Epílogo
Me enamoré de ella en cuanto entró en la sala de estar de la casa de mis padres aquel domingo por la tarde de noviembre. El amor a primera vista era una idea ridícula hasta que apareció Everly. Esos primeros sesenta segundos fueron como un puñetazo en el estómago. Pensé que la había encontrado y perdido en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando apareció detrás de Eric, mi cerebro no actuó lo suficientemente rápido. Cautivado. Antes siquiera de que dijera una palabra. ¿Pero quién era ella? Eric se había casado hacía poco. ¿Era su nueva esposa? En ese caso le diría un silencioso «que te jodan» al universo. Pero un momento.
Eric ni siquiera la miraba. No podía ser que esa mujer fuera su esposa y que no la mirara todo el rato que pasaba con nosotros. Y había algo similar entre ellos: la forma de los ojos, el color de pelo. Por favor, Dios, que sea su hermana.
Eché un vistazo a Finn, estimando su reacción ante nuestros invitados, y percibí un pequeñísimo gesto de exasperación en su expresión. Fue breve. Tan breve que pensaría que lo había imaginado si no conociera a Finn de toda la vida. Otra pieza de este puzle de sesenta segundos. Eric saludó y me levanté, dándole palmadas en la espalda y la enhorabuena por la boda, pero él no se giró hacia la mujer que lo seguía al mencionar su matrimonio. Sin duda no era su esposa. Y ni Eric ni Finn se habían molestado en presentarnos, como si hubieran asumido que nos habíamos conocido en alguna ocasión. Y entonces todo cobró sentido. Supe exactamente quién era aquel bombón.
—Eres la hermana de Eric —dije y sonreí de oreja a oreja mientras ella caminaba hacia delante a regañadientes para estrecharme la mano y presentarse.
—Sí, soy Everly —dijo.
Y yo ya estaba perdido.
No era como cualquier mujer que hubiera conocido. Enérgica, por no decir más. La mujer más hermosa en la que había puesto los ojos, sin duda. Pero más que eso, era real. Quizá era su creencia en el hecho de que estaba destinada a estar con mi hermano lo que le permitió dejar de fingir conmigo. Me lanzaba miradas de odio en la sala de estar de mis padres y me rechazó durante todo el viaje hasta Filadelfia. Nunca había estado tan embelesado. Sabía que ella se sentía atraída por mí, pero aun así luchaba con uñas y dientes por la creencia descabellada de que mi hermano era la pareja perfecta para ella.
Enamorarla se convirtió en mi único objetivo. Después, mantenerla conmigo fue mi única preocupación.
Hasta que apareció Jake, y puso todo mi mundo patas arriba. Tenía un hijo. Un hijo de cuatro años. Y el amor de mi vida era una chica vivaz de veintidós años que había dejado claro que no estaba interesada en tener hijos en un futuro próximo. Y, peor, sabía lo que pensaba de los ex y de las custodias. De los medio hermanos y de las vacaciones por separado. Yo nunca habría tenido una oportunidad si Jake hubiera estado ahí cuando nos conocimos.
¿Qué se suponía que iba a hacer?
Sabía que se quedaría si le decía lo del niño, ¿pero era eso lo mejor para ella? ¿Para Jake? ¿La obligaría a tener un niño, una familia al instante, al que guardaría rencor más tarde?
Así que la dejé.
Eso me mató, joder. Pero la dejé. Supuse que se enteraría de lo de Jake con el tiempo, que se daría cuenta de que esa había sido la razón, pero pensaba que tardaría meses. Que ya habría continuado con su vida.
Que habría encontrado a otro. A alguien simple. Y que se daría cuenta de que el hecho de que yo la dejara había sido lo correcto. Podría tener la vida que había imaginado sin sentirse culpable por alejarse de mí.
Pero entonces apareció aquella tarde en el parque Dilworth y observé los centenares de emociones que le invadieron el rostro cuando vio a Jake y lo oyó llamarme papá. No podía dejar que desapareciera en el metro pensando que todo lo que había pasado entre nosotros había sido una mentira. Y entonces me sorprendió cuando me pidió una oportunidad para conocer a Jake y demostrar que no solo podíamos hacer que lo nuestro funcionara, sino que también funcionara para Jake.
La vi enamorarse de Jake durante las siguientes semanas, y fue el amor más absoluto que haya presenciado jamás. Entonces le escribió un libro, Un hogar para siempre. Jake está obsesionado con él. Y también el agente al que se lo envié. Consiguió una oferta por el libro, una oferta y el encargo de una editorial de dos libros adicionales. He recibido el correo electrónico esta tarde. Ahora solo se lo tengo que decir a Everly. No piensa que el libro sea tan bueno como para que el mundo lo vea, pero se ha equivocado otras veces.
—¿Qué haces?
Me acerco a ella por detrás, me inclino para darle un mordisco en el cuello y echo un vistazo a lo que se trae entre manos. He descubierto que es mejor estar al día con Everly todo el tiempo. No es una chica que te gustaría que fuera un paso por delante de ti.
Está acurrucada en una esquina de mi sofá, con todo ese pelo increíble recogido en la parte alta de la cabeza en un moño despeinado. Lleva algo a lo que llama pantalones de yoga y una camiseta de algodón demasiado grande que se le ha deslizado por un hombro mientras da golpecitos con una llave en el portátil. Está preciosa así. Despampanante, en realidad. No me creo que vaya a pasar el resto de mi vida con ella.
—Investigo —dice, y creo que veo un castillo en la pantalla. No un castillo romántico europeo que pueda alquilar para follármela en todas las habitaciones, sino un castillo de Disney.
—¿Para? —insisto.
—La luna de miel.
—¿No se supone que soy yo el que tiene que planear la luna de miel? —pregunto, y rodeo el sofá para sentarme a su lado.
No estoy del todo seguro cómo va esto de planear bodas, pero creo recordar que tradicionalmente la luna de miel es cosa del novio. Pero, pensándolo bien, Everly no es exactamente tradicional.
—¿Quieres ayudar? —pregunta, animándose—. Estaba pensando en Disneyland París —dice—. Está justo fuera de la ciudad y me encantaría ver París contigo. —Lo dice esperanzada, mientras se muerde un poco el labio inferior—. Pero necesitaremos tres suites en el Disneyland Hotel y es un poco caro. —Golpetea el portátil con las uñas naranjas—. Aunque dijiste que casi tenías mil millones de dólares, así que seguramente no hay problema, ¿no?
Levanta la vista de la pantalla para esperar mi respuesta y no veo ni un atisbo de malicia. Lo dice completamente en serio.
—Claro, no hay problema. Lo que quieras —concedo—. ¿Pero por qué necesitamos tres suites?
—Para nuestros padres y Jake.
Espera, ¿qué?
—¿Quieres traer a Jake a nuestra luna de miel? —pregunto, y ahora entiendo por qué vamos a Disneyland.
—Bueno, pues claro. No es solo para nosotros. Es una luna de miel en familia. —Dios. Mi corazón explota cuando dice eso—. Así que estaba pensando en que deberíamos llevar también a nuestros padres. Porque también tienen que ponerse al día con Jake. Esto les dará la oportunidad de crear vínculos.
Yo esperaba otro tipo de vínculos, pero Everly está siendo más que amable al incluir a Jake en nuestra luna de miel. Luna de miel en familia. Debería centrarme en eso.
—Y si Jake está conforme, puede pasar algunas noches en las suites de sus abuelos. —Me gusta dónde va esto—. Y luego pensaba que quizá podríamos ir solos algunas noches a la ciudad —dice, haciendo clic para abrir una pestaña del Hotel Four Seasons de París.
Estoy encantado con que Jake se haya ido a dormir hasta mañana.
Y con que siga durmiendo como un tronco.
Y con que Everly esté cerrando el portátil y quitándose la camiseta.
Soy un hombre con mucha, mucha suerte.