Alexa
No se parece a nada que haya experimentado antes. Un espacio distinto, un lugar diferente, que solo puede ser descrito como etéreo y visceral al mismo tiempo. Estoy en todas partes y en ninguna: la sensación es demasiado irreal. Es como si estuviera viendo una película pero desde la perspectiva de ser a la vez el director, los actores y hasta una parte del plató. Puedo verlos y oírlos, e incluso entenderlos, pero ellos no pueden hacer lo mismo. Están interpretando sus papeles mientras yo deambulo por la escena, dentro de ella, y sin embargo invisible, intocable.
Mis sentidos están en alerta total, absorbiendo los sentimientos de los que están dentro de cada escena, pero manteniendo mi propio yo. Es la forma más extraña de irrealidad imaginable y solo puedo conjeturar que esta es mi propia versión del vuelo espiritual de Leo. Me sumerjo tanto en el proceso como en sus posibilidades.
Mi visión cambia y súbitamente puedo enfocar. Veo a una madre acostando a su hija, que debe de tener alrededor de cinco años. La madre le acaricia cariñosamente la frente, rozando con ternura los mechones de su largo cabello oscuro y retirándoselos de la cara. Le da un suave beso de buenas noches en la mejilla y la sonrisa de la niña muestra claramente el amor que siente por esa mujer. Puedo sentir las emociones de cada una en mi corazón, como si estuviera invisiblemente conectada a sus pensamientos más profundos. Recuerdo a mi propia madre haciendo lo mismo conmigo cuando era pequeña, al igual que hago yo ahora con mis hijos.
La madre corre la tosca cortina y echa un último vistazo a la niña antes de cerrarla del todo. Entonces regresa a la luz de la vela situada en el centro de la mesa redonda. La cocina es rústica; me he trasladado a un tiempo en el que el agua se recoge del arroyo con un cubo, el pan se hace en casa y las ropas son escasas y muy preciadas. Se acerca a la chimenea encendida que mantiene el frío de la noche fuera de la pequeña vivienda. Coge un palito ardiendo, prende las velas dispuestas en círculo y se sienta en el centro de la prácticamente desnuda habitación, como si estuviera meditando profundamente.
La escena cambia súbitamente a toda velocidad ante mis ojos, como si alguien estuviera pasando las páginas de una novela para continuar más adelante.
La misma mujer entra en otra casa en la que es calurosamente recibida. La familia la abraza y le da las gracias por acudir. Puedo notar su confianza en ella al igual que siento la tranquila seguridad de la mujer ante la tarea que debe realizar. Lleva un saco colgado de su hombro que está a punto de abrir, justo cuando su joven hija aparece corriendo. El aspecto de la niña es parecido al mío cuando empecé el colegio.
—Mama, solo quiero estar contigo, por favor, ¿puedo mirar?
La madre alza la cabeza hacia los dueños de la casa, que asienten al unísono.
—Por supuesto, Caitlin, ven aquí —indica su madre con tranquilidad.
Hay un chico enfermo tumbado sobre una manta en un rincón de la habitación. Es mayor que la niña pero se le ve débil y frágil. Tiene aspecto de encontrarse muy mal y mientras observo su cuerpo, el hedor antinatural de su enfermedad penetra en mi ser. Aunque es pestilente y desagradable puedo sentir la compasión que ambas sienten por el niño que desprende ese extraño olor.
Mi curiosidad me impulsa a acercarme aún más a la escena, al niño enfermo, justo cuando la madre se mueve hacia él. Me siento conectada con ella; siento su amor y compromiso para curar a este niño sin tener en cuenta que arriesga su propia vida ante la enfermedad. Unidas por algún lazo indescriptible, nos aproximamos a la vez. Por el aspecto de su piel puedo advertir que el chico tiene fiebre muy alta. Está débil y siento cómo ese olor fétido está devorando su cuerpo desde el interior. Está gravemente enfermo.
Tomándose su tiempo para sentir el torturado cuerpo, la madre pasa suavemente las palmas de sus manos sobre los brazos del chico y las piernas. Cada uno de sus movimientos es intensamente observado por su hija, Caitlin. Entonces coloca ambas manos a los lados de la cara del enfermo y cierra los ojos. Parece estar sumida en profunda oración o meditación cuando comienza a recitar una especie de encantamiento. La niña se desplaza sigilosamente por la habitación hasta arrodillarse junto a ella, colocando también sus manos sobre la piel del muchacho, e imitando los actos de su madre.
La familia, un poco apartada, permanece atenta, el miedo reflejándose en sus ojos, reconociendo el fino hilo que une al chico con la vida y sintiendo la magia que hay ahora en la habitación. Pasa un buen rato antes de que la madre y la hija retiren sus manos del chico y vuelvan a abrir los ojos como liberadas de un hechizo.
La madre busca en su saco y saca algunas hierbas que coloca en un mortero para majarlas. La mujer de la familia añade unas cuantas gotas de agua caliente a la mezcla y hace un gesto de asentimiento para que continúe. La madre coge una última cosa, e indica a la familia que se den la vuelta, que no observen el último paso del proceso. Ellos obedecen, manteniendo el silencio, su sufrimiento por el dolor del niño reflejándose en sus cuerpos encogidos.
Caitlin continúa mirando a su madre con una intensidad y curiosidad que reconozco en mí misma. La madre extrae una pequeña daga de su saco y hábilmente, se hace una pequeña incisión en el dedo corazón. Luego vierte tres gotas de sangre en la mezcla antes de guardar discretamente la daga y chuparse el resto de la sangre de la punta del dedo.
—Ya podéis daros la vuelta —indica en voz baja a la familia mientras machaca y mezcla los ingredientes en el mortero—. Esto debe serle suministrado al chico desde un lugar del corazón. Solo el amor de una madre le ayudará a curarse a partir de ahora; debéis continuar vigilándolo mientras descansa.
La madre del chico se aparta del resto de la familia y se acerca a su hijo. Entonces, acuna a su hijo moribundo en sus brazos antes de acercar el brebaje a sus labios. Le ayuda a abrir la boca y vierte el líquido en ella, poco a poco. El padre se acerca rápidamente a su lado con un poco más de agua que la madre da al chico para diluir la medicina por su garganta. El niño tose ligeramente antes de que lo depositen otra vez en el suelo y se vuelvan hacia las curanderas.
—Gracias, Evelyn. Eres nuestra última esperanza.
Ella saluda a la familia, coge su saco y sus objetos y, agarrando la mano de su hija, se vuelve al llegar junto a la puerta de madera.
—Continuaremos rezando por la salud de vuestro hijo.
La familia se queda mirando a la pareja cuando se marchan, sintiéndose exhaustos pero, por primera vez, abrigando esperanza en sus corazones.
Unos días más tarde, Caitlin está en el patio dando de comer a las gallinas, cuando ve pasar al muchacho enfermo caminando por el borde de la carretera con un enorme cubo en la mano izquierda. Visto de pie, el chico es mucho más alto que ella. Tiene un saludable tono sonrosado en las mejillas y un aspecto fuerte. No se parece en nada al frágil chico que apenas se podía mover del rincón de la habitación. Una sonrisa ilumina la cara de Caitlin cuando comprende que la magia de su madre ha ayudado a apartar todos los signos de enfermedad e infección del cuerpo del chico.
Sale corriendo hacia él, que deja el cubo en el suelo para recibir su abrazo, mientras ella envuelve sus pequeños brazos en torno al chico. Entonces levanta la vista a su cara, los ojos del chico encontrándose con los verdes plateados de ella; el calor que irradian indica que él comparte la misma alegría en su corazón que la niña. Ella confía en la magia de su madre y aunque no lo dice, sabe que él protegerá y ayudará a otras personas mientras recorre el sendero de su vida. Sabe que están unidos por la sangre de su madre y que, de alguna forma, esa conexión, aunque breve, será muy importante en el futuro.
Veo mis propios ojos reflejados en los de Caitlin y me doy cuenta de que he experimentado esa misma sensación de serenidad con Leo cuando capta mi mirada. La seguridad de que todo saldrá como tiene que ser. Esa plenitud en la conexión de Caitlin con el chico reverbera a través de toda mi esencia etérea.
Caitlin lleva toda su corta vida viendo cómo su madre hace pequeños milagros. Evelyn tiene un buen corazón y demuestra tanta compasión por los demás que la niña solo desea seguir sus pasos. Su madre nunca acepta regalos o dinero por lo que hace, aunque tampoco carecen de las necesidades básicas. Es como si todo el pueblo tuviera un acuerdo tácito para proporcionarles lo imprescindible; algo que nunca ha sido discutido sino que simplemente ha sucedido.
A menudo Evelyn sale por la noche durante unas horas, cuando cree que su hija está totalmente dormida. Se interna en la profundidad del bosque y participa en rituales que están íntimamente relacionados con el ciclo de la naturaleza. Puede sentir cuándo y cómo deben pasar las cosas, el despertar de la primavera y el calor del verano, la vuelta del otoño y la muerte temporal de la naturaleza en invierno. Cada estación formando parte de su cuerpo como si fuera la misma tierra.
En las noches de luna llena, deja la casa durante períodos más largos y cuando regresa, con el cabello todo enmarañado y las ropas ajadas y sucias, duerme de un tirón hasta bien entrado el día siguiente.
La gente del pueblo puede percibir su intensa energía y presencia cuando está cerca de ellos y aunque saben que esta mujer es una de las más compasivas, también sienten un temor reverencial hacia ella por causa de una magia que no entienden o que no se permiten creer del todo. Salvo que necesiten algo, tratan de mantenerla a distancia. Su miedo a lo desconocido les seduce, al mismo tiempo que les aparta de ella.
A medida que Caitlin se hace mayor pasa cada vez más tiempo con su madre, deseando aprender y entender el don de su magia para algún día poder hacerla suya. Cuando tuvo su primer período, su madre pudo enseñarle cosas sobre la magia que hasta entonces no era posible. Le explicó que aunque pueden hablar libremente la una con la otra, nunca podrán discutir su don con otros. Caitlin comprende que su deber es utilizar su don por el bien de los demás. También sabe, aunque no lo entiende, por qué la gente tiene ese miedo inherente al poder del don de la sangre, motivo por el cual solo puede utilizarse en el contexto de un amor incondicional. Su madre le asegura que este es aún más importante puesto que el tiempo pasa rápidamente y siente que una oscura amenaza está descendiendo sobre el mundo.
Evelyn le pide a su hija que le prometa mantener el poder de su sangre en secreto y ella hace el solemne juramento. Caitlin siempre se ha preguntado si ella también tenía ese don, la magia curativa en su sangre. Su madre baja lentamente su delantal sobre su hombro izquierdo y Caitlin ve una pequeña marca en forma de corazón bajo el omoplato izquierdo. Ha visto esa marca muchas veces cuando se bañan juntas.
—Esta es la marca de la sangre.
Caitlin levanta la palma de su mano hasta la parte inferior de su pecho izquierdo, donde tiene la misma marca. No había comprendido hasta ahora el poder que eso representaba.
Evelyn apoya su mano sobre la de su hija.
—Mientras tus pechos continúen creciendo, tu marca permanecerá escondida. Esta es una señal de las sombras que muy pronto oscurecerán esta tierra y nuestras vidas. Debes tratar de mantenerte a salvo y no exponerte a ningún daño. Cuando llegue el momento, aparecerá alguien que te comprenderá y sienta la necesidad de darte su protección. Sabrás en quién confiar mirándole a los ojos y verás la verdad en ellos. Igual que hacemos ahora. —La mirada entre madre e hija es íntima y cercana, nunca amenazadora o tiránica—. Confía en tu intuición. Ella guiará tu viaje a través de la vida. Incluso aunque yo no esté a tu lado, debes saber que siempre estaré contigo, vinculada a ti, queriéndote.
Las dos mujeres se abrazan, sin saber lo que les deparará el futuro, pero muy conscientes de la responsabilidad que su don les ha otorgado.
* * *
La noche de la siguiente majestuosa luna llena, Caitlin finge estar dormida cuando su madre la besa suavemente en la mejilla. Evelyn cierra la puerta de madera tras ella y escapa sigilosa hacia el bosque. Su hija espera unos segundos antes de seguirla por el mismo sendero, la resplandeciente luna iluminando el camino ante sus ojos.
Al llegar a un punto, su madre se da la vuelta para escuchar el susurro de las hojas y sonríe sabiamente antes de continuar internándose en las profundidades del bosque. Su hija se detiene y luego suspira de alivio porque su madre no la ha visto. La tierra está cubierta de las hojas muertas del bosque que proporcionan el pavimento perfecto a sus pies desnudos. Un búho ulula en los árboles por encima de su cabeza, como si informara de su prohibida presencia en las profundidades del bosque a la caída de la noche.
Evelyn finalmente llega a un claro y Caitlin se queda atrás, escondiéndose detrás de un gran olmo. El corazón le late con fuerza en el pecho, por lo que trata de recuperar el aliento y calmar sus nervios. Entonces escucha un susurro entre los árboles del otro lado del claro, donde su madre ha desaparecido, antes de oír el suave canto de unas voces.
Preocupada por ser descubierta en caso de que los demás sigan ese camino, trepa a toda prisa a un árbol desde el que tiene una vista perfecta del claro y de todo lo que sucede más abajo. El canto se convierte en un susurro, como si perteneciera al mismo bosque, y ve cómo su madre emerge desnuda, salvo por una corona de flores silvestres alrededor de su cabeza, las últimas de la temporada.
Evelyn comienza a balancearse y bailar al ritmo de la brisa que mueve los árboles. Caitlin percibe su energía y la conexión con su madre más abajo como si se volvieran una. Ella parece iluminada y su cuerpo tiene un aspecto muy hermoso con los brazos levantados por encima de la cabeza y las caderas meciéndose como las ramas al viento. La hija nunca ha visto a su madre tan vital, tan vibrante.
Las ocultas voces que cantan se quedan en silencio mientras los desnudos cuerpos emergen de los árboles y forman un círculo alrededor de Evelyn, todos inclinando sus cabezas ante ella. Después de unos minutos de meditación para fundirse en los sonidos y la respiración del bosque, ellos también empiezan a contonearse como la madre de Caitlin, pero con movimientos más lentos como si esperaran a que el ritmo entrara en sus cuerpos.
El canto comienza de nuevo, más fuerte que antes, sus voces se alzan al cielo y se expanden por el claro, cada una esculpiendo su propio espacio y energía con sus movimientos. Evelyn se desplaza hacia una losa formada por unas rocas al final del campo, y se tumba sobre ella con las manos por detrás de su cabeza y las piernas separadas, muy abiertas. Los hombres y mujeres se acercan de uno en uno hasta ella, agachándose para besar los labios internos entre sus piernas.
Evelyn se retuerce y se mueve en delicioso trance mientras cada persona sigue su turno, tocando su sexo con sus labios. Entonces regresan al claro y retoman los cautivadores sonidos, meciéndose en un trance de absoluta sexualidad, cada uno de ellos dando placer a sus cuerpos hasta que liberan unos gritos de éxtasis como si rindieran homenaje al cielo y a la tierra. Esto continúa durante un buen rato hasta que finalmente todos se quedan tumbados en silencio en medio del campo, rodeados por la naturaleza y disfrutando de la luz de la luna.
Cuando unas nubes ocultan el resplandor de la luna, se levantan de la hierba y, silenciosamente, regresan a la oculta bóveda formada por las copas de los árboles del bosque, sin cruzar una palabra entre ellos. Caitlin, preocupada por ser vista y con los ojos muy abiertos, desciende rápidamente de las ramas del olmo gigante y se apresura a volver a su casa.
A la mañana siguiente muy temprano, unos fuertes golpes en la puerta despiertan a ambas mujeres de su profundo sueño. Varios soldados entran en la casa y Evelyn es físicamente arrastrada fuera de su pequeña vivienda. Unas grandes manos encallecidas sujetan su cabello por detrás de su cabeza, exponiendo su cara a la débil luz del amanecer.
—¿Es ella?
Un hombre que permanece a un lado asiente con la cabeza, manteniendo sus ojos deliberadamente apartados de Evelyn, que le mira directamente. Entonces se escabulle entre las sombras tras la pequeña multitud que se ha congregado.
—Has sido acusada de bruja, mujer. Deberás morir en la hoguera.
Los gritos de Caitlin perforan el aire mientras su madre es llevada lejos por los guardias. Sale corriendo detrás y se agarra al borde de la falda de su madre gritando con cada gramo de energía de su cuerpo. El miedo por su madre se filtra hasta sus huesos. Ella ha sido el centro de su joven vida y ahora siente como si la misma esencia de su corazón le estuviera siendo arrancada de sus costillas.
Los soldados, sujetando a su madre por los brazos, apartan a Caitlin de una patada, mientras otro guardia la agarra por la cintura, impidiendo que pueda seguirles. ¿Por qué su madre no se resiste? ¿Dónde está su magia para evitar que esto suceda?
Esto es peor que cualquier pesadilla que Caitlin haya experimentado y cierra los ojos, para volverlos a abrir rápidamente, por si todo esto no es más que un horrible sueño. Pero en su lugar contempla cómo su madre es introducida en un carromato de madera con otras tres mujeres de expresión petrificada y caras grises como la ceniza. Los ojos de Evelyn están llenos de lágrimas de pena mientras miran hacia su hija, pero su presencia física permanece tranquila, casi como si supiera que este momento llegaría.
Aceptando este destino, el final de su vida, se vuelve hacia su histérica hija y dice con toda claridad:
—Sé fuerte, amor mío, porque este es nuestro destino mientras los hombres teman el poder de las mujeres.
Caitlin se desploma, rota y abandonada, en el suelo. Sus gritos pueden oírse en las lejanas colinas mientras yace inmóvil sintiendo cómo en su corazón se abre un agujero tan redondo como la luna, sabiendo que no volverá a ver a su madre.
* * *
También yo siento como si mi propio corazón estuviera siendo destrozado. Mis sentimientos por Caitlin son tan fuertes que solo puedo pensar que nuestra conexión debe de estar basada en alguna especie de consanguinidad. Puedo sentir el dolor de la madre y la angustia y el miedo de la hija, como dos almas que han sido brutalmente separadas una de otra.
Quiero correr hacia ella, salvarla, ayudarla, darle amor. Estiro el brazo, pero lamentablemente sé que no puedo tocarla. Quiero que sepa que mi amor, como el de su madre, siempre estará con ella. Que nunca existirá una separación física, por grande que sea, que consiga separarlas y que algún día, de alguna forma, en alguna parte, volverán a reunirse. Pero no puedo porque algo tira de mí, alejándome de la escena mientras trato desesperadamente de aferrarme a la llorosa chica.