CAPÍTULO 19

Jeremy entró en su casa como un toro embravecido, subió directamente a su habitación y cerró la puerta con tanta fuerza que el sonido retumbó en toda la vivienda.

Caminó como un león enjaulado de un lado a otro, cerraba y abría los puños para descargar un poco de la ira que lo consumía. Necesitaba sosegar sus emociones antes de salir a la calle y buscar a Kristy: debía pedirle explicaciones por el ataque a Kate, pero si lo hacía en ese estado, podría cometer un grave error.

Su padre entró en la habitación sin anunciarse, nervioso por la forma en que había llegado su hijo. Nunca había visto a Jeremy tan enfadado en su vida.

—¿Qué ha sucedido?

—Soy un miserable —masculló Jeremy en medio de su furia, sin detener su caminar.

—Hijo, cálmate. Siéntate conmigo en la cama y cuéntame lo que ha pasado —intervino Trevor, aún de pie en el umbral de la puerta de la habitación.

—No. No quiero hablar de nada. Necesito estar solo.

Trevor contrajo el rostro en una mueca de disgusto y avanzó con su marcada cojera cerrando la puerta tras él.

—¿Has discutido con tus amigos? ¿O es por lo de Claire? —indagó el hombre mientras se sentaba en el borde de la cama con cansancio.

Jeremy se detuvo en medio de la habitación, intentando recuperar la cordura.

—No es nada de eso.

—Entonces, ¿es por Kate?

Al ver que su hijo relajaba la postura y suspiraba como si tuviera el pecho bloqueado, comprendió al instante lo que ocurría.

—No puedo hacer que las cosas salgan bien con ella —expuso con pesar. Los ojos le brillaron por el dolor que lo asfixiaba—. Hay tantos obstáculos… —susurró perdiendo la voz, aunque Trevor logró escucharlo.

—Los obstáculos son producto de nuestras inseguridades.

Jeremy volvió a endurecer la postura y se giró hacia su padre dirigiéndole una mirada ahogada en la pena.

—¡No he sido una buena persona en todos estos años, no la merezco! ¡Lo único que he hecho es lastimarla!

—No he visto angustia en su mirada cuando está contigo.

—¡Porque es demasiado buena para demostrarlo!

—Creo que es porque te ama demasiado como para perder el tiempo con esas cosas.

Jeremy quedó en silencio. Una lágrima de rabia y hastío rodó por su mejilla, que rápidamente limpió con una mano.

—No soy bueno para ella.

—Tal vez no estás viendo la situación desde la perspectiva indicada.

—¡Sufre! —vociferó Jeremy con ansiedad—. Hoy le han pegado en plena calle por mi culpa, ella jamás se habría visto en una situación similar de no estar conmigo.

—¡¿Y quién dice que amar es monótono?! —exclamó Trevor con firmeza, harto de la negativa de su hijo—. El amor es un cambio, una transformación. La vida se modifica cuando te atreves a amar, tus miedos salen a flote, y tus debilidades, con la intención de probar tu fortaleza —arguyó al tiempo que se levantaba de la cama—. ¿Dices que amas a esa mujer? Pues demuéstralo. No te dejes vencer por los obstáculos, ni te rindas ante los problemas que se crucen por tu camino.

—No quiero hacerle más daño.

—Entonces, no la dejes sola. —Jeremy se irguió. Aquella era la segunda bofetada que recibía en el día—. Katherine ha estado prisionera de sus complejos toda la vida por culpa de los golpes que recibió en el pasado. Si la amas, ayúdala a liberarse de ellos. —Trevor se acercó a su hijo y lo señaló con un dedo para darle más peso al consejo que le daría—. Pero no le cortes las cadenas, dale las herramientas para que ella misma lo haga. No la vuelvas dependiente de ti —sentenció, y salió de la habitación dejándolo solo.

El joven se pasó ambas manos por la cabeza, ansiando barrer la ira que aún le nublaba el entendimiento. Se sentó con abatimiento en la cama y se tumbó de espaldas sobre el colchón con los brazos abiertos.

Necesitaba calmarse para pensar con claridad. No abandonaría a Kate, ni estaba dispuesto a permitir que la lastimaran, pero tampoco quería interferir en su propio crecimiento. Anhelaba brindarle una ayuda efectiva, para eso debía analizar muy bien sus jugadas. No le daría más cabida al error.

Horas después, acostada en la cama con la mirada clavada en el techo y las manos entrelazadas sobre su estómago, Kate no se cansaba de analizar la situación. Estaba harta de ser el blanco de las burlas y violencias de los demás; debía hallar la manera de hacerse respetar.

Sus divagaciones fueron interrumpidas al escuchar un golpeteo suave en la puerta. Quizás era su tía o su madre, quienes habían ido a visitarla un par de veces después de su llegada para sacarla de su mutismo ofreciéndole un té relajante. Se levantó para sentarse en el borde de la cama y así demostrar que se sentía mejor.

—Adelante —indicó. No pudo evitar sorprenderse al ver que quien abría la puerta era su padre.

Él no solía anunciar su llegada, ni pedir permiso para acceder a una habitación, simplemente entraba sin más, haciendo valer su posición de padre de familia, dueño y señor de aquel hogar y de las personas que lo habitaban.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó a su hija, y avanzó hasta ubicarse junto a ella.

—Más tranquila —confesó con sinceridad. Ya no sentía la furia arrebatada que le corría por las venas cuando Kristy la incordió en la calle; aún estaba furiosa, pero, al menos, veía todo con más claridad.

—Salí hace un rato a dar mi habitual caminata por el barrio para mantenerme en forma, y algunos vecinos me preguntaron por ti —dijo el hombre, y apoyó las manos en las caderas—. ¿Qué problema tienes con Kristy Smith? —consultó sin más preámbulos.

Kate estaba segura de que sus vecinos habían podido narrarle a su padre, con todo lujo de detalles, su enfrentamiento con la chica. Lo que su padre había ido a buscar a su habitación no era saber cómo se encontraba, sino por qué se habían peleado.

—Es un asunto… personal —respondió. Conocía la costumbre controladora de Martin Gibson. Si se enteraba de la verdad, sería capaz de salir para resolver el problema él mismo. No podía seguir permitiendo que nadie se ocupara de sus conflictos. Ella debía ser capaz de afrontar cualquier situación.

—¿Personal? Es por Jeremy Collins, ¿cierto?

—No.

—No me mientas, Katherine…

—No lo es —aclaró ella con firmeza, obligando a su padre a cerrar la boca y dejar de lado sus advertencias.

—Los vecinos dicen que Kristy te chillaba que le habías quitado a «su hombre» —expresó con cierto desprecio.

Kate cerró los ojos y se llenó los pulmones de aire y, a continuación, se levantó de la cama para encararlo.

—Jeremy fue el motivo, pero no es la causa. —Martin frunció el ceño—. Kristy nunca ha tenido una relación seria con él, ni siquiera ha sentido algo especial por Jeremy. Entre ellos solo ha habido… —no pudo continuar, las mejillas se le llenaron de rubor y el pecho de celos.

—Sexo —completó su padre—. ¿Es eso lo que tú tienes con él?

—¡No! —vociferó ella ofendida, y se alejó del hombre para acercarse a la mesa del escritorio y evitar su mirada. Le avergonzaba mantener esa conversación con él.

—Te considero una mujer inteligente, Katherine. Espero que no le permitas a Collins que se aproveche de ti de esa manera —advirtió, aunque era consciente de que la relación de su hija con ese chico no se trataba de una simple aventura. Había visto a Jeremy demasiado dispuesto a defender lo que mantenían, incluso, se le había enfrentado en varias ocasiones para dejar claro sus intenciones. Sin embargo, como padre, debía hacer la acotación.

—Eso nunca sucederá, papá —garantizó Kate, y se giró hacia él para mostrar su determinación.

—Si Collins no fue la causa de la pelea con Kristy, entonces, ¿cuál es? —Kate suspiró con agobio—. Esa chica proviene de una familia que es de armas tomar. Si no tuvo reparos en atacarte de esa manera en plena calle, no los tendrá para humillarte en cualquier otro sitio, sobre todo en la universidad. Si no resuelves cuanto antes esa situación, podrías perder todo por lo que has luchado en menos de una semana.

Las palabras de su padre se le clavaron como espinas en el corazón. Se sentó de nuevo en el borde de la cama, con la mirada pedida en el suelo.

—Sabes que puedes hablarlo conmigo.

—Quiero encargarme de mis cosas, papá.

—Te prometo que intervendré solo cuando tú me lo indiques, o si es un asunto de vida o muerte, pero al menos quiero saber qué sucede.

Ella dirigió el rostro hacia Martin y notó la preocupación en su mirada. Sabía que podía confiar en él. Lo intentó con lo de Claire y él no le falló, así que ahora lo haría aún menos, ya que la afectada era su propia hija.

—Lo que le pasa a Kristy es un asunto de ego —explicó—. Jeremy ha sido uno de los chicos más populares de la universidad, sobre todo después de los triunfos que obtuvo en las últimas competencias de natación. Lo consideran un rey, y la mujer que esté a su lado sería una reina —declaró, y bajó de nuevo la mirada al suelo—. Kristy siempre ha estado a su lado. A pesar de que no han tenido una relación formal, ella ha sido la mujer más cercana a Jeremy, y eso la ha colocado en una posición preferente entre los estudiantes.

Se llevó una mano al puente de la nariz para ajustarse las gafas, pero enseguida recordó que ya no las tenía. La propia Kristy se encargó de destruirlas, de hacer trizas lo que ayudaba a Kate a mantener la seguridad.

—Sabes que ella sufrió mucho de niña por culpa del abandono de su madre, y de las humillaciones posteriores que vivió en manos de su tía —continuó—. Desde que estábamos en el instituto logró destacar gracias a su belleza y carisma, y ha luchado toda su vida por mantener ese reinado para esconder sus verdaderas carencias. No permitirá que yo le arrebate ese puesto en el mejor momento de su juventud. Ella no quiere a Jeremy, solo la oportunidad de ser alguien y no volver a ser rechazada y humillada.

Escuchó que Martin suspiraba, pero mantuvo la mirada baja para no enfrentarse a sus ojos calculadores.

—¿Collins sabe todo esto? —Ella alzó los hombros con indiferencia—. ¿Él estuvo contigo cuando esa mujer te atacó?

—No. Yo venía de acompañar a Maddie y a Freddy a la parada del autobús para regresar a Kingston. Él apareció en algún momento de la pelea. Fue el único que intervino para separarnos. Bueno, él y sus amigos.

Martin le dio la espalda y caminó hacia la puerta, por lo que Kate pensó que se marcharía. No quería que él se fuera pensando que Jeremy había propiciado o aprobado aquel conflicto.

—Estoy segura de que Jeremy no sabía que ella había viajado a Providence —agregó—. Desde que ha llegado a la ciudad ha estado ocupado con el problema de Claire. Mientras yo asistía con mis amigos al ballet, él estuvo con los suyos recorriendo el barrio en busca de Ryan.

Martin se detuvo en el umbral de la puerta, pensativo. Después de lo conseguido en el instituto, Kate le había confesado a su padre la posibilidad de que Ryan Graham fuera el que había sugerido la apuesta entre los chicos del equipo de fútbol, con intenciones propias.

Se giró hacia su hija con el rostro ceñudo. Sus ojos reflejaban su preocupación.

—¿Para qué busca a Ryan?

—Quiere confirmar que es él quien está detrás de la apuesta.

—¿Y qué va a obtener con eso? Los chicos ya resolvieron ese problema.

—Eric aún se muestra turbado, y es a través de él como Ryan consigue que el resto de los jóvenes participen en sus tretas.

—Sigo sin entender —refunfuñó Martin. Kate suspiró.

—El objetivo de Ryan con esa apuesta era que los chicos captaran a niñas vulnerables para manipularlas y explotarlas a su manera. Jeremy no cree que las actividades que hicimos en el instituto basten para que él desista de su intención. Podría estar presionando a su hermano para que continúe con el trabajo. Lo único que quiere Jeremy es evitar una desgracia. Claire está inmiscuida en esa situación.

—Ryan es un sujeto peligroso, ¿Jeremy sabe en lo que se está metiendo?

Ella asintió en silencio, con la angustia agolpada en sus pupilas.

—Ese Ryan fue uno de los primeros hombres que humilló a Kristy Smith —notificó Martin. Kate abrió los ojos como platos—. Ryan viene siendo primo lejano de ella. Kristy tendría siete u ocho años cuando le tocó vivir con él bajo el mismo techo. Dicen que fue Ryan quien comenzó a abusar de ella antes de que varios de los novios de su tía lo hicieran.

Kate sintió una enorme pena crecer en su pecho. Como mujer, no podía evitar sentirse conmocionada por ese tema. Aunque Kristy y ella jamás llegarían a ser amigas, ella nunca hubiera deseado que la chica pasara por lo que tuvo que pasar de niña, viviendo por años con hombres que abusaron de su cuerpo hasta el cansancio.

—Fíjate en el gran daño que Ryan Graham le hizo a Kristy siendo apenas un adolescente sin conocimientos. Ahora podríamos decir que tiene más «experiencia» en el asunto —expresó Martin con desdén—. Cuando lo detuvieron, fue por robo y agresión sexual. ¿Qué crees que sería capaz de hacerles a esas niñas si logra tocarlas?

Kate observó horrorizada a su padre. En su mente se dibujaron los rostros sonrientes de Claire, Mary y Laura. Se estremeció al imaginar las duras manos del tipo sobre los cuerpos delicados de esas chicas. El estómago se le comprimió con violencia.

—Dios, Katherine, te quiero fuera de ese asunto y lejos de esa gente —sentenció Martin al reflexionar mejor la situación—. Y será mejor que mañana le adviertas a Jeremy que él y Trevor se ocupen directamente de Claire y se olviden de perseguir a Ryan, o terminarán enredados en algún problema más serio.

Martin abandonó la habitación con paso apresurado; la conversación lo había enfadado. Kate quedó aún más turbada. Se tumbó de espaldas en la cama, consciente de que esa noche no lograría dormir: la rabia, la indignación y el temor la mantendrían despierta.

Al día siguiente, Kate se dirigió con el rostro ojeroso a la cocina en busca de una taza de café. Halló a su madre preparando tostadas.

—Buenos días —la saludó.

—Buenos días, ¿cómo te sientes? —preguntó Rose sin apartar los ojos de su tarea.

—Bien. ¿Dónde están todos? —consultó al escuchar la gran calma en la que estaba sumida la casa.

—Sarah y Raquel fueron un momento a la tienda porque se acabó la mermelada con la que tu prima suele comer las tostadas, y tu padre ya se ha ido al instituto.

—¿Tan temprano?

—Recuerda que hoy es la asamblea de padres y él es uno de los organizadores; deben tener todo listo para cuando lleguen los invitados y la prensa —notificó la mujer, y untó con mantequilla las rebanadas de pan que acababa de sacar de la tostadora.

Kate se acercó a la cafetera y se sirvió una taza. Debido al cansancio se había olvidado por completo el magno evento que su padre y los directivos del instituto habían organizado para ese día. No solo los padres y representantes estaban invitados, sino toda la comunidad y los estudiantes.

Entre los ponentes, además de los orientadores y psicólogos que se ocuparían de tratar los temas, se hallaban miembros del cuerpo de Policía de la ciudad y representantes de la alcaldía, quienes, además de brindar su apoyo para el acontecimiento, harían llegar a los padres los contactos de las organizaciones que se ocupaban de estudiar y atender los casos de acoso escolar en Providence.

Aún no tenían confirmado la asistencia del alcalde en persona, pero la posibilidad había llamado la atención de la prensa local, lo que obligaba a los organizadores a dedicar aún más empeño a la actividad.

Desayunó en silencio junto a su familia y cuando estaba en su habitación, preparándose para asistir al instituto y colaborar en lo que pudiera, su tía tocó a la puerta entreabierta y asomó la cabeza al interior.

—Disculpa, corazón, pero tienes una visita.

El corazón le bombeó a Kate en el pecho. La emoción y la ansiedad le impidió decir nada, pero Sarah pudo leer en la mirada esperanzada de su sobrina lo que anhelaba conocer.

—Sí, es él. Te espera en la sala. —Luego se retiró con una sonrisa y volvió a la cocina para ayudar a su cuñada con la limpieza.

Kate salió con paso vacilante. Tenía tantas ganas de verlo que sentía miedo de cometer un error que lo alejara para siempre de su vida. Al llegar a la sala, él se giró hacia ella y la observó con unos ojos agotados, pero cargados de determinación.

—Hola —la saludó, y se aproximó con lentitud, sin apartar la vista de aquellos ojos turquesa que tanto añoraba, y que en ese momento estaban húmedos por las emociones contenidas—. Kate, sé que aún debes estar molesta, pero necesito que sepas…

Él no pudo continuar con la explicación que había meditado y ensayado durante la noche. Ella le rodeó el cuello con sus brazos y sollozó sobre su hombro.

Jeremy enseguida la envolvió entre los suyos. Tenía tanto miedo de que ella lo rechazara que en ningún momento se le pasó por la cabeza que lo anhelara tanto como él lo había hecho.

—Te amo —le susurró junto a su oreja.

Kate se estremeció.

—Y yo a ti.

Él besó con ansiedad la cabeza de la chica. Su declaración lo había conmovido.

—Perdóname, sé que todo fue por mi culpa…

Kate se separó rápidamente de Jeremy.

—Nada fue tu culpa.

Él no quiso discutir con ella; estaba cansado y sediento de sus besos. Le acarició con ternura el cabello y se deleitó con el brillo de su mirada.

—He sido un idiota todos estos años, un egoísta que solo ha pensado en su propio placer. Quiero pagar por mis errores para ser digno de ti, pero no estoy dispuesto a sacrificar lo nuestro. Te necesito.

Ella le tomó el rostro con ambas manos y se acercó más a él para asegurarse de que contaba con toda su atención.

—Eres tan digno de mí como lo soy yo de ti. Si quieres reparar tus errores, hazlo para tu propia tranquilidad, no para demostrarme nada —le susurró—. Te amo como eres, con tus defectos y virtudes, sobre todo por esa inmensa valentía que hay en tu corazón —apoyó una mano en su pecho y añadió—: y que te ha hecho un hombre noble y responsable.

—¿De verdad soy todo eso? —preguntó él, arrugando el entrecejo.

Ella sonrió con dulzura.

—Eres mucho más que eso.

—¿No me dejarás?

—Me moriría de pena si te dejo.

Jeremy le envolvió la cintura con firmeza y se aproximó a su boca.

—Te juro que dedicaré mi vida entera a hacerte feliz. —Le acarició el rostro con la punta de la nariz, bañándole la piel con su cálido aliento—. Y te prometo que te compraré otras gafas —aseguró sin dejar de agasajarla. Ella buscaba sus labios, pero él la esquivaba— más pequeñas y delgadas —aclaró mientras depositaba besos por las mejillas y la mandíbula—. O quizás unas lentillas. Algo que no me estorbe cuando…

—¡Cállate y bésame de una vez! —le exigió.

Jeremy estalló en risas, pero enseguida cumplió con su petición.

Juntos asistieron al instituto y colaboraron con los preparativos. La asamblea prometía convertirse en un gran evento. El salón de usos múltiples no daba abasto para la cantidad de personas que habían respondido a la convocatoria, y los pasillos estaban desbordados de estudiantes, padres y periodistas, que observaban los trabajos que los chicos habían realizado sobre el acoso escolar.

Kate se acercó a saludar a Deborah, la madre de Mary, a quien encontró sentada en un rincón de la sala preparada para las charlas.

—Hola, Deborah, ¿cómo te va? —le preguntó, y le dio un beso en la mejilla.

Deborah era una mujer alta, esbelta y de una larga cabellera azabache, que siempre llevaba atada en una coleta. Su estilo de vestir y hablar era bastante formal, aunque era evidente que poseía un carácter autoritario y algo difícil de manejar.

—Muy bien. Ansiosa por que comience la reunión.

—Están esperando que llegue el alcalde. Al final llamó a la directora para asegurar su asistencia.

—Será un buen invitado, aunque espero que no alargue mucho la actividad.

—¿Tienes prisa?

—En cuanto salgamos de aquí me iré con Mary a Newport. Acordamos que mañana se encontrará allí con su padre. Elegimos ese lugar por ser un sitio neutral —explicó la mujer mientras buscaba algo en su teléfono móvil—. Ella se verá en la casa de su tía con él, y yo aprovecharé para visitar a unas amigas.

Kate la observó con desconcierto.

—¿Mary no irá a la fiesta de Laura de mañana? Llevan semanas hablando de eso.

—Ayer la suspendieron, ¿no te has enterado?

Kate amplió las órbitas de sus ojos.

—No.

—Laura avisó a las chicas en el ballet. No comprendí muy bien los motivos, creo que fue por una decisión de la abuela de la chica por algo que le contó Laura, pero eso me vino como anillo al dedo —expresó la mujer con desinterés—, así puedo salir del compromiso con Darryl cuanto antes.

Aunque Deborah había aceptado que Mary se reuniera con su padre, por el bien de la niña, no se sentía a gusto con ese encuentro. En su pecho había mucho rencor acumulado hacia su esposo. Para ella, aquello era una responsabilidad que ansiaba quitarse de encima lo más pronto posible.

Kate trataba de asimilar la noticia. Sí había notado durante los ensayos del ballet una actitud extraña en las chicas, pero no comprendía por qué Claire no le había comentado nada. ¿Habría perdido la confianza de la niña?

Quizás Laura había decidido contarle a su abuela todo lo que ocurría, de la misma manera en que Claire lo había hecho con su padre, y por eso habían suspendido la fiesta.

Se despidió rápidamente de Deborah y salió en dirección a los pasillos. Comenzó a inspeccionar los alrededores en busca de la niña. Si bien el hecho de que no fueran a celebrar la fiesta era sin duda una gran noticia, Kate necesitaba comprender las razones.

Los chicos del equipo de fútbol decidieron aprovechar que ese día no habría clases para practicar. Jeremy se acercó al campo con intención de encontrar a Eric y conversar con él, pero el chico aún no había llegado.

Abel, Igor y él se sentaron en las gradas del campo deportivo, junto a los jóvenes que esperaban al entrenador. Llevaban algunos minutos hablando con ellos de cosas triviales cuando un chico se acercó corriendo.

—¡Ryan está afuera golpeando a Eric! —notificó con la respiración entrecortada.

—¡Avisad al entrenador! —pidió Jeremy, y corrió hacia el exterior seguido por sus amigos.

Al llegar a la entrada del colegio, la pelea había terminado. Eric estaba tirado en el suelo con el rostro ensangrentado, y algunos jóvenes dispersos en los alrededores miraban atónitos hacia el final de la calle, por donde había desaparecido el coche donde Ryan había escapado.

—¡¿Qué demonios ha sucedido?! —le preguntó Jeremy a Eric cuando él y Abel lo ayudaron a levantarse.

El chico tosía tratando de recuperar el aire perdido; tenía una pequeña herida en la ceja derecha, por la que manaba una gran cantidad de sangre.

—Nada —respondió el joven con irritación, e intentó zafarse del agarre de quienes lo ayudaban.

—¿Nada?, ¿y te han partido la ceja? —rebatió Jeremy con enfado.

Eric suspiró con dificultad. Abel le dio un pañuelo para que se limpiara un poco la sangre del rostro.

—Tuve una pelea con mi hermano.

—¿Por qué?

—Un asunto familiar —dijo el chico con la mirada gacha. Jeremy sabía que estaba ocultando algo.

—¿Dónde está? —Eric alzó los hombros con indiferencia—. Si te callas, él seguirá humillándote.

El chico levantó la vista. En sus ojos se podía divisar la preocupación.

—Es… difícil. No te gustará…

—¡Jeremy!

La llamada de Kate desvió enseguida la atención de Jeremy. Se aproximó a ella para saber qué le ocurría, se notaba angustiada.

—¿Qué pasa?

—Es Claire. —Él endureció el rostro—. No está en el instituto. Unos chicos me dijeron que la vieron salir acompañada por Mary, Laura… y Ryan Graham.

Jeremy se giró hacia Eric y clavó una mirada furiosa en el joven, que se había apoyado contra la pared y observaba con tristeza el suelo. Se acercó a él en dos zancadas, lo tomó con firmeza del cuello de la camisa y lo obligó a mirarlo a los ojos.

—¿Dónde están? —preguntó con severidad. Eric contrajo el rostro en una mueca de disgusto—. Dime inmediatamente dónde están o te juro que te sacaré la información a golpes.

—Jeremy, cálmate —le exigió Abel, pero él estaba demasiado enfadado y nervioso como para escuchar algo diferente a las explicaciones del chico.

—No podrás hacer nada —le advirtió Eric.

—Ese no es tu problema, dime dónde están.

—Eric, por favor —suplicó Kate, al ver que el joven no soltaba palabra y Jeremy se ponía cada vez más enfadado.

El entrenador, seguido por una comitiva de alumnos, salió a toda prisa del instituto y se acercó a ellos. Jeremy tuvo que dejar que Abel e Igor lo apartaran del chico antes de que se metiera en serios problemas.

Mientras el entrenador evaluaba las heridas del joven y lo interrogaba sobre lo sucedido, Keny Robertson se aproximó a Jeremy y le habló de forma confidencial.

—Suele reunirse con sus socios en los alrededores del cementerio del norte, donde vivía su madre —le informó antes de alejarse rápidamente de él para entrar en el instituto.

Jeremy echó una ojeada hacia Eric y lo vio fulminando a su amigo con la mirada, pero no quiso perder más tiempo. Luego se encargaría de él; ahora lo importante era localizar a su hermana antes de que Ryan la lastimara.

Corrió hacia su coche, seguido por sus dos amigos y Kate, que no pensaba separarse de él en ese momento, mientras sacaba su teléfono y daba aviso a su padre de lo que ocurría.

Minutos después, llegaron al cruce de la calle Collyer con la del cementerio. Jeremy sabía que en aquella zona de la ciudad estaba la casa de la difunta madre de Ryan. Recorrieron el lugar y preguntaron a los vecinos por el sujeto, pero cada uno les indicó un destino distinto: estaba claro que Ryan no se dejaba ver siempre en el mismo lugar.

Sin más opciones, se detuvieron frente a la casa de madera blanca de la familia Graham, a pesar de que le habían advertido que no fuera directo allí, ya que el padre de Ryan era un hombre altanero y tozudo, que no dudaba en sacar su escopeta y echar a balazos a la gente que iba en busca de problemas.

Kate logró convencer a Jeremy de que la dejara a ella hablar, para evitar un conflicto. Él aceptó, aunque no se despegó de su lado ni un segundo.

Tocaron a la puerta, y después de esperar casi un minuto a que alguien saliera, para sorpresa de ambos quien los atendió no fue el padre de Ryan y su escopeta, sino Kristy Smith.

La mujer tenía unas marcadas ojeras en los ojos, que acentuaban aún más su rostro irritado.

—¿Qué demonios hacéis vosotros aquí? —preguntó con desdén.

Jeremy suspiró con agobio y se giró para compartir una breve mirada exasperada con sus amigos, que aguardaban dentro del coche y no pudieron evitar dibujar una pequeña sonrisa por lo irónico de la situación.

Kate mantuvo la calma lo mejor que pudo, y se irguió para dirigirse hacia la encolerizada mujer.

—Buscamos a Ryan.

Kristy soltó una risa burlona que inquietó a Jeremy.

—¿Y piensas que te voy a invitar a pasar y a tomar un café mientras te doy noticias sobre el paradero de ese idiota?

Kate se mordió los labios y analizó con mente fría las palabras que tendría que decir para no alterarla. Lo importante era saber de Ryan y las niñas.

—Kristy, ya basta —exigió Jeremy—, creo que ha sido suficiente.

—Jamás será suficiente —declaró la chica con rigidez.

—Estamos aquí por un motivo importante —rebatió él.

—¡Me importan una mierda tus motivos! —exclamó Kristy con furia, y tomó la puerta para cerrarla con brusquedad, pero Kate se interpuso con firmeza y se lo impidió.

—Kristy, necesitamos saber urgentemente dónde está Ryan —dijo con voz suplicante, a escasos centímetros del rostro de la joven.

Jeremy la tomó por un brazo e intentó apartarla, pero al ver que ella se mantenía firme, la soltó, sin alejarse de ella. Dejaría que se encargara sola del asunto, aunque estaba dispuesto a actuar si aquella gata intentaba lastimarla de nuevo.

—No me interesa lo que vosotros queráis. Piérdete, perra.

—¡Kristy!

Jeremy estuvo a punto de intervenir. No obstante, tuvo que cerrar la boca al ver que Kate alzaba una mano hacia él, con la palma abierta, indicándole que se detuviera y la dejara hablar a ella.

—Ryan tiene a Claire y a dos de sus amigas. No sabemos qué pretende hacer con ellas, pero suponemos que no es nada bueno —confesó. Kristy la observaba con seriedad—. Son unas niñas, Kristy. Necesitamos saber dónde se las ha llevado.

La rubia se mantuvo por unos segundos inmóvil.

—Ya te dije que no me importa a lo que hayáis venido. Idos a otro lado a molestar —respondió, e intentó cerrar la puerta, pero de nuevo Kate se lo impidió.

—Tú sabes mejor que nadie lo malvado que él puede llegar a ser. —Aquello ensombreció el rostro de la rubia—. Esas niñas no merecen sufrir lo que él les hará. Ayúdanos a encontrarlas —rogó con lágrimas en los ojos.

Por un instante, pareció que Kristy colaboraría, hasta que, de pronto, la empujó con fuerza para apartarla y cerró con un firme portazo.

Kate se quedó allí, petrificada, con la angustia anclada en la garganta, mientras Jeremy la abrazaba por la cintura y le besaba el cuello.

—Vamos, buscaremos información en otro lado —le susurró al oído para calmarla.

Con mano temblorosa ella se limpió el rostro y secó las lágrimas que le corrían por las mejillas. No podía creer lo que Kristy acababa de hacer.

Se dejó llevar por Jeremy al coche. Caminaba cabizbaja. Un intenso sentimiento de derrota casi la asfixiaba.

—Está bien. Os diré dónde está.

Se giraron sorprendidos al escuchar la voz de Kristy que les hablaba desde el umbral. La mujer les dictó rápidamente una dirección y luego se encerró en la casa.

Jeremy tomó a Kate de la mano y la metió enseguida dentro del auto. Mientras se alejaban, ella miró hacia el hogar: la silueta de la mujer se divisaba a través del vidrio empañado de la ventana.

Se incorporó en el asiento al sentir que le apretaban la mano.

—Gracias —le susurró Jeremy, y le dio un cálido beso en los labios antes de fijar su atención en la carretera para estar atento de que Igor, quien estaba frente al volante, no tomara un camino equivocado.

Kate suspiró sintiéndose más esperanzada. Una luz comenzaba a vislumbrarse al final del sendero.

Se sumergieron por una vía secundaria de tierra, que conectaba dos calles y estaba flanqueada por los patios de las casas aledañas. A mitad de camino hallaron una pequeña vivienda de madera, algo destrozada por el tiempo. Había dos coches y cinco motos estacionados enfrente, junto a una veintena de sujetos que conversaban entre ellos y parecían trasnochados. Fumaban y bebían licor directamente de la botella.

Igor aparcó el vehículo en medio de la vía y todos se bajaron rápidamente, seguidos por la mirada desafiante de varios de los presentes.

—Kate, quédate cerca de mí —le indicó Jeremy tomándola de la mano. Ella entrelazó los dedos y se esforzó por calmar las fuertes palpitaciones de su corazón—. ¿Ryan Graham? —preguntó dirigiéndose al grupo. Lo único que logró fue que lo observaran con cierto desprecio.

—No obtendremos nada de esta gente —vaticinó Abel sin apartar la vista de aquellos tipos.

—Tendremos que intentarlo —aseguró Jeremy, y avanzó un poco más hacia el grupo.

Los sujetos, aunque estaban en posiciones relajadas, escuchando rap recostados en los coches o sentados sobre el muro bajo de piedra que servía de cercado a la propiedad, se mantenían alerta mientras se acercaban los visitantes.

Jeremy se dirigió a la casa, ignorándolos, pero cuando estaba a pocos metros de las escaleras, dos de los que se encontraban más cerca se movieron de sus sitios para cerrarle el paso.

Uno de ellos, un tipo alto, robusto y vestido de motero de los pies a la cabeza, expulsó el humo que tenía retenido en los pulmones y lanzó lejos el cigarro que fumaba.

—¿Tienes invitación? —preguntó con voz ronca.

—Busco a Ryan Graham —respondió Jeremy con una postura erguida.

El sujeto abrió la boca para decir algo, pero justo en ese instante la puerta de la vivienda se abrió y lo interrumpió.

—Déjalo, Clivert —ordenó el hombre que salía de la residencia. Era un sujeto alto y delgado, pero de complexión fibrosa. Tenía sus cabellos castaños despeinados y la mirada algo enrojecida. Un tatuaje que parecía la cabeza de una cobra se dejaba ver en su cuello—. Este capullo viene por las niñas —aseguró Ryan sonriendo con satisfacción.

Aquel gesto casi saca de sus cabales a Jeremy.

Soltó a Kate y avanzó con paso decidido hacia él, aniquilándolo con la mirada. Pero el tal Clivert lo detuvo, apoyando su grande y fuerte mano en el pecho de Jeremy.

—¿Dónde están? —preguntó con irritación.

Ryan avanzó con lentitud hacia él mientras se frotaba la nariz con el dorso de una mano. Se paró a escasos centímetros de distancia de Jeremy, y alzó el mentón para mirarlo con arrogancia.

—¿Qué me darás a cambio?

Jeremy apretó la mandíbula y los puños. La sangre comenzó a hervirle en las venas.

—¿Qué quieres?

Ryan alzó los hombros con indiferencia y guardó las manos en los bolsillos del pantalón. Aunque la actitud de Jeremy era desafiante, él no le daba importancia. Estaba rodeado por una veintena de desalmados que acabarían con el chico en segundos.

—He perdido un gran negocio por culpa de tu padre. Y a mí no me gusta perder dinero.

—¿Por culpa de mi padre?

—Convenció a los idiotas del instituto para que desistieran de la apuesta. ¿Sabes la cantidad de chicas que he dejado de obtener por eso?

Jeremy frunció el ceño.

—Tenía algunas deudas que pagar. Necesitaba… especias —reveló con tono divertido.

Las especias eran las niñas que irían a la fiesta, desde luego; ese tipo pensaba secuestrar a varias de ellas para introducirlas en su red de prostitución y saldar sus compromisos. Jeremy se enfureció aún más al enterarse de aquello.

—¿Dónde está mi hermana?

—Mis respuestas tienen un precio.

La paciencia de Jeremy se desbordó con esas últimas palabras. Le golpeó con rabia en el pecho para empujarlo. Ryan se tambaleó un par de pasos hacia atrás, pero antes de que pudiera recuperarse del ataque, Clivert ya tenía a Jeremy agarrado del cuello y con una afilada navaja apoyada sobre su yugular.

Kate se sobresaltó e intentó ir a defenderlo; por suerte, Abel logró sujetarla por los brazos a tiempo antes de que la chica cometiera un error, y la alejó de la contienda.

—Eres valiente —se burló Ryan mientras se frotaba el pecho.

Luego se acercó a Jeremy y le asestó un fuerte puñetazo en el estómago, haciendo que el chico se doblara por el dolor y la falta de oxígeno.

Kate gritó aterrada y forcejeó con Abel para soltarse, pero fue inútil.

—Vinieron a mí por voluntad propia —declaró Ryan refiriéndose a las niñas, mientras Jeremy se incorporaba, aún con Clivert pegado a su espalda y la navaja rozando su cuello—. Mary está loca por Eric, y para evitar que yo siguiera golpeándolo por incompetente, aceptó acompañarme. Las demás la siguieron para no dejarla sola. Ellas sabían a qué venían, así que en realidad no he cometido ningún delito —explicó con una enorme sonrisa en su despreciable rostro.

Jeremy intentó recobrar el aire perdido sin moverse mucho, ya que con cada movimiento la hoja de la navaja se clavaba más en su cuello. Podía sentir el calor de una gota de sangre humedecerle la piel.

—No sé si esa excusa te servirá para convencer a la Policía —soltó. Aquello logró esfumar la diversión de Ryan—. No soy abogado, pero creo que has cometido un delito de violación de libertad personal a través de la coacción, el secuestro y el tráfico de menores, sin mencionar lo que has hecho a los chicos del instituto y lo que ahora me haces a mí. Con eso, además de perder tu libertad condicional, empeorarás tu situación.

Ryan obligó a las comisuras de sus labios a alzarse para dedicarle una sonrisa torcida.

—Los chicos del instituto no hablarán, sé cómo hacerlos callar. Las niñas subieron ellas solitas a mi coche, yo no las secuestré. Y con respecto a ti…

Clivert apretó su agarre, dejando claras las intenciones de Ryan: a ellos los eliminarían. Jeremy sintió temor por Kate, pero se esforzó por mantener la calma.

—Mi padre y varios profesores del instituto saben que salimos en tu busca —le informó—. Si desaparecemos, tú serás el primer sospechoso, y vivirás acosado toda tu vida.

Ryan lo miró fijamente. Sus ojos destilaban un profundo odio.

—Déjanos ir ahora, con las niñas, y no te acusaremos —propuso Jeremy.

—¿Y crees que confiaré en ti? —masculló Ryan con rabia.

—Vivimos en el mismo barrio. Puedes confirmar en cualquier momento si cumplo o no con mi palabra.

Ryan compartió una mirada con Clivert; este parecía preocupado. Todos ellos tenían deudas con las autoridades. Muchos estaban en libertad condicional; si se veían implicados en cualquier pequeño conflicto, perderían muchos de sus derechos.

—Pero yo sigo teniendo que pagar una gran deuda —objetó, echando una mirada furtiva hacia Kate.

Jeremy endureció las facciones.

—Me tienes a mí. Paga tu deuda conmigo —se ofreció.

Ryan rio con burla y estuvo a punto de negarse, pero la aparición de una rubia, que salió de la casa sin prisa, lo interrumpió. La mujer se acercó y le habló al oído, comunicándole algo de lo que él no estaba al tanto. Una sonrisa infame se dibujó en su rostro.

—Vaya, vaya —se mofó—. Al final sí que vas a serme más valioso que tu hermana. —Jeremy lo observó contrariado. Ryan le hizo señas a la rubia para que entrara de nuevo en la vivienda—. Mi socio está muy interesado en ti. Tu sacrificio me servirá para liquidar parte de mi deuda —comunicó con diversión—. ¿Sigue en pie tu oferta?

—Haz lo que quieras conmigo, pero deja que las niñas y mis amigos se marchen. Ninguno dirá nada.

—¿Me das tu palabra, Collins? —El aludido asintió, manteniendo una mirada dura en Ryan, que se aproximó un paso más a él y lo señaló con un dedo—. Si alguno le dice una sola palabra a la Policía de mí o de mis amigos, me cobraré la afrenta con tu hermana.

De la casa salió la mujer acompañada por las tres niñas. Claire, al ver que un hombre tenía a su hermano sujeto por el cuello y lo amenazaba con un cuchillo, gimió aterrada y se lanzó hacia él, pero Ryan se lo impidió.

—Sigue tu camino, niña.

Kate se soltó rápidamente de Abel y corrió hacia las chicas. Alejó a Claire de Ryan, y tiró de Mary y de Laura para que la siguieran hacia donde estaban Abel e Igor, quienes permanecían alerta ante cualquier ataque.

—Llévatelas —le ordenó Jeremy a Abel.

Kate negó con la cabeza, con la angustia represada en los ojos. De allí no se iba sin él. Jeremy la reprendió con la mirada. No podía exponerlas por más tiempo al peligro.

—Mi socio se cobrará la deuda a su manera —declaró Ryan, llamando la atención de todos—. Prepárate, Collins. Es hora de que pagues por tus errores.

Acto seguido, vieron que de la casa salía un hombre alto, de piel negra y de contextura recia.

Jeremy comprendió enseguida la situación. Quien bajaba los escalones con la furia tatuada en el rostro era Tyler Winter, el esposo de Nadir Tanner, su ardiente vecina.

Las lágrimas corrieron por las mejillas de Kate. Ella y Jeremy compartieron una mirada intensa mientras el tipo se acercaba.

—Tienes una cuenta pendiente conmigo, Collins —expresó el hombre; apretaba los puños con fuerza—. Alguien debe enseñarte a no tocar lo que no te pertenece.

Clivert se apartó y lo dejó solo frente a Tyler, que se mostraba cada vez más ansioso.

Jeremy supo que esa era su oportunidad para enmendar sus errores. Aunque fue Nadir quien siempre lo buscó y se ofreció, él aceptó el juego. Ahora anhelaba vivir una vida diferente junto a Kate, pero no lo lograría hasta que no saldara sus deudas.

Se irguió y enderezó los hombros, imaginando lo que le esperaba.

—¿Qué propones? —preguntó con firmeza.

Un sujeto abrió la portezuela de uno de los coches y rebuscó en su interior hasta sacar un par de juegos de guantes de boxeo. Jeremy tragó grueso. Aquella pelea la tenía perdida. Tyler era un boxeador aficionado.

Los hombres diseminados por los alrededores parecieron salir de su letargo, y se acercaron jaleando y dando vítores. Claire comenzó a llorar y a gritar para impedir el enfrentamiento, pero Igor la agarró de la cintura y la alzó para sacarla de allí y meterla en el vehículo. Abel tomó a las otras dos niñas, que también lloraban angustiadas, y las arrastró hacia el vehículo.

Kate dudó. Aunque Jeremy le prometía con la mirada que todo iría bien, el dolor no le permitía reaccionar.

Abel la apresó por un brazo y le habló con firmeza.

—Kate, ve con Igor y sacad a las niñas de aquí —le dijo, mientras escuchaban los ruegos angustiados que Claire emitía desde el vehículo para que no le hicieran daño a su hermano—. Yo me quedaré con Jeremy.

La mujer posó en él por unos segundos su mirada ahogada en pena. El pobre trataba de transmitirle confianza, pero ella tenía el corazón demasiado roto y la cabeza muy llena de temores como para comprender sus silencios.

Al regresar su atención a Jeremy y verlo solo, rodeado por una manada de salvajes que exigían sangre para satisfacer su ímpetu, sintió su humillación. Todo el acoso que ella había experimentado durante años no era comparable con la escena que se producía ante sus ojos. Jeremy no merecía en absoluto un trato como ese, y sin embargo, lo había aceptado con humildad y valentía no solo para resarcir sus errores, sino para proteger a los suyos.

—Idos ya, Kate —le pidió Abel—. Antes de que Ryan se arrepienta.

Con las lágrimas saliendo desbordadas de sus ojos, ella retrocedió hacia el vehículo y entró en él. Compartió una última mirada con Jeremy antes de que el coche se pusiera en marcha y los sacara del lugar.

La angustia le subió a la garganta al ver la imagen del grupo empequeñeciéndose en la lejanía. Se cubrió el rostro con las manos y lloró toda la pena que tenía acumulada en el pecho.