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–Te traeré comida tres veces al día. En la merienda, a las tres, hasta te daré donuts y todo —dijo el hombre-oveja—. Los donuts los frío yo mismo, ¿sabes? Por eso están tan crujientes, tan ricos.
Los donuts recién hechos son una de las cosas que más me gustan.
—Bueno, tiéndeme los pies.
Le tendí los pies.
El hombre-oveja sacó una pesada bola de hierro de debajo de la cama y me aherrojó el tobillo con el grillete al extremo de la cadena. Después se guardó la llave en un bolsillo del pecho.
—¡Está helado! —dije yo.
—¿Qué? Enseguida te acostumbrarás.
—Oye, señor hombre-oveja. ¿De verdad tendré que estar aquí dentro un mes entero?


—Pues sí. Así es.
—Y si me aprendo de memoria los libros tal como me ha dicho, ¿me dejarán salir dentro de un mes?
—No, lo dudo.
—Pues, entonces, ¿qué diablos pasará conmigo?
—Es un tema un poco delicado —dijo el hombre-oveja ladeando la cabeza.
—¡Por favor! Dime la verdad. Mi madre me está esperando, preocupada, en casa.
—Pues la verdad es que van a cortarte la cabeza con una sierra. Y después te sorberán los sesos.
Me quedé estupefacto, tanto que, por unos instantes, fui incapaz de articular palabra. Luego, finalmente, logré decir algo.
—¿No será, por casualidad, el abuelo quien me sorberá los sesos?
—Así es —dijo con un titubeo el hombre-oveja.