Capítulo 4

 

 

La posada me despertó quince minutos antes de las seis, y me metí en la ducha, que desterró eficazmente mi somnolencia, pero no hizo nada por mi cara. Tenía la piel hinchada, los ojos hundidos, y en general parecía que había tenido una larga semana de borrachera y que hacía solo unas horas se me había pasado la resaca. No había tiempo para arreglarlo, así que me apliqué un poco de rímel en las pestañas, esparcí unos polvos aquí y allá, me vestí con unos pantalones de entrenamiento ligeros y una camiseta suelta en caso de que tuviera que moverme muy rápido y cogí mi capa favorita. Azul oscuro, flexible y ligera, estaba hecha de seda de araña y tenía una mayor resistencia a la tracción que el Kevlar1. Llevarla era como envolverse en una armadura de seda. No detendría una bala, pero bloquearía un cuchillo. Mi madre me la regaló cuando cumplí los dieciocho.

La tristeza se apoderó de mí, tan intensa, que me paralicé sosteniendo la capa en mis manos. Quería que mi madre volviera. La quería ahora, en este instante, como si retrocediera a mi infancia y fuera una niña asustada, quería abrazarla y dejar que ella lo arreglara todo.

Exhalé, intentando aliviar el repentino dolor de mi pecho. Si quería aumentar las esperanzas de recuperar a mis padres, necesitaba más clientes en mi posada. Al menos veinte llegarían hoy y quería examinar sus rostros cuando vieran el retrato de mis padres. Me puse la capa.

Las capas eran el atuendo tradicional de un posadero. Mi padre solía decir que servían a dos propósitos: escondían el cuerpo, dificultando que el ataque de otro diera en un punto vulnerable, y daba “cierto aire de misterio”. Iba a necesitar ese aire de misterio. Las tres facciones de esta cumbre iban a traer a los mejores de su pueblo. Cada vampiro era una fortaleza por sí mismo, los otrokari poseían una fuerza abrumadora, y los miembros del clan de Nuan Cee eran implacables. Sería una ventaja si dudaban antes de decidir hacer algo imprudente.

La posada sonó, anunciando una afluencia de magia detrás de mi huerta. Recogí mi escoba, salí de mi habitación, y crucé el pasillo a la pared. Bestia estaba curiosamente desaparecida en acción.

—Terminal, por favor.

La pared se dividió, revelando una gran pantalla.

—Imagen de las cámaras de la huerta.

La pantalla se encendió, mostrando el campo detrás de mis manzanos. Una densa esfera flotaba a un pie sobre la hierba, como si un líquido transparente se retorciera en una burbuja de nueve pies de altura. La burbuja estalló, dejando tres seres y una gran plataforma con ruedas llena de bolsas en la hierba. El primero era el Árbitro, alto y rubio, vestido con pantalones gris oscuro, una camisa gris oscuro, un chaleco negro con bordados dorados y botas piratas.

El hombre de su derecha era un pie más bajo pero un centenar de libras más pesado, con hombros anchos, enorme pecho y fuertes brazos definidos. Una armadura táctica de alta tecnología blindaba su torso, contorneaba su vientre plano, y tenía que ser a medida. Era demasiado grande para cualquier prenda diseñada para ajustarse a personas de tamaño medio. Su cabello negro estaba apartado de su rostro en una vasta cola de caballo. Su cuerpo irradiaba fuerza y poder. Parecía inamovible como un coloso de piedra, pero entonces dio un paso adelante, sorprendentemente ligero de pies. Había algo extraño en su rostro. Las proporciones no eran del todo correctas para un ser humano.

—Zoom, por favor.

La cara del hombre llenó la pantalla. Su piel tenía un tinte oliváceo, pero sus ojos, hundidos bajo gruesas cejas negras, eran de un gris claro impactante, el tipo de plateado que la mayoría solo podía lograr con lentes de contacto. Su mandíbula era demasiado pesada y demasiado musculosa, el tipo de mandíbula que por lo general lucían vampiros viejos y canosos, excepto que no era en absoluto un vampiro. Había visto todo tipo de seres, pero esto era nuevo para mí.

El hombre de ojos grises agarró el mango de la plataforma y los visitantes se dirigieron hacia la casa.

El tercer hombre era casi tan alto como el Árbitro, pero donde George era delgado, con la gracia elegante y sofisticada de un espadachín entrenado, este hombre comunicaba agresión estrechamente controlada. No caminaba, marchaba tranquilo y vigilante de forma deliberada. Su cabello, rojizo profundo, estaba despeinado. Iba de negro, y mientras los pantalones oscuros y el doblete negro oscurecían las líneas exactas de su cuerpo, estaba muy claro que sus músculos eran fuertes como el acero. Una cicatriz irregular cruzaba su mejilla izquierda, como una pequeña estrella pálida sobre su piel. Parecía duro como lo eran a veces los veteranos sin intentarlo.

La cicatriz parecía tan familiar... Había visto antes al Árbitro y a él. Solo que no podía recordar dónde.

—Hora del espectáculo —murmuré y bajé las escaleras.

Mientras descendía, el delicioso aroma de tocino frito se arremolinaba a mi alrededor, mezclado con algunas especias. Bestia salió disparada de la cocina, como un rayo peludo blanco y negro, llevando una pequeña tira de tocino entre sus dientes. Ahí estás. Misterio resuelto.

Metí la cabeza en la cocina. Orro estaba junto a la estufa, removiendo con la cuchara. Tres moldes diferentes crepitaban en el fuego y diversos ingredientes ocupaban la isla.

—El Árbitro está aquí. Tres invitados más, machos, probablemente humanos.

Él gruñó y agitó todo lo que estaba cocinando. Pues vale.

Fui a la puerta de atrás, esperé a que alguno llamara y la abrí.

—Bienvenidos.

George asintió.

—Hola, Dina. Espero que no sea demasiado temprano.

—De ningún modo. Justo a tiempo para el desayuno. Adelante.

George entró. El hombre de pelo castaño rojizo le siguió. El tercero echó un vistazo a la plataforma, que era demasiado grande para pasar por la puerta.

Sonreí.

—Por favor, déjela. Yo me encargaré.

El hombre se volvió hacia mí. Detrás de él, la plataforma se hundió en el suelo sin hacer ruido. La posada movería las bolsas a sus cuartos.

—Es pesado —dijo, su voz profunda—. Yo solo puedo llevar las bolsas de una en una.

—Está bien —le aseguré. Detrás de él, la hierba fluyó hasta cerrarse, como si la plataforma nunca hubiera existido.

Miró hacia atrás y volvió a mirar.

—¿Gaston? —George le llamó desde el interior.

El gran hombre se encogió de hombros y entró en la posada.

Les conduje a la sala de estar. George tomó una silla a la izquierda, Gaston aterrizó en el sofá, y el hombre de pelo castaño rojizo se apoyó contra la pared, inhalando profundamente. Sean solía hacer eso. Este hombre era un cambiaformas. No un hombre lobo o un hombre gato de la Horda del Sol, sino otra cosa.

—El desayuno se sirve a las siete —dije.

—Huele divinamente —dijo George—. Esperaba poder repasar algunos puntos de nuestra estrategia mientras desayunábamos.

Me senté en mi silla favorita. Bestia corrió a la habitación, vio al hombre de pelo castaño rojizo, y le gruñó. Él la miró. Su labio superior se elevó ligeramente, revelando un destello de sus dientes. Sí, sin duda, un cambiaformas.

—Por favor, no intente intimidar a mi perro —dije.

—No lo haré —dijo el hombre de pelo rojizo—. Cuando decida intimidar…

—Lo sabré —terminé por él—. No es un perro ordinario. Si le muerde, le causará un daño real.

El cambiaformas estudió a Bestia.

—Mmm.

George sonrió.

—Este es mi hermano, Jack. Aquel de allí es Gaston, nuestro primo.

Interesante familia.

—Debe darse cuenta de que tanto los otrokari como los vampiros verán a Gaston como un desafío.

—Cuento con ello. Las cosas claras, soy el planificador —dijo George—. Gaston es el músculo. Su trabajo consiste en atraer la atención y parecer amenazante. Es muy bueno en eso.

Gaston sonrió, mostrando los dientes de sierra.

—Jack es el asesino —continuó George—. Conoce a otros asesinos, les entiende, y si es necesario, eliminará la amenaza física antes de que tenga la oportunidad de causar ningún daño.

Algo se rompió en la cocina.

Los tres hombres miraron a la puerta de la cocina.

—Entiendo que esos de su profesión están familiarizados con los otrokar y los vampiros —dijo George—. ¿Tal vez podríamos comparar notas?

Los archivos de los Árbitros eran legendarios. Probablemente ya sabía todo lo que era humanamente posible saber acerca de las tres facciones que participarían en la cumbre. Esto sonaba como otra prueba o tal vez la falta de sueño me ponía de mal humor.

—Estaría encantada…

El gruñido de un Quillonian en peligro de muerte me interrumpió. ¿Y ahora qué?

—Disculpen. —Me levanté y entré en la cocina.

La puerta de la alacena estaba abierta de par en par. El Quillonian estaba enfrente, todas sus espigas erectas en su espalda. Sus manos sujetaban un plato. Un trozo grueso de madera sujetaba el otro extremo, intentando arrebatárselo a Orro y devolverlo a su sitio.

—¿Qué está pasando?

—¡He roto un plato y se niega a darme otro! —gruñó Orro—. ¿Cómo se supone que iba a saber que eran platos prehistóricos rompibles?

—Dale el plato, por favor.

El tentáculo lo soltó y Orro retrocedió con el plato en sus manos.

—Por favor, ayúdale —dije a la posada.

La cocina crujió.

—Lo sé —le dije—. Pero tienes que aprender a trabajar con él.

Orro agitó el plato.

—Preservaré.

—Estoy segura de que lo harás.

Volví a entrar en la sala de estar y me senté en mi silla, empujando mi magia.

—Terminal, pantalla dividida, archivos de vampiro y otrokar, por favor.

Una pantalla ancha se encendió en la pared del fondo, en el lado izquierdo, mostraba un vampiro y en el derecho un otrokar.

George elevó las cejas.

—Gracias. Los vampiros y los otrokari son especies similares en la superficie. Las dos evolucionaron de la misma cepa humanoide depredadora. Tienen una sociedad marcial, que se basa en ideales de conquista y adquisición de tierras, valorando sobre otras formas la riqueza material. Son a la vez agresivos y responden con rapidez a la violencia. El arte y las religiones de estas civilizaciones muestran un fuerte culto por el honor de un guerrero. Las culturas no muestran casi ninguna diferencia entre los géneros. Ahí es donde terminan las similitudes.

Un punto justo.

—Los vampiros de la Sagrada Anocracia pretenden convertirse en soldados perfectos —dijo George.

—Vampiro —murmuré. La pantalla de la izquierda trajo un primer plano de un caballero vampiro con la armadura de combate, balanceando una maza de batalla negra y roja.

—Cada caballero es una máquina de matar versátil, un humano depredador entrenado en varios estilos marciales.

El vampiro en la pantalla se enfrentó a un lagarto. El lagarto púrpura cogió la maza del vampiro y la arrancó de sus manos. El vampiro sacó dos espadas cortas de las vainas de su armadura y giró, cambiando su postura.

—Si cincuenta vampiros están en el campo, uno de ellos será un líder y otros dos servirán como sargentos —dijo George—. Si el líder muere, uno de los sargentos tomará su lugar, y el mejor de los soldados bajo su mando se convertirá en un sargento. Superan varias etapas de educación marcial. Todos comienzan como soldado de tropa y reciben la misma formación básica marcial. Los que son elegidos tienen que estudiar y entrenar más, alcanzando el rango de caballeros y ascienden dentro del título de caballero. Es posible la especialización, pero en general cada vampiro es muy adaptable. El núcleo de la Sagrada Anocracia, las Casas nobles, se compone por individuos que son soldados hereditarios. Son la élite guerrera. Los otrokari funcionan de manera diferente.

—Otrokar —murmuré a la posada. La pantalla desplegó un enorme otrokar macho. Tenía que medir más de siete pies de altura y pesar al menos trescientos cincuenta libras. Los músculos sobresalían. La imagen se desvaneció y una nueva se deslizó en su lugar: otro otrokar, pero éste mediría seis pies de alto, delgado, hacía girar dos sables imposiblemente rápido.

—Probablemente se esté preguntando por qué hay tal discrepancia —me dijo George.

—En la pubertad, los cuerpos de los otrokar comienzan a producir ciertas hormonas —dije—. La hormona tiene una gran capacidad para remodelar sus cuerpos. Si comienzan el levantamiento de pesas, la hormona actuará y les hará más grandes. Si se entrenan en gimnasia, les volverá más compactos y delgados. Es parte de su adaptación evolutiva, diseñada para permitirles sobrevivir en una amplia variedad de climas. Los niños que maduran en épocas de sequía son más pequeños, los niños que maduran en climas fríos son más grandes.

Jack sonrió.

—De vez en cuando se olvida de que el resto no somos idiotas.

George no le hizo caso.

—Tiene toda la razón. Los otrokari son altamente especializados. La producción de hormonas se detiene después de que alcanzan la madurez, y quedan atrapados en las elecciones que hicieron en su adolescencia. Solo pueden dedicarse a una profesión, pero se les da muy bien.

—Así que si necesitas a alguien para hacer estallar un puente en territorio enemigo... —dijo Gaston.

—Los vampiros podrían enviar a un equipo de cinco personas —dijo Jack—. Los cinco sabrán cómo armar y desarmar la bomba.

—En cambio, serían veinte otrokar —continuó George—. Cinco sabrán cómo hacer funcionar la bomba y el resto les mantendrá vivos mientras lo hacen. Los otrokari se definen por las familias numerosas y superan en número a los vampiros más o menos tres a uno. Individualmente, los vampiros son mejores soldados, pero los otrokari suelen vencer al atacar como una horda. Los vampiros son dirigidos por la aristocracia hereditaria, mientras que la promoción dentro de las filas otrokar es una meritocracia influida por un concurso de popularidad. Las diferencias entre las ideologías son tan vastas, que las dos civilizaciones sienten un gran desprecio una por la otra, por no hablar de que en la actualidad están involucradas en una guerra sangrienta. Si los miembros de las dos delegaciones entran en contacto directo, podemos esperar fuegos artificiales.

—No tendrán muchas oportunidades para el contacto no supervisado —dije—. Serán alojados en aposentos separados con acceso individual a la sala común, al comedor y al salón de baile. Si intentan acercarse, se les desaconsejará gravemente volver a intentarlo.

—¿Cómo planea hacer eso exactamente? —preguntó Jack—. También es necesario discutir las medidas de seguridad de su equipo.

¿De verdad?

—Soy una Posadera. No necesito un equipo de seguridad.

Sus ojos se estrecharon.

—¿Así que va a mantenerles separados usted sola?

—Sí.

Gaston se frotó la barbilla.

—Es consciente de que son soldados profesionales —dijo Jack.

—Sí.

Jack miró a su hermano. George sonrió.

Jack no se detendría. Conocía a los de su tipo. No formaba parte de la Horda del Sol, pero seguía siendo un cambiaformas y probablemente era un gato. Los gatos tenían mucha confianza en sí mismos y se irritaban ante cualquier autoridad. Sean me hubiera dado el beneficio de la duda, pero Jack no lo haría. No hasta que le diera un manotazo en la nariz.

—¿Es un soldado profesional? —pregunté.

—Lo fui por un tiempo —dijo Jack.

Ajá.

—¿Y supongo que es rápido y mortal?

Jack frunció el ceño.

—Por supuesto.

Miré a Gaston.

—¿Supongo que también es un soldado profesional?

Él sonrió.

—Soy más un caballero de la aventura.

George se rió por lo bajo.

—Suelo salvar a estos dos de ellos mismos —continuó Gaston—. De vez en cuando hago un poco de trampas.

¿Qué?

—¿Trampas?

—Escalar una pared de diez pies, saltar desde las sombras, romper el cuello de un diplomático, implantar documentos falsos en su cuerpo y evitar un incidente internacional son el tipo de cosas que frena posibles guerras —dijo Gaston amablemente—. Es terrible, pero muy necesario.

Esa fue una muy buena definición de esas trampas en específico. Les sonreí a los dos.

—Puesto que son hombres de acción, esto debería ser un reto fácil. Quítenme la escoba.

Los dos midieron la distancia entre ellos y yo.

Jack miró a su hermano.

—¿No vas a decir nada?

George sacudió la cabeza.

—No, dejaré que te cuelgues solo. Estás haciendo un buen trabajo.

Jack se encogió de hombros.

Gaston saltó en el aire. Fue un salto increíblemente poderoso. Despegó del suelo como si hubiera sido disparado por un cañón, volando por el aire en línea recta hacia mí. La pared de la posada se dividió. Unas raíces gruesas y flexibles, suaves con el grano de la madera, pero ágiles como látigos, explotaron de la pared, atraparon a Gaston en el aire y le envolvieron en un capullo.

Jack corrió por debajo de Gaston. Los zarcillos de la posada se lanzaron a por él, pero los esquivó, deslizándose lejos de su alcance como si sus articulaciones fueran líquidas. Era algo digno de ver. Le dejé acercarse a tres pies de mí y clavé la escoba en el suelo. El mango de la escoba se fracturó. Un rayo azul eléctrico iluminó la habitación y golpeó la piel de Jack. Este convulsionó y se desplomó como un tronco.

George arrojó algo. El movimiento de su mano fue tan rápido, que se desdibujó. Los zarcillos se dispararon para bloquearlo y un dardo de cuatro pulgadas cayó sin causar daño al suelo.

El suelo de la posada se abrió como el agua y Jack se hundió en él hasta el cuello. A mi alrededor la habitación se estiró ligeramente, esperando. La escoba se reformó en mi mano. Chasqueé los dedos y el suelo se elevó, girando, levantando a Jack al nivel de mis ojos. Gaston estaba colgado por encima de él, suspendido cabeza abajo. Solo su cara era visible.

El hombre de ojos grises desencajó sus enormes mandíbulas.

—Bien. Esto está un poco apretado.

ImageMe enfrenté a la pared del fondo y empujé con mi magia. La madera se desintegró. Un vasto mar poco profundo naranja pálido se extendía ante nosotros bajo el cielo gris perla. A lo lejos los picos dentados atravesaban la superficie del agua, que reflejaba los planetas rojizos. El viento me bañó, trayendo consigo el olor a sal y algas. Sí, esto quedaría muy bien.

Ondas turbaron la superficie. Una enorme aleta triangular con puntos largos cortó el agua como un cuchillo, acelerando hacia nosotros.

—La posada es mi dominio —dije—. Aquí soy el ser supremo. Si se empeñan en ser un problema, les tiraré a ese océano y les dejaré allí toda la noche.

La aleta estaba a apenas veinticinco yardas de distancia.

Veinte.

Quince. Una piel azul brillante salió del agua.

La pared se reconstruyó justo antes de que una enorme boca salpicada de dientes como puñales nos comiera.

Caldenia descendió por las escaleras.

—Ooo. ¿Amenazas tan temprano por la mañana, querida?

Ojalá.

—Les presento a Caldenia ka ret Magren —dije—. Su Gracia es una invitada permanente de la posada.

George se levantó del sofá y ejecutó una reverencia impecable con floritura. Liberé a Gaston de los zarcillos, bajó al suelo suavemente y también se inclinó.

—¿Va a dejar que me vaya? —preguntó Jack en voz baja.

—Me lo estoy pensando.

—¿Así que Gaston puede irse pero yo no?

—Me gusta más que usted.

Jack me miró y sonrió.

—Bastante justo. Tengo lo que pedí.

Disolví el suelo y dejé que Jack se presentara.

George se giró hacia mí.

—No sabía que pudiera abrir puertas dimensionales.

—Y no puedo, pero Gertrude Hunt sí.

Una tos me hizo girar. Orro estaba en la puerta del pequeño comedor.

—Creo que el desayuno está listo —anuncié.

Los tres hombres, Caldenia, y yo entramos en el comedor y nos sentamos alrededor de la antigua mesa. Los zarcillos se deslizaron de la pared y un plato se deslizó suavemente en su frente hacia mí. Parpadeé. Un huevo cocido y delgado como el papel, semejante a un crepe, estaba plegado elaboradamente con pequeñas patatas fritas con el toque perfecto de dorado, salchichas desmenuzadas y pequeños trozos de setas. Un delgado tallo verde brotaba desde el centro de la mezcla, con una fresa con delicadas flores rosas talladas. Una pequeña cesta tejida con estrechas tiras de tocino estaba junto a la bolsa de huevo, sosteniendo por un lado la yema del huevo espolvoreada con especias y junto a ella una flor de pétalos de pepino florecía con un centro de más yema de huevo que había sido canalizado con precisión quirúrgica. Era tan bonito, que no sabía si comérmelo o enmarcarlo. Solo el aroma me hacía la boca agua.

—¡Huevos de tres maneras! —anunció Orro y se retiró a la cocina.

 

Image

 

Los huevos de tres maneras estaban increíblemente deliciosos. Ver a Caldenia comérselos fue una experiencia en sí misma. Su Gracia trató con delicadeza el relleno de la cesta de huevo, utilizando los dientes de su tenedor para atravesar la yema de huevo, cogiendo la pequeña cesta de tocino y sorbiendo delicadamente el contenido. Los carnívoros dientes afilados destellaron, el tocino crujió, y se limpió los labios con una servilleta.

Mi asiento me dejaba entrever un pequeño sector de la cocina desde la puerta. En su interior Orro estaba paralizado enfrente de la isla, una toalla de cocina en la mano.

Su Gracia dejó la servilleta.

—Exquisito.

Todas las agujas de Orro se pusieron de punta. Por un segundo fue como una de esas bolas puntiagudas de color neón que se encontraban en la sección de juguetes. Un momento más tarde, sus agujas bajaron a su lugar y continuó limpiando la isla.

Se sirvió el almuerzo a las doce y contó con algo llamado “Simple crema espesa de pollo y verduras”, que resultó ser pollo asado con la piel crujiente y la carne tan tierna, que se derrumbaba bajo la presión de mi tenedor, servido con espinacas frescas, cítricos, almendras y algún tipo de cobertura increíblemente deliciosa. No podría mantener a Orro. Era demasiado caro, pero sería una idiota si no lo disfrutaba mientras durase.

A las seis y media todo estaba listo y esperaba en el porche trasero, usando la capa. El punto de entrada designado era el campo detrás de mi huerto, lejos de la carretera principal, y la maleza y los árboles bloquearían la mayoría de los efectos secundarios más llamativos de la llegada de los huéspedes. Había alentado suavemente a seis manzanos a apartarse unas pocas yardas y así tener un camino claro a través del huerto y desde donde estábamos se podía ver el campo y su césped recién cortado. El cielo estaba nublado, prometiendo una tarde desapacible. Un viento frío sacudía los árboles.

Casi cuarenta invitados, la mayoría de ellos de alto rango. Un paso en falso y mi reputación y la clasificación de la posada no se recuperarían. Mi mente no dejaba de dar vueltas a la lista de preparativos: cuartos, salón de baile, instrucciones a Orro. En el último momento había reactivado los establos. La posada los había construido hacía muchas décadas, por lo que todo lo que había tenido que hacer era sacarlos del almacén subterráneo de la posada. Desenterrarlos fue algo tenso para la posada y para mí, pero era mejor tener los establos y no necesitarlos que dejar que el apreciado dinosaurio de carreras de un invitado yaciera bajo la fría lluvia, cuando los tenía a mi disposición.

Había pensado en todo. Bajé mi lista de verificación y crucé todos los ítems. Aun así me sentía nerviosa. Si fuera un motor, estaría funcionando a ralentí demasiado alto. Podía manejar a cuarenta invitados. Había manejado más en la posada de mis padres, pero solo por poco tiempo y ninguno había estado activamente en guerra con los demás.

Todo iría bien. Esta era mi posada y ninguna cantidad de clientes podría cambiar eso.

Extendí la mano y me apoyé en la columna del porche de atrás. La magia de la posada conectó con la mía, inquieta. La posada también estaba nerviosa.

Los postes y el techo eran una nueva adición de la posada que había crecido por sí sola. No me había dado cuenta, pero había desarrollado el hábito de caminar hacia el patio trasero, que solía ser una losa de hormigón, y observar los árboles. A veces sacaba una silla plegable y leía. El sol de Texas no conocía la misericordia y después de quemarme una segunda vez al quedarme fuera de un minuto o dos demasiado tiempo, la posada tomó el asunto en sus propias manos y la piedra y la madera germinaron para dar forma a un porche con techo. También sustituyó la losa de hormigón por baldosas que no estaba segura de donde había sacado la posada.

—Todo irá bien —murmuré a la casa, acariciando la madera con la punta de los dedos. La magia de la posada se apoyó en mí, tranquilizada.

—Lo hará —dijo George. Estaba a mi lado con el mismo traje de esta mañana, pero ahora también portaba un bastón adornado en la parte superior, con arremolinadas incrustaciones plateadas sobre la madera oscura. No me sorprendería si tenía una hoja en él. También había desarrollado una misteriosa cojera. Al parecer, al Árbitro le gustaba ser subestimado.

Detrás de nosotros Gaston y Orro mantenían una tranquila conversación. La ventana estaba abierta y nos llegaba el sonido de sus voces.

—Así que si era tu primera comida, ¿por qué los huevos? —preguntó Gaston—. ¿Por qué no caviar o trufas o algo complicado?

—Considera la Coq au Vin —respondió Orro—. Incluso la receta más simple requiere un proceso largo. Uno tiene que tener un ave madura y marinar en burdeos durante dos días. Una vez marinado, debes saltear gruesas rebanadas de tocino en una sartén. Luego, tienes que dorar el pollo, cubrirlo de coñac, y luego hacer que arda.

Era sin duda una receta de la Tierra, francesa de hecho. ¿Cuándo la había aprendido?

—A continuación, sazonas el pollo. Sal, pimienta, laurel y tomillo. Hay que añadir la cebolla, el pollo debe hervir a fuego lento, la harina es rociada sobre todo, y seguir a fuego lento. Se añaden más ingredientes, tocino, ajo, caldo de pollo, champiñones, hasta que mezclas todo en un delicioso conjunto armonizado.

—Me está entrando hambre —dijo Gaston—. Pero sigo sin ver el punto.

—Ningún ingrediente es la estrella de ese plato —dijo Orro—. Se trata de un conjunto. Podría cocinarse en una docena de formas, alterando las cantidades de ingredientes y especias y crear nuevas variaciones. ¿Cómo se realiza la acción? ¿De qué vendimia es el vino? Un estudiante de segundo año de cocción haría este plato y sería comestible. La misma complejidad de su preparación hace que la receta sea flexible. Consideremos ahora un humilde huevo. Es posiblemente la comida más antigua conocida en todo el Universo. El huevo es un huevo. Cocínalo demasiado tiempo y se vuelve duro. Cocínalo poco y se convierte en un lío de aspic. Rompes la yema, por descuido y el plato se arruina. Se rompe si al pelar la cáscara no lo haces con cuidado, ninguna experiencia culinaria puede arreglarlo. El huevo no deja espacio para el error. Ahí es donde brilla la verdadera maestría.

Jack entró en la cocina y salió al porche.

—Hay un coche de policía aparcado dos casas más abajo. El policía en el interior está mirando la posada.

Suspiré.

—Debe ser el oficial Marais. —Puntual como un reloj.

—¿Deberíamos preocuparnos? —dijo George.

—El oficial Marais y yo tenemos una historia.

Todas las personas tenían magia. La mayoría no sabía cómo usarla, nunca lo habían intentado, pero la magia seguía encontrando maneras de filtrarse. Para el oficial Marais se manifestaba como intuición. Cada instinto que tenía le gritaba que había algo raro en Gertrude Hunt. No podía demostrarlo, pero le molestaba igual. El oficial Marais era concienzudo y trabajador, y esta noche un hiper presentimiento le había advertido que algo “raro” estaba a punto de suceder, así que había conducido hasta el barrio Avalon y estaba vigilando la posada.

—Tiene un sentido más desarrollado de la intuición —expliqué—. Por eso me he asegurado de que todo el mundo sepa que se entra por la huerta. Mientras no vea nada, todo irá bien.

—¿Ha confirmado a los delegados? —preguntó George.

Jack asintió.

—Los otrokari a las siete, los Comerciantes a las siete y media, y los vampiros a las ocho. He oído algo interesante desde el Ministerio del Interior. Dicen que estamos en algunas aguas turbulentas con los vampiros.

George levantó una ceja.

—Casa Vorga.

Jack suspiró.

—Es realmente molesto cuando ya sabes lo que te voy a decir.

—Por eso me lo dices. —George se volvió hacia mí—. La delegación incluye a todos los caballeros de la Casa encargados del combate en Nexus. Hay tres grandes Casas y dos menores. Todas las Casas principales eran receptivas a las conversaciones de paz al principio; sin embargo, en los últimos días, la Casa Vorga ha comenzado a inclinarse a favor de continuar el conflicto.

—Entonces, ¿qué quiere decir eso? —preguntó Gaston desde la cocina.

—Sabes lo mismo que yo. —George hizo una mueca—. Podría significar que la Casa Vorga se ha aliado en secreto con la Casa Meer para derribar a las otras Casas. Esto podría significar que alguien de la Casa Vorga ha ofendido a alguno de la Casa Krahr por pisar su sombra, usar el color equivocado o no detenerse el tiempo suficiente ante un altar sagrado. Esto podría significar que alguien vio un pájaro volar en la dirección equivocada sobre el campanario de la catedral local. Es la política vampírica. Es como meter la mano en un barril con cuarenta cobras e intentar reconocer una culebra de jardín por el tacto.

Lo mejor de la política vampírica es que era el problema del Árbitro. Yo solo tenía que mantener a los vampiros a salvo.

George estaba mirando a la huerta, con expresión distante.

—Oye, George —dijo Gaston. Le miré y me guiñó un ojo—. ¿Por qué cuarenta?

—Porque es un número lo suficientemente grande para que las probabilidades de encontrar a una culebra de jardín sean mínimas —dijo George, su voz plana.

—Sí, pero, ¿por qué no cincuenta o cien? ¿Por qué un número tan extraño? ¿Cuarenta? Las serpientes no se miden comúnmente en cuarenta.

George giró sobre su pie y miró a Gaston. El gran hombre esbozó una sonrisa.

Jack se rió para sí mismo.

—Cuando él se concentra así —me dijo Gaston—, puede oír los engranajes de su cabeza si no hace ningún ruido. A veces se percibe una leve bocanada de humo saliendo de sus orejas...

El aire sobre la hierba onduló como una cortina de plástico transparente, desvelando un profundo vacío púrpura por una fracción de segundo. El vacío parpadeó su ojo morado y un grupo de otrokari apareció en la hierba. Uno, dos, tres... doce. Lo esperado.

El primer otrokar se adelantó hacia nosotros. Enorme, de al menos seis con cinco de altura, y musculoso a juzgar por los poderosos brazos y las piernas, estaba envuelto en el manto tradicional otrokar, que era más una muy amplia bufanda larga diseñada para proteger sus brazos y la cara del sol. Algo gastado, le cubría la cabeza, los hombros y el torso hasta la mitad del muslo. El mango de una gigantesca espada en una vaina de cuero sobresalía por encima del hombro del otrokar. El segundo otrokar siguió los pasos del primero. Era delgado y más bajo que el líder por aproximadamente cuatro pulgadas. La diferencia entre los dos era tan pronunciada, que casi no parecían de la misma especie.

Los demás les siguieron.

El líder alcanzó el porche y apartó el manto con un solo movimiento fluido. Una enorme mujer otrokar se puso firme ante mí, vestida de cuero y el tradicional medio-kilt2. Su piel era de un rico bronce profundo, con un toque anaranjado. Músculos tensos. Llevaba el pelo recogido en una trenza francesa hasta la nuca y luego suelto en una larga melena. Las raíces eran tan oscuras que parecían negras, pero se aclaraba gradualmente hasta las puntas, que eran de un profundo rubí, como si hubiera sumergido el cabello en sangre fresca. Sus oscuros ojos violetas bajo las cejas negras nos examinaron, evaluándonos. Su postura cambió un poco. Con una segunda mirada, ya lo había visto todo: Jack, George y yo, Gaston en la puerta y Orro en la cocina, y formuló un plan de batalla.

George se inclinó.

—Saludos, Khanum. Siento que tengamos que hablar en voz baja. La policía local está cerca. ¿Confío en que el viaje fuera bien?

—Hemos sobrevivido. —Su voz era profunda para una mujer. El tipo de voz que podía rugir—. Odio los viajes en el vacío. Se siente como si mi estómago se volviera del revés. —Hizo una mueca—. Supongo que tendremos que hacer la entrada formal una vez que lleguen todos.

—Es la costumbre —dijo George.

El otrokar a su lado se quitó la capa. No llevaba armadura, solo el kilt, el torso expuesto. Era delgado y duro, sus músculos tensos pero delgados definidos debajo del bronce oliváceo, como si la vida hubiera limado toda la suavidad de él. Si fuera un ser humano, le hubiera situado en la treintena, pero con la edad otrokar era difícil decirlo. Su cabello, largo y negro, con reflejos púrpuras, caía por su espalda. El cinturón de cuero fino y cadenas envolvían sus caderas. De él colgaban docenas de bolsas, talismanes y botellitas. La Khanum parecía un poderoso depredador felino. A su lado, él parecía un árbol degradado, o tal vez una serpiente: poco más que músculo seco. El rostro le hacía justicia: áspero, cincelado con trazos gruesos, los ojos de un verde tan claro que brillaban con un resplandor misterioso. Si no era un chamán, me comería mi escoba.

Inspeccionó la posada.

—¿Hay un pozo de fuego?

—Se ha establecido una sala específicamente para los espíritus —le dije—. Con el anillo de fuego.

Sus ojos se ampliaron una fracción.

—Bien. Les pediré a los espíritus que me muestren los augurios para estas conversaciones de paz.

—Más vale que los augurios sean buenos —dijo Khanum en voz baja, su voz mezclada con acero.

El chamán ni siquiera parpadeó.

—Los augurios serán lo que serán.

La Khanum tomó una respiración profunda.

—Supongo que tendré que aceptarlos. —Elevó un poco la voz—. Saludos, Árbitro. Saludos, posadera.

—Gertrude Hunt le da la bienvenida, Khanum. —Bajé la cabeza—. Sol de invierno para usted y sus guerreros. Mi agua es su agua. Mi fuego es su fuego. Mis camas son suaves y mis cuchillos están afilados. Escupan a mi hospitalidad y les cortaré la garganta. —Ahí estaba. Agradable y tradicional.

A mi lado, Jack se quedó muy quieto. No se tensó, al revés, se relajó completamente.

Khanum sonrió.

—Me siento como en casa ya. Sol de invierno para usted. Honraremos esta casa y a sus dueños. Nuestros cuchillos están afilados y nuestro sueño es ligero. Traicione el honor de su fuego, y le arrancaré el corazón.

La puerta se abrió, obedeciendo al empuje de mi magia. Di un paso atrás.

—Por favor, sígame, Khanum.

Diez minutos más tarde había regresado al porche. La posada había sellado la entrada detrás del último otrokar. La única manera de que pudieran salir sería a través del comedor.

A las siete y media brilló por encima del campo, como si un anillo de aire caliente sobrevolara la hierba de repente. El brillo se solidificó en una nave gigante, con elegantes líneas curvas que hacían pensar en una raya manta deslizándose a través del agua. La elegante nave aterrizó en el suelo, ligera como una pluma, una escotilla se abrió y salió Nuan Cee. De cuatro pies de altura, se asemejaba a un zorro con los ojos de un gato y las orejas de un lince. Lujoso pelaje suave, plateado y azul, perfectamente peinado, le cubría de pies a cabeza, aclarándose en el estómago y oscureciéndose a casi turquesa con motas o rosetas doradas en la espalda. Llevaba un hermoso delantal sedoso y un collar tachonado con joyas azules.

Nuan Cee me vio, saludó con la mano, y habló por encima del hombro.

—Este es el lugar correcto. Traedlo todo.

Se dirigió hacia mí. Surgieron cuatro zorros llevando un palanquín con cortinas rosas. Detrás de ellos salieron otros cinco zorros, su pelaje yendo del blanco al azul más profundo, saltando suavemente sobre la hierba, los cinco embellecidos con sedas y joyas. Un sonido de rebuznos bajos emergió del vientre de la nave. Un momento después apareció un pequeño zorro tirando de las riendas de lo que parecía un cruce peludo entre un camello y un burro. Una pila precaria de bolsas, paquetes y maletas se amontonaban en la grupa de la bestia, la pila casi dos veces más alta que la propia criatura. El zorro tiró de las riendas de nuevo y el burro-camello trotó en la hierba. Detrás de él apareció otra bestia, conducida por un zorro diferente.

—Por favor, aclaradme esto —murmuró Jack—. Vuelan en naves espaciales, ¿pero utilizan burros de carga?

—Les gustan los burros —le dijo George.

El quinto burro salió de la nave, cargado como todo los demás. Mis padres habían alojado a Nuan Cee antes. Me di unas palmaditas mentalmente por haber asignado suficientes habitaciones para alojar un grupo tres veces mayor de lo especificado.

—¿Cuánto tiempo esperan que dure esto? —silbó Gaston—. ¿Un año?

—Aman los lujos —le expliqué—. Lo peor que le puedes hacer a uno de ellos es obligarles a alejarse. Una vez que entren todos, ¿le molestaría mostrarles sus habitaciones? —Tendría que quedarme atrás para asegurarme de que ninguno se perdía y luego establecer a los burros en los establos.

—No hay problema —dijo Gaston.

Nuan Cee nos alcanzó por fin, flanqueado por una mujer de piel gris vestida con una armadura de alta tecnología. Su largo cabello caía por debajo de su cintura en rastras largas y delgadas. Sus ojos eran dorados y sus dientes afilados. Servía a Nuan Cee como saar ah y luchar contra ella era una idea muy peligrosa.

—¡Diiina! —Nuan Cee estiró la palabra.

—Shhh —susurré—. Honorable Nuan Cee, tenemos a un policía al otro lado de la casa vigilando.

—Oh. —Nuan Cee bajó la voz—. Cierto. Estoy encantado por visitar tu posada, encantadísimo. Permíteme presentarte a mi familia. —Agitó su mano-pata, y los zorros se alinearon, los del palanquín a la cabeza—. Mi abuela, Nuan Re. —El palanquín se inclinó hacia nosotros—. Mi hermana Nuan Kuo. Mi prima hermana por matrimonio, Nuan Oler. Mi segundo cuñado...

Cinco minutos después, el último zorro se plantó en el porche.

—¡Nuan Couki, ¡el séptimo hijo de mi primo tercero! —anunció Nuan Cee triunfalmente—. Este es su primer viaje.

El séptimo hijo nos miraba. Apenas mediría tres pies y medio de alto, con la piel de un pálido color arena y grandes ojos azules. Hizo un gesto con la pata hacia nosotros, chilló “¡Hola!” con un hilo de voz, y se lanzó detrás de la procesión de los parientes de Nuan Cee a la posada.

—Uf. —Nuan Cee se secó el imaginario sudor de la frente—. Es demasiado trabajo. Veamos las habitaciones.

Desapareció en la posada y le seguí.

—¿Cookie? —dijo Jack detrás de mí.

—Solo tienes que hacerlo —le dijo George.

Pude volver al porche a las ocho en punto. Tratar con el clan de Nuan Cee había llevado más tiempo de lo esperado. Apenas me sobraron unos minutos. Al menos no hacían mucho ruido. Si todo iba bien con los vampiros, habríamos esquivado esa bala.

Esperamos en silencio.

Pasó un minuto.

—Es muy raro que lleguen tarde. —George frunció el ceño.

Mi magia sonó en mi mente. Oh, no.

—¡Por delante! —Atravesé la casa a la carrera. Los hombres me siguieron—. ¡Vienen por delante!

Salí corriendo por la puerta principal.

—¡Al suelo! —gritó una voz masculina.

Doce caballeros de la Sagrada Anocracia Cósmica con armaduras de sangre blandían sus armas en medio de la calle. El oficial Marais estaba cubierto por su vehículo, apuntando con una pistola eléctrica al caballero que les lideraba.

—¡He dicho que al suelo! —rugió el oficial Marais.

El vampiro más cercano a él agarró su enorme hacha. Rayos de color rojo brillante recorrieron el arma. La había activado.

—¡No! —Corrí a la calle.

El oficial Marais disparó la pistola eléctrica. Los dardos de electrodos chocaron con la armadura de sangre del vampiro, soltando chipas azules.

El vampiro rugió. La enorme hacha giró en un arco y cortó el capó del coche de la policía por la mitad como si fuera una lata vacía de Fanta. El oficial Marais se quedó mirándolo durante un segundo en un silencio aturdido. Llevó la mano a su arma.

No podía dejar que disparara.

La magia descendió desde mi mano a mi escoba. El mango se división en docenas de filamentos largos que salieron disparados contra el oficial Marais como un monstruo que se abrazaba a una cara en una película de terror. Los filamentos le envolvieron, rodeando su cuerpo en un capullo. Giró y cayó sobre el asfalto.

Los vampiros rugieron en triunfo.