CANTO II

Apenas se mostró, surgida al alba, la Aurora de rosáceos dedos, saltó de su cama el querido hijo de Odiseo, revistió sus vestidos, colgóse del hombro la afilada espada y ató a sus tersos pies las hermosas sandalias. Y salió de su aposento, semejante a un dios en su aspecto.

Al punto ordenó a los heraldos de voces sonoras convocar al ágora a los aqueos de larga cabellera. Ellos dieron la proclama y éstos se congregan a toda prisa. Luego que se hubieron reunido y estuvieron todos 10 juntos, se puso en marcha hacia la asamblea. Llevaba en su mano la lanza de bronce y no iba soló, le acompañaban dos rápidos perros. Sobre su persona había vertido la gracia divina Atenea. Todas las gentes le admiraban en su avance. Sentóse en el sitial de su padre y le cedieron el lugar los ancianos.

Entre éstos tomó la palabra el primero Egiptio, un héroe que estaba ya encorvado por la vejez y que sabía mil cosas. Pues un hijo suyo se fue con el divino Odiseo hacia Troya, la de buenos caballos, en las cóncavas naves, el lancero Antifo. Lo había matado el salvaje cíclope en su caverna profunda, y se lo aderezó en su 20 cena como último bocado. Le quedaban otros tres. Y el uno, Eurínomo, se había juntado con los pretendientes, mientras que los otros dos se cuidaban sin descanso de las faenas de su padre. Mas no por ello se había olvidado del primero, y por él sollozaba y gemía. Derramando su llanto tomó la palabra y les dijo:

«¡Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voy a deciros! Jamás hemos tenido asamblea ni se ocupó este sitial desde que el divino Odiseo zarpó en las cóncavas naves.

»¿Ahora quién nos ha convocado así? ¿A quién tan grave urgencia le apremia? ¿Es de los hombres jóvenes o de quienes son ya mayores? ¿Acaso oyó alguna noticia 30 del regreso del ejército, que nos contará en público, tras haberse enterado el primero? ¿Es que nos va a exponer y a declarar algún asunto de la comunidad? Noble me parece que es, un hombre de provecho. ¡Ojalá le dé Zeus un buen final a lo que medita en su mente!».

Así dijo. Se alegraba de su intervención el querido hijo de Odiseo. No se demoró más rato sentado, sino que decidióse a hablar y se alzó en medio de la asamblea. En su mano depositó el cetro el heraldo Pisenor, experto en sabios consejos. En primer lugar, entonces, dirigió sus palabras al anciano:

«No está lejos, anciano, ese hombre y al momento 40 lo advertirás tú mismo. Soy yo quien ha convocado al pueblo. Y efectivamente me apremia el dolor. No he oído ninguna noticia del regreso del ejército que pueda deciros en público tras de haberme enterado el primero. Sólo mi propia necesidad, ya que una doble desgracia se abatió sobre mi casa. Por un lado, perdí a mi padre, que fue en tiempos rey entre vosotros y que era amable como un padre. Pero ahora otra es, y mucho más grave, el que pronto van a destrozar por entero mi hogar, y devastarán por completo mi hacienda.

50»Los pretendientes de mi madre la asedian contra su voluntad, los hijos de los hombres que son aquí los más distinguidos, que sienten temor a dirigirse a la morada de Icario, para que éste dote a su hija y la entregue a quien él quiera y a ella le resulte grato. Ésos, que frecuentan nuestra casa todos los días, sacrificando vacas y ovejas y gruesas cabras, dan banquetes y beben nuestro rojo vino sin tasa. Nuestros muchos bienes se agotan. Porque no hay un hombre como fue Odiseo para rechazar esa plaga de nuestro hogar.

60»Nosotros no somos capaces de defendernos. ¿Es que en adelante vamos a ser gente lamentable y desconocedora del coraje? Pues ya se han cometido acciones insoportables, y mi casa se ha arruinado de modo inicuo. Enfureceos también vosotros y sentid vergüenza de nuestros convecinos, que por acá habitan. Temed la cólera de los dioses, no sea que, hartándose de sus viles actos, os vuelvan la espalda.

»Os lo suplico por Zeus Olímpico y por Temis, la que disuelve o afirma las asambleas de los hombres. 70 Conteneos, amigos, y dejadme que me consuma solo en mi lúgubre pena. A no ser que mi padre, el noble Odiseo, causara daños a los aqueos de buenas grebas, y que vosotros os venguéis por ellos, animando a los pretendientes. Para mí mejor sería que vosotros os zamparais mis bienes y mi ganado. Pues si vosotros los devorarais, alguna vez obtendría mi revancha. Yo podría luego ir por la ciudad reclamando mis bienes, hasta que se me devolviera todo. ¡Pero ahora infundís en mi ánimo pesares insufribles!».

De tal modo habló, enfureciéndose, y lanzó el cetro 80 al suelo, rompiendo en llanto. La compasión se apoderó de todo el pueblo. Todos los demás quedaron entonces en silencio, y ninguno se atrevió a responder a Telémaco con duras palabras. Antínoo fue el único que le replicó:

«¡Telémaco de altivo lenguaje, incontenible en tu furor, qué arenga has largado, injuriándonos! Quisieras que nos abrumara el reproche. Pero ante ti de nada somos culpables los pretendientes aqueos, sino tu querida madre, que bien aprovecha sus ventajas.

»Porque es ya el tercer año y pronto será el cuarto que lastima el corazón en el pecho de los aqueos. Por 90 un lado a todos les da esperanzas y a cada uno en particular le hace promesas, enviándole recados, pero su ánimo otras cosas planea.

»El último engaño que en su mente tramó es éste: Enhiesta en su amplio telar tejía una tela suave y enorme. Y allí nos dijo a nosotros:

»“Jóvenes que me pretendéis, ahora que ha muerto el divino Odiseo, aguardad en vuestros requerimientos de matrimonio hasta que haya concluido este manto —no se me echen a perder los hilos—, como sudario fúnebre para el héroe Laertes, para cuando lo arrebate el fatal 100 destino de la tristísima muerte, para que ninguna de las aqueas en el pueblo se enoje conmigo de que él yazga sin sudario, después de que poseyó muchas riquezas”.

»Así dijo. Y nuestro impulsivo ánimo se dejó persuadir. Conque entonces por el día tejía en el telar la gran tela, y por las noches la destejía, poniendo a su lado unas antorchas. De este modo durante un trienio nos engañó con el truco, y había engatusado a los aqueos. Mas cuando llegó el cuarto año y se presentaron sus estaciones, entonces nos lo reveló una de las mujeres, que la había visto bien, y la sorprendimos a 110 ella, deshaciendo el espléndido tejido. Así que ya lo ha acabado, y a pesar suyo, por la fuerza.

»A ti esta respuesta te dan los pretendientes, para que te enteres en tu ánimo y que lo sepan todos los aqueos: manda afuera a tu madre y ordénale que tome por marido a uno cualquiera que su padre le indique y que a ella le guste.

»Pero si aún persiste en desasosegar por mucho tiempo a los hijos de los aqueos, con esos planes en su ánimo, ya que Atenea le otorgó en extremo ser experta en labores muy bellas y de sutil ingenio y diestra en ganancias, como no hemos oído que lo fueran 120 antes otras aqueas de hermosos tocados, Tiro, Alcmena y Micena de bella corona, que ninguna de ellas conocía pensamientos semejantes a los de Penélope, en ese caso no lo decidió en tu provecho. Porque, entre tanto, desde luego, tu fortuna y tus propiedades son devoradas, mientras que ella mantiene esa decisión, que ahora en su pecho le infundieron los dioses. Gran fama logrará para sí, pero a ti te dejará la nostalgia de tu mucha riqueza.

»Nosotros no nos iremos a nuestras tareas ni a ninguna otra parte hasta que ella despose a uno de los aqueos, al que ella prefiera».

Le respondió luego, en réplica, el sagaz Telémaco:

«Antínoo, de ningún modo me es posible expulsar 130 de mi casa, contra su voluntad, a la que me dio el ser, a quien me crió. Mi padre en algún otro lugar de la tierra vive o ha muerto. Malo es para mí restituirle muchos presentes a Icario, si yo, por decisión mía, le reenvío a mi madre. De su padre, pues, voy a sufrir grandes agravios, y otros me procurará la divinidad, cuando mi madre, al partir de la casa, invoque a las odiosas Erinias. Y contra mí se elevará la cólera de las gentes. Por lo tanto jamás he de dar yo tal orden.

»Conque, si vuestro ánimo se siente ultrajado, salid de mis salas y procuraos otros banquetes, comiendo 140 a vuestras expensas y convidándoos unos a otros en vuestras casas. Pero, si os parece más provechoso lo de saquear impunemente la hacienda de un solo hombre, esquilmadla. Yo clamaré a los dioses sempiternos que ojalá permita Zeus que vuestros hechos sean retribuidos, y que entonces, impunemente, perezcáis dentro de este palacio».

Así dijo Telémaco. Dos águilas en lo alto desde la cumbre de la montaña echó a volar Zeus. Volaron éstas un trecho a la par de las ráfagas del viento, planeando con sus alas extendidas una junto a la otra; pero al llegar al medio de la vocinglera asamblea, 150 entonces, volteando en círculos, agitaron sus crespas alas y avizoraron las cabezas de todos y parecían un presagio de muerte. Desgarráronse con sus uñas los rostros y los flancos y se abalanzaron a la diestra sobre las casas y la ciudad. Ellos quedaron pasmados ante las aves, viéndolas ante sus ojos. Se estremecieron en su interior por las cosas que amenazaban cumplirse.

Y entonces tomó la palabra entre ellos el viejo héroe Haliterses Mastórida. Era, pues, el único de su generación que se había destacado en distinguir los vuelos de 160 las aves y en revelar sus augurios. Con ánimo benevolente tomó la palabra entre ellos y les dijo:

«Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que os voy a decir.

»Sobre todo como advertencia a los pretendientes voy a decirlo. Pues sobre ellos se arremolina una enorme desdicha. Que Odiseo no estará largo tiempo lejos de los suyos, sino que cerca está ya y a todos ellos les prepara matanza y fatal fin. También para muchos otros, que habitamos la clara Ítaca, habrá desastres; conque meditemos mucho antes, a fin de detenerlo. Que éstos se moderen por sí mismos. Porque, en verdad, para ellos les es más conveniente.

170»No profetizo, pues, como inexperto, sino como bien entendido. Así también afirmo que para aquél todo se ha cumplido, como le predije, cuando los aqueos se embarcaron para Ilión, y con ellos zarpó el astuto Odiseo. Le pronostiqué que, tras largos padecimientos, después de perder a todos sus camaradas, desconocido para todos, al vigésimo año regresaría a su patria. Ahora ya está todo cumplido».

Le replicó, a su vez, Eurímaco, hijo de Pólibo:

«Eh viejo, venga, vete a tu casa y profetízales a tus 180 hijos para que no sufran algún daño en el futuro. En esto soy yo mucho mejor que tú para dar vaticinios. Muchos pájaros van y vienen bajo los rayos del sol y no todos son portadores de augurios. Lo que es Odiseo ha muerto lejos. ¡Como ojalá que tú hubieras acabado también con él! Así no hablarías tanto de vaticinios, ni azuzarías así al enfurecido Telémaco, confiando en que tal vez te envíe algún regalo a tu casa.

»Bien, te voy a decir algo que ha de cumplirse también. Si tú, que sabes muchas y antiguas cosas, incitas a un hombre más joven, animándole con tus palabras para que se enfurezca, esto le será a él aún más 190 angustioso, pues a pesar de ello nada podrá hacer. Pero a ti, viejo, te impondremos una multa, que te amargará en el corazón al pagarla. Será un duro dolor para ti.

»A Telémaco delante de todos voy a darle un consejo. Que ordene a su madre que se retire a la mansión de su padre. Le prepararán un matrimonio y le darán regalos de boda muy numerosos, cuantos conviene que aporte en dote una hija querida. Porque no creo que los hijos de los aqueos desistan de su esforzada pretensión; ya que a nadie tememos, desde luego, ni siquiera a Telémaco, 200 no, por muy fanfarrón que sea, ni hacemos caso del vaticinio, que tú, anciano, profieres en vano. Con ello nos resultas aún más despreciable.

»Por lo demás sus bienes van a ser devorados de mal modo y nunca obtendrá compensación, mientras su madre entretenga a los aqueos con su boda. Entre tanto nosotros aguardamos y rivalizamos todos los días por tal triunfo, y no vamos tras otras, con las que sería conveniente a uno y otro casarse».

Le contestó en réplica el sagaz Telémaco:

«Eurímaco y los demás que sois pretendientes ilustres, en esto ya no os suplicaré ni apelaré más ante 210 vosotros. Que ya lo saben los dioses y todos los aqueos. Así que, vamos, dadme una veloz nave y veinte compañeros que a mi lado por aquí y por allí tracen el camino. Pues me iré a Esparta y a la arenosa Pilos a informarme acerca de mi padre tanto tiempo ausente, a ver si alguno de los mortales me cuenta algo o por si escucho la voz de Zeus, que de modo supremo lleva la fama a los mortales.

»Si oigo que mi padre está en vida y regresa, aunque muy agobiado esté, puedo resistir todavía un año. 220 Pero si oigo que ha muerto ya y que no vive, regresando luego a mi querida tierra patria, levantaré una tumba en su honor, y le dedicaré numerosas exequias, todas las que es justo, y entregaré a mi madre a otro hombre».

Una vez que así hubo hablado, él se sentó, y entre ellos púsose en pie Méntor, que fue camarada del irreprochable Odiseo, y al que éste, al partir en las naves, había encomendado toda su casa, con instrucciones de que obedecieran al anciano y que él lo vigilara todo de firme. Éste, con ánimo amistoso, tomó la palabra y les dijo:

«Oídme ahora a mí, itacenses, lo que voy a deciros. 230 ¡No ha de ser ya benevolente, justo y suave ningún rey, poseedor de cetro, ni guardar en su pecho sentencias ecuánimes, sino que será siempre soberbio y autor de iniquidades! Que nadie de sus gentes, para quienes él era el señor, recuerda al divino Odiseo y cómo era como un padre. No voy por tanto a reprochar a los arrogantes pretendientes que cometan actos violentos en los disparates de su mente. Pues ellos, exponiendo sus cabezas, devoran violentamente la hacienda de Odiseo, y afirman que él ya no volverá. Ahora estoy irritado contra el resto del pueblo, de ver 240 cómo os quedáis todos sentados en silencio y sin intentar siquiera, afrentándolos con vuestras palabras, contener a esos contados pretendientes siendo vosotros muchos».

A éste le replicó Leócrito, hijo de Evénor:

«Méntor, tortuoso, embotado de mente, ¡qué has dicho incitando a que nos detengan! ¡Amargo les sería incluso a hombres aún más numerosos pelear contra nosotros por un festín! Porque, aunque el mismo Odiseo de Ítaca regresara y tramara en su ánimo expulsar de su hogar a los famosos pretendientes que banquetean en su palacio, no se alegraría mucho de su vuelta su mujer que tanto lo echa de menos, sino 250 que él obtendría un triste final para sí mismo, al combatir contra muchos más. No has hablado con acierto. Conque, vamos, que el pueblo se disuelva, cada uno a sus tareas.

»A ése le impulsarán a viajar Méntor y Haliterses, que son desde siempre compañeros de su padre, pero sólo ellos. Pero sentado en Ítaca mucho tiempo, aquí se enterará de las noticias y nunca acometerá tal viaje».

Así dijo entonces, y disolvió la presurosa asamblea. Los demás se fueron cada uno por su lado a su casa, mientras los pretendientes se dirigieron a la mansión del divino Odiseo. Telémaco se retiró lejos a la orilla del 260 mar, y, tras haberse lavado las manos en la espumosa orilla, invocó a Atenea:

«¡Óyeme, divinidad que ayer viniste a nuestro hogar, y me incitaste a partir en una nave por la brumosa mar para informarme acerca del regreso de mi padre tanto tiempo ausente! Todo eso lo demoran los aqueos y sobre todo los pretendientes en su infame soberbia».

Así dijo rezando y a su lado acudió Atenea, que se había asemejado en el cuerpo y la voz a Méntor. Tomando la palabra, decíale palabras aladas:

«Telémaco, en adelante ya no serás cobarde ni 270 estúpido, si algo en ti se ha inculcado el valeroso coraje de tu padre. ¡Cómo era aquél en cumplir su empeño y su palabra! No va a ser, pues, tu viaje inútil ni incierto.

»Si no fueras un vástago de él y de Penélope, no creo que tú acabaras lo que ahora planeas. Desde luego son pocos los hijos que salen semejantes a sus padres; los más son más débiles y pocos son mejores que su padre. Mas ya que no vas a ser desde ahora cobarde ni estúpido y no careces en absoluto del ingenio 280 de Odiseo, tengo esperanza de que concluyas esta empresa.

»Por lo tanto, olvida la amenaza y la intención de los necios pretendientes, que no son nada sensatos ni justos. Nada saben de la muerte y el negro destino que ya les ronda cerca: que todos van a perecer en un mismo día.

»Para ti el viaje que meditas no va a retardarse ya mucho. En mi tienes, pues, a un leal camarada de tu padre, tanto que he de prepararte una negra nave y yo mismo marcharé contigo. Conque ve a tu casa y reúnete con los pretendientes, consigue provisiones y 290 guárdalas todas en recipientes, el vino en jarras y la harina, sustento de los humanos, en tersos pellejos.

»Yo recogeré en seguida en el pueblo a los compañeros que vengan voluntarios. Muchas naves hay en la marinera Ítaca, nuevas y antiguas. Me fijaré entre ellas en la que sea la mejor. La equiparemos enseguida y la botaremos al anchuroso mar».

Así habló Atenea, hija de Zeus. No se demoró ya más tiempo Telémaco, que había escuchado la voz de un dios. Echó a andar hacia su casa, preocupado en su corazón, y allí encontró a los arrogantes pretendientes 300 en sus salas, desollando cabras y asando cerdos en el patio.

Salió Antínoo riendo al encuentro de Telémaco. Le cogió de la mano y empezó a hablarle y le llamaba por su nombre:

«Telémaco de altanero lenguaje, incontenible en tu furor, que no te preocupe en tu pecho ningún mal acto ni palabra, sino ven a comer y beber conmigo, como antes. Todo eso bien te lo procurarán los aqueos: una nave y unos remeros seleccionados, para que cuanto antes arribes a la muy sagrada Pilos a por noticia de tu famoso padre».

Le contestó en réplica el juicioso Telémaco:

«Antínoo, no me es posible de ningún modo asistir 310 al banquete a vuestro lado, en silencio, y disfrutar sereno de él. ¿No es ya bastante cómo habéis arrasado muchas y valiosas propiedades mías en el pasado, cuando yo era aún niño? Ahora cuando ya soy adulto y al escuchar el relato ajeno me doy por enterado, y ya se me subleva el ánimo en mi interior, intentaré echaros a las funestas Parcas, tanto si me voy a Pilos como si me quedo en mi pueblo.

»Me iré, y no será un viaje baldío el que os anuncio. Lo haré como simple pasajero, ya que no logré ni una nave ni remeros. Así, seguramente, os ha parecido 320 más provechoso».

Así habló, y soltó su mano de la de Antínoo prontamente. En la casa los pretendientes se dedicaban al festín, y lo zaherían y le atacaban con palabras de burla. De este modo hablaba uno de los jóvenes jactanciosos:

«Ya está Telémaco cavilando nuestra matanza. Tal vez vaya a traerse algunos protectores de la arenosa Pilos, o acaso incluso de Esparta, ya que tiene tan enorme ansia. O más, quiere llegarse hasta Efira, tierra exuberante, para proveerse allí de venenos mortíferos y los va a echar en una crátera y nos destruirá a todos nosotros». 330

Y otro por otro lado de los jóvenes jactanciosos comentaba:

«¿Quién sabe si, marchando en su cóncava nave, perecerá a lo lejos, errabundo, como Odiseo? Con eso aún más nos aumentaría a nosotros la faena: pues entonces tendríamos que repartirnos toda su hacienda, y luego entregaríamos la casa a su madre y a quien se case con ella».

Así hablaban. Él descendió a la cámara, vasta y de alto techo, de su padre, donde se guardaba en montones oro y bronce, y telas en las arcas, y cantidad de aromático óleo. Allí se encontraban almacenadas las tinajas de vino, sabroso, de muchos años, 340 que albergaban el divino licor puro, colocadas en fila a lo largo del muro, por si alguna vez Odiseo regresaba al hogar, tras sufrir muchos pesares. Estaban cerradas las dobles batientes de la puerta firmemente ensambladas. Allí velaba noche y día la despensera, que todo custodiaba, con la sabiduría de su ingenio, Euriclea, la hija de Ope Pisenórida.

A ésta le dijo Telémaco, habiéndola llamado al aposento:

«Ama, venga, escánciame en unas jarras un vino dulce, el de mejor sabor que haya después del que tú guardas, confiada en el regreso del desventurado, 350 por si, de donde sea, vuelve Odiseo, de estirpe divina, escapando a la muerte y las Parcas. Lléname doce y cúbrelas con sus tapaderas. Échame también harina de trigo en unos pellejos bien cosidos. Que haya veinte medidas de harina fina bien molida. Y que sólo tú quedes enterada.

»Tenlo preparado todo junto. Porque al anochecer vendré a recogerlo, en cuanto mi madre suba a sus habitaciones y se disponga a acostarse. Que me voy a Esparta y a la arenosa Pilos, a informarme acerca del 360 regreso de mi querido padre, por si algo oigo».

Así dijo. Dio un gemido la nodriza Euriclea, y, entre sollozos, le contestó aladas palabras:

«¿Por qué, hijo querido, te vino a la mente ese propósito? ¿Adónde quieres irte por la vasta tierra, tú que eres hijo único y bien amado? Murió él lejos de su patria, en un país de gentes ignotas, Odiseo, de divino linaje. Aquí ésos en cuanto tú te vayas maquinarán daños futuros, para que mueras a traición y ellos se repartan todo lo de aquí. Conque quédate junto a lo tuyo firme. Nada te obliga a sufrir penalidades ni a 370 vagar sobre el estéril mar».

A ella le contestó el sagaz Telémaco:

«Ten confianza, ama, que no sin un dios me vino tal propósito. Júrame sólo que no se lo dirás a mi madre querida hasta que pasen diez u once días o ella sienta mi ausencia y oiga que he partido, a fin de que no llore y se desgarre su hermosa piel».

De tal modo le habló, y la anciana prestó el solemne juramento, por los dioses. Luego que juró y hubo concluido el juramento, al momento le echó vino en los cántaros y le colmó de harina los pellejos bien 380 cosidos. Y Telémaco se fue a la sala a reunirse con los pretendientes.

Entre tanto otra cosa, por su cuenta, decidió la diosa Atenea de ojos glaucos. Tomando la figura de Telémaco andaba por todas partes a lo largo de la ciudad, y a cada hombre al que se acercaba le decía unas frases para invitarles a que, al anochecer, se reunieran al pie de una nave rápida. Luego ella le pidió a Noemón, el preclaro hijo de Fronio, un ligero navío. Éste se lo ofreció con buen ánimo.

Hundióse el sol y las calles se llenaban de sombras. Entonces botó al mar la rauda nave, y dispuso a bordo 390 todos los aparejos que suelen llevar las naves de buenos bancos de remos. La detuvo al extremo del puerto, y a su alrededor se congregaban todos en grupo. Y la diosa daba ánimos a cada uno.

Y aún otra cosa, por su cuenta, dispuso la diosa Atenea de ojos glaucos. Se puso en camino hacia la mansión del divino Odiseo. Allí derramó sobre los pretendientes una dulce somnolencia, comenzó a echarlos apenas bebían y les derribaba las copas de las manos. Ellos se apresuraban por la ciudad yendo a dormir, y no atendían ninguna demora porque el sueño caía sobre sus párpados.

Entonces a Telémaco se dirigió Atenea de ojos 400 glaucos, llamándole afuera de las pobladas salas, apareciendo con la figura de Méntor en el porte y la voz:

«Telémaco, ya te esperan tus compañeros de hermosas grebas sentados junto a los remos, aguardando la orden de marcha. Así que vayamos y no demoremos más el viaje».

Tras de haber hablado así, le guió presurosamente Palas Atenea. Marchaba él en pos de las huellas de la diosa. Cuando luego llegaron ante la nave y el mar, hallaron allí en la orilla a sus compañeros de larga cabellera. A éstos les habló la sagrada fuerza de Telémaco: 410

«Pronto, amigos, traigamos las provisiones. Ya están todas reunidas, en efecto, en mi casa. Mi madre nada sabe de esto, ni las otras esclavas, a excepción de una que atendió a mi encargo».

Después de hablar así, los condujo y ellos marcharon tras él. Lo trajeron ellos todo y lo colocaron en la nave de buenos bancos de remeros, como se lo había ordenado el querido hijo de Odiseo.

Subió Telémaco al navío, y le precedía Atenea, que se fue a sentar en la proa de la nave. A su lado sentóse Telémaco. Los demás soltaron las amarras, subieron también a bordo y se sentaron a los remos. Les envió 420 un viento favorable Atenea de ojos glaucos, un céfiro continuado, que resonaba sobre el vinoso mar.

Telémaco, animando a sus compañeros, les ordenó echar mano a las jarcias, y ellos atendieron a sus órdenes. Alzaron el mástil de abeto y lo fijaron erguido en el agujero del centro de cubierta, lo sujetaron con las drizas, y tensaron la blanca vela con correas bovinas bien retorcidas. El viento combó el centro de la vela, y a uno y otro costado de la nave rugía con fuerza el purpúreo oleaje. Corría trazando su camino siempre avante, a través de las olas.

Cuando hubieron ajustado el aparejo en la negra 430 nave, levantaron las copas colmadas de vino e hicieron las libaciones a los dioses nacidos para siempre, y de modo especial a la hija de Zeus, la de los ojos glaucos.

Toda la noche y el alba la nave surcaba su ruta.