14. EL MUTANTE

El hangar de Kalgan es una institución peculiar, nacida de la necesidad de albergar el vasto número de naves de visitantes extranjeros, y de la necesidad simultánea de ofrecer alojamiento a los mismos. El hombre a quien se le ocurrió la solución obvia se había convertido rápidamente en millonario, y sus herederos, familiares o financieros, se contaban entre las personas más ricas de Kalgan.

El hangar ocupa muchos kilómetros cuadrados de territorio, y la palabra hangar no lo describe suficientemente. En esencia es un hotel para naves. El viajero paga por anticipado, y su nave es colocada en una plataforma desde la que puede despegar hacia el espacio en el momento deseado. El visitante se aloja, como siempre, en su propia nave. Naturalmente, dispone de todos los servicios hoteleros, como el suministro de alimentos y medicinas a un precio especial, el mantenimiento de la nave y el transporte interior por Kalgan en base a una tarifa módica.

Como resultado, el viajero paga al mismo tiempo el espacio del hangar y el hotel, lo cual le economiza dinero. Los propietarios venden el uso temporal de solares con amplios beneficios. El Gobierno recauda enormes impuestos. Todo el mundo está contento; nadie pierde. ¡Sencillo!

El hombre que bajaba por los sombreados bordes de los anchos corredores que conectaban las múltiples alas del hangar, había especulado en el pasado sobre la novedad y utilidad de este sistema, pero éstas eran reflexiones para momentos de ocio, y no convenían en absoluto al momento presente.

Las naves se alineaban en largas hileras de plataformas, y el hombre pasaba de largo hilera tras hilera. Era un experto en lo que estaba haciendo en aquel momento, y aunque su estudio preliminar del registro del hangar no le había procurado información específica aparte de la dudosa indicación de un ala determinada, que contenía cientos de naves, su conocimiento especializado le permitiría reconocer a una sola entre aquellos centenares.

En el silencio sonó un aliento casi inaudible cuando el hombre se detuvo y desapareció junto a una de las hileras, como un insecto trepador, a la sombra de los arrogantes monstruos metálicos aparcados en ella.

Aquí y allí resplandecía la luz de alguna escotilla, indicando la presencia de alguien que había vuelto temprano de los placeres organizados para entregarse a los suyos propios, más sencillos, o más privados.

El hombre se detuvo, y hubiera sonreído de haberlo sabido hacer. Lo cierto es que las circunvoluciones de su cerebro ejecutaron el equivalente mental de una sonrisa.

La nave junto a la que se había detenido era brillante y evidentemente veloz. La peculiaridad de su diseño era lo que él buscaba. No se trataba de un modelo corriente, y, en la actualidad, la mayoría de naves de aquel cuadrante de la Galaxia o bien imitaban el diseño de la Fundación o estaban construidas por técnicos de la Fundación. Pero aquélla era especial. Era una verdadera nave de la Fundación, aunque sólo fuera por las diminutas protuberancias que se veían en la cubierta exterior y que eran los nódulos de la pantalla protectora que únicamente podía poseer una nave de la Fundación. También había, no obstante, otras indicaciones.

El hombre no sintió la menor vacilación.

La barrera electrónica extendida a lo largo de la línea de naves, como una concesión a la intimidad por parte de la dirección, no tenía ninguna importancia para él. Se separó fácilmente, sin activar la alarma, cuando hizo funcionar la muy especial fuerza neutralizadora de que disponía.

De este modo, la primera señal de la presencia de un intruso ante la escotilla de entrada de la nave sería la breve y casi amistosa señal del zumbador con sordina colocado en la cabina, que sonaba posando la palma de la mano sobre la pequeña fotocélula que había junto a la escotilla principal.

Y mientras el intruso iniciaba su búsqueda, Toran y Bayta sentían la más precaria seguridad entre las paredes de acero de la Bayta. El bufón del Mulo, que había declarado ostentar el majestuoso nombre de Magnífico Gigánticus, se hallaba sentado ante la mesa, devorando la comida que le habían ofrecido.

Sólo levantaba sus tristes ojos marrones para seguir los movimientos de Bayta en el compartimiento donde comía, que era a la vez cocina y despensa.

—La gratitud de un débil tiene poco valor —murmuró—, pero ustedes cuentan con ella, pues, realmente, durante la última semana sólo había comido mendrugos, y, aunque mi cuerpo es pequeño, mi apetito es desmesurado.

—Entonces, ¡come! —dijo Bayta con una sonrisa—. No pierdas el tiempo manifestando tu gratitud. ¿No existe un proverbio de la Galaxia Central sobre la gratitud?

—Ciertamente que sí, mi señora, pues me dijeron que un hombre sabio dijo una vez: «La gratitud mejor y más efectiva es la que no se evapora en frases vacías.» Pero, ¡ay, mi señora!, al parecer yo no soy más que una masa de frases vacías. Cuando estas frases agradaron al Mulo, me regaló un traje de corte y un espléndido nombre, porque originalmente era Bobo, un nombre que no le complacía, y cuando estas mismas frases le desagradaron, regaló a mi pobre cuerpo palizas y latigazos.

Toran entró desde la cabina del piloto.

—Ahora sólo podemos esperar, Bay. Confío que el Mulo sea capaz de comprender que una nave de la Fundación es territorio de la Fundación.

Magnífico Gigánticus, antes Bobo, abrió mucho los ojos y exclamó:

—¡Qué grande es la Fundación, cuando hace temblar incluso a los crueles servidores del Mulo!

—¿Tú también has oído hablar de la Fundación? —preguntó Bayta con una leve sonrisa.

—¿Y quién no? —La voz de Magnífico era un susurro misterioso—. Hay personas que dicen que es un mundo de gran magia, de fuegos que pueden consumir planetas, y secretos de poderosa fuerza. Dicen que ni la más alta nobleza de la Galaxia podría alcanzar el honor y la deferencia considerados normales en un hombre que pueda decir: «Soy ciudadano de la Fundación», aunque sólo sea un bárbaro minero del espacio o un don nadie como yo.

Bayta le reconvino:

—Vamos, Magnífico, nunca terminarás si haces discursos. Te traeré un vaso de leche aromatizada. Es buena.

Colocó sobre la mesa una jarra de leche e hizo una seña a Toran para que abandonase la habitación.

—Torie, ¿qué haremos ahora con él? —preguntó señalando la puerta de la cocina.

—¿Qué quieres decir?

—Si viene el Mulo, ¿se lo entregaremos?

—Bueno, ¿qué podemos hacer si no, Bay? —Parecía preocupado, y el gesto con que se retiró el mechón de la frente lo demostró bien a las claras... Continuó con impaciencia—: Antes de venir aquí tuve la vaga idea de que todo cuanto debíamos hacer era pedir por el Mulo y luego hablarle de negocios..., sólo de negocios; ya sabes, nada determinado.

—Sé lo que quieres decir, Torie. Yo no tenía esperanzas de ver al Mulo, pero pensaba que podríamos obtener alguna información de primera mano sobre este lío, y después repetírselo a la gente que sabe un poco más de esta intriga interestelar. No soy una espía de novela de aventuras.

—Tampoco yo, Bay. —Cruzó los brazos y suspiró—. ¡Vaya situación! Era inimaginable que existiera una persona como el Mulo, de no ser por este extraño incidente. ¿Supones que vendrá a buscar a su bufón?

Bayta le miró a los ojos.

—No sé si deseo que venga. No sé qué hacer ni qué decir. ¿Y tú?

El zumbador interior sonó con su ruido apagado e intermitente. Los labios de Bayta se movieron inaudiblemente.

—¡El Mulo!

Magnífico estaba en el umbral, con los ojos muy abiertos y la voz lastimera:

—¿Será el Mulo?

Toran murmuró:

—Abriré.

Un contacto abrió la escotilla, y la puerta exterior se cerró tras el recién llegado. El visor sólo mostró una figura en la sombra.

—Es una persona sola —dijo Toran con evidente alivio, y su voz era casi temblorosa cuando se inclinó sobre el tubo de señales—: ¿Quién es usted?

—Sería mejor que me dejase entrar y lo averiguase, ¿no cree? —Las palabras llegaron débiles por el receptor.

—Debo informarle que ésta es una nave de la Fundación y, en consecuencia, territorio de la Fundación por tratado internacional.

—Lo sé.

—Entre con las manos en alto o dispararé. Estoy bien armado.

—¡De acuerdo!

Toran abrió la puerta interior y apretó la culata de su pistola lanzarrayos, con el pulgar situado encima del punto de presión. Se oyeron unos pasos y la puerta se abrió. Magnífico exclamó:

—No es el Mulo: es sólo un hombre.

El «hombre» se inclinó severamente ante el payaso.

—Exacto. No soy el Mulo. —Extendió los brazos—. No estoy armado y he venido en misión de paz. Puede descansar y apartar la pistola. Su mano no es lo bastante firme para mi tranquilidad de espíritu.

—¿Quién es usted? —preguntó bruscamente Toran.

—Soy yo quien debiera preguntarle eso —dijo el extraño con frialdad—, ya que es usted, y no yo, quien pretende ser lo que no es.

—¿A qué se refiere?

—Proclama que es ciudadano de la Fundación cuando no hay un solo comerciante autorizado en el planeta.

—No es cierto. ¿Cómo puede usted saberlo?

—Porque yo sí soy ciudadano de la Fundación, y tengo documentos que lo prueban. ¿Dónde están los suyos?

—Creo que será mejor que se vaya.

—Yo no lo creo. Si sabe algo sobre los métodos de la Fundación, sabrá que si no vuelvo vivo a mi nave a una hora determinada sonará una señal en el cuartel general más próximo de la Fundación, por lo que dudo que sus armas sean muy eficaces en la práctica.

Hubo un silencio de indecisión, y entonces Bayta dijo con calma:

—Guarda la pistola, Toran, y presta crédito a sus palabras. Me parece que dice la verdad.

—Gracias —dijo el desconocido.

Toran dejó la pistola sobre una silla.

—Y ahora, explíquenos qué significa todo esto.

El recién llegado permaneció en pie. Era más bien alargado y de miembros grandes. Su rostro consistía en planos lisos, y era evidente que nunca sonreía. Pero sus ojos carecían de dureza. Habló:

—Las noticias vuelan, en especial cuando parecen inverosímiles. No creo que haya una sola persona en Kalgan que no sepa que hoy dos turistas de la Fundación se han burlado de los hombres del Mulo. Yo me enteré de los detalles importantes antes del atardecer, y, como ya he dicho, no hay en el planeta turistas de la Fundación, aparte de mí mismo. Sabemos estas cosas.

—¿Quiénes son ustedes?

—«Nosotros» somos «nosotros». ¡Y yo soy uno de ellos! Sabía que estaban en el hangar; les oyeron decirlo. He usado mis métodos para comprobarlo en el registro y para encontrar la nave. —Se volvió hacia Bayta de improviso—: Usted ha nacido en la Fundación, ¿verdad?

—¿Usted cree?

—Es miembro de la oposición demócrata, a la que llaman «la resistencia». No recuerdo su nombre, pero sí el rostro. Salió recientemente, y no lo hubiera hecho de haber sido más importante.

—Sabe usted mucho —repuso Bayta, encogiéndose de hombros.

—Sí. Escapó con un hombre. ¿Es éste?

—¿Acaso importa lo que yo diga?

—No. Sólo pretendo un entendimiento mutuo. Creo que la contraseña durante la semana en que salieron tan apresuradamente era «Seldon, Hardin y la Libertad». Porfirat Hart era su jefe de sección.

—¿Cómo ha sabido eso? —Bayta se enfureció de repente—. ¿Le ha cogido la policía? —Toran la sujetó, pero ella se desasió y avanzó unos pasos.

El hombre de la Fundación dijo tranquilamente:

—Nadie le ha cogido. Es sólo que la resistencia se extiende mucho y por lugares muy extraños. Soy el capitán Han Pritcher de Información, y también, soy jefe de sección, no importa bajo qué nombre. —Esperó, y después agregó—: No, no tienen por qué creerme. En nuestra profesión es preferible exagerar la suspicacia que descuidarla. Pero será mejor que pase por alto los preliminares.

—Sí —dijo Toran—, será mejor.

—¿Puedo sentarme? Gracias. —El capitán Pritcher cruzó sus largas piernas y descansó un brazo sobre el respaldo de la silla—. Empezaré diciendo que no entiendo este asunto; desde el punto de vista de ustedes, claro. No son de la Fundación, pero no es difícil adivinar que proceden de uno de los mundos comerciantes independientes. Esto no me preocupa gran cosa. Pero, por curiosidad, ¿para qué quieren a este sujeto, a este bufón que se han empeñado en salvar? Están arriesgando su vida al protegerle.

—No puedo decirle esto.

—Hum. Bueno, no esperaba que lo hiciera. Pero si creen que el Mulo acudirá con una fanfarria de cuernos, tambores y órganos eléctricos... ¡olvídenlo! El Mulo no trabaja de este modo.

—¿Cómo? —exclamaron a la vez Toran y Bayta; y desde el rincón donde se acurrucaba Magnífico, con los oídos casi visiblemente aguzados, llegó un grito de alegría.

—Es cierto. Yo mismo he intentado ponerme en contacto con él, y lo he hecho mucho mejor que dos aficionados. No se puede conseguir. Ese hombre no se presenta personalmente, no se deja fotografiar ni dibujar de memoria, y sólo le ven sus colaboradores más íntimos.

—¿He de deducir que esto explica su interés por nosotros, capitán? —inquirió Toran.

—No. Ese bufón es la clave. El bufón es uno de los pocos que le han visto. Quiero llevármelo conmigo. Puede ser la prueba que necesito, y bien sabe la Galaxia que necesito algo para despertar a la Fundación.

—¿Necesita que la despierten? —intervino Bayta con repentina ansiedad—. ¿Para defenderla de qué? Y en calidad de qué actúa usted como alarma, ¿en la de un demócrata rebelde o en la de policía secreta y agente provocador?

El rostro del capitán endureció sus rasgos.

—Cuando la Fundación entera es amenazada, mi querida señora revolucionaria, perecen tanto los demócratas como los tiranos. Salvemos a los tiranos de un tirano mayor para poder vencerles a ellos a su tiempo.

—¿Quién es ese tirano mayor al que alude? —preguntó Bayta con ardor.

—¡El Mulo! Sé algo de él, lo bastante como para que signifique mi muerte varias veces, si me hubiera movido con menos agilidad. Haga salir al payaso de la habitación. De esto hay que hablar en privado.

—Magnífico —dijo Bayta, haciendo una seña, y el bufón se fue sin rechistar.

La voz del capitán era grave e intensa, y de tono tan bajo que Toran y Bayta tuvieron que acercarse.

—El Mulo es un intrigante astuto... lo bastante astuto como para comprender la ventaja del magnetismo y la atracción de la jefatura personal. Si renuncia a ella, es por una razón. Esa razón ha de ser el hecho de que el contacto personal revelaría algo que es de la máxima importancia que no trascienda. —Ignoró las preguntas y continuó con mayor rapidez—: Volví al lugar de su nacimiento e interrogué a las personas que, a causa de sus conocimientos, no vivirán mucho. Ya son muy pocas, dicho sea de paso, las que viven. Recuerdan al niño nacido hace treinta años, la muerte de su madre, y su extraña juventud. ¡El Mulo no es un ser humano!

Sus dos interlocutores retrocedieron con horror ante aquella implicación. Ninguno de los dos comprendió total o claramente, pero la amenaza de la frase era concluyente.

El capitán prosiguió:

—Es un mutante, y de facultades extraordinarias, según ha puesto de manifiesto su carrera. Ignoro sus poderes y hasta qué punto es lo que nuestras novelas de aventuras llaman un «superhombre», pero el ascenso desde la nada a la conquista de Kalgan en dos años es revelador. ¿Verdad que ven el peligro? ¿Puede incluirse en el plan Seldon un accidente genético de imprevisibles proporciones biológicas?

Bayta habló lentamente:

—No lo creo. Debe de ser una especie de truco complicado. ¿Por qué no nos mataron los hombres del Mulo cuando podrían haberlo hecho, si es que en realidad se trata de un superhombre?

—Ya les he dicho que desconozco el grado de su mutación. Tal vez aún no está dispuesto para la conquista de la Fundación, y sería una señal de gran sabiduría resistir las provocaciones hasta que lo esté. Permítanme hablar con el bufón.

El capitán se enfrentó al tembloroso Magnífico, que evidentemente no se fiaba de aquel hombre gigantesco y duro.

El capitán empezó con lentitud:

—¿Has visto al Mulo con tus propios ojos?

—Ya lo creo que sí, respetable señor. Y también he sentido el peso de su brazo en todo mi cuerpo.

—No me cabe la menor duda. ¿Puedes describirle?

—Me asusta recordarle, señor. Es un hombre de enormes proporciones; junto a él, incluso usted sería un enano. Sus cabellos son de un llameante carmesí, y ni siquiera con todo mi peso y fuerza podía bajarle el brazo que tenía extendido, ni tan sólo un milímetro. —La delgadez de Magnífico daba la impresión de que todo él se trataba únicamente de un montón de brazos y piernas—. A menudo, para divertir a sus generales, o a sí mismo solamente, me suspendía en el aire, a una tremenda altura, con un solo dedo, mientras yo recitaba poesías. Sólo me liberaba al vigésimo verso si eran improvisados y de ritmo perfecto; de lo contrario, me dejaba suspendido. Es un hombre de fuerza excepcional, respetable señor, y cruel en el uso de su poder... y sus ojos no los ha visto nadie.

—¿Qué? ¿Qué es lo último que has dicho?

—Lleva gafas, señor, de un tipo muy peculiar. Dicen que son opacas y que ve por medio de una poderosa magia que sobrepasa con mucho las facultades humanas. He oído —y su voz se hizo leve y misteriosa— que verle los ojos equivale a morir; que mata con sus ojos, respetable señor.

La mirada de Magnífico se posó alternativamente en los tres rostros. Añadió, temblando:

—Es cierto. Tan cierto como que estoy vivo.

Bayta aspiró profundamente.

—Parece que tiene usted razón, capitán. ¿Qué nos aconseja que hagamos?

—Bien, repasemos la situación. ¿No deben nada aquí? ¿Está libre la barrera del hangar?

—Puedo despegar cuando quiera.

—Entonces, váyase. Puede que el Mulo no desee antagonizar a la Fundación, pero corre un gran riesgo dejando huir a Magnífico; lo demuestra la persecución de que ha hecho objeto al pobre diablo. Es posible que haya naves esperándole arriba. Si usted se pierde en el espacio, ¿a quién acusar del crimen?

—Tiene razón —asintió fríamente Toran.

—Sin embargo, usted dispone de un escudo, y su nave es probablemente más veloz que las suyas, así que, en cuanto salga de esta atmósfera, describa un círculo en zona neutral hasta el otro hemisferio, y después láncese hacia fuera con el máximo de aceleración.

—Sí —asintió a su vez Bayta—; y cuando estemos de nuevo en la Fundación, ¿qué pasará, capitán?

—Ustedes dos son fieles ciudadanos de Kalgan, ¿no? Yo no sé de nada que lo desmienta, ¿verdad?

Nadie dijo nada más. Toran se volvió hacia los controles. Hubo una imperceptible sacudida.

Cuando Toran había dejado lo bastante atrás Kalgan como para intentar su primer salto interestelar, el rostro del capitán Pritcher se contrajo, ya que ninguna nave del Mulo había intentado en forma alguna detener su marcha.

—Parece que permite que nos llevemos a Magnífico —dijo Toran—. Esto contradice su teoría.

—A menos —corrigió el capitán— que quiera que nos lo llevemos, lo cual no es bueno para la Fundación.

Después del último salto, cuando estuvieron dentro de la zona neutral de vuelo de la Fundación, las primeras noticias radiadas por ultraondas llegaron a la nave.

Y hubo una en particular que fue mencionada sin ningún énfasis. Al parecer, un señor guerrero —que el aburrido locutor olvidó identificar— había comunicado a la Fundación el secuestro de un miembro de su corte. El locutor pasó enseguida a las noticias deportivas.

El capitán Pritcher observó en tono glacial:

—Va un paso por delante de nosotros, después de todo. —Y añadió pensativamente—: Está listo para enfrentarse a la Fundación, y utiliza esto como una excusa para dar paso a la acción. El asunto hace las cosas más difíciles para nosotros. Tendremos que actuar antes de estar verdaderamente dispuestos.

Trilogía de la fundación
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EL CICLO DE TRANTOR por Carlo Frabetti 0001_0000.htm
FUNDACION 0002_0000.htm
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PRIMERA PARTE LOS PSICOHISTORIADORES 0002_0002.htm
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SEGUNDA PARTE LOS ENCICLOPEDISTAS 0002_0004.htm
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TERCERA PARTE LOS ALCALDES 0002_0006.htm
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CUARTA PARTE LOS COMERCIANTES 0002_0008.htm
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QUINTA PARTE LOS PRINCIPES COMERCIANTES 0002_0010.htm
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FUNDACION E IMPERIO 0003_0000.htm
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PROLOGO 0003_0002.htm
PRIMERA PARTE EL GENERAL 0003_0003.htm
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SEGUNDA PARTE EL MULO 0003_0014.htm
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SEGUNDA FUNDACION 0004_0000.htm
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PROLOGO 0004_0002.htm
PRIMERA PARTE EL MULO INICIA LA BUSQUEDA 0004_0003.htm
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SEGUNDA PARTE LA BUSQUEDA DE LA FUNDACION 0004_0015.htm
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