A AFRODITA
Voy a cantar a la augusta, a la coronada de oro, a la hermosa Afrodita, bajo cuya tutela se hallan los almenajes de toda Chipre, la marina, a donde el húmedo ímpetu del soplador Zéfiro la llevó, a través del oleaje de la mar muy resonante, entre blanda espuma.5
Las Horas de áureos frontales la acogieron de buen grado. La ataviaron con divinos vestidos y sobre su cabeza inmortal pusieron una corona bien forjada, hermosa, de oro, y en sus perforados lóbulos, flores de oricalco[5] y de precioso oro. En tomo a su delicado 10cuello y a su pecho, blanco como la plata, la adornaron con collares de oro, con los que se adornan precisamente las propias Horas de áureos frontales cuando van al placentero coro de los dioses y a las moradas del padre[6].
Y cuando habían puesto ya todo este ornato en torno a su cuerpo, la llevaron junto a los inmortales. 15Ellos la acogieron cariñosamente al verla, y le tendían sus diestras. Cada uno deseaba que fuera su esposa legítima y llevársela a casa, admirados como estaban por la belleza de Citerea, coronada de violetas.
¡Salve, la de ojos negros[7], dulcemente lisonjera! ¡Concédeme obtener la victoria en este concurso e ins20pira mi canto, que yo me acordaré también de otro canto y de ti!