Capítulo 41
—¿Has tenido un buen día enseñando a tus alumnos?
Chloe acaba de entrar y está colgando el abrigo detrás de la puerta. Llega a la residencia todos los días a las cinco, cansada y sonriente.
—¡El mejor! —Sonríe ampliamente—. Los niños son increíbles. Tengo muchas ganas de ser oficialmente una profesora y tener mi propia clase en otoño. —Suspira felizmente y mete una taza de agua en el microondas para calentarla—. ¿Qué haces? —pregunta, señalando con la cabeza hacia el portátil abierto en mi regazo y las notas desperdigadas por la cama.
—Un trabajo —respondo y cierro el ordenador con brusquedad—. Es para dentro de dos semanas. ¿Impresionada? —Tiendo a dejar los trabajos para última hora mientras que Chloe los hace con una semana de antelación.
—Vaya, un momento. —Chloe echa un vistazo por la ventana y mira al cielo—. ¿Esta noche hay luna llena? ¿Qué está pasando?
—Ja, ja. Qué graciosa.
—No, en serio. ¿Qué pasa? ¿Y por qué estás haciendo los deberes un viernes por la noche en lugar de prepararte antes de que te recoja Sawyer?
—Lo ha cancelado. Una emergencia o algo. —Subo las rodillas al pecho y las rodeo con los brazos—. Así que he pedido pizza y estoy preparando un trabajo. —Hago una mueca—. Uf. En voz alta suena incluso peor que en mi cabeza.
—No te preocupes. Por no hacer nada un viernes por la noche no te volverá a crecer el himen, te lo prometo.
El microondas hace un sonido y mete una bolsita de té en la taza de agua caliente.
—No, no creo que sea posible en mi caso. Sawyer la tiene muy grande.
—Siento haber sacado el tema —se disculpa.
Cruzo las piernas y apoyo la barbilla en la mano. Lo echo de menos.
—¿Entonces no te vas a ir esta noche? Llevo semanas sin verte un viernes por la noche.
—No. —Niego con la cabeza, con la barbilla todavía sobre la palma de mi mano—. No te preocupes, no voy a interrumpir tu maratón de Mentes Criminales.
—Vale. —Sonríe ampliamente, coge el ordenador y lo enciende.
—¿Es raro que lo haya cancelado? —pregunto, dando voz a la preocupación insistente que me ha estado dando vueltas en la cabeza durante la última hora.
—No lo sé. ¿Lo es?
Chloe me echa un vistazo y luego vuelve a mirar el teclado, valorando las opciones de su cuenta de Netflix. Elige un episodio y coloca el portátil sobre el microondas, donde ambas podemos verlo. No necesita prestar atención porque ya se ha visto todos los episodios. Sinceramente, creo que solo le gusta ponerlo de fondo, de la misma forma que la gente disfruta de la música.
—No lo sé. —Retuerzo un mechón de pelo alrededor de un dedo y miro fijamente su portátil mientras pienso—. Nos lo pasamos muy bien el miércoles, por su cumpleaños. Me quedé a dormir y ayer por la mañana me trajo de camino al trabajo y no he vuelto a hablar con él.
—¿Entonces hablaste ayer con él.
—Sí, lo sé. —Asiento—. Sé que solo fue ayer, pero por alguna razón tengo la sensación de que pasa algo raro. —Vuelvo a retorcer el pelo—. Veamos tu serie de asesinos en serie y comamos pizza.
Chloe coge una porción de la caja que hay en mi escritorio y se sienta en la cama con las piernas estiradas, totalmente satisfecha con pasar un viernes por la noche con sus queridos agentes federales ficticios.
Estamos calladas unos minutos con la serie puesta mientras Chloe alcanza mi ritmo de consumo de pizza.
—¿Por qué te gusta tanto esta serie? Es un poco lúgubre —comento mientras abro una lata de refresco.
—Son como una familia —dice encogida de hombros—. Hotchner es la figura paterna, los mantiene a todos enteros, ¿sabes? Morgan está buenísimo y abre las puertas a patadas en todos los episodios. El doctor Reid es el genio más adorablemente torpe que existe. Penelope es como la madre. Se queda en la Unidad de Análisis de Conducta, preocupada por el equipo que ha salido al mundo, pero en realidad está manejando toda la operación, ¿verdad? Es el pegamento. JJ demuestra que puedes ser guapa y aun así liquidar al malo con un solo tiro. Y el agente Rossi es esa persona en la que confiarías cuando necesitas consejo sobre un secreto.
—Pues no te lo has pensado mucho —contesto a modo de burla.
—Tú has preguntado. —Se encoge de hombros.
—Oficialmente tienes un fetiche por los agentes.
—La serie me reconforta.
—Es una serie sobre un grupo de agentes del FBI que crean perfiles de asesinos en serie —digo con incredulidad.
—Bueno… —Hace una pausa, pensativa—. Es reconfortante saber que los van a pillar.
—Estás chiflada.
Sonríe y se mete otro trozo de pizza en la boca.
Me despierto a las diez al día siguiente y compruebo mi teléfono. Ningún mensaje de Sawyer. Cuando llega el mediodía, la sensación de temor se ha instalado firmemente en mi estómago. Podría enviarle un mensaje, claro. Llamarlo, por supuesto. Pero no lo voy a hacer. Algo raro pasa y me pregunto por qué no me ha hablado. Abro nuestro hilo de mensajes y reviso los de ayer por la tarde. Ahí está, el último mensaje suyo dice: «Hablamos pronto». ¿Hablamos pronto? Ayer me pareció extraño, pero le quité importancia porque Sawyer y yo tenemos una relación estable.
Nunca me ha dado una razón para dudar de él y no soy de las que buscan razones que no existen. Puede que dudara de sus intenciones durante el primer viaje en coche, cuando me trajo a la universidad desde Ridgefield el domingo después de Acción de Gracias. Hizo desaparecer mis dudas durante la semana en la que me conquistó, que terminó con un pez de colores y un acuario lujoso que se limpia solo. Miro a Stella, que nada felizmente en el pequeño acuario con Steve, y sonrío. ¿Quién hace todo eso? No un tipo interesado en una aventura rápida. Desde el día en que aparecí en su despacho, supe que iba en serio conmigo.
Hasta hoy.
Ha tenido una semana estresante, me digo. Me estoy comportando como una loca. Paranoica. Me va a llamar en cualquier momento y me dirá que viene a recogerme.
Pero no lo hace.
Bien entrada la tarde cojo el móvil para llamarlo. Esto es estúpido. ¿Quizás piensa que estoy enfadada por lo de anoche? A lo mejor me estoy angustiando por nada.
No lo coge. Me llega un mensaje un momento después. «Ahora no puedo hablar. Te llamo mañana».
Vale, me parece bien.
En realidad no. Siempre responde a todas las llamadas.
No me llama al día siguiente.
Me manda un mensaje el domingo a las nueve de la noche. «Necesito tiempo, Everly».
¿Es una broma, joder? No contesto. Me quedo mirando el techo de la habitación toda la noche, atontada, tamborileando con los dedos la colcha, con la mente en blanco.
Al día siguiente mi mente está de todo menos en blanco. Los pensamientos corren por mi cabeza y repaso todos nuestros encuentros. Me pongo en duda a mí misma y todo lo que sé que es verdad. No me he imaginado las últimas ocho semanas, ¿así que qué coño ha pasado?