Capítulo 43
Salgo del trabajo y me dirijo al campus. Voy a una clase que tengo por la tarde, pero es un enorme desperdicio de tiempo. No retengo ni una sola palabra.
Me dirijo al edificio de Clemens Corp en cuanto salgo de clase. Necesito verlo. Quizá todo esto está solo en mi cabeza.
El vestíbulo está desierto cuando llego. Sandra me dio una tarjeta de identificación hace semanas para que la pasara por el molinete de seguridad. Entro un momento en pánico cuando me pregunto si mi identificación funcionará, si la habrán desactivado, hasta dónde llega lo de «necesito tiempo».
Pero la luz del molinete se pone verde y entro. Cojo el ascensor hasta el último piso y me recuerdo a mí misma que Sawyer me quiere, que este es mi lugar, pero el mal presentimiento que tengo en el estómago no desaparece. El ascensor se abre y entro en el despacho de Sawyer con el corazón en un puño. Ni siquiera sé si está aquí. Puede que este plan sea una estupidez.
Encuentro a Sandra en su escritorio. La puerta del despacho de Sawyer está abierta y la luz de dentro encendida. No puedo ver el interior desde aquí, pero espero que la luz indique que hoy está en el despacho.
—¡Hola, Everly! —me saluda Sandra alegremente y ese extraño presentimiento que siento en el estómago se alivia. Todo está en mi cabeza, seguro. Sandra no piensa que sea raro que esté aquí. Todo debe de estar bien. Entonces añade—: ¿Lo has visto ya?
No tengo la oportunidad de responder porque Sawyer está aquí y, sinceramente, parece un poco enfadado.
Sandra pone los ojos como platos y nos mira a uno y a otro. Todo ocurre en una fracción de segundo, como cuando el instinto te dice que ha pasado algo sobre lo que pensarás después y mientras tanto te preguntas si has adornado el encuentro en tu cabeza.
—Sandra, dile a Gabe que necesito verlo —ordena Sawyer.
Sandra asiente y coge el teléfono.
—No, no lo llames. Ve a buscarlo y díselo —suelta.
Esa es la estratagema más obvia para deshacerse de ella que he visto jamás. Sandra se levanta de su escritorio cuando Sawyer asiente hacia mí para indicarme que debo seguirlo al despacho.
No quiero.
Esto ha sido una mala idea.
Siento que va a cortar conmigo y a despedirme al mismo tiempo.
Caminamos un metro hacia el interior de su despacho antes de que le suene el móvil. Le echa un vistazo y luego vuelve a mirarme. Después se detiene en medio del despacho y se gira hacia mí.
—¿Qué necesitas, Everly? ¿Para qué has venido? —Lo dice en un tono con el que nunca me ha hablado antes.
Se pasa las palmas de las manos por la cara y noto que está cansado, que no es él mismo. Lleva vaqueros y un jersey marrón claro. Creo que nunca lo había visto en vaqueros en la oficina en ninguna de las ocasiones que he pasado por aquí. Y, joder, tengo más que claro que nunca me ha preguntado para qué he venido a verlo. Ni una sola vez.
—¿En serio? —le pregunto en un tono elevado—. ¿Que qué necesito? ¿Que para qué he venido?
—Everly. —Suspira y se pellizca el puente de la nariz cuando el teléfono empieza a sonar otra vez.
Dirijo la mirada a toda velocidad hacia el escritorio, donde el teléfono destella. Sus llaves están al lado del teléfono y la chaqueta sobre el escritorio. O acaba de llegar o está a punto de salir. Es bien entrada la tarde, así que ninguna de las dos opciones tiene sentido.
Camina hacia el escritorio y echa un vistazo a la pantalla. Silencia la llamada y aferra el teléfono con el puño.
—Everly —empieza a decir otra vez—. No puedo hacer esto.
Creo que voy a vomitar.
—¿Hacer qué? —Frunzo los labios y ladeo la cabeza, entrecerrando los ojos—. ¿Qué no puedes hacer exactamente?
—Lo nuestro.
Noto que el corazón me late en los oídos en cuanto las palabras salen de sus labios.
—¿Y eso por qué, Sawyer?
—Vamos en dos direcciones diferentes, Everly.
Ni siquiera me mira mientras lo dice. En su lugar camina hacia el escritorio, de espaldas a mí, hasta que se coloca al otro lado de la mesa. Entonces me ofrece una mirada inexpresiva. El escritorio se interpone entre nosotros. No me acerco a él; todavía estoy plantada a un metro del umbral.
El teléfono vuelve a sonar, cuelga y lo coloca bocarriba en el escritorio, frente a él. Pone ambos puños sobre la mesa con un rostro inexpresivo.
—¿Qué direcciones son esas? —insisto.
Se aleja del escritorio de un empujón y se endereza, con los ojos distantes. Nunca lo he visto así. Siempre he sentido que estaba de pie sobre un rayo de sol cuando tenía su atención. No tenía ni idea de que el sol terminaría por ponerse.
—Eres más joven que yo, Everly. Necesitas tiempo para crecer. Averiguar qué quieres hacer con tu vida.
—¿Y eso qué significa? Sé exactamente cuál es nuestra diferencia de edad y tú también. Lo sabías desde el momento en que nos conocimos. Eso no ha cambiado. Nada ha cambiado.
Se frota la cabeza con dos dedos, con el pulgar en la sien como si estuviera combatiendo un dolor de cabeza.
—Cumplí treinta y cinco la semana pasada. He estado revaluando las cosas.
—¿Que has estado revaluando las cosas? —digo furiosa—. ¿Has revaluado las cosas y me has sacado de tu vida? ¿Así, tal cual? No puedes ir en serio con todas esas mentiras, Sawyer Camden.
—No sabes en qué dirección vas, Everly —contesta con brusquedad—. Te vas a graduar en unos meses y no tienes ni idea de qué vas a hacer con tu vida. —Sabe que eso me molesta. Lo sabe—. Elegiste una universidad solo como un medio para seducir a mi hermano. O sea, Dios, ¿cómo pensabas que acabarían las cosas entre nosotros?
—No hagas esto, Sawyer —digo en voz baja.
Las lágrimas amenazan con salir tras mis párpados. Yo no suplico ni lloro, como norma general, pero no estoy segura de poder mantener ese récord intacto ahora mismo.
—Se ha acabado.
—Eres un cabrón.
—Lo soy. —Sawyer asiente ligeramente—. Tu hermano intentó advertirte, ¿no?
Vaya. Es verdad. Eric me advirtió. Yo no le hice caso.
Levanto la vista al techo, intentando que las lágrimas retrocedan sin hacer un movimiento obvio como limpiarme la cara.
—Me aburro y paso a otra cosa. —Sawyer suspira—. Así que gracias. Gracias. —Eso suena un poco más suave que las palabras precedentes, pero tienen el mismo efecto que si me hubiese pegado un puñetazo con ellas.
¿Gracias? ¿Por qué? ¿Por enamorarme de él? ¿El sexo increíble? ¿Hacerle reír? ¿O por marcharme de su despacho en silencio ahora que me ha despachado?
—Que te jodan.