Capítulo 5

Presente

—¿Y por qué te llama Fresa? —pregunta mientras me observa.

Tiene el brazo izquierdo doblado contra la puerta con un aire despreocupado y los dedos sobre el volante. La mano derecha descansa sobre su muslo. Llena bien los pantalones; veo el contorno del músculo de la pierna. No aparto la mirada y me pregunto si también veo el contorno de algo más.

«¡No!», me reprendo. «No es él en quien estoy interesada».

—Siempre he pensado que eras una pelirroja con pecas —continúa— o que quizá te parecías a una Muñeca Repollo.

—¡Oye!

Tuerce los labios, divertido por mi cólera. Estamos parados por el tráfico de la interestatal 684. Pasa un brazo por mi reposacabezas y me dedica toda su atención. Se inclina sobre mí, con la cabeza a solo unos centímetros de la mía, y aunque no me está tocando, siento que me abruma. Siento que es… algo íntimo.

—Pero eres preciosa.

Oh.

Oh, no.

Me recorre la cara con la mirada y me pregunto qué ve ahí. ¿Negación? ¿Pánico puro? ¿Atracción? Trago saliva y suena muy alto en este pequeño espacio. Huele bien. ¿Por qué tiene que oler bien? Me molesta mucho. Tiene una barba incipiente por la mandíbula y me pregunto qué sentiría si la presionara contra mi cuello. Dejar de pensar. Necesito dejar de pensar. O intentar pensar en algo diferente. Como en canguros huérfanos.

Interpreta mi silencio como un permiso para continuar hablando.

—Despampanante, en realidad. Tu pelo, Dios. —El tráfico se disuelve y él vuelve a acomodarse en el asiento mientras el coche se mueve hacia delante—. No es rojo.

—No.

—Tengo muchas ganas de recorrerte el pelo con las manos —dice y contengo el aliento—. O darle vueltas con el puño para acercarte a mí o tirar de él hacia atrás cuando te tenga inclinada de espaldas…

—¡Para! —contesto, y hasta tengo la sensación de haberme quedado casi sin aliento.

Él se ríe, pero continúa en un tono menos sexual.

—Es… del color de una puñetera chocolatina derretida. No puedo imaginar que fueras pelirroja de pequeña, así que Fresa no tiene sentido, y Finn es un tipo muy lógico.

—Llevaba una mochila de Tarta de Fresa cuando nos conocimos —murmuro finalmente.

—¿Disculpa? —Parece realmente confundido durante un minuto, mientras me observa y el coche avanza entre el tráfico.

—Llevaba una mochila de Tarta de Fresa cuando nos conocimos.

Se lleva la mano del muslo a la boca. No estoy segura de por qué, pues se ríe demasiado como para cubrírsela.

—¡Tenía seis años, gilipollas!

Él se calma y asiente.

—Necesito ponerte un mote, entonces, si voy a competir con Finn por tu afecto.

—No hay competencia.

—Tienes razón. Finn no está compitiendo, así que gano yo.

Me guiña el ojo y yo gruño.

—Sin bragas.

—¿Qué? —exclamo.

—Te llamaré Sin bragas —responde—. Puesto que estamos basando los motes en primeros encuentros.

Me lleva un segundo procesar lo que acaba de decir.

—¡Llevo ropa interior!

Él asiente.

—Bien. Háblame de ella.

—¡No! Eres un provocador, ¿lo sabías?

—Viniendo de ti, me lo tomaré como un cumplido.

—Sí, vale —digo con desdén y cruzo las piernas.

Toco la pantalla del móvil y me pregunto si puedo calcular cuánto tiempo voy a estar atrapada en este coche.

—Botas.

—¿Qué? —Me pregunto si le pasa algo. ¿No hay un trastorno que hace que las personas suelten palabras sin sentido sin más? Probablemente eso es lo que tiene él. Lo comprobaré en alguna página web de consultas médicas.

—Te llamaré Botas —dice mientras asiente mirando hacia mis piernas. Llevo unas botas marrones que me llegan hasta las rodillas con los vaqueros por dentro. Mis piernas tienen un aspecto increíble. Había planeado este atuendo de la cabeza a los pies. Para Finn—. Como has vetado Sin bragas, nos quedamos con Botas.

Exhalo.

—Vale.