Capítulo 16
Me puse de pie justo detrás de la puerta, podía ver el gran salón de baile a través de una ventana que la posada había hecho para mí. La sala relucía esta noche, las constelaciones de su brillante techo, el suelo entero brillaba intensamente. La Sagrada Anocracia estaba a la derecha, los caballeros con la armadura completa, hombro con hombro, como una falange de guerreros antiguos usando sus cuerpos como escudos. Frente a ellos la Horda permanecía firme con expresiones sombrías, dispuestas en formación de cuña con la Khanum a la cabeza, un musculoso gigante a su izquierda y Dagorkun a su derecha. El Clan Nuan estaba en el extremo izquierdo y a cierta distancia de los otrokari, protegiendo a su matriarca con sus cuerpos. Turan Adin con su armadura completa se interponía entre ellos y la Horda.
Los invitados marchaban en círculos, las armas estaban cargadas y los rostros hostiles. Se miraban los unos a los otros, listos para que la violencia estallara, y observaban la rama de cuatro pies de alto que crecía en el centro de la pista de baile. Los gruesos sépalos verdes se mantenían firmemente cerrados.
Mis padres se avergonzarían de mí. Aquí estaban los huéspedes de la posada. Habían estado en Gertrude Hunt durante casi dos semanas, un lugar donde se suponía que debían estar protegidos y a salvo, sin embargo, esperaban ser atacados en cualquier momento. Si el conjunto posadero veía alguna vez esto, Gertrude Hunt perdería todas sus estrellas. No habría manera de evitarlo.
George estaba junto al capullo, su hermoso rostro solemne. Su chaleco marrón claro con el bordado dorado, del mismo tono que el whisky, brillaba débilmente a la luz. Su gente había tomado posiciones detrás de cada una de las facciones: Jack estaba detrás de los vampiros, Sophie detrás de la Horda, y Gaston detrás de los Comerciantes. Él lo había discutido conmigo antes de la reunión, y cuando le pregunté por su razonamiento, me dijo que Gaston tenía resistencia natural a los venenos, Sophie tenía un fuerte impacto psicológico en la Horda y Jack aparentemente tenía una gran cantidad de práctica en el combate contra soldados con armadura.
Repasé mi lista mental: Bestia y el gato firmemente encerrados en mi habitación y la posada no les dejaría salir, los amortiguadores de sonido activados, la fachada que daba a la calle reforzada. Sí, eso era todo. Ahora podría provocar una explosión en el gran salón de baile, y nadie fuera de la posada oiría un solo sonido.
Un roce de la tela anunció la llegada de Su Gracia a la parte inferior de la escalera. Llevaba un vestido de color verde oscuro con un brillo similar a la seda, ceñido a un lado de la cintura con un broche enjoyado y se derramaba en una falda larga con un tren embellecido por reluciente bordado. Unos guantes largos a juego le cubrían las manos y los brazos. Un cuello de piel de lujo, verde caqui oscuro con pelos individuales que cambiaban gradualmente a color rojo sangre en las puntas, enmarcaba sus hombros. Unas púas negras y verdes de ocho pulgadas sobresalían del cuello, armas biológicas de algún depredador alienígena muerto hace mucho tiempo. Una serie de pequeñas espigas decoraban el elaborado broche de pelo enjoyado. Un collar de esmeraldas, cada una del tamaño de la uña del pulgar y enmarcadas con pequeños diamantes de fuego, iluminaban su cuello. Cada pulgada de su cuerpo reflejaba lo que era: un animal de presa despiadado y astuto, armado con una inteligencia afilada y sin el obstáculo de la moral.
Caldenia vio mi túnica. Sus cejas se arrastraron hacia arriba.
En circunstancias normales, un posadero era una sombra discreta, fácilmente identificable si los invitados le buscaban pero que no buscaba destacar. Nuestras ropas lo reflejaban: gris, marrón, azul oscuro o verde oscuro, era nuestro uniforme. No teníamos necesidad de impresionar. Un poco de bordado a lo largo del dobladillo era lo máximo que aceptábamos como adorno. Sin embargo, de vez en cuando, una ocasión que requería toda la extensión de nuestro poder tenía que ser anunciada. Hoy era ese tipo de día. Me había puesto mi capa de juez. Negro sólido, absorbía la luz. Impresionaba y si uno la miraba directamente demasiado tiempo, empezaba a sentir la extraña sensación de estar sumergiéndose en un oscuro pozo sin fondo, como si hubiera avanzado profundamente en el abismo, arrancado de la oscuridad primordial que había sido hilada y tejida en un manto. Ligero y voluminoso, el material de la capa era tan delgada que la mínima corriente de aire menor la agitaba, e incluso ahora, en un pasillo sin ventilación, el dobladillo se movía y ondeaba como si algún poder místico lo abanicara. La túnica era impenetrable. No importaba lo sofisticado que fuera el escáner empleado para aumentar la visión, seguiría pareciendo lo mismo, un espectro, un primo cercano de la Parca, con la cara oculta por la capucha de modo que solo la boca y la barbilla se veían. La escoba en la mano se había convertido en un cayado, su madera color obsidiana.
Había unos principios universales en este mundo. Que la mayoría de las formas de vida basadas en el agua bebían té era uno. Que tememos lo que no podemos ver era el otro. Ellos veían mi capa, intentando discernir los contornos de mi cuerpo, y cuando el abismo les obligara a mirar hacia otro lado, tendrían que buscar mis ojos para convencerse de que no era una amenaza. Ellos no encontrarían consuelo.
—Bueno —dijo Caldenia—. Esto debería resultar interesante.
—Permanezca a mi lado, Su Gracia.
—Lo haré, querida.
La pared se abrió ante mí y entré en mi salón de baile. Todos habían tenido su propio espectáculo. Era el momento del mío.
Los débiles murmullos murieron. El silencio se reivindicó en la sala y me deslicé sobre el suelo sin hacer ruido. Mientras me movía, la oscuridad rodaba por el suelo, paredes y techo, una amenazante sombra de mi poder. La luz se atenuó. Las constelaciones murieron, sofocadas por mi presencia. Mirad como destruyó vuestro universo.
Llegué al capullo. George no dio un paso atrás, pero pensaba en ello, porque inconscientemente retrocedió, deseando ampliar la distancia entre él y yo. La oscuridad se detuvo detrás de mí y permaneció allí, un bloqueo de las estrellas contra la salida del sol. Caldenia se colocó a mi izquierda ligeramente apartada.
Nadie dijo nada.
El suelo se abrió delante de mí y un delgado tallo de la posada levantó un plato en el que sostenía una tetera medio llena de té wassa. La luz dentro de la bandeja iluminaba el recipiente, reflejándose en el té como un precioso rubí. O como la sangre.
La Horda se puso rígida. Nuan Cee se preparó visiblemente.
—Hay un asesino en esta posada. —Mi voz retumbó a través del gran salón de baile, un susurro demasiado fuerte cargado de poder—. Un asesino al que ahora voy a castigar.
—¿Con qué derecho? —La pregunta vino del lado vampiro. Había empujado la presión hasta el límite. Mis huéspedes estaban en el borde. Si no era cuidadosa, estallarían.
—Por el derecho del Tratado que sus gobiernos firmaron. Aquellos que atacan a los huéspedes dentro de una posada pierden cualquier protección de su tierra natal. Su estado, su riqueza y su posición no importan. Están en mi dominio. Aquí solo yo soy juez, jurado y verdugo.
Me volví, mi capa barriendo ligeramente el suelo, y paseé rodeando la tetera. Una proyección se derramó desde el techo: éramos Dagorkun sirviendo el té, Caldenia recogiendo su taza y yo sentada en el sofá.
—Uno de ustedes se ha esforzado mucho para moverse a través de la posada sin ser visto. Uno de ustedes ha utilizado un dispositivo para volverse invisible.
La tensión era gruesa, me quedé esperando a que se agrietara como un trueno.
—Este dispositivo fue robado y fue duplicado. El original fue devuelto a su propietario. El duplicado fue utilizado para envenenar el té de esta tetera.
El té rojo rubí brilló una vez, reflejando la luz.
—¿Quién? —exigió Arland—. ¿Quién trajo el dispositivo?
—Yo lo hice —dijo Nuan Cee.
—¡Tú! —gruñó la Khanum.
La oscuridad se tensó detrás de mí como una bestia hambrienta dispuesta a devorar. Se callaron y volvió a reinar el silencio.
—Solo hay tres motivos para el asesinato. Pasión. Venganza. —Hice una pausa—. Y codicia.
Un contrato apareció en la proyección, enorme, de casi nueve pies de altura, colgando como una bandera del techo. En él, símbolos impares se alineaban en palabras junto a una fotografía de Caldenia.
—Menos de un día después de que se supiera de esta cumbre de paz, este contrato fue retirado del mercado —dije—. Alguien aceptó el encargo.
Los símbolos se transformaron en la escritura general galáctica, mostrando un número lo suficientemente grande como para comprar un pequeño planeta. Jack silbó en la parte posterior.
—¿Cai Pa? —Caldenia parpadeó—. ¿Quieres decir que el causante de esto es ese gusano llorica que se hace pasar por magnate y que ha decorado su palacio con retratos de su horrible familia con joyas en vez de ojos? Después de dos décadas, ¿todavía me quiere matar por lo que fue poco más que una observación casual?
—Sí.
Caldenia puso su mano sobre su pecho, sus dedos enguantados apenas tocando su piel, se echó hacia atrás y se rió. Era una rica risa gutural que mostraba el bosque de dientes afilados triangulares dentro de su boca.
Todo el mundo se paralizó.
—Después de todos estos años, todavía lo tengo. —Soltó otra carcajada—. Encantador.
—La pregunta es, ¿por qué envenenar la tetera entera? —dije—. Tres personas podríamos haber bebido de ella y los tres habríamos muerto. Las consecuencias hubieran sido gravísimas para todas las facciones involucradas.
Caminé hacia atrás y pasé la mano por encima de la tetera. Ésta expulsó una chispa brillante en respuesta.
—Un asesino experimentado hubiera elegido el tiempo y lugar de su ataque con cuidado. Un asesino experimentado hubiera sopesado los riesgos y se habría dio cuenta de que tal crimen no sería ignorado o castigado. El estimado Nuan Cee es un asesino experimentado, astuto, inteligente y disciplinado. Él no hubiera tomado ese riesgo.
Me di la vuelta. El movimiento de mi pie fue suficiente para ondular mi capa, como si se agitara por algún poder místico, y necesitaba tanto impacto como pudiera conseguir.
—No, ese asesino era alguien que no había tenido mucha práctica. Una persona sin experiencia. Una persona joven. Una persona desesperada y fácil de tentar.
Los labios de Nuan Cee temblaron y dejaron al descubierto el filo de sus dientes. Acababa de encajar las piezas del rompecabezas.
—Dinos, estimado Comerciante, ¿cuál es la costumbre de tu clan cuando un miembro brillante de su familia está a punto de llegar a la edad adulta?
—El clan toma medidas para asegurarse de que el joven permanece adherido a la familia más tiempo —dijo Nuan Cee con los dientes apretados—. Esto se hace para preservar la riqueza de la familia.
—¿Cómo lo que le hizo a Cookie?
La proyección mostró un primer plano de la esmeralda desapareciendo en el aire.
Cookie se quedó sin aliento.
—Sí —dijo Nuan Cee.
—¿Usted planea un arreglo para que un niño que se acerca a la edad adulta cometa un error, un error que le ponga en deuda con el clan, que luego tienen que pagar? —Tenía que descubrirlo del todo para que el resto de los presentes lo entendiera.
—Sí.
—¿Y cuántos años de servicio os debe Nuan Sama?
El Clan Nuan se dividió cuando todos los miembros se hicieron a un lado al mismo tiempo. La sobrina de Nuan Cee se quedó sola en medio del círculo de los miembros de su familia.
—Nuan Sama ha cometido algunos errores adicionales —dijo Nuan Cee entre dientes—. Su deuda con el clan es sustancial.
—No fui yo. —Nuan Sama sonrió—. ¿Por qué iba a hacer algo tan tonto? Quiero a mi clan. No tengo ningún deseo de irme.
Guau. Esa era una seria desfachatez.
—Cuando Hardwir reparó el coche con el sintetizador molecular, se le pidió que le ayudara. Usted es una experta en la secuenciación de edad. —Me volví a los vampiros—. ¿Qué sugirió Nuan Sama que hicieran antes de empezar las reparaciones?
—Ella dijo que deberíamos probarlo en un equipo complejo para asegurarnos de que los resultados fueran óptimos —respondió Hardwir. Yo ya había hablado con él al respecto antes de la reunión.
—¿Ella proporcionó dicha pieza de equipo?
—Sí.
—El estimado ingeniero lo malentendió —dijo Nuan Sama—. Le traje una pieza de nuestra nave.
—Me trajiste un disruptor de imagen —dijo Hardwir—. Lo duplicamos y luego te llevaste los dos.
—Es su palabra contra la mía —dijo Nuan Sama.
—Solo había tres personas, además de los otrokari que sabían que la Khanum me había invitado a su té —continué—. Yo, Su Gracia, a quien llamé directamente después de haber recibido la invitación, y usted.
—La honorable posadera no tiene forma de saber que yo era la única —dijo Nuan Sama—. Después de todo, la honorable posadera ni siquiera podía decir si su té fue envenenado.
Muy bonito.
—Cuando vertió el veneno en la tetera, sintió un soplo de viento. ¿No se pregunta que podría haber sido esa ráfaga?
Nuan Sama sacudió la peluda cabeza, los aros de plata tintinearon suavemente uno contra el otro.
—Nunca estuve allí.
—Eso fue un soplo de tinte —dije—. La posada le ha marcado. ¿Veamos si su pelaje se tiñe?
Una lámpara brotó del techo. Ella no esperó a que se encendiera. Nuan Sama saltó hacia arriba, dio una voltereta en el aire e intentó escabullirse entre la multitud de su clan. Una falta de definición peluda salió disparada hacia ella. Ellos chocaron en el aire y aterrizaron de nuevo en el círculo de los miembros del clan, su tío al lado de ella.
Unas manos con garras la agarraron mientras sus parientes corrían a contenerla.
—¿Has aceptado un contrato no admitido por la familia? —La voz de Nuan Cee era triste.
—Lo hice —gruñó.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —Nuan Sama elevó la voz, temblando—. ¿Por qué? ¿Necesitas que te diga por qué? He sido un adulto durante cuatro años. Quiero mi libertad. Quiero mi dinero, el dinero que era legítimamente mío al cumplir la mayoría de edad y que tú y el resto de ellos me habéis robado. Me has atrapado y me haces trabajar como si fuera un sirviente. ¿No ves que me estás asfixiando? No puedo ni respirar el mismo aire que tú. Es un veneno para mí, tío.
El suelo bajo los pies de Nuan Sama se volvió líquido. Ella comenzó a hundirse. Los zorros intentaron sacarla desesperadamente.
—¡Tío!
Nuan Cee se giró hacia mí.
—¡No!
—Ella me pertenece —dije, cargando mi voz con toda mi espeluznante magia.
Nuan Sama ya se había hundido hasta las rodillas. Estaba gritando y gimiendo, haciendo afilados ruidos zorrunos y su familia seguía intentando liberarla con tirones desesperados.
—¡Será castigada! —gritó Nuan Cee.
—Lo sé —le dije—. No será fácil ni rápido.
—Un favor de los comerciantes vale más que la vida de un asesino no calificado —murmuró Caldenia a mi lado—. ¿Asumo que tienes un plan, querida?
—Sí —murmuré.
Nuan Cee se giró hacia Sean. Turan Adin negó con la cabeza. Sí. No lo creo. De acuerdo con Wilmos, nada en el contrato de Sean le obligaba a servir como escolta de una mimada niña rica asesina en potencia.
El suelo alcanzó las caderas de Nuan Sama. La desesperación vibró en su voz.
—¡Ayúdame, tío! ¡Ayúdame!
Nuan Cee se volvió hacia mí.
—Sí. Sea lo que sea que quieras, sí.
Chasqueé los dedos. El suelo se solidificó, atrapando al zorro en donde estaba. Necesitaba una ayuda visual en caso de que Nuan Cee desarrollara dudas.
—¿Qué es esto? —Los ojos de la Khanum se estrecharon.
Oí el zumbido de un arma de sangre siendo activada. Los vampiros estaban listos para la batalla.
—La Sagrada Anocracia, la Horda, y los Comerciantes. Todos ustedes son responsables de derramar sangre dentro de estas paredes. Todos ustedes tienen una deuda conmigo. La reclamo. Es hora de saldar sus cuentas.
—¿Qué quieres? —preguntó Lady Isur.
—Sus recuerdos. —Toqué el capullo con el cayado. Los difusos sépalos verdes se abrieron. Unos delicados pétalos translúcidos se desplegaron, el cabello fino y radiante de color verde pálido cerca de su base se tornó transparente, y finalmente se oscureció hasta adquirir el color magenta en las puntas. Unos estambres largos como látigos, recubiertos de una suave luz azulada, se extendieron desde dentro de la flor, alargándose y retorciéndose, y en el interior, en el verticilo de pétalos, el potenciador-psy se encendió.
—¿Usted quiere tomar nuestros recuerdos? —preguntó Dagorn.
—No tomar. Quiero que los compartan conmigo.
—No sabes lo que estás pidiendo —gruñó la Khanum.
—Lo sé. —Sabes por qué lo pido. Tu razón está de pie allí, a tu lado.
George dio un paso adelante, deshizo el broche de la banda de su muñeca, y se remangó, dejando al descubierto un musculoso brazo lleno de cicatrices.
—Usted no desea esto —dijo Robart, su voz impregnada de demasiada tristeza—. No quiere experimentar mis recuerdos, posadera.
—Sí, lo hago. Este es mi precio. Su honor exige que me pague. Si no lo hace, habrá consecuencias.
No tenía ni idea de cuáles serían esas consecuencias, pero sonaba impresionante.
George se remangó la otra manga.
—Muy bien. —La expresión de la Khanum era terrible. Dio un paso adelante.
Sacudí la cabeza.
—No. Él. —Señalé al chamán con mi cayado.
Las cejas de Ruga se unieron. Avanzó y se detuvo delante de mí, sus músculos tensos como cables, sus encantos y tótems colgando del cinturón de su faldón. Odilon se abrió paso entre los vampiros y se colocó al lado de Ruga, resplandeciente en sus vestiduras de batalla carmesí.
Miré a los Comerciantes. Nuan Cee empezó a avanzar.
La abuela soltó un ruido tranquilo. Él se detuvo casi a medio paso. La abuela se volvió en su palanquín. Los zorros que la llevaban la bajaron al suelo. Se puso de pie en su interior y dio un paso hacia la pista.
El Clan Nuan dejó escapar un jadeo colectivo.
La anciana zorra cruzó el salón y se puso al lado de Odilon. Tenía a los líderes espirituales de todas las facciones.
—Formen una fila detrás de su facción —dije—. Los líderes al final.
El gran salón bailó cuando vampiros, otrokari, y el Clan Nuan formaron tres filas detrás de sus respectivos representantes.
—Extended las manos y tomad la de los que están a vuestro lado. Piel con piel.
El metal se deslizó en forma de guantes cuando la alta tecnología se apartó. Ellos obedecieron a regañadientes.
Miré a la parte de atrás, donde estaban la Khanum, Arland y Nuan Cee, cada uno al final de su fila.
—Completad el círculo.
Los músculos de la mandíbula de la Khanum se destacaron cuando apretó los dientes. La cara de Arland podría haber estado hecha de piedra. El guante se deslizó por su mano. Él lo ofreció. La Khanum lo tomó. Su expresión era terrible. Por otro lado, Nuan Cee tomó la mano de Arland. Robart, el siguiente en la fila detrás de Arland, se volvió y estrechó su mano izquierda sobre el hombro de Arland.
—Lo siento, amigo mío —dijo.
Arland se preparó. Ellos pensaban que sabían lo que les esperaba. No tenían ni idea.
George tendió los brazos.
Di una orden con mi magia. Los brillantes estambres se acercaron a él y se anudaron alrededor de sus brazos. Un músculo de su rostro se sacudió. Sentiría el dolor de inmediato. Cuando la dosis del potenciador comenzara a tirar de su reserva de magia de verdad, la agonía sería insoportable. Miré a Sophie. Ella asintió. Habíamos llegado a un acuerdo, y contaba con que se adhiriera a él.
Planté mi bastón en el suelo. Éste se abrió, desplegándose en tres largas ramas flexibles de metal. Las ramas se extendieron a los tres seres que estaban delante de mí y estrechó sus manos libres.
Esto dolería. Dolería muchísimo.
Elevé la vista, más allá de las personas reunidas detrás de mí, hacia el solitario Turan Adin. Él se acercó a mí y agarró mi hombro con su mano con garras. Estábamos juntos, encerrados en un circuito completo.
—No os soltéis —dije, hablando a todos ellos—. Si lo hacéis, no sobreviviréis.
Metí mi mano en la flor y presioné la palma contra el potenciador-psy. Obedeciendo a mi orden, la posada acercó un zarcillo y ancló mi mano.
La magia de la posada se acumuló detrás de la flor y se disparó a través de mí, como una dolorosa ráfaga de viento increíblemente poderosa. Se derramó por la cadena, contra los líderes y se disipó.
¿Era eso? No había sido tan malo, pero ahora no pasaba nada...
Sentí la acumulación de la magia detrás de la flor, como la ola de un tsunami, cada vez más y más alta. Antes de que tuviera la oportunidad de prepararme, rompió la cresta y cayó sobre mí.
El dolor explotó en mi interior, como si agujas estelares al rojo vivo hubieran explotado allí. Las lágrimas humedecieron mis ojos. Intenté respirar y una cascada de recuerdos me golpeó. Robart gritó con toda la fuerza de sus pulmones, gritó y gritó al mirar a través del campo de batalla y ver el hacha otrokari cortar a la mujer que amaba. Vi caer el brazo de su cuerpo, vi el sangriento muñón donde había estado, y, al mismo tiempo la vi besar a Robart en un jardín, con los ojos luminiscentes de amor. Lo sentí. Sentí su amor; sentí lo mucho que le importaba. Ella haría cualquier cosa por mí. Yo haría cualquier cosa por ella. En mis momentos más oscuros, ella estaba allí. Ella... Ellos la hicieron pedazos y eran demasiados entre ella y yo, y yo estaba luchando y cortando, pero estaba demasiado lejos. Ella estaba gritando por mí. Estaba gritando que la ayudara y yo no podía hacer nada. Su cara... Oh estrellas, su cara... Por favor, por favor Divino, haré lo que sea. Cualquier cosa. Tómame. Llévame en su lugar. Llévame en su lugar, ¡perra de mierda! El hacha cortó su cuello y grité. Grité, porque el dolor salió de mí y si no lo soltaba, me haría pedazos.
Los recuerdos siguieron martilleándome como clavos en un ataúd. Nuan Cee lloraba sobre el pequeño cuerpo peludo de un bebé zorro en sus brazos, se inclinaba y sacudía por el dolor. Sean en sus habitaciones solo, viendo sangre y muerte... Odalon consolando a los moribundos; Ruga caminando a través de una morgue improvisada, con la mano sobre su boca; la Abuela Nuan llorando... Estábamos gritando. Estábamos llorando y gimiendo con una sola voz, maltratados por el dolor y la pérdida.
Otro recuerdo me dio un puñetazo, como una bala al corazón. Un pequeño niño otrokari aprendiendo a caminar, inestable sobre sus pies, tambaleándose, una expresión muy seria en su carita mientras detrás de él un enorme otrokar gateaba sobre sus manos y rodillas. Estaba caminando hacia mí. Unos ojos redondos enormes. Está bien. ¡Oh! Se ha caído sobre su trasero. Levántate tú solo. Está bien. Ese es mi chico. Vas a crecer grande y fuerte. Crecerás... acuno un guante con una mano en él. ¿Qué es esto? ¿Cómo es eso posible? Eso es todo... ¿Eso es todo lo que encontraron? ¿Eso es todo lo que tengo de mi hijo? Mi hijo. Mi pequeño. Mi pequeño bebé. No. No puedo sobrevivir a mi hijo. No puedo. Me duele mucho. ¡Una madre no debe enterrar a su niño!
Amantes, hermanos, hermanas, hijos, padres, les perdí una y otra vez, les hice duelo, mi pena tan cruda que me cortaba desde el interior. La cascada de recuerdos golpeó contra mi alma, triturándola.
No puedo. Demasiado. Demasiado. No puedo.
¿Cómo se puede vivir a través de esto? ¿Cómo puede alguien vivir a través de esto?
¡No puedo!
Detenlo. Haz que se detenga, por favor.
Por favor. Te lo ruego.
¡Alto!
La magia se desvaneció. Una sola imagen ardió ante mis ojos, un campo de cuerpos bajo un cielo con sangre, y entonces también desapareció.
La posada me soltó la mano y caí al suelo. A mi lado, George estaba jadeando. Le sangraban la nariz y los ojos. Sophie estaba junto a él, con la espada en sus manos, los estambres de la flor cortados y fundidos en la nada en el suelo. Habíamos acordado que cuando George se acercara a su límite, ella se encargaría de detenerle.
A mi alrededor los demás estaban desparramados por el suelo. Algunos lloraban, algunos habían enterrado la cara en sus manos. Un enorme otrokar se balanceaba hacia atrás y adelante.
Me lamí los labios secos. Mi voz salió oxidada.
—Detenedla.
Al otro lado de la sala la Khanum me miraba con ojos embrujados.
—Podéis detenerla. Podéis hacerlo hoy. Ahora mismo. No más. Por favor, no más.
Estaba en mi patio trasero, sonreía y vigilaba la larga fila de los otrokari dejarnos en plena noche. Los Comerciantes y la Sagrada Anocracia les seguirían. Media hora y la posada estaría casi vacía.
Las tres facciones tardaron menos de una hora en negociar un acuerdo de paz. Nexus se había dividido a lo largo de las fronteras existentes, tanto la Horda como la Sagrada Anocracia habían renunciado un tramo del territorio para crear una zona desmilitarizada de demarcación, una tierra de nadie que les mantendría separados y era de esperar que minimizara los incidentes. El territorio del Clan Nuan se había ampliado a costa del de los otrokari y los vampiros. A cambio el Clan Nuan reduciría los precios de exportación e importación un sesenta por ciento. Los acuerdos se habían firmado, escupido y sellado con sangre. Todo el mundo había hecho concesiones dolorosas. Todo el mundo se había puesto en pie para obtener grandes beneficios. Todo el mundo tendría un infierno de tiempo para vender el tratado al regresar a casa, pero al menos todos los presentes estaban unidos en su satisfacción con el acuerdo.
Ahora se iban. Así era la rutina de un posadero. Los invitados llegaban. Los invitados se iban. Yo me quedaba.
Los otrokari avanzaban rápidamente. No podía culparles. Todo el mundo estaba traumatizado por la unión, pero al menos nadie se había vuelto loco. Sophie había cortado el enlace justo a tiempo. No quería imaginarme lo que hubiera pasado si ella lo hubiera dejado continuar uno o dos minutos más. Ya tendría pesadillas durante semanas como estaba. George estaba de pie a mi izquierda, pálido como el papel, y tanto su hermano como Gaston flotaban cerca de él. Casi se había derrumbado antes dos veces y estaban listos para atraparle. Yo le había ofrecido una silla, pero la rechazó.
La Khanum y Dagorkun fueron los últimos en irse. Se detuvieron delante de mí.
—Tus padres —dijo en voz baja Dagorkun—. Vimos tus recuerdos.
Oh, no. Tenía la esperanza de que eso no sucedería. Había indicado a la posada que buscara las experiencias más traumáticas conectadas a Nexus. La única experiencia que me conectaba a ese planeta fue cuando mi hermano Klaus y yo aterrizamos allí seis meses después de que nuestros padres desaparecieran. Habíamos peinado la galaxia buscándoles y el dolor de su desaparición aún había sido crudo. No podía recordar haber pensado en ellos durante el enlace, pero debía haberlo hecho, y ahora todos los huéspedes de la posada que habían estado conectados a Gertrude Hunt habían visto un lugar privado de mi alma.
Bueno, yo les había hecho lo mismo. Era lo justo.
—Vamos a mantener los ojos y los oídos abiertos —dijo Dagorkun.
—Gracias —le dije.
La Khanum me miró, extendió la mano y me aplastó contra ella en un abrazo de oso. Mis huesos crujieron. Me soltó y se alejó, atravesando la huerta hacia el túnel brillante que les llevaría a un lejano lugar.
A continuación se fueron los Comerciantes, incluyendo a Nuan Sama, que estaba envuelta en lo que parecía ser una camisa de fuerza de la era espacial. Se la había devuelto a Nuan Cee. Nunca había considerado seriamente vengarme de ella. Los Comerciantes tendrían que lidiar con su crimen. Tenía la sensación que tomar un contrato no autorizado por la familia iba a costarle mucho más que cualquier cosa que yo pudiera hacerle.
El Clan Nuan partió de uno en uno, dirigiéndose a su nave, que había aterrizado momentos antes en el campo. Cookie caminó hacia mí, sonrió y me mostró una gran gema verde en su pata. Por lo tanto, le habían devuelto la esmeralda. El Clan Nuan tendría que encontrar otra manera de atrapar a sus adultos jóvenes. No tenía ninguna duda de que se les ocurriría algo.
La Abuela me pasó en su palanquín y me reconoció con un movimiento de cabeza. Nuan Cee también asintió hacia mí y yo le devolví el gesto. La próxima vez que fuera a Baha-char en busca de un Comerciante, me encontraría con una dura negociación, pero algunas cosas no podían evitarse. Tal vez iría a comprar mercancía a sus competidores. Habían sucedido cosas más extrañas.
Los invitados de la Sagrada Anocracia fueron los últimos. Se movieron más allá de mí, enormes con sus armaduras. Lady Isur y Lord Robart caminaban juntos, lado a lado. Al pasar delante de mí, Lady Isur tocó suavemente el antebrazo de Robart. Él la miró y puso su mano sobre la de ella. Tal vez habría algo allí en el futuro. ¿Quién sabe?
Arland fue el último de la fila. Se demoró delante de mí.
—Aquí estamos de nuevo —dijo—. Me voy.
—Y yo me quedo.
—Lady Dina...
—Su pueblo le está esperando, Lord Arland.
Él sonrió, y me mostró sus colmillos.
—Hasta la próxima vez entonces.
—Hasta la próxima vez.
—Él siente algo por ti —dijo Sophie suavemente.
—A él le gusta la idea de mí —le dije—. En la práctica, tanto él como yo sabemos que nunca podría funcionar.
Me volví a George.
—Es nuestro turno —dijo.
—Sí. Felicidades por su primer Arbitraje con éxito.
—No habría sido posible sin ti —dijo.
—Tienes razón. No lo habría sido.
George me ofreció una sonrisa. El impacto era asombroso, pero ahora era inmune.
—Supongo que ahora tengo prohibida la entrada a la posada.
—Bueno, has destrozado mis manzanos, impusiste deliberadamente una situación de gran angustia emocional en mis huéspedes y en mí, y me manipulaste para que llevara a cabo un peligroso ritual mágico que podría haberme costado la cordura. Por desgracia, tanto como me gustaría prohibírtelo, la Oficina de Arbitraje es un valioso aliado. Así que Gertrude Hunt te daría la bienvenida de nuevo, en caso de necesitar nuestra hospitalidad. Al triple de tu tasa actual.
George se rió.
—Muy bien. La factura ya ha sido pagada.
Había registrado la cuenta hace una hora. Mi cuenta mostraba un precioso nuevo equilibrio, con un bono de cien mil dólares marcados como “manzanos”. Me habían pagado a través de un complicado proceso en el sistema de la red de posaderos. Resistiría el escrutinio, siempre y cuando todos mis impuestos fueran presentados correctamente.
—Cogiendo prestado la frase del Mariscal de la Casa Kahr, hasta la próxima vez —dijo George.
Sí. Esperemos que no sea demasiado pronto.
La parte superior de su bastón se encendió con una luz brillante y la gente del Árbitro desapareció.
Me senté en mi silla del patio y suspiré. La posada había hecho brotar racimos de uvas entre las vigas del techo del porche y el espacio estaba bañado con una suave luz. Por fin. Todo el mundo se había ido.
La puerta se abrió y Caldenia salió al porche. Su Gracia estaba vestida con un traje verde claro estilo kimono. Se sentó a mi lado. Orro la siguió y se inclinó sobre mí, como una sombra de siete pies de altura, algo puntiaguda.
Oh. Cierto. Él también se iba. La cocina se sentiría tan vacía y silenciosa sin él. Pero no podía permitírmelo.
Le sonreí.
—Muchas gracias por tu ayuda, Orro. No podría haberlo hecho sin ti. Has logrado lo imposible.
Él se inclinó sobre mí sin decir una palabra.
Levanté la mano. La pared de ladrillo de la posada se abrió y una pequeña tarjeta de datos apareció en mi mano. Se la ofrecí.
—Es tu pago y algunos respaldos para ti. No es mucho, pero es lo menos que puedo hacer.
—Por favor, querido. —Caldenia echó un vistazo a Orro—. Ella ha obtenido testimonios de la Khanum de la Horda, tres Casas de la Sagrada Anocracia, el Clan Nuan y yo. Son suficientes recomendaciones para rejuvenecer tu carrera.
Orro se movió. Su mano salió disparada, una rapidísima falta de definición. Una pequeña magdalena aterrizó en frente de mí, decorada con un remolino de brillante crema amarilla y una pequeña flor hecha de pasta de azúcar. El delicado aroma de mango llenó el aire.
—¿Para mí?
Él asintió con la cabeza.
—Gracias.
Hizo un ruido parecido a harrumph y se movió de nuevo. Bajé la vista hacia el volante de la tienda de comestibles que había depositado sobre la mesa. Había un círculo sobre una venta de fresas y cerezas.
—Necesito estas cosas. No puedo hacer el desayuno sin nada.
Parpadeé.
—Y la cena. Voy a necesitar estos. —Pasó la página y señaló las chuletas de cerdo.
—Orro, no puede permitirme el lujo de mantenerte. Eres un chef Cleaver. Yo apenas tengo invitados...
Su pecho se hinchó, sus agujas se pusieron de pie, haciéndole aún más grande.
—Esto es una posada. Una posada necesita un chef. No puedes permitirme no mantenerte. ¡Ni siquiera tienes un coagulador gastronómico!
—Orro...
—No me hables de dinero. Si me voy, tú arruinarías esta cocina. Te revolcarías con tus barbaries prehistóricas, produciendo alimentos no comestibles y profanando los ingredientes. —Levantó la barbilla—. He hablado.
Se volvió, entró en la casa y cerró la puerta de la pantalla detrás de él.
—Oh, gracias a las estrellas. —Caldenia exhaló—. Sin ánimo de ofender a tu cocina, pero la idea de volver a ella me estaba causando ansiedad real.
Entonces. Teníamos un chef. Lamí la cubierta de mi magdalena. Estaba deliciosa. Mmmm, mango.
—¿Dónde está tu hombre lobo? —Caldenia arqueó las cejas.
Hace una hora Sean y Nuan Cee habían salido solos a la noche oscura. Vi como la armadura se derramaba de Sean Evans y su cuerpo adelgazó a su forma humana. Él respiró hondo, miró a la luna, entregó sus armas al Comerciante, y se alejó.
—Estará por aquí —le dije y lamí otra vez mi magdalena, saboreándola—. Estoy segura.
—Las cosas que ha visto. Lo que ha tenido que pasar. He tenido aventuras con hombres dañados por la guerra. Es una batalla cuesta arriba, que, la mayoría de las veces, no vale la pena el esfuerzo. ¿Te das cuenta de que esto será muy duro?
—Sí —le dije.
—Muy bien. —Su Gracia se echó hacia atrás—. Después de todo, será interesante presenciarlo. Hay que hacer algo con el entretenimiento de por aquí.
Me reí y me comí mi magdalena.