CAPÍTULO 13

En la mañana del día siguiente, Jeremy decidió salir a correr al parque Lippitt Memorial, ubicado a pocas cuadras de su casa. Iba por la segunda vuelta cuando divisó a un trío de chicos jugando al baloncesto en una de las canchas públicas. Entre ellos, se encontraba Kellan Robertson, el hijo menor de Phillips, el vecino que había construido el estante aéreo para la habitación de Claire.

Los niños formaban parte del equipo de baloncesto del Centro Comunitario de Providence, donde su padre y él colaboraban. Recordó lo que Trevor le había comentado sobre el problema del hijo mayor de Phillips, Keny, y aunque no tenía ya tiempo ni ánimo para inmiscuirse en otro problema, no perdía nada conversando un poco con los chicos.

Trevor se había mostrado preocupado por la situación; esos jóvenes eran sus alumnos y él les tenía gran estima. No le agradaba que su padre se angustiara por ningún tema; tal vez, si le conseguía un poco de información adicional, lograría que los ánimos de su padre se calmasen.

—¡Eh! ¿Qué les parece algo de competición? —les dijo con una sonrisa y enseguida se inmiscuyó en el juego para quitarle la pelota a Ronny, un niño bajito y pecoso.

Lo esquivó con facilidad y corrió hacia el aro donde Edward, un chico alto y robusto, pretendía bloquearle el paso. Kellan, un jovencito delgado y de piel negra, corrió a su lado y trató de quitarle el balón, pero Jeremy pudo mantener el control hasta llegar a la canasta y anotarse un tanto.

Los niños se quejaban y se culpaban entre ellos por no haber podido quitarle la pelota, mientras que Jeremy lo celebraba con las manos en alto para fastidiar a los chavales.

Ronny se acercó a él riendo a carcajadas.

—¿Es cierto que ganaste tres medallas de oro en las últimas competiciones de la universidad? —le preguntó cuando pudo dejar de reír.

—Qué rápido corren las noticias en este barrio —expresó Jeremy mientras miraba a Edward correr para buscar el balón, que había quedado a varios metros de distancia.

—Mi papá dice que irás a las Olimpiadas —enunció Kellan colocándose junto a él. Jeremy sonrió.

—Las Olimpiadas no son mi prioridad. Para participar en ellas hay que trabajar duro y dedicarse exclusivamente a eso, y yo en este momento tengo otros objetivos en mente. Me falta poco para graduarme en la universidad.

—El equipo de fútbol del Classical High School se clasificó para los interescolares —comentó Ronny, haciendo referencia al equipo de rugby del instituto donde ellos estudiaban, así como Claire, y donde su padre trabajaba como asesor deportivo—. A Eric Graham lo entrevistaron para el periódico local y dijo que se prepararía para jugar profesionalmente —relató. El tal Eric era el quarterback principal.

—Eso está bien —aseguró Jeremy, y tomó el balón que Edward le había lanzado desde la distancia—. Ese equipo cuenta con excelentes jugadores, entre ellos Keny —comentó en dirección a Kellan—. Él tiene un buen desempeño en el campo como defensa.

—Keny dejará el fútbol —dijo Kellan, quien, con la cabeza gacha y las manos apoyadas en la cintura, simulaba patear con un pie el césped.

Eso era lo que Jeremy buscaba: una excusa para iniciar la conversación sobre aquel problema. Su padre ya le había comentado la intención de Keny Robertson de dejar el equipo del instituto, a pesar de que poseía un gran nivel deportivo como defensa que le auguraba un excelente futuro. Según lo que Phillips le había confesado a Trevor, la decisión se debía a los constantes problemas que su hijo tenía con el resto de sus compañeros, especialmente con Eric, el quarterback.

—¿Por qué? Si se desempeña bien en los interescolares, puede aspirar a una beca universitaria. Algunos entrenadores universitarios siguen de cerca sus avances, no debería dejarlo —señaló, notando el semblante apesadumbrado del niño.

—Tiene problemas con Eric —reveló el chico sin mirarlo a los ojos. Jeremy le pasó el balón de nuevo a Edward y se acercó a él.

—¿Problemas personales, o una rivalidad de ego? Mi papá me dijo una vez que el entrenador pensaba que el trabajo de Keny era mejor que el de Eric —aguijoneó para hurgar más en el tema.

—No es por nada de eso. Eric es un idiota —se quejó Kellan, y le quitó de mala gana a Edward el dominio de la pelota, alejándose del grupo.

—Es por una novia —confesó Ronny con una sonrisa traviesa.

Jeremy bufó. Esa información no la sabía.

—¿Va a dejar el equipo por una chica?

—¡No es por eso! —rebatió Kellan con irritación, y lanzó una mirada severa hacia su amigo.

—¡Claro que es por eso! —lo incordió Edward, cuya molestia se debía a la rudeza con que su amigo le había quitado el balón.

—¡Esa niña no es novia de Eric! —discutió Kellan.

—¡Sí lo es!, ¡los he visto besándose en la boca escondidos en el aparcamiento! —vociferó Ronny, que echó a correr hacia Kellan para quitarle la pelota y continuar con el juego.

De pronto, se inició una pelea entre los chicos. Jeremy no podía permitir que aquello terminara de esa manera, así que se metió dentro de la contienda, pero interponiéndose en el camino de Kellan, para detenerlo e indagar más.

—¿Por qué hablan de una chica? —le preguntó, sujetándole por los hombros. Aunque el niño tenía una postura rígida y las facciones del rostro endurecidas, en sus ojos se podía percibir la decepción y la pena.

Para Kellan, su hermano era como su héroe. Quería ser como él cuando fuera mayor: un gran deportista. La decisión de abandonar el equipo le afectaba mucho.

—Porque el problema es por una chica de mi clase —confesó el chico antes de zafarse del agarre de Jeremy para correr hacia sus amigos.

Él se quedó de piedra por unos segundos. Esos niños estudiaban primer año, al igual que Claire. Todas sus alarmas se activaron.

Se giró y se acercó para quitarles de nuevo la pelota y evitar que forcejearan entre ellos.

—¿Eric es novio de una niña de primer año y Keny se la quiere quitar? ¿No es muy pequeña para ellos? —preguntó mientras escapaba con el balón y el trío lo perseguía para quitárselo.

Kellan gruñó furioso, y apresuró el paso hasta alcanzar a Jeremy y robarle el control de la esférica.

—¡Mi hermano no quiere nada con esa tonta! —gritó, y aceleró la huida.

Jeremy se detuvo y observó al chico con extrañeza, que corría seguido muy de cerca por Edward.

Ronny se paró a su lado jadeando.

—Entonces, ¿cuál es la causa de la pelea? —le preguntó lleno de curiosidad.

—Keny le ha dicho a Eric que esa chica es muy niña para él; por eso discuten siempre.

—¿Y de quién estamos hablando? —indagó con la mirada fija en el chaval.

—De Mary Sanders —reveló Ronny. Jeremy no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—¿Mary Sanders es novia de Eric Graham? —preguntó con sorpresa.

Ronny abrió la boca para responderle, pero quien le aclaró la situación fue Kellan, que había aparecido a su lado como de la nada.

—No son novios, esa tonta está dejando que Eric se aproveche de ella. Keny la defendió, pero lo que consiguió fue que ella lo insultara y lo sacaran del equipo —expresó con rencor. Después se marchó en dirección a su casa.

Jeremy había hurgado demasiado en esa herida y al final lo había molestado. Enseguida Edward pasó junto a ellos con la pelota bajo el brazo y el rostro irritado.

—Creo que se terminó el juego —dijo Ronny, y siguió a sus amigos cabizbajo.

Jeremy no tuvo tiempo de sentirse culpable por haber interrumpido la diversión de los jóvenes. Tenía muchos cabos que atar en su cabeza. Indirectamente, aquello podía ser la causa que empujaba a Mary Sanders a obligar a su hermana a perder la virginidad. Si lograba unir todos los eslabones, quizás pudiera dar con la fuente del problema.

De pronto, se sintió saturado de información. Necesitaba a alguien que lo ayudara a analizar toda esa situación.

Necesitaba a Kate.

Raquel abrió la puerta de la casa y entró caminando aprisa hacia el desván. Llevaba puesto en la cabeza un casco para montar en bicicleta, que se ponía incluso cuando viajaba en coche, y en la mano, un manojo de cromos coleccionables.

Al salir de la iglesia, su madre le había comprado algunos para su álbum, y ella estaba ansiosa por ordenarlos.

Rose entró después de ella y fue directa a la cocina mientras se quitaba el abrigo. Cada vez que volvía de misa, acostumbraba a tomar un té antes de comenzar a preparar el almuerzo, y ese día había llegado con muchas ganas de probar una infusión caliente con algo de miel.

—La gente en este barrio no cambia —comentó Sarah al entrar a la casa, acompañada por Kate—. Cuatro años sin visitar Providence y hoy he visto las mismas caras y las mismas mañas en los vecinos —expresó con una sonrisa mientras se quitaba el abrigo y los guantes para dirigirse también a la cocina.

—La gente prefiere vivir en un mundo conocido, tía. Lo desconocido asusta.

—A mí me daría más miedo vivir durante tanto tiempo con el infiel de John Donovan, o con la gritona de Sonia Grey…, aunque entraría en pánico si tuviera que vivir tan solo una semana con la egoísta y egocéntrica de Karen Murger. Esa mujer es insoportable —enumeró, dando un repaso a sus vecinos—. Me sorprende encontrar aún a personas que prefieren vivir en medio de los conflictos y las limitaciones solo por evitar el qué dirán.

Kate se quitó los guantes y el gorro de lana, los dejó sobre una mesa auxiliar cerca de la puerta y colgó el abrigo en el perchero, evitando sentirse identificada con las acusaciones que hacía su tía.

—Hoy solo viste chismes viejos; aún no te has enterado de los nuevos —comentó Rose cuando las dos entraron en la cocina y se sentaron frente a la pequeña mesa que había en el centro, donde la madre de Kate preparaba la comida.

Rose, con su audiencia dispuesta y mientras calentaba el agua para el té, comenzó a narrar algunas anécdotas escandalosas de sus vecinos y otros feligreses que asistían a la iglesia.

Kate la escuchaba en silencio, sin prestarle mucha atención. No le interesaba la vida privada de esa gente. Sin embargo, recordó la conversación que había tenido con Claire el día anterior sobre la situación de los padres de su amiga Mary.

Los Sanders asistían también a esa iglesia, y en ocasiones colaboraban con las actividades que allí se realizaban. Quizás su madre pudiera darle más información sobre la situación de la familia.

—Mamá, ¿sabes por qué Darryl Sanders se mudó a Boston? —preguntó cuando la mujer terminó de relatar el último cotilleo de la semana.

—Para asumir su nueva paternidad, por supuesto —reveló con una sonrisa. Aquel era un chisme algo viejo, pero muy bueno, y a ella le encantaba dar noticias interesantes.

A Kate casi se le salen los ojos de las órbitas al escuchar esas palabras. Eso no fue lo que Claire le había explicado.

—Engañó a Deborah con su secretaria y la dejó embarazada —continuó Rose—. Deborah se enfureció al enterarse y les hizo la vida imposible a ambos como venganza. Darryl tuvo que dejar su trabajo y mudarse de ciudad, ya que el padre de la secretaria es un juez importante en Boston, y le exigió que se encargara de la mujer y de su hijo.

—¿Por eso se marchó? ¿Y qué pasa con Mary? Ella también es su hija.

Rose alzó los hombros con indiferencia mientras colocaba dentro del agua caliente las bolsitas de té.

—Creo que se esfuerza por comunicarse con ella. No estoy segura; eso fue lo que le dijeron al reverendo Patrick cuando preguntó por ese tema. Deborah decidió cortar todo tipo de relación cuando él las abandonó para ocuparse de su nueva familia. Ha iniciado los trámites del divorcio y juró que se quedaría con todo, hasta con las monedas que pudiera tener en los bolsillos —informó con una sonrisa pícara.

—Qué injusticia —se quejó Kate—. La niña tiene derecho a estar en contacto con su padre.

—Lo tendrá, pero nadie vela por él —expuso Sarah al tiempo que sacaba de la alacena el juego de tacitas de porcelana de su cuñada—. La madre está enfadada y el padre, metido en problemas hasta el cuello. Seguramente ninguno de los dos está pendiente de la criatura.

—Sigue siendo injusto —agregó Kate—. Es normal que, en los casos de divorcio, los más afectados sean los niños. Los padres se preocupan por vengarse o superar su dolor y angustia, pero ninguno mira por los hijos. Mary pudiera estar pasando por una grave situación a causa del desamparo de sus padres y del hogar fragmentado. Y lo peor es que nadie se dará cuenta de eso hasta que suceda una tragedia.

—¿Una tragedia, Katherine? Déjate de fatalismos —replicó con irritación Rose, y se santiguó, pretendiendo alejar con ese gesto los malos augurios.

—Ella tiene mucha razón, Rose —intervino Sarah—. Deberían existir más leyes y organismos que amparasen a los niños de padres divorciados. Aunque muchos de ellos se muestran imperturbables, la separación les afecta de una u otra manera. Hay casos en que los chicos se vuelven tan rebeldes o incontrolables que pueden llegar a convertirse en un verdadero peligro.

A Rose no pareció importarle el asunto, ya que continuó con la preparación del té como si nada sucediera; pero a Katherine sí le angustió la situación. Esa podría ser la causa de la repentina actitud violenta de Mary y su fijación por afectar a Claire.

Puede que esa carencia de la figura paterna fuera lo que la estaba llevando a molestar a su amiga. Si ella ya no tenía un padre que la cuidara y la acompañara, entonces, su mejor amiga tampoco debería tenerlo. Para Mary, lo mejor era que Claire se decepcionara de su padre, y este de ella; así los tendría separados, igual que ella lo estaba del suyo.

Se pasó ambas manos por el rostro, tratando de asimilar la información.

Necesitaba a alguien que la ayudara a digerir todo ese conflicto.

Necesitaba a Jeremy.

—Rose, iré con Aaron a visitar al abogado —notificó Martin Gibson al aparecer en la cocina con su andar elegante.

Al regresar de la iglesia, su padre había pasado directamente a su despacho con su socio Aaron Randall, el hombre con quien instalaría la tienda para la venta de artículos musicales.

—¿No vais a comer aquí? —indagó su esposa.

—Tranquila, llegaremos para el almuerzo. Solo queremos discutir con el abogado algunas cláusulas que aún no comprendemos de los contratos de alquiler que estamos evaluando. Mañana tendremos que decidir en qué local colocaremos la tienda.

—Bien, tendré la comida preparada para cuando volváis —aseguró Rose, que salió junto a su marido para despedirse del socio. Sarah y Kate los acompañaron para no ser descorteses, pero cuando el grupo se reunió con Randall en la sala, escucharon que alguien llamaba a la puerta.

Martin fue a abrir, por encontrarse más cerca de la entrada, pero al ver al visitante que estaba parado frente a él, con una enorme sonrisa en los labios y un ramo de lirios azules en la mano, se quedó petrificado, y su ceño se apretó con severidad.

—¡Martin! —lo saludó Jeremy con tal confianza que logró aumentar la incomodidad del hombre.

—¡Jeremy Collins! —respondió con regocijo Aaron Randall, pasando junto a su socio para estrechar con firmeza la mano del chico—. Me dijeron que ganaste tres competiciones de natación en la universidad. Enhorabuena.

—Gracias, Aaron. ¿Y tú cómo vas? ¿Qué tal lleva el embarazo Denisse? —preguntó refiriéndose a la esposa del hombre. Randall se mostró halagado, pero Martin estaba a punto de romper su mandíbula por lo tensa que la tenía.

—Muy bien. En menos de un mes dará a luz. ¿Sabías que serán mellizos? —informó con una sonrisa de satisfacción.

—¿En serio? ¡Felicidades! —exclamó con sinceridad Jeremy dándole una palmada en el hombro. Su padre le contó en cierta ocasión que Aaron Randall y su esposa se habían sometido a innumerables tratamientos para la fertilidad. Llevaban años buscando un hijo, y ahora tendrían dos.

Kate había quedado de piedra tras su madre y su tía, con la emoción y el terror debatiéndose en su interior, así que decidió quedarse al margen mientras controlaba sus nervios.

—¿Estás aquí en plan romántico? —preguntó Randall a Jeremy echándole una mirada furtiva a las flores. No podía imaginar que su socio estaba a punto de estallar por la furia, y que tanto la madre como la tía de Kate se mantenían en una tensa expectativa, porque sabían que aquella situación enfurecía a Martin.

—He venido a traerle estas flores a Rose —indicó Jeremy mirando a la mujer. Esta ahogó un grito de emoción tapándose la boca con ambas manos. Hacía años que nadie le regalaba flores, y el gesto del chico la pilló desprevenida.

Kate se sintió decepcionada en un primer momento, pero rápidamente el alivio se apoderó de sus emociones. Sin embargo, al mirar hacia su padre y ver su postura rígida, se sintió inquieta. Esperaba que Martin no le hiciera un desplante a Jeremy delante de su tía y de Aaron Randall.

—Me las cortaron con algo de raíz, para que pudieran ser fáciles de trasplantar —le notificó a Rose mientras le hacía entrega del ramo—. Sé que eres experta en jardinería y pensé que te gustaría tener lirios en el jardín.

—¡Me encantan! —expresó la mujer, y pasó junto a su marido para tomar las flores, sin notar la mirada severa que este le dirigía—. Será todo un reto sacarlos adelante, pero lo intentaré. Gracias por el detalle —agradeció con una amplia sonrisa y los ojos húmedos por la emoción.

—Dicen que las flores azules representan la esperanza en los amores tiernos e imposibles —recalcó Aaron metiéndose las manos en los bolsillos.

Martin achinó la mirada, esta vez a su socio, y se cruzó de brazos.

—No sé qué significan. Yo elegí ese tono porque me recordó al color de los ojos de Katherine —fustigó el chico, aumentando la tensión en el ambiente.

—Mi sobrina tiene unos ojos muy hermosos. De un turquesa intenso —alabó Sarah.

—Los heredó de su padre —aseguró Rose con orgullo—. Cuando Martin se enfurece, se vuelven más oscuros —expresó sin mirar a su marido. No quería divisar el brillo casi mortal que, estaba segura, invadía los ojos del hombre.

—Lo mismo le ocurre a Kate —agregó Jeremy provocando emociones diversas en los presentes: una gran impresión en Rose, diversión en Sarah y Aaron, un peligroso aumento en la furia de Martin, y una colisión de sentimientos en Kate, que lo observaba con los ojos muy abiertos.

—¿Solo viniste a entregar las flores, Collins? —habló por fin Martin, evidenciando su irritación.

—No. También a devolverle las gafas a Kate —indicó Jeremy, y sacó del bolsillo del pantalón las gafas de la chica—. Ayer se las quité y se me olvidó devolvérselas.

Martin dirigió una mirada inflexible hacia su hija, quien tuvo que tragar saliva ante el atrevimiento del joven. Se acercó a él lo más erguida que pudo, sin demostrar su inquietud, para recibir sus gafas.

—¿Vendrás a casa? Le prometiste a Claire que la ayudarías a desalojar su habitación para iniciar la remodelación —le dijo, con su atención puesta en ella.

El corazón de Kate se desbocó. Jeremy estaba propiciando un enfrentamiento abierto con su padre. Si continuaba por ese camino, ella no podría evitar que la confrontación ocurriera frente a terceros.

—Iré a poner las flores en agua —señaló Rose para cortar el momento. Sabía mejor que nadie que su esposo estaba a punto de perder el control.

—Te acompaño. Ahora sí que necesito un té —confesó con cierto tono de mofa Sarah, y se apresuró a seguir a su cuñada hacia el interior de la casa.

—Nosotros también deberíamos irnos ya, Martin, si queremos estar de vuelta para la hora del almuerzo —agregó Aaron.

—Cierto. Espérame en el coche. En un minuto te alcanzo —ordenó el aludido a su socio, haciendo uso de la ración de paciencia extra que guardaba para casos de emergencia, y esperó a que este se alejara—. Katherine, ve a despedirte de tu madre y busca tu abrigo para que acompañes a Collins a su casa —le indicó a su hija con una frialdad que estremecía.

Kate lanzó una mirada temerosa hacia Jeremy antes de entrar en la casa. La seguridad que él le transmitió a través de sus ojos negros la serenó. Era consciente de lo que sucedería si provocaba a Martin de esa manera, y aun así, se le veía calmado y seguro de sí mismo. Podía manejar sin problemas la situación.

Ella se colocó las gafas con tranquilidad y se giró sobre sus talones para entrar a la casa. Al quedar solos, Martin se encaró con Jeremy.

—Espero que estés seguro de lo que estás haciendo, muchacho. Todo acto acarrea consecuencias.

—Acepto las consecuencias, Martin. Estoy dispuesto a enfrentar lo que sea —aseguró Jeremy con seriedad, sosteniéndole la mirada.

El padre de Kate se esforzó por no reflejar su desaprobación. No le gustaba perder el control delante de otros, y mucho menos delante de su socio, que lo observaba con interés desde el asiento del copiloto del coche, aparcado frente a la vivienda.

Con rigidez, le hizo un gesto al joven para que entrara a la casa. Luego salió, cerró la puerta detrás de él y se dirigió al vehículo. Se subió a él con el cuerpo aún en tensión.

—Tu hija ha ganado la lotería con ese chico —comentó Aaron mientras Martin encendía el motor e intentaba controlar su furia—. Jeremy se ha transformado en una leyenda del deporte en el barrio y en la universidad.

—Creo que será él quien se gane la lotería. Mi hija es mucho más valiosa.

Aaron sonrió y se incorporó en el asiento.

—Vamos, hombre, no te enfades. Claro que tu hija es un buen partido. Es una gran chica tenaz e inteligente, y él, una estrella del deporte con un futuro prometedor. Hacen una excelente pareja.

Martin puso en marcha el vehículo con las manos aferradas al volante. La rabia le corría por las venas. No, no lo iba a permitir. Su hija no se uniría con un chico libertino y descerebrado que lo único que sabía hacer bien era nadar. Cuando la juventud lo abandonara, o quedara malherido por una de sus muchas inconsciencias, como le sucedió a su padre, Katherine se vería forzada a mantenerlo de por vida. Su hija merecía más que eso, su existencia no tenía por qué estar marcada por la obligación y el estigma, como le había sucedido a su hermana Sarah. Había trabajado muy duro para moldear la personalidad de Katherine como para perderla por un idiota altanero. De alguna manera le bajaría los ánimos a Collins y encauzaría de nuevo el carácter de su hija, como siempre hacía.

—¿Te has vuelto completamente loco? —le preguntó Kate a Jeremy cuando salían de su casa en dirección a la de los Collins.

—¿Loco? ¿Por venir a visitarte y regalarle unas flores a tu madre?

—Podrías haber esperado a que fuera a tu casa.

—Necesitaba verte antes. Además, ¿está prohibido visitarte o qué? —indagó mientras accedían al porche de la casa de él. Kate puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos—. Martin tendrá que acostumbrarse a mi presencia —declaró con firmeza.

Ella lo observó con desconcierto, pero no pudo continuar la conversación porque Jeremy enseguida abrió la puerta de la vivienda y la hizo pasar a la sala, donde pudo notar el profundo silencio en el que estaba sumergido el hogar.

—¿Y tu padre?

—Fue con Claire a comprar comida. Regresan en un rato —respondió con total naturalidad, y la tomó de la mano para dirigirla a las escaleras.

—¿A dónde vamos? —inquirió, a punto de entrar en pánico.

—A mi habitación. Tengo algo muy importante que contarte.

Kate lo siguió en silencio, con la sangre congelada en las venas. Los nervios interferían en el funcionamiento normal de su organismo.

Al llegar al dormitorio, él abrió la puerta y la introdujo en el interior. Ella quedó petrificada en el centro de la estancia mientras Jeremy echaba el cerrojo.

—Quítate el abrigo —ordenó él tras su espalda. Su aliento cálido le bañó los cabellos, rozándole la piel de la nuca y haciéndola estremecer.

Jeremy, al ver que ella no se movía, la rodeó desde atrás con los brazos hasta alcanzar las solapas de la prenda y luego se la quitó con suavidad. La fricción de la tela sobre el cuerpo de la chica lo llenó de ansiedad.

Al retirarlo por completo, lo lanzó a la cama. Se quitó el suyo, que fue a parar al mismo sitio, y caminó para colocarse frente a ella, a pocos centímetros de distancia.

La respiración de Kate se acentuó y los ojos se le humedecieron por el cúmulo de emociones que le estallaban en el pecho. Jeremy le quitó con suavidad las gafas, sin apartar ni un segundo los ojos de ella, y las tiró sobre los abrigos.

—Cada vez me pareces más hermosa —le confesó, acelerando los latidos del corazón de la chica—. ¿Puedo besarte? —consultó mientras acariciaba con el dorso de la mano la mejilla de la joven.

Kate arqueó las cejas, pero no pudo pronunciar ninguna frase, solo logró emitir un gemido. Jeremy dibujó una sonrisa torcida en sus labios y le cogió la barbilla para levantarle el rostro.

—Te lo pregunto porque te noto nerviosa —le susurró, hasta erizarle el vello de todo el cuerpo.

—Disculpa, yo… —expresó ella apenada. Se sentía furiosa consigo misma por ser tan tonta.

—No me expliques nada, eres muy transparente, puedo notar las emociones que se reflejan en tu mirada. Sé que estás nerviosa.

Kate frunció el ceño y recordó lo que le había dicho su amiga Maddie. Era muy fácil para todos percibir sus emociones, y eso le molestaba. No podía ser tan previsible. Se comportaba como una doncella virginal de siglos pasados, que se estremecía como un papel y se sonrojaba cada vez que el hombre de sus sueños se le acercaba o la miraba con intensidad.

Si quería tomar las riendas de su vida, si quería sorprender a Jeremy, debía comenzar por controlar sus emociones.

Respiró hondo para llenarse de valentía y alejar los temores y complejos. Recortó la distancia que los separaba y lo tomó por el cuello de la camisa para acercarlo hasta apoderarse de su boca con inseguridad.

Acariciaba los suaves labios del chico con pequeños besos, los tomaba uno a uno, para chuparlos y saborearlos con la punta de su lengua, como él una vez hizo con los suyos. Le fascinaba su sabor y su textura, la calidez de su pesado aliento que le caía sobre el rostro.

Poco a poco se atrevió a más. Profundizó el beso, e introdujo la lengua en su boca, como él mismo le había enseñado. Con una mano le apresó la nuca y lo obligó a inclinarse más hacia ella para facilitarle la labor de explorarlo a gusto.

A medida que la intensidad del beso se incrementaba, también lo hacían las sensaciones que se producían en su vientre. La piel le ardía, exigiendo el contacto de él, así como sus partes íntimas. Pero al notar que el chico se mantenía inmóvil, sin atreverse a tocarla, tuvo que detenerse y mirarlo a los ojos, angustiada por un posible rechazo.

—¿Qué te pasa? ¿Acaso te molesta que yo…?

—Sssh… —la calló él, y puso un dedo sobre sus hinchados y húmedos labios—. Quiero darte la oportunidad de que disfrutes. Si llego a mover un solo dedo, voy a enloquecer, y tomaré más de lo que me permites.

—Te lo permito todo —le aseguró ella, haciendo que el cuerpo de Jeremy temblara por la expectativa.

—Mejor vayamos despacio. Ambos lo necesitamos —susurró él sobre los labios de la chica, ansioso por devorarlos.

La deseaba con una fuerza descomunal, pero no quería asustarla. Katherine ya había tenido demasiados sustos en su vida. Esos sobresaltos habían marcado su alma y limitado su personalidad. Él no quería levantar aún más las barreras que ella tenía a su alrededor; anhelaba derrumbarlas, aunque eso no lo conseguiría en un solo encuentro, lo sabía a la perfección. Solo esperaba tener la fortaleza necesaria para mantener el control sobre la situación y que las cosas no se le fueran de las manos.

Esta vez, fue él quien la besó. Sus brazos se cerraron alrededor de la estrecha cintura de la joven y la aferraron a su cuerpo, mientras su boca se sumergía con ansiedad dentro de la de ella, la acariciaba y agasajaba hasta dejarla satisfecha.

Con las manos temblándole casi de manera imperceptible, él las introdujo bajo el jersey de la chica. Gimió al sentir la tersa piel de su espalda, que ardía tanto como la suya.

—Kate, me enloqueces —gimoteó sobre sus labios y frotó su nariz con la de ella, aspirando su aroma, buscando grabarlo en su memoria. Una de sus manos se atrevió a rodar por las costillas de la chica hasta alcanzar el seno y acunarlo con ternura en su palma—. Eres perfecta. Te deseo —murmuró, y se ocultó en el cuello femenino para besarlo y sellarlo con tenues mordiscos.

Por un momento ella se sintió desorientada. Estaba tan sumergida en el placer, que no sabía si aún mantenía los pies en el suelo o Jeremy la había alzado en el aire. Le oía hablar como si él estuviese en la distancia, porque lo único que su cerebro captaba a la perfección era el sentido del tacto. Las manos y la boca del hombre le bloquearon el entendimiento. Sentir por completo sobre su piel el cuerpo duro y cálido de Jeremy la tenía al borde de la locura.

Quería más, necesitaba sentirlo más a fondo. Deseaba que cada rincón de su ser se pusiera en contacto con él. Así que reunió los últimos gramos de fuerza que le quedaban y, poco a poco, lo fue empujando en dirección al sofá. Lo sentó en el sillón y observó con orgullo el rostro enfebrecido del hombre.

No podía creer que ella hubiese sido capaz de ponerlo de esa manera.

Se sentó a horcajadas sobre él y volvió a tomar con desenfado su boca. Jeremy jadeó y se aferró a las nalgas de la chica para apretarla contra sí. Se frotaron con ansiedad, gimiendo y besándose. Kate se sentía completamente húmeda y, al mismo tiempo, encendida en llamas. Por primera vez en su vida sintió una implosión de emociones desconcertantes en su interior que, en lugar de temor, lo que le producían era más ansiedad. No quería que aquello terminara nunca.

No obstante, cuando algo en su vientre se contrajo y originó que su cuerpo se tensara por completo y su corazón latiera desenfrenado, sintió temor. Le fue imposible controlar aquella sensación. Algo en su interior reventó y se extendió por su organismo como si fuera un líquido derramado, que la hizo desfallecer.

Por un momento creyó que moriría en los brazos de Jeremy. Se abrazó con fuerza a su cabeza y ahogó un grito de placer junto a su oreja mientras los espasmos se le pasaban.

Cuando todo culminó, se esforzó por recobrar el aire perdido. El cuerpo le palpitaba entero. Lo sentía tan liviano y diferente que le resultaba ajeno. Solo podía captar el ardor que aún invadía su piel; un calor profuso que la hacía sudar más de la cuenta. Se notaba tan húmeda que pronto comenzó a sentirse inquieta, sobre todo, en sus partes íntimas.

—¿Estás bien? —murmuró Jeremy junto a su oreja logrando que ella se estremeciera de pies a cabeza. Él la arropó con sus brazos y le acarició con tanta suavidad los cabellos y la espalda que casi la hizo llorar. La emotividad le comenzó a fluir por los poros.

Con el cuerpo aún estremecido, ella se incorporó para mirarlo a los ojos.

—¿Qué he hecho? —sollozó mientras se esforzaba por reprimir las lágrimas.

Él sonrió satisfecho y le acarició el rostro.

—Solo seguiste lo que te dictó el corazón —le aseguró, y la besó con ternura en los labios.

Ella se estremeció. No podía moverse. Aún sentía su cabeza navegando sobre una nube de deseo y placer, y le costaba poner sus sentidos en orden.

Sin embargo, al oír unos pasos firmes en el exterior y la voz gruesa de Trevor Collins, su mundo casi se desmoronó. La vergüenza enseguida se apoderó de su mente y toda la pasión que aún albergaba se esfumó para ser sustituida por el terror.