13. LA SEÑORA

Arcadia se sentía triunfal. ¡Cuánto había cambiado su vida desde que Pelleas Anthor asomara su cara de tonto a su ventana! Y todo porque ella había tenido la visión y el valor de hacer lo que se debía hacer.

Ahora estaba en Kalgan. Había ido al Gran Teatro Central —el mayor de la Galaxia— y visto en persona algunas de las estrellas de la canción que eran famosas incluso en la lejana Fundación. Había ido de compras por todo el Sendero Florido, centro de la moda del mundo más alegre del espacio. Y había elegido ella todas las prendas, porque Homir no entendía absolutamente nada de la moda. Las vendedoras no pusieron ningún inconveniente a los largos y brillantes vestidos con cortes verticales que le hacían parecer tan alta, y el dinero de la Fundación cundía muchísimo. Homir le había dado un billete de diez créditos, y cuando lo cambió a «kalgánidos» kalganianos le dieron un enorme montón.

Incluso cambió de peinado: un poco corto en la nuca y con dos relucientes bucles en cada sien. Y le pusieron una loción que realzaba el tono dorado de sus cabellos; ahora brillaban realmente.

Pero aquello..., aquello era lo mejor de todo. Desde luego, el palacio del señor Stettin no era tan grande ni lujoso como los teatros, ni tan misterioso e histórico como el antiguo palacio del Mulo —del cual, hasta ahora, sólo habían visto las solitarias torres cuando sobrevolaban el planeta—, pero lo habitaba un verdadero Señor. Se sentía entusiasmada.

Y no sólo eso; se encontraba cara a cara con la Señora, la amante del Señor. Arcadia daba mucha importancia a esta palabra, porque conocía el papel que tales mujeres habían representado en la historia; conocía su atractivo y su poder. De hecho, había pensado a menudo en ser ella misma una criatura poderosa y deslumbrante, pero, por alguna razón, las amantes no estaban actualmente de moda en la Fundación, y además, era muy probable que su padre no le permitiese ser una de ellas.

Por supuesto que la señora Callia no se ajustaba del todo a la idea que tenía Arcadia de las amantes. Por un lado, era demasiado rechoncha, y no parecía malvada ni peligrosa, sino algo marchita y un poco miope. Tenía la voz estridente, en lugar de profunda, y...

Callia preguntó:

—¿Quieres otra taza de té, niña?

—Sí, tomaré otra taza, gracias, Su Gracia —¿o debería llamarla Alteza?

Arcadia continuó con la condescendencia de un experto:

—Lleva usted unas perlas muy hermosas, Mi Señora. («Mi Señora» parecía más indicado.)

—¡Oh! ¿Te gustan? —Callia parecía vagamente satisfecha. Se quitó el collar y lo balanceó entre sus dedos—. ¿Las quieres? Te las regalo.

—¡Oh...!, ¿de verdad...? —Se las encontró en la mano, pero las devolvió con tristeza, diciendo—: A mi padre no le gustaría.

—¿No le gustarían las perlas? Pero si son muy bonitas.

—Quiero decir que no le gustaría que las aceptase. Dice que no se deben aceptar regalos caros.

—¿De verdad? Pero... esto es un regalo que me hizo Pu... el Primer Ciudadano. ¿Crees que obré mal aceptándolo?

Arcadia se ruborizó.

—No he querido decir...

Pero Callia ya se había cansado del tema. Dejó resbalar las perlas hasta el suelo y dijo:

—Ibas a hablarme de la Fundación. Hazlo, por favor.

Arcadia no sabía cómo empezar. ¿Qué podía decir de un mundo tan aburrido? Para ella, la Fundación era un barrio suburbano, una casa confortable, las fastidiosas necesidades de la educación, la prosaica monotonía de una vida tranquila. Contestó, titubeando:

—Supongo que es tal como se ve en los libros-película.

—Oh, ¿tú ves libros-película? A mí me dan dolor de cabeza. ¿Sabes que me gustan las historias de vídeo sobre vuestros Comerciantes? Son hombres tan fornidos y salvajes... Sus historias son apasionantes. ¿Es tu amigo, el señor Munn, uno de ellos? No me parece lo bastante salvaje. Muchos Comerciantes llevaban barba y tenían voz de bajo, y eran muy dominantes con las mujeres, ¿verdad?

Arcadia sonrió.

—Eso es parte de la historia, Mi Señora. Quiero decir que, cuando la Fundación era joven, los Comerciantes fueron los pioneros que ensancharon las fronteras y llevaron la civilización al resto de la Galaxia. Aprendemos todo eso en la escuela. Pero aquel tiempo ya pasó. Ahora no tenemos Comerciantes; sólo corporaciones y cosas por el estilo.

—¿De veras? ¡Qué lástima! Entonces, ¿a qué se dedica el señor Munn, sino es un Comerciante?

—Tío Homir es bibliotecario.

Callia se llevó una mano a los labios y gorjeó:

—¿Quieres decir que se ocupa de los libros-película? ¡Oh! Parece una ocupación muy tonta para un hombre hecho y derecho.

—Es un buen bibliotecario, Mi Señora. Su trabajo está muy bien considerado en la Fundación.

Dejó la pequeña taza iridiscente sobre la superficie metálica de la mesa. Su anfitriona comentó:

—Claro, querida niña. Te aseguro que no he querido ofenderte. Debe ser un hombre muy inteligente; lo vi en sus ojos en cuanto le miré. Eran ojos muy... inteligentes. Y además debe ser valiente, ya que desea ver el palacio del Mulo.

—¿Valiente? —Arcadia aguzó los oídos. Esto era lo que había estado esperando. ¡Intriga! ¡Intriga! Preguntó con gran indiferencia, contemplándose el pulgar—: ¿Por qué hay que ser valiente para querer visitar el palacio del Mulo?

—¿No lo sabías? —Abrió mucho los ojos y bajó el tono de la voz—. Pesa una maldición sobre él. Cuando murió, el Mulo dio instrucciones de que nadie entrase en el palacio hasta que estuviese establecido el Imperio de la Galaxia. Nadie en Kalgan se atrevería a pisar siquiera los jardines.

Arcadia tomó buena nota de aquella información.

—Pero eso es superstición...

—No digas eso. —Callia estaba intranquila—. Puchi siempre lo dice. Dice que es útil decirlo para mantener su poder sobre el pueblo. Pero yo sé que tampoco él ha entrado nunca. Y tampoco entró Thallos, que fue Primer Ciudadano antes que Puchi. —Se le ocurrió una idea, y la curiosidad volvió a dominarla—: Pero ¿por qué desea ver el palacio el señor Munn?

Esta pregunta permitía a Arcadia poner en ejecución su bien elaborado plan. Sabía por los libros que había leído que la amante de un gobernante ejercía el verdadero poder detrás del trono; en otras palabras: que tenía la máxima influencia. Por consiguiente, si tío Homir fracasaba con el señor Stettin —y estaba segura de que fracasaría—, ella lo lograría por medio de la señora Callia. En realidad, aquella mujer era un enigma. No parecía nada inteligente. Pero, en fin, la historia probaba...

—Hay una razón, Mi Señora —repuso—, pero... ¿guardará el secreto de esta confidencia?

—Lo juro —dijo Callia, llevándose una mano a su abundante y blanco pecho.

Los pensamientos de Arcadia volaban por delante de sus palabras.

—Tío Homir es una gran autoridad sobre el Mulo. Ha escrito muchos libros acerca de él, y cree que toda la historia galáctica ha cambiado desde que el Mulo conquistó la Fundación.

—Vaya, vaya.

—Cree que el Plan Seldon...

Callia juntó las manos.

—Conozco el Plan Seldon. Los vídeos sobre los Comerciantes sólo hablaban del Plan Seldon. Se decía que gracias a él, la Fundación siempre vencería. La ciencia tenía algo que ver con el Plan, aunque yo nunca lo entendí. Me pongo siempre tan nerviosa cuando tengo que escuchar explicaciones... Pero continúa, querida. Es diferente si tú lo explicas; sabes hacerlo con tanta claridad...

Arcadia continuó:

—Bueno, ¿no comprende usted que cuando la Fundación fue derrotada por el Mulo, el Plan Seldon no funcionó y no ha vuelto a funcionar desde entonces? Así pues, ¿quién formará el Segundo Imperio?

—¿El Segundo Imperio?

—Sí, se ha de formar algún día, pero ¿cómo? Este es el gran problema. Y además está la Segunda Fundación.

—¿La Segunda Fundación? —No entendía nada.

—Sí, son los que planean la historia, los sucesores de Seldon. Detuvieron al Mulo porque era un hecho prematuro, pero ahora es posible que ayuden a Kalgan.

—¿Por qué?

—Porque ahora Kalgan puede ofrecer la posibilidad de ser el núcleo de un nuevo Imperio.

La señora Callia pareció comprender vagamente esta frase.

—¿Quieres decir que Puchi va a construir un nuevo Imperio?

—No podemos decirlo con seguridad. Tío Homir así lo cree, pero tendrá que ver los archivos del Mulo para averiguarlo.

—Es todo muy complicado —dijo la señora Callia, llena de dudas.

Arcadia aflojó. Había hecho todo lo que estaba en su mano.

Stettin estaba de un humor que más o menos podríamos calificar de salvaje. La sesión con aquel estúpido de la Fundación había sido muy poco provechosa. Peor aún: había sido molesta. Ser dueño absoluto de veintisiete mundos, poseer la maquinaria militar y poderosa de la Galaxia y la ambición más arrolladora del universo... y tener que discutir tonterías con un anticuario.

¡Maldición!

¿Acaso iba a violar las costumbres de Kalgan? ¿Permitir que el palacio del Mulo fuese mancillado para que un idiota pudiera escribir otro libro? ¡La causa de la ciencia! ¡El espíritu sagrado del saber! ¡Por la Gran Galaxia! ¿Acaso podían lanzarle a la cara con toda seriedad aquellas paparruchas? Además —y se le puso la carne de gallina—, estaba la cuestión de la maldición. No creía en ella; un hombre inteligente no podía prestarle crédito. Pero si tenía que desafiarla, sería por una razón de más peso que la aducida por aquel insensato.

—¿Qué quieres ahora? —chilló cuando vio aparecer a Callia en el umbral.

—¿Estás ocupado?

—Sí, estoy ocupado.

—Pero aquí no hay nadie, Puchi. ¿No puedo hablarte un solo minuto?

—¡Oh, por la Galaxia! ¿Qué quieres? Dilo deprisa.

Ella habló con precipitación:

—La niña me ha dicho que van a entrar en el palacio del Mulo. He pensado que podríamos ir con ellos. Debe de ser magnífico por dentro.

—Conque te ha dicho eso, ¿eh? Pues no entrarán, y nosotros tampoco. Ahora vete y dedícate a tus cosas. Ya me has estorbado bastante.

—Pero, Puchi, ¿por qué no? ¿No vas a permitírselo? ¡La niña ha dicho que fundarás un Imperio!

—No me importa lo que haya dicho... ¿Qué? —Se acercó a Callia y la cogió firmemente por el codo, hundiendo los dedos en la suavidad de su carne—. ¿Qué fue lo que te dijo?

—Me haces daño. No puedo recordar lo que dijo si me miras de este modo.

Él la soltó, y Callia se frotó en vano las marcas rojas de su brazo. Murmuró:

—La niña me ha hecho prometer que no lo diría.

—Vaya, vaya. Dímelo, ¡y ahora mismo!

—Pues dijo que el Plan Seldon había sido cambiado y que hay otra Fundación en alguna parte que está organizando las cosas para que tú fundes un Imperio. Eso es todo. Dijo que el señor Munn es un científico muy importante y que el palacio del Mulo contenía pruebas de todo esto. No dijo nada más. ¿Estás enfadado?

Pero Stettin no contestó. Abandonó precipitadamente la habitación, mientras los ojos bovinos de Callia le seguían con expresión desconsolada. Antes de una hora fueron enviadas dos órdenes con el sello oficial del Primer Ciudadano. Una tenía por objeto mandar quinientas naves al lugar del espacio donde se realizaban lo que oficialmente se llamaba «maniobras de guerra». La otra tuvo el efecto de sumir a un solo hombre en la más completa confusión.

Homir Munn abandonó sus preparativos para la marcha cuando llegó a sus manos aquella segunda orden. Se trataba, naturalmente, de la autorización oficial para visitar el palacio del Mulo. La leyó una y otra vez, con sentimientos que no eran precisamente de alegría. Pero Arcadia estaba encantada. Sabía lo que había ocurrido. O al menos, pensaba que lo sabía.

Trilogía de la fundación
portada.htm
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
portadilla.htm
EL CICLO DE TRANTOR por Carlo Frabetti 0001_0000.htm
FUNDACION 0002_0000.htm
0002_0001.htm
PRIMERA PARTE LOS PSICOHISTORIADORES 0002_0002.htm
0002_0003.htm
SEGUNDA PARTE LOS ENCICLOPEDISTAS 0002_0004.htm
0002_0005.htm
TERCERA PARTE LOS ALCALDES 0002_0006.htm
0002_0007.htm
CUARTA PARTE LOS COMERCIANTES 0002_0008.htm
0002_0009.htm
QUINTA PARTE LOS PRINCIPES COMERCIANTES 0002_0010.htm
0002_0011.htm
FUNDACION E IMPERIO 0003_0000.htm
0003_0001.htm
PROLOGO 0003_0002.htm
PRIMERA PARTE EL GENERAL 0003_0003.htm
0003_0004.htm
0003_0005.htm
0003_0006.htm
0003_0007.htm
0003_0008.htm
0003_0009.htm
0003_0010.htm
0003_0011.htm
0003_0012.htm
0003_0013.htm
SEGUNDA PARTE EL MULO 0003_0014.htm
0003_0015.htm
0003_0016.htm
0003_0017.htm
0003_0018.htm
0003_0019.htm
0003_0020.htm
0003_0021.htm
0003_0022.htm
0003_0023.htm
0003_0024.htm
0003_0025.htm
0003_0026.htm
0003_0027.htm
0003_0028.htm
0003_0029.htm
0003_0030.htm
SEGUNDA FUNDACION 0004_0000.htm
0004_0001.htm
PROLOGO 0004_0002.htm
PRIMERA PARTE EL MULO INICIA LA BUSQUEDA 0004_0003.htm
0004_0004.htm
0004_0005.htm
0004_0006.htm
0004_0007.htm
0004_0008.htm
0004_0009.htm
0004_0010.htm
0004_0011.htm
0004_0012.htm
0004_0013.htm
0004_0014.htm
SEGUNDA PARTE LA BUSQUEDA DE LA FUNDACION 0004_0015.htm
0004_0016.htm
0004_0017.htm
0004_0018.htm
0004_0019.htm
0004_0020.htm
0004_0021.htm
0004_0022.htm
0004_0023.htm
0004_0024.htm
0004_0025.htm
0004_0026.htm
0004_0027.htm
0004_0028.htm
0004_0029.htm
0004_0030.htm
0004_0031.htm
legal.htm
corporativa.htm
notas.htm
autor.xhtml