A APOLO
a) A Apolo Delio
Voy a conmemorar —que no quiero olvidarme— a Apolo el Certero, ante cuya llegada tiemblan los dioses en las moradas de Zeus y se levantan todos de sus asientos al aproximarse él, cuando tiende su ilustre arco.
5Leto es la única que permanece sentada junto a Zeus que se goza con el rayo. Ella es la que distiende el arco, cierra el carcaj y, tras tomar con sus manos de sus robustos hombros el arco, lo cuelga de un clavo de oro en la columna de su padre[48] y asimismo lo lleva a sentarse en un trono.
10El padre entonces le ofrece néctar en una copa de oro, saludando a su hijo. A continuación las demás deidades se sientan allí y se alegra la venerable Leto por haber parido un hijo poderoso y capaz de llevar el arco.
¡Salve, Leto bienaventurada, porque pariste hijos 15ilustres: Apolo soberano y Ártemis, diseminadora de dardos, a la una en Ortigia[49], al otro en la rocosa Delos, cuando te apoyaste en la gran montaña y en la altura del Cinto, muy cerca de la palmera[50], cabe las corrientes del Inopo!
¿Cómo te cantaré, celebrado como eres por toda clase de himnos? Que por todas partes, Febo, hay pasto 20para el canto en tu honor, tanto en el continente nutridor de novillas, como en las islas. Todas las atalayas te complacen, así como los cimeros promontorios de alturas eminentes, los ríos que desembocan en la mar, los farallones que sobre la mar se ciernen y los puertos marítimos.
¿Cantaré tal vez cómo al principio Leto te parió, 25gozo para los mortales, apoyada sobre el monte Cinto en la isla rocosa, en Delos, ceñida por las corrientes?
De uno y otro lado, el sombrío oleaje se abatía sobre la costa, a impulsos de los vientos de silbante soplo. Surgido de allí, te enseñoreas sobre los mortales todos.
Cuantos pueblos acoge Creta en su seno y la comar30ca de Atenas, la isla de Egina, Eubea, afamada por sus bajeles, Egas, Iresias y Peparetos, cercana al mar, el tracio Atos y las elevadas cumbres del Pelio, la tracia Samos y las umbrosas montañas del Ida, Esciros, Fo35cea y el escarpado monte Autócane, Imbros, la de hermosas edificaciones[51], y la brumosa[52] Lemnos, la sacra Lesbos, sede del eólida Mácar, y Quíos, la más espléndida de las islas que en la mar yacen, la escabrosa 40Mimante y las elevadas cubres de Córico, Claros, la luminosa y el escarpado monte de Eságea, así como la acuosa Samos y las escarpadas cumbres del Mícale, Mileto y Cos, ciudad de los Mérope, Gnido, la excelsa, y Cárpatos, la ventosa, Naxos, Paros y la rocosa Renea: 45toda esa distancia recorrió Leto, urgida por el parto del Certero flechador, por si alguna de estas tierras quería erigirse en morada de su hijo. Mas ellas temblaban sobremanera y tenían miedo[53]. Ninguna, por feraz que fuera, se atrevía a acoger a Febo, hasta que 50llegó la venerable Leto a Delos y, preguntándole, le dijo en aladas palabras:
—Delos, ¿querrías ser la sede de mi hijo, Febo Apolo, y que erigieran sobre ti un espléndido templo? Ningún otro recalará jamás en tus costas, ni te honrará. Tampoco creo que vayas a estar sobrada de bue55yes ni de ovejas, ni producirás viñedos ni harás crecer innumerables plantas. En cambio, si albergas un templo de Apolo el Certero, los hombres todos, congregados aquí, te traerán hecatombes; el humo de la grasa se alzará de la comarca, inagotable por siempre, en tu honor, y alimentarás por mano extraña a los que 60te ocupen, puesto que no hay fertilidad bajo tu suelo.
Así habló. Se alegró Delos y en respuesta le dijo:
—Leto, la hija más gloriosa del grande Ceo[54], gustosa acogería yo el nacimiento del Certero Soberano, 65pues a decir verdad tengo una pésima reputación entre los hombres y así, en cambio, llegaría a ser honradísima; mas temo, Leto, cierta habladuría, y no voy a ocultártelo. Dicen, en efecto, que Apolo será alguien orgulloso en demasía y que ejercerá gran autoridad entre los inmortales y entre los hombres mortales sobre la tierra dispensadora de cereales. Por eso siento na70turalmente un terrible temor en mi fuero interno y en mi ánimo, no sea que, tan pronto como vea por primera vez la luz del sol, juzgando la isla indigna —pues soy realmente un puro pedregal— derribándome con sus pies, me eche a las profundidades del mar. Entonces un gran oleaje sobre mi cabeza me tendrá por siempre totalmente sumergida, y él marchará a 75otra tierra que le agrade para procurarse un templo y boscosas arboledas. Sobre mí, en cambio, harán los pulpos sus guaridas y las negras focas una morada tranquila por la ausencia de gentes.
Pero si te avinieses, diosa, a pronunciar un solemne juramento: que construirá aquí primero un hermosí80simo templo, que será oráculo para los hombres, y luego (***)[55] entre la humanidad entera, puesto que en verdad tendrá múltiples advocaciones.
Así habló. Y Leto pronunció el gran juramento de los dioses:
—¡Sépalo ahora la tierra y desde arriba el ancho cielo, así como el agua que se vierte de la Éstige! 85(ése es el mayor juramento y el más terrible para los dioses bienaventurados). En verdad que habrá aquí por siempre un altar fragante de incienso y un santuario de Febo. Y te honrará más que a todos los demás.
De modo que, cuando hubo jurado y acabado de pronunciar el juramento, Delos se regocijó sobremanera 90por el nacimiento del Certero Soberano.
Durante nueve días y nueve noches[56] estuvo Leto traspasada por indecibles dolores de parto. En la isla se hallaban todas las diosas, todas las más nobles: Dione, Rea, Temis Icnea[57] y la muy rumorosa Anfitri95te, así como las demás inmortales, salvo Hera de níveos brazos, [pues se hallaba sentada en los palacios de Zeus amontonador de nubes][58].
La única que no se había enterado era Ilitía[59], provocadora de las angustias del parto, pues se hallaba sentada en la cima del Olimpo, bajo nubes de oro, por las artimañas de Hera de níveos brazos. Ésta la man100tenía alejada por envidia, porque Leto, la de hermosos bucles, iba a parir entonces un hijo irreprochable y poderoso.
Pero ellas enviaron a Iris desde la isla de hermosas edificaciones, para que trajera a Ilitía, prometiéndole una gran guirnalda[60] entretejida con hilos de oro, de 105nueve codos. Y la exhortaban a que la llamara a espaldas de Hera de níveos brazos, no fuera que aquélla, con sus palabras, la disuadiera de venir.
Así pues, cuando hubo oído tal ruego, la rauda Iris de pies como el viento echó a correr y rápidamente recorrió todo el trayecto. Y cuando llegó a la excelsa sede de los dioses, el Olimpo, llamó en seguida a Ili110tía de la sala a puertas afuera y le dijo en aladas palabras todo exactamente como se lo habían ordenado las poseedoras de olímpicas moradas. Naturalmente le convenció el ánimo en el pecho, así que se pusieron en camino a pie, semejantes en sus andares a palomas temerosas.
Fue entonces, en cuanto llegó a Delos Ilitía, provo115cadora de las angustias del parto, cuando a Leto le sobrevino el parto y sintió el deseo de dar a luz. En tomo a la palmera echó ambos brazos y apoyó las rodillas en el blando prado. Sonreía la tierra bajo ella.
Saltó él fuera a la luz y las diosas gritaron todas a una.
Entonces, Febo, el del ié[61], las diosas te lavaron 120en agua clara, de forma pura y sin tacha, te fajaron con lino blanco, fino, completamente nuevo, y te envolvieron con una cinta de oro.
No amamantó su madre a Apolo, el del arma de oro, sino que Temis le ofreció el néctar y la deliciosa ambrosía con sus manos inmortales. Se regocijaba Leto, 125porque había parido un hijo poderoso y capaz de llevar el arco.
Mas cuando tú, Febo, te saciaste del alimento inmortal, no pudieron ya contenerte las áureas cintas, de tanto como te debatías y no había trabas que te constri130ñieran, sino que se soltaban todas las ataduras. Y en seguida Febo Apolo le dijo a las inmortales:
—¡Sean para mí mi cítara y el curvado arco! ¡Y revelaré a los hombres la infalible determinación de Zeus!
Dicho esto, se puso en marcha sobre la tierra de anchos caminos Febo, el de intonsa cabellera, el Certero 135Flechador. Todas las inmortales quedaban estupefactas, y toda Delos se cargó de oro, mientras contemplaba al vástago de Zeus y Leto, por la alegría de que el dios la hubiera escogido como casa en lugar de las islas o el continente, y la amara con preferencia en su corazón. [Y floreció como la cima de un monte por el verdegueo de la vegetación][62].
140En cuanto a ti, Soberano del arco de plata, Certero flechador, Apolo, caminaste unas veces sobre el abrupto Cinto, otras veces vagaste por las islas y entre los hombres. Muchos templos, frondosas arboledas y todas las atalayas te son propios, así como los cimeros pro145montorios de alturas eminentes, y los ríos que desembocan en la mar.
Mas tú, Febo, regocijas tu corazón especialmente con Delos, donde en honor tuyo se congregan los jonios de arrastradizas túnicas con sus hijos y sus castas esposas. Y ellos, con el pugilato, la danza y el canto, te 150complacen, al acordarse de ti cuando organizan la competición[63]. Quien se halle presente cuando los jonios están reunidos, podría decir que son inmortales y están exentos por siempre de la vejez. Pues podría ver la gracia de todos, deleitaría su ánimo al contemplar los varones y las mujeres de hermosa cintura y los raudos 155bajeles y sus múltiples riquezas.
Y más aún, una gran maravilla, cuya gloria jamás perecerá: las muchachas de Delos, servidoras del Certero flechador, las cuales, después de que han celebrado el primero a Apolo y luego a Leto y a Ártemis diseminadora de dardos, acordándose de los varones y 160las mujeres de antaño, entonan un himno y fascinan a las estirpes de los hombres. Las voces e incluso el chapurrear[64] de todos los hombres saben imitarlo. Aseguraría cada uno que es él mismo el que habla. ¡Con tal fidelidad se adapta su hermoso canto!
Mas ¡ea!, sedme propicios, Apolo, junto con Arte165mis, ¡salud a todas vosotras! Y en adelante, acordaos de mí cuando alguno de los hombres de la tierra, un extranjero que llegue aquí después de haber sufrido mucho, os diga:
—¡Muchachas! ¿Quién es el más dulce varón de los aedos que aquí os frecuentan[65] y con el que más os 170deleitáis?
Vosotras todas, sin excepción, responded elogiosamente:
—Un ciego. Habita en la abrupta Quíos. Todos sus cantos son por siempre los mejores.
Nosotros llevaremos vuestra fama en tanto que so175bre la tierra recorramos las ciudades populosas de los hombres. Ellos de seguro nos creerán, pues es la verdad.
Yo por mi parte no cesaré de celebrar con mis himnos al certero flechador, Apolo, el del arco de plata, al que parió Leto, la de hermosa cabellera.
* * *
b) A Apolo Pítico
¡Soberano! También posees Licia y la 180amable Meonia, así como Mileto, marítima ciudad llena de encanto. Y tú mismo también sobre Delos ceñida por el oleaje imperas poderosamente[66].
Se encamina, tañendo la ahuecada forminge, el hijo de la gloriosísima Leto hacia Pito, la rocosa, con sus divinas vestiduras, fragantes de incienso. Su formin185ge, al toque del plectro de oro, emite una deliciosa resonancia. Desde allí, hacia el Olimpo. Desde la tierra y raudo como el pensamiento se encamina hacia la morada de Zeus, junto a la asamblea de los demás dioses. Bien pronto a los inmortales les atraen la cítara y el canto.
Las Musas, respondiéndole todas a una con hermosa 190voz, cantan de los dioses los dones inmortales[67] y de los hombres los sufrimientos, cuantos sobrellevan por causa de los dioses inmortales, y cómo pasan la vida inconscientes y sin recursos y no pueden hallar ni remedio de la muerte ni protección de la vejez.
Por su parte, las Gracias de hermosos bucles y las 195benévolas Horas, así como Harmonía, Hebe y la hija de Zeus, Afrodita, danzan, tomándose unas a otras las manos por la muñeca.
Entre ellas canta, y no desmerecedora ni insignificante, sino muy señalada de ver y admirable por su belleza, Ártemis, diseminadora de dardos, criada a la vez que Apolo.
Entre ellas juegan también Ares y el Argicida de 200larga vista, mientras Febo Apolo tañe su cítara, caminando con paso gallardo y arrogante[68]. Sale en torno suyo un brillante resplandor, y centelleos de sus pies y de su túnica de fina textura. Se regocijan en su magnánimo corazón Leto la de bucles de oro y el pru205dente Zeus, al ver a su hijo jugando entre los dioses inmortales.
¿Cómo te cantaré, celebrado como eres por toda clase de himnos? ¿Te canto acaso en tus galanteos y en lo amoroso, cómo llegaste como pretendiente de la muchacha azántida, junto con Isquis, semejante a un 210dios, el hijo de Élato, sobrado de corceles, o con Forbante, Triopeo por su estirpe, o con Erecteo, o con Leucipo y la esposa de Leucipo…
* * *
… tú a pie, y él con caballos? En verdad que no le iba a la zaga a Tríope[69].
215¿O bien cantaré cómo, a la búsqueda del primer oráculo para los hombres, descendiste a la tierra, Apolo, Certero flechador?
A Pieria llegaste primero desde el Olimpo. Dejaste atrás la arenosa Lecto y a los enianes. A través de los perrebios llegaste en seguida a Yolco y hollaste el Ce220neo, el de Eubea, afamada por sus bajeles. Te detuviste en la llanura de Lelanto, que no te agradó en tu ánimo para procurarte un templo y frondosas arboledas. Desde allí, cruzando el Euripo, Apolo, Certero flechador, llegaste a un sacro monte verdegueante. Rápidamente arribaste de allí en tu marcha a Micaleso y a 225Teumeso, que brinda lechos de hierba. Ganaste el emplazamiento de Tebas, cubierto de vegetación. Pues aún no habitaba ninguno de los mortales en la sacra Tebas, ni había aún sendas ni caminos en la llanura feraz en trigo de Tebas, sino que el bosque la poseía.
Desde allí proseguiste, Apolo, Certero flechador, 230y llegaste a Onquesto, la espléndida arboleda de Posidón. Allí, el potro recién domado recobra el resuello, aun apesadumbrado por arrastrar un hermoso carro. El conductor, aunque sea hábil, salta del carro a tierra y sigue su camino a pie. Y ellos, mientras, hacen re235sonar el carro vacío, al verse sin gobierno. Y si el carro se destroza en la frondosa arboleda, conservan los caballos, mas el carro, inclinándolo, lo abandonan, pues así llegó a ser en sus comienzos el rito; elevan, pues, una plegaria al soberano y entonces custodia el carro la voluntad del dios[70].
Desde allí proseguiste, Apolo, Certero flechador, y 240arribaste luego al Cefiso de hermosa corriente que desde Lilea vierte su agua de hermoso flujo. Cruzándolo, Certero, llegaste a Ocálea, la bien torreada, y de allí a la herbosa Haliarto. Hollaste Telfusa. Allí te agradó el plácido lugar para procurarte un templo y frondo245sas arboledas. Así que te detuviste muy cerca de ella y le dirigiste la palabra en estos términos:
—Telfusa, aquí mismo pienso procurarme un templo hermosísimo, como oráculo para los hombres que por siempre traerán aquí hecatombes perfectas, ya sea 250cuantos habitan el fértil Peloponeso, ya cuantos habitan Europa[71] y en las islas ceñidas por las corrientes, dispuestos a consultar el oráculo. A ellos yo podría declararles mi infalible determinación, a todos, vaticinando en el espléndido templo.
Dicho esto, echó los cimientos Febo Apolo, anchos, 255muy largos, sin fisuras. Al verlos, Telfusa se encolerizó en su corazón y le dirigió la palabra:
—Febo, Certero Soberano, quiero poner en tu mente unas palabras, pues piensas procurarte aquí mismo un templo hermosísimo, a fin de que sea un oráculo para los hombres que por siempre te traerán aquí hecatom260bes perfectas. Pero te diré una cosa, y tú infúndela en tu mente. Te incomodará continuamente el estrépito de las veloces yeguas y los mulos que abrevan en mis sacros veneros. Aquí cualquiera de los hombres pre265ferirá contemplar los carros bien construidos y el estrépito de los corceles de raudos cascos, en vez del gran templo y los abundantes tesoros que encierre. Pero si te dejaras persuadir, si bien tú eres más poderoso y más grande que yo, soberano, y tu fuerza es enorme, hazlo en Crisa, al pie de la garganta del Par270naso. Allí no te perturbarán los hermosos carros ni habrá estrépito de corceles de raudos cascos en torno al altar bien edificado[72], sino que te llevarán presentes, dios del ié peán, las ilustres tribus de los hombres. Y tú, plenamente regocijado en tu corazón, aceptarás las hermosas ofrendas de los hombres vecinos. 275Dicho esto, persuadió el ánimo del Certero, con objeto de que fuera para ella, Telfusa, la gloria sobre la región y no del Certero.
Desde allí proseguiste tu marcha, Apolo, Certero flechador, y llegaste a la ciudad de los flegies, hombres soberbios que, sin ocuparse de Zeus, habitaban en la 280región, en un hermoso valle, cerca del lago del Cefiso. Desde allí continuaste raudamente hacia la sierra, enfurecido, y llegaste a Crisa, al pie del nevado Parnaso, una ladera orientada al Céfiro. Por cima de ella se cierne una peña y corre a sus pies un profundo valle, 285escabroso. Allí decidió el soberano Febo Apolo construir su templo encantador, y dijo estas palabras:
—Aquí pienso procurarme un templo hermosísimo a fin de que sea oráculo para los hombres que por siempre me traerán aquí hecatombes perfectas, ya sea 290cuantos habitan el fértil Peloponeso, ya cuantos habitan Europa y en las islas ceñidas por las corrientes, dispuestos a consultar el oráculo. A ellos yo podría declararles mi infalible determinación, a todos, vaticinando en el espléndido templo.
Dicho esto, echó los cimientos Febo Apolo, anchos, 295muy largos, sin fisuras. Sobre ellos pusieron un umbral de piedra Trofonio y Agamedes, hijos de Ergino[73], caros a los dioses inmortales, y en tomo elevaron un templo innumerables estirpes de hombres, con sillares de piedra, para que fuera digno de ser cantado por siempre.
Cerca se hallaba la fuente de hermosa corriente[74], 300donde el Soberano hijo de Zeus mató con su poderoso arco a la Dragona, ahíta, grande, un monstruo salvaje, que causaba muchos daños a los hombres sobre la tierra, muchos a ellos mismos y muchos a sus ovejas de ahusadas patas, pues era un azote cruento.
Antaño, tras recibirlo de Hera la de áureas flores[75], 305crió al terrible y siniestro Tifón, azote de los mortales, al que parió antaño Hera, encolerizada contra Zeus padre cuando el Crónida había engendrado a la gloriosísima Atenea en su cabeza. Ella en seguida se enco310lerizó, la soberana Hera, y así habló entre los inmortales reunidos:
—¡Oídme todos los dioses y todas las diosas, cómo Zeus, el que amontona las nubes, comienza a deshonrarme el primero, después de que me hizo su diligente esposa! Ahora engendró sin mí a Atenea, la de ojos de 315lechuza, que destaca entre todos los dioses bienaventurados, mientras que se quedó lisiado entre todos los dioses, tullido de los pies, mi hijo Hefesto, al que yo misma parí[76]. En seguida, cogiéndolo con mis manos, lo arrojé al ancho ponto, pero la hija de Nereo, Tetis, 320la de argénteos pies, lo acogió y lo cuidó junto con sus hermanas. ¡Ojalá hubiera otro medio de agradar a los dioses bienaventurados! ¡Miserable, taimado! ¿Qué otra cosa se te va a ocurrir aún? ¿Cómo te atreviste a engendrar tú solo a Atenea, la de ojos de lechuza? ¿No habría podido parirla yo? De todas maneras habría 325sido llamada tuya[77] entre los inmortales que ocupan el ancho cielo. Ahora ten cuidado, no sea que medite algún mal para el futuro. De hecho ahora maquinaré cómo va a nacer un hijo mío que se destaque entre los dioses inmortales, sin deshonrar tu sagrado lecho 330ni el mío. Mas no penetraré en tu lecho, sino que manteniéndome lejos de ti, permaneceré entre otros dioses inmortales.
Dicho esto, se marchó airada, lejos de los dioses. Mas luego hizo una imprecación la soberana de ojos de novilla, Hera. Con las palmas vueltas hacia abajo, golpeó el suelo[78] y pronunció estas palabras:
—¡Oídme ahora, Tierra y ancho Cielo, allá en lo alto! ¡Y vosotros, Titanes[79], dioses que habitáis bajo 335tierra, en el gran Tártaro, de los cuales proceden hombres y dioses! Escuchadme todos ahora y concededme un hijo sin el concurso de Zeus, en nada inferior a aquél en fuerza, sino tanto más poderoso que él cuanto lo es Zeus, cuya voz se oye a lo lejos, más que Crono.
Tras pronunciar estas palabras, golpeó el suelo con 340su poderosa mano y se removió la tierra dispensadora de vida. Ella, al verlo, se regocijó en su fuero interno, pues sabía que su voto se cumpliría.
Desde entonces, hasta el término de un año, ni fue al lecho del prudente Zeus ni nunca, sentada junto a 345él en el trono ricamente decorado, meditaba, como antes, sagaces pareceres, sino que permaneciendo en los templos plenos de súplicas, se regocijaba con sus ofrendas la soberana de ojos de novilla, Hera.
Pero cuando los meses y los días llegaron a su término, con el transcurso del año, y se sucedieron las 350estaciones, ella tuvo una criatura, no semejante a los dioses ni a los mortales: el terrible y siniestro Tifón, azote de los mortales.
Recogiéndolo en seguida la soberana de ojos de novilla, Hera, se lo llevó y lo confió, calamidad como era, 355a otra calamidad[80], y ésta acogió a aquél, que causaría muchos daños a las ilustres estirpes de los hombres.
En cuanto a la Dragona, a todo el que se la encontraba, se lo llevaba su día fatal, hasta que le lanzó un poderoso dardo el Soberano Certero, Apolo. Ella, abrumada por terribles dolores, yacía jadeando intensa360mente y rodando por el suelo. Un grito sobrehumano, indescriptible, se produjo, y por el bosque no cesaba de retorcerse violentamente, aquí y allá. Perdió la vida, exhalando un aliento ensangrentado, y se jactó Febo Apolo:
—¡Púdrete ahora aquí, sobre la gleba nutridora de hombres! ¡No serás, tú al menos, una funesta ruina 365para los seres mortales que, comiendo el fruto de la tierra feraz, traigan aquí hecatombes perfectas! ¡Y no te librará de la penosa muerte ni Tifeo ni la Quimera[81] de nombre infausto, sino que aquí mismo te pudrirá la negra tierra y el radiante Hiperión![82].
370Así dijo, jactancioso, y a ella la oscuridad le veló los ojos y la pudrió allí mismo el sacro vigor de Sol. Desde entonces aún ahora se llama Pito, y al soberano lo llaman Pitio de sobrenombre, porque fue allí mismo donde pudrió[83] al monstruo el vigor del penetrante Sol.
Entonces naturalmente se percató en su mente 375Febo Apolo de que la fuente de hermosa corriente lo había engañado. Así que se dirigió, encolerizado, a Telfusa y en seguida llegó. Se detuvo muy cerca de ella y le dijo las siguientes palabras:
—Telfusa, no te estaba destinado que, poseedora de 380este lugar encantador[84] por engañar mi mente, hicieras fluir tu agua de hermosa corriente. Aquí la gloria será también mía y no para ti sola.
Así dijo, y le echó encima un peñasco el certero Apolo en medio de una lluvia de piedras, de modo que cegó sus corrientes, y se erigió un altar en la boscosa arboleda, muy cerca de la fuente de hermosa corrien385te. Allí todos invocan al dios soberano con la advocación de Telfusio, porque afrentó a las corrientes de la sacra Telfusa.
Fue entonces también cuando en su fuero interno calculó Febo Apolo a qué hombres llevaría allí como oficiantes que celebraran su culto en la rocosa Pito. 390Mientras le daba vueltas a esta idea vio sobre el vinoso ponto un raudo bajel. En él había muchos y valerosos hombres, cretenses, de la minoica Cnoso, que celebran los ritos en honor del Soberano y anuncian los oráculos de Febo Apolo, el del arma de oro: todo lo 395que diga vaticinando desde el laurel[85], al pie de las gargantas del Parnaso.
Ellos, por su negocio y ganancias, navegaban en una negra nave hacia Pilos, la arenosa, y los hombres nacidos en Pilos. Mas les salió al encuentro Febo Apolo.
Se lanzó por el mar, asemejando su cuerpo a un del400fin, sobre el raudo bajel y quedó tendido en él, prodigio grande y espantoso. A cada uno de ellos, que en su fuero interno pensaba gritar una orden[86], lo sacudía por todas partes, y zarandeaba las maderas de la nave.
Así que ellos permanecían en la nave en silencio, 405atemorizados. Y ni aflojaban las jarcias en el negro, cóncavo[87] bajel, ni agolaban la vela del navío de oscura proa, sino que, tal como la habían fijado al principio con las drizas, así navegaban. El Noto impetuoso apresuraba por detrás el raudo bajel.
410Primero sobrepasaban Malea y, a lo largo de la costa laconia, llegaron a una ciudad coronada por la mar y a una región del Sol, regocijo de los mortales, Ténaro, donde pacen por siempre los corderos de espesos vellones del soberano Sol y ocupan una encantadora región.
Ellos querían detener allí la nave y, tras desembar415car, reflexionar sobre el gran prodigio, y ver con sus ojos si el monstruo permanecía sobre el puente del cóncavo bajel o se había precipitado fuera, en el marino oleaje pródigo en peces. Mas no obedecía a gobernalles la nave bien construida, sino que, dejando a un 420lado el fértil Peloponeso, seguía su curso. Con el soplo del viento, el Certero Soberano, Apolo, la dirigía con facilidad. Ella, prosiguiendo su rumbo, llegó a Arene y la encantadora Argífea, a Trío, vado del Alfeo, y a Epi de hermosas construcciones, así como a Pilos, la 425arenosa, y a los hombres nacidos en Pilos. Pasó de largo Crunos, Cálcide y Dime, así como la divina Élide, donde imperan los epeos.
Cuando se dirigía a Feas, enorgullecida por la brisa de Zeus, bajo las nubes se mostraron ante sus ojos la escarpada montaña de Ítaca, Duliquio, Same y la boscosa Zacinto. Mas una vez que hubieron rebasado 430todo el Peloponeso y cuando se mostró ante sus ojos el inmenso golfo de Crisa, que delimita el fértil Peloponeso, sobrevino, por voluntad de Zeus, un fuerte viento céfiro despejado, que se les echó encima, impetuoso, desde el cielo, para que la nave acabara lo antes 435posible su carrera sobre el agua salada de la mar. Torciendo luego de nuevo el rumbo hacia la aurora y el sol, seguían navegando y los guiaba el soberano hijo de Zeus, Apolo. Llegaron a la conspicua Crisa, tierra de viñedos, a su puerto[88]. Y la nave surcadora del ponto encalló en las arenas.
Allí saltó del navío el Certero Soberano, Apolo, ase440mejándose a un astro en pleno día. Revoloteaban de su cuerpo múltiples centelleos y el resplandor llegaba hasta el cielo. Penetró en el santuario a través de los preciadísimos trípodes[89]. Allí mismo prendió la llama, haciendo brillar sus dardos y a Crisa entera 445la envolvió el resplandor. Gritaron las esposas de los criseos y sus hijas de hermosa cintura por el ímpetu de Febo, pues un gran temor los invadió a todos. Desde allí de nuevo hacia la nave se echó a volar como el pensamiento, semejante a un varón vigoroso y robusto, en la primera juventud, cubiertos sus anchos hombros 450por sus cabellos. Dirigiéndose a ellos, les dijo en aladas palabras:
—Extranjeros, ¿quiénes sois? ¿Desde dónde navegáis los húmedos senderos? ¿Acaso por el negocio, o andáis errantes a la ventura como los piratas sobre la 455mar[90], que vagan arriesgando sus vidas y acarreando la desgracia a los de otras tierras? ¿Por qué permanecéis tan abatidos y no desembarcáis a tierra y ni siquiera habéis aflojado las jarcias del negro bajel? Ésa es la norma de los varones que se alimentan de pan cuan460do vuelven del ponto con la negra nave a tierra, hastiados de fatiga, y rápidamente se apodera de sus ánimos el deseo del dulce alimento.
Así dijo, e infundió ánimo en sus pechos. Respondiéndole, dijo el patrón de los cretenses:
—Extranjero, puesto que en absoluto te asemejas a 465los mortales ni en talla ni en porte, sino a los dioses inmortales. ¡Salve! Recibe nuestro mayor saludo y que los dioses te concedan riquezas. Dime, pues, la verdad, para que yo la sepa con exactitud. ¿Qué pueblo, qué tierra es ésta? ¿Qué mortales viven aquí? Pues con otros 470propósitos navegábamos la gran hondura hacia Pilos, desde Creta, de cuya raza nos gloriamos de ser. De hecho hemos llegado aquí con la nave mal de nuestro grado, deseosos de un viaje[91] por otro rumbo, por otros caminos. Pero alguno de los inmortales nos trajo aquí sin nosotros quererlo.
Respondiéndole, dijo el Certero Apolo.
475—Extranjeros, que antes habitabais Cnoso, la bien arbolada, pero que ahora no os veréis ya más de regreso a tan encantadora ciudad, cada uno a sus hermosas moradas y con sus amadas esposas, sino que aquí ocuparéis un espléndido templo, el mío, honrado por 480numerosos hombres. Yo soy el hijo de Zeus, Apolo me glorío de ser. A vosotros os traje aquí por cima de la gran hondura de la mar sin albergar malas intenciones, sino que aquí ocuparéis un espléndido templo, el mío, muy honroso para los hombres todos; conoceréis las determinaciones de los inmortales y por la voluntad de éstos seréis por siempre continuamen485te honrados por el resto de vuestros días.
Mas ea, a lo que os diga, obedeced inmediatamente. Primero, arriad velas aflojando las drizas. Varad luego el raudo bajel en tierra firme y sacad las mercancías y los aparejos de la equilibrada nave. Erigid asimismo 490un altar a la orilla de la mar, y, tras encender fuego y haber ofrecido blanca harina, elevad luego una plegaria dispuestos en tomo al altar.
Así como yo al principio en la mar nebulosa, asemejándome a un delfín, salté sobre el raudo bajel, así 495invocadme con el nombre de delfinio. Y el propio altar será el «delfeo», conspicuo por siempre. Tomad la comida luego, junto al raudo bajel negro, y ofreced una libación a los dioses bienaventurados que ocupan el Olimpo. Mas cuando hayáis satisfecho el deseo del delicioso alimento, caminad junto a mí y entonad el ié 500peán[92] hasta que lleguéis al lugar en el que ocuparéis mi espléndido templo.
Así dijo. Y ellos lo oyeron atentamente y lo obedecieron. Primero arriaron velas y aflojaron las drizas. Asimismo amainaron el mástil en su soporte, soltando los estays. Luego desembarcaron en la orilla de la mar 505y vararon, fuera de la mar, en tierra firme, el raudo bajel, en la arena, bien arriba. A todo lo largo tendieron gruesas escoras y erigieron un altar a la orilla de la mar. Tras encender fuego y haber ofrecido blan510ca harina, lo invocaron como les había ordenado, dispuestos en tomo al altar. Tomaron luego la comida junto al raudo bajel negro y ofrecieron una libación a los dioses bienaventurados que ocupan el Olimpo. Mas cuando hubieron satisfecho el deseo de bebida y comida, se pusieron en camino. Los guiaba naturalmente el 515soberano hijo de Zeus, Apolo, con la forminge en la mano, tañéndola admirablemente y caminando con paso gallardo y arrogante. Lo seguían marcando el compás los cretenses hacia Pito, y entonaban el ié peán, tal como son los peanes de los cretenses a los que la Musa, la diosa, les infundió en sus pechos el dulcísono canto.
520Infatigables, ascendieron a pie la altura y en seguida llegaron al Parnaso y al lugar encantador donde iba a habitar, honrado por multitud de hombres. Mientras los conducía, les mostró el divino santuario y el espléndido templo. Mas el ánimo se turbaba en sus 525pechos; así que el patrón de los cretenses, preguntándole directamente, le dijo:
—¡Soberano! Puesto que nos has traído lejos de los nuestros y de la tierra patria, pues así fue grato a tu ánimo, ¿cómo viviremos ahora? Te urgimos a que nos lo expliques, pues esta encantadora tierra no es feraz 530en viñedos ni abundante en pastos, como para que podamos sustentarnos bien de ella y atender a la vez a los hombres.
Les dijo sonriendo el hijo de Zeus, Apolo:
—¡Hombres necios, desgraciados, que deseáis preocupaciones, terribles esfuerzos y angustias para vuestro corazón! Fácil es la explicación que os daré, y la 535infundiré en vuestras mentes. Que cada uno de vosotros, teniendo en la mano diestra el cuchillo, degüelle corderos sin cesar. Éstos los tendréis a vuestra disposición generosamente, todos cuantos me traigan las gloriosas estirpes de los hombres.
Cuidad el templo, acoged a las gloriosas estirpes de los hombres que se congregarán especialmente aquí, según mi propósito, en cuanto se produzca alguna pa540labra o alguna acción irreflexiva o soberbia, que es la norma de los hombres mortales[93].
Otros hombres serán luego vuestros guías[94]. A su dictado estaréis sometidos por todos los días de vuestra vida.
Todo te queda dicho. Tú, guárdalo en tu fuero interno.
Así que te saludo a ti también, hijo de Zeus y Leto; 545y yo me acordaré también de otro canto y de ti.