LA «BATRACOMIOMAQUIA»

Al iniciar la primera página, suplico al coro del Helicón[17] que me llegue al corazón con motivo del canto que hace poco puse en unas tabletas sobre mis rodillas[18] (¡batalla inmensa, hazaña de bélico tumulto de 5Ares!), en mi deseo de llevar a oídos de todos los mortales cómo los ratones avanzaron, mostrando su superioridad en el combate entre las ranas, émulos de las hazañas de los Gigantes, varones nacidos de la tierra, según era tradición entre los mortales. Tal fue el principio que tuvo:

Un día, un ratón sediento, tras haberse librado del 10peligro de una comadreja, acercó a un estanque su ávido hocico, saciándose de un agua dulce como la miel. Lo vio un locuaz amigo de las charcas y le dirigió la palabra en estos términos:

—Extranjero, ¿quién eres? ¿De dónde llegaste a las riberas? ¿Quién te engendró? Dime toda la verdad, que 15no note yo que mientes. Pues si te reconociera como un amigo digno, te llevaré a mi casa y te daré como obsequio muchos y excelentes presentes de hospitalidad. Yo soy el rey Inflamofletes, que en el estanque soy honrado a diario como caudillo de las ranas. Me crió mi padre Fangoso[19], tras haberse unido en amor a 20Reina del Agua cabe las orillas del Erídano. Y tú veo que, hermoso y robusto de manera señalada sobre los demás, eres un rey poseedor de cetro y campeón en las batallas. Pero ea, cuéntame más aprisa tu linaje.

Le respondió a su vez Robamigas y le dijo:

—¿Por qué me preguntas mi linaje? Notorio es entre 25todos los hombres, los dioses y los celestes volátiles. Se me llama Robamigas, soy hijo de Roepán, un padre magnánimo. Mi madre es Lamemolinos, hija del rey Roejamón. Me parió en una cueva y me ocultó 30entre higos, nueces y alimentos de todas clases para que me alimentara. ¿Cómo podrías considerarme amigo tuyo a mí, que en nada soy semejante a ti por naturaleza? Tu sustento está en las aguas, en cambio mi costumbre es roer todo cuanto hay junto a los hombres. No se me oculta el pan amasado tres veces 35de una bien redondeada cesta, ni la torta de flotante manto con mucho queso y sésamo, ni la loncha de jamón, ni los hígados de blanca túnica, ni el queso recién cuajado de dulce leche, ni la noble torta de miel, que incluso los Bienaventurados anhelan, ni cuantas cosas 40aderezan para los banquetes de los mortales los cocineros, que adornan los peroles con condimentos de todas clases.

[Nunca le huyo al funesto griterío de la guerra, sino que marchando derecho entre el fragor me mezclo con los de vanguardia. Al hombre no lo temo, aun cuando está dotado de un crecido cuerpo, sino que yendo a su 45lecho le muerdo la punta del dedo. También le cojo la pata, pero al hombre no le sobreviene padecimiento alguno, el dulce sueño no le abandona mientras yo lo muerdo. Pero hay dos cosas extraordinariamente temibles sobre toda la tierra: el azor y la comadreja, 50que me ocasionan gran pesar. También la lamentable ratonera, donde se halla una muerte insidiosa, pero sobre todo me espanta la comadreja, que es la más valerosa, que incluso cuando me hundo en el agujero, por el agujero me busca.]

No como rábanos, ni repollos, ni calabazas, ni me 55nutro de verdes puerros ni de apios, ésos, en efecto, son alimentos vuestros, de los del estanque[20].

Como respuesta, le dijo sonriente Inflamofletes:

—Extranjero, en exceso te vanaglorias por tu vientre. Tenemos también muchísimas maravillas que ver en el estanque y en tierra, pues el Cronión nos concedió a 60las ranas una doble posibilidad de vivir: saltar por la tierra y ocultar nuestro cuerpo en las aguas [así como habitar moradas que participan de ambos elementos]. Y si quieres conocer esto también, es sencillo. Súbete en mis espaldas y agárrate fuerte a mí, no sea que resbales, para que llegues gozoso a mi morada.

65Así dijo y le presentó la espalda. Y él se subió muy de prisa sujetando las manos en el delicado cuello con una suave presa.

Al principio disfrutaba cuando miraba hacia los puertos cercanos, divertido por el nadar de Inflamofletes; pero cuando se hundía en las agitadas olas, derraman70do copioso llanto maldecía su tardío arrepentimiento, se mesaba los cabellos y le apretaba los pies en el vientre. El corazón le palpitaba dentro por la falta de costumbre y deseaba volver a tierra. Gritaba desaforadamente, por la violencia del helado terror.

La cola fue lo primero que agitó el agua, sacudiéndola como un remo. Mientras suplicaba a los dioses 75llegar a tierra, se hundía en las purpúreas aguas y lanzaba muchas voces de auxilio. Tales palabras profirió y dijo por su boca:

—No fue así como el toro transportó en sus lomos a su amorosa carga cuando condujo a Europa hacia Creta a través del oleaje. No como lleva a este ratón 80a su morada, echándoselo simplemente a la espalda, la rana que alza su pálido cuerpo sobre el agua blanquecina.

Un icnaumón apareció de repente, amarga visión para ambos por igual. Erguido mantenía su cuello sobre el agua. Al verlo se sumergió Inflamofletes, sin pensar a qué clase de camarada iba a dejar perecer. Se sumer85gió en el fondo del estanque y se libró de la negra muerte, pero aquél, cuando se soltó, cayó al punto de espaldas en el agua. Apretaba las manos y chillaba, a punto de morir. Muchas veces se hundió en el agua y muchas veces de nuevo salió a flote pataleando. Pero 90a su destino ya no podía escapar. Empapados, sus cabellos echaban mayor peso sobre él. Cuando perecía en las aguas, tales palabras profirió:

—¡No escaparás, Inflamofletes, después de haber obrado de forma tan falaz! ¡Tú, que arrojaste a un náufrago de tu cuerpo como de una roca! En tierra no 95me habrías aventajado, ¡cobarde!, ni en el pancracio, ni en la lucha, ni en la carrera. Pero engañándome me arrojaste al agua. Tiene la divinidad un ojo vengador [que te hará sufrir castigo y una justa venganza. Tú pagarás castigo y no escaparás a la hueste de los ratones].

Dicho esto, expiró en las aguas. Pero lo vio Lame100platos, sentado en las suaves orillas [y se puso en camino como el más raudo mensajero de la desgracia para los ratones]. Lanzó un grito terrible y se lo anunció corriendo a los ratones.

Cuando conocieron la desgracia, penetró en todos una violenta cólera. Entonces encargaron a sus heraldos que con el alba convocaran una asamblea en las mora105das de Roepán, padre del desdichado Robamigas, que en el estanque hacía flotar de espaldas su cadáver. Y no estaba ya cerca de las orillas el desgraciado, sino sobrenadaba en el centro del ponto.

Cuando llegaron, presurosos, con el alba, se levantó el primero Roepán, encolerizado por su hijo, y pronunció este discurso:

110—Amigos, aunque he sido yo el único en sufrir múltiples males por obra de las ranas, la prueba funesta a todos nos atañe. Yo soy desdichado porque perdí tres hijos. Al primero lo mató tras hacer presa en él la aborrecible comadreja, que lo atrapó fuera de su agu115jero. Al otro por su parte lo arrastraron a la muerte unos hombres sin piedad que idearon con novedosas artes una trampa de madera [a la que llaman ratonera, que es la perdición de los ratones]. El tercero me era muy querido, a mí y a su amorosa madre. Lo ahogó Inflamofletes, después de haberlo llevado al 120fondo. Pero ea, armaos y salgamos contra ellas, [tras haber ornado nuestros cuerpos con los arreos artísticamente trabajados].

Dicho esto, los persuadió a todos de que se armasen [y les proporcionaba las armas Ares, el que se cuida del combate].

125Las grebas calzaron primero en sus dos muslos, tras haber rasgado y trabajado artísticamente unas habas verdes que ellos mismos habían roído allegándose a ellas por la noche. Tenían corazas de pieles cosidas con tallos, que habían confeccionado con gran habilidad, tras haber despellejado a una comadreja. El escudo era el bollón central de una lucerna. La lanza, una 130aguja de considerable longitud, obra enteramente broncínea de Ares. El yelmo, sobre sus sienes, la vaina de un garbanzo.

De este modo estaban armados los ratones. Y cuando se percataron las ranas, salieron del agua y dirigiéndose a un lugar, celebraron consejo acerca de la funesta guerra. Al inquirir el porqué del levantamiento o 135qué alboroto era aquél, se les acercó un heraldo con el cetro en las manos: Pateaollas, el hijo del magnánimo Cincelaqueso, anunciando la funesta noticia de la guerra. Y dijo lo siguiente:

—Ranas. Los ratones, tras haberos amenazado, me enviaron a deciros que os arméis para la guerra y el 140combate. Pues vieron sobre el agua a Robamigas, a quien mató vuestro rey Inflamofletes. Combatid, pues, quienes entre las ranas hayáis llegado a ser los más valientes.

Dicho esto, los puso al tanto. Su irreprochable discurso, al llegar a sus oídos, turbó las mientes de las 145arrogantes ranas y, ante los reproches de éstas, Inflamofletes dijo, puesto en pie:

—Amigos. Yo no maté al ratón, ni lo vi morir siquiera. Seguro que se ahogó cuando jugaba junto al estanque, al tratar de imitar el nadar de las ranas. Y esos miserables ahora me acusan, inocente como 150soy. Pero ea, tomemos parecer de cómo aniquilaremos a los falaces ratones. Por consiguiente, yo os diré cómo me parece mejor. Cubriendo de arreos nuestros cuerpos, dispongámonos todos en armas, a lo largo de las altas orillas, donde el lugar sea escarpado, y cuando 155en su avance nos ataquen, tras asir por los cascos al que a cada uno le venga de frente, arrojémoslos en seguida al estanque con ellos, pues así, una vez que los ahoguemos, incapaces como son de nadar, levantaremos aquí animosamente el trofeo ratonicida.

160Dicho esto, persuadió a todos de que se armaran. Con hojas de malvas envolvieron sus pantorrillas. Las corazas las tenían de hermosas acelgas verdes. Unas hojas de coles para los escudos prepararon artísticamente. Como lanza se les proporcionó a cada uno un 165largo junco puntiagudo y conchas de caracoles pequeños cubrían sus cabezas. Apiñados se dispusieron sobre las elevadas orillas, agitando sus lanzas, y cada uno se llenó de ardor.

Zeus, tras convocar a los dioses en el cielo estrellado y mostrarles el tropel de la guerra y los gallardos com170batientes que, numerosos y potentes, llevaban sus largas picas [y cómo bramaba la hueste de las ranas como la de los Gigantes, y los ratones se asemejaban a los ufanos Centauros] cual avanza un ejército de Centauros o de Gigantes, sonriendo bondadosamente les preguntaba:

—¿Quiénes seréis los protectores de las ranas y quiénes de los afligidos ratones?

Y se dirigió a Atenea:

—Hija, ¿te ofrecerás como auxiliadora de los rato175nes? Pues andan siempre todos saltando por tu templo, deleitándose con la grasa quemada y con los manjares de todas clases.

Así habló el Crónida. Y Atenea le respondió:

—Padre, jamás me iría como protectora de los ratones, por afligidos que estén, pues muchas maldades me 180han hecho, estropeando las ínfulas y las lámparas, por culpa del aceite. Pero una cosa que me hicieron fue la que más me mordió las mientes. Me royeron un peplo que había tejido con gran esfuerzo, de sutil textura y del que había hilado una larga trama, y lo llenaron de agujeros. El zurcidor me apremia [y mucho me 185acosa. Por eso estoy irritada], Y me reclama intereses. Eso es lo más penoso para los Inmortales. En efecto, hilé de prestado y no puedo devolvérselo. Pero ni por esas quiero defender a las ranas, pues no están en su sano juicio, sino que hace poco, al regresar de un combate, cuando estaba extraordinariamente cansada y falta de sueño, no me dejaron pegar ojo ni un momento 190con el escándalo que armaban. Yo me quedé tendida, desvelada, con dolor de cabeza, hasta que cantó el gallo. Pero ea, dejemos de protegerlos los dioses, no sea que alguno de vosotros se vea atravesado por un agudo dardo [no sea que alguno nos hiera el cuerpo con la pica o con la espada], pues son combatientes 195cuerpo a cuerpo aunque un dios se les enfrente. Así que disfrutemos todos contemplando desde el cielo la contienda.

Así habló, y los demás dioses la obedecieron; todos se encaminaron juntos hacia un mismo lugar.

[Llegaron los heraldos, portadores del prodigio del combate]. Entonces los mosquitos, poseedores de grandes trompetas, emitieron un terrible trompetazo, cla200mor de Guerra. Desde el cielo, Zeus Crónida tronó, prodigio del funesto combate.

Y el primero Vocinglero hirió con su lanza a Lamehombres, que se hallaba entre los combatientes de vanguardia, en el vientre, en el centro del hígado. Cayó de bruces y llenó de polvo su tierna pelambre. [Cayó 205con ruido sordo y sus armas resonaron sobre él con estrépito]. Después de eso Madriguero alcanzó a Charcoso y le hundió en el pecho la ponderosa lanza. Al caer se apoderó de él la negra muerte y su ánima voló del cuerpo. Acelgoso mató a Pateaollas hiriéndolo en el corazón. [Comepán hirió en el vientre a Muchasvo210ces. Dio en tierra de bruces y su ánima escapó volando de sus miembros. Charcalegre, cuando vio perecer a Muchasvoces, hirió a Cavernícola, ganándole por la mano, en la tierna nuca con una piedra como una muela de molino. La oscuridad veló sus ojos. Madriguero mató al noble Croacroa tras precipitarse sobre él. Del hijo de Albahaca hizo presa la aflicción y le lanzó un tiro con su agudo junco. Pero él sacó la 215lanza. Se arrojaron sobre él… y no sacó de nuevo la lanza. Cuando Lamehombres[21] se dio cuenta, le apuntó con su reluciente lanza, se la lanzó y no erró el tiro en el hígado. Cuando se dio cuenta de que Comecosto huía, se arrojó por las escarpadas orillas, pero ni en 220las aguas cejó, sino se precipitó sobre él. Cayó y no salió a la superficie. Se tiñó el estanque de su sangre purpúrea y él quedó tendido en la orilla, echando sus lustrosos intestinos por las ijadas]. Hizo presa de Comequeso en las mismas orillas. Al ver a Cincelajamo225nes, Mentoso se dio a la fuga y se lanzó al estanque, tras arrojar el escudo en su huida. A Pesaunalibra lo mató el irreprochable Yacenelfango. [Gozaelagua mató al soberano Comejamón], hiriéndolo con un peñasco en la mollera. El cerebro le fluyó por las narices y la 230tierra se roció de sangre. Lameplatos mató al irreprochable Yacenelfango, lanza en ristre; la oscuridad le veló los ojos. Puerroso al verlo arrastró de un pie a su homicida y lo ahogó en el estanque, tras haberle sujetado el tendón con su mano. Robamigas vengó a 235su camarada muerto y alcanzó a Puerroso en el bajo vientre, en el centro del hígado. Se desplomó a sus pies y su ánima marchó al Hades. Pisacoles al verlo le arrojó una pella de barro, le embadurnó la frente y a poco lo dejó ciego. Se encolerizó naturalmente aquél 240y tomando en su poderosa mano una enorme piedra, pesadumbre de la tierra, que yacía en el suelo, hirió con ella a Pisacoles bajo las rodillas. Se le quebró toda la espinilla derecha y cayó de espaldas en el polvo. El hijo de Croador lo vengó; marchó al punto contra 245aquél y lo golpeó en mitad del vientre. Entero se le hundió dentro el agudo junco y por tierra se desparramaron todas sus entrañas por obra de la lanza que sacó su poderosa mano. [Cavernícola, cuando lo vio en las orillas del río (cojeando se retiraba del combate y sufría espantosamente) se lanzó a un foso para huir a la abismal perdición], Roepán hirió a Inflamofletes 250en la punta del pie. Emergió por fin del estanque y sufría espantosamente. Cuando Puerroso lo vio caído y casi exánime [y se precipitó contra él de nuevo, anhelando matarlo], llegó por entre los de vanguardia y lo asaeteó con su agudo junco. Pero no logró atravesarle el escudo. En él se quedó la punta de la lanza. No al255canzó el casco irreprochable y como cuatro ollas de grande el divino Oreganero, émulo del propio Ares, que era el único entre las ranas que destacaba por entre la masa. Pero se precipitó sobre él y éste cuando lo vio no se atrevió a resistirlo. Al verlo, Comepán y el irreprochable Cincelajamones vinieron a defenderlo y la rana no se atrevió a resistir a los esforzados héroes, sino que se sumergió en las profundidades del lago.

Había entre los ratones un cierto Robapartes muy 260superior a los demás, hijo amado del irreprochable Roezón, acechador del pan; [el soberano Robapartes, émulo del propio Ares, que era el único entre los ratones que destacaba por entre la masa]. Yendo a su morada exhortó a su hijo a que tomara parte en el combate y él quedó situado, orgulloso, en el estanque [y se jactaba de que exterminaría la raza de las lanceras ranas]. Éste amenazaba con aniquilar la estirpe de las ranas. [Se colocó anhelando combatir de cerca con todas sus fuerzas] y tras haber roto por la mitad 265la cáscara de una nuez en dos partes, a guisa de armadura, metió sus manos en ambos huecos. Rápidamente corrieron todas aterradas por el estanque. Y habría acabado con ellas, pues grande era su fuerza, si no lo hubiese advertido agudamente el padre de hombres y dioses.

270Entonces de las ranas que perecían se apiadó el Cronión y, moviendo la cabeza, dijo estas palabras:

—¡Ah! Gran prodigio es este que mis ojos ven. No poco golpea Robapartes, que por el estanque se ha tornado el saqueador entre las ranas. Así que muy de275prisa enviemos a Palas de bélico tumulto o también a Ares, que lo aparten del combate, por valeroso que sea.

Así dijo el Crónida, y Ares respondió a sus palabras:

—Ni la fuerza de Atenea, ni la de Ares, es suficiente, Crónida, para evitarle a las ranas la abismal per280dición. Así que ea, vayamos todos como defensores o bien pon en movimiento tu arma [violenta, matadora de Titanes, con la que mataste a los Titanes, que con mucho eran los más valientes de todos. Ponía en movimiento], pues así será dominado incluso el más valeroso, igual que antaño mataste a Capaneo, poderoso varón, al gran Enceladonte y a las salvajes estirpes de los Gigantes.

285Así dijo. Y el Crónida, tras haber tomado su resplandeciente rayo, primero tronó e hizo estremecerse al elevado Olimpo. Haciendo girar [luego el rayo, terrorífica arma de Zeus], lo lanzó y éste voló de su mano soberana y a todos los aterrorizó al caer. También a 290los ratones. Pero ni así cejó la hueste de los ratones, sino que aún más anhelaban arruinar la estirpe de las lanceras ranas. Y con rapidez las habrían vencido desastrosamente en la contienda si desde el Olimpo no se hubiera apiadado de las ranas el Cronión, que al punto envió defensores de quienes estaban pereciendo.

Llegaron de repente: de acorazadas espaldas, boqui295tuertos, de oblicuo caminar, tortuosos, boquipinzudos, de piel como un tiesto, de consistencia ósea, anchos de espalda, relucientes en los hombros, patizambos, de labios extendidos, mirando por el pecho, de ocho patas, bicéfalos, sin manos. Se llamaban cangrejos, que cortaban con sus bocas los rabos de los ratones, sus pies 300o sus manos. Se doblaban las lanzas. Ante ellos se aterraron los cobardes ratones y no resistieron su ataque, sino que se dieron a la fuga. Se puso entonces el sol y ése fue el fin de la batalla, que había llegado a su término en un solo día.