Alexa

Me sumerjo con facilidad en diversos estados de consciencia, aunque cada vez escapa más a mi control. En ocasiones soy plenamente consciente de cuanto sucede a mi alrededor, pero otras, en cambio, simplemente me deslizo en otro mundo y otro tiempo. Apenas si me doy cuenta de lo poco que exige mi cuerpo, mientras que mi alma, ansiosa y sedienta por mostrarme más cosas, me transporta muy lejos. Puedo escuchar sonidos a mi alrededor, pero como aún siguen sin hablarme, nunca me distraigo de mi inmersión en el mundo espiritual.

Es durante uno de esos regresos a la consciencia cuando advierto que estoy rodeada por las mujeres de la tribu. No hay hombres en esta choza, solo mujeres cantando en torno a mi cuerpo yacente. No tengo energía suficiente para levantar la cabeza desde mi posición, así que la giro a un lado y a otro. Mis ojos se abren como platos cuando enfoco lo que está sucediendo a mi alrededor. Las mujeres visten sencillos trajes tradicionales que apenas les cubren el cuerpo, y una de ellas luce un elaborado tocado hecho de plumas y cuentas.

Estamos en una pequeña y cerrada choza de paja y la atmósfera que se respira, procedente de unas humeantes piedras y hierbas en un rincón, probablemente alguna especie de incienso, es pesada y nebulosa.

Nadie dice una palabra. No lo veo necesario y además sé que no me van a contestar. Me siento cómoda así, y no hablar parece preservar la poca energía que me queda. Me pregunto vagamente por mis hijos, sabiendo que no los he visto en todo el tiempo que ha durado este viaje en su dimensión intemporal. Sin embargo, presiento que están sanos y que en sus mentes mi ausencia no les está afectando. Esa certeza me proporciona una gran sensación de bienestar por ellos.

Cruzo la mirada con la mujer del tocado cuando se acerca para levantar mi cabeza entre sus brazos. Aún cantando, aproxima un poco de líquido a mis labios y lo vierte cuidadosamente en mi boca, antes de volver a posar mi cabeza en la camilla. Mis ojos se cierran mientras sus cantos continúan aumentando de volumen y mi mente retrocede hasta el ojo del águila volando por encima de las exuberantes tierras del Amazonas.

Recupero la consciencia y noto unas pequeñas y suaves pinceladas que me pintan el cuerpo. No puedo moverme, estoy demasiado débil. Es como si solo existiera en este cuerpo a través de mis ojos, aunque aún puedo notar cada sensación. Estoy desconectada pero consciente.

Hasta el momento, mis percepciones han sido profundas, aunque mi incapacidad para mover mi cuerpo físico signifique que no he podido recogerlas en mi diario. Este mundo y el pasado se alternan y confunden con facilidad. No puedo recordar la última vez que vi a Jeremy y a Leo, puesto que el tiempo ha dejado de ser una medida que comprenda. Imagino que están cerca, pero presiento que esta preparación por la que estoy pasando, con las mujeres de la tribu rodeándome, es, de alguna forma, un asunto exclusivo de mujeres.

Advierto que estoy desnuda. Mi cuerpo está siendo decorado con finas líneas de pintura oscura, sin duda extraídas de alguna planta o flor. Solo puedo conjeturar que estoy siendo preparada para algún tipo de ritual o evento sagrado, aunque no puedo imaginar cuál. Pero dado todo lo que he visto y experimentado —si es que esa es la palabra correcta— en mi vuelo espiritual hasta ahora, sé que no necesito prepararme sino aceptar lo que quiera que sea. Tal vez por fin haya llegado mi momento de conocer al chamán.

Permanezco totalmente inmóvil mientras las mujeres cantan y continúan con sus actividades a mi alrededor, mi cuerpo disfrutando de ser el lienzo en el que estas mujeres plasman su arte. Teniendo en cuenta la minuciosidad con la que están aplicando las pinceladas, no parece un proyecto que pueda completarse en poco tiempo.

Una vez más, mi cabeza es levantada y noto un líquido herbáceo y caliente entrar por mi boca y, poco después, estoy volando de nuevo.

* * *

El maltrecho barco arriba a la costa de Irlanda desde las gélidas aguas del Atlántico Norte. Algunos hombres están exhaustos, otros muertos, pero la mayoría se muestran ansiosos por saquear estas nuevas tierras descubiertas. Armados con hachas, mazas y con cascos en la cabeza, los hombres registran el paisaje en busca de civilización, comida, refugio y riquezas de cualquier clase para extender su imperio. Estos enormes nórdicos, cubiertos con pieles de animales, son silenciados por su jefe cuando advierten las relucientes llamas de una hoguera en lo alto de la colina. Sus robustos cuerpos se acercan a la escena y observan inmóviles, algo inusual en ellos, hechizados por la visión que tienen ante sus ojos.

Bajo la luz de la luna, en una época donde el crepúsculo nunca converge con la absoluta oscuridad, hay seis mujeres y seis hombres recostados. Están situados en cada una de las doce rocas dispuestas en formación circular, quitándose las sencillas ropas que cubren sus cuerpos. Cuando se quedan desnudos, una mujer, cubierta solo por su larga melena negra y una corona de flores doradas en la cabeza, emerge desde el centro del círculo como si saliera de las llamas y va besando los genitales de todos para prender su pasión. Se mueve de derecha a izquierda alrededor de los doce, como si les diera a cada uno permiso para sentir, tocar y explorar sus partes más sensuales. Entonces regresa al centro del círculo y empieza a cantar y a bailar; diferentes tempos y ritmos parecen señalar un cambio en relación con cada persona. Los hombres se mueven en una dirección, las mujeres en otra, adelante y atrás, mientras su frenética exploración continúa, los sexuales gemidos elevándose del grupo entero. La mujer de la corona, en el centro, continúa contoneándose y bailando, su canto alcanzando niveles de éxtasis mientras adopta una apariencia casi de diosa y la pequeña multitud se congrega a su alrededor cada vez más cerca. Cuando eso ocurre, siento cómo mi espíritu es atraído directamente al interior de su cuerpo y nos volvemos una. Yo soy ella.

La absoluta sexualidad de este ritual reverbera por mis venas y noto que su energía ha aplacado las violentas intenciones de los hombres nórdicos que nos observan. Su potente excitación suspende temporalmente su necesidad de saquear y desvalijar. Los doce cuerpos me rodean, adorándome como a su suprema sacerdotisa, y me abro ansiosa a ellos, facilitándoles el acceso mientras separo mis brazos y piernas y echo la cabeza hacia atrás. Cada uno se concentra en una parte diferente de mi cuerpo: mi cuello y orejas, mis pechos, mis muslos, mi vientre y mi sexo. Alcanzo nuevas cotas para ellos, mi gente, entregándome a la mayor gloria de nuestra diosa. La única parte de mí que permanece intacta es mi boca, que continúa emitiendo un sonido conmovedor y casi sobrenatural. Soy sujetada por fuertes manos, mis piernas totalmente separadas mientras mi cuerpo es ofrecido a las estrellas del cielo. Lenguas y dedos encuentran mis sagradas aberturas con reverencia, mientras mi cuerpo se estremece por el placer que provocan, y un conmovedor canto, más allá del éxtasis, atraviesa la noche y llega hasta los cielos. Los cuerpos me envuelven hasta que mis celestiales sonidos remiten, y me depositan suavemente en la tierra, brillando, temblando, idolatrándome. Solo cuando me quedo completamente inmóvil y cierro los ojos, los demás empiezan a compartir sus actividades sexuales. Cada pareja de hombre y mujer se aparta y completa el acto que asegura el nacimiento de la siguiente generación.

El jefe de los vikingos advierte que la mayoría de sus hombres se están dando placer a sí mismos, debido a lo que acaban de presenciar. Frunce los labios para emitir un gruñido bajo y atraer su atención. Algunos, a punto de culminar sus actos, tratan de ahogar los gemidos de su propia liberación. Instantes después se aproximan hacia los nativos como un grupo uniformado y disciplinado tratando de cumplir con lo que mejor saben hacer: conquistar. Cuando el líder se acerca a la diosa del cabello oscuro, ella permanece totalmente inmóvil en el suelo, como en trance, las palmas posadas sobre su corazón.

El jefe vikingo envía a algunos hombres de vuelta al barco con su botín humano, y a otros en busca de provisiones. Luego, el enorme guerrero blanco se encarama sobre la serena mujer, admirándola, absorbiendo su belleza, recordando sus sonidos. Inclina su cuerpo sobre el suyo y la besa con fuerza, metiendo su lengua en la boca de ella, como si tratara de atrapar esas conmovedoras notas. Le agarra los pechos retorciéndolos con sus callosas manos. Ella permanece inmóvil debajo. Cuando el vikingo se despoja de su ropa, deja al descubierto un turgente falo, que revela su potente virilidad. Se acomoda sobre el cuerpo de ella, pero justo cuando va a penetrarla, los grandes ojos de la mujer se abren de golpe como la descarga de un rayo, cegándole temporalmente con el resplandor de su mirada esmeralda.

Nunca nadie podrá tomarme contra mi voluntad, mi cuerpo se levanta lentamente del suelo haciendo que el vikingo se arrodille, para estar a la misma altura. Mis ojos escrutadores se encuentran con los suyos, venciendo su fuerza con mi magia. Coloco mi humedecida y desnuda forma encima de él, mi largo cabello apenas cubriéndome los pechos, y deslizo mis relucientes muslos hasta rodear su majestuosa protuberancia, sabiendo que de esta forma podrá hundirse más profundamente en mis entrañas. Yo, la suprema sacerdotisa, echo la cabeza hacia atrás, dejando expuesta mi garganta y liberándole del cautivador trance de mi mirada, y tomo el salvaje control de su placer hasta que está completamente subyugado por mi hechizo sexual. Él me estrecha fuertemente entre sus brazos, como si su alma dependiera de la esencia de mi corazón palpitante. Nuestro deseo del uno por el otro se precipita hasta que ambos nos consumimos por la mutua pasión, perdiendo todo sentido de la consciencia, y él estalla volcánicamente dentro de mí, liberando su semilla en mi vientre como si estuviéramos creando la misma tierra. Su grave grito gutural de «Freya» emerge junto a mi canto celestial cuando nos convertimos en uno solo.

Saciado bajo las estrellas nocturnas, este es el primer acto amable y tierno que el vikingo ha experimentado en su vida. La primera vez que ha recibido voluntariamente la caricia de una mujer. Mientras observo sus lágrimas, puedo ver los ojos color verde humo de Jeremy reflejados en él y reconozco el explosivo comienzo que unió nuestras almas, estableciendo un sagrado y bendito sendero por los siglos venideros. Anam Cara.

Como suprema sacerdotisa beso las lágrimas que empiezan a resbalar por el rostro del vikingo, reemplazando su violencia por amor. Permanecemos conectados en el exuberante verdor del campo, besándonos y acariciándonos, reconfortándonos y adorándonos hasta que, finalmente, su miembro se queda lo suficientemente flácido para salir de mi cuerpo. A la luz del amanecer, él acaricia la pequeña marca de nacimiento con forma de corazón justo encima de mi pezón izquierdo y la besa tiernamente, suavemente esta vez, como yo hice con él.

La unión de nuestras dos almas, la de Jeremy y la mía, vinculada para siempre a la magia y al poder de esos orígenes que provocaron la esencia de la sangre curativa.

Es solo ante esta constatación, cuando soy liberada del cuerpo de la suprema sacerdotisa y regreso a mi estado etéreo.

Puedo ver cómo el vikingo nunca regresará a su barco y no vuelve a matar. La sacerdotisa y el vikingo viajan por las tierras del Norte, ella ofreciendo rituales a los dioses y diosas a cambio de salud y fertilidad, él enseñando a los hombres a acoger, y no temer, la sexualidad de las mujeres. Su unión es una unión de amor, lujuria y deseo, sin cansarse nunca de la pasión que sienten el uno por el otro, sino anhelando y explorando la naturaleza carnal de sus seres.

El tiempo se adelanta al futuro, y veo que tienen doce hijos, que simbólicamente representan la conquista que les unió. Tres de sus hijas poseen la marca de nacimiento con forma de corazón en alguna parte de sus cuerpos, siempre en su lado izquierdo: una en el pie, otra en el hombro y otra en una nalga. Han heredado el don de su madre de cantar y curar, demostrando una mayor compasión y consciencia espiritual que los otros hijos. La madre les enseña su magia, y su don es heredado durante múltiples generaciones. La marca de nacimiento con forma de corazón se irá desvaneciendo en las generaciones venideras convirtiéndose, en su lugar, en un símbolo de leyenda y magia abstracta en oposición a la realidad… Pero como siempre, todas las leyendas parecen estar fundadas a partir de un poso de verdad cuando escarbas en su origen.

* * *

Ahora comprendo que ninguno de estos sucesos ha ocurrido por casualidad; que todos llevaban a este momento clave de mi vida. Se me ha otorgado el privilegio y el don de presenciar las vidas de mis antecesoras, los fragmentos de mi alma. Ahora tengo el poder y el valor de dejar el pasado atrás y aventurarme, sin miedo, en el futuro con el hombre que mi alma ha estado buscando durante siglos. Con el círculo completo, sé en lo más profundo de mi ser que esa integración será posible cuando las estrellas se alineen, justo como Leo me explicó.

* * *

Cuando vuelvo a abrir los ojos a este mundo terrenal, estoy sentada y mis manos son sostenidas por un hombre al que no he visto nunca. Ambos estamos sentados con las piernas cruzadas y yo le miro hechizada. Su tocado es más elaborado que ninguno de los que he visto hasta el momento en mi viaje y está decorado con multitud de plumas de los pájaros más llamativos de esta inmensa jungla.

Puedo sentir la energía discurriendo por nuestras palmas como si, literalmente, estuviera palpitando a través de nuestros cuerpos y regulando cada uno de los latidos de nuestros corazones. He dejado de ver lo que me rodea de lo absorta que estoy por su presencia.

Una vez que nuestros ojos están conectados, escucho el primer tañido del tambor tribal; un sonido lento al principio, como si tratara de acompasarse al ritmo de nuestros cuerpos. Permanezco pendiente de este hombre, tanto física como mentalmente.

En un momento dado abandonamos nuestros cuerpos físicos y volamos juntos no muy alto, pero sí lo suficiente para que pueda absorber la escena que se desarrolla a nuestros pies, iluminada únicamente por el fuego de la hoguera y el resplandor de la luna llena. Mi corazón se llena de calidez cuando observo desde arriba que Jeremy y Leo están sentados al lado del chamán y de mí con los ojos cerrados.

Mientras flotamos por encima de todos, descubro que las mujeres que me han atendido antes están cantando y bailando alrededor del fuego, acompañadas por sus hombres al creciente redoble del tambor. En cambio, Jeremy y Leo permanecen tranquilos, como si estuvieran preparándose para lo que está por venir.

Me tomo un momento para echar un buen vistazo a mi cuerpo, un cuerpo que no habría reconocido como mío unos meses atrás. Es como si me hubiera transformado de todas las formas posibles. Mi cabello, más largo de lo que ha estado en años, ha sido trenzado en pequeñas e imbricadas rayas, con plumas y cuentas entrelazadas en las partes que permanecen libres y sueltas. Mi cuerpo está más esbelto a causa de la falta de alimento y las caminatas por la jungla. Mi piel tiene un saludable brillo bajo los intrincados dibujos que recorren mis extremidades, hombros, espalda y vientre. Múltiples ristras de cuentas de distintos tamaños cuelgan de mi cuello, algunas llegando casi hasta mi vientre. Llevo puesta una elaborada falda entretejida que descansa sobre mis caderas y apenas cubre mis partes privadas. Mis pechos están desnudos salvo por los collares; cada areola ha sido pintada de color rojo y las puntas de mis pezones en negro, como si representaran unos ojos que todo lo ven.

Las mujeres que contemplo parecen salvajes y exóticas. En otras circunstancias, hubiera negado que esa pudiera ser yo, pero sé que ella es la culminación de las numerosas visiones presenciadas durante mi vuelo espiritual. Se la ve completamente serena, como una diosa aguardando alguna forma de reencarnación. Tan pronto como ese pensamiento atraviesa mi mente, vuelvo a reunirme abruptamente con mi cuerpo con un virtual ruido sordo.

Mis manos han sido liberadas por el hombre poseedor de esta poderosa magia sentado frente a mí. Esta vez percibo todo lo que me rodea y puedo mirar a los ojos de los hombres que han orquestado este viaje. A Jeremy que, aunque tiene aspecto cansado y un poco sobrepasado por todo lo que le rodea, está lleno de amor y admiración y, en última instancia, un poco atemorizado por estar involucrado en este evento.

Cuando me giro hacia Leo, lo reconozco enteramente como el protector de mi alma, el hombre que ha estado allí para mí durante muchas vidas, cuidando de mí y de mi línea de sangre cuando corría más peligro. Ahora comprendo por qué mis descubrimientos de este viaje relativos a mi pasado eran tan importantes para él, para nosotros.

El redoble del tambor se detiene súbitamente al igual que los cantos y bailes. Los cuatro estamos sentados en medio de un círculo de gente, junto al fuego. Nadie habla; es como si incluso la jungla que nos rodea se hubiera quedado muda, a la espera de lo que va a suceder a continuación.

Una tosca taza de barro medio llena de un humeante brebaje es presentada al chamán por la misma mujer que atendió mi cuerpo y mi espíritu antes de que me despertara aquí. No puedo recordar la última vez que tomé algo sólido, aunque tampoco siento necesidad de ello. El chamán inhala su aroma profundamente y canta algo mientras eleva los ojos al cielo. Lleva un saquito sobre su falda entretejida y busca algo en él, sacando un puñado de polvo. Lo esparce sobre la taza haciendo que el líquido emita un silbido y desprenda una nube de humo.

Da el primer sorbo e inclina un momento la cabeza. Entonces se lo pasa a Leo, quien me lo tiende directamente a mí. Tanto Leo como Jeremy tienen sus ojos clavados en mí, mientras hago una pausa para inhalar el aroma de la poción. Tiene un olor amargo, al igual que los otros brebajes, pero a esta luz soy incapaz de definir su color.

Consciente de que este es el motivo por el que estoy aquí, el punto álgido de mi viaje a la jungla, doy un buen sorbo al mejunje, tragando rápidamente su calor, no sea que su olor me repela. Yo también inclino la cabeza, aunque no en señal de respeto; simplemente porque así es más sencillo alentar a mi sistema para que retenga el brebaje y acepte su sabor, mientras su potencia y poder causan un impacto inmediato en mi mente. Intento serenarme antes de tenderle la taza a Jeremy que, continuando con nuestro movimiento en el sentido de las agujas del reloj, se la tiende de vuelta al chamán. Él ingiere otro trago, y luego la pasa de nuevo hacia mí, pero esta vez Leo acepta dar un sorbo.

Recuerdo que Leo mencionó en algún momento que el motivo principal de nuestro encuentro era para que el chamán y yo voláramos juntos, y que únicamente él decidiría a través de mi espíritu si alguien más debía acompañarnos en el viaje. Si eso fuera necesario, esas personas representarían un papel secundario en la experiencia, de modo que solo puedo suponer que esa es la razón por la que Leo está compartiendo esta segunda ronda, al igual que hace Jeremy cuando le paso la taza. En esta ocasión me parece notar un regusto agridulce, mientras me acostumbro a su sabor. Su calor enciende mis huesos de dentro afuera.

El ritual circular de ir bebiendo todos un poco continúa hasta que el chamán da el último sorbo. Cuando la taza vuelve a manos de la mujer del tocado, él me hace una indicación para que coja sus manos y de nuevo conectamos mirándonos profundamente a los ojos.

Los tambores y el canto se reinician a la luz del fuego, envolviéndonos, y, a una inclinación de cabeza del chamán, Jeremy y Leo colocan sus manos por encima y por debajo de las nuestras. Puedo sentir la energía de sus palmas latiendo a través de mi cuerpo, como si los redobles de tambor intentaran sincronizarse con los latidos de nuestro corazón.

Después de unos momentos de estar perdida en la mirada del chamán, el suelo se mueve violentamente, como si estuviera mirando a través de las lentes de una cámara que se desplazara rápidamente de un lado a otro, aunque aún puedo sentir mi cuerpo firmemente anclado en tierra. La sensación es completamente diferente de las experiencias que he tenido en el viaje a este lugar sagrado.

Súbitamente el temblor cambia y noto un fuerte tirón, que arranca mi corazón y mi mente lejos de mi esencia física. La fuerza es enorme, poderosa e implacable, hasta que finalmente me desprendo y empiezo a dar vueltas. Todos empezamos a girar vertiginosamente, cada vez más rápido, hasta que nuestros cuerpos son apenas una borrosa mancha rodeada por el círculo de luz creado por las llamas de la hoguera. Nos convertimos en uno solo, mientras esa mareante sensación continúa. Pienso vagamente que tendría que coger sus manos con más firmeza para no salir despedida de ese remolino y estrellarme contra una roca.

Giramos cada vez más y más rápido, ya no consigo ver sus rostros ni sus ojos, solo la línea exterior del anillo de oro que rodea nuestras borrosas figuras. Justo cuando el remolino alcanza el punto de mayor velocidad y siento que me voy a poner mala, se detiene súbitamente y soy inmediatamente lanzada a una oscuridad tan negra que no puedo ver ni la palma de mi mano delante de mí.

Los atronadores latidos de mi corazón casi me consumen. El silencio y la oscuridad son absolutos y, en vez de estar sentada como estaba cuando acepté el brebaje del chamán, estoy de pie inmóvil, como si me encontrara en la cúspide de algo enorme y desconocido. A pesar de que todavía siento mi corazón latir desbocado por todo mi cuerpo, una gran sensación de calma y firmeza invade mi sistema nervioso. Tengo la seguridad de que todo terminará bien y que me enfrentaré con los siguientes pasos sin el menor temor.

Trato de acompasar mi respiración a esta nueva confianza mientras mis ojos y mi cuerpo se acostumbran a la misteriosa oscuridad. Por lo que sé, podría estar en el centro de la tierra o en los confines más alejados del universo. Entonces una pequeña llama de luz surge en medio de la oscuridad. No estoy segura de si es pequeña y está delante de mí o bien enorme y muy lejana. No tengo ninguna sensación espacial de profundidad o amplitud. Después de unos instantes, su tamaño aumenta y parece como si, de hecho, se moviera hacia mí. Lo que al principio no era más que una diminuta luciérnaga ahora se convierte en una pequeña llama, pero justo cuando empiezo a sentir su calor en mi cuerpo la llama se divide en dos, una permaneciendo directamente delante de mí y la otra detrás.

La luz revela la sombría silueta de dos cuerpos de mujeres sujetando unos brillantes faroles en el extremo de unos mástiles de bambú. Una de las mujeres tiene los pezones pintados igual que los míos, mientras que la otra lleva dos anillas doradas insertadas en los suyos, haciendo que estos se yergan erectos. Al verlos siento una oleada de sangre fluir hasta los míos. Sus senos apenas están cubiertos por las cuentas que cuelgan de sus cuellos. Ellas también llevan faldas cortas entretejidas, similares a la mía, pero más sencillas. Nuestros tocados son diferentes, lo que supongo que tiene algún significado que se me escapa.

No se pronuncia una palabra. Las mujeres me pasan un cordel alrededor de la cintura, de la misma forma que ellas lo llevan atado alrededor de las suyas, y nos conectamos formando una línea. La mujer delante de mí comienza a caminar y la sigo. A pesar de que hay suficiente luz para mostrar el camino más inmediato, no tengo ni idea de lo que puede ocultarse en la oscuridad que nos rodea. Tampoco siento el cielo sobre nuestras cabezas ni las profundidades por debajo de nosotros, o si estamos en el interior o el exterior. Nada es demasiado cálido ni demasiado frío, aparte de las llamas que guían nuestros pasos. Nos movemos solemne y silenciosamente hacia delante, un paso cada vez.

Escucho a lo lejos el tañido de un gran tambor; suena como el corazón mismo de la tierra, mis pasos adaptándose rápidamente a su palpitante pulso, ahondando en mi trance. Seguimos avanzando por el serpenteante sendero hasta que giramos bruscamente y nos detenemos. Cada una de las mujeres coge una de mis manos para asegurarse de que no doy un paso más sin su guía.

El tambor se detiene. Súbitamente me quedo cegada por una deslumbrante luz dorada delante de mí, y todo se detiene durante un instante.

Mi corazón, mis miedos, mis esperanzas, mi mundo, mi ser.

Transfigurada.

Sin respiración.

Sin sentidos.

Simplemente envuelta en oro.

El golpe de tambor regresa haciendo latir mi corazón, y mi cuerpo se somete a su lenta y profunda llamada. Mi visión se despeja y advierto que estamos en una enorme cueva, mucho más grande que cualquiera en la que haya estado nunca. Estamos en la boca de la cueva, muy por encima de las mujeres que me prepararon para este evento, que están sentadas en el suelo en un gran, aunque no totalmente formado, círculo. En otro semicírculo detrás de ellas, hay unos gigantescos tambores tocados por los hombres de la tribu, su sonido penetra en la cueva y reverbera en nuestros cuerpos, conectando nuestras mentes y espíritus.

Continuamos nuestro entrelazado viaje a lo largo de los alrededores de la cueva hasta unirnos a todos los que están en las profundidades, más abajo.

Soy separada de mis compañeras y llevada hasta el centro del círculo. Ahora estoy de pie, rodeada por doce mujeres que, al igual que yo, están en un profundo estado de trance, no necesariamente de este mundo. Yo soy la decimotercera mujer, de pie, sola, en el centro, pero sabiendo que estoy rodeada de compasión y amor incondicional. Dejo que cada poro de mi ser se empape de esa sensación, mientras el ritmo palpitante de los enormes tambores toma el control de nuestros cuerpos y nos movemos a su compás. Algunas de las mujeres se unen al redoble cantando con sus melódicas voces y proporcionando una gran profundidad y armonía a este despertar espiritual. Nuestros cuerpos dejan de existir como entidades separadas para formar uno solo. Me pierdo totalmente en la majestuosidad de este momento, mi inconsciente imponiéndose sobre mi estado mental.

Una vez más, puedo verlo todo desde dos perspectivas: desde mis propios ojos y desde arriba, observando toda la escena. Soy levantada en el aire por las mujeres, como si me ofrecieran a los dioses. Me llevan hasta un nicho, en un nivel más alto de la cueva, que parece un antiguo altar, y depositan mi flácido cuerpo dentro de un marco circular, en forma de rueda gigante, previamente dispuesto. No siento miedo cuando mis muñecas y tobillos son estirados y atados a ese círculo, solo aceptación y amor. Una vez asegurada, colocan la rueda en posición vertical y mi cuerpo es levantado, con los brazos y piernas atados en aspa, mientras las mujeres forman un círculo a mi alrededor. Es como si siempre hubiera sabido que esto sucedería, que tenía que suceder y que todo terminaría bien. Sé, sin lugar a dudas, que este acontecimiento es la culminación de mis antiguas vidas y mis experiencias terrenales desde que volví a conectar con Jeremy. Aquí mismo, ahora mismo.

Levanto la vista hacia la única luz natural de la cueva y descubro una abertura a través de la cual se divisa el cielo. Ante mis ojos está Venus, el planeta más brillante del firmamento. Me quedo extasiada ante su belleza celestial, sintiendo como si mi cuerpo se hubiera abierto en toda su extensión en una ofrenda para recibir sus dones universales. Su luz despierta mi sensualidad y deseo y, en lugar de sentirme constreñida por mis ataduras, me siento audaz y poderosa por ellas, sabiendo que son mi ancla a la tierra, mi propia fuerza de gravedad que me impide volar y quedar unida a ella para siempre. Puedo notar mi esencia vital buscando simultáneamente en mi pasado y futuro, tratando de reconciliar el aquí y el ahora, para que las viejas heridas puedan cicatrizar y me permitan abrazar la riqueza de mi futuro.

Muevo mis caderas al compás de los continuos redobles de los numerosos tambores tribales, evocando a los hombres que han representado un papel tan importante en mis muchas vidas. Al dirigir mis ojos hacia el cielo, buscando la abertura de la caverna, mi visión periférica captura las ondulantes llamas del fuego más abajo, en el momento en que Leo emerge de las profundidades de la oscuridad.

Se coloca detrás de mí, deslizando sus suaves manos a lo largo de las curvas de mi cuerpo y uniéndose a mi seductora danza. No puedo ver su rostro; puesto que él es mi pasado, nuestros ojos no podrán encontrarse en este momento. Dejo que mi cuerpo experimente las sensaciones que mi protector está creando, sabiendo que no hay nada que temer, ningún pecado del que arrepentirse, que él está en el lugar correcto de mi vida. Sus dedos me exploran como si se preparara para despedirse de mi cuerpo, pero nunca de mi alma.

Jeremy aparece desde el círculo de mujeres, como si ellas hubieran bendecido su sagrado pasaje hasta quedar delante de mí en este precioso instante. Nuestros ojos se encuentran y nos perdemos en nuestra mutua mirada esmeralda. Sé que este es el hombre al que el universo ha estado esperando para que conectara conmigo total y profundamente durante siglos, desde nuestra unión original cuando la magia de la sangre comenzó.

Las sensaciones que me recorren en cascada están más allá de lo terrenal, mientras estos dos hombres rodean mi cuerpo, uno por delante y otro por detrás.

Permanezco tan abierta para ellos como lo estoy para Venus allí arriba, ansiando que adoren mi cuerpo, deseando una última unión más que ninguna otra cosa en el mundo. Sabiendo que no hay celos ni remordimiento en sus sentimientos, sabiendo que comprenden la importancia de los papeles que ambos representan.

Leo, el de liberarme de mi pasado, y Jeremy, el de proporcionar la llave de mi futuro.

Mientras los tambores tribales aumentan su tañido y tempo, noto cómo sus exploraciones van desencadenando en mi cuerpo una febril ansiedad, consumiéndome de impaciencia por que su conexión sea completa. Cuando una oscura luna creciente se desliza por delante de Venus, el falo de Leo tantea mi pasadizo trasero acomodándose a la hendidura entre mis nalgas. Sus manos envuelven mis pechos, amasando su generosa carne, mientras Jeremy aplaca el contoneo de mis caderas y me besa larga y amorosamente, profundizando en mi boca, seduciéndome en preparación para lo que va a suceder más abajo.

La concentración de ambos en mi cuerpo hace que mi mente se dispare hasta alcanzar las estrellas del firmamento. Disfruto con su adoración de mi cuerpo, deseando con desesperación poder tocarles a mi vez y abrazar sus formas masculinas, aunque también comprendo que ese es el futuro, no el presente. Así que permanezco abierta y atada entre ellos para que me exploren y accedan a su antojo, besando, acariciando y lamiendo. Sus movimientos se hacen lánguidos y lentos contra mi piel, tentando mis hinchadas zonas erógenas con precisas caricias de sus dedos y lenguas, llevándome hasta el borde del precipicio y dejándome allí. ¡Oh, qué bendita tortura!

Mi vulva palpita en respuesta a las sensaciones que están creando, mi humedad clamando para que exploren aún más en mis orificios, para que se vuelvan uno conmigo. Estos hombres de mi vida continúan creando un éxtasis celestial mientras la necesidad de que me colmen se hace cada vez más insoportable. Echo la cabeza hacia atrás y grito de placer, cediendo todo control a la lujuria y el deseo y rindiéndome completamente a los placeres de mi cuerpo físico. No puedo hablar, salvo mis gemidos de impotencia. Estoy demasiado lejos.

Las ristras de cuentas y la falda son retiradas; el roce es cada vez más íntimo, piel con piel. Cada terminación nerviosa de mi cuerpo siente como si hubiera vuelto a la vida, despertando al placer de lo que es y lo que está por venir. Solo puedo sentir la sudorosa calidez del cuerpo de Leo detrás de mí, sin encontrar sus ojos. Su endurecido falo se desliza con facilidad por mis curvas y dentro de mis hendiduras, sus brazos y manos recorren libremente mi talle y mis pechos, llegando hasta las piernas. Me cuesta sostener el peso de mi cuerpo mientras caigo en el orgásmico hechizo provocado por los juguetones dedos de Jeremy, tentando los pliegues de mis hinchados labios genitales.

Leo tira de mis nalgas para abrirlas del todo y encuentra su lugar deslizándose lenta y suavemente en mi pasaje posterior mientras dejo escapar un gemido de intenso placer. Una vez posicionado, sus manos envuelven mis pechos, sobando y masajeando mientras Jeremy separa aún más mis humedecidas piernas y me llena donde sabe que le pertenece.

Nunca he sido tomada tan completamente. Mi cuerpo se estremece de deseo mientras acepta lascivamente su masiva presencia en mi interior, disfrutando de la plenitud.

He deseado esto desde que lo soñé muchos años atrás, preguntándome siempre lo que se sentiría, y sin saber si era lo suficientemente fuerte o valiente para soportarlo físicamente. Y finalmente he sido obsequiada con este exquisito placer, empalada hasta el mismo centro de mi existencia sexual. Una presión tan intensa, tan intrincadamente equilibrada que si se aumentara ligeramente se convertiría en dolor. Un placer tan absoluto que supera todas mis expectativas. No tenía ni idea de hasta qué punto esto me haría sentir tan completa, física, psicológica y espiritualmente.

Rodeada, envuelta en su masculinidad, mi cuerpo acepta el palpitante ritmo hasta que sus embestidas se acomodan en perfecta armonía. Con mis manos y piernas firmemente ancladas y separadas y sus brazos extendidos en horizontal agarrándose al marco circular, nuestros tres cuerpos están conectados de tal forma que redefinen el famoso dibujo de Da Vinci del Hombre de Vitrubio, convirtiéndonos en un nuevo símbolo de perfección. Nuestra sinergia mezcla el espíritu de la divina feminidad con la virilidad masculina, mientras sus semillas erupcionan simultáneamente en lo más profundo de mi esencia.

Hago equilibrios en la cúspide de este placer celestial. Jeremy y yo aún nos miramos a los ojos ante la maravillosa necesidad que tenemos el uno del otro, sabiendo que nunca podríamos haber estado juntos sin Leo o sin que su alma custodiara mi don. Hemos esperado muchos siglos para esta última conexión —nuestra comunión de relaciones—, para acabar juntos lo que desde siempre estábamos destinados a hacer y ser. Esto es mucho más que sexo o que hacer el amor, o incluso que el regalo del matrimonio. Lo que estamos experimentando juntos en este preciso momento de nuestro tiempo va más allá de la religión y bordea el infinito.

Nuestros pasados encontrándose con el presente para permitir nuestro futuro.

Nosotros tres somos uno. Siempre lo hemos sido. Y siempre lo seremos.

Unidos por el amor, entrelazados en el tacto, rodamos, damos vueltas, nos acariciamos, hasta que el tiempo se vuelve una medida irrelevante en nuestra existencia.

Nunca he experimentado un momento tan sagrado como esta explosión de comunión sexual con la que hemos sido bendecidos y que ahora compartimos mientras las estrellas se alinean ante nosotros. Cuando la forma oscura que cubre Venus se retira y deja que regrese en su plenitud, mi éxtasis alcanza alturas celestiales y nuestra combinada energía es consagrada. Me siento más completa de lo que jamás estaré, cada momento de mi vida y del pasado me ha traído hasta aquí mientras me elevo fuera de mi cuerpo y asciendo hasta los cielos.

Es como si Venus se comunicara directamente conmigo, inundándome con sus dones de amor y fertilidad. Mi corazón ahora late por ella, en su honor, disfrutando de su gloria. Podría quedarme así para siempre mientras los ojos de mi mente contemplan el universo desde su perspectiva.

Un lugar y un tiempo previo a que el hombre con su codicia y necesidad de poder y control se apropiara de la religión; un lugar donde la sexualidad era puro regocijo, y la forma femenina es venerada por su capacidad para recrear y reproducir. Donde la naturaleza y el resurgimiento eran celebrados y entretejidos con la auténtica urdimbre de la humanidad.

Me inundan imágenes de diosas y supremas sacerdotisas que fueron adoradas por su fertilidad y su capacidad para generar civilizaciones, manteniendo el equilibrio y la fuente del orden universal al nutrir tanto a la Madre Tierra como a los hijos que engendraba.

Belleza y naturaleza, sexo, amor e intimidad. ¿Tendrá alguna vez este vínculo universal permiso para volver a conectarse? Parece como si nuestros egos hubieran permitido a nuestras mentes ocupar todo el escenario durante demasiado tiempo, dejando que la ciencia reemplazara a la espiritualidad y dictara nuestro nuevo camino, mientras la progresión de nuestra especie continúa. Nuestro comportamiento, nuestra salud y nuestro bienestar han sido influidos por este nuevo régimen, pero, de alguna forma, desconectados. Fármacos hechos por el hombre, que aseguran nuestra longevidad y amortiguan el dolor, han sido diseñados para hacernos más felices y saludables y, sin embargo, aún seguimos preguntándonos por qué somos tan infelices.

Siento una inesperada gratitud por mi valentía al embarcar en este viaje, por estar dispuesta y abierta a explorar lo inexplorado, a involucrarme una vez más en la creatividad, la imaginación y el juego. Eso ha mantenido mi alma vital y fuerte dentro de mi consciencia. Me doy cuenta de que el momento ha llegado, que ya es suficiente. Ahora más que nunca, necesitamos reconciliar nuestra sensualidad y nuestra alma. Para que la tierra sane, necesita alimentarse, necesita amor. El cambio depende de nosotros y requiere una última comunión entre ciencia, sexualidad y espiritualidad, la necesidad de un estado más elevado de consciencia.

Cuando Venus me libera, me quedo rodeada por un calor y un amor que son tan absolutos como completos. Su resplandor disminuye cuando la luna llena oscurece parte de su brillo, nuestro acto de intimidad sexual permanece iluminado y nuestro propósito se vuelve inmaculadamente nítido. Nosotros tres existimos para promover esa integración.

El propósito de todo por lo que he pasado durante estos últimos meses ha cristalizado. Mi encuentro con Jeremy, las circunstancias de mi tiempo con él, forzándome a salir de mi antiguo caparazón. Reflexiono sobre mis titubeos al aceptar su propuesta y cómo, en aquel momento, me sentí como si fuera Eva aceptando la manzana prohibida. Mis superfluos valores estaban basados en orígenes que nunca había investigado profundamente, sino que me dejaba llevar por la marea de la sociedad. Un código que delimitaba lo bueno de lo malo, lo negro de lo blanco, en un mundo que claramente no estaba pensado para ser ninguna de las dos cosas. Pero, cuando finalmente acepté mi sexualidad y dejé que mis viejas convenciones y suposiciones cayeran por su propio peso, una vez más fui tentada por la ciencia y atenazada por el miedo, lo que únicamente sirvió para afianzar mi resolución y aclarar mis ideas sobre quién soy y lo que represento.

Y ahora esto. Se me ha concedido el honor de poder hacer este viaje hacia un universo espiritual más allá de cualquier ámbito que mi mente pudiera concebir, por lo que, en lugar de preguntas, ahora solo tengo respuestas: saber lo que subyace detrás de las limitaciones humanas y conocer el amor universal incondicional. Somos nosotros los que podemos elegir el grado de conexión entre ambas y hacer con ello algo que dé sentido y significado a nuestras vidas.

Cuando tomo conciencia de estas revelaciones, Venus me reclama para que me una a ella por última vez antes de que desaparezca, una vez más, en los cielos. Mis amantes se desconectan de mi cuerpo mientras la sigo, intrigada. Siento cómo mi esencia avanza hacia ella en espiral, sumida en algún tipo de vórtice, como si tirara magnéticamente de mí desde el núcleo de mi ombligo hacia su mundo secreto. El remolino se detiene y me encuentro en una cueva que solo puede ser descrita como algo parecido a un vientre materno. Es suave y mullida, y reina una absoluta serenidad entre sus distintos tonos de rosa y naranja intenso. Noto el sordo palpitar del corazón de la Madre Tierra que continúa latiendo, apaciguando nuestras almas.

No estoy aquí en mi forma física, pero comprendo que aquí es donde pertenezco, donde siempre he pertenecido. Este es el lugar del que provengo y al que al final regresaré, aunque también sé, en el fondo de mi alma, que nunca me he marchado del todo.

Mis pensamientos, mis sentimientos y mi amor desbordan mi espíritu, arrollándome con una maravillosa ola tras otra, rellenándose infinitamente a sí misma, una y otra vez. El sentimiento es tan puro y tan fuerte que sé que proviene de la misma fuente de la vida. Es parte de mí, es todo mi ser, me contiene. Yo soy eso. Soy la madre del amor incondicional que nutre la tierra. Soy, a la vez, corazón y vientre, abrazando y abrazada por la divina feminidad.

Desde todas las paredes circulares de este vientre-caverna, puedo sentir la presencia de otros, siendo uno conmigo y sin embargo ligeramente separados. Deberíamos estar unidos, pero aún no estamos preparados. Estoy reuniéndome con las almas más antiguas y profundas de mi hermandad, que me dan la bienvenida a su sagrada unión. Ellas comparten mi amor y yo su sabiduría, cada alma con sus propios y únicos dones y talentos. Han estado esperando mucho tiempo mi llegada para que nuestra conexión circular fuera completa.

Mi alma es restaurada, refrescada y vigorizada por mi conexión con mi hermandad; siento que de nuevo tiran del centro de mi vientre en dirección contraria, lejos del infinito confort de este útero secreto. Me convierto en las lágrimas que derramo, tanto de alegría como de certidumbre por no saber cuándo regresaré a este lugar sagrado y celestial. Hasta que las estrellas vuelvan a alinearse.

La luz de Venus disminuye mientras la brillante luna me ciega temporalmente ante su presencia. Es en este punto cuando regreso a mi cuerpo físico y la oscuridad desciende sobre los cielos devorando mi estado de consciencia.