Capítulo 24


No. —Cierro el cajón, me levanto y lanzo una mirada desafiante a Sawyer. Me retiro el pelo sobre los hombros y me preparo para atacarlo—. ¿Qué pasa contigo? ¡Me has hackeado el Facebook, Sawyer! Eso no está bien. Mi madre me está mandando mensajes porque quiere saber qué te gusta comer para la cena de Navidad —siseo—. Voy a matarte.

Él sonríe ampliamente y cierra la puerta del despacho; el clic que hace resuena con tal fuerza que lo oigo desde el otro lado de la habitación.

—Mira, rarito. No sé cómo sueles comportarte con el resto de personas, pero lo que has hecho no está bien.

—Necesitaba captar tu atención. Yo diría que ha funcionado.

—¿Mi atención? —Levanto las cejas, incrédula—. Inténtalo con un teléfono la próxima vez, Sawyer.

Se encoge de hombros y camina hacia mí.

—No me diste tu número.

Me pellizco el puente de la nariz y gruño.

¿Hackearme la cuenta de Facebook para aceptar tu propia petición de amistad y declarar públicamente que estamos saliendo era más fácil que conseguir mi número de teléfono?

—No puedo decir que fuera difícil.

Exhalo y niego con la cabeza.

—¿Este es tu despacho? —Vuelvo a recorrer la habitación con la mirada, un poco escéptica.

—Sí.

Ahora está de pie frente a mí, al otro lado del escritorio. Se para y mete las manos en los bolsillos. Lleva un traje. Un traje que le queda de miedo, en realidad. Recorro su cuerpo con la mirada. No intento esconderlo. ¿Por qué? No tiene sentido hacerlo con este tío. Está claro que puedo ser yo misma y que haga lo que haga va a reírse.

—¿Eres alguien importante aquí? —pregunto mientras señalo el edificio en general.

—¿Acaso importa? Lo que quiero es ser alguien para ti. —Lo dice con sinceridad, con los ojos posados en los míos, sin flaqueza.

—Tu hermano está muy emocionado con lo nuestro, Sawyer —digo con suavidad. Mis ganas de luchar han desaparecido—. Se piensa que te he domado o alguna estupidez por el estilo. ¿Necesitas que te domen?

—Señorita Beverly Cleary Jensen —empieza a decir, pero lo interrumpo de inmediato.

—Oh, Dios. ¿A tanto has llegado? ¿Qué has hecho, sacar mi certificado de nacimiento? Nadie me llama Beverly.

—Tu pasaporte. Quería asegurarme de que tenías uno.

—Claro —asiento—. Totalmente normal.

Vuelvo a echar una ojeada por la habitación y me cruzo de brazos. Me pregunto lo mujeriego que es. Un despacho sofisticado. Atractivo como el demonio. Los comentarios de su hermano, por no mencionar la advertencia del mío de que se alejara de mí el fin de semana pasado. Apuesto a que se ha acostado con alguien aquí, pienso mientras poso la mirada en él.

—Sí, me he acostado con mujeres aquí —dice, respondiendo la pregunta que no he hecho—. No iba a sugerirlo para nuestra primera vez juntos porque no sé cuánto gritas. —Hace una pausa y señala hacia el exterior del despacho—. Aquí trabaja mucha gente, pero podemos probar si quieres.

Resoplo. Qué tío tan jodidamente seguro de sí mismo.

—Apuesto a que sí. Apuesto a que las mujeres se inclinan sobre esta mesa para ti. —Me inclino hacia delante, pongo las manos en la mesa y dejo caer un hombro seductoramente—. Apuesto a que todas se ponen en plan: «Oh, Sawyer, es tan grande. No creo que me entre». Noticia de última hora: todas mienten. Siempre entra.

Él observa en silencio mi pequeño espectáculo. Entonces esboza una gran sonrisa lentamente y me mira, divertido.

—Me gustas mucho.

¿Qué? Acabo de insultar a su polla y me está haciendo cumplidos. Lo miro, recelosa.

Rodea el escritorio y yo me giro cuando lo hace, y ahora estamos frente a frente. Es mucho más alto que yo, así que me veo obligada a levantar la vista o a mirar fijamente su pecho. El botón de la camisa está a menos de treinta centímetros de mí y me siento extrañamente tentada a pasar los dedos sobre él, pero mantengo las manos quietas y echo la cabeza hacia atrás. Aunque me tomo mi tiempo. Me recorro los labios con la lengua y poso la vista en su mandíbula justo antes de mirarlo a los ojos. Me ponen las mandíbulas bien cinceladas en los hombres. Podría pasarme horas en una, empezando con un mordisquito en el lóbulo de la oreja y bajando desde ahí. Su piel me fascina, el atisbo de la barba de un día, la textura, lo de apretar la mandíbula… ¿Existe una palabra para eso?

Cuando mis ojos se posan en los suyos, veo que los tiene entornados. Me rodea el cuello con los dedos de una mano, sitúa el pulgar bajo mi mandíbula y entonces, coloca los labios sobre los míos. Esta vez lo esperaba, no como cuando estábamos frente a la residencia, pero la corriente que me recorre el cuerpo cuando me toca es la misma. Llevo las manos hasta su pecho, dentro de la chaqueta, y noto su calidez. Las deslizo con avidez sobre su camisa, desesperada por sentir el relieve de su pecho.

Tengo el culo en el escritorio y lo rodeo por la cintura con las piernas cuando se aparta de mí. Me lleva un segundo asimilarlo, insegura durante un momento sobre cómo he llegado a su escritorio. Sawyer retrocede un paso y se aclara la garganta, estirándose la chaqueta, y eso es la cosa más sexy que he visto hacer a un hombre, pero quiero que se la quite, no que la estire. Se ajusta los puños de la camisa y luego la corbata mientras yo vuelvo a la realidad y me doy cuenta de lo rápido que se han desmadrado las cosas. Me lo confirma cuando se ajusta el pantalón. Y, joder, ya veo que, a pesar de mis provocaciones de antes, probablemente haya escuchado las palabras «No me va a entrar».

Me enderezo en la mesa y él me ofrece la mano para ayudarme a ponerme en pie.

—Te recogeré a las siete —murmura. La cercanía de sus labios y los míos y la calidez de su aliento hace que me den escalofríos.

Asiento porque, la verdad, nunca iba a negarme a eso. No tenía ninguna posibilidad.

—No me voy a acostar contigo esta noche, solo para que lo sepas —dice y me aparta un mechón de pelo solitario de la cara y lo coloca tras la oreja.

¿Perdona?

—Necesito que me respetes primero —añade mientras me lanza una mirada sombría.

—No puedes ir en serio —suelto antes de que él se empiece a reír.

Me guiña el ojo y me pellizca el culo para hacerme saber que me está provocando. Joder, gracias. Enrollarnos en su escritorio me ha puesto muy cachonda. Hace meses que no me acuesto con nadie. Este otoño no he salido con nadie mientras estaba ocupada con mi campaña para hacer que Finn se enamorara de mí y probablemente esa sea la razón por la cual me he estado comportando como una chiflada.

Cuando Sawyer abre la puerta de su despacho, Sandra está fuera, apoyada en el borde de su escritorio, con aspecto de estar preparada para morderse las uñas de los nervios. Se endereza con una expresión de preocupación en la cara.

—Señor Camden, están un poco ansiosos por terminar la reunión… —Su voz se apaga cuando suena el teléfono de su mesa. Posa la mirada rápidamente en él y después, en Sawyer.

Es demasiado joven para estar tan alterada.

—Diles que ya voy —contesta, al parecer sin importarle lo más mínimo que haya gente esperándolo.

Me pone la mano en la parte baja de la espalda y me guía por la puerta. Tiene las manos grandes y me sujeta con firmeza por la espalda, la calidez de su piel traspasa mi jersey y tengo ganas de volverlo a meter de un empujón en el despacho y decirle a Sandra que deje en espera todas las llamadas. Sin embargo, Sawyer ya me ha murmurado «Esta noche» en la oreja y ha desaparecido por el pasillo. Maldita sea, qué bien le sientan los trajes.

—Ni siquiera pueden terminar la reunión sin él, ¿eh? —le digo a Sandra una vez ella finaliza las llamadas. Le ofrezco una rápida y gran sonrisa y pongo los ojos en blanco en broma.

Ella parece sorprendida con mi broma y luego niega con la cabeza.

—Bueno, sí, en realidad sí. Obviamente no acude a todas las reuniones. —Sandra sonríe, pero yo empiezo a recordar algo que dijo Chloe…—. ¡Oh! Casi lo olvido.

Sandra abre un cajón de la mesa y saca algo de una bandeja que hay dentro. Hace un sonido metálico como el de las monedas cuando las arrastras por un escritorio hasta la mano, pero lo que sostiene en alto no son monedas. Es un brillante llavero plateado del que cuelgan llaves. Sandra estira el brazo hacia mí y las deja caer en mi palma.

—¿Qué es esto? —le pregunto, sosteniendo las llaves en alto para inspeccionarlas mejor. Son idénticas. Hay tres.

La expresión de Sandra flaquea un poco y frunce el ceño, preocupada.

—Las llaves de Sawyer. Bueno, su llave, en realidad. Me pidió que te las diera. Las tres llaves son iguales. Dijo que necesitarías tres —añade como si ese último detalle fuera el que la confunde.

Quiero echar la cabeza hacia atrás y reírme, pero me doy cuenta de que ella no tiene ni idea de que yo no sé ni dónde vive él. Obviamente piensa que soy su novia. O sea, creo que todos lo piensan, ya que lo ha anunciado en Facebook. Pero ella cree que es real, en plan que he estado en su casa y dejado el champú en la ducha, como si supiera cuándo es su cumpleaños. No como si fuéramos a tener nuestra primera cita esta noche.

Sandra se despide de mí en los ascensores y sacude la mano con una sonrisa amable como si acabara de hacer una nueva amiga. Me meto en el ascensor, la cabeza me da vueltas sin parar.

Chloe había hecho comentarios sobre sus nombres, Sawyer y Finn. «A los padres les iba Mark Twain, ¿eh?», dijo. Mark Twain, el cual, si no recuerdo mal mis trabajos de lectura del instituto, era un pseudónimo. Un rápido vistazo en internet por el móvil lo confirma. El nombre real de Mark Twain era Samuel Langhorne Clemens.

El ascensor se abre en el vestíbulo y salgo, con el teléfono todavía en la mano. Me abro paso hasta la entrada. Las palabras CLEMENS CORP destacan en la pared en un letrero brillante de casi un metro de altura por encima del mostrador de seguridad, a juego con la enorme señal en lo más alto del edificio. Las piezas encajan.

Este edificio es de Sawyer.