CAPÍTULO 15
A la altura de North Kingston, hicieron una parada en un establecimiento de comida rápida en el Kingston Plaza. Compartieron una pizza grande de doble queso y pepperoni, y un par de Coca-Colas, mientras terminaban de ponerse al día con las averiguaciones que cada uno había logrado por su cuenta.
—Siempre supe que había algo entre Darryl y su secretaria, pero nunca imaginé que el asunto llegara tan lejos —comentó Jeremy, dando luego un mordisco a un trozo de pizza.
—El hecho de que vaya a tener otro hijo no es el problema. Actualmente existen muchos matrimonios separados que poseen dos o hasta más familias adicionales. El conflicto se presenta cuando ignoran a uno de los hijos por atender a otro —explicó Kate—. Mary es una chica que está iniciando su adolescencia. Ahora más que nunca necesita del apoyo y el cariño de sus padres.
—¿Y dices que por eso ella siente envidia de Claire? —inquirió Jeremy mientras apuraba el bocado que tenía en la boca.
—A diferencia de lo que ocurre con Mary, Trevor nunca ha abandonado a Claire. La acompaña a todas las presentaciones del ballet y, en la escuela, la felicita por sus logros, la ayuda y anima. Eso es lo que Mary necesita, pero, como no lo obtiene ni de su madre ni de su padre, reacciona de esa manera.
—Es bastante egoísta, ¿no crees?
—Es una niña que no ha forjado todavía su personalidad, no tiene quien la guíe.
—Pero yo he conocido a otras personas que han vivido situaciones similares y hasta peores, y no los veo reaccionando en contra de sus mejores amigos —expuso Jeremy mientras se ocupaba en terminar el último trozo de pizza que quedaba en el plato.
Kate suspiró y dejó vagar la mirada por el interior del recinto.
—No todos reaccionan de la misma manera. Cada uno tiene su modo de afrontar los problemas.
Jeremy observó con atención el perfil de la joven. Se notaba melancólica, y en su mirada se podía percibir la tristeza. Su adolescencia también estuvo marcada por la poca atención de los padres, pero, en su caso, su reacción fue cerrarse a la sociedad, al contrario que la amiga de su hermana.
—¿Crees que la disputa entre Keny Robertson y Eric Graham tiene algo que ver con el asunto de Mary? —expuso para sacar a Kate de su mutismo.
Ella suspiró antes de responderle.
—Podría tener relación con ese empeño de Mary en lograr que Claire pierda su virginidad.
Jeremy se quedó por un instante en silencio, con el ceño fruncido, mientras evaluaba esa posibilidad.
Kate lo observó con anhelo. En ese viaje, a diferencia de los anteriores, él no la había tocado ni besado. Añoraba sus caricias, sobre todo, después de la increíble experiencia vivida entre sus brazos cuando estaban en su habitación. Su necesidad por Jeremy iba en aumento a cada segundo; en cambio, a él parecía que le sucedía todo lo contrario, y eso le dolía.
Lo que ella no sabía era el esfuerzo sobrehumano que Jeremy estaba realizando para no devorársela a besos allí mismo, pero le había prometido ser un chico bueno, para demostrarle que su trastornada cabeza no solo pensaba en sexo, sino que era capaz de asumir responsabilidades con seriedad y compromiso.
Jeremy regresó su atención hacia Kate y trabó su mirada con la de ella. Aquellos ojos turquesa eran tan cálidos y transparentes que le producían un sinfín de emociones en el pecho. Tenía tantas ganas de estrecharla en un firme abrazo y hundirse en su boca que temía perder el control en cualquier momento.
Para evitar cometer un error que echara por tierra todo lo que había hecho hasta ahora, se aclaró la garganta y se incorporó en la silla.
—¿Quieres algo más? —le preguntó. Ella negó con la cabeza—. Bien, creo que es hora de continuar el viaje. Falta poco para llegar a la universidad. —Se levantó de la mesa, seguido por ella.
Salieron en silencio del establecimiento y caminaron hasta el coche, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
Tres días después, Katherine ocupaba una de las mesas en la cafetería de la universidad. Ese día había amanecido frío pero despejado, y ella estaba afanada en su ordenador portátil, terminando de escribir un ensayo sobre la aplicación del enfoque cognitivo en la gestión de la clase.
—¿La enseñanza por medio de la resolución de problemas? Veo que te ha interesado mucho ese tema —indicó Maddie mientras vertía el sobre de azúcar en su capuchino, después de que su amiga le dijera de qué trataba su investigación.
—Trabajaremos con adolescentes. Es idealista esperar que durante las clases no se presentará ningún inconveniente —garantizó Kate sin apartar la vista de la pantalla—. La planificación del profesor no debe basarse solo en el contenido académico; tiene que prepararse para solucionar cualquier conflicto.
Después de revolver su café, Maddie tomó la copia del artículo que su amiga había consultado como referencia bibliográfica.
—¿Inclusión curricular? —preguntó desconcertada.
Kate alzó la mirada hacia la chica y se ajustó las gafas al puente de la nariz.
—Hay que aprovechar las oportunidades que cada materia ofrece para incluir contenidos actitudinales. De esa manera podemos ir construyendo una personalidad social y reforzaremos el desarrollo emocional del alumno.
—¡Guau! —alabó Maddie dejando las hojas sobre la mesa de nuevo para ocuparse de su bebida—. Ese es un buen tema para la tesis, ¿no crees? —agregó sin darle mucha importancia.
Kate, sin embargo, se quedó pensativa, rumiando aquella posibilidad.
Freddy llegó a la mesa acelerado y se sentó en la única silla vacía que quedaba, como si acabara de terminar la maratón de Boston.
—Eres tan vago que una caminata a la cafetería te cansa como si hubieras andado cientos de kilómetros —se burló Maddie.
—Antes solíamos reunirnos en la biblioteca, a pocos metros del edificio de aulas —se quejó él, intentando recobrar el aliento—, pero ahora os empeñáis en venir hasta aquí. —Echó una mirada despectiva a la abarrotada y bulliciosa cafetería—. La presión académica os anula la perspectiva.
Maddie sonrió con picardía.
—Vamos, hombre, es más probable que Kate se encuentre «accidentalmente» con el amor de su vida aquí que en las salas de lectura.
—No estamos aquí por Jeremy —rebatió la aludida con el ceño fruncido.
—¿Y quién está hablando de Jeremy? —la fastidió Maddie, fingiendo sentirse ofendida.
Kate se mordió los labios para soportar la risa burlona de su amiga.
—Podemos darle a Collins una lista de los lugares donde habitualmente estudiamos —expresó Freddy con irritación—. Así no se pierde en esta vasta selva de hormigón mientras ubica a su doncella, y nosotros no cambiamos nuestras costumbres.
—Sois insoportables —los reprendió Kate cruzándose de brazos—. No estamos aquí para encontrarme «accidentalmente» con Jeremy, sino porque…
Ella señaló con una mano al local, buscando un argumento en su cabeza que explicara el hecho de preferir estudiar allí en vez de en la biblioteca. Maddie no podía parar de reír, mientras que Freddy esperaba su respuesta con las cejas arqueadas.
—… Sino porque es hora de que nos relacionemos con el mundo que nos rodea —sentenció, y los observó con los ojos muy abiertos, como si hubiera hallado la solución a una problemática delicada.
Maddie se esforzó por abandonar su diversión y miró a su amiga con compasión.
—Katherine Gibson, ¿cuándo vas a reconocer públicamente que Jeremy Collins es el hombre de tu vida y que haces cualquier cosa por estar cerca de él?
—¿Es el hombre de tu vida? —intervino de forma sorpresiva una voz femenina—. Qué patética eres. Veo que no pierdes tus costumbres —se burló Kristy Smith, que se detuvo junto a Kate.
Ella dirigió su atención hacia la joven y la miró con el rostro endurecido.
—Te has vuelto una novedad en la universidad —expresó Kristy con sorna—. El sábado organizaremos una fiesta por el fin del invierno. Espero que nos deleites con tu presencia.
Kate respiró hondo, sin apartar la mirada de ella, que parecía colérica.
—Ya cumplí con mi parte. Te toca a ti —finalizó la rubia, y salió de la cafetería acompañada por dos de sus amigas, contoneando las caderas como si caminara sobre una pasarela en París.
El trío guardó silencio hasta que las tres desaparecieron.
—¿Y a esta qué mosca le ha picado? —inquirió Freddy antes de acomodarse en su silla para subir la mochila sobre la mesa y comenzar a sacar sus cuadernos de apuntes.
—¿Eres una novedad? ¿Ya cumplí con mi parte? —preguntó Maddie con desconcierto—. ¿Seguimos en la universidad o de pronto hemos caído en una máquina del tiempo que nos ha trasladado de vuelta a la secundaria?
Kate se quitó las gafas y se masajeó el puente de la nariz con cansancio. Aquellos tres días habían sido demasiado tranquilos. Debido a las obligaciones académicas, ella había tenido que enfrascarse en sus estudios, mientras Jeremy se ocupaba de los suyos y cumplía con las prácticas de natación; aun así, se mantenían en constante comunicación a través de mensajes por el móvil o llamadas telefónicas.
Las veces que Kate se había tropezado en los pasillos con algunos de los amigos y compañeros de estudios de él, todos la habían saludado como si ella fuera una de las chicas más populares del recinto. Tenía la seguridad de que estaban al tanto de la relación que mantenía con Jeremy; por eso se había convertido de pronto en una «novedad».
Ahora era la «nueva novia» del nadador más exitoso y atractivo de la universidad, un personaje que no podía faltar en las fiestas y eventos. Kristy Smith llevaba años trabajando como organizadora de las actividades que se realizaban en el campus. Alguien había debido obligarla a incluirla en la próxima fiesta. Lo que Kate tenía muy claro era que aquello no le saldría gratis: Kristy cumplía con su labor, pero no encajaría sin más esa humillación.
—¿Por qué no dejamos las trivialidades para otro momento y nos ocupamos de lo verdaderamente importante? —dijo Freddy abriendo su libreta de apuntes; a fin de cuentas, habían acordado reunirse allí para estudiar—. Antes de que comencemos, te aviso de que hablé con la profesora Adams y te concerté una cita con ella para el domingo a las diez de la mañana —informó en dirección a Kate, sin mirarla a los ojos—. En la semana no puede porque está llena de compromisos académicos y familiares.
Kate se mostró interesada en la información. Enseguida se olvidó de Kristy y se colocó de nuevo las gafas.
—Esa es una buena noticia. Gracias por el favor.
—No fue ningún problema. Tenía que reunirme igualmente con ella para que me revisara un ensayo en el que estoy trabajando. Lo que no comprendo es para qué necesitas entrevistarte con una docente que tiene un máster en Orientación Educativa. ¿También piensas especializarte en esa área? —consultó su amigo mientras buscaba algo en su cuaderno.
—Considera la posibilidad de que nuestra tesis se enfoque en ese tema —respondió Maddie antes de dar un trago a su bebida.
Freddy abandonó su búsqueda para observarla a los ojos.
—A mí me serviría de mucho —agregó, ya que pretendía especializarse en esa materia después de obtener su título universitario.
Kate suspiró.
—No se trata de la tesis, es un… asunto personal.
Freddy y Maddie compartieron una mirada, y dijeron al unísono:
—Jeremy Collins.
Kate puso los ojos en blanco y se centró nuevamente en el ensayo que revisaba en su portátil.
—Sois insoportables —masculló, arrancando risas en sus compañeros.
La mañana del jueves, Jeremy salió de su clase de Educación Física Adaptada y se encaminó al complejo acuático. Ese día tendría una reunión con el equipo de natación para establecer el nuevo calendario de prácticas que debían seguir en las próximas semanas de cara a las competencias de primavera.
Mientras recorría los amplios pasillos del edificio de aulas, sacó su móvil del bolsillo del pantalón y llamó a Kate.
—¿Qué hace la chica más hermosa de todo Kingston? —le preguntó cuando ella descolgó el teléfono.
Katherine estaba en clase y había salido rápidamente al pasillo al notar que su teléfono vibraba y que en la pantalla aparecía el número de Jeremy. Anhelaba escuchar su voz. No pudo evitar sonreír avergonzada por su romántico saludo.
—Aún estoy en clase, ¿y tú?
—De camino al complejo. Quiero verte hoy —anunció sin preámbulos.
—¿No tienes prácticas?
—Nos han dado unos días de descanso. Los chicos de segundo año tendrán varios parciales la próxima semana y los de último año debemos concretar el tema de la tesis.
—Entonces sí estás ocupado. Tienes que trabajar en el tema de tu tesis —expuso la chica con intención de molestarlo.
—Mi compromiso ahora eres tú. Llevo días sin verte, te necesito.
Kate cerró los ojos al sentir un oleaje de emociones desatarse en su interior. Ella también lo necesitaba: no pasaba un segundo de su vida sin pensar en él, sin añorarlo.
—Yo también quiero verte.
—Pasaré por la residencia a las siete, te llevaré a cenar y luego te comeré a besos. Serás mi postre.
La promesa de Jeremy le recorrió la piel como si fuera una caricia, erizándole el vello del cuerpo. No pudo evitar recordar el momento en la habitación de él, disfrutando en intimidad del delicioso contacto de sus manos.
—Estaré lista.
Se despidieron de manera cariñosa, razón por la cual Kate tuvo que permanecer algunos minutos en el pasillo para recuperar la cordura. Con solo sus palabras, Jeremy era capaz de acelerarle el ritmo del corazón y excitarla por completo hasta volverla inestable.
Él, por su parte, no podía borrarse la sonrisa del rostro mientras salía del edificio de aulas. Imaginar que en pocas horas tendría de nuevo a Kate entre sus brazos lo hacía añorarla con más fuerza. Guardó el móvil en el bolsillo y bajó a paso apresurado las escalinatas que daban al estacionamiento, donde estaba aparcado su Kia.
—Pensé que no saldrías nunca —lo reprendió su amigo Abel Parker con una sonrisa. Lo esperaba sentado en el borde de la acera.
—La evaluación nos llevó más tiempo del que pensaba.
—¿Y cómo te fue?
—Creo que muy bien. Ya veremos si logro convencer a la profesora con mis ideas.
—No esperaba que nos pusiera esa prueba sorpresa —confesó Abel al tiempo que se levantaba del suelo para acercarse al vehículo de su amigo y dirigirse con él al complejo acuático.
—Es la única manera que tienen de evaluar si, en realidad, estamos aprendiendo lo que nos enseñan —justificó mientras desactivaba la alarma del Kia y abría las puertas para que ambos entraran.
—¿Cuál fue tu propuesta de trabajo?
—Diseñé una jornada de juegos de campo para jóvenes con problemas de motricidad —señaló Jeremy encendiendo el motor—. ¿Y tú?
—Un campeonato de baloncesto con chicos sordomudos.
—Interesante.
—Es difícil trabajar con ellos en deportes tan activos. Deben enfocar su atención en el balón, en sus compañeros y en el entrenador al mismo tiempo, para poder atender indicaciones —explicó Abel con la vista puesta en la calzada mientras su amigo salía del estacionamiento—. Por cierto, me dijeron que en unas semanas vendrán miembros de una fundación que apoya a chicos sordomudos para ofrecer talleres de lenguaje de signos. ¿Vas a apuntarte?
—Claro. En el Centro Comunitario mi padre trabaja con un grupo de niños con esa condición. He aprendido algo con ellos, pero me gustaría especializarme para seguir ayudándolos —reveló, al tiempo que tomaba la vía hacia el complejo.
—Últimamente pasas mucho tiempo en Providence —lo aguijoneó su amigo con una sonrisa pícara—. ¿«Cerebrito» tiene algo que ver en eso?
Jeremy fulminó a su amigo con una mirada letal. Odiaba que se refirieran a Kate usando ese apelativo ofensivo con que la habían etiquetado durante la secundaria.
—No la llames así.
—Vale, perdona —se disculpó Abel, alzando las manos en señal de rendición—. ¿Le relación con Katherine Gibson va en serio?
—Eso es asunto mío —declaró el joven con el rostro endurecido dirigido hacia la carretera.
—Tranquilo, amigo. No pretendía burlarme de ella. Ya no estamos en el instituto.
Jeremy apretó la mandíbula al recordar la época escolar, cuando Kate era víctima de infinidad de acosos por parte de sus compañeros, y él se comportaba como un simple espectador que nunca se atrevió a hacer algo efectivo para evitarlo.
Se arrepentía mil veces de haber sido tan pusilánime en aquel entonces, pero se había prometido a sí mismo que aquello no se repetiría. Nadie ofendería ni a Kate ni a ninguna otra persona delante de él; ahora sabía por experiencia propia la angustia que se sentía al ser víctima de acoso. Aunque no se lo hicieran directamente a él, sino a su hermana, la situación le afectaba. Claire era una de las personas más importantes de su vida.
—Es una buena chica; algo extraña, pero muy inteligente —indicó Abel—. Y debo reconocer que tiene un cuerpazo que provoca… —El hombre cerró la boca al ver la nueva mirada mortal que le dedicó su amigo—. Eh, eh, tranquilo, que no voy a quitártela —dijo alzando de nuevo las manos—. Te has vuelto muy posesivo con esa chica.
Jeremy bufó y se centró en la conducción.
—Has cambiado mucho desde que estás con Kate. Vas a levantar una polvareda entre tus fans.
—¿De qué hablas? —se quejó Jeremy mientras entraba en el aparcamiento del complejo acuático.
—¿No te das cuenta? Tus seguidoras comienzan a ponerse en alerta por tu repentina relación con esa chica.
Jeremy llegó al sitio donde iba a aparcar y apagó el motor.
—¿Ponerse en alerta? Es mi vida, Abel, nadie tiene por qué meterse en ella.
—Eso no es lo que piensan tus admiradoras; sobre todo, Kristy —notificó el moreno apeándose del vehículo.
Jeremy se ocupó de asegurar las puertas y activar la alarma antes de encaminarse hacia la entrada de las instalaciones.
—Kristy no tiene ningún derecho a opinar sobre mi vida.
—¿Recuerdas lo que le sucedió a Igor cuando comenzó a salir con April Donovan?
Jeremy se esforzó por recordar a la joven de tercer año de Educación Inicial que estuvo saliendo algunos meses con uno de sus amigos. Nunca se interesaba mucho por los problemas de los demás —él tenía tantos que no se sentía con ánimos de averiguar cómo lo llevaban los otros—, pero recordaba la actitud entristecida de su compañero al terminar la relación con la chica por culpa de la influencia de otras mujeres: tuvo infinidad de inconvenientes, que lo alejaron, incluso, del equipo de natación.
—Si lo pasó tan mal fue porque permitió que otras personas se inmiscuyeran en el noviazgo que mantenía con aquella chica.
—Y porque sus chicas se creían dueñas de él —completó Abel—. Lo mismo puede ocurrirte a ti. Para Kristy, tú eres su hombre.
Cruzaron las puertas acristaladas del edificio y se dirigieron al área de las piscinas en silencio. Jeremy mantenía el rostro adusto. No comprendía por qué Igor consintió que otros intervinieran en sus decisiones, pero él nunca le había permitido a nadie que se metiera en su vida, y mucho menos dejaría ahora que alguien estropeara su relación con Kate.
—Gracias por la advertencia. Te aseguro que eso no sucederá —garantizó.
Abel sonrió con aires de suficiencia, pero no pudo rebatirle porque se acercaban ya a la zona de las gradas, donde había varios de los miembros del equipo.
Después de los respectivos saludos, Jeremy se dispuso a ir a las oficinas para notificarle al entrenador de su llegada, pero uno de sus compañeros lo detuvo.
—Collins, anoche hablé por teléfono con mi hermano Ronny. Me dijo que estuviste preguntando sobre el problema que hay con los miembros del equipo de fútbol en la Classical High School.
—Sí. Mi hermana ha tenido algunos problemas en el instituto, y creo que están relacionados con ese asunto —justificó algo incómodo.
Ronny era el niño pecoso con el que había conversado en el parque Lippitt Memorial, mientras jugaba al baloncesto con sus amigos Edward y Kellan Robertson. Le molestaba que sus indagaciones comenzaran a trascender; no quería empeorar las cosas levantando una oleada de rumores.
Abel se acercó a ellos con intención de acompañar a Jeremy hacia las oficinas, y no pudo evitar escuchar la conversación.
—¿Claire está mezclada en el lío que está armando Eric Graham? —preguntó con curiosidad el chico que lo había detenido.
—¿Qué lío? —quiso saber Jeremy.
El joven alzó los hombros con indiferencia.
—Mi hermano me ha dicho que Eric se ha propuesto conquistar a las chicas de primero; ya lo ha hecho con varias y quiere seguir con las demás. Por eso ha discutido con Keny Robertson y otros miembros del equipo.
Jeremy frunció el ceño. Algo de eso le había comentado el niño, pero creía que el asunto era solo con Mary Sanders, no con todas las niñas de ese curso.
—¿Estás seguro de eso? —indagó Jeremy con más interés.
—Es lo que se rumorea. Ya sabes, son cosas de adolescentes. En el instituto hacemos demasiadas estupideces —aseguró el chico, que se alejó en dirección a sus compañeros.
—¿De verdad Claire está metida en ese asunto? —consultó Abel con desconcierto y algo de preocupación.
—Todavía no sé de qué asunto se trata —se quejó Jeremy. Comenzaba a enfadarse.
—No tengo muy clara la situación, pero algo he oído. Algunos dicen que es una apuesta entre varios chicos del último año del instituto, como si quisieran hacer una última travesura antes de graduarse; pero otros aseguran que el problema es mayor.
—Necesito que me cuentes todo lo que sabes —exigió con mucha seriedad.
—Claro. Avisemos de nuestra llegada y luego nos sentamos a hablar —propuso Abel poniendo rumbo a las oficinas del complejo.
Horas después, Jeremy llevaba a Kate hacia el norte de Kingston, a un restaurante americano especializado en vinos. Cenaron medallones de ternera con salsa de setas, acompañado con patatas al horno, ensalada verde y un exquisito Merlot. Finalizaron compartiendo un brownie relleno de dulce de leche, de la misma manera en que habían compartido días atrás el baklava, cada uno dando de comer al otro.
—No puedo creer lo que me cuentas de esos chicos —expresó Kate cuando terminaban el postre.
Durante la cena, Jeremy le había narrado lo que su amigo Abel le confesó sobre los miembros del equipo de fútbol del instituto.
Como apuesta por el fin de curso, habían acordado conquistar, al menos, a tres chicas nuevas antes de graduarse, pero como ya se habían encargado de todas las jóvenes disponibles de su edad, se esforzaban por ligarse o bien a las más difíciles, las que nunca les habían seguido el juego durante toda la época escolar, o bien a las niñas de primer año, que entraban al instituto ansiosas por destacar desde el primer momento para asegurarse la aceptación y la popularidad.
—El problema realmente no es solo entre Keny Robertson y Eric Graham, sino de varios más, pero ha sido la discusión entre ellos dos la que ha trascendido hasta tal punto que Keny ha decidido echar por tierra su futuro y abandonar el equipo antes de que las cosas empeoraran.
—¿Y piensan permitirlo?
—Mi padre está haciendo lo imposible por reconciliarlos, pero él no está al tanto de todo esto. Lo malo es que, si hablo con él, acabaría revelándole indirectamente el secreto de Claire.
—Quizás es hora de que permitamos que eso suceda —propuso ella. Tomó una de las manos que Jeremy tenía apoyada sobre la mesa para acariciarla. Sabía lo difícil que le iba a resultar tomar esa decisión: era un hombre leal y no quería fallarle a su hermana.
Él respiró hondo y apretó la mano de la chica, antes de recostar la espalda contra la silla.
—Abel me ayudará a averiguar algo más sobre esa situación. Su primo estudia con Keny y Eric. Primero me informaré bien antes de llamar a mi padre. Hay rumores de que la disputa entre ellos puede tener una causa más grave de fondo.
Con su otra mano, Kate cubrió la de él y la frotó con ternura, con intención de mostrarle lo mucho que lo apoyaba; sin embargo, aquello provocó otro tipo de emociones en él.
Desde que la había visto salir de la residencia, enfundada en unos ajustados vaqueros que le realzaban aún más sus estilizadas piernas, con unas botas de tacón alto que la hacían caminar de manera elegante y una chaqueta de cuero negro que se ceñía a su estrecha cintura gracias a un grueso cinturón, creyó enloquecer. Y eso estuvo a punto de suceder cuando, al llegar al restaurante, ella se quitó la chaqueta y la bufanda negra, dejando al descubierto una blusa semitransparente oscura, que dejaba adivinar la forma de su sujetador de encaje, prenda que estaba ansioso por quitarle.
—¿Esta noche te quedarás conmigo?
Kate abrió mucho los ojos y sintió cómo su corazón comenzaba a bombear con intensidad. Jeremy se inclinó sobre la mesa para acercarse más a ella.
—Me tienes loco desde el día en que estuvimos en mi habitación. —Las mejillas de la chica se encendieron. Ahora fue ella la que intentó retroceder y apoyarse en el respaldo de la silla, pero él no se lo permitió; la sostuvo con firmeza, para obligarla a prestarle toda su atención—. Te deseo, Kate, y no para saciarme de ti un solo día, sino para conocerte y explorarte entera por mucho mucho tiempo.
Aquellas palabras despertaron un cúmulo de sensaciones en el vientre de la joven que se le anudaron en la garganta, porque no le era posible hablar. Sentía la alegría, la expectativa y la ansiedad a punto de estallarle en su interior. Por instinto se llevó una mano al puente de la nariz para ajustar las gafas, como hacía cada vez que estaba nerviosa y necesitaba asentar las ideas; por desgracia, esa noche había decidido dejarlas guardadas dentro de su bolso para que Jeremy no tuviera que quitárselas. Al notar su falta, se sintió indecisa.
—Te prometo ir despacio y, si te sientes abrumada, te juro que me detendré —le aseguró al notar su inquietud.
Ella lo deseaba tanto… Quería estar con él, pero ¿se atrevería? ¿Lograría llegar al final?, ¿o saldría corriendo espantada como le había sucedido las veces anteriores?
—¿Tendrás paciencia conmigo? —le preguntó, anhelando que él no se negara.
—Toda la que me pidas.
—Y si no puedo hacerlo, ¿te enfadarás?
—Nunca, te lo prometo.
Los ojos de Jeremy se veían más oscuros y brillantes que de costumbre, tan ansiosos como ella sabía que se mostraban los suyos. Quería intentarlo; estaba segura de que con él sí podría hacerlo. Su anhelo no era producto de la simple curiosidad, o de la desesperación de sentirse aceptada. Lo amaba. Ella también quería conocerlo, tocar y sentir su cuerpo, y dejar que él se deleitara con el suyo. Los unían emociones mucho más fuertes que las físicas: existía una amistad, un compromiso, un cariño genuino, sentimientos que harían que esa primera vez fuera inolvidable.
Con una tímida sonrisa, le confirmó que estaba de acuerdo con la propuesta. El rostro del joven se iluminó, y la firmeza con que sus manos aferraban las suyas aumentó.
En medio de un silencio expectante, en el que solo las caricias y los besos expresaban lo ansiosos que ambos estaban, pagaron la cena y llegaron a un hotel situado a pocos minutos del restaurante. Jeremy no quiso escatimar en gastos y llevó a su chica a un lugar elegante y privado, donde ella pudiera sentirse a gusto y relajada. Sabía muy bien lo que estaba en juego.
El suelo de la habitación estaba completamente tapizado por una alfombra de diseño geométrico en colores oscuros, e iluminada solo por un par de apliques ubicados a ambos lados de la cama. La penumbra creaba un ambiente acogedor. Sin embargo, a Kate los nervios la dominaban, así que entró con paso inseguro hacia la amplia cama de cabecero acolchado, cubierta por finos edredones blancos y poblada por varios almohadones y cojines de un color azul verdoso, al igual que los zócalos superiores de las paredes.
Con las manos apretadas en las asas de su bolso, se detuvo dándole la espalda a Jeremy. No se creía capaz de mirarlo a los ojos.
Él se colocó tras ella y, con delicadeza, cogió su bolso y lo lanzó sobre el sillón que había junto a la cama. Luego pasó los brazos alrededor de la chica para alcanzar el cinturón de su chaqueta y comenzar a desatarlo.
Kate cerró los ojos, sintiendo el cuerpo cálido y duro de Jeremy en su espalda. Tras quitarle la chaqueta, él se alejó unos centímetros mientras se deshacía de su abrigo, y luego la envolvió en un firme abrazo.
—Te quiero —le confesó al oído, y le chupó el lóbulo de la oreja, logrando que cada centímetro de la piel de la chica se estremeciera—. Nunca lo olvides.
Ella le acarició los brazos mientras se deleitaba con los suaves besos que le prodigaba.
—Yo también te quiero —susurró, haciendo que Jeremy apretara el abrazo, con el rostro hundido en su cuello.
La giró y le levantó el rostro para entrelazar las miradas.
—Cuando quieras que me detenga, dímelo, ¿de acuerdo? —le pidió, conmovido por la dulzura que sus ojos turquesa transmitían. Ella asintió, segura de que aquello no ocurriría, pues estaba ansiosa porque comenzara. El deseo se había acumulado en su organismo y necesitaba con urgencia que lo liberaran.
Él le tomó el rostro con ambas manos y la besó con profundidad. Sumergió su lengua en la cavidad húmeda de su boca, hasta robar los suspiros y gemidos que ella intentaba emitir. Poco a poco, fue desprendiendo cada prenda de su ropa, deteniéndose en cada una de ellas para halagar con besos y caricias la piel que descubría. Quería que la chica disfrutara al máximo de aquella experiencia, que el placer fuera tan intenso que no le diera oportunidad al miedo de ganarle la batalla.
Sonreía complacido al verla enfebrecida de deseo por sus atenciones, pero también se ponía cada vez más ansioso. Anhelaba con fuerza poseerla, marcarla como suya, probar hasta saciarse ese cuerpo maravilloso que se iba mostrando a él y que reaccionaba con tanta intensidad a su contacto.
—¿Qué es esto? —preguntó de pronto con sorpresa.
Kate abrió los ojos de golpe y sintió la vergüenza arremolinándose en sus mejillas.
—Es… —Las explicaciones se le atoraron en la garganta. Estuvo a punto de tomar su ropa y escapar corriendo de allí, pero cuando Jeremy alzó el rostro y pudo ver en él alegría en vez de espanto, se calmó.
—¡Era cierto! —exclamó sin poder salir de su asombro—. ¡Tienes un tatuaje!
A Jeremy la sonrisa no le cabía en el rostro: le maravilló encontrar un pequeño grupo de gaviotas en pleno vuelo en la cadera derecha de la chica. Ella fue lentamente recobrando el color de la piel.
—Me lo hice antes de graduarnos en el instituto.
—¿De verdad?
—Sí. Fue para… para molestar a mi padre —confesó. La sonrisa de Jeremy se amplió aún más.
—Eres una cajita de sorpresas —dijo mirándola con renovada lujuria—. Me encantas, Kate. Nunca dejarás de sorprenderme —alegó, y la besó con arrebato, queriendo tomar de ella todo lo que pudiera—. Contigo todo es novedoso y eso me fascina —reveló sobre sus labios.
Los miedos se esfumaron de la mente de Kate, siendo suplantados por un deseo desbordado. Los complejos y las inseguridades quedaron relegados al olvido, lo que le permitió disfrutar de aquel momento sin que nada la afectara.
Al quedar ambos desnudos, Jeremy la acostó con delicadeza en la cama y se tumbó a su lado. La besó con frenesí mientras sus manos inquietas bajaban por su vientre hasta alcanzar su sexo. Con delicadeza y pericia la agasajó, penetrándola con suavidad para concederle la experiencia más increíble de su existencia.
Kate jamás imaginó que aquello fuera tan delicioso. Las lágrimas de emoción le corrían por las mejillas; pero en vez de sentirse satisfecha por cada orgasmo que él le obsequiaba, lo que conseguía era aumentarle más y más la ansiedad. Lo quería a él, por completo, sobre su cuerpo, apoderándose de su vida.
Cuando ya no podía controlar más su necesidad, Jeremy tuvo que dejar de brindarle placer para buscar el suyo propio. Estaba a punto de estallar por el deseo, así que, tras alejarse un poco para ponerse un preservativo, se colocó encima de ella, le abrió las piernas y comenzó a penetrarla con lentitud.
Los ojos de Kate estaban abiertos al máximo, clavados en los oscuros de él, que en ningún momento se apartaron de ella hasta que logró poseerla por completo. La respiración se le aceleró a Kate al sentirse completamente llena, invadida no solo por su cuerpo, sino también por su ardiente mirada y por su ternura.
Jeremy alzó una mano para acariciarle la mejilla. Estar dentro de ella era más placentero de lo que hubiera imaginado. No solo le producía emociones físicas, sino muchas otras que no podía reconocer, que le hinchaban el pecho y aumentaban su hambre por esa mujer.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —le recordó, al tiempo que comenzaba a penetrarla con acometidas suaves pero profundas.
Kate cerró los ojos, superada por todas las sensaciones que experimentaba. Creía que de un momento a otro estallaría en cientos de pedazos y moriría entre aquellos cálidos brazos.
En medio de un beso urgente, las embestidas aumentaron de ritmo, llevándola aún más hacia un mundo desconocido, donde la gravedad no parecía existir, así como el resto de la humanidad. Ambos lloraron y gimieron en esa entrega, hasta descargar por completo todas las ansiedades, los miedos y las emociones que tenían acumuladas en el pecho.
La noche fue más larga de lo esperado, y le concedió a ambos la oportunidad de conocer al ser amado, de saborearlo, disfrutarlo y complacerlo a partes iguales.
Kate despertó al escuchar un débil y familiar sonido. Se trataba de la alarma de su reloj de pulsera, que anunciaba la hora en que debía salir de la cama. Ese viernes tenía clase y un trabajo que entregar.
Al abrir los ojos, se desconcertó al ver la habitación en la que estaba. Por un momento se sintió desubicada, hasta que el dolor de su cuerpo la ayudó a recordar lo ocurrido la noche anterior.
Una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro y se abrazó a su cuerpo mientras rememoraba todos los besos y las caricias con que la había obsequiado.
Giró la cabeza para mirar al hombre desnudo que dormía a pierna suelta a su lado. Jeremy parecía un niño pequeño, descansaba con tal placidez que despertaba ternura. Estaba acostado boca abajo, abrazado a la almohada y con la cara hacia ella. Sintió deseos de besar de nuevo cada rincón de su cuerpo. Sus ojos se humedecieron al reconocer la intensa emoción que se agitaba en su pecho.
Lo amaba, con más fuerza que antes, consciente de que quien dormía a su lado era un hombre de los pies a la cabeza: atractivo, divertido, leal, responsable, cariñoso y complaciente. Aunque debía reconocer que no eran suficientes los calificativos que conocía para definirlo.
Le acarició la mejilla con delicadeza y comenzó a llamarlo para despertarlo.
—Jeremy, ¡Jeremy! —Él alzó las cejas, pero no abrió los ojos—. Jeremy, es hora de volver a la universidad.
El hombre suspiró y emitió un débil gemido, pero ni siquiera se movió. Ella sonrió enternecida, y decidió levantarse y vestirse para buscar alguna forma de regresar por su cuenta. Él parecía no tener fuerzas para reaccionar.
—¿A dónde vas? —oyó decir a Jeremy con la voz rasposa y casi ahogada por la almohada.
—Al baño, para asearme. Regresaré en autobús a la universidad. Tú sigue durmiendo —le ordenó, y se puso de pie.
—Katherine Gibson, tú no vas a ningún lado sin mí —rebatió, sentándose con brusquedad. Kate se dio cuenta de que él se tambaleaba y se agarraba la cabeza; parecía mareado. Enseguida se subió a la cama y le cogió la barbilla para mirarle la cara.
—¿Te sientes bien? —inquirió con preocupación.
Jeremy alzó un dedo, como si quisiera exponer algo, pero las palabras no le salían de la boca. Ni siquiera era capaz de abrir los ojos. Kate le acarició los cabellos preocupada, pensando en qué hacer para socorrerlo en caso de que las fuerzas le fallaran.
—Solo… necesito… —se esforzó por responder. Ella estaba a punto de entrar en pánico, pero, de pronto, él la tomó con un brazo por la cintura y, con agilidad, la tumbó de espaldas en la cama. Rápidamente se puso sobre ella y se hundió en su cuello para llenarle la piel con besos—. Te necesito a ti.
Kate rio por las travesuras de aquel chico incorregible que la llenaba de alegrías. Lo abrazó con fuerza y cerró los ojos sintiéndose complacida por sus atenciones.
—Jeremy, tenemos que ir a clase.
—Ajá —masculló, concentrado en el cuerpo de la joven.
—Se nos hará muy tarde, y debo entregar un trabajo a primera hora.
—Ajá —repitió, mientras se arrebujaba en su cuello para quedarse dormido sobre ella. Kate sonrió y le besó la cabeza.
—Te amo —le susurró.
Él enseguida alzó el rostro. El sueño se le había esfumado de golpe, ahora se mostraba muy despierto.
—Y yo a ti —le confesó, y comenzó a acariciar con ambas manos el cabello de ella—. Te amo.
Kate sonrió, intentando controlar las lágrimas. Las emociones le hacían estragos en el corazón. Se dieron un largo y profundo beso, para luego levantarse de la cama y vestirse para ir a la universidad.
Al llegar al edificio de residencias, él se detuvo frente a la puerta principal y se despidió de ella con un beso tan intenso que casi le hizo perder a Kate la cordura.
—Quiero verte esta noche —sentenció cuando logró separarse de la chica.
—Y yo a ti.
—A las siete estaré aquí.
Ella sonrió y le dio un último beso como afirmación, para, finalmente, bajar del coche.
—Aquí estaré —garantizó mientras se alejaba con una inmensa sonrisa en el rostro.
Jeremy no la perdió de vista hasta que entró en el edificio. Estaba saturado de emociones. Amaba con locura a esa chica y la deseaba más de lo que alguna vez deseó a ninguna otra mujer. Era tan distinta y especial que en ocasiones se sentía inseguro. Quería ser bueno para ella, estar a su altura, para no perderla nunca.
Cuando Kate estuvo a resguardo dentro de la residencia, Jeremy pisó el acelerador y se dirigió a la suya, con el fin de prepararse para un duro día de clases. No había dormido casi nada, estaba completamente agotado, y ese día le tocaba entrenamiento deportivo en el complejo. Tendría que recobrar fuerzas de alguna manera para pasar otra noche con Kate; con la primera no había quedado satisfecho, aunque dudaba que algún día se extinguiera el deseo que sentía por ella.
Kate entró apresurada en su habitación y encontró a Maddie cerrando su mochila sobre su cama, dispuesta a salir hacia los edificios de aulas.
—¡¿Qué horas son estas de llegar a casa, Katherine Gibson?! —le reclamó la mujer con el ceño fruncido y con las manos apoyadas en su cintura.
Kate se paralizó en medio de la estancia, con los ojos tan abiertos como platos y el corazón palpitándole con fuerza.
Maddie no pudo mantener por más tiempo su pose iracunda —el rostro aterrado de su amiga echó por tierra su travesura—, y estalló en risas.
—Eres la mujer más graciosa del mundo —masculló la chica en medio de su diversión.
—¡Y tú la más tonta! —se quejó Kate sin poder evitar sonreír también.
Se olvidó al instante de su desquiciante compañera y lanzó el bolso sobre la cama para comenzar a quitarse la chaqueta.
—Me voy. Te guardaré un asiento en clase —informó Maddie, y se dirigió hacia la puerta, pero se volvió una última vez para añadir—: ¿Sabes qué?
—¿Qué? —preguntó Kate girándose hacia ella.
—Te queda bien.
—¿El qué?
—El amor —respondió mientras abría la puerta—. Te ilumina la mirada y hace que tus mejillas se vean sonrosadas —confesó con una sonrisa pícara para luego marcharse.
Kate se quedó por unos minutos pensativa, con la felicidad tallada en el rostro. Se sentía increíblemente bien, a pesar de estar agotada y dolorida. El corazón le latía con fuerza y una sensación de bienestar le embargaba el cuerpo.
Ya no necesitaba ajustarse las gafas al puente de su nariz: le bastaba con indagar en su corazón para confirmar que cada cosa se hallaba en el lugar que le correspondía.
Pero a pesar de su actitud optimista, ese día le resultó bastante agotador. Kate tuvo que enfrentarse a evaluaciones, confrontaciones y debates en clase. Al llegar la noche, escapó con Jeremy al mismo hotel que había sido su refugio el día anterior. Entre su penumbra y sus sábanas de seda se amaron hasta saciarse, para luego caer sumidos en un sueño profundo y reparador.
La mañana del sábado, ya de vuelta en la universidad, ambos se despidieron para encarar un nuevo día. Jeremy debía reunirse con los chicos del equipo de natación, y ella había quedado en encontrarse con Maddie y Freddy en la biblioteca para preparar los informes con los que presentarían al comité evaluador los posibles temas para la tesis.
—Esta noche habrá una fiesta profondos en el complejo deportivo —le informó Jeremy al aparcar frente al edificio de residencias.
Kate suspiró con agobio.
—Lo sé, ya me invitaron.
—¿Te invitaron? ¿Quién? —preguntó él con el ceño fruncido.
—En los pasillos de la universidad invitan a cualquiera —expuso ella sin mirarlo a los ojos. No quería gastar tiempo en hablarle de Kristy Smith y sus diplomáticas amenazas. Lo estaba pasando muy bien a su lado.
—Tú no eres cualquiera, así que imaginemos que nadie te ha invitado aún. Yo seré el primero y el único —agregó esto último mientras clavaba en la joven una mirada llena de anhelo.
Kate amplió la sonrisa.
—Hecho —contestó, y alzó el dedo meñique. Jeremy enseguida levantó el suyo y lo entrelazó con el de la mujer—. Eres el primero y serás el único —aseguró ella de forma sugestiva, produciendo una gran satisfacción en el hombre.
Jeremy la tomó por la nuca y le dio un ardiente beso.
—Irás a la fiesta conmigo, ¿verdad? —susurró junto a sus labios. Kate no podía negarse a una petición planteada de esa manera.
—Claro que iré —respondió, y recibió otro beso intenso como recompensa.
—Pasaré a recogerte a las nueve.
Ella asintió y bajó del coche envuelta en un aura de felicidad. Dispuesta a que nada le empañara la alegría. Ni siquiera los celos que le producían las antiguas amantes de Jeremy, a las que, estaba segura, vería en aquel evento.