incluida en la conversación de los Collins.
—No —respondió Jeremy mientras se limpiaba las manos con una servilleta de tela y tragaba el bocado de burrito que tenía en la boca para poder hablar—. El próximo fin de semana tengo una competición amistosa en la universidad y Kate me prometió que me acompañaría.
Ella miró a Jeremy con los ojos como platos. ¿Cuándo le había prometido tal cosa?
—¿Y entre semana? —insistió la niña depositando una mirada ansiosa en Kate.
—Vamos, vamos, dejad de acosarla. Quizás ella tiene otras cosas que hacer —arguyó Trevor, tomando la cuchara para prepararse una segunda tortita.
—Podemos venir el sábado en la tarde —dispuso Jeremy—. El torneo se celebrará el viernes, y la mañana del sábado será solo para la final femenina y la entrega de medallas. Para el mediodía estaremos libres —explicó. Sus profundos ojos oscuros se mantenían fijos en Kate y barrían todas sus inquietudes, derritiéndola por completo.
Ella se mordió los labios y no pudo más que asentir con la cabeza, sin apartar la mirada de él. Una de las comisuras de los labios del joven se alzó en una sonrisa, que estuvo a punto de arrancar un suspiro en ella.
—Pero iremos solo Kate y yo, nadie más —reclamó Claire, dirigiendo a su hermano un dedo acusador. Jeremy perdió la alegría y observó a su hermana con el ceño fruncido.
—No te dejes acaparar por estos dos, Kate —pidió Trevor—. Puedes decir que no con libertad.
—No se preocupe, señor Collins —logró decir ella, pero al ver la mirada de advertencia que le lanzó el hombre, rectificó—: Digo…, Trevor… Si Jeremy me trae en su coche, podré ir con Claire a elegir el empapelado el sábado por la tarde.
—Y regresaremos juntos el domingo a la universidad —completó Jeremy, reflejando una alegre expectativa.
La cena continuó; la conversación se centró en la remodelación de la habitación de Claire y el posible arreglo de otras partes de la casa. La ansiedad que había crecido en Kate al verse involucrada en la vida de esa familia se fue transformando en satisfacción. No solo le encantaba que otros necesitaran de ella y la tomaran en cuenta para hacer cambios importantes en su vida; lo que más la emocionaba era que fuese esa familia en concreto quien le ofreciera esa oportunidad.
Al terminar la comida, miró de reojo a Jeremy. Parecía relajado y feliz. Le había entregado con total confianza la guía de su hermana, a pesar de que ella no se considerara digna de ello.
Aquello le hizo perder la sonrisa. Habían pasado muchos años desde la vez en que cometió los errores más tristes de su existencia; los que marcaron su vida adulta. Debía pensar muy bien en el lío en el que se metía antes de poner en peligro a alguien más.