5. UN HOMBRE Y EL MULO

En ningún acto de Channis había el menor signo de que hubiese advertido algún cambio sutil en la actitud de Pritcher y en sus relaciones mutuas. Se sentó en el duro banco de madera y extendió las piernas frente a sí.

—¿Qué impresión le ha causado el gobernador?

Pritcher se encogió de hombros.

—Ninguna. Desde luego no me ha parecido un genio mental. Todo lo más, un insignificante ejemplar de la Segunda Fundación, si es que procede de allí.

—Lo cual me parece dudoso. No sé qué pensar de él. Suponga que es usted de la Segunda Fundación —propuso Channis con expresión pensativa—, ¿qué haría? Suponga que tiene una idea de nuestra misión: ¿cómo nos trataría?

—Intentaría la Conversión, por supuesto.

—¿Como el Mulo? —Channis alzó la vista con rapidez—. ¿Lo sabríamos si nos hubieran convertido? No sé... ¿Y si fueran simplemente psicólogos, aunque muy inteligentes?

—En ese caso, yo en su lugar nos habría matado, y rápidamente.

—¿Y nuestra nave? No. —Channis agitó el índice en el aire—. Nosotros estamos mintiendo, amigo Pritcher. Aun suponiendo que ellos puedan ejercer el control emocional, saben que nosotros, usted y yo, somos únicamente una pantalla. Es con el Mulo con quien han de luchar, y con nosotros tienen tanto cuidado como nosotros con ellos. Creo que saben quiénes somos.

Pritcher le miró fríamente y con fijeza.

—¿Qué piensa usted hacer?

—Esperar. —Subrayó la palabra—. Dejar que actúen. Están preocupados, tal vez por la nave, pero más probablemente por el Mulo. Han intentado intimidarnos con el gobernador, y no ha surtido efecto. No hemos cedido. La próxima persona a quien envíen será de la Segunda Fundación, y nos propondrá alguna clase de acuerdo.

—¿Y entonces?

—Entonces llegaremos a ese acuerdo.

—No lo creo así.

—¿Porque piensa que sería traicionar al Mulo? No le traicionaríamos.

—No, el Mulo neutralizaría cualquier traición que usted pudiera inventar. Pero sigo sin creerlo.

—¿Quizá porque piensa que no podríamos engañar a los de la Segunda Fundación?

—Es posible que no pudiéramos. Pero ésa no es la razón.

Channis dejó resbalar la mirada hasta el puño de su interlocutor, hasta lo que su puño sostenía, y dijo:

—Quiere decir que la razón es eso.

Pritcher acarició su pistola desintegradora.

—Exacto. Está usted arrestado.

—¿Por qué?

—Por traicionar al Primer Ciudadano de la Unión.

Channis apretó los labios.

—¿Qué pasa aquí?

—¡Traición! Ya se lo he dicho. Y yo voy a vengarla.

—¿Qué pruebas tiene? ¿Se trata de pruebas o sólo de suposiciones o desvaríos? ¡Usted está loco!

—No. Es usted quien lo está. ¿Se imagina que el Mulo envía a jóvenes sin experiencia a ridículas misiones sin una razón determinada? Me pareció raro al principio, pero perdí el tiempo dudando de mí mismo. ¿Por qué había de enviarle a usted? ¿Porque sabe sonreír y viste bien? ¿Porque tiene veintiocho años?

—Tal vez porque soy de fiar. ¿O es que no quiere aceptar motivos lógicos?

—O quizá porque no es de fiar, razón muy lógica, por lo que se ve.

—¿Qué es esto, un intercambio de paradojas o un juego para ver quién sabe decir menos con más palabras?

La pistola se acercó al joven, y Pritcher tras ella. Se irguió delante de Channis:

—¡Póngase en pie!

Channis obedeció sin mucha prisa, y los músculos de su estómago no se movieron cuando sintió la presión del cañón del arma. Pritcher dijo:

—Lo que el Mulo quería era encontrar la Segunda Fundación. Él había fracasado, y yo también, porque el secreto que no logramos hallar está muy bien escondido. Sólo quedaba una posibilidad: encontrar a un hombre que ya conociera el escondite.

—¿Y ése soy yo?

—Al parecer, sí. Yo lo ignoraba entonces, pero aunque mi mente va razonando de forma más lenta, aún funciona en la dirección correcta. ¡Con qué facilidad encontramos el Extremo Estelar! ¡Qué milagrosamente halló usted esta región en la Lente entre un número infinito de posibilidades! Y después, ¡con qué exactitud encontró el punto correcto de observación! ¡Estúpido insensato! ¿Hasta tal punto me subestimó que me creyó capaz de tragarme semejante combinación de imposibles casualidades?

—¿Quiere decir que lo he hecho demasiado bien?

—Demasiado para un hombre leal.

—¿Porque sus posibilidades de éxito eran sumamente bajas?

La pistola aumentó su presión, aunque en el rostro que se enfrentaba a Channis sólo el brillo de los ojos traicionaba una ira creciente:

—Porque usted está a sueldo de la Segunda Fundación.

—¿A sueldo? —El desdén era infinito—. ¡Pruébelo!

—O bajo su influencia mental.

—¿Sin el conocimiento del Mulo? Eso es ridículo.

—Con el conocimiento del Mulo, estúpido, con el conocimiento del Mulo. ¿De qué otro modo se explica que le diera una nave para jugar? Nos ha conducido a la Segunda Fundación, tal como esperábamos.

—Por fin discierno algo de sentido común en toda esta cháchara absurda. ¿Puedo preguntar por qué se imaginan que he hecho todo esto? Si fuera un traidor, ¿por qué les habría conducido hasta la Segunda Fundación? ¿Por qué no recorrer alegremente todos los rincones de la Galaxia, sin encontrar más de lo que ustedes encontraron?

—A causa de la nave, y porque los hombres de la Segunda Fundación necesitan material bélico atómico para su defensa.

—Tendrá que buscar una explicación mejor. Una nave no significa nada para ellos, y si creen que aprenderán ciencias con ella y construirán plantas de energía atómica el año próximo, los hombres de la Segunda Fundación deben ser muy, muy ingenuos. Casi tan ingenuos como usted, me atrevería a decir.

—Tendrá oportunidad de decirle todo eso al Mulo.

—¿Volvemos a Kalgan?

—Al contrario; nos quedamos aquí. El Mulo se reunirá con nosotros dentro de unos quince minutos... más o menos. ¿Acaso se figuraba que no nos seguiría, presumido estúpido? Ha hecho usted muy bien su papel de señuelo a la inversa; no nos ha traído a nuestras víctimas, pero nos ha conducido a ellas.

—¿Puedo sentarme —dijo Channis— y explicarle algo por medio de unos dibujos?

—Usted permanecerá en pie.

—Muy bien, pues se lo explicaré sin dibujos. ¿Cree usted que el Mulo nos ha seguido a causa del hiperrastreador que hay en el circuito de comunicación de la nave?

Channis no habría podido jurar si la pistola se había movido. Continuó:

—No parece sorprendido. Pero no perderé el tiempo dudando de su sorpresa. Sí, yo conocía su existencia. Y ahora que le he demostrado que sabía algo de lo que usted me creía ignorante, voy a decirle una cosa que usted desconoce.

—Se permite demasiados preliminares, Channis. Pensaba que su sentido de la invención estaba mejor engrasado.

—Esto no es invención. Es cierto que ha habido traidores, o agentes enemigos, si prefiere este término. Parece ser que algunos de los Conversos han sido manipulados.

Esta vez la pistola se movió, no había la menor duda.

—Quiero recalcar bien esto, Pritcher. Fue por eso que me necesitó. Yo era un hombre no convertido. ¿Es que él no le dijo a usted que necesitaba a un hombre que no fuese un Converso? ¿Le dio la verdadera razón o no?

—Intente otra cosa, Channis. Si yo estuviera contra el Mulo, lo sabría.

Pritcher sondeó rápidamente su mente; era la misma, no advertía nada extraño. Aquel hombre estaba mintiendo.

—Quiere decir que siente lealtad hacia el Mulo. No manipulan en la lealtad porque, según dijo el Mulo, ello sería muy fácil de detectar. Pero ¿cómo se siente mentalmente? ¿Algo lento? ¿Se ha sentido normal desde que empezó este viaje? ¿O se ha sentido extraño a veces, como si no fuera del todo usted mismo? ¿Qué intenta hacer ahora, agujerearme sin oprimir el gatillo?

Pritcher retiró la pistola unos milímetros.

—¿De qué me está hablando?

—De que su mente ha sido manipulada. No vio al Mulo instalando el hiper-rastreador. No vio a nadie haciéndolo. Sólo lo encontró allí y supongo que lo habría colocado el Mulo, y desde entonces está convencido de que el Mulo nos sigue. Sí, el receptor de pulsera que lleva le permite estar en contacto con la nave en una longitud de onda para la que el mío no sirve. ¿Creía que yo lo ignoraba? —Hablaba con rapidez e indignación. Su barniz de indiferencia se había disuelto en cólera—. Pero no es el Mulo quien nos está siguiendo. ¡No es el Mulo!

—¿Quién si no?

—¿Quién cree usted que puede ser? Yo encontré el hiper-rastreador el día en que salimos. Pero no creí que lo hubiera colocado el Mulo; él no tenía razón alguna para desconfiar hasta ese punto. ¿No comprende usted que hubiera sido absurdo? De ser yo un traidor, él lo habría sabido y me habría convertido tan fácilmente como a usted, y entonces habría extraído de mi mente el secreto de la localización de la Segunda Fundación sin necesidad de enviarme a recorrer media Galaxia. ¿Puede usted guardar un secreto sin que el Mulo lo sepa? Y si yo ignoraba su paradero, no podía conducirle a ella. ¿Por qué, entonces, enviarme en cualquiera de los dos casos? Es obvio que el hiper-rastreador fue puesto allí por un agente de la Segunda Fundación. Y él es quien nos está siguiendo ahora. ¿Hubiera caído usted en el engaño si su mente no hubiese sido manipulada? ¿Qué clase de normalidad es la suya, si ve sabiduría en la mayor de las locuras? ¿Yo conducir una nave hasta la Segunda Fundación? ¿Qué harían allí con una nave? Es a usted a quien buscan, Pritcher. Sabe más de la Unión que cualquier otro hombre, a excepción del Mulo, y no es tan peligroso para ellos como lo es el mutante. Por esta razón implantaron en mi mente la dirección que debía tomar en la búsqueda. Naturalmente, para mí era completamente imposible encontrar Tazenda buscando al azar en la Lente. Pero sabía que la Segunda Fundación nos seguía, y sabía que nos dirigía. ¿Por qué no seguirles el juego? Era una batalla de simulacros. Ellos nos necesitaban, y yo necesitaba su localización... y ambos hemos logrado nuestros propósitos. Pero los que perderemos seremos nosotros mientras siga apuntándome con esa pistola. Es evidente que no es idea suya, sino de ellos. Déme la pistola, Pritcher. Sé que le parece un error, pero no lo piensa con su propia mente, sino con la de la Segunda Fundación. Déme la pistola, Pritcher, y juntos nos enfrentaremos a lo que venga.

Pritcher sentía el horror de una creciente confusión. ¡Plausibilidad! ¿Podía estar tan equivocado? ¿Por qué aquella eterna duda de sí mismo? ¿Por qué no estaba seguro? ¿Qué era lo que hacía tan plausibles las palabras de Channis?

¡Plausibilidad!

¿O era su propia mente torturada, luchando contra la invasión del enemigo?

¿Estaría dividido en dos?

Vio confusamente a Channis delante de él, con la mano extendida... y de pronto comprendió que iba a entregarle la pistola.

Y cuando los músculos de su brazo se extendían para hacerlo, la puerta que había a su espalda se abrió sin ruido, y Pritcher se volvió.

Quizá existen en la Galaxia hombres que pueden ser confundidos con otros con relativa facilidad, al igual que pueden confundirse estados mentales realmente dispares. Pero el Mulo estaba por encima de cualquier combinación de los dos factores.

Ni siquiera la gran confusión de ánimo de Pritcher pudo impedir que le invadiera instantáneamente una oleada mental de energía glacial y calculadora.

Físicamente, el Mulo no podía dominar ninguna situación, y tampoco dominó aquélla.

Era un personaje ridículo, enfundado en diversas prendas de vestir que aumentaban su tamaño, pero no conseguían prestarle las dimensiones normales. Su rostro aparecía embozado, y lo único visible de su gran nariz era el extremo enrojecido por el frío.

Probablemente no podía existir una mayor incongruencia en un personaje en misión de rescate.

—Guárdese la pistola, Pritcher —dijo.

Entonces se volvió hacia Channis, que se había sentado, encogiéndose de hombros:

—El contenido emocional de esta habitación parece bastante confuso y en considerable conflicto. ¿Quién es ese alguien ausente que les ha estado siguiendo?

Pritcher intervino bruscamente:

—¿Fue colocado un hiper-rastreador en nuestra nave por orden suya, señor?

El Mulo posó en él su mirada fría.

—Desde luego. ¿Acaso otra organización de la Galaxia que no fuera la Unión de Mundos hubiera tenido acceso a su nave?

—Él ha dicho...

—Esta persona se encuentra aquí, general. No es necesario citar sus palabras; él mismo lo hará. ¿Qué ha dicho usted, Channis?

—Cosas erróneas, al parecer, señor. Mantenía la opinión de que el rastreador fue colocado allí por alguien que estaba a sueldo de la Segunda Fundación, y que habíamos sido guiados hasta aquí por ellos. Tenía además la impresión de que el general estaba más o menos en sus manos.

—Parece ser que ya ha cambiado de opinión.

—Me temo que sí. De otro modo, no hubiera sido usted quien entrara por esa puerta.

—Bien, vayamos por partes. —El Mulo se despojó de algunas de sus prendas, acolchadas y provistas de calefacción eléctrica—. ¿Les importa que me siente? Aquí estamos a salvo y perfectamente libres de cualquier peligro de intrusión. Ningún nativo de este montón de hielo sentirá deseos de acercarse a este lugar, puedo asegurárselo —terminó, con una irónica alusión a sus facultades.

Channis mostró su disconformidad.

—¿Por qué tanta intimidad? ¿Es que van a servirnos el té y hacer entrar a las bailarinas?

—Lo dudo. ¿Cuál era esa teoría suya, jovencito? ¿Que alguien de la Segunda Fundación les seguía con un mecanismo del que sólo yo dispongo? ¿Y cómo ha dicho que encontró usted este lugar?

—Parece evidente, señor, si queremos explicar los hechos, que ciertas nociones han sido implantadas en mi cerebro...

—¿Por los hombres de la Segunda Fundación?

—¿Por quién, si no?

—Entonces, ¿no se le ha ocurrido pensar que si los hombres de la Segunda Fundación podían forzar, atraer o manipular su mente para que fuera hacia ellos con un propósito deliberado, y supongo que usted imaginó que usarían métodos similares a los míos, aunque, recuérdelo, yo sólo puedo implantar emociones, no ideas, no se le ha ocurrido pensar, repito, que si podían hacer eso no tenían ninguna necesidad de colocar un hiper-rastreador en su nave?

Channis levantó bruscamente la mirada y se enfrentó con repentino asombro a los ojos marrones de su soberano. Pritcher masculló algo, y sus hombros se relajaron visiblemente.

—No —repuso Channis—, no se me ha ocurrido.

—¿O que si se veían obligados a seguirle la pista significaba que no eran capaces de dirigirle, y usted, sin dirección, tenía muy pocas probabilidades de llegar hasta aquí? ¿Tampoco se le ocurrió esto?

—Tampoco.

—¿Por qué no? ¿Es que su nivel intelectual ha descendido hasta un grado elemental?

—La única respuesta es una pregunta, señor. ¿Se une usted al general Pritcher para acusarme de traición?

—¿Puede usted defenderse en caso de que lo haga?

—Sólo puedo utilizar la defensa que he usado con el general. Si yo fuera un traidor y conociera el paradero de la Segunda Fundación, usted podría convertirme y adquirir directamente ese conocimiento. Si usted tuviera necesidad de seguir mi pista, ello significaría que desconozco dicho paradero, y por lo tanto no soy un traidor. De este modo replico a su paradoja con otra.

—¿Cuál es, pues, su conclusión?

—Que no soy un traidor.

—Con lo cual tengo que estar de acuerdo, puesto que su argumento es irrefutable.

—Entonces, ¿puedo preguntar por qué nos hizo seguir?

—Porque todo cuanto ha acontecido tiene una tercera explicación. Tanto usted como Pritcher han expuesto algunos hechos a su propia manera individual, pero no todos. Si me da un poco de tiempo se lo esclareceré todo en pocas palabras. Así no tendrá oportunidad de aburrirse. Siéntese, Pritcher, y déme su pistola. Ya no estamos en peligro de ser atacados, ni aquí dentro ni desde fuera. Ni siquiera por la Segunda Fundación; y ello gracias a usted, Channis.

La habitación estaba iluminada al estilo rossemiano, por cables eléctricos. Una sola bombilla pendía del techo.

El Mulo dijo:

—Puesto que consideré necesario seguir a Channis, es evidente que tenía una razón. Puesto que se dirigió a la Segunda Fundación con asombrosa rapidez y exactitud, hemos de suponer que era eso lo que yo esperaba que ocurriera. Puesto que no obtuve este conocimiento directamente de él, algo debió impedírmelo. Estos son los hechos. Channis, por supuesto, conoce la respuesta. Yo también. ¿La ha comprendido usted, Pritcher?

Pritcher contestó con expresión hosca:

—No, señor.

—Entonces se lo explicaré. Sólo una clase de hombre puede conocer la localización de la Segunda Fundación e impedir que yo la conozca. Channis, me temo que pertenece usted a la Segunda Fundación.

Channis apoyó los codos sobre las rodillas al inclinarse hacia adelante, y preguntar con labios rígidos:

—¿Qué evidencia posee? La deducción ha fallado dos veces hoy.

—Existe evidencia directa, Channis. Ha sido bastante fácil. Le dije que mis hombres habían sido manipulados. Era evidente que el manipulador tenía que ser, o bien un Inconverso, o alguien muy próximo al objetivo que perseguimos. El campo era extenso, pero no ilimitado. Usted tenía demasiado éxito, Channis. Inspiraba demasiada simpatía. Ganaba demasiado dinero. Empecé a extrañarme... Entonces le llamé para hablarle de esta expedición, y usted no se sorprendió. Vigilé sus emociones. No se inmutó. Exhibió una confianza excesiva, Channis. Ningún hombre de verdadera competencia hubiese podido disimular un momento de incertidumbre ante una misión de tales proporciones. Como su mente no la registró tenía que ser una mente insensata... o una mente controlada. Fue fácil comprobar estas alternativas. Capté su mente en un momento de relajación, la llené de pena por un instante y la suprimí en seguida. Después usted se mostró airado con disimulo tan sutil que yo hubiese jurado que se trataba de una reacción natural, de no ser por lo que ocurrió antes. Porque cuando rocé sus emociones, por un solo instante, por un brevísimo instante de descuido, su mente se resistió. Era todo cuanto yo necesitaba saber. Nadie hubiera podido resistirse a mí, ni siquiera por aquel breve instante, sin un control similar al mío.

La voz de Channis era tenue y amarga:

—Y bien, ¿qué ocurre ahora?

—Ahora morirá... como un hombre de la Segunda Fundación. Es absolutamente necesario. Creo que comprenderá.

Y una vez más Channis se enfrentó al cañón de una pistola. Una pistola guiada esta vez por una mente imposible de desviarse como la de Pritcher, madura y resistente como la suya propia.

El lapso de tiempo que le quedaba para corregir los acontecimientos era muy corto.

Lo que siguió entonces es difícil de describir para cualquiera que tenga los sentidos normales y la habitual incapacidad de control emocional.

En esencia, esto es lo que Channis pensó en el corto espacio de tiempo que necesitaba el Mulo para apretar el contacto del disparador con el pulgar.

En aquellos momentos la composición emocional del Mulo era de una dura y uniforme determinación, carente en absoluto de la más vaga duda. Si a Channis le hubiese interesado calcular después el tiempo que mediaba entre la determinación de disparar y la llegada de la energía desintegradora, habría comprendido que su ventaja se limitaba a una décima de segundo.

Aquello apenas podía llamarse tiempo.

Lo que el Mulo comprendió en aquel mismo brevísimo espacio de tiempo fue que el potencial emocional del cerebro de Channis se precipitó hacia arriba sin que su propia mente sintiera el menor impacto, y que, simultáneamente, una cascada de odio puro y arrollador se derramó sobre él desde una dirección inesperada.

Fue aquel nuevo elemento emocional lo que le hizo apartar su pulgar del contacto. Ninguna otra cosa podría haberlo conseguido, y casi al mismo tiempo que su cambio de actitud, llegó la total comprensión de la nueva situación planteada.

Era una situación intensamente dramática. El Mulo, con el pulgar separado del contacto, miraba con fijeza a Channis. Éste, en tensión, apenas si se atrevía aún a respirar. Y Pritcher, convulso en su asiento, tenía todos sus músculos a punto de estallar, todos los tendones rígidos por el esfuerzo, y su rostro, que antes fuera de una estudiada impasibilidad, era ahora la máscara irreconocible del más espantoso odio. Sus ojos estaban fijos, única y exclusivamente, en el Mulo.

Channis y el Mulo sólo intercambiaron una o dos palabras..., una o dos palabras y la suprema y reveladora corriente de consciencia emocional que siempre será el verdadero diálogo entre las mentes poderosas como las suyas. Debido a nuestras propias limitaciones, es necesario traducir a palabras lo que ocurrió entonces.

Channis dijo, tensamente:

—Está entre dos fuegos, Primer Ciudadano. No puede controlar a dos mentes de modo simultáneo, sobre todo si una de ellas es la mía..., así que habrá de elegir. Ahora Pritcher está libre de su Conversión; yo he roto los vínculos. Es el antiguo Pritcher; el que una vez intentó matarle: el que piensa que es usted el enemigo de todo lo que es libre, justo y sagrado; el que ahora sabe que usted le ha degradado durante cinco años a una indefensa adulación. Le estoy sujetando la voluntad, pero, si usted me mata, él quedará libre, y en mucho menos tiempo del que usted necesita para dirigir contra él su pistola o incluso su mente, le matará.

El Mulo lo comprendía perfectamente. No se movió.

Channis continuó:

—Si intenta controlarle de nuevo, o matarle, o hacer cualquier otra cosa, jamás volverá a tener tiempo de detenerme a mí.

El Mulo permaneció inmóvil. Sólo exhaló un suspiro.

—Por lo tanto —dijo Channis—, tire al suelo su pistola y volvamos a negociar; después podrá recuperar a Pritcher.

—He cometido un error —dijo finalmente el Mulo—. Me equivoqué al enfrentarme a usted en presencia de un tercero. Ello introdujo una variable excesiva. Supongo que he de pagar por mi error.

Dejó caer el arma y la empujó con el pie hasta el otro extremo de la habitación. Simultáneamente, Pritcher se sumió en un profundo sueño.

—Será normal cuando despierte —dijo el Mulo con indiferencia.

El tiempo transcurrido entre el inicio de la presión del contacto del disparador por parte del Mulo y el momento en que tiró la pistola al suelo fue de un segundo y medio.

Pero justo por debajo de los límites de la consciencia, por un instante que casi escapó a la detección, Channis captó un fugitivo brillo emocional en la mente del Mulo. Y era todavía el de un seguro y confiado triunfo.

Trilogía de la fundación
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EL CICLO DE TRANTOR por Carlo Frabetti 0001_0000.htm
FUNDACION 0002_0000.htm
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PRIMERA PARTE LOS PSICOHISTORIADORES 0002_0002.htm
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SEGUNDA PARTE LOS ENCICLOPEDISTAS 0002_0004.htm
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TERCERA PARTE LOS ALCALDES 0002_0006.htm
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CUARTA PARTE LOS COMERCIANTES 0002_0008.htm
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QUINTA PARTE LOS PRINCIPES COMERCIANTES 0002_0010.htm
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FUNDACION E IMPERIO 0003_0000.htm
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PROLOGO 0003_0002.htm
PRIMERA PARTE EL GENERAL 0003_0003.htm
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SEGUNDA PARTE EL MULO 0003_0014.htm
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SEGUNDA FUNDACION 0004_0000.htm
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PROLOGO 0004_0002.htm
PRIMERA PARTE EL MULO INICIA LA BUSQUEDA 0004_0003.htm
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SEGUNDA PARTE LA BUSQUEDA DE LA FUNDACION 0004_0015.htm
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