8
Para siempre.
El término no causó la consternación que Ruiz–Sánchez temió que tal vez esperaba en algún oculto recoveco de su mente Era evidente que todos estaban demasiado cansados para reaccionar y tomaron sus palabras con una especie de aturdida frivolidad, como si se apartara tanto del orden de cosas previsto que careciera de sentido.
Era difícil determinar quién estaba más confuso, si Cleaver o Michelis. Lo único claro era que Agronski fue el primero en recuperarse y a la sazón se restregaba las orejas, como indicando que estaba presto a escuchar de nuevo, después de que el jesuita hubiera rectificado sus palabras.
—Bueno —balbuceó Cleaver. Luego, meneando la cabeza fatigosamente, como un anciano, repitió—: Bueno…
—Explícanos por qué, Ramón —dije Michelis, abriendo y cerrando los puños alternativamente. Habló sin altibajos, pero Ruiz–Sánchez creyó adivinar el dolor que se escondía en sus palabras.
—Desde luego, pero os advierto que pienso ser muy categórico. Lo que tengo que deciros me parece de vital importancia. No quiero que rechacéis sin más mis palabras, imputándolas a mi peculiar condición de clérigo o a mis prejuicios y considerándolas una muestra interesante de aberración mental sin conexión con la realidad. Las pruebas que abonan mi visión de Litina son abrumadoras. Pesaron sobre mi muy en contra de mis esperanzas y de mis inclinaciones naturales. Quiero que escuchéis cuáles son estas pruebas.
Este preámbulo, dicho con frío tono escolástico, y la soterrada insinuación que ocultaba surtieron su efecto.
—Y también quiere hacernos comprender que sus razones son de tipo religioso y que no se tendrían en pie si las planteara sin circunloquios —dijo Cleaver, recobrándose un tanto de la natural impaciencia que sentía.
—¡Chis! ¡Atiende! —cortó Michelis, el semblante atento.
—Gracias, Mike… Bien, vamos allá. Este planeta es lo que, si no me equivoco, se conoce en inglés como una «estructura». Permitidme que os explique brevemente lo que yo entiendo por tal, o mejor dicho, lo que me he visto obligado a admitir como tal.
»Litina es un paraíso. Se asemeja a otros planetas, pero sobre todo a la Tierra en el periodo anterior a Adán, antes de la primera glaciación. Pero la semejanza acaba aquí, porque Litina no ha conocido glaciaciones y la vida continuó desenvolviéndose en el paraíso, lo que no ocurrió en la Tierra.
—Fantasías —interrumpió Cleaver con acritud.
—Utilizo los términos con los que estoy más familiarizado; prescindid de ellos y lo dicho sigue siendo un hecho que todos sabéis cierto. Encontramos en Litina una vegetación mixta, unas especies que van de un extremo al otro de la escala vegetal y que coexisten en perfecta armonía: cicladáceas y ciclantáceas, equisetales gigantes y árboles de flor. En gran medida ello es también aplicable a la fauna animal. El león no convive aquí con el corderillo porque en Litina no hay mamíferos; pero a modo de alegoría la afirmación es válida. El parasitismo se da menos que en la Tierra y no hay animales carnívoros excepto en las aguas marinas. Casi todos los animales terrestres que perviven se alimentan de plantas exclusivamente, y en virtud de una maravillosa adaptación característica de Litina, las plantas están admirablemente constituidas para atacar a los animales más que a ellas mismas.
»Es una ecología poco corriente, y una de las cosas que mas sorprende en ella es su racionalidad, su extrema y casi obsesiva insistencia en las relaciones eslabonadas. En cierta medida da la sensación de que alguien hubiera dispuesto el planeta como un ballet en torno a Mengenlehre, la teoría de los conjuntos.
»Ahora bien; en este paraíso hay una criatura que domina sobre las demás: el litino, el nativo de Litina. Se trata de una criatura racional. Es un ente que se conforma al más elevado código ético que hayamos podido elaborar en la Tierra, y lo hace con absoluta espontaneidad, sin necesidad de guía ni de imposición. No necesita leyes que protejan el cumplimiento de este código. En cierto modo puede decirse que todo el mundo lo obedece de una forma natural, pese a que jamás ha sido plasmado en forma escrita. No existen delincuentes, homosexuales, ni aberraciones de clase alguna. Los habitantes de Litina no son criaturas masificadas (la parcial y deplorable respuesta de los terrestres al dilema ético), sino que son, por el contrario, sumamente individualistas. Escogen el curso de su vida sin imposición de ningún tipo, pese a lo cual jamás cometen actos antisociales. No hay en el lenguaje litino un solo término que aluda a esta clase de actos.
La grabadora emitió un suave pitido intermitente que indicaba un cambio de cinta. La obligada pausa duraría unos ocho segundos. Al sonar el siguiente pitido, Ruiz–Sánchez, dejándose llevar de un súbito pensamiento, dijo:
—Mike, detén el chisme un momento y deja que te haga una pregunta. ¿Qué piensas de lo que he venido diciendo?
—Bueno, lo que ya indiqué antes —respondió Michelis pausadamente—; que estamos ante una ciencia social de un orden muy superior al nuestro, asentada a todas luces en un régimen psicogenético muy preciso. Me parece que es suficiente, ¿no?
—Conforme; prosigo entonces. Al principio opiné lo que tú, pero luego empecé a plantearme algunas cuestiones conexas. Por ejemplo: ¿cómo explicar que entre los litinos no sólo no haya invertidos sexuales (imagínate: ¡no tienen invertidos en su especie!) sino que el código por el que se rigen y que tanto simplifica la convivencia sea, punto por punto, el que nosotros pugnamos por instaurar? Y si ello ha sido así, se debe a la más inusitada de las coincidencias. Considera, si no, los imponderables que intervienen. Ni siquiera en la Tierra hemos conocido una sociedad que desarrollara de forma independiente exactamente las mismas normas que los preceptos cristianos, y entiendo por tales las tablas de Moisés. Sí, ya sé que hubo algunas interpretaciones doctrinales paralelas, las suficientes para estimular la proclividad del siglo veinte a ciertas formas de sincretismo, como el teosofismo o la «Vedanta» hollywoodense, pero ninguno de los sistemas éticos de la Tierra gestado al margen del cristianismo coincidió con él de manera absoluta. Por supuesto, no el mitraismo, ni el Islam, ni los esenios. Aun cuando estos últimos influenciaron o sufrieron la influencia del cristianismo, no concordaban en sus postulados éticos.
»Y ahora, ¿qué hallamos en Litina, un planeta a cincuenta años luz de la Tierra, y en el seno de una raza tan distinta del hombre como éste del canguro? Pues ni más ni menos que un pueblo cristiano al que sólo faltan los nombres propios y los símbolos del cristianismo. No sé qué pensaréis vosotros tres de esta coincidencia, pero a mí me pareció extraordinaria y ciertamente del todo imposible, matemáticamente hablando, desde cualquier ángulo excepto uno, que voy a exponer en seguida.
—Por mi, cuanto antes lo hagas mucho mejor —dijo Cleaver con displicencia—. No entiendo cómo un hombre que se encuentra a cincuenta anos luz de su lugar de origen, en pleno espacio sideral, puede suscitar cretineces tan primarias.
—¿Primarias dices? —repitió Ruiz–Sánchez, con tono más iracundo del que era su deseo —. ¿Insinúas que lo que consideramos verdad en la Tierra ha de ponerse automáticamente en tela de juicio por el mero hecho de que se plantee en el espacio? Paul, recuerda que la mecánica cuántica parece convenir a este planeta y no por ello la juzgas rudimentaria. Si en Perú yo creía que Dios creó y sigue gobernando el universo, no me parece primario seguir creyendo lo mismo en Litina. Tú cargaste con tus «rudimentos» y yo con los míos. Y así lo ha dispuesto quien debe disponerlo.
Como de costumbre, estas sublimes palabras conmovieron al biólogo en lo más hondo, pese a la evidencia de que nada significaban para los restantes interlocutores reunidos en la sala. ¿Acaso aquellos hombres estaban perdidos sin remedio? No, en modo alguno. Mientras vivieran, aquella puerta jamás se cerraría de golpe a sus espaldas, aunque el enemigo acechara escudado tras la enseba sin divisa. La esperanza todavía no había desertado.
—El caso es que hace unas horas pensé que se me ofrecía una puerta de escape —prosiguió el clérigo—. Fue cuando Chtexa me dijo que los litinos querían modificar el ritmo de crecimiento de su población y dio a entender que acogería con agrado la sugerencia de una forma de control de natalidad. Pero, tal como son las cosas, el control de nacimientos entendido de la forma que la Iglesia rechaza no tiene sentido en Litina, ya que Chtexa pensaba evidentemente en una forma de control de la fertilidad, supuesto que la Iglesia aceptó con matices hace muchas décadas. Así pues, incluso tratándose de un aspecto secundario, me vi forzado a concluir una vez más que Litina constituía el más rotundo mentís a nuestras aspiraciones, ante el hecho de unas criaturas que viven natural y espontáneamente la clase de vida que nosotros entendemos privativa de los santos.
»Tened en cuenta que un musulmán que viniera a Litina reaccionaria de otra forma. Hallaría aquí una modalidad de poligamia, pero los fines y métodos le repugnarían. Y otro tanto ocurriría con un taoísta, un adepto de Zoroastro, suponiendo que todavía los haya, o un griego de la época clásica. Pero en el caso de nosotros cuatro, y te incluyo a ti, Paul, porque a pesar de tus triquiñuelas y de tu agnosticismo aún estás lo bastante identificado con la ética cristiana para colocarte a la defensiva cuando embistes contra ella, en nuestro caso, repito, hallamos en Litina una coincidencia que no puede escribirse con palabras. Es más que una coincidencia astronómica, esa sobada y caduca metáfora para aludir a una cantidad numérica ingente que hoy ya no nos lo parece, es una coincidencia transfinita. El mismo Cantor se las vería y desearía para evaluar las probabilidades en contra.
—Un momento —interrumpió Agronski—. ¡Por todos los santos! Mira, Mike, yo sé muy poco de antropología; es un terreno para mí resbaladizo. Hasta lo de la vegetación mixta pude seguir la explicación del padre, pero no tengo criterio para calibrar el resto. ¿Es cómo dice?
—Sí, si lo es —respondió Michelis con voz pausada—, aunque caben discrepancias en cuanto al significado, si es que lo tiene. Adelante, Ramón.
—Sigo pues. Todavía queda bastante por decir. Estoy aún en la descripción del planeta, y más en concreto de los litinos. Tema prolijo el de estas criaturas. Hasta el momento, lo que he dicho de ellos sólo pone de manifiesto el dato más evidente. Podría enumerar otros muchos igualmente evidentes. No están divididos en naciones ni conocen las rivalidades regionales. Sin embargo, si consultáis el mapa de Litina, ese cúmulo de pequeños continentes y archipiélagos separados unos de otros por miles de millas de mar, veréis que se dan todos los presupuestos para el surgimiento de tales enconos. Tienen emociones y pasiones, pero éstas nunca les inducen a cometer actos irracionales. Hablan un solo idioma, y no han tenido otro, lo que parece estar en contradicción con las exigencias de la geografía litina. Viven en completa armonía con todo lo que puebla su entorno, sea grande o pequeño. En una palabra: son criaturas que en teoría no deberían existir y que, sin embargo, existen.
»Mike, yo voy más lejos que tú y afirmo que los litinos constituyen el ejemplo más acabado que darse pueda de cómo deberían comportarse los seres humanos; y ello por la sencilla razón de que el comportamiento de los litinos corresponde al de los seres humanos antes de que fueran arrojados a nuestro particular paraíso terrenal. Y me atrevo a decir más: los litinos no nos sirven como modelo porque hasta que se instaure el reino de Dios no habrá un número sustancial de seres humanos capaces de imitar este comportamiento. El hombre lleva en sí taras que ellos no padecen, caso del pecado original, por ejemplo, con lo que después de miles de años de forcejeo resulta que estamos más lejos que nunca de nuestra primitiva pauta de comportamiento, en tanto que los litinos jamás se han apartado de las suyas.
»No olvidéis un solo instante que este código de conducta es el mismo para ambos planetas.
»Voy a referirme ahora a otro dato interesante concerniente a la civilización litina. Se trata de un hecho, al margen del valor probatorio que os merezca, y es que el litino es una criatura meramente lógica. A diferencia de los hombres de toda clase y condición, no adora a dios alguno y no alienta mitos. Tampoco cree en lo sobrenatural o, utilizando la inculta jerga de nuestros días, en lo «paranormal». No tiene tradiciones, ni tabúes, ni credos, excepto la impersonal convicción de que él y sus afines son imperfectibles por tiempo indefinido. Es racional como una máquina y, en verdad, lo único que distingue al litino de un computador orgánico es el estar en posesión de un código moral que lleva a la práctica.
»Os pido que tengáis presente que se trata de un fenómeno completamente irracional, basado en una serie de axiomas, en una serie de premisas «otorgadas» desde el principio pese a que el litino no siente la necesidad de atribuirlas a un Supremo Donante. Los litinos como Chtexa creen en la preeminencia del individuo. ¿Por qué? Desde luego, no por imperativo de la razón, puesto que no es una premisa que admita el razonamiento, sino un axioma. Ahora bien: Chtexa cree en el derecho a la defensa jurídica, en la igualdad de todos ante el código ético. ¿Por qué? Es posible un comportamiento racional a partir de dicha premisa, pero es imposible llegar a ella por vía de la razón. Es algo que viene dado. Si se parte del supuesto de que la responsabilidad ante el código varía a tenor de la edad o de la pertenencia a determinada familia, nada impide que se derive de ello un comportamiento lógico, pero una vez más tampoco se llega a dicho postulado por el solo intermediario de la razón.
»Se empieza por manifestar una convicción: «Creo que todo el mundo debería ser igual ante la ley». Esto es una declaración de fe; nada más. Sin embargo, la civilización litina está estructurada de tal modo que insinúa la idea de que puede llegarse a tan básicos axiomas del cristianismo, asumidos en la Tierra por a civilización occidental, con la sola fuerza de la razón, siendo así que topamos con el hecho flagrante de su imposibilidad. Lo que para unos es racional, para otros es una memez.
—Se trata de axiomas —gruñó Cleaver—. Tampoco se llega a ellos por la fe ni por cauce alguno porque es algo palmario, que se impone por si mismo. Esto es la definición de un axioma.
—Era la definición, antes de que los físicos la pulverizaran —dijo Ruiz–Sánchez, con cierta cruel delectación —. Hay un axioma según el cual una línea sólo admite otra paralela. Tal vez sea patente y palmario, pero no por ello deja de ser menos falso. También parece imponerse por si mismo el postulado de que la materia es sólida. Adelante, Paul; tú eres físico. Rompe una lanza en mi favor y proclama: «De esta suerte yo refuto al obispo Berkeley».
—Es curioso que la civilización litina contenga tantos axiomas sin que los habitantes del planeta tengan conciencia de ello —dijo Michelis con voz apagada—. Aunque no lo había expresado en estos términos, Paul, yo mismo me había sentido conturbado ante las insondables suposiciones que gravitan tras los esquemas mentales del litino, todas ellas prácticamente sin razonar, por más que en otros terrenos los litinos hayan dado pruebas de poseer un sutil intelecto. Observa si no, la labor realizada en el campo de la química de los sólidos. Es realmente la quintaesencia de la razón. Sin embargo, en cuanto descendemos a las premisas básicas, fundamentales, topamos con el axioma: «La materia es real». ¿Cómo pueden afirmar tal cosa? ¿Cómo pudo la razón inducirles a formular parejo enunciado? Desde mi punto de vista se trata de un concepto muy discutible. Si digo que el átomo es sólo un agujero dentro de un agujero inserto en otro agujero, ¿cómo pueden refutármelo?
—Pero su esquema funciona —dijo Cleaver.
—También nuestra teoría del estado sólido, aunque partamos de axiomas opuestos alegó Michelis —. La cuestión no es tanto si funciona o no como por qué lo hace. No acabo de ver cómo puede tenerse en pie este vasto tinglado mental que los litinos han desarrollado. No parece que descanse en algo concreto. Si bien se piensa, afirmar que «la materia es real» es un principio disparatado; toda la evidencia apunta exactamente en dirección contraria.
—Te lo explicaré —manifestó Ruiz–Sánchez —. Sé que no vas a creerme, pero de cualquier forma voy a decírtelo, porque estimo que debo hacerlo. Este tinglado se sostiene porque está apuntalado. Así de sencillo. Pero antes quisiera poner de relieve otro rasgo peculiar de los litinos, y es que poseen completa recapitulación física exterior al cuerpo.
—¿Qué significa esto? —preguntó Agronski.
—Tú sabes cómo se desarrolla el embrión humano en el claustro materno. Primero es sólo un ser unicelular, después un simple metazoo parecido a la hidra de agua dulce o a una sencilla medusa. Luego, en un rápido proceso de mutación, adopta otras formas animales, incluido el pez, el anfibio, el reptil, el mamífero inferior, hasta que finalmente, antes de nacer, se convierte en un ser parecido al hombre. No sé cómo conceptuarán este fenómeno los geólogos, pero los biólogos lo llaman recapitulación. El término presupone la aparición en el desarrollo embrionario del individuo de diversos estadios evolutivos que van desde el ser unicelular hasta el hombre en el ámbito de una reducida escala temporal.
»Por ejemplo: hay un momento en que el feto posee hendiduras branquiales, que no llega a utilizar. Asimismo, posee una cola, casi hasta el final de su permanencia en el útero, y en raro casos nace con ella, mientras que el individuo adulto conservó el pubococcigeo, el músculo que condiciona el movimiento de la cola y que en las mujeres se transforma en el anillo contráctil de la cavidad vesicular. Durante el último mes de gestación, el sistema circulatorio sigue siendo reptiloide, y si la mutación no se consuma antes del parto, el niño nace «azul», aquejado de un patente «ductus arteriosus», la conocida tetralogía de Fallot o de una cardiopatía similar que provoca la mezcla de la sangre venosa con la arterial, proceso normal en los reptiles terrestres. Y así otros ejemplos.
—Comprendo —dijo Agronski—. Se trata de una idea conocida, pero desconocía el término. Pensándolo bien, no imaginaba que la afinidad llegara a este punto.
—Bueno, también los litinos pasan por una serie de metamorfosis en el proceso de crecimiento, pero sobrevienen fuera del cuerpo de la madre. Este planeta es como un inmenso útero. La hembra litina pone los huevos en una bolsa abdominal, los huevos son fertilizados; luego se dirige al mar y allí deposita las crías. Lo que porta no es la figura reducida del reptil maravillosamente evolucionado que es el litino adulto. Lejos de ella lo que engendra un pez que presenta cierto parecido con lamprea. Por un tiempo el pez vive en las aguas, luego empieza a desarrollar unos rudimentarios pulmones y mora en las playas. Después de que las mareas le hayan depositado en los bancos de arena, las aletas pectorales del pez pulmonado se convierten en rudimentarias patas. Retorciéndose y avanzando pesadamente por el barro, se transforma en una especie anfibia aprende a soportar los rigores de la vida fuera de las aguas. Poco a poco sus patas se fortalecen y articulan con el cuerpo, convirtiéndose en estas formas semejantes a ranas que vemos a veces al pie de la loma, avanzando a saltos a la luz de la luna, tratan de escapar de los cocodrilos.
»Muchas lo consiguen y una vez en la selva conservan el hábito de avanzar a saltos. En la espesura experimentan otra mutación y se transforman en los pequeños reptiles parecido al canguro que todos hemos visto huir a nuestro paso y ocultarse entre los árboles; son estas criaturas que llamamos «saltamontes». El último cambio afecta al aparato circulatorio, y consiste en el paso del grupo de los saurópsidos, en el que todavía se entremezclan la sangre arterial y la venosa, al de los terápsidos, propio de las aves terrestres, que irriga el cerebro sólo con sangre arterial oxigenada. Aproximadamente en esta fase se tornan homeostáticos y homeotermos como los mamíferos. Finalmente, ya adultos, abandonan los bosques y se integran en las ciudades como elementos jóvenes de la población, dispuestos a recibir enseñanza.
»Por entonces conocen ya todas las añagazas de los respectivos medios que existen en su mundo. No les queda nada que aprender excepto su propia civilización. Sus instintos están plenamente despiertos y poseen un dominio absoluto sobre ellos. Su compenetración con la naturaleza en Litina es absoluta; han dejado atrás la adolescencia y ésta no interfiere con su intelecto: están a punto para convertirse en seres sociales en todas las acepciones del término.
Michelis, dominando su excitación, entrelazó sus manos y alzó la vista hacia Ruiz–Sánchez.
—Pero eso…, ¡eso es un hallazgo inestimable! —murmuró—. Ramón, esto solo ya justifica el viaje a Litina. ¡Qué asombrosa, qué admirable y hermosa concatenación!… ¡y qué brillante análisis el tuyo!
—Si, muy hermoso —dijo Ruiz–Sánchez con abatimiento —. Quien más tarde nos condena suele presentársenos lleno de donosura.
—Pero ¿tan grave es? —preguntó Michelis, con un tono de apremio en la voz—. Ramón, tu Iglesia no puede poner objeciones. Vuestros teóricos aceptaron la recapitulación biológica en el embrión humano, y también las pruebas geológicas que muestran la intervención del mismo proceso en periodos de tiempo mucho más dilatados. ¿Por qué no en este caso?
—La Iglesia acepta hechos como siempre acepta los hechos —dijo Ruiz–Sánchez—. Pero como señalabas tú mismo hace apenas diez minutos, en ocasiones los hechos se escinden en varias direcciones a un tiempo. La Iglesia es tan hostil a la doctrina de la evolución, sobre todo en lo que concierne a la descendencia del hombre, como siempre lo ha sido, y por buenas razones.
—Por terca necedad —añadió Cleaver.
—Confieso que no estoy al corriente de estas vicisitudes —terció Michelis—. ¿Qué postura prevalece en la actualidad?
—En realidad son dos posturas. La que parte del supuesto de que el hombre evolucionó del modo que parecen sugerir los indicios de que disponemos, y que Dios intervino en algún momento del proceso y le infundió un alma. La Iglesia estima que se trata de una posición defendible, aunque no la apoya porque la historia demuestra que ha conducido a una actitud cruel frente a los animales, que son también criaturas de Dios. La segunda postura parte de la base de que el alma evolucionó pareja con el cuerpo, concepción que la Iglesia rechaza de forma categórica. Sin embargo, estas posiciones no revisten importancia, al menos en el caso de la comunidad que nos ocupa, comparadas con el hecho de que la Iglesia piensa que la evidencia misma es sumamente dudosa.
—¿Por qué? —dijo Michelis.
—No es posible resumir en un momento lo que fue el Concilio de Basra, Mike. Espero que una vez en casa te informes al respecto. No es reciente, puesto que si mal no recuerdo se reunió en 1995. Mientras, procura contemplar las cosas con sencillez, ateniéndote a los supuestos originales de las Sagradas Escrituras. Si suponemos, sólo para esclarecer el tema, que Dios creó al hombre, ¿lo hizo perfecto? No veo razón para suponer que se tomara la molestia de realizar una obra chapucera. ¿Es perfecto un hombre sin ombligo? No lo sé, pero me siento inclinado a pensar que no. Y, sin embargo, el primer hombre, digamos Adán para mejor aclarar las cosas, no nació de una mujer y por lo tanto no necesitaba realmente de él. ¿Lo tenía Adán? Todos los grandes artistas que han tratado el tema de la Creación nos lo muestran con ombligo, y me atrevería a decir que su formación teológica era tan solvente como su sentido artístico.
—¿Y eso qué demuestra? —preguntó Cleaver.
—Pues que ni la evidencia geológica ni el proceso de recapitulación prueban necesariamente las teorías sobre el origen del hombre. Partiendo de mi postulado inicial, es decir, que Dios creó todo de la nada, es perfectamente lógico que dotara de ombligo a Adán, de un testimonio geológico a la Tierra y de un proceso de recapitulación al embrión. Ninguna de estas necesidades atestigua un origen concreto; puede que surjan porque de otro modo las creaciones involucradas serian imperfectas.
—¡Caray! —exclamó Cleaver—. Y yo que pensaba que la relatividad de Haertel era una teoría absoluta.
—No se trata de una cuestión propuesta en fecha reciente, Paul, ya que data de hace casi dos siglos. La planteó un hombre llamado Gosse, y no el Concilio de Basra. En todo caso, no hay argumento que no acabe por parecer abstruso si se analiza, demasiado tiempo. No veo por qué el hecho de que yo crea en un Dios que tú no aceptas tenga que ser más esotérico que la definición del átomo como «un agujero dentro de un agujero inserto en un agujero» aducida por Mike. Confío en que a largo plazo, cuando descubramos la composición básica del universo, encontremos que es nada: un no ser que progresa hacia un no lugar dentro de la naditud temporal. Cuando eso ocurra yo tendré a Dios, pero tú no tendrás nada, de otra forma no habría diferencia entre nosotros.
»Pero, de momento, lo que hemos constatado en Litina presenta indicios claros. Nos hallamos, y lo digo sin ambages, en un planeta y entre unas criaturas controladas por el Supremo Adversario, por el diablo. Es una gigantesca trampa que se nos tiende a todos…, a los habitantes de la Tierra o fuera de ella, y no tenemos más alternativa que el rechazo total. Si transigimos, aunque sea un poco, nos condenaremos irremisiblemente.
—¿Por qué, padre? —preguntó Michelis con un hilo de voz.
—Examina las premisas, Mike. Primera: la razón es siempre una guía suficiente. Segunda: lo evidente es siempre lo genuino. Tercera: las obras divinas son un fin en si mismo. Cuarta: la fe no guarda relación con los actos justos. Quinta: es concebible un acto justo sin amor. Sexta: la paz no necesita ser el fruto de la razón. Séptima: la ética no elige una alternativa de maldad. Octava: existe la moral sin conciencia. Novena: el bien existe sin Dios. Décima:…, pero ¿debo seguir enumerando? Ya hemos escuchado antes todos estos planteamientos y sabemos lo que se oculta tras ellos.
—Una pregunta —dijo Michelis con voz amable, cuajada empero de angustia—. Para que el diablo tienda esta trampa a que te referías debes reconocerle un poder creativo. ¿No es esto una herejía, Ramón? ¿No estarás suscribiendo un manifiesto herético? ¿O acaso el Concilio de Basra…?
Ruiz–Sánchez se quedó sin habla unos momentos. Era una pregunta que helaba el corazón. Michelis había comprendido al sacerdote en las angustias de su apostasía, en la traición a sus creencias y a la Iglesia en que profesaba. No esperaba que le desenmascararan tan pronto.
—Es una herejía —dijo al fin con voz gélida—. La llaman maniqueísmo y el Concilio la repudió una vez más. —Tragó saliva—. Pero ya que me lo preguntas, no veo forma de soslayarla. No me complace decirlo, Mike, pero ya hemos tenido ejemplos de ella con anterioridad. Recuerda, por ejemplo, el caso de los fósiles del eoceno, que debía demostrarnos que el caballo era producto evolutivo de Eohippus, el mamífero perisodáctilo, pero que de alguna manera jamás logró convencer a toda la humanidad. Si el demonio es un ente creativo, habrá entonces que suponer que alguna limitación divina coarta sus obras. Así, el descubrimiento de la recapitulación intrauterina hubiera debido reforzar las teorías sobre el origen del hombre. En este caso el fallo estuvo en que el Maligno lo formuló por boca de Haeckel, cuyo furibundo ateísmo le indujo a falsear las pruebas para que el hallazgo pareciera más convincente. Con todo, y a pesar de sus imperfecciones, ambos casos fueron manifestaciones sutiles de la creatividad demoníaca. Pero la Iglesia no cede fácilmente; por algo se asienta sobre una roca.
»Sin embargo, hallamos aquí, en Litina, otra muestra que es a la vez más insidiosa y más burda que las demás. Inducirá a error a mucha gente que no hubiera sido defraudada por otros medios y que carece de suficiente inteligencia o cultura para percibir que se trata de un hecho espúreo. En apariencia se nos muestra el proceso evolutivo de forma que se diría inapelable, pretendiendo dirimir la cuestión de una vez para siempre, apara Dios de la escena y romper las cadenas que por tanto los han mantenido unida la roca de Pedro. En adelante no habrá, pues, más preguntas ni Dios alguno; sólo la pura fenomenología y, desde luego, envolviéndolo todo, en el agujero dentro del agujero inserto en el agujero, la Suprema Nada, el sujeto que sólo ha conocido la palabra no desde que cayó al espacio envuelto en llamas. Tiene otros muchos nombres, pero conocemos el que nos interesa conocer. Este sería nuestro único legado.
«Paul, Mike, Agronski; no me resta sino deciros que caminos al borde del infierno. Dios nos concede la gracia de poder rezar. Debemos hacerlo, porque creo que es nuestra última oportunidad.